El golpe de Estado
El 24 de marzo de 1976 no fue un día más en la historia argentina. En esa fecha las Fuerzas
Armadas de nuestro país usurparon el gobierno y derrocaron a la entonces presidenta
constitucional María Estela Martínez de Perón. Del mismo modo destituyeron a los
gobernadores de las provincias, disolvieron el Congreso Nacional y las Legislaturas
Provinciales, removieron a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y anularon las
actividades gremiales como así también la de los partidos políticos. En suma clausuraron
las instituciones fundamentales de la vida democrática.
La Constitución Nacional –es decir, la ley de leyes de la República Argentina–, dejó de
regir la vida política del país y los ciudadanos quedaron subordinados a las normas
establecidas por los militares. Se inició entonces una dictadura que se instaló en el gobierno
por la fuerza, por medio de lo que se denomina golpe de Estado. El gobierno de facto
estuvo integrado por una Junta Militar que reunía a los máximos jefes de las tres Fuerzas
Armadas: el ex general Jorge Rafael Videla por el Ejército, el ex almirante Emilio Eduardo
Massera por la Marina y el ex brigadier Orlando Ramón Agosti por la Aeronáutica.
El golpe de 1976 fue el último pero no el único. Desde 1930 nuestro país había sufrido
sucesivas interrupciones del orden democrático. La supresión de los gobiernos elegidos por
el pueblo, la represión de los conflictos que surgían entre distintos sectores sociales y la
apelación a la violencia habían sido, lamentablemente, bastante frecuentes desde esa fecha.
Sin embargo, la dictadura que se inició en 1976 tuvo características inéditas, recibiendo el
nombre de terrorismo de Estado.
Algunos ciudadanos e investigadores prefieren hablar de golpe cívico-militar. ¿Por qué?
Porque entienden que los militares no actuaron solos ni por su cuenta. La decisión de tomar
el gobierno contaba con la adhesión de diversos grupos de la sociedad (sectores con gran
poder económico, grupos conservadores, algunos medios de comunicación aines) que
entendían que una dictadura era necesaria para organizar el país.
De este modo, a la vez que se desarrollaban acciones de control, disciplina y violencia
nunca vistas sobre la sociedad, se tomaban decisiones económicas que privilegiaban el
ingreso de bienes y mercancías desde el exterior por sobre la producción de nuestro país.
Así miles de trabajadores de nuestras fábricas perdieron su trabajo debido a que la industria
nacional no podía producir productos a un precio similar o menor a los importados. Este
proceso fue acompañado por una campaña publicitaria que intentaba convencer a la
población de que la industria argentina era mala, de baja calidad y asociaba a lo venido de
afuera con lo bueno, lo interesante, lo deseado, ocultando que en esa decisión miles de
argentinos quedaban sin trabajo y muchas familias perdían su salario y pasaban entonces a
ser pobres.
A la vez, los sucesivos miembros de la Junta Militar y diversas empresas asociadas
solicitaron grandes sumas de dinero al exterior en carácter de préstamos. Ese dinero
incrementó la deuda externa del país de una manera inédita: de 8 mil a 43 mil millones de
dólares que se convirtió por decisión de la misma dictadura, en deuda pública, es decir en
deuda que debieron pagar todos los argentinos.
Por otra parte se tomaron distintas medidas financieras y administrativas que hicieron que
el Estado iniciara un período de desinversión en salud, educación y vivienda con efectos
muy importantes en el empeoramiento de las condiciones de vida de la gente: aumento de
la pobreza e inicio de lo que hoy denominamos exclusión social. Es decir, se inició el
proceso por el cual muchos hombres y mujeres no encontraban trabajo porque no había
fábricas ni instituciones que necesitaran trabajadores y por lo tanto no podían cubrir sus
necesidades básicas.
Detenidos-desaparecidos
En 1979, en una entrevista periodística, el dictador Jorge Rafael Videla dijo una frase que
con el tiempo se volvió tristemente célebre: «Le diré que frente al desaparecido en tanto
este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento
especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… Está desaparecido» (1). La
palabra «desaparecido», tanto en Argentina como en el exterior, se asocia directamente
con la dictadura de 1976, ya que el terror estatal tuvo como uno de sus principales
mecanismos la desaparición sistemática de personas.
El término «desaparecido» hace referencia, en primer lugar, a aquellas personas que
fueron víctimas del dispositivo del terror estatal, que fueron secuestradas, torturadas y,
finalmente, asesinadas por razones políticas y cuyos cuerpos nunca fueron entregados a
sus deudos y, en su gran mayoría, todavía permanecen desaparecidos.
Otras dictaduras de Latinoamérica y el mundo también secuestraron, torturaron y
asesinaron por razones políticas, pero no todas ellas produjeron un dispositivo como la
desaparición de personas y el borra miento de las huellas del crimen. Lo específico del
terrorismo estatal argentino residió en que la secuencia sistematizada que consistía en
secuestrar-torturar-asesinar descansaba sobre una matriz cuya finalidad era la
sustracción de la identidad de la víctima. Como la identidad de una persona es lo que define
su humanidad, se puede afirmar que la consecuencia radical que tuvo el terrorismo de
Estado a través de los centros clandestinos de detención fue la sustracción de la identidad
de los detenidos, es decir, de aquello que los definía como humanos.
Para llevar adelante esta sustracción, el terrorismo de Estado implementó en los campos
de concentración una metodología específica que consistía en disociar a las personas de
sus rasgos identitarios (se las encapuchaba y se les asignaba un número en lugar de su
nombre); mantenerlas incomunicadas; sustraerles a sus hijos bajo la idea extrema de
que era necesario interrumpir la transmisión de las identidades y, por último,
adueñarse hasta de sus propias muertes.
