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A. M​ILLÁN​ P​UELLES​ ​Fundamentos de Filosofía ​pp.

197-203

2. El ente físicamente móvil


La denominación "física filosófica", que hasta aquí hemos venido empleando, es extraña
al léxico filosófico usual. La voz "física" aparece en ARISTÓTELES para designar la
ciencia cuyo objeto es el ente constitutivamente material, tal como arriba fue
caracterizado; pero esta ciencia no se escindía, para el Estagirita ni tampoco para sus
seguidores y discípulos, en dos modalidades diferentes, filosófica una y meramente
científica la otra. Una y la misma clase de saber, la ciencia o filosofía física, se ocupaba
--como antes también se indicó- del ser esencialmente material, sin distinción entre las
dimensiones fenoménicas y las entitativas. Sólo cuando esta distinción surge, tiene
sentido hablar, en acepción restringida, de "física filosófica", por oposición a la ciencia
de los fenómenos naturales.
La falta de abolengo, sin embargo, de esa misma expresión hace aconsejable el empleo
de otros términos ya consagrados en la terminología usual: tales las denominaciones
"filosofía natural", "filosofía de la naturaleza". La palabra latina ​natura ​traduce, en
efecto, al vocablo griego ​physis​, del que deriva el término "física". De ahí el frecuente
uso que alcanzara en la Escuela la expresión "philosophia naturalis" como designativa
del estudio del ser constitutivamente material. Igualmente correctas en principio, para la
traducción al castellano de esta última fórmula, son las dos mencionadas: filosofía
natural y filosofía de la naturaleza. La primera de ellas, no obstante, se presta en nuestra
lengua a un cierto equívoco: el adjetivo "natural" puede tomarse, no como referido al
objeto o materia de esa filosofía, sino como una especie de interno calificativo de ella;
de tal suerte, que entonces filosofía natural sería cuanto se opone a toda clase de
conocimiento sobrenatural, con lo que el término perdería su acepción restringida y no
valdría para designar específicamente las ciencias de las realidades materiales. Es
frecuente también en la Escuela el uso del sustantivo "filosofía", sin calificativo alguno,
para designar la ciencia de esas mismas realidades; pero también la equivocidad del
término resulta aquí patente, por lo que es preferible valerse de la fórmula completa
"filosofía de la naturaleza", a falta de otra expresión más simple y de análoga precisión
significativa. Por último, el término "cosmología", frecuentemente empleado para
denominar a una parte de la filosofía de la naturaleza, tiene sobre ello el inconveniente
de ser demasiado vago, sobrepasando acaso la órbita concreta de la realidad material
puramente física.
Limitándose a esta realidad, la filosofía de la naturaleza constituye un saber de perfil
definido y que goza, por tanto, de una relativa autonomía. Su "objeto material" lo
constituye así ​el ente corpóreo, o​ lo que es lo mismo, el ​cuerpo natural. ​Todas las
realidades materiales son, en efecto, corpóreas. Mas la naturaleza material, justamente
por ser efectiva en la realidad misma de las cosas, no es nada puramente matemático. El
cuerpo natural a que nos referimos es un ente real, de índole sensible, y no una mera
abstracción geométrico. Hállase dotado de todas las cualidades y determinaciones
empíricas que los sentidos nos manifiestan v carece tan sólo, en cuanto objeto de
conocimiento científico, de la real individuación que fuera de la mente le conviene. La
filosofía de la naturaleza no trabaja, por tanto, sobre un puro esquema matemático,
vacío de contenido, sino que tiene ante sí todo el haber y la policromía empírica de las
realidades materiales.
Hay ya en esto, por cierto, una notable diferencia entre filosofía de la naturaleza y
ciencia fisicomatemática experimental. Esta última, aunque distinta de la matemática
simplemente dicha, está regida y determinada por ella. El fisicomatemático tiene
condicionada su tarea por la exigencia de formular "matemáticamente" los objetos
físicos. En consecuencia, sólo podrá expresarnos lo que en esos objetos sea susceptible
de tratamiento y formulación matemáticos, debiendo, por tanto, prescindir de cuanto no
tolere la reducción a estos moldes. De ahí que tal saber, aunque rico en detalles v
descripciones de los fenómenos, sea, sin embargo, "esencialmente" menos amplio que la
filosofía de la naturaleza, abierta por principio a la plenitud sensible de la realidad
material.
