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— Introducción
— Los primeros momentos de la Revolución
— La Revolución en el campo
— La contrarrevolución del día siguiente
— La Revolución de Octubre y las nacionalidades oprimidas
— La Revolución de Octubre y la mujer trabajadora
— El nuevo sistema de relaciones internacionales
— La Revolución en la cultura
En cuatro días, el poder soviético decretó la paz, confiscó las tierras de los grandes
terratenientes y las distribuyó entre los campesinos, y reconoció el derecho de las
naciones a la autodeterminación.
Su primer acuerdo fue aprobar el Decreto sobre la paz, donde la guerra imperialista
se declaraba el mayor crimen contra la humanidad y se hacía una declaración
dirigida a todos los países beligerantes y sus gobiernos sobre la decisión del
Gobierno soviético de firmar inmediatamente la paz en condiciones justas y
equitativas para todos los pueblos, una paz sin anexiones ni tributos. Al tiempo que
se dirigía a los gobiernos y a los pueblos de todos los países beligerantes, el
Congreso hacía un llamamiento a los obreros conscientes de las tres naciones más
adelantadas de la Humanidad y de los tres Estados más importantes que toman parte
en la actual guerra: Inglaterra, Francía y Alemania, instándoles a que ayudasen
a llevar rápidamente a término la causa de la paz y con ella, la causa de la liberación
de las masas trabajadoras y explotadas de toda esclavitud y de toda explotación.
Por el segundo decreto del Congreso, toda la tierra pasaba a manos del pueblo, sin
indemnización alguna, aboliendo para siempre la propiedad de los terratenientes
sobre la tierra, que pasaba a ser sustituida por la propiedad de todo el pueblo, del
Estado. Esta ley se aprobó tomando como base un mandato campesino general,
redactado con arreglo a los 242 mandatos locales formulados por los campesinos.
Las tierras de los terrateníentes, de la familia imperial y de la Iglesia fueron
entregadas en disfrute gratuito a todos los trabajadores.
Mediante este decreto, la Revolución entregaba a los campesinos más de 150
millones de hectáreas de tierra, que hasta entonces habían estado en manos de los
terratenientes, de la burguesía, de la familia real, de los conventos y de la Iglesia.
Los campesinos quedaban libres del deber de pagar las rentas a los terratenientes,
rentas que ascendían a cerca de 500 millones de rublos de oro al año. Todas las
riquezas del subsuelo (el petróleo, el carbón y los minerales, etc.), los bosques y las
aguas pasaban también a ser propiedad del pueblo.
Fue elegido el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de toda Rusia, órgano supremo
del poder soviético entre los congresos de los Soviets, con funciones legislativas,
directivas y de control. El 8 (21) de noviembre fue elegido Presidente del Comité
Ejecutivo Central de los Soviets, equivalente al de Presidente de la República, el
dirigente bolchevique Jakob Sverdlov.
El Congreso también formó el primer Gobierno soviético: el Consejo de Comisarios
del Pueblo, encabezado por Lenin.
Los oportunistas emboscados en el Partido, Kamenev, Zinoviev, Rikov, Shliapnikov y
otros, comenzaron a exigir la formación de un gobierno socialista homogéneo, con
participación de los mencheviques y socialistas revolucionaríos, a quienes la
Revolución acababa de derribar. El 15 de noviembre de 1917, el Comité Central del
Partido aprobó una resolución, desechando todo compromiso con estos partidos
contrarrevolucionarios y declarando a Kamenev y Zínoviev esquiroles de la
revolución. El 17 de noviembre, Kamenev, Zinoviev, Rikov y Miliutin, desconformes
con la política del Partido, declararon que dimitían sus puestos en el Comité Central.
El mismo día 17 de noviembre, Noguin, en su nombre y en el de Rikov, Miliutin,
Teodorovich, A. Shliapnikov, D. Riazanov, Yurenev y Larin, que habían entrado a
formar parte del Consejo de Comisarios del Pueblo, formuló una declaración de
desacuerdo con la política del Comité Central del Partido, anunciando que dimitían
sus cargos en el Gobierno Soviético.
Su huida produjo alegría entre los enemigos de la Revolución. Toda la burguesía y
sus lacayos se frotaban las manos de gusto, chillando acerca del derrumbamiento del
bolchevismo y pronosticando el naufragio del Partido. Pero este puñado de
desertores no consiguió hacer que el Partido vacilase ni un minuto. El Comité Central
los cubrió con su desprecío, como a desertores de la Revolución y lacayos de la
burguesía, sin detenerse un instante en su camino.
En cuanto a los socialistas revolucionarios de izquierda, deseando no perder su
influencia entre las masas campesinas, que simpatizaban claramente con los
bolcheviques, decidieron no romper con éstos y mantener, por el momento, el frente
único con ellos. El Congreso de los Soviets campesinos, celebrado en noviembre,
reconoció todas las conquistas de la Revolución Socialista de Octubre y los decretos
del poder soviético. Se pactó un acuerdo con los socialistas revolucionarios de
izquierda, algunos de los cuales (Kolegaiev, Spiridonova, Proshian y Steinberg)
fueron incluidos en el Consejo de Comisarios del Pueblo. Pero este acuerdo sólo se
mantuvo en pie hasta la firma de la paz de Brest-Litovsk y la constitución de los
Comités de campesinos pobres; la profunda diferenciación de clases que se produjo
entonces entre los campesinos, hizo que los socialistas revolucionarios de izquierda,
cuya posición reflejaba cada vez más acentuadamente los intereses de los kulaks,
desencadenaran una sublevación contra los bolcheviques, siendo aplastados por el
poder Soviético.
Con la elección del nuevo Gobierno, terminó sus tareas el histórico II Congreso de
los Soviets.
No en todas partes fue tan rápido el paso del poder a los Soviets. Si en Petrogrado la
insurrección había triunfado rápidamente, en las calles de Muscú, donde la
contrarrevolución aún disponía de considerables fuerzas de combate (academias
militares, escuelas de oficiales y ciertas unidades regulares), se reñían todavía
furiosos combates armados que duraron aún siete días. Antes de consentir que el
poder pasase a manos del Soviet de Moscú, los partidos contrarrevolucionarios,
unidos a los guardias blancos y a los kadetes, desencadenaron la lucha armada
contra los obreros y los soldados.
En el propio Petrogrado y en sus inmediaciones, se hicieron, durante los primeros
días del triunfo de la revolución, algunas tentativas contrarrevolucionarias para
derrocar el poder soviético. El 10 de noviembre de 1917, Kerenski, que ya en plena
insurrección había huido de Petrogrado a un sector del frente norte, concentró
algunas unidades de cosacos y las envió sobre Petrogrado, con el general Krasnov a
la cabeza. El 11 de noviembre de 1917, la organización contrarrevolucionaria Comité
de salvación de la patria y de la revolución, dirigida por socialistas revolucionarios,
desencadenó una sublevación de kadetes. Al anochecer, los marinos y guardias rojos
liquidaron la sublevación y el 13 de noviembre era derrotado el general Krasnov
cerca de las alturas de Pulkovo. Krasnov cayó prisionero y dió su palabra de honor de
que no volvería a luchar contra el poder soviético. Se le puso en libertad bajo esta
promesa pero, algún tiempo después, traicionó su palabra. Kerenski logró escaparse,
disfrazado de mujer. También el general Dujonin intentó promover una sublevación
en Moguilev, en el Cuartel General del ejército.
Los delegados del II Congreso de los soviets se diseminaron por el país, para
difundir la noticia del triunfo de los Soviets en Petrogrado y asegurar la victoria del
poder soviético en toda Rusia. Desde octubre de 1917 hasta enero-febrero de 1918,
la revolución soviética logró extenderse por toda Rusia. Tan rápido fue el ritmo con
que el poder soviético se fue instaurando a lo largo del territorio del inmenso país,
que Lenin hablaba de su marcha triunfal. Pronto al Smolny comenzaron a llegar
ininterrumpidamente telegramas con noticias de que en una ciudad tras otra de
Rusia los obreros se adueñaban del poder.
La Revolución Socialista había triunfado. No fue causal que triunfara en primer lugar
en Rusia, ya que, desde principios de siglo, los antagonismos sociales, políticos y
nacionales habían alcanzado en él la máxima profundidad. La guerra imperialista
acentuó aún más todas estas contradicciones. Entre las diversas causas que
determinaron el triunfo tan relativamente fácil de la Revolución Socialista en Rusia,
conviene destacar, como fundamentales, las siguientes:
La Revolución de Octubre se enfrentó con un enemigo relativamente frágil, mal
organizado e inexperto políticamente, como la burguesía rusa, económicamente
débil. No tenía ni la independencia política ni la iniciativa necesarias para encontrar
una salida a la situación. No poseía esa experiencia en manipulaciones políticas en
gran escala que posee, por ejemplo, la burguesía francesa, ni había pasado por la
escuela de canalladas de gran estilo en que es maestra, por ejemplo, la burguesía
inglesa. Al subir al poder, la burguesía rusa que, días antes de la Revolución de
Febrero, se esforzaba en llegar a un acuerdo con el zar, continuó la política del
aborrecido autócrata. Lo mismo que el zar, abogaba por la guerra hasta la victoria
final, a pesar de que la guerra arruinaba y agotaba al país y dejaba exhaustas las
energías del pueblo y del ejército. Defendía, lo mismo que el zar, la conservación de
la propiedad de los terratenientes sobre la tierra, a pesar de que los campesinos
perecían por falta de tierras y sucumbían bajo la opresión. En cuanto a la política
seguida respecto a la clase obrera, la burguesía rusa iba todavía más allá que el zar,
pues no sólo se esforzó en mantener y robustecer la explotación de los patronos,
sino que, además, la hacía insoportable, mediante la aplicación de cierres de fábrica
en masa.