Los captores no sólo se apropiaban de la decisión de acabar con la vida de los cautivos sino
que, al privarlos de la posibilidad del entierro, los estaban privando de la posibilidad de
inscribir la muerte dentro de una historia más global que incluyera la historia misma de
la persona asesinada, la de sus familiares y la de la comunidad a la que pertenecía. Por esta
última razón, podemos decir que la figura del desaparecido encierra la pretensión más
radical de la última dictadura: adueñarse de la vida de las personas a partir de la sustracción
de sus muertes.
Por eso, cada acto de los cautivos tendientes a restablecer su propia identidad y a
vincularse con los otros en situación de encierro resultó una resistencia fundamental a la
política de desaparición. Lo mismo ocurre cada vez que se localiza a un niño apropiado,
hoy adulto, y cada vez que se restituye la identidad y la historia de un
desaparecido. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se destacó desde
muy temprano en la búsqueda e identificación de los cuerpos de los desaparecidos que
fueron enterrados como NN. El EAAF posee un banco de datos que, en este momento,
articulado con el Estado nacional, continúa permitiendo el encuentro entre los familiares y
los cuerpos de las víctimas.
Estas, son formas de incorporar a los desaparecidos a la vida y a la historia de la
comunidad, son modos de torcer ese destino que, según las palabras de Videla, era sólo
una «incógnita».
La declaración de Videla está tomada de Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz, Buenos Aires,
Planeta, 1999. Fue reproducida en los medios de comunicación el 14 de diciembre de
1979.
Noche de los lápices
El 16 de septiembre es una fecha que, además de haber sido fijada en el calendario escolar
por diferentes legislaciones, debe su impulso a quienes la sintieron como propia desde la
recuperación de la democracia: los estudiantes.
Este día, que recuerda un hecho represivo conocido como La Noche de los Lápices, trae a
la memoria a un grupo de jóvenes estudiantes secundarios que fueron secuestrados por la
última dictadura (1976 – 1983) en la ciudad de La Plata. La fecha es hoy un aniversario de
alcance nacional y el suceso es conocido mundialmente porque en él se sintetizan muchos
de los elementos más profundos de las memorias sobre el terrorismo de Estado y porque se
trata de un hecho que atacó centralmente a los jóvenes.
Constituye un hito de la memoria social por el valor que tiene para reflexionar acerca de la
construcción de esa memoria y sus transformaciones en función de los cambios del
presente.
A mediados de septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata un grupo de estudiantes
secundarios fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Entre ellos estaban: Francisco López
Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel
Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y
Emilce Moler.
Durante su secuestro, los jóvenes fueron sometidos a torturas y vejámenes en distintos
centros clandestinos, entre ellos el Pozo de Arana, el Pozo de Banfield, la Brigada de
Investigaciones de Quilmes y la Brigada de Avellaneda. Seis de ellos continúan
desaparecidos (Francisco, María Claudia, Claudio, Horacio Daniel y María Clara) y sólo
cuatro pudieron sobrevivir, Pablo Díaz, Gustavo Calotti, Emilce Moler y Patricia Miranda.
Este episodio, por lo tanto, constituye uno de los crímenes de lesa humanidad cometidos
por el terrorismo de Estado.
La mayoría de los jóvenes tenían militancia política. Muchos habían participado, durante la
primavera de 1975, en las movilizaciones que reclamaban el BES (Boleto Estudiantil
Secundario), un beneficio conseguido durante aquel gobierno democrático y que el
gobierno militar de la provincia fue quitando de a poco –subiendo paulatinamente el precio
del boleto- a partir del golpe del 24 de marzo de 1976. Por otro lado, buena parte de los
estudiantes integraba la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y la Juventud Guevarista,
entre otras organizaciones.
En su libro Los trabajos de la memoria, Elizabeth Jelin explica que la memoria, en tanto
herramienta para procesar el trauma social, tiene tres características centrales: es
un proceso subjetivo que está anclado en experiencias y marcas simbólicas y materiales; es
un objeto de disputa, existen luchas por la memoria y por eso se habla de memorias en
plural y no en singular; es un objeto que debe ser historizadoporque el sentido del pasado
va cambiando con la aparición de nuevos testimonios, nuevas pruebas judiciales y con las
transformaciones políticas y sociales.
La memoria sobre La Noche de los Lápices es un ejemplo paradigmático en este sentido
porque fue cambiando a la par de las transformaciones de la memoria social. En primer
lugar, el episodio fue conocido porque alcanzó resonancia pública durante el Juicio a las
Juntas Militares, en el año 1985, cuando Pablo Díaz, uno de los jóvenes sobrevivientes,
narró su historia ante la justicia. Un año después de ese testimonio, la historia de “los
chicos” de La Noche de los Lápices logró amplificarse a través del libro escrito por los
periodistas Héctor Ruiz Núñez y María Seoane, y la película, basada en éste, dirigida por
Héctor Olivera.
El libro tuvo más de diez ediciones y la película sigue siendo, aún hoy, una de las más
vistas en las escuelas a la hora de recordar lo sucedido. Es decir, que ambos objetos
culturales tuvieron una enorme eficacia para transmitir este hecho. Sin embargo, ambas
representaciones, por la época en las que fueron realizadas, evitan mencionar un dato
central de la historia: la pertenencia política de la mayoría de los jóvenes secuestrados. La
narración del libro y la película describe a los jóvenes como “apolíticos” y, en ese sentido,
impide conocer una parte fundamental de la historia argentina reciente.