El "objeto formal", empero, de la filosofía de la naturaleza no puede consistir en
ninguna de las concretas propiedades sensibles en que abundan los cuerpos. Objeto
formal de una
ciencia es, en general, siempre, algún aspecto de índole universal contenido en el
respectivo objeto material. Ello no obstante, se podría pensar que la condición de "ente
sensible" que el cuerpo real tiene fuera, por cierto, el objeto formal de la filosofía de la
naturaleza, ya que esta condición es en sí misma algo inteligible. Una cosa, en efecto, es
lo captado por los sentidos y otra la propiedad que este mismo tiene de ser captable por
ellos. Tal propiedad ya no es, a su vez, algo que los sentidos aprehendan, sino una
dimensión inteligible de que se halla provisto el ser sensible, el cual, por tanto, y en la
misma medida en que la tiene, manifiéstese ya como un objeto que trasciende el
dominio de lo puramente sensorial.
Paradójicamente, lo que es sensible es, por ello mismo, algo más que sensible:
inteligible (ya que es el entendimiento, y no los sentidos, quien "se hace cargo" o torra
conciencia de la operación de estos). Ocurriría, pues, que el objeto formal de la filosofía
de la naturaleza, no estribando en ninguna propiedad sensible de la realidad corpórea,
sería, no obstante, la misma propiedad de ser sensible que tal realidad tiene, o si se
quiero, esa misma realidad en tanto que dotada de tal propiedad. Fácilmente se advierte,
sin embargo, que el giro, dialécticamente impecable, que nos ha conducido a esta
conclusión se limita a poner como objeto formal de la filosofía de la naturaleza una
dimensión que los seres corpóreos poseen sólo de una manera relativa. Son, sin duda,
los seres corpóreos los que ​son ​sensibles, pero este su "ser sensibles" los dirige y vierte
a algo distinto de ellos -no son sensibles para sí mismos, sino para otros-. La misma
propiedad de ser sensible, aun entrañada en la realidad corpórea, no es en esta un valor
absoluto, algo poseído de una manera enteramente intrínseca, sino una cualidad por la
que el mismo ser que la posee se orienta al exterior, siendo denominado en función de
otros entes.
Si el filósofo de la naturaleza ha de lograr un conocimiento de la estructura intrínseca
del ente corporal, no podrá, en consecuencia, tener el "ser-sensible" por objeto formal o
ángulo de visión de su horizonte. Y ello a pesar de que la propiedad de ser sensible que
su objeto posee es realmente algo, sin lo que no cabría conocimiento alguno de los seres
corpóreos. Si por su misma naturaleza tales realidades no tolerasen ser aprehendidas por
los sentidos humanos, nada, en efecto, lograríamos saber acerca de ellas -y, según lo que
prueba la psicología, de ninguna otra cosa-. Pero esto no demuestra ni que la propiedad
de ser sensible sea lo que los sentidos aprehenden en las cosas corpóreas (antes bien, es
el mismo entendimiento quien se hace presente una tal cualidad), ni que esa propiedad
constituya en los cuerpos nada más que una simple ​condición ​de su conocimiento
sensitivo. Para el conocimiento intelectual quedan en ellos otras propiedades que los
sentidos captan en concreto y en las que, por su parte, el entendimiento ve, en principio,
un valor absoluto e intrínseco. Son justamente todas las propiedades que los sentidos, a
su modo, aprehenden, las cuales, intelectualmente esclarecidas, aparecen como algo
propio del ser corpóreo constituido o radicado en él. Y aun este mismo ser, en tanto que
afectado de semejantes determinaciones, como sustrato o portador de ellas, goza
también de una interior cognoscibilidad, que se escapa al alcance de la noción, tangente
y relativa del mero "ser sensible”.
Como objeto de la filosofía de la naturaleza se requiere, pues, algo a cuyo través puedan
ser alcanzadas -intelectualmente aprehendidas- todas las propiedades empíricas de los
entes corpóreos, y aun estos mismos en la medida en que se revisten de ellas; algo, por
tanto, en suma, que internamente afecte al ser corpóreo en su plenaria realidad. Mas
como quiera que el objeto formal de una ciencia, al especificar su condición, la
distingue asimismo de las demás ciencias, la noción que se busca no solamente habrá de
convenir a ​todo ​el ser corpóreo, sino también, y muy precisamente, a ​sólo él. E ​ ste
común y privativo denominador interno del mundo corporal es conocido en la
terminología de la Escuela con el nombre, sumamente expresivo, de ​ente móvil.
