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¿Qué se conserva hoy de la infancia que conocimos? Voy a aclarar por qué dije “infancia” y no
“niñez”; en realidad no lo medité previamente, pero me doy cuenta ahora que estoy frente a ustedes,
que la diferencia es que la niñez es un estadio cronológico mientras que la infancia es una categoría
constitutiva.
La niñez tiene que ver con una etapa definida por el desarrollo mientras que la infancia tiene que
ver con los momentos constitutivos estructurales de la subjetividad infantil. Por eso la apelación al
concepto de infancia que tradicionalmente se usaba para los que no hablan y, aunque en el
psicoanálisis ha sido muy usado para el niño antes de que tenga lenguaje, creo que la categoría de
los que no hablan en el caso de la infancia se marca por este nuevo paradigma, por esta nueva
propuesta, del niño como sujeto. En la medida en que los niños, aunque hablaran han estado
privados de palabra por muchos años.
De manera que la idea de qué es lo que cambia o qué se conserva de la infancia que conocimos, se
abre en una doble dimensión. Por un lado, en qué marco se constituyen hoy las condiciones de
producción subjetiva de la infancia. Por otra parte, de qué manera hay un desfasaje entre las
condiciones históricas que han derribado de alguna manera una serie de derechos de los niños, de
derechos logrados durante muchos años en nuestro país y en el mundo -y ahora me voy a referir a
algunos- y de qué manera, por otra parte, hay un deseo de reposicionarlos. Hay una paradoja en
esto, en tanto los derechos que estamos planteando constituir no son nuevos sino que son derechos
que se han ido perdiendo a lo largo del tiempo. Por eso hablo de qué se conserva hoy de la infancia
que conocimos.
La patologización de la sociedad civil, en este momento, es tal vez uno de los riesgos más graves
que estamos enfrentando; si alguien se queda sin trabajo, se lo considera un depresivo, si un niño no
puede aguantar ocho o diez horas de clase más tareas extraescolares, más clases el fin de semana, se
lo considera un hiperkinético. O cambió la genética de esta ciudad, o algo está funcionando mal, en
la medida en que hay una definición, hay como una propuesta en la cual el genotipo que se propone
para el porteño, es un genotipo hiperkinético, a partir de que los niños ya no pueden permanecer
sentados la cantidad de horas que se les propone.
Entonces, esto como para ir abriendo una cuestión que yo considero de alto riesgo y que podríamos
llamarlo el fin de la infancia. El fin de la infancia en tanto moratoria de producción y de creación de
sujetos capaces de pensar bajo ciertos rubros de creatividad. El terror de los padres porque los niños
caigan de la cadena productiva obliga permanentemente a que los niños estén compulsados a
trabajar desde chiquitos. No solamente abriendo y cerrando coches, sino también en las múltiples
tareas que les son propuestas.
El segundo tema al cual quiero referirme es a los cambios en los modos con los cuales esto influye
en la transmisión de conocimientos y en la forma en la cual se posicionan los niños ante los adultos
que transmiten conocimientos. Es indudable que hay dos estallidos severos, importantes, no digo
que sean de riesgo, sino importantes en cuanto a los modelos tradicionales. Uno tiene que ver con
las formas de procreación, vale decir con el estallido de la familia tradicional y otro tiene que ver
con el estallido de los modos de circulación de conocimientos.
Hay una serie de falsos enfrentamientos, en mi opinión bastante pobremente planteados, respecto,
por ejemplo, a la escuela enfrentada a los medios de comunicación. Como si la televisión pusiera en
riesgo el que los niños estudien. Cuando yo tengo pacientes adolescentes que se sacan 4 en la
botánica de Linneo y me pueden explicar perfectamente un programa entero de Animal Planet o de
Discovery Channel, donde saben mucha más biología y ciencias naturales que lo que el colegio
pretende enseñarles.
El nuevo movimiento en los medios de comunicación ha producido, también, un estallido en los
modos de los procesos tradicionales de simbolización, que a los adultos nos son difíciles de seguir.
Por ejemplo, no sé si todos los presentes conocen las diferencias entre Pókemon y Digimon. Y no es
un chiste, es algo muy serio: los Pókemon existen los Digimon son virtuales. Los Digimon son
creados dentro del espacio virtual como otro espacio virtual. Con lo cual los niños -y yo tengo un
montón de nietos con los que puedo experimentar además de los pacientes- me dicen: “Pero, abuela,
es muy fácil; los Digimon no existen, los Pókemon sí existen”. Entonces, se ha producido un
desdoblamiento de los espacios virtuales que implican nuevas formas de simbolización. Sabemos
que la lógica combinatoria de Piaget es una adquisición histórica de la cultura. No es una lógica
fundacional, como la lógica binaria. Estamos frente a modos de simbolización que no han sido
conceptualizados todavía y que no estamos en condiciones aún de instrumentar y darle la
potencialidad que tienen. Entonces, el segundo elemento que ha variado es el modo de
emplazamiento de la familia y de la escuela frente a los conocimientos, porque éstas han dejado de
ser los centros de transmisión de conocimientos para ser los lugares de procesamiento de la
información que los niños poseen. Esto a todos los niveles. Con lo cual el maestro tiene que
recuperar la vieja posición de maestro, no de alguien que imparte instrucción sino de alguien que
procesa la formación del espíritu.
Claro, en la medida en que esto no lo transformemos, se genera una situación muy compleja, porque
para los niños pobres indudablemente los maestros son compañeros de miseria. Con lo cual, qué les
van a dar bolilla si no les pueden enseñar a vivir mejor. Y para los niños ricos, los maestros son
empleados de los padres. Con lo cual, qué les van a dar bolilla al maestro si lo que aprendió no les
sirvió para ser jefes o pares de los padres. Ustedes se dan cuenta que estamos en una situación muy
complicada para rearmar los sistemas de transferencia.
Es imposible estudiar si uno no piensa que algún día va a ejercer una profesión. Y es imposible
poder formar una pareja si uno no piensa que algún día va a poder criar bien a los hijos. De manera
que la relación proyecto–sueño es un derecho que los niños tienen, derecho a que restituyamos en el
eje de la sociedad. Esto del lado de la cuestión del conocimiento, la escolaridad y los nuevos
estallidos.
Yo he trabajado en estos años para diferenciar dos conceptos: uno que tiene que ver con la
producción de subjetividad y otro que tiene que ver con la constitución psíquica. Porque no es cierto
que todo ha variado. Yo les estoy hablando de que los niños siguen haciendo teorías sobre los
enigmas. Y aunque les expliquen las cosas, siguen metabolizando y transformándolas en función de
fantasías que los habitan. La diferencia estaría dada por lo siguiente: la producción de subjetividad
es el modo por el cual la sociedad define las leyes o reglas con las cuales un sujeto tiene que
incluirse en la vida social. Cuando yo era chica iba a la escuela del Estado, y la maestra revisaba si
teníamos pañuelo.
Una de las cosas que más conmociona, en estos momentos, es ver en los niños que la legalidad,
digamos, está determinada por el castigo y no por la culpa. Vale decir, hay una transformación; no
es “no lo hago porque eso es malo o feo y no sería bueno si lo hiciera” sino, “no lo hago porque me
pueden agarrar”. Y esto está en el discurso parental, no es un problema de los niños.
La producción de subjetividad no es para siempre. Es más, yo les diría que las formas espontáneas
de reconstrucción solidaria de la sociedad argentina, los modos en que se 5 producen en estos
momentos formas espontáneas de recomposición solidaria son sistemas educativos básicos para los
niños. Creo que esto también es algo que hay que tener en cuenta porque sino entramos en
posiciones catastróficas.
Diferencia, entonces, entre producción de subjetividad y constitución psíquica. La constitución
psíquica tiene que ver con ciertos universales. Las leyes de producción de la inteligencia no varían.
Los modos de la simbolización varían en sus contenidos, pero, más o menos, se mantienen en sus
formas, aún cuando aparecen nuevas formas de simbolización. Y formas realmente muy interesantes
e inéditas de producción de simbolización, que vamos a tener que capturar para darles una
posibilidad en los próximos años.
Quiero decir que lo que se mantiene es esta relación adulto–niño con una asimetría de poder y de
saber sobre el niño. Y que esta asimetría de poder y de saber sobre el niño implica que sea
fundamental que la sociedad encuentre modos de legislación de la relación adulto–niño, en la
medida en que lo que sí se conserva del viejo concepto de Edipo que los psicoanalistas alguna vez
acuñamos, es que hay una circulación erótica entre el adulto y el niño que tiene que ser pautada por
la sociedad en la medida en que el niño está en una situación de desventaja respecto a
conocimientos y posibilidades de dominio, y que el adulto está en una posición de poder respecto al
cuerpo del niño. Con lo cual hay que redefinir el Edipo.
Hoy en psicoanálisis, el famoso complejo de Edipo tiene que ser reformulado en términos de la
interdicción que toda cultura ejerce respecto de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de
goce del adulto. Y esto va también con la legislación del tema “Lolitas”. No puede seguir existiendo
una sociedad en la cual se dice que “la nena quiso...” Como dicen las mamás: “Y, bueno... la nena
quería”. ¿Ella quería pasearse en bombacha y corpiño por la 9 de Julio para ganar $ 50...? Esto es
un escándalo. Los niños no pueden definir los límites por los cuales el adulto se apropia de su
cuerpo. Y hay un movimiento mundial muy grave que intenta bajar la edad de consentimiento para
la sexualidad.
Cuestiones que siguen variando también en la subjetividad infantil en los modos en los cuales
circulan los enigmas. Yo señalé que la diferencia anatómica ya no tiene las respuestas que tuvo en el
Siglo XIX e inclusive en el XX avanzado. Pero los niños siguen teorizando sobre la diferencia
sexual anatómica.
Y también han variado los modos de la angustia. Yo no recibo prácticamente en este momento, más
que en porcentajes mínimos, niños varones que tengan angustia de castración. Pero si recibo niños
que tienen angustia de pasivización y de penetración. Hay una enorme angustia violatoria en los
niños de este país, en realidad en todo el mundo, en Estados Unidos, que empapa al conjunto de
Occidente, al menos en la parte del continente que nos ha tocado.
La vieja idea que entre un niño de 12 años y uno de 6 se han bajado lo pantalones en el baño, en
juegos sexuales, es ridícula. Los juegos sexuales se dan en simetría. No se dan en asimetría. Hay
niños en este momento tratando de sodomizar a otros más pequeños, en los baños. Con lo cual hay
una tarea muy compleja que es cómo regular estas situaciones de desborde sin transformar las
escuelas nuevamente en un panóptico. Sin producir terror en la sociedad civil y sin incrementar más
formas de fractura de los lazos sociales.
La única manera de hacerlo es restituirles a los niños la palabra. Lo único que puede posibilitar esto
es que los niños tengan condiciones para enunciar respecto a los hechos que padecen. Es 6
indudable que esto ha cambiado enormemente en la Argentina. Hace unos años no se escuchaba a
los niños cuando denunciaban situaciones de abuso.
Entonces, una de las cuestiones es la siguiente: cómo los adultos logramos una mediatización, con
estas nuevas formas de subjetividad, para que no estallen en la posibilidad de producción de
inteligencia, para que no estallen en la posibilidad de organizaciones que al mismo tiempo sean
creativas y, además, racionales. Esta es la bisagra compleja en la que estamos colocados en este
momento del proceso de adquisición y producción de conocimientos. Y, por otra parte, cómo
producimos formas metabólicas ordenadas respecto a la circulación de información sexual sin que
esto se convierta en una regresión oscurantista respecto al apartamiento del niño de los
conocimientos que la sociedad está obligada a otorgarle para que pueda constituirse como sujeto
social.
Es indudable que el riesgo mayor, en general, en la sociedad occidental, y que muy especialmente
nos atañe a nosotros, es un estallido de los procesos de subjetivación. Vale decir, una cosificación de
los procesos de inserción social con desaparición del reconocimiento del otro en tanto otro. Esto
está dado de múltiples maneras y nuestra sociedad argentina arrastra situaciones terribles. Yo
siempre digo que uno de los problemas más serios que tenemos los argentinos es nuestra capacidad
de inventiva. En los setenta tuvimos la represión, después tuvimos la hiperinflación y ahora tenemos
la recesión.
Pero lo más serio de esto es una cierta contigüidad, riesgosa, de la fractura de los procesos de
subjetivación. Hay intentos espontáneos extraordinarios. Pero creo que tenemos que plantearnos
seriamente espacios como éste para pensar cómo no nos dejamos ganar por las formas de
desubjetivación imperantes que tienen que ver con la patologización, por un lado cuando digo
“patologización” me refiero a la etiquetación del niño en hiperkinético, hiperactivo, desatento,
dislálico, discalcúlico, dispráxico, dismamítico... lo que quieran-, pero realmente esta
desestructuración en la que ha entrado la infancia, en una descomposición sintomática por una
parte, que me parece altamente riesgosa, y por otra parte en la transformación de un niño en un
sujeto destinado a la cadena productiva, sin posibilidad de producción en términos intelectuales.
La situación de un país se ve no sólo en sus políticas para la infancia, sino en cómo piensa a
sus niños. En cómo la gente piensa a los niños. Yo siempre recuerdo con nostalgia que cuando volví
del exilio en México, a la Argentina, en el 86, pasé y vi en una frutería de Boedo un cartel que decía
“Señora, ¿quiere que su hijo cante como Plácido Domingo?, llévele nuestro melón Rocío de Miel.
¿Quiere que su marido gane el Premio Nóbel, llévele nuestros duraznos priscos?” Esos eran carteles
de una verdulería de Boedo. Ahí había una esperanza de país que no pasa por las políticas. Pasa por
algo que se define a posteriori en las políticas y se realimenta con las políticas. La consigna de que
en la nueva Argentina “los únicos privilegiados son los niños” no se le ocurrió a la genialidad de
Perón. Era un país de inmigrantes que confiaba plenamente en que los hijos vivieran mejor que los
padres y se regalaban pelotas y triciclos; y no solamente porque había excedente para comprarlos,
sino porque había espacios lúdicos con los cuales soñar, a partir de que a eso venían las
generaciones que llegaban tanto del Chaco como de Europa.
Y esto es lo mismo que pasa con los niños. Nosotros necesitamos proyectar en los niños, no
solamente políticas de infancia, no asistencialismo, sino nuevos modelos en relación al futuro. Y
que se plasme, a partir de ello, una ida y vuelta entre las políticas de infancia y los nuevos modelos
para pensar el futuro de los niños. Por eso yo estoy profundamente consternada por la ausencia de
propuestas cotidianas para los niños.
Todos estamos muy impactados por la violencia escolar, no solamente entre pares sino con los
maestros. Y esto tiene que ver con la caída de los sistemas de referencia hacia los maestros. Los
maestros han dejado de ser respetables e intocables, y es muy brutal la posibilidad de que se instalen
situaciones de terror con los adolescentes. Pero creo que tenemos que discutir en primer lugar de
qué es efecto la violencia. Hay un exceso de respuesta fácil. No es efecto de la desintegración
familiar y tampoco es efecto de la televisión. No se puede definir tan simplemente eso. No se puede
resolver con palpación de armas. Esta no es la forma de resolver la violencia adolescente ni infantil,
claramente.
No se puede resolver poniendo máquina de detectar metales como en los aeropuertos. Eso no se
debe hacer. No se puede convertir las escuelas en un panóptico. Habrá que buscar formas de
redefinición de los enlaces.
Tampoco se va a resolver bajando la edad de punibilidad, que es el otro punto al que apuntan
algunos.
El mandato constitucional establece que el sentido de la privación de la libertad no debe ser el
castigo, sino la adecuada preparación para la vida en libertad. Bajar las edades de penalización
incrementa el despojo de derechos de la infancia como lugar de protección por parte del Estado.
Pero quiero decir una cosa; todas las armas que llevan los niños vienen de las casas. Con lo cual,
empecemos a discutir no sólo cómo controlar la violencia en las escuelas, sino qué está pasando con
la Justicia como entidad y con la impunidad. Empecemos por debatir eso y por ver qué hacemos con
el tema de las armas en la sociedad civil que están siendo aplaudidas, por algunos sectores, como
forma de autodefensa. Con lo cual si los adultos hablan de autodefensa, los niños llevan armas a las
escuelas. Estamos viviendo situaciones muy graves.