A la cabeza de la Revolución de Octubre figuraba una clase revolucionaría como la
clase obrera, templada en las luchas, que había pasado en poco tiempo por dos
revoluciones y había sabido conquistar, en vísperas de la tercera revolución, la
autoridad de dirigente del pueblo, en su lucha por la paz, por la tierra, por la libertad
y por el socialismo. Si no hubiese existido este núcleo dirigente de la revolución,
acreedor a la confianza del pueblo, que era la clase obrera, no se hubiese logrado
tampoco la alianza entre los obreros y los campesinos, sin la cual no habría podido
triunfar la Revolución de Octubre.
La clase obrera de Rusia contaba con un aliado tan importante en la revolución
como eran los campesinos pobres, que formaban la aplastante mayoría de la
población campesina. La experiencia de ocho meses de revolución, que valía por
decenas de años de desarrollo normal, no había pasado en vano para las masas
trabajadoras del campo. Durante estos meses, habían tenido ocasión de pulsar en la
realidad a todos los partidos de Rusia y convencerse de que no eran los kadetes, ni
los socialistas revolucionarios, ni los mencheviques los que pelearían contra los
terratenientes ni derramarían su sangre por los campesinos; de que sólo había en
Rusia un partido que no se hallaba vinculado con los terratenientes y que estaba
dispuesto a aplastar a éstos para satisfacer las necesidades de los campesinos, y
este partido era el Partido bolchevique. Esta circunstancia fue la que sirvió de base
para la alianza del proletariado con los campesinos pobres. Sin esta alianza la
Revolución de Octubre no hubiera podido vencer.
La clase obrera tenía a su cabeza un Partido experimentado en la lucha política. Sólo
un partido como el bolchevique, era suficientemente intrépido para conducir al
pueblo al asalto decisivo y suficientemente prudente para sortear todos los
obstáculos que se alzaban en el camino hacia la meta; sólo un partido así podía
fundir en un gran torrente revolucionario movimientos tan diversos como el
movimiento democrático general por la paz, el movimiento democrático-campesino
por la incautación de las tierras de los terratenientes, el movimiento de liberación
nacional de los pueblos oprimidos por la igualdad de derechos de las naciones y el
movimiento socialista de la clase obrera por el derrocamiento de la burguesía y la
instauración de la dictadura del proletariado. Es indudable que la fusión de estas
diversas corrientes revolucionarias en un poderoso torrente revolucionario único fue
lo que decidió la suerte del capitalismo en Rusia.
La Revolución de Octubre estalló en un momento en que la guerra imperialista
estaba aún en su apogeo, en que los principales Estados burgueses se hallaban
divididos en dos campos enemigos, en que estos Estados, empeñados en una guerra
de unos contra otros y debilitándose mutuamente, no podían inmiscuirse a fondo en
los asuntos de Rusia, interviniendo activamente contra la Revolución. Esta
circunstancia facilitó considerablemente el triunfo de la Revolución Socialista.
Lenin llamó a los primeros cuatro meses de existencia del Estado soviético (del 25 de
octubre de 1917 a febrero de 1918) el período del ataque a lo Guardia Roja contra el
capital. Aplastando la resistencia de la burguesía por métodos de ataque de
caballería, el proletariado asaltaba sus posiciones clave en todas las esferas de la
vida del país. La parte nacionalizada de la industria, de los bancos y del transporte
constituyeron la base de la economía socialista nacional, del nuevo modo de
producción. Dueño de las posiciones dominantes en la economía, el Gobierno
soviético empezó a realizar sobre la marcha las tareas de reorganización económica
y el trabajo cultural y educativo para la transformación socialista de la sociedad. Las
medidas realizadas por el Estado soviético asestaron un golpe al dominio económico
de la burguesía y conjuraron la catástrofe económica que se cernía sobre el país en
vísperas de la Revolución de Octubre.
A diferencia de cualquier revolución burguesa, la revolución socialista es un proceso
más complejo, prolongado y difícil. Las revoluciones burguesas terminan con la toma
del poder, mientras que la revolución socialista sólo comienza con la conquista del
poder. En 1848 Marx y Engels señalaban el Manifiesto del Partido Comunista que el
proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a
la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en
manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y
para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. La
revolución socialista está llamada a terminar con todas las relaciones existentes
económicas y político-sociales basadas en la explotación y opresión de las personas.
Por tanto, después de conquistado el poder, a la clase obrera se la plantean las
tareas de la transformación socialista de la economía y la creación de la base
económica y técnica del socialismo.
La solución de estas tareas, enseñaron Marx y Engels, el proletariado debe
comenzarla socializando los medios de producción y, en primer término,
nacionalizando la gran producción capitalista. Paso a paso, despojando a la
burguesía de los puestos de dirección en la economía, el proletariado los emplea
para la transformación socialista de toda la economía. Esto no quiere decir que el
proletariado deba nacionalizar la industria de un solo golpe, al día siguiente de la
revolución. La transformación radical de la economía bajo principios socialistas es
una labor extraordinariamente complicada. En los primeros tiempos, el proletariado
carece aún de experiencia para dirigir la economía, no dispone de un aparato capaz
de organizarla y, por si fuese poco, las clases explotadoras abatidas por la revolución
le ofrecen la más encarnizada resistencia.
El proletariado de Rusia fue el primero en el mundo que se emancipó del yugo de los
capitalistas y que empezó a abrirse paso hacia el socialismo, camino aún no
explorado prácticamente nunca y por nadie.
El control obrero
En cuanto venció la insurrección armada en Petrogrado, pasaron a ser patrimonio del
pueblo las empresas públicas pertenecientes al anterior Estado de los terratenientes
y los capitalistas. Entre ellas estaban las grandes fábricas así como también gran
parte de los ferrocarriles del país. Sin embargo, la mayoría de las fábricas, empresas
y minas, propiedad de particulares y compañías, siguieron durante cierto tiempo en
manos de la burguesía. El primer paso para nacionalizar la industria y crear la
economía socialista fue la implantación en las empresas privadas del control obrero
sobre la producción y distribución de productos. Era una medida para poner coto a
los capitalistas que intentaban emplear su poder económico en la guerra contra el
poder soviético. Hasta la Revolución, el control obrero fue un medio en la lucha de
las masas por la dictadura del proletariado; después de que éste tomó el poder,
sirvió de instrumento para preparar la expropiación de la burguesía y la
reestructuración socialista de la industria.
En los primeros días de la Revolución de Octubre Lenin redactó el proyecto de
decreto sobre el control obrero. Había que implantarlo en todas las empresas
industriales, comerciales, bancarias, agropecuarias y de otro tipo, en las que el
número de obreros no fuese menor de 5.000 trabajadores y cuya rotación de fondos
no bajase de los 10.000 rublos anuales. Queda absolutamente prohibida -se decía en
el proyecto-, la interrupción del trabajo de una empresa o industria [...] sin
autorización de los representantes elegidos por los obreros y empleados. Este punto
era de gran trascendencia, puesto que ponía en manos de los obreros un arma contra
los patronos que cerraban sus empresas. Las decisiones de los órganos del control
obrero eran obligatorias para los capitalistas. Los miembros de las comisiones de
control, junto con los propietarios de fábricas y empresas, se hacíanresponsables
ante el Estado del riguroso mantenimiento del orden, de la disciplina y de la
conservación de los bienes.
El proyecto de ley llamaba a las masas a la acción revolucionaria. En sus
conversaciones con los representantes obreros, Lenin dijo repetidamente que los
propios obreros debían participar activamente en la producción. Lozhechnikuv,
obrero de una fábrica metalúrgica de Petrogrado, refirió más tarde la visita
a Lenin de una delegación obrera. Los obreros le pidieron que se les autorizara a
emprender acciones resueltas contra la administración burguesa de la
fábrica. Actuad revolucionariamente -respondió Lenin-. Para hacer la revolución no
se necesita autorización.
No obstante, mencheviques y eseristas, y dentro del Partido los oportunistas,
intentaron frustrar la aprobación del proyecto de ley. Pero el Comité Ejecutivo
Central de los Soviets de toda Rusia aprobó el 14 de noviembre de 1917 la ley sobre
el control obrero, que preveía la implantación del control obrero en todas las
empresas donde hubiese asalariados. El control deberían realizarlo los propios
obreros a través de sus organizaciones elegibles: los comités de fábrica y empresa y
otros.
