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DESAFÍO 4: En una sociedad donde la imagen, audiovisual y fotográfica, tiene tanta presencia,

estamos recibiendo muy pocas del horror que se está viviendo en los hospitales, y al no poder salir
a la calle, vemos la realidad en la televisión o el móvil, en las mismas pantallas que la ficción.
¿Puede hacer todo esto que nos distanciemos de la situación y la infravaloremos?

Fernando Broncano: Bueno, eso fue más o menos lo que describió Baudrillard como rasgo central
de nuestra cultura. Una especie de cultura a distancia de la realidad, vivida a través de la
mediación de las (ahora) mil pantallas que nos rodean. Lo que está ocurriendo ahora creo que es
nuevo. No tiene ya mucho sentido la idea de la diferencia entre la presencia física y la realidad
virtual. Se ha entremezclado todo. La muerte por los pasillos no es ya un espectáculo como la
guerra de Irak en la primera guerra del Golfo: es algo nuevo, en donde la distancia y la presencia
se entremezclan. Más que la idea de espectáculo hay que pensar en la de teletrabajo como forma
cultural y económica que ha llegado para quedarse y que va a redefinir las empresas del futuro.
Aún no sabemos cómo, pero no creo que la etapa de confinamiento desaparezca cuando lo haga
el virus, probablemente dará paso a nuevas formas de organización de la vida y el trabajo
(también de la explotación).

Y así, para analizar una situación tan grave y desconcertante, se está generando una pugna en el
ámbito institucional, en los medios comunicación y en las redes sociales por imponer un relato o
narrativa sobre ella. Y todo, con la contaminación de las fake news, que ya comienzan a ser un
problema de higiene pública. ¿Cómo puede afectar todo esto a nuestra relación con la información
y la percepción de los hechos?

Fernando Broncano: El asunto ha cobrado una dimensión tan espeluznante que incluso el rey de
la posverdad y las fake, Trump (o sus imitadores Boris Johnson y Bolsonaro) han quedado
desbordados por la invasión de la realidad en sus propios autoengaños. El control de la
información, tal como lo hemos vivido, ha quedado pequeño ante las dimensiones
socioeconómicas de la pandemia. El mundo ha entrado en una fase histórica en donde no se trata
ya de quién se queda con el relato sino de quién será capaz de hacer un relato medianamente
consistente de lo que ocurre. El cerebro humano y los cerebros colectivos que constituyen
nuestras sociedades están preparados para convertir en experiencia hechos de dimensiones
manejables cognitiva y emocionalmente. Más allá, los relatos se vuelven nebulosos. Walter
Benjamin ya lo describió en sus dos textos de El narrador y La pobreza de la experiencia,
pensando en la catástrofe histórica que supuso la Primera Guerra Mundial. De hecho, ha sido una
guerra que ha quedado sin relato cuando fue el inicio de otros procesos de dimensiones telúricas
como la Revolución Rusa, la Segunda Guerra Mundial, y la descolonización del mundo. Ahora
estamos en una situación similar. En el ojo del huracán hay una cierta paz que impide entender lo
que ocurre, aunque sabemos que es algo de descomunal significación en la historia.

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