Para el dispositivo disciplinario escolar, los niños con diferencias socioculturales serán calificados
como “anormales” o serán confinados en uno de los polos de la antinomia “civilización o barbarie”,
según sostiene la autora de este trabajo, que vincula los “problemas de aprendizaje” con la historia
de la institución escolar.
En el marco del resquebrajamiento del eje paterno-filial surge un modo de fraternidad (entre
hermanos o amigos) que, más que habilitado o desprendido de una estructura jerárquica, emerge en
sus bordes.
La familia como "marco" parece perder relevancia para estos jóvenes, cediéndole lugar al grupo.
Esos nuevos marcos funcionan como usinas de valoraciones y códigos que estructuran la
experiencia del sujeto. Es más grave violar las reglas construidas en su interior que las producidas
por el dispositivo institucional.
Más que la escuela o la familia, el grupo aparece como el portador de los patrones de identificación.
El Chulo es el que establece las acciones permitidas y las prohibidas. Es el que protege y el que
"enseña" las reglas necesarias para habitar el mundo. Como podemos observar, se trata de una
autoridad situacional que surge de los lazos de alianzas que, a diferencia de los familiares, son
electivos. La lógica de la autoridad instalada no se deja pensar fácilmente desde los parámetros
paterno-filial. La ley no es la ley del padre, la que socializa en una matriz cultural civilizatoria, la
que en consecuencia habilita la entrada al mundo y a la interacción con los otros. Se trata en cambio
de reglas pertinentes para habitar la situación en los códigos legitimados dentro de una "subcultura".
Lo que se transmite como valor supremo es el aguante. Los valores surgen del seno de la
experiencia y su fuente de legitimidad es la eficacia que producen para habitar un conjunto de
circunstancias. No se trata de un sistema valorativo producido en una genealogía cultural y
legitimado socialmente. A diferencia de los dispositivos que producen sujeto mediante la
socialización a un conjunto de normas y valores preestablecidos a la experiencia, en la fraternidad
es la "experiencia" la productora de las valoraciones construidas. Es decir, no habría valores previos
que estructuraran la experiencia, el modo de ser sujeto, sino experiencia que daría como fruto un
conjunto de valores. Los valores resultan de la experiencia y no al revés. Mientras el ciudadano
resultaba de una definición de valores previa a la experiencia (respetar la ley, cumplir con las
obligaciones públicas, ser portadores por lo menos en términos jurídicos de una serie de derechos),
la fraternidad y el aguante son valores preciados y construidos al calor de la experiencia.
Una de las primeras preguntas que surgió ante los registros fue acerca de las diferencias de género
entre mujeres y varones: según nuestra lectura, la diferencia entre mujeres y varones, entendida
como diferencia de género, se correspondía con la oposición entre instituidas y destituidos, aunque
indicando un desplazamiento. Las mujeres, dotadas de discurso, de representaciones, de imágenes,
de opiniones, parecían ocupar cómodamente algunos de los lugares familiares y sociales instituidos
en el lazo social: trabajan, van a la iglesia, son el centro de la vida doméstica, se ocupan de la
educación de los hijos, gestionan las relaciones con parientes y vecinos. Por su parte, los hombres,
aparentemente más "jugados" en la acción que en la palabra, incluso mucho más comprometidos
que las mujeres en prácticas pautadas por fuertes reglas de fidelidad y silencio, sólo parecían asistir
a su indeclinable destitución.
En principio, la correlación aparente ente mujeres/instituidas y varones/destituidos mantenía la
diferencia entre los sexos supuesta en el paradigma de los géneros: aquellas funciones que en
hegemonía del régimen patriarcal desempeñaban los hombres, en tiempos de crisis son
desempeñadas por las mujeres; los hombres, por su parte, aparecían alojados en ese lugar de
sometimiento y de sombras que durante siglos ocuparon las mujeres.
Sin embargo, la rápida homologación entre un excluido instituido, caso de la mujer en el mundo
burgués,' y un destituido, caso del varón en el mundo contemporáneo, se nos revelaría inadecuada.
Y no sólo inadecuada, sino que mostraría la ineficacia del esquema de los géneros para interpretar la
situación actual de la diferencia entre los sexos.
La diferencia entre los sexos según el esquema de los géneros o/a da cuenta de las diferencias entre,
por ejemplo, maestro y maestra, director y directora, alumno y alumna, ciudadano y ciudadana a
partir de un plano de igualdad en-tanto ambos están instituidos aunque en diferentes lugares. La
mujer en el lugar de madre y esposa, y el hombre como portador del poder de decidir, de trabajar y
ocuparse de los asuntos públicos. Con esto no queremos decir que el esquema de la diferencia de
géneros no contabilice diferencias; desde luego que lo hace: diferencias de roles, de estatus, de
lugares sociales; diferencias cuantitativas, acumulativas, estadísticas;-' el asunto es si es esc el tipo
de diferencias que liga o separa a los varones y a las mujeres que habitan los territorios de la
investigación. En pocas palabras, lo que deseamos señalar es que las diferencias de género hoy, en
las circunstancias analizadas, no parten de diferencias inscriptas en un suelo instituido para ambos,
sino que justamente, son diferencias construidas sobre condiciones de destitución. No se trata ya de
varones instituidos en la imagen del poder y mujeres instituidas en la imagen del sometimiento sino
de posiciones de varones y mujeres que establecen diferencias sin un suelo "legalizado" de
posiciones fijas.
En la situación actual ni el poder es localizable y fijo, ni los lugares de varones y mujeres son
estables ni determinados. El viejo hábito de pensar las diferencias entre lo masculino y lo femenino
en torno al problema de la desigualdad se nos revelaba poco fértil para describir los movimientos y
las posiciones actuales. Mujeres y varones son diferentes, pero la naturaleza de esa diferencia ha
mutado enormemente: lo específico de sus diferencias ya no se juega en torno a los problemas del
poder y la ley, nudo implícito sobre el que se sostiene la doctrina de los géneros.
Las diferencias actuales entre varones y mujeres —al menos tal como se nos revelan en el corpus
que analizamos— son diferencias prácticas, que se especifican de hecho y en cada situación. No
encontramos mejor modo de especificarlas que corno diferencias de enunciación, es decir como
diferentes modos de habitar el ser varón y el ser mujer en ausencia de mandatos tradicionales. En
tiempos burgueses un individuo, ya Riera varón o mujer, tenía dos caminos: cumplir el mandato
familiar o ir más allá de él. La segunda vía solía verse como un proyecto emancipador. Pero, ya sea
porque se confirmaba el mandato, ya sea porque se impugnaba, la diferencia entre varones y
mujeres estaba siempre planteada en torno a una instancia de enunciación fija: la autoridad que
enunciaba el mandato. "Serás quien tenga el poder; serás la sometida." Mandato cumplido o
mandato impugnado; pero siempre existía una instancia de enunciación del mandato respecto de la
cual varones y mujeres reconocían sus condiciones. Los varones y las mujeres actuales ya no
pueden reconocer un mandato, ni para impugnarlo ni para cumplirlo. Las condiciones de los
varones y de las mujeres ya no se enuncian desde una instancia común desde la cual se especifican
sus diferencias. Se ha horrado el suelo estable de institución de las posiciones masculinas y
femeninas desde donde varones y mujeres construían y también desbordaban los modos genéricos
de la identidad de los sexos.
El corpus analizado nos enfrenta a un varón cuyos rasgos de identidad son el aguante, el zafe, las
lealtades. En los relatos de los varones prima sobre todo la referencia a situaciones violentas; sus
prácticas se dan en el límite y el riesgo. La amenaza de cárcel y de muerte por robo o por drogas es
un rasgo decisivo de esta subjetividad que no tiene en las figuras adultas de la familia o la escuela
ningún referente; por el contrario, se alude a tales figuras mediante la agresión, la injuria y a veces,
mediante una expresión que oscila entre la queja y el reclamo de que no son escuchados. El docente
es con frecuencia la figura de ese que no escucha, que no entiende, que no reconoce.
El padre es prácticamente una figura ausente y la madre se insinúa como impotente, sufriente, con
una fuerte presencia afectiva y práctica, y a menudo es un par de sus hijos. Las marcas sobre las que
tradicionalmente se instituía la masculinidad han dejado de operar; las prácticas familiares e
institucionales han variado fuertemente. La familia ya no es el lugar de transmisión de la ley a
través de la figura paterna; el trabajo ya no es el espacio que reafirmaba el lugar del padre como un
proveedor de la familia; el mandato de estudio arraigado en la creencia de que estudiar era la
garantía de un futuro mejor se ha derrumbado.
Mientras los varones parecen moverse en la frontera de la palabra y del mandato, las mujeres son
aún portavoces de un discurso, en tanto expresan los ideales mediáticos o religiosos.
Decíamos al principio de este apartado que las diferencias actuales entre los sexos ya no se juegan
según el reparto burgués tradicional: mujer madre, esposa, centro de la vida doméstica; varón padre,
agente de la filiación y de la autoridad, garantía de la ley. Tampoco se juegan o se instituyen
mediante la simple inversión de lugares: mujeres poderosas versus varones en decadencia. Se diría
que, en los territorios de los jóvenes, varones y mujeres asisten con perplejidad a la alteración de lo
que en otro momento fueron sitios precisos de inscripción de la diferencia sexual: el amor y la
reproducción. En torno al romance, a los embarazos, a la iniciación sexual aparece un indicio
recurrente y significativo: los chicos confiesan no darse cuenta, o no saber cómo darse cuenta cómo
es que sucede eso que sucede.
Interpretamos la dificultad para "darse cuenta" como el indicio de que no existen fuertes marcas
instituidas de la diferencia sexual, es decir, las prácticas y los significantes en los que
tradicionalmente se jugaba la diferencia de los sexos están alterados: la sexualidad ya no se juega en
el terreno de la represión ni de la prohibición; los lugares familiares rotan, se tornan simétricos, son
intercambiables, temporarios y aleatorios. Reconocer, adoptar o aceptar un hijo por parte del padre
no parece ser un hecho esperable, sino los datos del ejercicio de una paternidad que no está basada
necesariamente en un mandato o en el cumplimiento de la ley sino en un terreno incierto en el que
vacilan el deseo, la decisión, la indiferencia e incluso el rechazo. Los modelos de la paternidad y de
la maternidad se debilitaron, y no se sabe en qué consiste ser padre o ser madre en estas nuevas
condiciones. El terreno de la diferencia sexual se presenta para los chicos como un territorio
borroso, a veces vacío, altamente contradictorio e inconsistente. No obstante, en esas condiciones,
enamorarse, tener un hijo, "pasarle plata" o darle el nombre pueden resultar ocasiones de decisión
altamente subjetivantes.
Desde esta perspectiva no podemos dejar de interrogarnos: ¿de qué “infancia”se habla cuando se
habla de “infancia”? Su “polisemia”nos convoca a abrir el abanico de significaciones tanto en las
distintas disciplinas que la toman como objeto de estudio como en los diferentes sentidos que
adopte,
a) según se lo adjetive: Infancia abandonada, infancia perdida, infancia pobre, infancia rica, infancia
instituida, infancia destituida; infancia judicializada; infancia pública; infancia burguesa; infancia
proletaria; infancia moderna; infancias...
b) según se predique sobre ella, en tanto sujeto gramatical de la oración, da lugar a diversidad de
definiciones. Infancia admite diferentes posiciones gramaticales,pudiendo ubicarse tanto como
sujeto, como predicado; admite ser adjetivada, como vimos más arriba, o derivar en adverbio
(infantilmente).
Los niños y las niñas están sujetos a las variantes históricas de significación de los imaginarios de
época, en tanto a lo largo de la historia se han promovido dichos y decires de infancia y sobre ella.
Estos se encuentran en discursos y prácticas que dan cuenta de discontinuidades y continuidades en
los modos de considerar la niñez en distintas épocas,en diferentes culturas y en diversos discursos
disciplinares.
En cada tiempo socio-histórico, las nociones de infancia, de niñez, de niños y niñas se encuentran
subordinadas a las controversias presentes en los enunciados filosóficos, educativos, legislativos,
médicos, religiosos y, sobre todo, a las creencias y ficciones que sobre los niños y las niñas se
formule una comunidad determinada. En nuestros tiempos sólo la a-historicidad puede otorgarle
estatuto de nuevo a lo que no es más que presencia, difusa en algunos casos, del retorno de rasgos e
improntas de todos los tiempos. Como todo retorno de lo reprimido, se tratará de hallar en lo mismo
lo distinto. Al momento en que se escriben estas páginas, no podemos desestimar el valor que
representa el hecho de que hoy la infancia busca ser hablada.
La irrupción en el discurso de la noción de infancia freudiana, el hablar y conceptualizar respecto de
la “sexualidad infantil” (Freud, 1905) –otorgándole carácter universal– provocó un gran escándalo
en su tiempo, adhesiones y críticas, subvirtiendo modelos progresistas y evolutivos al darle
condiciones de posibilidad al análisis de la lógica subjetiva. En términos generales, podemos decir
que Freud no define la infancia, sino que establece diferencias entre el “infantil sujeto” y “lo infantil
del sujeto”.
Lacan,por su lado,incorpora el término infans para distinguir ese tiempo en el cual el infantil sujeto
aún no habla. El psicoanálisis ubica en el discurso a “niño” como “objeto” sujeto a la lógica del
inconsciente; es decir, objeto por tanto del interjuego de la demanda,subjetivante,que va de la
alienación a la separación del deseo del Otro.
Ahora bien, como hemos mencionado, tanto sobre el término “niño” como “infancia” recaen
diversidad de significaciones que sólo en apariencia implican acuerdos. Ello no resulta sin
consecuencias sea en la clínica, en lo familiar, en lo social, en lo jurídico, en lo administrativo, en lo
institucional.
Las ficciones sostenidas respecto de la infancia, hasta la irrupción del discurso freudiano, no
consideraban el mundo imaginario de los primeros años y, advierte Dolto, muchos se han quedado
en él cuando hablan de la infancia. Abrió el debate denunciando los desvíos que en el propio
ejercicio del análisis de niños,en nombre del psicoanálisis,se estaban produciendo, en la segunda
mitad del siglo XX.
Sostendremos que, en tanto infancia opera como significante en la singularidad biográfica y, desde
allí se proyecta a lo colectivo, el enunciado sobre la caída/fin de la infancia, tanto como admitir a
los niños como consumidores, justifica la definición de nuevas infancias y adolescencias, lo cual
habilita un campo de desujeción y de deshistorización. Allí mismo se desliga a lo infantil que cada
uno porta y, además, lo que aparece como nuevo en el comportamiento de los infantiles sujetos,se
presenta al modo de lo siniestro, en lo real de la escena.
Nos encontramos ante paradojas que debemos plantear cuando, por efecto de discurso, el enunciado
“niño/a sujeto de derecho” posibilita admitir la des-afiliación a una genealogía que ordene las vías
de la filiación, desplazándola a una “anomia” jurídica e institucional que, en el amplio margen que
deja a las decisiones de la Administración, crea el marco simbólico para la discrecionalidad del Otro
social. No podemos desconocer el modo en que,a través de diversidad de ficciones teóricas,se
desvía la posibilidad de otorgar siquiera cierta eficacia simbólica al límite jurídico que la misma
letra de la Convención internacional sobre los derechos del niño impone. Dicha paradoja refleja la
íntima solidaridad con la ilusión de una vida sujeta a derecho cuando, de hecho, reina el Estado de
excepción como paradigma de gobierno (Agamben, 2004). Alianza epistémica con las ficciones
teóricas que enfatizan las “transformaciones” subjetivas homologándolas con las tecnológicas.
Entonces,comprender que la infancia –en tanto significante– es al lenguaje lo que el deseo a
la ley, implica aclarar ciertas confusiones que provoca el uso del concepto de ley, tanto dentro como
fuera del marco epistémico psicoanalítico,especialmente cuando ha quedado amalgamado al orden
del derecho como si ello fuera algo natural y no una producción discursiva de larga data en lo que
se define como Occidente.