El control obrero, indicaba el decreto, es necesario para ir regulando
sistemáticamente la economía. Los órganos de control estaban obligados a
establecer una norma mínima de producción para las empresas, interesarse en el
coste de la producción y comprobar el estado de sus finanzas. Queda abolido el
secreto comercial. Los propietarios quedan obligados a presentar a los órganos de
control obrero todos los libros y cuentas, decía el decreto. La ley incluía también
puntos relacionados con los consejos locales de control obrero. En Petrogrado se
instituyó el Consejo de Control Obrero de toda Rusia.
En manos de la clase obrera, el decreto se transformó en un medio para adueñarse
de la industria, en un instrumento que además de aplastar el sabotaje contribuía a
incorporar a los trabajadores a la formación de nuevas relaciones sociales. El decreto
fue utilizado inmediatamente por los obreros de todas las ramas de la industria y de
todas las zonas del país. Aplicar inmediatamente en todo el distrito y en la más
amplia escala el decreto acerca de la organización del control obrero en la
producción, acordó el 23 de noviembre la conferencia de organizaciones sociales de
la fábrica Asha-Balashov. La reunión de los obreros metalúrgicos de Narva (Estonia)
declaró que saludaba el decreto gubernamental para la implantación del control
obrero, el cual concede a los obreros amplia libertad para luchar contra el sabotaje
de los empresarios y conjurar la ruina económica.
El contrataque de la burguesía
El decreto sobre el control obrero provocó en la burguesía una explosión de rabia.
Muchas uniones de empresarios se negaron a ceder a los representantes obreros el
control de las fábricas. En noviembre y diciembre, las organizaciones burguesas más
importantes de los Urales, Donbass y de las zonas centrales de Rusia se
pronunciaron por la oposición activa al control obrero y por el desacato al decreto del
Gobierno soviético. La asamblea de los capitalistas mineros de los Urales, por
ejemplo, acordó que si se implantaba el control obrero las empresas cerrarían
cesando sus transferencias de dinero y materiales. La sesión unificada de
representantes de las organizaciones más importantes de los capitalistas de la
cuenca del Donetz contestó al decreto con la resolución de parar todos los trabajos
en minas, explotaciones a cielo abierto y fábricas y despedir a los obreros.
De la misma forma actuaron los capitalistas extranjeros que poseían empresas en
Rusia. Los cónsules de Estados Unidos y Suecia se dirigieron en noviembre al Comité
Militar Revolucionario de Moscú protestando contra la implantación del control
obrero. Los capitalistas ingleses, propietarios de la fábrica mecánica moscovita de la
firma White, Chil and Biney mandaron un telegrama desde Londres en el que
rechazaban categóricamente las exigencias del control obrero.
Pero la cosa no se limitó a simples protestas. En Nijni-Novgorod, por ejemplo, los
navieros incendiaron los depósitos de algodón de Kanavino, hundieron una barcaza
cargada de hierro, ocultaron y robaron los materiales necesarios para la reparación
de barcos, colocando en situación difícil a las empresas de la ciudad.
La burguesía estaba convencida que mediante cierres patronales y sabotajes
obligaría a los obreros a desistir del control. Pero no fue así. Los obreros de las
empresas cerradas por los capitalistas tomaron en sus manos el abastecimiento y
financiación y organizaron su producción. La resistencia de los explotadores no hizo
más que acelerar el proceso de su expropiación y organización de la producción sin y
contra los capitalistas.
Los soviets, los comités de fábrica y los sindicatos asumieron la organización de la
producción. El Sindicato Textil de la zona de Moscú, por ejemplo, tomó en sus manos
la financiación provisional de las empresas y organizó la venta de su producción. Con
lo recaudado se amortizaban los préstamos hechos por el sindicato. La fábrica de
Niazepetrovsk (Urales) fue paralizada por los capitalistas ya antes de la Revolución
de Octubre, pero los propios obreros encontraron los medios necesarios para
financiar la fábrica. Mediante suscripciones entre las organizaciones obreras de las
fábricas de los Urales y personas particulares, el soviet local de diputados obreros
reunió 250.000 rublos, con los que se reanudó el trabajo en la fábrica. Para
garantizar el pago de salarios a los obreros, los bolcheviques de Ekaterimburgo
aprobaron a través del soviet una orden de entrega de la recaudación diaria a los
bancos por los comerciantes. Los sindicatos de empleados de comercio e industria
asumieron el control de la actividad de los comerciantes. En dos meses (de
noviembre de 1917 a enero de 1918), las organizaciones obreras de Petrogrado
distribuyeron entre las empresas de la ciudad más de un millón de puds de carbón y
cerca de 400.000 puds de derivados del petróleo.
Las comisiones de control realizaron en fábricas y empresas un gran trabajo
creativo, innovador, desplegando los obreros una enorme capacidad de iniciativa.
Además de las medidas generales de control luchaban por reordenar el proceso
normal de la producción y por aumentar la productividad del trabajo. En los órganos
de control, los obreros crearon varias secciones que abarcaban toda la actividad de
la empresa, desde la producción y finanzas hasta la venta de su producción. En la
fábrica mecánica Odner de Petrogrado, la comisión de control organizó la fabricación
y reparación de herramientas. Por iniciativa de la comisión de control de la fábrica de
la compañía Singer, en Podolsk, la empresa comenzó la fabricación de ciertas piezas
para las máquinas de coser que hasta entonces se importaban de Norteamérica. La
comisión de control de la fábrica de Glujovo organizó brigadas de obreros de
vanguardia para velar por la conservación de las mercancías. Cesaron los robos en la
fábrica, y aunque en la actividad del control obrero hubo al principio descuidos y
errores, sin embargo, paulatinamente, los obreros fueron adquiriendo hábitos cada
vez mejores, no tardando en establecerse un control total sobre las empresas
capitalistas.
Fue muy importante el papel de los órganos de control obrero organizando la
desmilitarización de la industria. Fueron ellos los que realizaron la reconversión de
las empresas a la producción civil. Aunque la I Guerra Mundial proseguía, el Gobierno
soviético propugnaba la paz y comenzó a realizar el paso gradual de la industria de
guerra a la producción de tiempos de paz. Era necesario para abastecer a los obreros
y campesinos con productos de consumo masivo, restablecer el transporte, liquidar
el paro y organizar el intercambio de mercancías entre la ciudad y el campo.
A comienzos de 1918, el control obrero de la producción y distribución había sido ya
implantado en todo el país. A través suyo los obreros aprendieron a dirigir la
producción. Organizando ésta, la clase obrera recuperó las fuerzas productivas del
país.
La revolución en el campo
Tras la ciudad, la tormenta revolucionaria se puso en movimiento también en el
campo. Tuvo que resolver sobre la marcha las tareas que no había logrado culminar
la revolución democrático-burguesa de febrero de 1917. El decreto sobre la tierra
aprobado por el II Congreso de los Soviets fortaleció la alianza revolucionaria de la
clase obrera con el campesinado pobre y terminó para siempre en el país con la
propiedad terrateniente, bochornoso vestigio del medievo. El campesinado se liberó
de la explotación servil y del yugo de los latifundistas parásitos.
Debido a la encarnizada resistencia de los kulaks (1), los obreros y campesinos
tuvieron que recurrir a la violencia. Engels había expresado la esperanza de que la
expropiación de los terratenientes se pudiese llevar a cabo sin recurrir a la fuerza. En
Rusia -decía Lenin-, a causa de las peculiaridades de la situación creada, esta
suposición no se ha justificado: hemos estado, estamos y estaremos en guerra civil
abierta contra los kulaks. Esto es inevitable.
En el primer año de la revolución socialista, aliada al campesinado, la clase obrera
sentó los cimientos para la edificación de la nueva sociedad socialista. La aplicación
de la reforma agraria fue un fenómeno sin precedentes en la historia universal.
Millones de campesinos sin tierra la recibieron gratuitamente de manos del
proletariado, así como aperos agrícolas y ganado. Produjo un transvase de fondos
nunca visto. Un colosal fondo de tierras (152 millones de hectáreas), antes
propiedad de terratenientes, de la familia zarista y monasterios, pasó a propiedad de
los jornaleros y campesinos.
Tan sólo en la región europea de Rusia, el campesinado recibió 100 millones de
hectáreas de tierras de los antiguos terratenientes, comerciantes y del patrimonio
del Estado. Además, se eximió al campesino trabajador del pago de las rentas y
alquileres a los terratenientes así como de los gastos de compra de tierras por una
suma superior a 700 millones de rublos oro. La deuda rural al Banco Agrario y
Campesino, que el 1 de enero de 1914 ascendía a más de 1.300 millones de rublos,
quedó anulada. El campesinado recibió bienes de los terratenientes valorados en 300
millones de rublos emancipándose así de su yugo.