A su vez, en aquellos primeros años de la democracia, La noche de los lápices funcionó
como una bandera para los centros de estudiantes que volvieron a abrirse o se conformaron
por aquel entonces. El episodio estaba protagonizado por jóvenes estudiantes, lo que
provocaba –y provoca- una fuerte identificación y el peso del relato estaba en la lucha
estudiantil por el boleto de 1975, una causa que puede convocar adhesiones aún hoy en día.
Fue con el paso del tiempo y las profundizaciones en la historia argentina reciente que la
figura de los jóvenes secuestrados adquirió características más complejas. Es decir: su
lucha como estudiantes pudo ser inscripta en la historia mayor de las importantes
movilizaciones sociales de la década del setenta. Esto no relativiza el peso del aniversario,
sino que, por el contrario, muestra el carácter vital que la memoria tiene, cuando las
sucesivas generaciones se apropian de un hecho del pasado desde sus preocupaciones del
presente.
La fecha de La noche de los lápices permite condenar al terrorismo de Estado. Es, a su vez,
una invitación a recordar la vida de aquellos jóvenes que lucharon y participaron para
construir un futuro mejor. Y puede, por último, constituirse en una ocasión propicia para
acompañar el homenaje con un ejercicio reflexivo en torno a la construcción social de la
memoria. Para este ejercicio ofrecemos una selección de testimonios de dos de los
sobrevivientes que narran, cada uno desde su experiencia subjetiva, lo sucedido en aquel
entonces. La lectura de estos relatos ayuda a visualizar que la memoria, en tanto objeto de
disputa, reclama nuestra activa participación para arribar al piso de verdad y justicia que
anhelamos.
La resistencia
Durante la represión muchas personas vivieron con miedo. La ciudadanía fue desinformada
ya que los medios de comunicación, cuya función es informar a la sociedad lo que sucede,
no dieron a conocer las atrocidades que la dictadura cometía. Otras personas fueron
indiferentes a lo que ocurría a su alrededor y otras, directamente, apoyaron a los militares.
Hubo sin embargo algunas que resistieron como pudieron, desde sus ámbitos o lugares de
trabajo intentando reunirse, compartir sus ideas y, de esta manera, evitar las imposiciones
del gobierno militar. Otras tantas lograron organizarse y llevar adelante acciones concretas
de crítica y resistencia. Entre ellas las madres de los desaparecidos, que jueves tras jueves,
con la cabeza cubierta con un pañuelo blanco, dieron vueltas a la pirámide de la Plaza de
Mayo para exigir información sobre sus hijos. Acciones similares surgieron en distintas
localidades del país. Su accionar marca un profundo ejemplo de resistencia de la sociedad.
Pacíficamente, sólo caminando lentamente y en conjunto; se enfrentaron al miedo y al
poder militar todos los jueves, exigiendo la aparición con vida de sus hijos y pidiendo
justicia. Hubo además otras organizaciones de Derechos Humanos que denunciaron el
terror argentino, aquí y en el mundo.
Para encontrar a sus nietos y devolverles su identidad surgió la Asociación Civil Abuelas de
Plaza de Mayo (1). Esta organización no gubernamental tiene como finalidad
localizar y restituir a sus legítimas familias a todos los niños apropiados y privados de su
identidad por la represión militar, como también crear las condiciones para que nunca
más se repita esta violación de los derechos de los niños.
También algunos trabajadores encontraron formas de resistir al disciplina miento de la
dictadura. En 1979 la CGT Brasil, dirigida en ese entonces por un trabajador de la
industria cervecera, Saúl U Baldini, convocó a la primera huelga general. A su vez, en los
distintos lugares de trabajo se instrumentaron otros métodos de lucha como el boicot y el
trabajo a reglamento, lo que algunos autores llamaron la “resistencia defensiva”.
Mundial 78
Censura
El proyecto de la dictadura de disciplina miento y control de la población no se limitó a la
persecución, represión y desaparición de personas. También abarcó a la cultura en todas sus
formas.
Uno de los modos en que los militares buscaban controlar las maneras de pensar y sentir de
los ciudadanos era la censura. Aparecieron las famosas “listas negras”1 donde se
prohibieron libros, canciones, películas, revistas, etc. y se persiguió a escritores, artistas,
educadores, poetas, periodistas e intelectuales en general. Cuentos para chicos traviesos, de
Jacques Prever, y Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornean, fueron algunos de
los libros prohibidos y sacados de circulación.
Diversas investigaciones han dado cuenta que la dictadura tuvo una política cultural de
alcance nacional: una verdadera estrategia de control, censura, represión y producción
cultural, educativa y comunicacional, cuidadosamente planificada. La cultura y la
educación eran consideradas por los dictadores como un “campo de batalla” contra la
subversión2
Muy ilustrativa es, en este sentido, la resolución del rector del Colegio Nacional de Buenos
Aires, Eduardo Aníbal Rómulo Maniglia, tendiente a detener “la indumentaria desalineada,
el aspecto hirsuto, la palabra y el gesto procaz”. En la misma se establecía, por ejemplo, la
vestimenta y el largo del cabello que debían mantener los estudiantes durante su
permanencia en el establecimiento escolar: pollera gris hasta la rodilla, saco azul liso y
blusa blanca para ellas; pantalón gris, saco azul, camisa blanca, corbata oscura y cabello
corto a dos dedos por encima del cuello de la camisa, para ellos.