A partir del discurso freudiano, en relación con la ley es necesario distinguir el discurso de la ley
respecto de la ley primordial. El sujeto encuentra su lugar en un aparato simbólico preformado que
instaura la ley en la sexualidad.
Debemos precisar el sentido que damos al término institución12, distinguiéndolo del sentido
jurídico que ha tenido y aún conserva. Nos proponemos recuperar su valor en términos de la
escritura de la ley en la configuración subjetiva,en el marco epistémico que nos brinda el
psicoanálisis. Hablaremos de institución para designar la marca simbólica de la diferencia que
inscribe al hablante en la legalidad del lenguaje. En este sentido, la institución será considerada
como la dimensión legislada de la vida. Desde esta perspectiva será preciso analizar los efectos de
discurso que promueve la tan mentada des-institucionalización.
Pensar la infancia como marca simbólica de la diferencia nos remite a las formas de sostén
colectivo en falta respecto a su institución. Siguiendo la línea de pensamiento que plantea el devenir
de la teoría de Agamben, infancia instituida será aquella legislada por la escisión fundante que abre
la distancia entre lengua y discurso;lengua y habla;entre lo semiótico y lo semántico, haciendo del
sistema de signos, discurso donde se produce el interjuego de lo Uno y lo múltiple en la articulación
significante.
Instituir infancia como dimensión legislada de la vida no puede ser un proceso ni exclusivamente
singular ni exclusivamente colectivo, sino que está sujeto tanto a las vicisitudes propias a cada
singularidad como a las formas ceremoniales colectivas que legislan el pasaje por las operatorias de
inscripción de la ley en la cultura.
La niñez moderna pasó a ser entendida como una producción de sentido sobre el devenir de niñez
institucionalizada, escindiéndoselos circuitos de intercambio legitimadores administrativo-
burocráticos en dos vías institucionales marcadas Educación y Minoridad. Esto produjo dos
categorías para los infantiles sujetos: niños y menores.
La Niñez Moderna–sujeta al texto normativo jurídico,educacional y científico psicológico–
normaliza y cristaliza un deber ser de los primeros tiempos de la vida humana, el cual se ve
sometido a sus propias reglas discursivas que hablan y definen saberes sobre la infancia; saberes
sostenidos en “ilusiones (psico)pedagógicas”
Se trata de recuperar el valor que otorga instituir infancia en discursos y prácticas contemporáneas,
en relación con la legalidad de la cultura, por la inscripción de la Ley fundante del sujeto en el
orden social. Inscripción que implica sujeción a una genealogía, posibilitando al sujeto ser producto
y productor de una historia humana que pueda tener continuidad en el mundo.
Infancia instituida, será producto en lo singular, del pasaje por la operación metafórica de la
castración. Ese pasaje –siempre pasible de accidentes– requiere de su correlato y sostén colectivo,
para que los dos tiempos mistificación–desmitificación puedan encontrar el soporte simbólico-
imaginario que bordee a lo real de la Cosa.
Nadie dudará que la infancia es una muy buena categoría para embanderarse. El campo de Salud
Mental Infantojuvenil, presenta grandes alternativas de intervención, en donde se libran varias
batallas disciplinares vigorosas, las controversias de las diferentes praxis se han exacerbado, y las
hegemonías en el pensamiento se presentan, tal vez, con demasiada frecuencia, como movimientos
oclusivos frente a cualquier diferencia. Los modos de abordaje y de intervención en las cuestiones
de niñez e infancia son en esencia matrices sociales (ciencia y cultura) que responden a un criterio
particular de lo verdadero y lo falso, de lo normal y lo problemático, según el momento histórico y
el paradigma dominante en cada momento. Lo social e histórico no es sólo un fondo o una
influencia, es inherente a la subjetividad en construcción: “no se trata de relaciones de influencia
sino de relaciones de inherencia”.
La mirada estará puesta en no medicalizar, ni tampoco excluir del conocimiento, de forma radical,
lo que significa el padecimiento y la vida cotidiana, de manera que los efectos de esas posiciones
excluyentes transformen las prácticas en verdaderos altares de inequidad.
Dice Alicia Stolkiner: “Sucede que el fenómeno de la medicalización es un analizador privilegiado
de la articulación entre lo económico, lo institucional y la vida cotidiana en los procesos de
producción de subjetividad, e igualmente en los procesos vitales de salud/enfermedad/cuidado. La
hipótesis en la cual fundamos esta articulación es que el antagonismo central de nuestra época entre
objetivación y subjetivación, aparece en las prácticas en salud de manera singular, a través del
proceso de medicalización o biomedicalización”.
Coincidimos aquí con la perspectiva de la autora respecto a la ubicuidad del riesgo de prácticas
etiquetantes. En esta polarización, tal vez sea arriesgado poder tejer puntos de acuerdo, encuentros y
diálogos, áreas de tolerancia intelectual y prácticas compartidas. El riesgo vale la pena porque todos
compartimos los mismos objetos/ sujetos de estudio, las mismas unidades de análisis: los niños, su
familia y sus padecimientos en el marco de sus comunidades.
Posiblemente nos convoque la idea que el objeto de trabajo de la medicina, y de la psiquiatría
infantojuvenil como rama, es “el cuerpo que ama, el cuerpo que trabaja, el cuerpo que lucha”.
Y esto es tan trascendente en la infancia, que es un período que persiste y no una etapa a abandonar,
porque el desarrollo de un niño es cognitivo, motor, sexual, social, histórico y siempre con carácter
emancipatorio en su evolución: la salud como grados de autonomía, y la autonomía como grado de
independencia; la independencia como capacidad de ser, hacer, tener y operar sobre uno mismo y
sus circunstancias. Aún así planteado el recorrido del cachorro humano, podríamos revisar la
condición de autonomía, poniendo en relieve la cuestión de lo vincular.
La infancia hoy como unidad de análisis, sus sujetos, los contextos, sus vicisitudes, sus extensiones,
está sujeta a mitos (aquellos que cuentan la historia) y a ritos (aquellos que con sus acciones la
reproducen, con una enorme capacidad de profanación) . De esta manera, sobre estas dimensiones
de uso de lo esperable y lo inesperado, podríamos decir, padecimientos, se constituyen posiciones
de poder respecto de esta unidad de análisis y sus consecuencias en los discursos. Se oirá decir por
ahí “los autismos son míos”. Veleidades de poder de un discurso que se pretende dominante,
restringido, que intenta “apoderarse” de la infancia a partir de su propia restricción.
La Salud Mental Infantojuvenil toma como referencia esos campos de existencia que en su
entrecruzamiento dan origen al sufrimiento, a la singularidad y al sujeto mismo: el cuerpo real, el
lazo social, lo psíquico y lo mental. Hay modos de pensar y lenguajes que permiten definir al sujeto
y la subjetividad renunciando a la idea de individuo pero no a la de singularidad. Al hacerlo, se
dejan de lado dualismos como mente-cuerpo, individuo-sociedad, que acompañan este concepto.
Sucede que lo singular no hace dupla con lo genérico, sino que lo particulariza, lo concreta, y que el
cuerpo aparece necesariamente como social y subjetivo aún en su dimensión biológica.
El sufrimiento de un niño se organiza a partir de ir recorriendo desde el dato biológico del
organismo, a una historia particular, referida también a la historia de sus progenitores, de sus
vínculos tempranos, recorrido que conduce al cachorro humano a convertirse en sujeto en un
contexto histórico social.
El siglo XXI en nuestro campo, siglo que inicia con una marca fuerte desde del cognitivismo y de
las neurociencias y los debates que desde estos se generan, no cambia sólo el campo del saber en
general sino también el campo de la política, de la educación y de la clínica. Los tres campos que
Freud reunió como artes de lo imposible: psicoanalizar, educar, gobernar. La neurociencia cognitiva
estudia las bases neurales de la cognición, a los procesos intelectuales superiores: pensamiento,
memoria, atención y procesos de percepción complejos. “Quizás la última frontera de la ciencia, su
desarrollo final, sea entender las bases biológicas de la conciencia, y de los procesos mentales por
los que percibimos, actuamos, aprendemos y recordamos”. “La tarea de las Neurociencias es aportar
explicaciones de la conducta en términos de actividades del encéfalo, explicar cómo actúan
millones de células nerviosas individuales en el encéfalo para producir la conducta y como a su vez
estas células están influidas por el medio ambiente, incluyendo la conducta de otros individuos”.
Tanto los defensores como los críticos de la ciencia cognitiva opinan que esta disciplina opera
objetivando una serie de funciones la psique. Si todo queda representado en el cerebro, lo aún
descubierto o no, se puede decir que todo es posible Algo es claro, y es que las neurociencias no
pueden dirigirse a los problemas de la subjetividad, no pueden definir ni describir su desarrollo ni
sus problemáticas.
Algo quedará por fuera si en un niño, en plena constitución subjetiva, no incluimos las otras escenas
que transcurren mas allá de la conciencia.
Y no podemos soslayar que en Salud Mental Infantojuvenil existe un inevitable entramado, de
simultaneidad operativa, en relación a las prácticas y políticas públicas, que incluso con tiempos
específicos y efectividades variables, se instalan como modelos de promoción, prevención y
asistencia, en accionar permanente. Entramado que se inscribe en las políticas de derechos y nuevos
conocimientos, oponiéndose a las prácticas predictivas que responden a la medicina de la
anticipación, desubjetivante y de consecuencias supuestamente irremediables, pero seguramente
poco discriminadas, en la vida de muchos humanos.
Con estas dimensiones y estos dominios de acción debemos reconocer que la Salud Mental en la
Infancia es un problema de la Salud Pública y, como tal, hoy plantea una crisis profunda en la
prevención, el concepto de diagnóstico y las estrategias terapéuticas. La pregunta que podría cruzar
esta crisis es: ¿Se trata de teorías, ciencias, ideologías, de prácticas o de mercados? Sostener la falta
de respuesta frente a esta pregunta en el desarrollo de este escrito no es tomar posturas
ambivalentes. Es, en tal caso, asumir contradicciones, posturas móviles, intentos de flexibilizar
diálogos interdisciplinares tomando posiciones que buscan ser abarcartivas, no excluyentes. Se trata
de no soslayar aspectos que van más allá de la pureza de las disciplinas cuando estos se corren de
nuestras formas de capturar los escenarios de la clínica, quedando muchas veces olvidado el niño y
su padecimiento, su entorno, su comunidad.
Si hablamos de Salud Pública, debemos retomar el lema de OMS del Día Mundial la Salud 2001
que fue “Salud Mental, sí a la atención no a la exclusión”, en el Informe 2001 de la OMS se planteó
consecuentemente “Salud Mental, nuevos conocimientos, nuevas esperanzas”. Este informe, que
introduce la gran revolución de las neurociencias y de los efectos de sus descubrimientos intentando
unir ciencia y sensibilidad, sin embargo, no incluye la atención precoz ni asume todo lo que los
objetivos del milenio se han propuesto en cuanto a políticas públicas y derechos.
Señalemos un dato aportado por la evidencia proveniente de investigadores que pertenecen a
grandes agencias internacionales y que es valioso a la hora de reinterpretar el significado de algunas
teorías particulares en la infancia, por ejemplo la Teoría del Apego, la Teoría de las Relaciones
Interpersonales, las Teorías Vinculares, y de elaborar programas de promoción, prevención y
asistencia que amplifiquen la perspectiva del infante y sus contextos de desarrollo: “Mitos sobre la
salud mental materna incluyen la creencia de que la depresión materna es rara, no es relevante para
los programas de salud materno-infantil, sólo puede ser tratada por especialistas, y su incorporación
en los programas de salud materno-infantil es difícil”; y continúa: “Además de los costos
económicos y humanos de la depresión materna, los hijos de madres deprimidas tienen un riesgo
para la salud, de desarrollo y problemas de conducta, lo que contribuye a la desventaja
intergeneracional que se acumula durante toda la vida. Obstáculos críticos incluyen una serie de
conceptos erróneos o mitos sobre la depresión materna. Estos mitos tienen consecuencias
importantes, privando a muchas mujeres de su derecho básico a la salud y el bienestar, y evitan que
sus hijos lleguen a su potencial de desarrollo completo”.
Es claro que además la exclusión de las prácticas inclusivas vinculadas a derechos, omite el
compromiso que los objetivos del milenio aventuraron, dos de los cuales están referidos a mujeres y
niños.
Un infante es un sistema complejo no descomponible que se conforma por la confluencia de
factores que interactúan de tal manera que no son aislables. Por lo tanto, el sistema no puede ser
explicado por la adición de enfoques parciales provenientes de estudios independientes de cada uno
de sus componentes y requiere un interjuego entre conocimiento y desconocimiento. No se trata de
ignorar la sujeción de la vida a determinantes biológicas, sociales, culturales o al inconciente. Se
trata de afirmar que el niño pueda traspasar esas determinantes, que su autonomía y creatividad sean
un “más allá” de esos ordenes, liberado de los sacrificios biológicos por un ideal o de los
sometimientos a un orden simbólico dominante.
De la misma forma, muchos psicoanalistas abren las posibilidades de intercambio, investigan e
intentan crear puentes para aproximar las teorías, acercándose a sumar los aportes de la genética, de
las neurociencias, de la teoría del apego, la epigenética, la resiliencia, a veces soportando la fuerza
de la crítica proveniente de otras escuelas de la propia disciplina.
“La genética de la conducta humana estudia en su mayor parte el entorno “equivocado”. El entorno
que estimula la expresión de un gen no es objetivo, no es observable. La distinción de Freud entre
las dos superficies de la conciencia (una vuelta hacia dentro y otra vuelta hacia fuera) proporciona
la pista: es la experiencia del entorno lo que produce interacciones entre la herencia y la
circunstancia, no el hecho de esa circunstancia en sí misma. La interacción es entre el gen y el
entorno subjetivo. Los datos provenientes de la genética requieren precisamente esa sofisticación.
Para comprender el modo en que la mayoría de los genes pueden o no ser expresados en individuos
concretos, necesitamos comprender el mundo interno del niño o en el adulto. (Es una suposición
común pero errónea que las influencias 2 3 genéticas son más fuertes en la infancia temprana. La
expresión del gen continúa a lo largo de la vida y puede desencadenarse al final de ésta, en la
muerte)”.
“El que un factor ambiental desencadene o no la expresión de un gen puede depender del modo en
que el individuo interprete esa experiencia, determinado a su vez por significados conscientes o
inconscientes atribuidos a la misma (Kandel, 1998). Así, los procesos representacionales
intrapsíquicos no son sólo consecuencia de los efectos ambientales y genéticos, sino que es
probable que sean moderadores vitales de estos efectos.
El ganador del Premio Nobel Eric Kandel (1998, 1999) llegó a sugerir que los cambios más
profundos y más a largo plazo asociados con la terapia psicoanalítica pueden sobrevenir mediante
los cambios en la expresión genética provocados por las experiencias de aprendizaje del
psicoanálisis. El psicoanálisis clínico es una técnica efectiva para modificar los modos habituales de
interpretar el mundo, especialmente en los contextos más estresantes, donde el impacto del
significado subjetivo puede ser el más intenso”.
Este psicoanálisis ofrece la posibilidad de hacer puentes con otras teorías; Apego, Relaciones
Interpersonales, Mentalización.; y con otras disciplinas, aprovechando los instrumentos y los
conocimientos que vienen de la investigación neurocientífica como herramienta, pero no como
sustrato en la dirección de la cura. Desde otro psicoanálisis, lejos de buscar alianzas valiosas se
libran batallas irreconciliables, con poca plasticidad colaborativa. Nuevamente la tensión que para
muchos se ha creado entre las TCC y el psicoanálisis emerge.
En este sentido, la psicología cognitiva (más ligada a la ciencia positivista, a la eficacia y al
resultado comprobable) se ha agregado al esquema conductual para aumentar el concepto de
comportamiento a tres componentes: cognitivo, afectivo y motor; lo que trae aparejado que la
conformación de las TCC va más allá de un modelo de saber ostentado por el especialista que opera
sobre la conducta observable; ahora se estaría abogando por el rescate de la subjetividad.