El reparto de la tierra cambió el aspecto económico y social del campo. En vísperas
de octubre de 1917, el censo de la población rural arrojaba un 65 por ciento de
campesinos pobres, el 20 por ciento de campesinos medios y el 15 por ciento de
kulaks. Como resultado de las transformaciones revolucionarias llevadas a cabo por
el proletariado, a finales de 1918, en un año, el peso relativo de los campesinos
pobres en el censo de población rural se redujo hasta el 35 por ciento, el del
campesino medio ascendió hasta el 60 por ciento, quedando reducidos los kulaks
sólo al 5 por ciento.
El campesino medio se transformó en la figura central en el campo. El poderío
económico y político de los kulaks fue quebrantado seriamente. En este país
campesino -dijo Lenin-, han sido los campesinos en general los primeros en salir
favorecidos, los que más han ganado y los que de golpe han gozado los beneficios de
la dictadura del proletariado... Bajo la dictadura del proletariado, el campesino por
primera vez trabaja para sí y se alimenta mejor que el habitante de la ciudad. El
campesino ha visto por primera vez la libertad de hecho: la libertad de comer su
propio pan, la libertad de no pasar hambre.
La Revolución de Octubre liquidó las reminiscencias de las relaciones de
servidumbre, de las que formaba parte la propiedad agraria terrateniente.
En la liquidación de los latifundios estaban interesados todos los campesinos, pero
no con los mismos fines. Esta lucha, dijo Lenin, unió a los campesinos trabajadores
pobres, que no viven de la explotación del trabajo ajeno. Esta lucha unió también a la
parte más acomodada e incluso más rica del campesinado, que no puede pasarse sin
el trabajo asalariado. Los jornaleros pobres esperaban recibir la tierra y salvarse así
del hambre; los kulaks, en cambio, pensaban engrosar sus posesiones a costa de las
tierras de los terratenientes.
La confiscación de fincas fue el primer paso en la actividad de los soviets comarcales
y de aldea creados en la primera mitad de 1918. En febrero de ese mismo año se
confiscaron el 75 por ciento de los latifundios, haciendo lo mismo con el resto
durante la primavera y el verano de 1918.
La socialización de la tierra
Los soviets y comités agrarios hacían el inventario de las fincas de los terratenientes
y el recuento de las tierras, tras lo cual, ésta pasaba a disposición del comité agrario
o del soviet. Por ejemplo, en Tsitvá, cerca de Minsk (Bielorrusia), en diciembre de
1917 la asamblea comarcal de campesinos ordenó confiscar una gran finca del
terrateniente Yanishevski. En la comisión inventarial elegida por los campesinos
entraron el soldado desmovilizado J. Rogatko y los campesinos pobres K.
Kontsavenko y M. Rogatko. Junto con los braceros de la finca, que eran más de
veinte, la comisión inventarió todos los bienes del terrateniente y organizó su
protección. Una parte de los productos alimenticios y del ganado se distribuyeron
entre los campesinos pobres, pasando los bienes restantes a disposición del comité
agrario comarcal.
El ganado y aperos agrícolas requisados a los terratenientes se entregaban
gratuitamente o a bajo precio a los campesinos pobres y, en primer lugar, a las
familias de las viudas cuyos maridos habían muerto en el frente. Si el campesino
pobre no podía aportar todo el dinero de una vez, se le daba una prórroga de dos
años.
La ley de socialización de la tierra de enero de 1918 fue un paso adelante en la
aplicación del decreto sobre la tierra. Confirmó abolición de la propiedad privada del
suelo y se indicaban los principios para la distribución de la tierra en las aldeas. La
ley concedía a las haciendas colectivas -a las comunas y arteles- un derecho
preferencial, comparadas con las economías individuales, en la utilización de la tierra
y coadyuvaba al desarrollo de las haciendas colectivas en la agricultura.
Pero entonces había pocas haciendas colectivas. Faltaba experiencia y ejemplos
concretos que demostrasen su conveniencia. Tampoco se daban las condiciones
necesarias para pasar a la colectivización en masa y, ante todo, no había base
industrial para equipar las haciendas colectivas con maquinaria. Las ventajas del
laboreo colectivo de la tierra sólo las comprendía entonces una parte insignificante
de los campesinos, la mayoría de los cuales exigía que se distribuyera la tierra por
igual. Este principio fue el que se estableció por ley. El Partido bolchevique optó por
la distribución igualitaria a pesar de que ésta no podía evitar la diferenciación del
campesinado en campesinos pobres y en burguesía rural, aparte de que esta
diferenciación en capas entrañaba la desigualdad económica.
El Partido bolchevique consideró entonces que, con el tiempo, los campesinos se
convencerían por sí mismos de la inconveniencia del reparto igualitario y que
inevitablemente llegarían a aceptar la necesidad del laboreo colectivo de la tierra.
La ley de socialización de la tierra permitía usufructuarla a los campesinos que la
cultivasen con su propio trabajo. En primer lugar, se concedía tierra a los campesinos
que carecían de ella y a los jornaleros agrícolas. La ley reforzó la alianza de la clase
obrera con los campesinos pobres y aseguró que el campesino medio se pusiese del
lado del proletariado.
Notas:
(1) Kulak es una palabra rusa para designar al burgués rural. Metafóricamente
también puede significar puño como sinónimo de tacañería.
(2) El pud era una medida rusa de peso equivalente a 16,38 kilogramos.
(3) Una versta es una medida rusa de longitud de poco más de un kilómetro.
Sidney Reilly
De todos los aventureros que surgieron de los bajos fondos politicos de la Rusia
zarista durante la primera guerra mundial para dirigir la gran cruzada contra el
bolchevismo, ninguno más pintoresco y extraordinario que el capitán Sidney George
Reilly, del Servicio secreto británico. ¡Un hombre fundido en el molde de Napoleón!,
exclamó Bruce Lockhart, a quien Reilly iba a complicar en una de las más peligrosas
y fantásticas empresas de toda la historia europea.
El modo como entró Reilly en el Servicio de Inteligencia británico sigue siendo uno
de los muchos misterios que rodean a ese tan misterioso como potente aparato de
espionaje. Sidney Reilly había nacido en la Rusia zarista. Hijo de un capitán de navío
irlandés y de una mujer rusa, creció en el puerto de Odesa, sobre el Mar Negro. Antes
de la primera guerra mundial estaba empleado en la gran empresa zarista de
armamentos navales de Mondrochovich y el conde Tchubersky, en San Petersburgo.
Desde entonces ya su labor era de carácter altamente confidencial. Servía de enlace
entre la firma rusa y ciertos intereses industriales y financieros alemanes,
incluyendo los famosos astilleros de Bluhm y Voss, en Hamburgo. Inmediatamente
antes de estallar la primera guerra mundial empezaron a llegar al Almirantazgo
inglés en Londres valiosos informes sobre el programa alemán de construcción de
buques de guerra, incluso submarinos. Estos informes procedian de Sidney Reilly.
En 1914, Reilly apareció en el Japón como representante confidencial del Banco
Ruso-Asiático. Del Japón pasó a los Estados Unidos donde conferenció con banqueros
y fabricantes de municiones americanos. Desde entonces, en los archivos del Servicio
secreto inglés, ya Sidney Reilly estaba fichado con el nombre clave de I Esti, y
conocido como agente secreto de gran audacia e ingeniosidad.
Lingüista de palabra fácil, que dominaba siete idiomas, Reilly fue muy pronto
llamado de los Estados Unidos para encargarle un importante trabajo en Europa. En
1916 entró en Alemania por la frontera suiza. Fingiéndose oficial de la armada
alemana, entró en el Almirantazgo alemán. Consiguió y envió a Londres una copia del
Código oficial de inteligencia naval alemana. Fue, probablemente, la mayor hazaña
de espionaje de la primera guerra mundial...
A principios de 1918, el capitán Reilly fue trasladado a Rusia como director de las
operaciones de espionaje inglés en ese país. Sus numerosas amistades personales,
sus amplias relaciones de negocios y su íntimo conocimiento de los círculos internos
de la contrarrevolución rusa hacían de él el hombre ideal para el puesto. Pero,
además, su misión en Rusia tenía hondo significado personal para Reilly. Hallábase
consumido por el odio más encarnizado contra los bolcheviques y, en realidad, contra
toda la Revolución rusa. Con gran franqueza declaró sus objetivos
contrarrevolucionarios:
Los alemanes son seres humanos. Podemos soportar hasta ser vencidos por ellos.
Pero aqui en Moscú está desarrollándose hasta llegar a la madurez el archienemigo
de la raza humana. Si la civilización no asesta el primer golpe y aplasta al monstruo,
mientras todavía es tiempo, al fin el monstruo aniquilará a la civilización.
En sus informes a la jefatura del Servicio secreto inglés en Londres, Reilly abogó
repetidas veces por una paz inmediata con los alemanes y por una alianza con el
Kaiser contra la amenaza bolchevique.
A cualquier precio -declaró- tiene que ser anonadada esa inmunda indecencia que ha
nacido en Rusia. Paz con Alemania: ¡sí, paz con Alemania, paz con cualquiera! No hay
más que un enemigo, ¡La humanidad tiene que unirse en una santa alianza contra
este monstruo de pesadilla!