Frente a esta política represiva en el plano cultural muchas personas tuvieron que exiliarse
y muchas otras se escondieron. También, en el ámbito privado, fueron quemadas aquellas
obras de la cultura (libros, revistas, afiches) que pudieran parecer sospechosas o ser
calificadas como “subversivas” por los militares. Otros resistieron como pudieron desde sus
espacios de trabajo o juntándose con aquellos que no se resignaban a dejar de compartir sus
ideas y sueños. Muchos optaron por recluirse y exiliarse internamente (sin irse del país
dejaron de hacer las actividades que hacían cotidianamente por temor).
Se trata de una lista de personas, instituciones u objetos que deben ser discriminados en
alguna forma con respecto a los que no están en la lista. La discriminación puede ser social,
técnica o de alguna otra forma. Durante la dictadura se confeccionaba este tipo de listas
para perseguir ilegalmente a las personas.
Identidad y memoria
El ejercicio sistemático del terror –caracterizado por la desaparición de personas y la
existencia de centros clandestinos de detención– desplegó otro mecanismo siniestro: la
apropiación de menores. Los responsables del terrorismo de Estado consideraban que
para completar la desaparición de la forma ideológica que pretendían exterminar era
necesario evitar que ésta se transmitiera a través del vínculo familiar. Por eso, se
apropiaron de los hijos y las hijas de muchos de los desaparecidos. Como dicen las
Abuelas de Plaza de Mayo en su página web el objetivo era que los niños «no sintieran ni
pensaran como sus padres, sino como sus enemigos» (1).
El procedimiento de apropiación de niños y niñas se llevó a cabo de diferentes maneras.
Algunos fueron secuestrados junto a sus padres y otros nacieron durante el cautiverio de
sus madres que fueron secuestradas estando embarazadas. Muchas mujeres dieron a luz
en maternidades de modo clandestino y fueron separadas de sus hijos cuando éstos apenas
habían nacido.
La cantidad de secuestros de jóvenes embarazadas y de niños y niñas, el funcionamiento de
maternidades clandestinas (Campo de Mayo, Escuela de Mecánica de la Armada, Pozo
de Banfield y otros), las declaraciones de testigos de los nacimientos y de los mismos
militares demuestran que existía un plan preconcebido. Es decir: además del plan
sistemático de desaparición de personas, existió un plan sistemático de sustracción de la
identidad de los niños.
Los niños y las niñas robados como «botín de guerra» tuvieron diversos destinos: fueron
inscriptos como propios por los miembros de las fuerzas de represión; vendidos;
abandonados en institutos como seres sin nombre; o dados en adopción fraguando la
legalidad, con la complicidad de jueces y funcionarios públicos. De esa manera, al anular
sus orígenes los hicieron desaparecer, privándolos de vivir con su legítima familia, de
todos sus derechos y de su libertad. Sólo unos pocos fueron entregados a sus familias.
«La desaparición y el robo condujeron a una ruptura del sistema humano de filiación y
se produjo una fractura de vínculos y de memoria», explica Alicia Lo Giúdici,
psicóloga de Abuelas de Plaza de Mayo. Para reparar esa fractura surgió la Asociación
Civil Abuelas de Plaza de Mayo, organización no gubernamental que tiene como finalidad
localizar y restituir a sus legítimas familias a todos los niños apropiados por la represión
política, como también crear las condiciones para que nunca más se repita «tan terrible
violación de los derechos de los niños exigiendo que se haga justicia».
En todos sus años de lucha, las Abuelas encontraron a varios de esos nietos desaparecidos y
pudieron generar conocimiento sobre el proceso de restitución del origen familiar.
Así lo explican en su página web: «Las vivencias individuales de los hijos de
desaparecidos, ya jóvenes, que descubren la verdad sobre sus historias personales y
familiares son diversas y hasta opuestas. Existen, sin embargo, algunos factores
comunes. Todos descubren, en primer lugar, un ocultamiento. En segundo lugar, esas
historias están ligadas trágicamente a la historia de la sociedad en la que viven (…) La
restitución tiene un carácter liberador, descubre lo oculto, y restablece el “orden de
legalidad familiar”. La restitución descubre la eficacia del reencuentro con el origen,
reintegra al joven en su propia historia, y le devuelve a la sociedad toda la justicia que
radica en la verdad».
En la actualidad, aun después de más de 30 años, esta búsqueda continua. Fueron
encontrados 101 niños desaparecidos pero todavía, se estima, faltan más de 400.
El siluetazo
Durante los primeros años de la dictadura militar, las formas de expresar la oposición al
régimen estuvieron severamente acotadas por el Estado terrorista. Frente a un panorama
cerrado y difícil se desarrollaron paulatinamente diferentes formas de resistencia y
manifestación, que a medida que el gobierno comenzó a perder su capacidad de presión, y
los ciudadanos el miedo a este, ganaron una importante visibilidad.
Esto fue particularmente visible con posterioridad a la derrota de la guerra de Malvinas
(1982), que produjo un severo golpe simbólico para la dictadura. Las manifestaciones
ganaron gradualmente espacio y formas de expresión anteriormente subterráneas
comenzaron a desenvolverse a la luz. El esfuerzo inicialmente solitario de los organismos
de Derechos Humanos, comenzó a ser acompañado por otros actores sociales que
desplegaron nuevas formas de protesta y movilización.
Este fue el caso de una intervención artística conocida como El Siluetazo. El 21 de
septiembre de 1983, por iniciativa de un grupo de artistas, grupos estudiantiles y
agrupaciones juveniles, y con el apoyo de los organismos de Derechos Humanos, los
manifestantes comenzaron a delinear sus siluetas en afiches, que luego instalaron en las
inmediaciones de la plaza. Prestaron sus cuerpos para convocar a aquellos que el terror
estatal había desaparecido: las siluetas buscaban representar la presencia de los
desaparecidos y cuestionar a la dictadura militar desde el arte.