La Dra. Clara Schejtman, psicoanalista e investigadora, propone construir desde la
perspectiva evolutiva, patrones interactivos y conductuales pasibles de cierta generalización, cuya
finalidad es la detección temprana de indicios de malestar y obstrucciones en el desarrollo de los
niños y en las interacciones entre padres e hijos. Estos aportes brindan la oportunidad de realizar
acciones preventivas que podrán colaborar para disminuir la potencialidad psicopatológica que el
malestar en los vínculos tempranos conlleva. Tomemos un pasaje ilustrativo de sus propuestas: “Sin
embargo, si bien los conocimientos evolutivos acerca de los significados de los mensajes
preverbales que el infante emite y sus efectos pueden ser una herramienta muy potente para la
clínica en la primera infancia, ésta está inevitablemente superpuesta a los efectos de discurso y los
fantasmas inconscientes parentales inscriptos que sólo podrán ser resignificados a posteriori”.
Un concepto integrador es el de espiral transaccional, que hace referencia a intercambios
diádicos-triádicos y nos remite a un diálogo entre los escuchadores del cuerpo y los observadores de
fantasmas, integrando en un análisis bidireccional los aportes de la observación del
comportamiento, devenido de los descubrimientos de las neurociencias con más precisión, y la
teoría y clínica psicoanalítica.
La huella, eje del fenómeno de la plasticidad, se sitúa en la intersección entre neurociencias y
psicoanálisis, y habilita poner en serie huella sináptica, huella psíquica y significante. Así, los
conceptos psicoanalíticos de inconsciente y de pulsión adquieren una resonancia biológica, y se
revelan como fundamentales para el psicoanálisis y para las neurociencias, abriendo una vía de
colaboración de consecuencias impensables entre dos disciplinas que hasta hace poco parecían
incompatibles. Ésta parece ser la intensión del psicoanalista F. Ansermet y el neurocientífico P.
Magistretti en su maravilloso libro A cada cual su cerebro, quienes sobre el final del mismo
sintetizan que: “no podemos pensar dos veces con el mismo cerebro”. Experiencia, aprendizaje y
memoria, plasticidad neuronal, plasticidad del yo, subjetividad, singularidad. A través de una suma
de experiencias vividas cada individuo se presenta único e irrepetible en cada momento, más allá de
su bagaje genético.
En la otra punta del arco de pensamiento psicoanalítico, E. Laurent describe en su libro Lost in
cognition al sujeto que extrae “de la confrontación del psicoanálisis, intraducible, con la babel de
las llamadas ciencias cognitivas en su traducción de las neurociencias. Excelente modo de
presentarnos al sujeto mismo como lo que se pierde en esa traducción”, y luego agrega: “Entre
psicoanálisis y cognitivismo, entre psicoanálisis y neurociencias, no hay punto de intersección, son
campos disjuntos sin convergencia ni objeto común posible”.
El corte radical y quirúrgico, con contundencia teórica, toma fundamentalmente el concepto de
inconciente, un real definido sin leyes, ni probabilidades, como un imposible, como un real que no
se superpone ni se podrá localizar nunca en el real objetivable de las neurociencias. La divergencia
pivotea en el objeto “objetivable” en la noción de “conciencia” para asentar un edificio conceptual,
y una práctica clínica con sus consecuencias éticas, políticas, académicas, de poder y de mercado.
“A esta objetivación anónima del sujeto, el psicoanálisis opone la dimensión del objeto particular,
-que llamamos objeto causa del deseo, o también el objeto plus de goce-, en el que ese sujeto puede
encontrar su verdadero nombre”.
Existe una severa preocupación a nivel de la salud global sobre el desfasaje que se produce entre la
disminución de la mortalidad infantil en muchas áreas geopolíticas y la falta de programas de
detección e intervención temprana, eje fundamental en Salud Mental Infantojuvenil, que mejoren la
calidad de vida de la infancia que “sobrevive”. Esto permite concluir en que existe una necesidad de
generar programas de capacitación y detección de signos de sufrimiento precoz y grave en la
infancia, sin que esto signifique diagnosticar apresuradamente.
En este sentido, se viene dando en los últimos años en las páginas de la revista Pediatrics -la revista
de la Academia Americana de Pediatría- un interesante debate respecto de la estabilidad y los
errores diagnósticos en cuadros severos precoces, los llamados Trastornos del Espectro Autista, así
como de la validez, utilidad y aplicabilidad de instrumentos de detección temprana (23, 24, 25).
Pero por la mencionada necesidad de construir programas de detección precoz es
imprescindible inventar, crear y proponer modelos de intervención que no respondan a protocolos
sino a realizar un seguimiento de lo que emergió como orientador de sentido, en el caso por caso y
buscando evitar el riesgo de un sobrediagnóstico con sus problemáticos efectos.
Capacitación en la detección e intervención precoz son:
a) sensibilizar, alertar y recordar a toda la comunidad sobre la importancia de los signos de
sufrimiento temprano;
b) rejuvenecer la demanda de atención o seguimiento;
c) aprovechar la especial oportunidad que ofrece la plasticidad neuronal y la plasticidad del yo en
los primeros años de vida;
d) la supervisión y el chequeo del desarrollo infantil estimulan la creación de programas,
dispositivos y actividades de intervención temprana intentando disminuir la deriva institucional;
e) estas propuestas favorecen la equidad y no postergan derechos. No detectar e intervenir en forma
temprana es antieconómico para los sistemas familiares y para los sistemas de salud.
Los obstáculos y resistencias con las que se enfrentan estas propuestas las ubicamos en que:
a) aun no hay una aceptación consensuada respecto de la identificación temprana (24);
b) hay, todavía, activas discusiones disciplinares respecto de los sobrediagnósticos y los
subdiagnósticos (23, 25);
c) las detecciones tempranas pueden no ser seguidas de intervenciones factibles y accesibles
pudiendo no encontrarse un flujo de resolución de demandas;
d) continúa haciéndose más hincapié en el crecimiento que en el desarrollo. Estos obstáculos y
resistencias responden un entrenamiento insuficiente en el tema, y especialmente a la preocupación
y dificultad en trabajar un signo de alarma por desinformación e inexperiencia. Las intervenciones
tempranas implican un seguimiento y no un diagnóstico apresurado.
Cuando abordamos el mapa funcional de la singularidad el problema del diagnóstico es
fundamentalmente una descripción funcional (diagnóstico funcional) y en contexto. Desde esa
perspectiva, que nos interesa particularmente porque otorga al valor heurístico del diagnóstico una
concepción amplificada del sujeto y no sólo de su padecimiento, un diagnóstico tiene un aspecto
pragmático porque tipifica la práctica y recorta solamente lo particular de la singularidad. Pero
además, tiene un aspecto pictórico porque desde diversas miradas toma aspectos vinculados a los
estados de la mente y de la psique: emotivos, fenomenológicos, intrapsíquicos, cognitivos,
representacionales, estadísticos. Las categorías diagnósticas, estén o no institucionalizadas en
manuales, en estructuras, en tipificaciones descriptivas, son modos de orientar las experiencias de
los profesionales. Condenados a diagnosticar, diría Piera Aulagnier.
Muchas veces logran satisfacer demandas de los pacientes que, en ocasiones, confunden
diagnósticos con identidades, que toman los diagnósticos en su versión ansiolítica, versión que
también toman profesionales y otros actores institucionales y que rigidizan lo móvil y fluctuante
que es el sujeto en su diferentes aspectos: la neurobiología se conmueve por la epigenética, el
psiquismo por la neogénesis, el lazo social por los cambiantes escenarios de la vida moderna y sus
vicisitudes.
Los manuales dan lugar a una categoría cerrada, marcando la potencialidad, es decir, lo que cada
uno debería poder y, a partir de un estándar, se determina en más o en menos los límites de dicha
existencia. Perspectivas más descriptivas, menos enlatadas, le dan lugar a la potencia, a aquello que
cada uno puede y que debería explorarse en cada momento, es decir con una clara perspectiva
antiestándard. La potencia en el sentido mas spinoziano: “soy tan perfecto como puedo serlo en
función de las afecciones que tengo.
Si lo que se organiza frente a un padecimiento es un diagnóstico cerrado, sin tener en cuenta el
devenir del niño, en su condición de potencia, si nos anticipamos a escucharlo, verlo jugar, si
decimos por él, será responsable saber que somos parte de esa estructuración, en la medida que, vía
la transferencia, sentenciamos sobre su sufrimiento con una categoría cerrada. Si evitamos los
diagnósticos genéricos, los que excluyen de la categoría todo lo que un niño porta en sus
diferencias, en su decir su jugar, su sufrir, su denunciar, sus desligaduras, sus tropiezos, su
estructura deseante, estaremos frente a una oportunidad ganada. Está claro que una impresión
diagnóstica, si hubiera que nombrarla, debe ser una puerta de entrada y no una puerta de salida, una
oclusión que deje marcas subjetivas trascendentes.
G. Untoiglich metaforiza muy bien la idea de que “en la infancia los diagnósticos se escriben con
lápiz” (30), señalando en esta afirmación la idea de provisoriedad que pueden tener algunos
diagnósticos apresurados o categóricamente oclusivos en ese móvil terreno que la infancia tiene
para su construcción subjetiva y sus oportunidades neogéneticas.
En tiempos actuales, un diagnóstico puede dar lugar a que personas con determinadas características
sean incluidas en determinados marcos educativos, o determinados abordajes terapéuticos o sets de
abordajes. Es necesario revisar cada vez cuáles y cuántos.
Autismos: cada cual lidia con sus desconciertos.
“Cuestiones fundamentales en la experiencia humana como hacer el camino para pasar de ‘mi
mundo’ a ‘el mundo’ aparecen aquí a cielo abierto y con toda su crudeza: la conexión con “el sonido
de las hojas” como puntuando el sentimiento de soledad; la apariencia de normalidad como medio
de supervivencia a partir de los personajes que la acompañan; el miedo a la imprevisibilidad; el
encuentro con niños con autismo sometidos a prácticas de domesticación y su posibilidad de
reconocer un índice subjetivo, el autismo como ‘un monstruo interno invisible’ que se presenta en
cualquier sitio; la ropa como piel; el cuerpo a construir; los alaridos; la desculpabilización de los
padres; los abrazos; la percepción. Estas y otras cuestiones son las que Donna Williams nos invita a
explorar en la medida en la que ha dejado caer el imperativo de encontrar reglas sin excepciones”.
Como lo definió el Dr. Jaime Tallis, neuropediatra de importante experiencia en la atención
de niños con padecimientos graves en la infancia: “hay autismos para todos”.
El cuidado de las personas autistas sigue estando relegado, fundamentalmente por las políticas
públicas, con escasos lugares de alojamiento de las demandas de atención y pocas perspectivas que
el Estado incorpore ámbitos de cuidado para los niños con autismo; adultos en el futuro que
seguirán demandando algún tipo de atención aunque hayan tenido una buena integración y logren
ciertos rangos de autonomía.
Es también elocuente que muchas disciplinas que integran los equipos interdisciplinares necesarios-
según cada caso y cada momento, en el tratamiento de los padecimientos graves en la infancia
(psicomotricidad, musicoterapia, fonoaudiología, psicopedagogía, terapias del lenguaje,
psicoanálisis, psiquiatría, neurología, psicoterapias de diversas líneas teóricas, terapia ocupacional,
acompañamiento terapéutico, y otras), se nutren de los resultados que emergen de sus propias
disciplinas y de otras investigaciones de otras ramas para diseñar sus intervenciones. Pero estas
disciplinas también participan de esa filiación diferenciada marcada fundamentalmente por las
ciencias de la conciencia y el psicoanálisis para enmarcar sus prácticas, hecho que promueve aún al
interior de cada disciplina, diferentes formas de mirar y enfocar cada una de las intervenciones.
Pareciera inevitable que la creación de aldeas ideológicas sobre la Salud Mental Infantil haga marca
también en los modelos de abordaje.
Todas estas teorías remarcan la dificultad de comprensión, en la comunicación y en la aprehensión
de los significados sociales. Las funciones ejecutivas también son motivo de muchas
investigaciones, ya que a través de ellas se evalúa un nivel cognitivo que permite describir las
conductas ligadas al pensamiento mediadas por el lóbulo frontal.
Todas estas exhaustivas y minuciosas observaciones, que pueden aportar elementos muy
enriquecedores para elaborar estrategias de abordaje con estos niños y orientar a sus familias,
también revelan que desde esta perspectiva el autismo queda por fuera de tratamientos que no sean
de carácter educativo por falta de empatía y de sentidos compartidos.
Dice Nominé: “si hacemos la suma de los saberes que hemos producido sobre autismos, nos damos
cuenta que el resultado es particularmente inconsistente. Como si el autismo, más que cualquier otro
tipo de fenómeno, revelara la inconsistencia del Otro”. “La primera reflexión, la más trivial, es que
el autismo apasiona a los analistas. Es curioso porque no hay nada más difícil que la cura con un
niño autista. Sin embargo, ello apasiona. Vale decir que la posición autística interroga la esencia de
las relaciones del sujeto al lenguaje y a la palabra.
El autista no parece interesarse por ese hecho del que tanto nos enorgullecemos, o sea de ser dotado
del lenguaje. Por supuesto, uno quisiera comprender como un ser hablante puede oponerse así a la
palabra. De cierto modo los analistas tienen tendencia a atribuirle al autista la posición de la
Esfinge, o sea el lugar del enigma”. Y continúa, “Lo llamativo, cuando uno establece el repertorio
de todo lo que se escribe sobre autismo, es la dificultad de dar cuenta de la relación del autista con
el Otro. Es tan increíble que cada autor trata de contornear el problema al evocar a una figura del
Otro adaptada a la circunstancia.
Ese polimorfismo del Otro así constituido contribuye a la cacofonía. Los hay que hablan del Otro
primordial, los hay que hablan del Otro real, de un Otro que no sería tachado ni agujereado, los hay
que hablan del Otro profundamente malo. Total que parece preciso añadir un calificativo al Otro
para hacerle pareja del autista. ¿Por qué tantas contorsiones? Pues porque hay que descubrir la
lógica de una clínica que nos es homogénea”.
“Allí en donde el cognitivismo ve trastornos del lenguaje como déficits producidos por los
trastornos cerebrales, para el psicoanálisis se tratan de fenómenos productivos que dan cuenta del
diagnóstico de autismo o psicosis. El cognitivismo se ocupa de restituir sentidos allí en donde la
empatía y la significación imaginaria falla, mientras el psicoanálisis toma nota de los fenómenos de
sin-sentido, del lenguaje holofraseado, de la emergencia de fenómenos elementales y del vacío de
significación para no enmascararlos con falsas significaciones imaginarias otorgadas por la
imitación o la sugestión. Si para el cognitivismo la medición y la evaluación resultan esenciales,
para el psicoanálisis nada dice de la posición del sujeto y de sus posibilidades de construcción de un
mundo vivible.
Para el cognitivismo el niño autista es un organismo enfermo, en cambio para el psicoanálisis el
sujeto nunca se reduce a un organismo”
¿Cuáles son las consecuencias directas de esta situación? De entrada, un alejamiento progresivo de
un diagnóstico cerrado con respecto al tratamiento adecuado para las dificultades de cada sujeto
autista. Conviene hoy, más que nunca, revisar los principios teóricos y prácticos en los que nos
apoyamos para acompañar a los sujetos con autismo y a sus familias. El tiempo es trágico cuando
no se aprovecha la doble ventana de oportunidad para actuar tempranamente sobre la plasticidad
neuronal y la plasticidad del yo.
Los mejores dispositivos de abordaje incluyendo “el psicoanálisis, tienen en cuenta los avances de
la ciencia, utilizan los medicamentos adecuados, recomiendan la inscripción de los niños en las
instituciones que mejor les convienen, en una escuela donde se puedan adaptar los aprendizajes en
función de lo que está disponible. Están de acuerdo en la necesidad de una continuidad en la
interpelación de estos sujetos. Hay algo que decirles, sin que haya que hablar de intensidad. Hacen
hincapié en un enfoque relacional, a partir de señales de interés manifestadas por el niño. No una
estimulación–repetición para todos, sino una solicitación a la medida, un enfoque bottom-up, y no
top-down”.