Al llegar a Rusia, Reilly se lanzó inmediatamente a la conspiración antisoviética.
Su finalidad confesada era derrocar al Gobierno soviético (3).
Dinero y asesinato
El partido politico antibolchevique más fuerte numéricamente en Rusia en 1918 era
el partido, social-revolucionario, que abogaba por una forma de socialismo agrario.
Dirigidos por Boris Savinkov, ex ministro de la Guerra de Kerensky, que había
tomado parte en el abortado golpe de Kornilov, los social-revolucionarios militantes
se habían convertido en el eje del sentimiento antibolchevíque. Sus métodos y
propaganda extremistas les habían ganado considerable apoyo entre los muchos
elementos anarquistas que generaciones y generaciones de opresión zarista habían
engendrado en Rusia. Los social-revolucionarios habían practicado durante largo
tiempo el terrorismo como arma de guerra contra el zar. Ahora se preparaban a
volver la misma arma contra los bolcheviques.
Los social-revolucionarios estaban recibiendo ayuda financiera del Servicio de
Inteligencia francés. Con fondos que le había entregado personalmente el embajador
francés Noulens, Boris Savinkov había restablecido el antiguo centro terrorista
social-revolucionario en Moscú bajo el título de Liga para la Regeneración de Rusia;
su objeto era planear el asesinato de Lenin y de otros jefes soviéticos. Por
recomendación de Sidney Reilly, el Servicio secreto inglés también empezó a facilitar
dinero a Savinkov para que instruyera y armara a sus terroristas.
Pero Reilly, ardiente partidario del régimen zarista, no confiaba en los social-
revolucionarios para cuando se tratase de formar un nuevo gobierno ruso que
reemplazara al régimen soviético. Aparte de Savinkov, a quien consideraba digno de
toda confianza, los social-revolucionarios izquierdistas representaban, a juicio de
Reilly, una fuerza peligrosamente radical: de algunos se sabía que estaban ligados a
los bolcheviques oposicionistas secuaces de Trotsky. Reilly estaba dispuesto a
utilizar aquellos elementos para sus propios fines pero, a la vez, resuelto a extirpar
el radicalismo en Rusia. Quería una dictadura militar, como primer paso hacia la
restauración del zarismo. A este objeto, mientras continuaba financiando y alentando
a los terroristas social-revolucionarios y a otros grupos radicales antisoviéticos, el
espía inglés fabricaba con esmero un mecanismo de conspiración exclusivamente
suyo.
Él mismo reveló más tarde en sus memorias cómo funcionaba:
Era esencial que mi organización rusa no supiese demasiado, y que
ninguna parte de ella se hallara en posición de poder traicionar a otra.
Por lo tanto, el plan se dispuso de acuerdo con el sistema de los cinco,
y cada participante sólo conocía a cuatro personas más. En cuanto a
mí, que me hallaba en la cima de la pirámide, los conocía a todos, no
personalmente, pero sí por sus nombres y direcciones, conocimiento
que más tarde me resultó muy útil... Así, en caso de alguna traición, no
podrían todos ser descubiertos, y el descubrimiento quedaría
localizado.
Eslabonado con la Unión de oficiales zaristas, con restos de la vieja policía secreta
zarista -la siniestra Okrana-, con los terroristas de Savinkov, y otros elementos
contrarrevolucionarios análogos, el mecanismo conspirativo de Reilly pronto se
propagó por todo Moscú y Petrogrado. Buen número de antiguos amigos y conocidos
de Reilly de la época zarista se le unieron y le resultaron muy valiosos. Entre esos
amigos figuraban el conde Tchubersky, el magnate de armamentos navales que en
otro tiempo había empleado a Reilly como enlace con los astilleros alemanes; el
general zarista Yudenitch; Sergio Balkov, el propietario del café de Petrogrado;
Dagmara, la bailarina en cuya vivienda estableció Reilly su cuartel general de Moscú;
Grammatikov, rico abogado y antiguo agente secreto de la Okrana, que se había
convertido ahora en el principal contacto de Reilly con el partido social-
revolucionario; y Veneslav Orlovsky, otro antiguo agente de la Okrana, que se las
había arreglado para convertirse en funcionario de la Cheka en Petrogrado, y de
quien obtuvo Reilly el pasaporte falso de la Cheka a nombre de Sidney Georgevich
Relinsky, que le permitía viajar libremente por toda la Rusia soviética.
Estos y otros agentes, que habían logrado deslizarse hasta dentro del Kremlin y del
Estado Mayor del Ejército Rojo, mantenían a Reilly plenamente informado de todas
las medidas que tomaba el Gobierno soviético. El espía inglés podía vanagloriarse de
que las órdenes selladas del Ejército Rojo eran leídas en Londres antes de ser
abiertas en Moscú.
Grandes sumas de dinero destinadas a financiar las operaciones de Reilly y
ascendentes a varios millones de rublos, se ocultaban en la vivienda en Moscú de
Dagmara, la bailarina. Para acumular estos fondos, utilizaba Reilly los recursos de la
embajada inglesa. El dinero era recogido por Bruce Lockhart y entregado a Reilly por
el capitán Hicks, del Servicio secreto inglés. Lockhart, a quien Reilly complicó en este
asunto, reveló más tarde, en su obra Agente británico, cómo se obtenía el dinero:
Había muchos rusos que tenían depósitos secretos de rublos y estaban
más que dispuestos a entregarlos a cambio de un pagaré sobre
Londres. Para evitar toda sospecha, recogíamos los rublos a través de
una firma inglesa de Moscú, la cual trataba con los rusos, fijaba el tipo
de cambio y entregaba el pagaré. Por cada transacción entregábamos a
la firma inglesa una garantía oficial de que era valedera por la cantidad
correspondiente en Londres. Los rublos eran traídos al consulado
general americano y entregados a Hicks, quien los llevaba a su destino.
Por último, y sin descuidar detalle, el espía inglés llegó hasta trazar un plan
detallado para el gobierno que habría de tomar el poder tan pronto fuese derrocado
el gobierno soviético. Los amigos de Reilly representarían importante papel en el
nuevo régimen:
Ya estaban hechos todos los preparativos para el gobierno provisional.
Mi gran amigo y aliado Grammatikov habría de ser Ministro del
Interior, teniendo bajo su dirección todos los asuntos de policía y
finanzas. Tchubersky, antiguo amigo mío y asociado en negocios, que
había llegado a ponerse al frente de una de las casas mercantiles más
importantes de Rusia, sería Ministro de Comunicaciones. Yudenitch,
Tchubersky y Grammatikov constituirían un gobierno provisional, para
suprimir la anarquía que inevitablemente habría de seguir a aquella
revolución.
Los primeros golpes de la campaña antisoviética fueron asestados por los terroristas
de Savinkov.
E1 21 de junio de 1918, cuando salía de una reunión de obreros de la fábrica de
Obuchov, en Petrogrado, el Comisario del Soviet para asuntos de Prensa, Volodarsky,
fue asesinado por un terrorista social-revolucionario. A esta muerte siguió, dentro de
las dos semanas siguientes, el asesinato del embajador alemán en Moscú, Mirbach, el
6 de julio. La finalidad de los social-revolucionarios era sembrar el terror en las filas
bolcheviques y precipitar, simultáneamente, un ataque alemán que significaría la
perdición del bolchevismo (4).
El día en que fue asesinado el embajador alemán, se hallaba reunido en el Teatro de
la Ópera de Moscú el Quinto Congreso panruso de los Soviets. Los observadores de
las naciones aliadas escuchaban, desde los palcos dorados, los discursos de los
delegados soviéticos. La reunión se efectuaba en una atmósfera de tensión. Bruce
Lockhart, sentado en un palco con otros agentes y diplomáticos aliados, comprendió,
al entrar Sidney Reilly, que algo trascendental había ocurrido. El espía inglés estaba
pálido y agitado: en presuroso murmullo contó a Lockhart lo sucedido.
El disparo que mató a Mirbach iba a ser la señal de un levantamiento general de los
social-revolucionarios, apoyados por disidentes bolcheviques, en todo el país.
Pistoleros social-revolucionarios debían entrar en el teatro de la Ópera y arrestar a
los delegados al Soviet. Pero algo había fallado. El Teatro de la Ópera estaba ahora
rodeado de soldados rojos. Había tiroteo en las calles, pero era evidente que el
Gobierno soviético dominaba la situación.
Mientras hablaba, Reilly se registraba los bolsillos en busca de documentos
comprometedores; encontró uno, lo hizo trizas y se lo tragó. Un agente secreto
francés, sentado al lado de Lockhart, hizo otro tanto.
Pocas horas después se levantaba un orador sobre el escenario de la Ópera para
anunciar al público que un golpe antisoviético, encaminado a derrocar al Gobierno
soviético por la fuerza de las armas había sido rápidamente sofocado por el Ejército
Rojo y la Cheka. En ninguna parte habían encontrado apoyo los
contrarrevolucionarios, veintenas de terroristas social-revolucionarios, armados de
bombas, rifles y ametralladoras, habían sido perseguidos y arrestados; muchos
habían muerto. Los jefes estaban muertos, ocultos o en fuga.
