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Más allá de un sueño

Estaba cansada, otra noche más en mi insoportable trabajo. Esta vez fue un cliente
obeso y mugriento pero afortunadamente duró poco. El hombre abandona el lugar con
una sonrisa de satisfacción, dando a entender que sus ochenta mil pesos valieron la
pena.

 Emilia, ya se terminó tu turno puedes irte.

Le doy una mirada de despedida a la jefa y recojo mis cosas. Decido detenerme en un
callejón cercano para fumar un cigarrillo; ha sido una noche agitada, llueve y hace frío.
No pienso en nada, sólo miro a los peatones y a los pocos carros que pasan lentamente
por la calle. No sé cuanto duró ese cigarillo pero terminarlo fue como un golpe en la
espalda para volver a la realidad. Empecé el trayecto a casa. La ciudad se veía cada vez
más vacía mientras me alejaba de aquel lugar, ese circo para hombres. Corría
protegiéndome de la lluvia con el maletín en el que cargaba las herramientas de
trabajo, lo último que quería era llegar empapada.

Mojarme resultó inevitable. Al llegar, cerré la puerta del minúsculo apartamento para
luego desnudarme y caer rendida en el colchón. Soñé lo mismo de siempre: Un chico de
cabello oscuro está de pie sobre una loma pequeña y me da la espalda. No veo más que
eso y un cielo en el que las nubes se mueven a gran velocidad hacia mi dirección. Todas
las veces me acerco sin hacer ruido y lo sacudo violentamente por los hombros para
sorprenderlo. Nunca se asuta. Cuando se de la vuelta soy yo la que se sorprende al
notar que no tiene rostro. Nos quedamos un buen rato así: él con su rostro hacia mí y
con su cabello largo ondeando con el viento; yo con mis ojos totalmente abiertos. Tengo
este sueño al menos una vez al año, y en el sueño, el chico crece conmigo. No recuerdo
cuando fue la primera vez que lo tuve. Al principio despertaba asustada y extrañada,
pero después de un tiempo me ponía nerviosa si no lo tenía. Se ha vuelto parte de mí.

 Has llegado tarde todos estos días. ¿Qué está pasando Emilia?
 Lo siento, parece que mi reloj despertador está dañado.
 Pues cambialo, y que no vuelva a ocurrir o tendremos problemas.
 Sí señora.
 Te ha pedido don Fernando, el cliente mensual, toma el dinero para el bus.

Don Fernando es un señor adinerado, de bigote y cabellera ya blancos por la edad;


vive en un penthouse en un edificio alto, moderno y de vidrio. En el bus me toca ir de
pie todo el trayecto, no hay puestos vacíos y nadie parece estar dispuesto a ceder el
suyo. Al llegar al edificio, no necesito anunciarme, el portero ya me reconoce y me avisa
que don Fernando me está esperando. Subo en el ascensor nerviosa, como si fuera mi
primera vez.
 ¡Ay mi Emilia que gusto verte de nuevo!
 El gusto en mio – digo fingiendo una sonrisa.

Sin pronunciar otra palabra me da el dinero y me dirijo al baño a cambiarme. Aunque


me verá en todo mi esplendor, de todos modos el proceso es parte importante. Salgo
con una apariencia que seguro haría desmayar a cualquier persona de edad pero don
Fernando ya está sobre la cama intentando adoptar la posición más atractiva posible
(que en realidad causaba una mezcla entre risa y asco), y me pidió un striptease.
Estaba en medio del proceso, aún sin mostrar nada, cuando tocan a la puerta.

 Maldita sea, ¿quién será? -gritó con la intención de que lo escucharan al otro lado
de la puerta mientras se ponía su camisa.
 Buenas tardes don Fernando, le traje su pedido.
 ¡Ah sí!, gracias Arturo. ¿Cuánto era?
 Son 100 mil pesos.
 ¡Pero qué dices!, ¿tanto por sólo 10 pastillas?

Cuando tocaron a la puerta alcancé a esconderme pero ahora asomaba la cabeza


escuchando atentamente. Arturo era un jóven de mi edad, pálido, de ojeras y con
cabello largo y negro. Me vió por unos instantes, luego miró al piso donde había una
prenda tirada, y después se volvió hacia mí. Discutía con don Fernando y parecía como
si intentara alargar la conversación. Mientras tanto, empezamos a hablar con señas, yo
usando prácticamente todo mi cuerpo, él disimuladamente con una mano; parecía tener
práctica. Me decía que me ayudaría a escapar, que entendía mi situación y que podría
cambiar de vida. Al pincipio pensé que lo decía de broma, pero, sin avisar, le da un
puño a don Fernando en el estómago con tal fuerza que cae al piso desmayado y para
rematar lo hace tragar cinco de las pastillas que llevaba.

 Ayúdame a ponerlo sobre la cama es muy pesado.

Estaba paralizada. Jamás pensé que algo así me pasaría en un día cualquiera. Tenía
miedo pero no podía perder una oportunidad como esta. Cualquier cosa era mejor que
la vida que estaba viviendo, así que lo ayudé.

 Cámbiate y vámonos. Las pastillas lo dejarán dormido unas cuatro horas.

No dije nada. Me cambié y salimos del edificio despidiéndonos del portero como si
nada hubiera pasado. Lo seguí por las calles distraida, mi mente era un caos. ¿Quién
era este chico?, ¿a dónde me llevaba?, ¿qué iba a hacer ahora que no podía volver a mi
apartamento? Tenía muchas preguntas, estaba siendo perdeguida por una de las
personas más poderosas y peligrosas de la ciudad, y tenía miedo sobre mi futuro.

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