Acerca de la subjetividad
Toda esta introducción tiene que ver con varias cosas. Primero, creo que la Universidad es un lugar
de formación del espíritu. Creo que la Universidad no es un lugar de producción de técnicos. Creo
que es un lugar de formación de pensamiento. Y creo que tenemos la responsabilidad los que
podemos hablar del lugar de la docencia, de la transmisión de trasmitir un conjunto de
conocimientos que abran la perspectiva de quiénes piensan. En segundo lugar, porque creo que
nuestro problema fundamental en el campo del psicoanálisis es ayudar a encontrar el rasgo que
posibilite lo mejor de la supervivencia de nuestro pensamiento. Vale decir, aquello que pueda
fecundarse hacia el futuro y aquello que permita que las nuevas generaciones encuentren un terreno
fértil sobre el cual instalar nuevas posibilidades. Se produjo una especie de escándalo beneficioso
cuando dije que el psicoanálisis del siglo XX está lleno de elementos valiosos, cosas apasionantes
pero también de mucha chatarra acumulada.
El otro día yo bromeaba con el tema de la herencia psicoanalítica y decía, cuando alguien muere es
muy fácil que hacer con el dinero y las joyas, el problema es que hacer con los zapatos viejos, los
anteojos que quedaron, con lo que no sirve. Hay una cierta sacralización. Un autor decía el
problema del objeto reliquia es que convoca a la reverencia pero tiene algo de siniestro. Nosotros
arrastramos ya una serie de elementos que se han tornado siniestros, impresentables y no sabemos
que hacer con ellos. No sabemos si tirarlos a la basura, qué hacer con ellos, para qué usarlos. Al
mismo tiempo nos llenan nuestras cabezas de cosas inservibles, de basura.
¿Por qué el planteo sobre la subjetividad actual? Anoche apunté que en cada época hay como una
agenda científica dominante que implica tener en cuenta lo más avanzado del pensamiento del
tiempo que nos toca. En la Argentina de los '70 lo más avanzado del pensamiento lo constituyó la
llegada de Lacan a la Argentina, el estructuralismo, el universalismo compartido con Lacan, Levi-
Strauss y otros pensadores que rompieron con el pensamiento colonial, y en particular, la ruptura
que se produjo de los fundamentos del psicoanálisis (PSA) en una mitología biológica. En los '70 el
debate fue algo como la función de la cultura en la producción del sujeto psíquico y esto implicó
para revisar los restos de ideologismo que quedaban en PSA.
En realidad cuando digo restos sabemos que el PSA es sincrónico, y que la gente sigue diciendo
cosas de hace un siglo como si fueran grandes verdades actuales. Pero bueno, uno avanza con lo
más avanzado del pensamiento de una época... y lo más avanzado no es lo más nuevo sino lo más
fecundo. Separar lo novedoso de lo nuevo.
En los '80 el debate fue con el determinismo a ultranza y con la inmodificabilidad de la estructura.
Lo que me interesó fue salir del encierro solipsista de la estructura y hacer avanzar las posibilidades
de un aparato psíquico abierto. Mi problema era cómo conservar la idea del inconsciente frente a
cierto exceso del intersubjetivismo psicoanalítico. Este debate fue un debate sobre el azar, sobre la
función de la historia, un debate en crecimiento. Yo tengo un profundo horror por aquellos que se
jactan de no saber... En México, una vez un colega me dijo: “...Klein es un problema del cono
sur...”. Lo dijo con orgullo. Como si aquello de lo que uno se abstiene fuera un mérito. En los '80
escuché a un colega decir: “...yo lo poco que aprendí de Lacan en realidad me lo olvidé...”. Como si
eso fuera un mérito, como si fuera posible abstenerse del pensamiento de Lacan y avanzar sin él.
Hay grandes procesos del pensamiento a los que uno no puede abstenerse y no se puede trabajar sin
ser profundamente atravesado. En los ’80 el debate fue sobre la función de la historia, el debate con
el determinismo. Creo que el problema era el debate superador y no de erradicación de lo anterior. Y
hoy: ¿cuál es en mi opinión el debate fundamental que se tiene...?. Dicho brutalmente sería que
después de un siglo los enunciados psicoanalíticos de base tienen el aire, el aspecto de apuntar a un
sujeto que no es el que conocemos. ¿Qué quiere decir esto?. Que gran parte de los seres humanos
que vemos son distintos a los de la época de Freud, a los historiales clásicos de Klein, y distintos a
muchos de los pacientes de Lacan. Hay un cambio en la subjetividad, que la gente que conocemos
hoy no es la que nos pintan los historiales clásicos.
Es impresionante como uno cuando lee el Hombre de las Ratas y busca a alguien que sienta culpa
por la deuda del padre en un país donde todo el mundo hace usufructo de la estatización de la deuda
privada del padre, como ocurre en BS. AS. donde está a punto de ganar un intendente, ojalá no
gane, que su padre estatizó una deuda fenomenal que estamos pagando. En esa época se necesitaban
varias generaciones para borrar las manchas de los delitos económicos cometidos. Hoy los hijos
hacen usufructo y se convierten en morales. Hoy es raro que encontremos algún Hombre de las
ratas. Señoras como Irma hoy, a veces digo, en realidad hoy, es raro que a una señorita le tiemble la
pierna por sentir deseos por el cuñado, lo que puede tener es un colapso narcisista porque el cuñado
no le da bolilla. Es indudable que hay un cambio en la subjetividad. Un chico que sienta culpa por
odiar al padre como Hans, tenemos muchos en los cuales el odio al padre se ha transformado en
concorde al Yo a partir de la hostilidad que la madre o la familia tiene con el padre. En realidad, hay
cambios... Lo que no quiere decir que no encontremos algunos seres que tienen esas características.
Yo tengo un paciente de 7 años, muy divertido, que es como antiguo. Por ejemplo, en una
sesión me dijo: “...decime que me odiás. Yo no te puedo decir que te odio. Sí, vos me tenés que
decir que me odiás...”. Entonces pienso ¿qué es esto? Primero no entendía nada. Después digo:
“...vos querés que te diga que te odio para justificar que no querés venir, no...”, y me dice:”si querés
vamos afuera y delante de la empleada te digo que yo quiero que me digas que me odiás aunque no
quieras. Ella es testigo de que te lo pedí!...” Yo me quedo impactada, no entiendo muy bien que pasa
y hablo con el padre y me dice que le ha pedido que le pegue. Yo digo: ¿estamos en un caso de
masoquismo moral? ¿Qué es esto? ¿Es un sujeto con culpa, de esos que no vemos hoy?. El quiere
que lo odie porque se siente culpable de ciertas cosas que le ocurren y se siente no amable y me
pide que lo odie porque él no merece ser amado. Este es un paciente de la primera mitad del siglo
XX. Esto no quiere decir que hayan desaparecido ciertos rasgos. Lo que ha desaparecido es otra
cosa.
Lo primero que quiero señalar. La producción de subjetividad no es un concepto psicoanalítico, es
sociológico. La producción de subjetividad hace al modo en el cual las sociedades determinan las
formas con la cual se constituyen sujetos plausibles de integrarse a sistemas que le otorgan un lugar.
Es constituyente, es instituyente, diría Castoriadis. Quiere decir que la producción de subjetividad
hace a un conjunto de elementos que van a producir un sujeto histórico, potable socialmente. Por
ejemplo mi generación se formó bajo ciertas premisas: “el ahorro es la base de la fortuna”. Todos
pueden reírse. Pero esta propuesta de producción de subjetividad estaba determinada por un estado
que se proponía una cierta acumulación de capital. Era un Estado que pretendía acumular capital
sobre la base del ahorro porque había mucha demanda.
La idea de igualdad de oportunidad... generosidad... que caracterizó esa etapa que se representó en
el modelo de justicia social y que apareció en una frase de Perón que era: “los únicos privilegiados
son los niños...”. Esto, creáse o no, quería decir que había un país en el cual los niños eran la
esperanza futura. Un país tendido hacia el futuro. Una frase de esas hoy sería absurda porque todos
sabemos que no hay posibilidad de un país tendido hacia el futuro. La inmediatez ha ganado la vida
cotidiana. Y esto incide en la dificultad que tiene la gente hoy para analizarse. Porque el análisis es
una inversión a futuro. El análisis implica tener conciencia de que hay tiempo por delante. Más allá
de que no traigo acá esa fantasía de que hay que analizarse 20 años porque no es así. Insisto mucho
en que el análisis tiene que producir resultados, ciertas modificaciones a corto plazo.
Indudablemente las produce, más aún en niños y si no, es porque el análisis no anda.
Uno no puede transformar cada sesión en un objetivo práctico, el análisis requiere un tiempo
marcado por una cierta manera de pensar todo el tiempo. La producción de subjetividad tiene que
ver con formas históricas, hay una producción de subjetividad en Atenas, en Esparta, en la
Argentina menemista donde el éxito inmediato va acompañado de cierto rasgo de inmoralidad. Yo
en el año ’95-'96 apelaba a ciertos recursos históricos para no sentirme estúpida. Porque cada vez
que alguien me trataba por estúpida por ser moral... bueno, ¿qué hubiera pasado en el año 0? Y uno
hubiera estado contra Pilatos... ¿qué hubiera pasado en el ’39 si uno guardaba a un judío en la casa?
Hubieran pensado que uno era demente, no alguien ético.
La fuerza con que la producción de subjetividad de una época desmantela enunciados anteriores
hace que uno tenga que apelar a toda la fuerza moral y al conocimiento histórico para sostenerse. Es
evidente que ha habido cambios en la producción de subjetividad. Pero la producción de
subjetividad no es todo el aparato psíquico. Es el lugar donde se articulan los enunciados sociales
respecto al Yo. El aparato psíquico implica ciertas reglas que exceden la producción de subjetividad,
por ejemplo, la represión. Uno puede decir que ha habido, en Occidente, cierta liberación en el
modo de la represión sexual. Hay un cambio en cómo los y las adolescentes llegan a la sexualidad
actualmente, respecto de mi época.
Las adolescentes llegan felizmente y los varones llegan aterrados. ¿Por qué? Porque los varones
tienen que dar pruebas de virilidad, hasta que no llegan a su primer relación no saben cuán hombre
son, si funcionan. En cambio las chicas, no tienen que dar prueba de nada, ni siquiera gozar
demasiado. Tienen simplemente que acceder a una relación sexual, hasta tal punto que es un valor
negativo no haber tenido relación sexual a cierta edad. Y más aún, una paciente de 22 años le ocultó
a su novio que era virgen porque pensó que él le diría que era una chiflada. Lo cual es
comprensible. En el medio en que ella se mueve si a esa edad no ha tenido relaciones le está
pasando algo. Y entonces tuvo que ocultarlo. Esto implica un cambio. Pero la pregunta es si ha
desaparecido la represión... Evidentemente no. Lo que ha desaparecido son ciertas formas de
ejercicio de la genitalidad, pero la represión no.
Seguimos teniendo un psiquismo articulado por la defensa y la represión. El Psicoanálisis no puede
abstenerse del concepto de defensa y represión. Es algo que excede la producción de subjetividad
histórica y tiene que ver con el modo que se constituye el Sujeto. Tomemos un ejemplo más
evidente, las anorexias actuales. No son trastornos de alimentación. Es una desarticulación de la
etiología, y alude a una descripción fenoménica y anula la posibilidad de comprensión. Es muy
común en algunos sectores biologistas o neurológicos. Un colega hablaba del fenotipo TOC. Yo no
acepto esa determinación porque sino pensaría que hay un genotipo que determinaba un TOC. Del
mismo modo pasa con las anorexias. Es un cuadro bastante viejo, inclusive Freud cuando habla de
ellas dice que no son tratables en los momentos de anorexia aguda. Esto podría discutirse. La
anorexia es una generalización actual de la sintomatología histérica, aunque hay anorexias
psicóticas y hay otras con otras características.
Las anorexias psicóticas son tratadas como trastornos de alimentación, por ejemplo, las anorexias
psicóticas a veces aparecen como angustias de envenenamiento. Una paciente que yo atiendo cuya
única manera de existir es arrebatándole su cuerpo a la madre, y su deseo de ser, es mayor al deseo
de vivir, y su única manera de ser, es no ser en el cuerpo que la madre quiere. Por lo cual mi
problema es no que élla se rehuse a la madre, sino entender de qué manera ella puede acceder a sí
misma y a su propio deseo más allá de esta oposición, donde sólo puede afirmarse como élla en
oposición al otro. La negación como forma de afirmación (momento constitutivo del psiquismo
infantil).
Supongamos que la producción de subjetividad actual, el modelo de ideal femenino sea el que la
mujer tenga que estar muy flaca. Ese modelo entra en colisión con la cantidad de ofertas, bienes
deseantes que la cultura produce. Uds. se darán cuenta lo que es estar flaca con los supermercados
que tenemos. Es una locura. Uno mira todo el semáforo verde. Es una lucha terrible contra el deseo.
¿Cuál es la forma?. Producir el contrainvestimiento masivo que anula el deseo de comer y con eso
el comer pierde toda cualidad placentera. El conflicto sigue siendo entre el yo ideal y deseo oral,
entre la oralidad y el yo, entre el narcisismo y la oralidad o deseo inconsciente. Ha cambiado la
subjetividad, lo que no ha cambiado es la etiología, la causalidad que determina la nueva
producción sintomática.
Con la bulimia hay que ser cuidadoso. Yo recuerdo una paciente que la madre la intoxicaba
discursivamente y ella vomitaba permanentemente. La bulimia no era una forma de adelgazar sino
una forma de rechazo expresado en el cuerpo al exceso de intromisión materna en sus oídos. Solo
un psicoanalista puede entender que se vomita no sólo algo que está en el cuerpo sino algo que está
en la mente. Y esto es algo que nos enseñó el psicoanálisis, como la representación toma a su cargo
la función. Represión la tenemos.
Sexualidad infantil. Es indudable que si hay algo impactante en esta cultura es el modo en el cual el
autoerotismo infantil se ha extendido bajo formas que producen un desplazamiento lindante en lo
perverso. Todos hemos asistido con horror a la adquisición en los kioscos del moco de King-Kong.
En este moco hay algo impactante. ¿Qué es lo que la cultura propicia cuando hablamos de
sublimación? Un cambio de meta y de objeto. Si uno hace estatuas de caca no hay sublimación y si
uno juega con barro tampoco hay sublimación. El concepto de sublimación implica cambio de meta
y de objeto.
El moco de King–Kong es un desplazamiento no reprimido del placer nasal. El modo con el cual
nuestra cultura favorece la presencia del autoerotismo de forma primaria, se manifiesta de varias
maneras, incluida las formas de la oralidad, de la ingesta. quién podría explicar la función que
cumplen ciertos modos alimenticios no determinados por la autoconservación. Vamos al tema del
Edipo, tema central. El gran aporte del PSA francés de los ’60, que el Edipo debe ser pensado en
términos de circulación, de Levy-Strauss, plantea la circulación de las mujeres y que Lacan da
vuelta al plantear la circulación del falo.
El tema de las legalidades es constitutivo. ¿Qué implica esto? En primer lugar hemos descubierto
que nuestra cultura está plagada de incesto, sobre todo padre–hija, no madre-hijo. El incesto con la
madre es repudiado, no prohibido, porque otro tema interesante es que la cultura no tiene figura
legal para pautar la prohibición del incesto. En la Argentina, la ley dice que podemos condenar a
alguien por abuso de menores, pero si alguien tuvo relaciones con la hija mayor de edad no hay
penalización, hay estupro pero no incesto. Creo que no hay ninguna cultura occidental con leyes en
la que haya pautación penal del incesto. Pero ¿qué circula?. En nuestras culturas hay algo que tiene
que ser prohibido y es el exceso de sexualidad genital del adulto sobre el cuerpo del niño. Lo que
produce el cortocircuito sobre el psiquismo infantil es ese exceso sobre su cuerpo y mente.