A los representantes de los Aliados que se encontraban en el Teatro de la Ópera se
les dijo que podían volver en condiciones de seguridad a sus respectivas embajadas.
Las calles ya no ofrecían peligro.
Más tarde llegaron noticias de que un levantamiento en Yaroslav, sincronizado para
coincidir con el golpe de Moscú, también había sido deshecho por el Ejército Rojo. El
jefe social-revolucionario, Boris Savinkov, que dirigía personalmente la rebelión en
Yaroslav, había escapado a duras penas de ser apresado por las tropas soviéticas.
Reilly rebosaba cólera y amarga desilusión. ¡Los social-revolucionarios habían
actuado con su característica impaciencia y estupidez! Sin embargo -declaró-, le
sobraba razón a la idea básica que había tenido de lanzar un golpe en el momento en
que casi todos los dirigentes soviéticos se hallaran reunidos en un sitio asistiendo a
algún congreso o convención. La idea de apoderarse de un solo golpe de todos los
jefes bolcheviques excitaba la imaginación napoleóníca de Reilly...
Y empezó con seriedad a proyectar cómo llevarla a la práctica.
La conspiracion de los letones
Durante el mes decisivo que fue agosto de 1918, los planes secretos de intervención
de los Aliados en Rusia comenzaron a realizarse abiertamente. El dia 2,
desembarcaron en Arkangel tropas británicas, con el pretexto de evitar que
los pertrechos de guerra cayesen en manos de ios alemanes. El día 4, los ingleses se
apoderaron del centro petrolero de Bakú, en el Cáucaso. Pocos dias después,
contingentes ingleses y franceses desembarcaron en Vladivostok, seguidos, el día
13, por una división japonesa, y el 15 y 16, por dos regimientos americanos
recientemente trasladados de las Filipinas.
Grandes porciones de Siberia se hallaban ya en manos de fuerzas antisoviéticas. En
Ucrania, el general zarista Krasnov, apoyado por los alemanes, libraba una
sangrienta campaña antisoviética. En Kiev, el títere de los alemanes, el atamán
Skoropadsky, había iniciado matanzas en masa de judíos y de comunistas.
Del norte, sur, este y oeste, los enemigos de la nueva Rusia se preparaban a
converger sobre Moscú.
Los pocos representantes de los Aliados que aún quedaban en Moscú empezaron a
hacer sus preparativos de marcha, de los cuales no informaron al Gobierno soviético.
Como diría más adelante Bruce Lockhart en su Agente británico: Era una situación
extraordinaria. No había habido declaración de guerra, y sin embargo se libraban
combates a lo largo de un frente que se extendía desde el Dvina hasta el Cáucaso. Y
añadia: Tuve varias discusiones con Reilly, quien había resuelto permanecer en
Moscú después de nuestra partida.
El 15 de agosto, el mismo día en que los americanos desembarcaban en Vladivostok,
recibió Bruce Lockhart a un visitante de importancia. Él mismo describió después la
escena en sus memorias. Estaba almorzando en su domicilio particular, cerca de la
embajada británica, cuando sonó la campanilla y su sirviente le anunció que dos
caballeros de Letonia deseaban verle. Uno de ellos era un joven de baja estatura y
rostro pálido, llamado Smidhen. El otro, hombre alto y de robusta constitución, con
facciones acusadas y duros ojos acerados, se presentó como el coronel Berzin, jefe
de la guardia letona del Kremlin.
Los visitantes entregaron a Lockhart una carta del capitán Cromie, el agregado naval
británico en Petrogrado, participante extremadamente activo en la conspiración
antisoviética. Siempre en guardia contra los agentes provocadores -anota
Lockhart- examiné la carta con el mayor cuidado. Era indisputablemente de Cromie.
Lockhart preguntó entonces a sus visitantes qué querían de él. El coronel Berzin,
que, como dijimos, se había presentado como jefe de la guardia del Kremlin, informó
a Lockhart que, si bien los letones habían apoyado la revolución bolchevique, no
tenían intenciones de combatir a las fuerzas británicas que, bajo el mando del
general Poole, habían desembarcado recientemente en Arkangel; estaban
preparados para entrar en negociaciones con el agente inglés.
Antes de darles una respuesta, Lockhart consultó el asunto con el cónsul general
francés, M. Grenard, quien -según también señala el agente inglés- le aconsejó que
negociara con el coronel Berzin, pero evitando comprometer nuestra propia posición
en modo alguno. Al día siguiente, Lockhart volvió a ver al coronel Berzin, y le dió un
papel que decía: Sírvanse dejar pasar al portador, que lleva importante comunicación
al general Poole, a través de las líneas inglesas. Y luego puso al coronel Berzin en
contacto con Sidney Reilly.
Dos dias después -sigue contando Lockhart-, Reilly informó que sus negociaciones
marchaban lisa y llanamente, y que los letones no abrigaban la intención de verse
envueltos en el desplome de los bolcheviques. Presentó la sugerencia de que
después de nuestra partida, podria él, con ayuda de los letones, llevar a cabo una
contrarrevolución en Moscú.
A fines de agosto de 1918, un pequeño grupo de representantes de los Aliados se
reunía, para celebrar una conferencia confidencial, en una sala del consulado general
americano en Moscú. Habían escogido el consulado americano porque todos los
demás centros extranjeros se hallaban baja estricta vigilancia soviética. A pesar de
los desembarcos americanos en Siberia, el Gobierno soviético seguía manteniendo
una actitud amistosa hacia los Estados Unidos. Veíanse por todo Moscú coloreados
en lugares prominentes, carteles en que aparecían reproducidos los Catorce Puntos
de Woodrow Wilson. Un editoral de Izvestia había declarado que solamente los
americanos saben cómo tratar con decencia a los bolcheviques. Todavía, por lo visto,
no se había agotado la herencia dejada, a favor de los americanos, por la misión de
Raymond Robins.
La reunión en el consulado general americano fue presidida por el cónsul general
francés, Grenard. Los ingleses se hallaban representados por Reilly y por el capitán
George Hill, oficial del Servicio de Inteligencia británico que había sido delegado para
trabajar con Reilly. Buen número de otros diplomáticos y agentes del servicio secreto
de los Aliados estaban presentes, incluso el periodista francés René Marchand,
corresponsal en Moscú del Fígaro, de Paris.
Sidney Reilly había convocado la reunión -según cuenta él en sus memorias- para
informar sobre el progreso de sus operaciones antisoviéticas. Contó a los
representantes de los Aliados que había comprado al coronel Berzin, jefe de la
guardia del Kremlin. El precio del coronel había sido de dos millones de rublos. Un
adelanto de 500.000 rublos en moneda rusa había ya recibido Berzin de manos de
Reilly; el resto de la cantidad habría de ser pagado en libras esterlinas cuando el
coronel hubiese prestado ciertos servicios y escapado en seguida a las líneas
británicas en Arkangel.
Nuestra organización es extremadamente fuerte -declaró Reilly-. Los letones están
de nuestra parte, ¡y el pueblo estará con nosotros apenas se de el primer golpe!
Anunció entonces Reilly que el 28 de agosto habría de celebrarse una reunión
especial del Comité Central del Partido Bolchevique, en el Gran Teatro de Moscú. Con
este motivo se reunirian en el mismo edificio todos los jefes que ocupaban las
posiciones clave del Estado soviético. El complot de Reilly era audaz, pero simple...
Cumpliendo sus deberes habituales, los guardias letones se estacionarían en todas
las entradas y salidas del teatro durante la reunión bolchevique. El coronel Berzin
elegiría para esa ocasión hombres absolutamente fieles y devotos de nuestra causa.
A una señal dada, los guardias de Berzin cerrarían las puertas y mantendrian a todos
los concurrentes bajo la amenaza de sus rifles. Entonces, un destacamento especial,
formado por Reilly y su circulo interno de conspiradores saltaría sobre el escenario ¡y
arrestaría al Comité Central del Partido Bolchevique!
Lenin y los demás jefes soviéticos serían fusilados. Pero, antes de su ejecución, se
les conduciría en procesión pública a través de las calles de Moscú,¡para que todo el
mundo comprobara que los tiranos de Rusia habían sido hechos prisioneros!
Una vez desaparecidos Lenin y sus compañeros, el régimen soviético se vendría al
suelo como un castillo de naipes. Había 60.000 oficiales en Moscú -dijo Reilly- que
estaban prontos a movilizarse inmediatamente que se diera la señal y formar un
ejército para combatir dentro de la ciudad mientras las fuerzas de los Aliados
atacaban desde fuera. El hombre que habría de encabezar este ejército secreto
antisoviético era el bien conocido oficial zarista, general Yudenitch. Un segundo
ejército, bajo el mando del general Savinkov se reuniria al norte de Rusia, y lo que
quedara de los bolcheviques sería triturado entre las dos piedras de molino, una
desde arriba y otra desde abajo.