Las figuras humanas, de tamaño natural, se extendieron de la Plaza de Mayo a toda la
ciudad. Desde ese momento, se transformaron en uno de los emblemas del reclamo por la
memoria, la verdad y la justicia, y constituyen parte del repertorio simbólico de distintas
movilizaciones sociales y políticas.
Nunca más
La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) fue creada el 15 de
diciembre de 1983 para llevar adelante la investigación sobre las violaciones a los
Derechos Humanos ocurridas entre los años 1976 y 1983. Estuvo integrada por
personalidades de diversos ámbitos de la cultura, la ciencia y la religión,entre otros.
La CONADEP tenía como misión investigar, recibir información y denuncias sobre
las desapariciones de personas, secuestros y torturas que sucedieron durante el período de
la dictadura, con el objetivo final de generar informes a partir de todos estos elementos
reunidos. Así sucedió y la comisión entregó su documento final al entonces presidente
Raúl Alfonsín (1983-1989) el 20 de septiembre de 1984. Luego, el informe sería editado en
el libro Nunca Más, también conocidos con el nombre de Informe Sábato, dado que el
reconocido escritor había redactado parte de su contenido y presidido la comisión
investigadora.
¿Cuál es la historia de este informe? ¿Bajo qué condiciones políticas tuvo lugar? Luego de
la derrota en la guerra de Malvinas, la crisis política se profundizó, la dictadura ya no
pudo recuperarse y se fueron generando las condiciones para un nuevo escenario
político, en el que distintas organizaciones sociales y la Multipartidaria –el espacio que
reunía a la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Intransigente, el Demócrata
Cristiano y el Movimiento de Integración y Desarrollo– retomaron, aunque con distintos
matices, la búsqueda de los desaparecidos.
Pero además, en ese mismo escenario surgió una demanda novedosa: el pedido de
enjuiciamiento de los responsables políticos de los crímenes de lesa humanidad cometidos
durante la última dictadura. Un buen ejemplo de esta demanda se vio en la
multitudinaria «Marcha por la vida», realizada en octubre de 1982, que tenía como
consigna central «juicio y castigo a los culpables».
Ante la creciente movilización social -incluso, por parte de actores que antes habían
sido renuentes a expresar su apoyo a todo tipo de demandas que reivindicara el
cumplimiento estricto de los Derechos Humanos-, la dictadura respondió el 28 de abril de
1983 con un informe conocido como «Documento final», en el que, como era previsible
según el título mismo del escrito, la Junta Militar interpretaba la violencia estatal por
ella misma instrumentada como parte de una batalla final contra la subversión y el
terrorismo. En ese mismo documento, la Junta también descalificaba las denuncias por
las desapariciones, daba por muertos a los desaparecidos y dejaba al criterio de Dios el
juicio final sobre su accionar en esos años.
Esta mirada sobre el pasado argentino asumió carácter jurídico con la ley 22.924, titulada
«ley de Pacificación Nacional» y conocida como ley de auto amnistía (1) en la que se
instaba a que el pasado «nunca más vuelva a repetirse» y en la que se pretendía justificar el
conjunto de crímenes cometidos en virtud del decreto que, en febrero del año 1975,
habían firmado Isabel Perón e Ítalo Lude para avalar el Operativo Independencia, y en el
que se instruía al Ejército a «aniquilar físicamente al enemigo subversivo».
Luego de su triunfo en las elecciones de octubre y apenas asumió su presidencia, en
diciembre de 1983, Alfonsín tomó una serie de medidas importantes como la derogación de
la ley de auto amnistía militar, el enjuiciamiento a siete jefes guerrilleros y a las tres
primeras Juntas Militares y la que produjo más polémica: la reforma del Código de Justicia
Militar, para que se conformara por su medio un Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas
que tendría la potestad de juzgar el accionar militar y las violaciones a los Derechos
Humanos, dejando abierta la posibilidad de apelar en primera instancia a la Cámara
Federal. Dichas medidas se inscribían en un análisis del accionar militar que pretendía
diferenciar la responsabilidad jurídica, política y militar de los altos mandos, los que habían
abusado de su autoridad para cometer todo tipo de «exceso» en los actos represivos y,
finalmente, quienes habían acatado las órdenes de represión siguiendo estrictamente el
principio de obediencia.
Algunas de estas medidas fueron fuertemente repudiadas, tanto por los organismos de
Derechos Humanos como por varios partidos políticos. El repudio central se
focalizaba en la idea de que fueran los propios militares los que debían juzgar el
accionar de sus pares en el pasado: pocos actores confiaban en la imparcialidad de tal
tribunal. Este rechazo crecía y tomaba fuerza –incluso entre los diversos partidos políticos y
el propio partido radical– la idea que habían impulsado los organismos de Derechos
Humanos: crear una comisión parlamentaria que juzgara los crímenes cometidos por la
dictadura.
Pero Alfonsín no estaba de acuerdo con esta propuesta porque sostenía que, si se dejaba
esta tarea en manos del Poder Legislativo, se generaría un clima político de alta tensión,
que favorecería la adopción de condenas radicalizadas por parte de los parlamentarios. De
algún modo, Alfonsín temía que, ante esas presumibles condenas, se produjera un
enfrentamiento severo con las Fuerzas Armadas que pusiera en crisis la gobernabilidad
política. En aras de esquivar esta alternativa, en los círculos cercanos a Alfonsín comenzó a
tomar relevancia la idea de crear una comisión integrada por notables de la sociedad civil
capaz de llevar a cabo las tareas de investigación.