El otro día me di cuenta de algo: cuando se dice que los chicos ven en la televisión es excitante pero
es relativamente inocuo respecto a la sexualidad parental. Cuando se empezó a dar educación sexual
a los niños se preguntó si eso iba a dar algún tipo de exceso de la mente infantil. Claramente no lo
produce, lo que sí produce exceso es el discurso parental sobre su propia sexualidad. El tema del
cuerpo conocido del otro, porque la información que los padres dan se produce sobre el anonimato
de los cuerpos o la de la escuela. Pero la información que da el adulto sobre sí mismo alude a un
enigma que tiene que ver con el deseo del otro respecto al niño mismo. Pero en última instancia
(inaudible) es que mamá y papá no, o que es distinto. Sin embargo hay algo que ha hecho crisis en
la línea psicoanalítica, por ejemplo, la pregunta freudiana del primer enigma: ¿cómo nacen los
niños? Los niños de hoy saben, no es el enigma. El enigma es ¿por qué hay dos sexos?, pero no es
en las niñas ¿por qué no tengo pene?. Esto es extraordinario, sólo las niñas pequeñas siguen
pensando que les va a crecer, las más grandes saben que tiene otras cosas. Más todavía: la famosa
envidia al pene.
Quiero contar una anécdota para ver la diferencia entre producción de subjetividad y constitución
del psiquismo. Es absurdo pensar que las mujeres de nuestra cultura quieren un pene para hacer pis.
Eso no existe. Lo que las mujeres quieren, es no depender de un pene del hombre para gozar. No
depender de un pene en tanto objeto tocado por otro. Ahí gana Klein contra Freud. La envidia que
se produce de no tener a disposición el objeto de goce.
En realidad, el atributo fálico en sí mismo marca posiciones. Yo tuve un caso de un nene con
problemas de aprendizaje. Yo distingo entre trastornos de aprendizaje producidos por una falla en la
constitución del psiquismo, y aquellos trastornos neuróticos secundarios. Este niño era inteligente.
Tenía un padre exitoso. En realidad la madre planteaba que el éxito del padre era a costa de la
familia, lo cual aclaro que objetivamente no era así. Ahí estaba la envidia que sentía por el éxito de
él, a tal punto que nunca se veía cuando aparecía por TV para no apabullar a los niños. Había una
suerte de renegación de padre exitoso en el mundo porque esto permitía avalar la idea de que era un
padre fallido respecto a su función. En cierto momento la madre me dijo algo que me impactó 3 6
mucho y después saca al niño de tratamiento: “...yo tengo un proyecto que es la familia...”, y
mirándome me dijo: “...y supongo que ni vos ni él pueden entenderlo...”. Estaba diciendo que tanto
el marido como yo estábamos atravesados por el atributo fálico, que ambos teníamos un proyecto de
éxito en el mundo que marcaba que ella no podía soportar la confrontación.
Cuando empecé a señalar que lo que producía el conflicto no era el éxito del padre sino la
perspectiva con la cual eso circulaba en la familia, que hacía que el niño tenga que ser fracasado
para ser amado por la madre, la idea de él era que el rasgo éxito era un rasgo que hacía que la madre
se quejara y le producía insatisfacción, ella no pudo soportar que yo trabajara en esa dirección y
sintió que yo desmantelaba toda la arquitectura sintomática con que había armado la familia. Ella
venía a que un psicólogo comprobara que él era un padre fallido porque no llevaba los niños a la
plaza. El concepto de Edipo clásico planteado por Freud hoy no se sostiene. Hoy la familia es una
especie de res extensa que tiene que ver con las nuevas formas de ensamblaje familiar. Nuevos
modos de engendramiento. Hoy se está discutiendo si los homosexuales pueden engendrar cuando
las nuevas tecnologías permiten engendrar sin coito. Y acá viene el problema del psicoanálisis. Es
indudable que el modelo familiar tradicional se sostiene en los bordes. Hay algo que se sostiene que
es la prohibición del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. El Edipo no es en Freud el
efecto de la articulación con la estructura, como lo aprendimos con Lacan. La gran revolución de
Lacan es mostrar que el Edipo no surge del niño sino del otro. Esto es lo que nos impactó en los
’70.
El tema que hace a la producción de subjetividad es el hecho de que lo que se mantiene vigente es
la prohibición del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. Lo que Freud descubre es la
interdicción del intercambio de goce intergeneracional, porque es la manera en que una sociedad
pueda proyectarse hacia el futuro en tanto reproducción, al menos mientras la humanidad sea la que
es, porque estamos al borde de nuevas formas. Lo novedoso son las nuevas tecnologías de
reproducción.
Quiero ser provocativa. Supongamos que la humanidad hasta ahora solo pudo fecundar en el vientre
femenino porque la naturaleza lo produjo, pero el ser humano creó condiciones para que esto
termine en algún momento. Y hoy las mujeres tenemos la enorme ventaja de tener primacía sobre
los hijos a parir... Pero, supongamos, que en los próximos años hubiera una transformación en
donde una parte importante de la humanidad empezara a procrear sobre sistemas artificiales, donde
la madre viera como el bebé crece... a partir de eso entonces ¿qué es lo que se va a seguir
sosteniendo?. El absurdo de deseo de hijo, digo absurdo porque en los animales la procreación es
concomitante al coito. A veces bromeo y digo que la única razón para tener un hijo es para no morir
de amor propio.
No hay ningún beneficio material de tener hijos, es algo que tiene que ver con la angustia de
muerte, la trascendencia, traspasar amor. Supongamos que las mujeres fuéramos vistas como seres
primitivas, cargando a los hijos que parían con dolor. ¿Cuáles son las variables que se
transformarían y cuáles las invariantes? Desaparecería esta idea de la primacía de la mujer sobre los
hijos. Pero lo que se sostendría es la cuestión que el deseo de hijo no se agota en un deseo
autoconservativo instintual, al contrario, se confirmarían los paradigmas centrales del psicoanálisis.
El problema es prepararnos para ver las nuevas cuestiones.
La transferencia. Hay una suerte de desmantelamiento de los sistemas de transferencia. Nadie cree
en nadie que tenga algún lugar de poder. Fractura total de los modos tradicionales de transferencia.
Para los niños pobres los maestros son compañeros de miseria, para los ricos los 3 7 maestros son
empleados de los padres. Las formas de conocimiento están articuladas desde la computadora al
televisor. Sin embargo: ¿qué transferencias se sostienen? La medida en que lo que cae son ciertas
formas de la transferencia del saber, el análisis es llevado bajo las patas a estas circunstancias.
Hay gente que llega a análisis y toma lo que el analista dijo como doxa, no hay plazo al SSS. Ya no
tenemos poder en el consultorio porque el paciente de la prepaga puede demandar al analista
diciendo que éste no cumple bien la función y como el paciente es cliente, puede el analista ser
despedido. Sin embargo, es posible que se articulen sistemas de transferencia con otras
características y que buscan modos de liderazgo. ¿Qué es la transferencia? La renuncia al
narcisismo primario y la posibilidad de emplazamiento en otro de aquellos aspectos fallidos que
operan pudiendo investir una figura a partir de la cual se espera la solución de aquello que ha
fracasado. La transferencia analítica sigue operando y más todavía, yo diría que el análisis es uno de
los pocos lugares donde todavía funciona la palabra.
Hay algo importante en el psicoanálisis: uno parte del mundo que ha andado bajo la égida del
neoliberalismo, un incremento brutal de la miseria, de la riqueza. Bush le regaló a Kirchner un libro
de Malthus, un economista de fines del siglo XVIII. Es discípulo de Smith, escribió un libro que
dice que a medida que la población crece geométricamente y los alimentos crecen aritméticamente
la humanidad está sometida al atraso y miseria por exceso de población, con lo cual las guerras y la
miseria son purgas necesarias con las cuales el organismo social se libera del excedente. Es
indudable que hay una deconstrucción severa del sujeto. ¿Qué quiere decir?... Alguien me preguntó
el tema de la ansiedad y la depresión. En los países del primer mundo la predominancia es depresiva
y en los de tercer mundo predomina la ansiedad. ¿Por qué?... Es evidente.
El sujeto actual está bombardeado por el riesgo de deconstrucción y aniquilamiento. Yo trabajé dos
elementos: autoconservación y autopreservación del Yo. La autoconservación alude a la necesidad
de mantenerse con vida y la autopreservación a la necesidad de mantener la identidad. Nuestra
sociedad propicia una deconstrucción de la identidad en beneficio de la autoconservación. La
mayoría de los sujetos tiene que renunciar a lo que son para la supervivencia. La categoría de
desocupado como categoría de identidad, el desocupado no es alguien en estado de, sino su ser
mismo es la desocupación. Alude a la pérdida de identidad. Un taxista me decía el otro día: yo era
sociólogo. En el DSM IV no aparecen las estructuras, hay trastornos. Hay una determinación
biológica de lo que uno es y además no hay una estructura que lo determine, por lo cual alguien que
está paranoico puede liquidar a alguien y el psiquiatra que lo atendió no es imputable porque en el
momento en que lo atendió estaba asintomático. Produce una desculpabilización,
desresponsabilización penal.
Para terminar, creo que el psicoanálisis es un reducto fundamental de refundación de la
subjetividad. El ataque al psicoanálisis hoy no es solo un ataque a sus aspectos obsoletos -que yo
comparto-, ésos son sus puntos débiles. El psicoanálisis va a caer como el socialismo real. No va a
ser derribado por sus fuerzas oponentes sino implosionado por sus propias contradicciones. Nuestra
función es defender -haciendo un ejercicio de rigor-, la propuesta más fuerte que ha generado la
humanidad para analizar el sufrimiento individual y para regular los modos en que el malestar
social no enquista los sujetos en ese malestar sino lo denuncia a partir de su propia práctica.
Muniz Cap 1
La patologización de la infancia Bianchi (2012) en su tesis toma la noción de problematización, a
partir de la definición de Dean (1994): … como una de las tres formas de práctica intelectual al
interior de la teoría social, junto con la teoría progresivista y la teoría crítica. La problematización
“establece un análisis de la trayectoria de las formas históricas de la verdad y del conocimiento sin
un origen o un fin (…) encontrando preguntas donde otros han localizado respuestas” (pág.1023)
En tal sentido, problematizar los diagnósticos por dificultades atencionales e hiperactividad
en la infancia, remite también a un recorrido de observación e interpretación sobre las condiciones
actuales en las que se produce la singularidad del niño/a y de las familias de la que se ocupa este
trabajo, contemplando las características históricas y contextuales del Uruguay de las prácticas en
Salud Mental promovidas en las políticas sanitarias actuales.
La Dra. Press (2012) recuerda a Diatkine: “cualquier clasificación necesita (realizar) una elección
reductora de los signos considerados como pertinentes” y advierte que las clasificaciones pueden
llegar a ser un instrumento de agresión “si olvidamos que esta reducción es la propia del
instrumento conceptual utilizado” (pág. 119). Continúa la psicoanalista indicando que Diatkine
señaló que “las entidades clínicas presentadas en cualquier clasificación no son ingenuas o
ateóricas” “….enseñan y expresan una posición ideológica”. (pág 119). Más adelante la autora
advierte sobre el cambio en la designación en el DSM V de los “Trastornos generalizados del
desarrollo por trastornos del neurodesarrollo. Esta nueva definición lleva a pensar que la tendencia
será que estos niños y sus familias vayan siendo abarcados progresivamente por la neurología y
alejados del terreno de lo psi”. (pág 122)
Continúa vigente la afirmación realizada entonces (Muniz, 2011), sobre el aumento del diagnóstico
de bipolaridad y déficit atencional en los niños de la actualidad, que ha puesto en alerta a los actores
sanitarios tanto como a los educadores, a fin de estudiar los efectos de tal clasificación, de la
medicación y de las prácticas que se han instalado en consecuencia. Algunos autores (Faraone,
Barcala, Bianchi y Torricelli, 2009) señalan también, que tales clasificaciones no son ingenuas, que
remiten a posicionamientos ideológicos, políticos y económicos.
Vasen (2009) expresa su postura crítica al respecto: Los nuevos ingenieros de la neurobiología
parecieron desconocer las proporciones infantiles que Durero fuera el primero en investigar. Y
pusieron todo su énfasis en utilizar el traje bipolar, de talle y formas adultas, para el cuerpo infantil.
Entonces comenzaron los tironeos y los remiendos. (citado por Muniz, 2011, pág. 42) Se ha escrito
mucho sobre el Déficit Atencional, sobre sus tratamientos, sobre sus causas y antecedentes
familiares incluso, pero poco sobre los efectos que a nivel vincular (incluyendo la dimensión
familiar y social) produce el diagnóstico y el tratamiento de los problemas atencionales y la
hiperactividad. Tal como se expresó ya (Muniz, op. citada): Se toman las afirmaciones de la Dra. G.
Untoiglich (2011), quien en su investigación trabaja sobre la dimensión histórica del Déficit
Atencional, siendo las categorías de salud y enfermedad producto de un tiempo y valores sociales.
Asimismo la dimensión histórica refiere a la vincularidad intrafamiliar ya que se ha encontrado
directa correlación entre modos disfuncionales de cotidianeidad familiar y presencia de eventos
traumáticos tanto en los niños diagnosticados con Déficit Atencional como en alguno de sus padres.
Estos elementos aportan una visión que relativizaría la afirmación de un déficit enclavado
exclusivamente en los circuitos neuronales ya que como muchas otras enfermedades, su expresión
depende de múltiples factores interactuantes, entre los cuales no están excluidos los sociales y los
familiares. La autora afirma que estos niños tienen dificultad para poner en palabras sus
sentimientos, conflictos, tensiones, buscando su expresión a través de la descarga motora, siendo
esto también lo que sucede a nivel familiar donde se han encontrado familias que guardan
celosamente secretos innombrables, situaciones traumáticas silenciadas.
Parece obvio que la conducta del niño se relacionaría directamente con estas consignas (no siempre
explícitas) a nivel familiar, no siendo suficiente aún para explicar la presencia del déficit atencional.
La clínica encuentra un cuerpo infantil sujetado a exigencias escolares que no siempre acompañan
las necesidades actuales de los niños. Parece relevante volver a mencionar que en la investigación
realizada con niños uruguayos de la Dra. Ma. Noel Míguez (2010) se afirma que “Se exige una
normalidad que no contempla la diversidad… se está vulnerando la calidad de sujeto de aquellos
que marcan una diferencia (conductual)” (pág. 366-367), más adelante reflexiona sobre el cuerpo
social en el cual se asientan los cuerpos subjetivos, afirmando que el cuerpo social responde a un
imaginario de docilidad, siendo que los que no entran dentro de los parámetros definidos como
normales: “se les quita la posibilidad de actuar autónomamente constriñendo su ser al de un deber
ser homogéneo”. Si esto no sucede en forma natural o voluntariamente, corre el riesgo de ser
neutralizado. Basa sus afirmaciones a partir de una casuística en Uruguay, donde los efectos de la
medicación como terapéutica prínceps en estas situaciones, alarman a los promotores de salud y a
muchos padres también, habiendo niños medicados que terminan durmiéndose en clase, y el efecto
es el mismo que se quiere evitar: no aprender, no socializar.
Por lo tanto en función de fundamentar la presente investigación, se afirma que obviar la
importancia de los vínculos intrafamiliares y la incidencia que tienen a la hora de producir salud o
enfermedad es un error grave en tanto se estaría dejando al niño en solitario, haciéndose cargo del
llamado déficit o trastorno como única causa y único efecto. En la clínica hay niños que se
presentan como “soy un bipolar, soy un ADD”, discurso que sostiene la captura de la identidad
integral del sujeto a partir de un rasgo que en este caso es patologizante, dejando una marca a modo
de estigma que lo acompañará largo tiempo, al menos durante su trayectoria curricular.