Tal era el plan de Reilly. Gozaba del apoyo del Servicio de Inteligencia británico tanto
como del francés. Los ingleses estaban en estrecho contacto con el general
Yudenitch y se preparaban a surtirle de armas y equipo militar. Los franceses
respaldaban a Savinkov.
Los representantes de los Aliados reunidos en el consulado general americano fueron
notificados de lo que podían hacer para ayudar a la conspiración por medio del
espionaje, de la propaganda y disponiendo la voladura de los puentes ferroviarios
vitales en torno a Moscú y Petrogrado, a fin de aislar al Gobierno soviético de todo
auxilio que el Ejército Rojo pudiera intentar traer de otras regiones del país.
A medida que se acercaba el día del golpe armado, Reilly se reunía regularmente con
el coronel Berzin, preparando cuidadosamente hasta los últimos detalles de la
conspiración y previendo todas las posibles exigencias de la situación. Trazaban ya
los planes finales, cuando se enteraron de que la reunión del Comité Central del
Partido Bolchevique se había pospuesto del 28 de agosto para el 6 de septiembre. No
me importa -le dijo Reilly a Berzin-. Esto me da más tiempo para hacer los últimos
arreglos. Reilly decidió ir a Petrogrado a efectuar una inspección de última hora del
mecanismo conspirativo en aquella ciudad.
Pocas noches después, viajando en tren con el pasaporte falso que lo identificaba
como Sidney Georgevitch Relinsky, agente de la Cheka, salió Reilly de Moscú con
rumbo a Petrogrado.
La revolución en la cultura
Por primera vez en la historia, la revolución proletaria en Rusia desafió, también en
el terreno cultural, la hegemonía burguesa y, por eso, no es de extrañar que los
imperialistas reaccionaran: según ellos, la revolución era consecuencia del estado de
barbarie del pueblo ruso, compuesto por ignorantes y salvajes; de ahí no podía surgir
ninguna expresión cultural positiva.
Sin embargo, aquella primera revolución socialista llevó a cabo una labor cultural
como jamás se ha visto en ningún país capitalista. Creó las condiciones para dar un
vuelco también al conocimiento y el arte: fundir a las masas con la cultura e impedir
que ésta siguiera siendo un negocio privado, un objeto de compraventa y de lucro.
Hasta 1917 el arte y la cultura eran en todo el mundo patrimonio de una élite muy
reducida. Según palabras de Lenin, las masas populares habían sido expoliadas en el
sentido de la enseñanza, la ilustración y el saber. En la época zarista, el 73 por ciento
de la población adulta era analfabeta. En lo que a la mayoría de las nacionalidades de
población no rusa se refiere, el analfabetismo era total. Una de las formas de
opresión nacional era el expolio cultural autóctono y la imposición de la lengua y la
cultura rusas.
En aquel primer período la atención fundamental estuvo centrada en liquidar el
analfabetismo. No se podía avanzar sin sacudirse esta pesada herencia del pasado.
Para que las masas analfabetas pudiesen estar al corriente de los acontecimientos de
la vida internacional y de la República Soviética, el Consejo de Comisarios del Pueblo
aprobó en diciembre de 1918 el decreto sobre la movilización de personas con
instrucción y la organización de la enseñanza del régimen soviético. Por este decreto
se atraía a toda la población culta a la lectura de los decretos, octavillas, periódicos y
libros a los analfabetos.
El movimiento alfabetizador adquirió gran amplitud en la ciudad, en el campo y en el
Ejército Rojo. Por iniciativa de los trabajadores, en fábricas, empresas y en clubs
surgieron escuelas de alfabetización y círculos de autoenseñanza. Como
consecuencia de ello, en 1928 había 559 periódicos con una fantástica difusión que
alcanzaba la cifra de 8.250.000 ejemplares, cifras sin comparación posible con
ningún país del mundo. Los periódicos no pertenecían a ningún grupo capitalista,
sino a las diversas organizaciones de masas, sindicatos, cooperativas, Partido
bolchevique, Ejército Rojo y a otras instituciones públicas.
Había un entusiasmo desbordante. Era la espontaneidad, la alegría y la esperanza
que traía la primera revolución proletaria. Unos necesitaban aprender y otros
expresarse libremente. Las masas leían, iban a los conciertos, y participaban en las
representaciones teatrales que recorrían el país en trenes y camiones habilitados
expresamente para transportar el escenario, el vestuario, las luces, el equipo y los
actores. Millones campesinos de aldeas remotas conocieron así por vez primera el
teatro, la ópera o el ballet.
Se creó una nueva intelectualidad que no sólo no estaba separada de las masas
obreras y campesinas, sino que había nacido de su propio seno, de las entrañas
mismas de la revolución. Los obreros y campesinos que empiezan a leer, empiezan
también a escribir: brotan espontáneos que cambian la azada por el lapicero, por los
escenarios, por el cincel, por la paleta y por el violín. Surgió una nueva
intelectualidad de las propias masas que comenzaba a escribir en la nueva prensa
revolucionaria. Un rasgo les caracteriza: no eran profesionales, no vivían de la
cultura, no solamente escriben sino que combaten, integran el Ejército Rojo. Esos
que luego serían grandes literatos (Fedaiev, Babel, Beck, Fedin, Sholojov, Leonov,
Furmanov, Tijonov) empuñan las armas. Precisamente algunas de sus grandes obras
son biografías y relatos del frente de batalla: las suyas personales y las de tantos
millones de combatientes heroicos. Y es que cuando los escritores están inmersos en
la realidad, necesitan imaginar muy poco. La vida revolucionaria es muy superior a la
ficción más fantástica.
La revolución socialista terminó con los vestigios culturales del pasado, emancipando
a los pueblos antes oprimidos, quienes a partir de entonces obtuvieron posibilidades
ilimitadas para desarrollarse en todas las esferas. En especial, las supervivencias del
régimen de la servidumbre eran un freno muy fuerte para el fomento de la eseñanza,
la cultura y la ciencia: el régimen estamental, la imposición de la Iglesia, la
desigualdad de derechos para las mujeres, la opresión de las nacionalidades, y ni que
decir tiene, la monarquía y la propiedad terrateniente en el campo. El 11 de
noviembre de 1917 el poder soviético aprobó el decreto sobre la supresión de los
estamentos y jerarquías civiles. Quedaron abolidas las divisiones existentes de los
ciudadanos en estamentos (nobleza, clero, comerciantes, pequeños burgueses, etc.),
los privilegios y las limitaciones estamentales, las jerarquías civiles, los tratamientos
y títulos y los privilegios para la élite de los funcionarios.
El 20 de enero de 1918, el Gobierno soviético separó mediante un decreto especial la
Iglesia del Estado y la escuela de la Iglesia, rompiendo así las trabas religiosas que
durante siglos frenaron el desarrollo de la cultura. Todos los actos de registro civil
pasaban de la jurisdicción de la Iglesia a la de los organismos soviéticos.
Se estableció por primera vez en la historia la plena libertad de conciencia. Los
ciudadanos no sólo adquirieron el derecho a profesar cualquier religión, sino también
el ateísmo, el derecho a no aceptar ninguna religión. Liquidando los vestigios de la
barbarie medieval, escribió Lenin, el poder soviético limpió a Rusia de ese enorme
freno para toda la cultura y todo el progreso en nuestro país. La Revolución de
Octubre demolió hasta los cimientos el viejo aparato estatal de enseñanza pública, el
cual, según expresión de Lenin, perseguía el objetivo de oscurecer el entendimiento
popular.
El poder soviético garantizó por la ley a las mujeres su igualdad plena de derechos
con los hombres. La emancipación de las mujeres tuvo una enorme significación
cultural. La mitad de la población del país recibió desde aquel momento todas las
posibilidades para incorporarse en la labor creadora del socialismo en condiciones
iguales a los hombres. Se dice que la situación jurídica de la mujer es lo que mejor
caracteriza el nivel cultural -escribióLenin-. En este aserto se contiene un grano de
profunda verdad. Y desde este punto de vista, sólo la dictadura del proletariado, sólo
el Estado socialista ha podido lograr y ha logrado el más alto nivel cultural.
En esta consigna jubilosa del pueblo sublevado se escucha también la voz triunfal del
propio Blok, quien supo distinguir, tras el aparente caos de los acontecimientos
revolucionarios, la voluntad organizada de las masas que demolían el viejo mundo
injusto de los terratenientes y burgueses y edificaban una nueva sociedad, en la que
millones de esclavos atemorizados se convertían en dueños de su destino.
El poema fue la respuesta a los enmigos de la Revolución, que no querían ver en él
más que una bufonada de la revolución, y que censuraban a la revolución porque
ésta no se realizaba conforme a la leyes de la piedad y la resignación.