En estas condiciones políticas surgió la CONADEP. Si bien varios organismos
rechazaron originalmente la idea, muchos familiares y testigos de las desapariciones
confiaron su testimonio a la comisión. Como hemos dicho, la investigación se materializó
en el libro Nunca Más, cuya información resultó sumamente valiosa para llevar a cabo, año
después, la entrega del Informe y el Juicio a las Juntas.
Por varios motivos, el Nunca Más es uno de los libros más importantes que se han
producido en nuestro país desde la reapertura democrática y aún de nuestro siglo XX. El
impacto social del libro sigue siendo asombroso, hasta el año 2007, se habían vendidos
503.830 ejemplares y había sido traducido a varios idiomas.
¿En qué radica su importancia? En primer lugar, en que demuestra fehacientemente, contra
la idea de que los crímenes cometidos por los militares argentinos habían obedecido a
ciertos «excesos», que la dictadura ideó un «plan de carácter sistemático» de
secuestro, tortura y desaparición de personas. En segundo lugar,
porque reúne un caudal de información apreciable sobre los crímenes cometidos contra la
humanidad que resultó sumamente valiosa en el Juicio a las Juntas, además que
reforzaba, desde un punto de vista moral, la demanda de castigo a los culpables.
Asimismo, el informe le otorgó mayor legitimidad pública a la voz de los familiares y los
militantes de los organismos de Derechos Humanos. La sola publicación de esa
información atentaba contra uno de los propósitos centrales de la «política de
desaparición»: borrar todas las huellas de los crímenes cometidos.
Por todas estas razones, el libro es altamente valorado socialmente. Pero su recepción ha
ido variando con los años y su prólogo generó una serie de polémicas porque allí quedó
expuesta una interpretación de la violencia política conocida como la «teoría de los dos
demonios»
Esta interpretación del pasado argentino que subyace en el prólogo originario del libro fue
rebatida en el año 2006, cuando el Nunca Más se reeditó con un anexo que incluía
un listado más completo de los desaparecidos y de los centros clandestinos de detención.
En esta reedición, la línea argumentativa del prólogo se modificó y consistió en argumentar
que la violencia estatal y la utilizada por las organizaciones populares no eran simétricas y,
por lo tanto, tampoco igualmente repudiables, a tal punto que el lema Nunca Más, si
bien suponía un legítimo reclamo por el cese del uso de la violencia política, no podía
significar asimismo un repudio por las consignas políticas que portaron muchos
militantes durante los años setenta, nucleados en dichas organizaciones.
A pesar de esta polémica, el Nunca Más siguió provocando una alta identificación en
nuestra sociedad, como lo prueba el hecho de que el título del libro se convirtió en una
consigna utilizada en diversos tipos de manifestaciones públicas convocadas para pedir
justicia, no solamente cuando se trata de hechos relacionados con la dictadura sino
también cuando se trata de reclamos vinculados al respeto de los Derechos Humanos en
general. La imagen de Julio César Strassera, el Fiscal acusador del Juicio de 1985,
finalizando su alegato con la expresión «Nunca Más» condensa como ninguna otra esta
situación y este reclamo social.
Finalmente, dos anécdotas resumen el modo en que esta consigna ha logrado sedimentarse
en amplios sectores de la población. Hacia el año 2004, un profesor de Educación Física
escaló el Aconcagua para inscribir en el cerro esta frase y dejar allí una réplica de la
portada de la primera edición del libro. En ese mismo año, un conjunto de vecinos del
barrio porteño de Agronomía guardó en una cápsula un ejemplar del libro, para que sea
abierta dentro de cincuenta años. Ambos ejemplos, aunque parezcan anecdóticos,
son indicativos de que el Nunca Más es considerado como un libro muy valioso para los
argentinos, que merece ser conservado a lo largo del tiempo (2)
La ley de autoamnistía declaraba extinguidas las acciones penales derivadas de
acciones subversivas o terroristas, y por extensión de las que surgieran de la lucha contra
estas (es decir, las violaciones a los Derechos Humanos).
Política económica
Algunos ciudadanos e investigadores prefieren hablar de golpe cívico-militar. ¿Por qué?
Porque entienden que los militares no actuaron solos ni por su cuenta. La decisión de tomar
el gobierno contaba con la adhesión de diversos grupos de la sociedad (sectores con gran
poder económico, grupos conservadores, algunos medios de comunicación afines) que
entendían que una dictadura era necesaria para organizar el país.
Por otra parte se tomaron distintas medidas financieras y administrativas que hicieron que
el Estado iniciara un período de desinversión en salud, educación y vivienda con efectos
muy importantes en el empeoramiento de las condiciones de vida de la gente: aumento de
la pobreza e inicio de lo que hoy denominamos exclusión social. Es decir, se inició el
proceso por el cual muchos hombres y mujeres no encontraban trabajo porque no había
fábricas ni instituciones que necesitaran trabajadores y por lo tanto no podían cubrir sus
necesidades básicas.
Terrorismo de Estado
Si bien los golpistas llamaron a su gobierno Proceso de Reorganización Nacional, lo que se
impuso fue una dictadura que ejerció el terrorismo de Estado. Es decir: fue un gobierno que
implementó una forma de violencia política que, usando los recursos del Estado, buscó
eliminar a los adversarios políticos –a quienes llamó “subversivos”– y amedrentar a la
población a través del terror.
¿Y cuáles fueron las características específicas del terrorismo de Estado en la Argentina?
Para terminar con las experiencias políticas que anhelaban la transformación social en
nuestro país, la dictadura implementó una nueva metodología represiva: la desaparición
sistemática de personas y el funcionamiento de centros clandestinos de detención (lugares
donde mantenían cautivos a los secuestrados fuera de todo marco legal).