Cabe preguntarse si las prácticas habituales de atención a niños que presentan dificultades en la
conducta y la atención (involucrando la socialización y el aprendizaje) serían las más adecuadas
para favorecer la inclusión social del niño y para favorecer el sentimiento familiar respecto al
mismo. Estas dimensiones de análisis: la familiar y la social, no pueden estar ausentes a la hora de
establecer políticas sanitarias para niños con diagnósticos de fallas en la atención y el control de los
impulsos. Los efectos sobre el entramado social son de una alarmante entidad cuando se conoce el
porcentaje de niños medicamentalizados. La patologización de la niñez es un tema enraizado en lo
social sobre todo, dada su afectación desde los ámbitos de inserción y desarrollo del niño (escuela y
familia) y sus efectos sobre el desarrollo de los ciudadanos, entendiendo la categoría ciudadano
como individuo que tiene derechos y obligaciones.
Las autoras Affonso Moysés, Collares y Untoiglich (2013) trabajan el término medicalización de la
vida, en cuanto a que “cuestiones de orden colectivo, social y político se abordan como problemas
individuales, atribuyendo su causación, mayoritariamente, a determinaciones biológicas (aunque las
mismas no hayan sido comprobadas)”. Llaman proceso de medicalización de la vida cuando
problemas que están por fuera del área de la medicina están definidos en términos de patologías
médicas (pág.25). La importancia de dichas afirmaciones para la presente investigación, reside en
cómo este fenómeno se ha extendido en la infancia y promueven representaciones de lo normal y lo
patológico que acompañan dichos procesos mediante discursos hegemónicos en nombre de la
medicina y la educación.
Llegado este punto es pertinente recordar que en el ámbito del aprendizaje escolar, las llamadas
“dificultades de aprendizaje” solo son válidas para el sistema aplicado, y de ninguna forma pueden
universalizarse. De dicha concepción dependerá que el niño sea ubicado en una escuela llamada
común o en una llamada especial, lo que no constituye un hecho inocuo. Las políticas educativas
varían según los países junto a los sistemas educativos vigentes que dependerán de las políticas de
gobierno, así como también los efectos de estas acciones pasan a formar parte del acervo cultural
que producen los sujetos. En relación al fenómeno de la patologización, Bleichmar (2001) lo
vincula a la caída de los ideales respecto del conocimiento, tomado como pura mercancía para la
cual los sujetos se prepararían para ser “subastados en el mercado de intercambio” (pág 145), hecho
que relaciona con el fin de la infancia y que porta como consecuencia la patologización
Los niños están parasitados por las angustias catastróficas de los padres, afirma Bleichmar, respecto
al futuro, del que no escapa todo el sistema huérfano de propuestas. Esta desestructuración en la que
ha entrado la infancia, en una descomposición sintomática por una parte, que me parece altamente
riesgosa, y por otra parte en la transformación de un niño en un sujeto destinado a la cadena
productiva, sin posibilidad de producción en términos intelectuales. Es verdad también que los
chicos están en este momento, además de en múltiples tareas, en múltiples tratamientos. ¿Por qué?
Porque hay una suerte de perfeccionismo de capacidades, con lo cual tienen exceso de tratamientos
de todo tipo: psicológico, fonoaudiológico, psicopedagógico.
Illich sostiene que “el exceso de medicalización cambia la capacidad de adaptarse en una disciplina
pasiva de consumidores médicos” (pág. 47). Afirma en torno a ello que la dependencia de la
intervención médica empobrece los aspectos no médicos que habitan los espacios social y físico
debilitando la capacidad biopsicosocial para afrontar problemas. La vigencia de estas afirmaciones
puede encontrarse en la proliferación de derivaciones ante lo que se considera un fracaso en el
proceso de aprendizaje de los niños cuando no se obtienen logros en el tiempo esperado. El docente
espera las recomendaciones de los técnicos, espera para tomar las decisiones, no puede resolver solo
acorde a su formación y disciplina. Resulta interesante observar las afirmaciones de Illich quien ya
declaraba que el médico podría sentirse inútil al saber que la gente usará cada vez más el mismo
tipo de medicamento sin la aprobación del profesional. (pág 50).
En el siglo XXI las posibilidades de saber y conocer “todo” mediante la web juegan un papel
trascendental a la hora de generar opinión sobre los tratamientos y la medicación, que muchas veces
anteceden la consulta. Analizando datos de la época, el autor declara: “La toxicomanía medicalizada
superó a toda las formas de consumo de drogas por opción propia”. (pág. 52) Asimismo, el
tratamiento de las llamadas dificultades de aprendizaje y de la hiperactividad en niños, no siempre
resulta satisfactorio cuando sólo se abordan desde el punto de vista biológico descuidando la
dimensión subjetiva del sufrimiento infantil y familiar. Múltiples y contradictorios discursos sobre
la repetición en los primeros años de la vida escolar indican que no hay estrategias únicas para el
tratamiento de los llamados problemas del aprendizaje, así como la presencia de equipos
multidisciplinarios en las escuelas o fuera de ellas, que enfocan su trabajo en los alumnos y no en
los docentes ni el sistema.
A partir de su tesis doctoral (UBA, 2010) la Dra. Ma Noel Miguez (2012) afirma en relación al tema
de la patologización de la infancia en Uruguay: Se entiende que este tema hace a una de las aristas
contemporáneas de un proceso de medicalización de larga duración, caracterizado y contextualizado
por un Estado paternalista de promoción del orden y prevención de “problemáticas sociales”
mediante políticas de salud. Este proceso de medicalización fue construyendo una sociedad que en
la interiorización de lo externo asume como propias las necesidades de medicamentos para la
solución de sus males (individuales y colectivos). El punto en cuestión es que quien no se adapte a
la norma (desde el “nosotros”) se lo concibe como diferente, lo que remite a un “otros” como figura
de la alteridad. Esto conlleva procesos de exclusión que con el discurso de la inclusión llegan al
camino opuesto: cada vez son más los excluidos por no adaptarse a las pautas y valores que hacen a
una “normalidad” impuesta desde lo hegemónico. ..se implican distintas formas en las cuales se
materializa una violencia fáctica en los cuerpos infantiles y una violencia simbólica desde las
acciones adultas. (Pág. 4) Más adelante y de valor referencial por las características de la
investigación realizada por la Dra. Miguez, para la presente investigación, se comparte su opinión
respecto a: …la medicación con psicofármacos en la niñez uruguaya hoy día resulta una
manifestación del modelo disciplinario de la modernidad contemporánea. En este sentido, medicar
cuerpos infantiles con psicofármacos, dejándolos inertes y sin sensaciones y expresiones, lejos está
de promesas emancipadoras, sino más bien estaría remitiendo a una racionalidad instrumental
moderna de sujeción de los sujetos por los sujetos mismos, a través de dispositivos cada vez más
mediados por el saber/poder unidireccionalizado (proceso de medicalización) bajo la falacia del
“bien colectivo”. (Pág. 6)
En la postmodernidad o hipermodernidad para otros, Szasz, citado por Moysés et al (2013) afirma
que la medicalización no puede ser considerada como medicina ni como ciencia, llamándola una
“estrategia semántica y social que beneficia a pocas personas y daña a muchas otras”. Las autoras
citan las consecuencias descriptas por Conrad de los procesos de medicalización a saber: la
expansión de la medicina fomentada por la industria farmacéutica; el uso de variadas tecnologías
para tratamientos de lo llamado anormal que “contribuyen al sostenimiento del status quo, con
efectos en los sujetos (sobre todo en los niños) que en ocasiones resultan irreversibles”; la
deformación de la realidad y la promoción del control social en nombre de la salud. (págs. 28 y 29)
Los llamados procesos de patologización de la vida cotidiana su sustentan en argumentos que
sostienen una causa unívoca y determinista de los fenómenos considerándolos complicados y no
complejos. Se sostiene además un concepto de normalidad hegemónico construyendo trastornos
sobre todo lo que escapa a dicho paradigma, orientado al déficit, por lo cual hay que igualar hasta la
cota previsiblemente normal. Abundan las clasificaciones como forma de capturar en un supuesto
sentido lo que le ocurre, desterrando el necesario análisis sobre la subjetividad implicada. Esta
categorización subsume la identidad del sujeto obturando procesos de identificación singulares que
obvien el rasgo para ver más allá de la dificultad. Estos procesos inciden sobre el entorno inmediato
del sujeto produciendo un sufrimiento similar. Moysés et al (2013) afirman que esto no sólo es
producido por el discurso médico sino también por el psicológico, incluso cierto psicoanálisis y por
la institución escolar, invisibilizándose la trama socio-política detrás.
El fracaso de un niño estaría así determinado por sus condiciones neurobiológicas, dejándolo en la
más absoluta soledad para comprender y cambiar las condiciones de su subjetividad de aprendiente.
Esta concepción tiene efectos sobre las estrategias de intervención, las que mayoritariamente están
centradas en el niño, requiriendo de la colaboración de la familia para sostener el tratamiento
farmacológico. Esto funciona como un imán en todos los niveles discursivos, de manera tal que el
niño es señalado (estigmatizado) desde el ámbito escolar, el club deportivo, el campamento, la
familia y el médico. Las dificultades en la función atencional y en la esfera comportamental han
sido estudiadas y definidas hace más de un siglo, remontándose al año 1902 la primer referencia de
Still (citado por Carboni, 2011) como a un defecto del niño para controlar la conducta. Para pensar
en la institución escolar, el Psicoanálisis ha dialogado con la Historia a través de los planteos de
Ignacio Lewkowicz (2004) quien afirma que las instituciones se sostienen en una serie de
supuestos, siendo para el caso de la escuela, el supuesto de que el niño llega en buenas condiciones
de alimentación así como la universidad supone que el estudiante llega en condiciones de leer y
escribir. “En definitiva, las instituciones necesitan suponer marcas previas” (pág. 106). Esas
condiciones que necesita la escuela para cumplir con su cometido, deberían provenir de los hogares
y al menos, ser garantizados por un Estado. Sucede entonces, continúa el historiador, que el sujeto
que llega no es el que se espera, habido un tiempo en que la distancia entre lo supuesto y lo presente
era tolerable, parece que ya no es tan transitable esa distancia. El sujeto aprendiente que la
institución escolar espera, en muchos casos, no se produce en el seno de la familia y de la sociedad
misma: “Lo que la institución no puede, el agente institucional lo inventa, lo agrega” continúa
Lewkowicz, “quedando así los agentes afectados y obligados a crear operaciones que hagan posible
habitar las “situaciones institucionales”, de lo contrario serán “inhabitables”.
Dichas afirmaciones ayudan a entender lo que ocurre diariamente en las escuelas, que por su fracaso
llegan a la consulta psicológica. La maestra-como agente de la institución- ya no puede cumplir con
su cometido, el niño no responde a los esfuerzos, hay un obstáculo que impide el desarrollo del
vínculo docente-aprendiente. Todos sufren junto al niño: su familia, el docente, la institución y los
técnicos de la salud. Cabe preguntarse entonces cuál es la infancia que llega a la institución escolar,
intentando responder a través de palabras de Lewkowicz: La infancia como institución….como
representación, como saber, como suposición, como teoría, es producto de dos instituciones
modernas y estatales destinadas a producir ciudadanos en tanto que sujetos de la conciencia: la
escuela y la familia… que, al forjar la conciencia, generan el inconsciente a la sombra de ese
proceso; pero no es ése el proyecto. El proyecto es generar un sujeto consciente siguiendo a Silvia
Bleichmar (2001) cuando afirma que el proyecto y la esperanza de un país se ve en los proyectos
para la infancia a través de su perspectiva de futuro: En el marco de la deconstrucción de la
subjetividad y de los sujetos sociales, tal como lo estamos viendo en esta etapa histórica es
inevitable que los niños sean arrasados por las mismas condiciones.
Hay un hecho que abarca al conjunto de la sociedad…que tiene que ver con la patologización de la
sociedad civil. La patologización de la sociedad civil, en este momento, es tal vez uno de los riesgos
más graves que estamos enfrentando; si alguien se queda sin trabajo, se lo considera un depresivo,
si un niño no puede aguantar ocho o diez horas de clase más tareas extraescolares, más clases el fin
de semana, se lo considera un hiperkinético. (págs. 144-145) En relación a la Familia, en textos
previos (Muniz, 2015), se afirmó en relación a las modalidades de ser y estar en familia: La vida
cotidiana actual presenta una singularidad marcada por la superficialidad del contacto mediatizado
por las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) que ofrecen la ilusión de estar en
permanente conexión con alguien. Esto ha facilitado el pasaje de la vida privada (incluso íntima) al
espacio público, escenificando para otros la propia vida como en un permanente reality show. Se
rinde culto a la eficiencia, al éxito, a la belleza y a la juventud desmintiendo el paso del tiempo, el
necesario fracaso para aprender, así como el valor de la experiencia como acumulado de la vida.
Adultos exigidos, adolescentes desorientados y niños trastornados pueblan los consultorios de
especialistas del ámbito de la Medicina, la Psicología, la Psicopedagogía y otros que ofrecen algún
tipo de medicina, técnica o sanación para los males de la época. El adulto teme quedar por fuera del
sistema (económico, claro está), volver a caerse como en épocas de crisis recientes, ante lo cual se
aferra a las normas que son pautadas por la libre competencia y las leyes del mercado. Ingieren
drogas para rendir más e ingieren drogas para parar y poder descansar.
Los adolescentes han perdido las esperanzas en un mundo que se ofrece como poco atractivo y
reniegan de los modelos que ofrecen los adultos ya que no han perdido la capacidad de ver el
sufrimiento que la vida imprime día a día a los adultos de referencia. (págs. 20-21) Más adelante y
en relación con el rol social para la familia se afirmó: La vida se ha prolongado en unos cuantos
años, lo que ha llevado también a extender la adolescencia hasta más allá de los treinta.
Paradójicamente, las nuevas leyes laborales del mercado amenazan a quienes promedian los
cincuenta años con un retiro en nombre de la flexibilización creando contradicciones que la mente
no puede asimilar: ser joven pero obsoleto a la vez. Las empresas han pasado del despido de sus
empleados veteranos a buscar gerentes jóvenes para volver a las gerencias de cabello blanco,
creando condiciones tan cambiantes según el discurso de moda, que desestabiliza cualquier plan de
jefe de familia. mientras se trabaja fuertemente en la prevención de males endémicos y
cronificación de consecuencias negativas para la salud de los más jóvenes, abundan prácticas de
diagnóstico y estigmatización en lo que a la salud mental se refiere. Se habla de ventanas de
oportunidad para el desarrollo del niño, no sólo accesibles en la primera infancia, sino también en la
etapa escolar, a la vez que se diagnostican “trastornos” cada vez a más temprana edad; diagnósticos
que los dejan instalados en el lugar de la enfermedad. Se impone el Paradigma del Déficit, al decir
de González Castanón (2001), en tanto déficit implica una descripción cuantitativa de un objeto
comparado con un modelo previo. Ello implica que la reposición y restitución de lo que falta son las
estrategias elegidas para igualar, normatizar a ese sujeto en déficit. Si se piensa en clave de
diferencias, las acciones irán en sentido de la inclusión de lo diverso, tolerancia a lo singular,
respeto por las individualidades, generando así estrategias y políticas de subjetivación bien
diferentes. Lo que no se ajusta ya no habrá que normatizarlo, sino que comprenderlo en un contexto
complejo.
Resulta interesante esta línea de pensamiento de Hernández y Oliver por la cual se preguntan qué
lugar tiene la derivación (del maestro al médico o psicólogo) en cuanto derivar implicaría …la
anulación de la creencia en las prácticas y la creación pedagógica. Si consideramos radicalmente
que ese sujeto tiene la posibilidad de aprender, recae sobre los educadores la responsabilidad de
buscar la manera de enseñar, de asumir junto a él la búsqueda por completarse, por superar su
propio diagnóstico (entendido generalmente como destino negativo). (op.citada pág. 143)
Continúan en su reflexión profundamente ética, Nos permitimos decir, que es justamente éste el
punto en el cual podemos hablar de una práctica emancipadora: cuando el sujeto reniega de su lugar
adjudicado, negándose a sí mismo en parte, para poder asumir lo que desde ese lugar le era negado.