Es en realidad una confirmación poética de las fuerzas creadoras y de los fines
constructivos de la Revolución, realizada no por gente escogida, despojada de toda la
inmundicia de pasado y que haya logrado la absoluta perfección moral, sino
precisamente por aquellos que aún están enterrados hasta las rodillas en el fango
del mundo viejo, y que aún conservan mucho de la sicología tradicional de la
sociedad capitalista. La grandeza del poeta se puso de manifiesto también en el
hecho de que él vio detrás de lo pasajero y temporal, lo importante y fundamental:
que la revolución bolchevique llevaba consigo la construcción de Rusia sobre
principios nuevos, justos y verdaderamente humanos.
Exacerbados los ánimos, Gusev acaudilla una revolución socialista en Marte, que es
reprimida sin concesiones. Tras vagar por el inframundo subterráneo de Soázera,
Loss y Gusev logran huir a la Tierra, el primero desolado por la pérdida del amor
verdadero, el segundo dispuesto a regresar pero esta vez acaudillando una
revolución triunfante. Entre ambas posturas, Tolstoi se decanta inequívocamente por
Loss, dejando de lado las heroicidades de la Revolución en favor de los sentimientos.
Para Loss, la novela concluye con un tenue rayo de esperanza en forma de mensaje
de su amada Aelita.
Es una novela romántica tanto como política, optimista y esperanzada, un canto al
paraíso recobrado, Rusia, que tanto Tolstoi como los protagonistas de su libro daban
por perdido. En resumen, una de las mejores novelas de ciencia-ficción de la década
de los veinte que aún se lee con enorme gusto, aún por aquellos que no les gusta la
ciencia-ficción.
Otra novela interesante de ciencia-ficción es El hiperboloide del ingeniero Garin,
publicada en 1927, en la que el referido ingeniero, el típico científico loco, está
dispuesto a dominar el mundo con su hiperboloide, un rayo lumínico de efectos
devastadores, precursor del láser. Sus colaboradores, forzosos unos, voluntarios
otros, son la guapa Zoia Monroz, mujer fatal y de pocos escrúpulos, el magnate de la
industria química americana Rolling, tiburón de los negocios dispuesto a colonizar
Europa, y el inspector soviético Shelgá que se dedica a organizar una revolución
socialista mundial.
Garin codicia las reservas mundiales de oro, ocultas en la capa olivínica de la corteza
terrestre, con la intención de depreciarlo y revalorizarlo a voluntad para así controlar
la marcha de la economía mundial. La Europa de la novela está deshecha por la
primera guerra mundial, el revanchismo y el presentimiento de otra futura
conflagración mundial. Tampoco es muy difícil ver que Garin es el símbolo del
emergente fascismo, del mismo modo que Rolling lo es del capitalismo internacional
aliado con el fascismo, Shelgá es un trasunto del prometedor futuro socialista y Zoia
representa la vieja y desorientada Europa, dispuesta a venderse al mejor postor. En
un momento dado, Garin expone sus delirantes intenciones a Shelgá:
Lo interesante del caso es que no se trata de una utopía [...]
Simplemente soy lógico [...] Está claro que a Rolling no le he dicho
nada, porque no es más que un bestia [...] Verdad es que Rolling y
todos los Rolling del mundo hacen a ciegas lo que he desarrollado
creando un amplio y preciso programa. Pero lo hacen como bárbaros,
pesada y lentamente [...] Mi primera amenaza al mundo será dar al
traste con el valor del oro. Obtendré cuanto oro quiera. Después
pasaré a la ofensiva. Estallará una guerra más terrible que la del 14. Mi
victoria está asegurada. Luego procederé a la selección de la gente que
quede viva después de la contienda y de mi victoria, aniquilaré a los
indeseables, y la raza por mí elegida empezará a vivir como
corresponde a dioses, mientras los ‘operarios’ trabajarán con todo
empeño, tan satisfechos de su vida como los primeros habitantes del
paraíso.
Publicada en 1941, Ariel narra la historia del joven heredero inglés del mismo
nombre a quien sus tutores, para desposeerle de su patrimonio, ingresan en una
extrañísima escuela teosófica de la India. Un tal Dr. Hyde, el científico loco de rigor,
le enseña a volar. Ariel huye de su internado y sobrevuela toda la India, donde
conoce la injusticia del sistema de castas. Es tomado por un dios, sirve de bufón al
rajá y acaba trabajando en un circo, antes de viajar a Nueva York, ciudad en la que
trabaja de Supermán. Harto de Estados Unidos, donde una buena intención puede
devenir un crimen horrible, regresa a la India, junto a sus verdaderos amigos.
Beliaev murió al año siguiente, en plena guerra mundial de una manera brutal,
vencido por el hambre de aquellos trágicos días.
La ciencia-ficción soviética cuenta con otras grandes obras como Dentro de mil
años (1927), de V. Nikolski, donde predice una explosión nuclear para 1945
(bingo), La tierra feliz (1931), de Yan Larri y El secreto de los dos océanos (1938),
de Georgi Adamov. Es un género literario que engendró una ingente producción
novelística tanto en la Unión Soviética como luego en los demás países socialistas y,
desde luego, de una calidad muy superior a la estadounidense. La ciencia-ficción
soviética expresaba la confianza de los pueblos soviéticos por la ciencia y el progreso
de la humanidad, tiene un claro signo positivo, y no tenebroso, como en los países
capitalistas. También era una manera de interesar a las masas por el saber,
haciéndoles partícipes de los avances del conocimiento.
Notas:
(1) Por investigación directa, Raymond Robins y Bruce Lockhart comprobaron
conjuntamente que muchos de aquellos jefes de bandidos antisoviéticos, algunos de
los cuales se llamaban anarquistas, eran realmente financiados por el Servicio de
Inteligencia alemán para provocar desórdenes y motines, como pretexto para la
intervención alemana en Rusia.
(2) En 1922 fue abolida la Cheka y sustituida por la OGPU (iniciales del titulo ruso
Administración Política Unida del Estado). En 1934, la OGPU fue reemplazada por el
NKVD, Departamento de Seguridad Pública dirigida por el Comisariado Soviético de
Asuntos Interiores.
(3) En este capítulo y en el resto de La Gran Conspiración, los autores emplean la
pintoresca historia del capitán Sidney Reilly como símbolo de las actividades de la
coalición occidental antisoviética, encabezada durante aquel periodo por el torysmo
inglés y la reacción francesa. Si bien las opiniones y los actos que aquí se atribuyen a
Reílly, son en efecto, personalmente suyos, es evidente que el propio Reilly no se
hallaba en posición de tomar la iniciativa de una politica, sino que fue entonces y
después, simplemente, el instrumento más resuelto y audaz de la conspiración
antisoviética dirigida desde fuera de Rusia.
(4) El asesino de Mirbach era un terrorista social-revolucionario llamado Blumkin.
Logró entrar en la embajada alemana haciéndose pasar por un funcionario de la
Cheka que venía a prevenir a Mirbach de un proyectado ataque contra su vida. El
embajador alemán preguntó a Blumkin cómo se proponian actuar los asesinos. ¡Así!,
exclamó Blumkin, sacando rápidamente una pistola con la cual disparó contra el
embajador. El asesino escapó saltando por una ventana e introduciéndose en un
automóvil que lo esperaba. Algún tiempo después, el asesino Blumkin llegó a ocupar
el puesto de guardia de corps de León Trotsky.
(5) Después de su regreso a Inglaterra el capitán George Hill fue designado, en
1919, para trabajar como oficial de enlace con los ejércitos de los rusos blancos del
general Antón Denikin, durante la guerra de intervención contra la Rusia soviética.
Más tarde, el capitán Hill pasó a trabajar, como agente especial, para sir Henry
Deterding, el famoso magnate petrolero cuya obsesión era destruir a la Rusia
soviética, y que ayudó a financiar la subida al poder de Hitler en Alemania. Más
adelante, el gobierno inglés empleó a George Hill en importantes
misiones diplomáticas en la Europa oriental. En 1932 se publicó en Londres un libro
de Hill, en el que éste relataba algunas de sus aventuras como espía en la Rusia
soviética; el titulo de la obra era Id a espiar la tierra. Aventuras de I.K.8, del Servicio
secreto británico. En la primavera de 1945, el Gobierno de Churchill eligió a George
Hill, que ya había ascendido a brigadier del ejército inglés, para ir de enviado
especial a Polonia. El brigadier Hill, según se explicó, iba a servir de observador
británico en Polonia, para luego informar a Londres sobre la entonces agitada
sltuación polaca. Pero el gobierno provisional polaco no permitió al brigadier Hill
entrar en Polonia.
(6) Miliukov decía en un estudio jurídico sobre la Unión Soviética que la facultad
concedida a cada Estado participante de retirarse de ella le arrebataba la
personalidad jurídica, le impedía como consecuencia contraer ningún compromiso
internacional. Esto no se ha producido. Lo que sí se ha visto, por el contrario, ha sido
la enorme influencia moral que esta ausencia de coerción ha dado al Partido
Comunista sobre los pueblos pertenecientes a la U.R.S.S.
(7) Estos países se diferenciaban más entre sí que los que han formado los
Estados Unidos de América y entre estas razas existían muchísimos más
contrastes que entre el ruso y el francés o el alemán.