En su sentido más obvio, la fórmula "ente móvil" equivale a la de ente capaz de
movimiento. El objeto formal de la filosofía de la naturaleza es, en consecuencia, lo que
es susceptible de moverse, aquello a lo que afecta tal posibilidad. Pero con estos giros
no queda suficientemente caracterizado en nuestro idioma todo lo que la Escuela
comprendía en el objeto formal de la filosofía de la naturaleza. Ante todo, el
"movimiento" suele entenderse, en la más usual acepción, en un sentido meramente
topográfico, esto es, como cambio de lugar o simple locomoción,- mientras que en
lenguaje filosófico el movimiento se toma en la acepción más amplia, por virtud de la
cual se identifica a la noción de cambio en general, o lo que es igual, a la de mutación.
Movimiento es así no sólo el puro cambio de lugar, por el que se recorre una distancia,
sino también cualquier otra especie de mutación real, tanto de índole cuantitativa como
cualitativa. Una alteración de las cualidades cromáticas, por ejemplo, de un objeto físico
es, en este sentido amplio y filosófico, un movimiento.
Junto a esta ampliación de su sentido, la idea de movimiento debe, no obstante, ir
acompañada, para su empleo en la filosofía de la naturaleza, de una cierta restricción o
precisión. El movimiento o cambio que en general conviene a los seres corpóreos es de
naturaleza divisible, imperfecta, lo que equivale a decir que tiene partes, etapas,
sucesivamente recorridas por la cosa que cambia, siendo de esta manera un tránsito
gradual y continuo de un estado a otro. Este cambio, llamado precisamente "físico", se
opone al movimiento "metafísico", que es el que se produce sin transición o fases, y por
ende, enteramente perfecto e indivisible. La creación y la aniquilación son ejemplos de
movimiento metafísico u operación perfecta y subitánea. Tales actos, en los que entra en
juego todo el ser de las cosas, no pueden tener partes: o se producen en su plenitud, o
son en absoluto inexistentes, ya que no hay medio alguno ni posibilidad de graduación
entre el puro ser y la absoluta nada.
Es, pues, el "ente físicamente móvil" el objeto formal de la filosofía de la naturaleza. Y
si en esta se estudian actos metafísicos -tales como el conocimiento y la apetición- es
porque estas operaciones tienen por sujetos ciertas realidades en las que la materia está
animada por una energía o forma capaz de suscitarlos. El filósofo de la naturaleza
considera las mencionadas operaciones en la medida en que pertenecen ​- actiones sunt
suppositorium- a​ entidades dotadas de naturaleza material y, por tanto, físicamente
móvil, pues la más noble de ellas, que es el hombre, aunque provistas de un poder
espiritual, se encuentra realizada en la materia, de la que depende como de una interna
dimensión constitutiva de su propio ser.
***
Estudiar el ente físicamente móvil no es, por cierto, lo mismo que estudiar la movilidad
física. Aquel es el sujeto o fundamento en que esta enraiza. El ente, en tanto que
susceptible de mutación física, se encuentra así en el objeto formal de la filosofía de la
naturaleza, por donde resulta que al ocuparse esta de las entidades materiales o cuerpos
físicos -que constituyen su objeto material- conserva, sin embargo, su índole filosófica,
precisamente por referirse al "ente", siquiera sea tomado en su flexión más precaria: la
de los entes físicamente notables.
Es el carácter de ente que se presume en las cosas físicamente móviles lo que sustenta
en definitiva la índole filosófica de éste departamento del saber, distinguiéndolo así de
la física meramente científica, que tiene el mismo objeto material. La filosofía de la
naturaleza se fundamenta sobre el supuesto de que los entes físicamente móviles son, en
efecto, ​entes, y​ no tan sólo meros objetos de aprehensión fisicomatemática. Justamente
desde este supuesto se plantea la cuestión capital de la filosofía de la naturaleza: ¿cómo
es posible el ente físicamente móvil?; o dicho de otra forma: ¿cuál es la estructura
entitativa que hace posible la movilidad física?
Trátase, según esto, de indagar la manera de ser de lo que es físicamente móvil para
que, sin dejar de ser ​mutable, ​sea, sin embargo, un ​ente. ​Desde ARISTÓTELES, la
filosofía de la naturaleza parte del supuesto de que los cuerpos físicos son una verdadera
realidad. Frente a PARMÉNIDES, que excluye por completo del ser a los objetos
sensibles y cambiantes, esta postura filosófica se arriesga a conocer las condiciones
entitativas del ser físicamente móvil. Cree, en una palabra, que este es un ente real, mas
trata de ver cómo. Un "cómo", sin embargo, no de sentido puramente extrínseco, sino
esencial y fundamental, esto es, capaz de esclarecernos la entidad de las cosas
físicamente móviles en su carácter de raíz y principio de su mismo cambiar.

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