Existió un plan sistemático que consistió en secuestrar, torturar y asesinar de forma
clandestina a miles de personas. Los “grupos de tareas” (comandos integrados
mayoritariamente por militares y policías de baja graduación) se dedicaban a los secuestros
y luego trasladaban a los secuestrados a centros clandestinos de detención que podían estar
en un cuartel, una fábrica o una comisaría, entre otros lugares.
A partir de ese momento pasaban a ser desaparecidos porque nadie sabía dónde estaban. No
se daba información a las familias y el gobierno decía que no sabía que había pasado con
esas personas. Los familiares y amigos los buscaban en comisarías, hospitales, pero nadie
les daba información. El horror fue tal que hoy sabemos, a través de numerosos testimonios
brindados en procesos judiciales, que el destino de quienes estuvieron detenidos en centros
clandestinos de detención fue la muerte. Aún se los continúa denominando desaparecidos
pues hasta el día del hoy sus familiares no han podido recuperar sus restos.
Una prueba más de la violencia de la época fue la apropiación de niños y niñas, hijos de las
personas detenidas. Algunos de esos chicos fueron secuestrados junto a sus padres y otros
nacieron durante el cautiverio de sus madres. Fueron entregados en muchos casos a familias
que ocultaron su origen a los chicos. Uno de los objetivos era que los niños “no sintieran ni
pensaran como sus padres, sino como sus enemigos”. Muchos de esos niños, hoy ya
adultos, continúan sin conocer su verdadera historia.
Los medios y Malvinas
A fines de 1981 el apoyo a los militares ya no era tan irme (1).
Hubo algunos cambios en la Junta Militar: al ex general Videla lo reemplazó Viola y al
poco tiempo Galtieri.
En 1982 cuando en la sociedad se sentían los primeros avisos de disconformidad con la
dictadura y el gobierno comenzaba a ser cuestionado, Galtieri mandó, el 2 de abril, un
ejército de muchachos, de soldados conscriptos de 18 o 19 años a recuperar las islas
Malvinas. En esta guerra se enfrentaron a Inglaterra que contaba con un poderoso ejército,
profesional y bien equipado.
En un principio mucha gente se entusiasmó con el conflicto ya que desde hacía años
Argentina venía reclamando por la recuperación de las islas y llenaron la Plaza de Mayo en
apoyo a la decisión del gobierno militar.
Los militares intentaron apropiarse de un símbolo nacional muy importante para los
argentinos y presentar al enemigo como un agente externo. Retomaron un justo reclamo
desde un discurso nacionalista y buscaron generar consenso y legitimarse en el poder.
Muy pronto, a pesar de los intentos de los militares de ocultar la derrota, los ingleses
triunfaron y las tropas argentinas debieron rendirse. En la guerra murieron 649 soldados
argentinos y 285 británicos; más de 350 ex combatientes argentinos se suicidaron desde el
in de la guerra hasta nuestros días. A partir de ese fracaso Galtieri tuvo que renunciar y se
hizo cargo del gobierno otro general, Bignone. La crisis política se profundizó, la dictadura
ya no pudo recuperarse y se generó así un proceso que creó las condiciones para la vuelta
de la democracia.
La política económica comenzaba a mostrar sus efectos negativos impulsando un malestar
general que culminaría con una movilización masiva el 30 de marzo de 1982 a Plaza de
Mayo convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT).
Contexto internacional
Antes de que ocurra el golpe la sociedad argentina atravesaba un momento de activa
participación en todos los órdenes de la vida en común. En el caso de muchos jóvenes y
trabajadores esa participación se dio a través de sindicatos, centros de estudiantes y partidos
políticos. Todos ellos entendían que la sociedad podía mejorar mucho si todos participaban
y opinaban qué había que hacer. Tenían ideales, sobre cómo tenía que ser nuestra patria y
estaban convencidos de que se podía transformar para que todos tuvieran una vida plena:
(educación de calidad para todos, salud para todos los habitantes, condiciones de trabajo
digno, entre otros). Creían que era posible vivir en una sociedad regida por los valores de la
justicia, la libertad y la solidaridad.
En las décadas del 60 y del 70, en distintos lugares del mundo sucedían procesos similares
y se discutía de qué manera se lograba llegar a esa sociedad. En algunos casos había grupos
que sostenían que para lograrla, era necesario recurrir a métodos violentos, luchar con
armas para lograr una revolución. Muchos otros, en cambio, entendían que las
transformaciones podían lograrse participando y proponiendo cambios a través del sistema
democrático. En Argentina también se dio esa discusión y hubo muchas personas que
participaron en una y otra posición. Acompañando estos movimientos en América Latina
llegaban al gobierno presidentes elegidos por grandes mayorías que proponían un modelo
de sociedad más igualitaria.
Todo ello se acabó con los golpes de Estado: Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay,
entre otros, padecieron el quiebre del orden democrático. Hoy sabemos que esos golpes no
solo tuvieron apoyo interno sino también el apoyo internacional de grandes potencias, entre
ellas la de Estados Unidos, que a partir de la implantación de las dictaduras se aseguró en
América Latina gobiernos que coincidieran con sus intereses y necesidades.
Esta homogenización fue posible a partir de inculcar en los ejércitos de la región la
convicción de que ellos debían defender al país del avance del comunismo, un sistema
social vigente en algunos países que confrontaba con el sistema de ideas de las naciones
occidentales. Lo hicieron a partir de la Doctrina de Seguridad Nacional, según la cual era
deber de los militares conservar los valores de la patria buscando y eliminando a los
enemigos internos que podía haber. Es decir, aparece la idea de que los enemigos de un país
ya no son externos sino que estaban en el mismo país, eran ciudadanos argentinos y eran
peligrosos, por ende había que eliminarlos. También se impuso la idea de que cualquier
método era bueno con tal de lograr el objetivo deseado, el exterminio de los que pensaban o
actuaban distinto, incluso recurriendo a procedimientos fuera de la ley.
Antes de que ocurra el golpe la sociedad argentina atravesaba un momento de activa
participación en todos los órdenes de la vida en común. En el caso de muchos jóvenes y
trabajadores esa participación se dio a través de sindicatos, centros de estudiantes y partidos
políticos. Todos ellos entendían que la sociedad podía mejorar mucho si todos participaban
y opinaban qué había que hacer. Tenían ideales, sobre cómo tenía que ser nuestra patria y
estaban convencidos de que se podía transformar para que todos tuvieran una vida plena:
(educación de calidad para todos, salud para todos los habitantes, condiciones de trabajo
digno, entre otros). Creían que era posible vivir en una sociedad regida por los valores de la
justicia, la libertad y la solidaridad.
En las décadas del 60 y del 70, en distintos lugares del mundo sucedían procesos similares
y se discutía de qué manera se lograba llegar a esa sociedad. En algunos casos había grupos
que sostenían que para lograrla, era necesario recurrir a métodos violentos, luchar con
armas para lograr una revolución. Muchos otros, en cambio, entendían que las
transformaciones podían lograrse participando y proponiendo cambios a través del sistema
democrático. En Argentina también se dio esa discusión y hubo muchas personas que
participaron en una y otra posición. Acompañando estos movimientos en América Latina
llegaban al gobierno presidentes elegidos por grandes mayorías que proponían un modelo
de sociedad más igualitaria.
Todo ello se acabó con los golpes de Estado: Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay,
entre otros, padecieron el quiebre del orden democrático. Hoy sabemos que esos golpes no
solo tuvieron apoyo interno sino también el apoyo internacional de grandes potencias, entre
ellas la de Estados Unidos, que a partir de la implantación de las dictaduras se aseguró en
América Latina gobiernos que coincidieran con sus intereses y necesidades.
Esta homogenización fue posible a partir de inculcar en los ejércitos de la región la
convicción de que ellos debían defender al país del avance del comunismo, un sistema
social vigente en algunos países que confrontaba con el sistema de ideas de las naciones
occidentales. Lo hicieron a partir de la Doctrina de Seguridad Nacional, según la cual era
deber de los militares conservar los valores de la patria buscando y eliminando a los
enemigos internos que podía haber. Es decir, aparece la idea de que los enemigos de un país
ya no son externos sino que estaban en el mismo país, eran ciudadanos argentinos y eran
peligrosos, por ende había que eliminarlos. También se impuso la idea de que cualquier
método era bueno con tal de lograr el objetivo deseado, el exterminio de los que pensaban o
actuaban distinto, incluso recurriendo a procedimientos fuera de la ley.
Las consecuencias de estas ideas fueron terribles. Bajo el discurso de la libertad se acabó
con ella, bajo la idea de orden se arrasó con la ley. El terror se apoderó de toda la
población, todos estábamos bajo sospecha.
Listado de objetos
Fotos carnet: la exhibición de las fotos de los desaparecidos, muchas de ellas tomadas de
sus documentos de identidad, fue una de las formas en que los familiares buscaron restituir
su individualidad negada en la desaparición anónima.
Falcon verde: fue uno de los automóviles más utilizados por los grupos de tareas para
secuestrar personas y llevarlas a los centros clandestinos de detención.
Fotos de las dos plazas: las imágenes de la plaza, vacía y desolada o llena de gente
expresando sus opiniones son extremos de una forma de manifestación política que se vio
en suspenso durante la última dictadura militar.
Pañuelos blancos: comenzaron como la forma que eligieron las madres de los
desaparecidos para identificarse en sus rondas semanales en Plaza de Mayo. Hoy son uno
de los símbolos más reconocidos de la lucha por los Derechos Humanos.
Siluetas: representan una estrategia similar a la de las fotos carnet: fueron figuras que se
presentaron para denunciar la desaparición forzada de personas en la jornada conocida
como “el siluetazo”.
Lápiz: si bien puede pensarse como un objeto común a la labor escolar también puede
asociarse con el episodio conocido como “La Noche de los Lápices”.
Fábrica: la fábrica quebrada hace referencia a la desindustrialización y al debilitamiento de
la capacidad productiva de nuestro país.
Libros que acerca la maestra: la pila de libros señala algunos de los títulos que fueron
censurados durante la dictadura debido a su contenido “subversivo”.
Gauchito mascota del mundial 78: fue la mascota, diseñada por García Ferré (creador de
personajes como Hijitus y Anteojito), que recorrió todo el mundo como símbolo del
mundial en Argentina.
Globo terráqueo: la relación de la dictadura con el resto del mundo y el contexto
internacional pueden retomarse a partir del globo terráqueo.
Revista Gente “estamos ganando”: la tapa de la revista Gente durante la guerra de Malvinas
es un ejemplo del rol que muchos medios de comunicación jugaron durante la dictadura.
Pizarrón: la frase que aparece en el pizarrón del afiche “A 35 años del golpe las escuelas
argentinas recordamos en tiempo presente imaginando el futuro” puede ser punto de partida
de una reflexión sobre qué recordamos en esta fecha.
Huella digital: símbolo de lo individual y a su vez de lo compartido por todos los seres
humanos forma parte de nuestra identidad.