Cuando vemos que gracias a alguna de las estrategias adoptadas uno de estos niños aprende,
estudia, se encuentra con otros; se está apropiando de algo que socialmente le era negado en su
condición de “niño con déficit”. (pág. 144). Diversas son las razones por las que los docentes no
siempre pueden rescatar en su rol la mirada singular, la estrategia a medida, la apuesta a lo posible.
Excede a este trabajo analizar el variopinto paisaje de factores coadyuvantes pero sí el proponer una
mirada compleja sobre el tema.
El diagnóstico en la infancia por dificultades en la atención y en la conducta con especial énfasis en
la hiperactividad, se han transformado en uno de los problemas de salud mental más preocupantes
que inciden en la vida académica, familiar y social de los niños. Gaillard, Quartier y Besozzi de la
Universidad de Laussana (Suiza, 2004) refieren que la aceptación de la hiperactividad no es un
invento neuropsicológico ni psiquiátrico, remitiendo a los años noventa la aparición de quejas
referida a esta sintomatología en la clínica. (pág. 16). Asimismo afirman que la hiperactividad se
vincula enmascarando alteraciones del desarrollo y del funcionamiento intelectual más profundas
abarcando asimismo las áreas emocional, social y vincular. Proponen una dura crítica respecto al
rápido diagnóstico por parte de los profesionales, utilizando un tratamiento farmacológico evitando
la necesidad de recurrir a otro tipo de exámenes o terapéuticas más adecuados para dichos casos.
Definen hiperkinesia como un comportamiento motor siendo la manifestación exterior de un
síndrome psicológico caracterizado por problemas de atención y excitación de ideas. Denominan
como “epidemia” al TDAH instalando la cuestión sobre si es “una entidad patológica individual o si
forma parte de un trastorno del desarrollo social y emocional más amplio” (pág. 17). Se hace
acuerdo con el cuestionamiento sobre la dependencia del diagnóstico con la imagen deseada del
niño y del “umbral de tolerancia respecto a la desviación comportamental que aceptan educadores,
padres y maestros”, tal como fue expuesto anteriormente. (Op. citada). Resulta particularmente
interesante que como neuropsicólogos, estos autores refieran que la hipótesis sobre el origen del
TDAH en la disfunción de las conexiones fronto-estriadas sea utilizada como justificativo para el
uso de la Ritalina (metilfenidato), sin tomar en cuenta la función de la corteza como órgano reflejo
del lóbulo frontal en tanto también funciona como el centro de control del comportamiento social
encargada de las respuestas al medio ambiente. (págs. 17-18). En tal contexto, afirman que desde su
experiencia, dicho síndrome no es una enfermedad en sí misma. “Respecto de la difusión masiva
creemos que los especialistas, la industria farmacéutica, los educadores (padres y maestros) y todos
los medios de comunicación comparten la responsabilidad de esa “epidemia” que rodea a la nueva
entidad patológica”.
Otros autores han descripto también los vínculos parento-filiales para estos niños, la Ps. Rodríguez
Fabra (2014) en su tesis “Aportes al conocimiento sobre el vínculo madre-hijo en dos casos de
niños que presentan dificultades atencionales”, concluye que la función atencional “requiere de la
presencia de un otro significativo e involucrado”, a fin de ser ligada al aprendizaje sin distinción en
la presentación inatento o hiperactivo. Las modalidades atencionales y de relacionamiento con el
mundo exterior “adquieren sentido en la historización del vínculo madre-hijo” estableciéndose
entonces una relación directa de las características atencionales de los niños con los modos del
vínculo temprano. (pág. 1). Untoiglich (2011) ha descripto minuciosamente las características de los
vínculos entre padres y niños diagnosticados con estas dificultades, lo que se desarrollará más
adelante.
Concluyen: Hemos demostrado que se tiende a medicar a los niños demasiado apresuradamente, sin
haber confirmado el diagnóstico...esta tendencia puede ser particularmente nociva ya que impide la
verificación científica y desalienta el diagnóstico diferencial. En estos casos, el uso del tratamiento
farmacológico justifica la ausencia de otras clases de tratamiento….la hiperactividad en estado puro
es poco frecuente y…los síntomas de hiperactividad suelen ser el resultado de una amplia gama de
trastornos del desarrollo. Creemos que la hiperactividad no enmascara una única patología
dominante, sino más bien una gran variedad de problemas de desarrollo…..debe ser abordada por
varias especialidades médicas….enfatiza en el papel de actores no médicos en el tratamiento de
estos niños: padres, maestros, psicólogos y terapeutas, además de los niños mismos… nuestra
investigación sugiere fuertemente la necesidad de un abordaje interdisciplinario de este
síndrome….sin descartar la eficacia de la droga en sí misma, sugerimos que se lleve a cabo un
análisis que tenga en cuenta los aspectos del neurodesarrollo, tanto como los cognitivos, afectivos y
sociales. (pág. 25)
El uso del metilfenidato como prueba clínica tan frecuentemente utilizado, obtura la posibilidad de
ver otros aspectos de la conducta sintomática del niño, clausurando un abordaje complejo de la
situación-que no se considera sólo como un caso- en su totalidad. Esto significa, incluir las
dimensiones afectiva, vincular y social tantas veces soslayadas. Cristóforo (USAL, 2015) en su tesis
“Eficacia de la psicoterapia psicoanalítica en situación de grupo para niños con dificultades en la
atención” respecto al llamado déficit atencional, indica que los distintos nombres que ha tenido a lo
largo de la historia da cuenta “de los diversos modelos que se han puesto en juego, los que difieren
según se ponga el acento en la desatención, o en la falla en el control y en la inhibición conductual”.
(pág. 84) La desatención como la llama Cristóforo y la hiperactividad han dado lugar a la mayor
parte de las consultas en psiquiatría y neurología infantil, siendo el déficit atencional el trastorno de
mayor incidencia.
Una vez más se encuentra que el modelo psicopatológico prevalente, así como las concepciones de
salud-enfermedad determinan la denominación del trastorno.
Almeida Montes citada por Cristóforo en relación con el origen biológico del TDAH señala que se
debe a alteraciones anatómicas, en la función y en los neurotransmisores. No habría acuerdo total en
cuanto a las regiones del cerebro involucradas ya que no todos los sujetos presentan las mismas
características frente a los estudios realizados, habiendo incongruencias. Estudios que aún no serían
totalmente válidos para Almeida Montes et al. También se señalan factores medio ambientales en
tanto se han encontrados algunas características en la conformación familiar y contexto socio
económico, que será desarrollado más adelante (Fiterman y Zerpa, 2015) en el próximo ítem. La
terapéutica con fármacos prínceps utilizada con estos niños, prescribe estimulantes y no
estimulantes. Para los primeros se utiliza el metilfenidato como primera opción y las anfetaminas en
segundo lugar. En cuanto a los no estimulantes (del SNC) se encuentra la atomoxetina.
Tomando como referencia el artículo del Dr. Palummo (2015), el autor nomina la “coerción
farmacológica” como una forma de violación de derechos. Señala que el Comité de los Derechos
del Niño se ha manifestado
A partir de dichas acciones judiciales se exhortó al MSP para que adoptara acciones a fin de que el
diagnóstico de TDAH fuera hecho por “profesionales especializados conforme a los consensos
internacionales y mediante recetario uniforme de aplicación en todos los centros privados y
públicos del país” (pág. 86) Nótese aquí que para realizar el diagnóstico sólo se tiene en cuenta a los
médicos al hablar de recetario y no se menciona la necesidad de un diagnóstico multidisciplinar ni
la consideración de las condiciones de vida del niño, niña, adolescente y su realidad familiar ni
escolar.
Autores referentes en el tema para esta década en la región, comparten la preocupación sobre el
incremento de diagnósticos en la infancia y la creciente inclusión de dichas patologías dentro de las
nuevas legalidades en Salud Mental. Janín, Untoiglich, Moysés, Vasen, Bleichmar en sus textos ya
mencionados, concuerdan en la importancia de librar un debate a la vez que una denuncia sobre
estos fenómenos. Por otra parte, coexisten al menos dos modos de concebir las dificultades en la
atención y la hiperactividad en los niños: por un lado, como condición neurobiológicamente
determinada y por otro como expresión sintomática de factores coadyuvantes que se producen en
condiciones de emergencia multi determinada. En Chile, Álvarez et al (2013) señalan el impacto
social que tiene el diagnóstico de déficit atencional por los costos económicos, el estrés familiar y
los conflictos escolares que produce (también en el futuro como dificultades en el ámbito laboral)
en tanto generan interferencias en todas las áreas de la vida del niño y su familia.
Para finalizar, ampliando estos conceptos con voces provenientes de otro continente, la Dra. Luisa
Lázaro del Instituto de Neurociencias del Hospital Clínico de Barcelona (2015) advierte sobre la
prevalencia de trastornos en la infancia y adolescencia, mencionando el de déficit de atención con
hiperactividad. Señala que los factores tanto genéticos como ambientales interactúan mediante
mecanismos complejos, indicando que el aumento de trastornos psiquiátricos en niños tiene que ver
con el aumento de factores de riesgo, entre los que enumera: influencias ambientales tempranas en
forma de anomalías perinatales durante el embarazo, parto y primeros días, entre los que se
encuentra el aumento de la edad de los padres, la viabilidad de los recién nacidos cada vez más
prematuros, la presencia de tóxicos ambientales o enfermedades neonatales “que pueden provocar
cambios neuroquímicos en una temprana época del desarrollo”. Pero también advierte sobre la
calidad de la crianza, observando que los trastornos mentales de la adultez se inician cada vez más
temprano en la adolescencia. (págs. 9 y 10)
La familia es uno de los principales factores de riesgo para la aparición y desarrollo de trastornos
emocionales, conductuales y cognitivos…Por otra parte, la conflictividad familiar con relaciones
agresivas entre padres provoca una influencia negativa en la salud mental de los hijos. …algunas
estructuras familiares pueden ser también factores de riesgo, sobre todo si se asocian a una excesiva
juventud de las madres, a un menor nivel cultural y económico de las familias, o a una pérdida
temprana de los progenitores…La mayor parte de los trastornos que aparecen en la edad adulta
tienen su inicio en la infancia y adolescencia. Realizar un correcto diagnóstico es tarea exigible a
todos los profesionales que se dedican a la salud mental infantil. El sobrediagnóstico puede
asociarse a la estigmatización, con sus consecuencias psicológicas y a un tratamiento y
medicalización a veces demasiado extendido en el tiempo, pero el infradiagnóstico también puede
llevar a un sufrimiento innecesario y a una demora en la atención profesional…definir
intervenciones tan efectivas como sea posible y de acuerdo con lo que necesite no solo cada
paciente, sino también sus familias. Protocolizar el tratamiento, pero también intentar personalizarlo
y hacerlo a medida del paciente y familia, permitirá optimizar el resultado en esta importante etapa
de la vida. (pág. 11)
A partir de lo expuesto, se parte entonces para conocer la representación y la fantasmatización que
la familia del niño diagnosticado por dificultades atencionales y/o hiperactividad produce en torno a
los tratamientos, los discursos médico-psicológicos y las demandas sociales tramitadas por los
voceros de las instituciones de enseñanza. En este contexto actual, en la realidad nacional y desde la
implicación profesional, política y académica, se pretende dar cuenta de estos fenómenos a través
de la voz de los protagonistas.
Como se puede apreciar, la diferencia radica en hay autores que, frente al estudio de la incidencia o
el impacto sobre la familia del diagnóstico psicopatológico, definen que la disfuncionalidad familiar
es mayor a partir de las alteraciones conductuales de los niños y no como generadoras de tales
conductas a partir de las primeras experiencias y de los avatares de constitución subjetiva del infans.
CAP. 2
Desatención, inatención, distractibilidad, dificultades atencionales y déficit atencional se encuentran
como sinónimos para indicar la modalidad atencional del niño que presenta fracaso escolar,
dependiendo su uso del acento que se ponga en el diagnóstico psicopatológico.
La desatención se toma como categoría diagnóstica, lo que lleva al tratamiento sintomal y no como
características individuales que pueden responder a muy diversas causas. Actualmente los niños
pueden “estar” en diferentes “lugares” reales o virtuales a la vez, siendo un requerimiento la
atención dispersa para jugar, mirar la televisión, atender los estímulos de la computadora, etc. El
problema se instala porque el niño parece no aprender, lo que pone en evidencia la cuestión de si es
un problema del niño o un problema del método de enseñanza para estos niños de hoy. Preocupa
entonces el efecto patologizante que puede llegar a tener un diagnóstico cuando el niño tiene la
capacidad de atender de otra forma y no como se espera que atienda. Estos niños a veces sorprenden
porque a pesar de parecer “desconectados”, están al tanto de lo que se da en clase. Otros no lo están,
pero pueden conectarse fácilmente con aquellos temas de su interés (en general juegos, películas,
libros). La exigencia de una actitud pasiva (Janín, 2013) por parte de la escuela y quizás en la casa
también-dados los espacios reducidos donde muchas veces viven varias personas- propone un
control de lo corporal al niño que no siempre está en condiciones de lograrlo ya sea por inmadurez o
bien porque su vía de expresión prínceps suele ser el movimiento desplazando a la palabra, como la
utiliza el adulto. Janín sostiene entonces que la desatención acompañada de hiperactividad se debe a
las dificultades para inhibir procesos primarios en el niño. En tal sentido afirma:
Para poder atender sostenidamente a la palabra de los maestros, es necesario que opere el proceso
secundario, ya que si cada gesto, cada palabra, cada movimiento, desencadena una sucesión de
asociaciones imparables, es difícil seguir el discurso de un otro. También, si la palabra del maestro
no puede ser valorizada, o predominan registros como el olfativo, el niño no podrá seguir la
exposición. (Op. citada pág. 61) Cristóforo (2015, pág.226) en su reciente trabajo concluye que es
necesario diferenciar a qué tipo de atención se refiere cuando se habla de tales dificultades, siendo
importante encuadrar en qué momento y frente a qué tipo de estímulos. Señala que no se trata de
una función unitaria en tanto la modalidad atencional sostenida o focalizada puede incluso
funcionar de manera heterogénea entre sí para un mismo sujeto. Ello podría conducir a diagnósticos
erróneos si no se tiene en cuenta dicha singularidad. La diversidad de sus modalidades, estilos de
atender o desatender, las diferencias en sus constituciones subjetivas, ponen de relieve sus
diferencias y la necesidad de indagar en cada caso que está diciendo o mostrando de cada niño su
“no atender”. Asimismo, los diversos modos atencionales, no tienen un funcionamiento interno
homogéneo ya que los niños estudiados presentaron comportamientos distintos frente a diversos
estímulos durante el procedimiento diagnóstico. (pág. 227)
Desde el punto de vista médico, el DSM IV (2002)14 clasifica la desatención junto con la
hiperactividad y la impulsividad en el conocido Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad
(TDAH), aludiendo a características persistentes de desatención y/o hiperactividad-impulsividad,
indicando la aparición de los síntomas a partir de los 7 años ya que no hay evidencias que indiquen
su confiabilidad para diagnosticarlo antes de esa edad debido a las características de los niños más
pequeños. Asimismo, indica que no hay evidencia de factores biológicos incidiendo en el trastorno.
La alteración de la conducta debe producirse en dos ámbitos diferentes y debe haber pruebas de la
interferencia en la actividad social y académica. Indica que “Los sujetos afectados…pueden no
prestar atención suficiente a los detalles o cometer errores por descuido en las tareas escolares…El
trabajo suele ser sucio y descuidado y realizado sin reflexión” (pág. 82). Más adelante el Manual
señala que los sujetos presentan dificultades para mantener la atención y poder finalizar una tarea.
“A menudo parecen tener la mente en otro lugar, como si no escucharan o no oyeran…” (Ibídem).
Mantienen frecuentes cambios en la actividad sin finalizarlas, evitan las tareas que exigen un
esfuerzo atencional sostenido, lo que lleva al rechazo de las tareas escolares. Señala la distracción
por estímulos irrelevantes, presentan efectos a nivel de la socialización con dificultad para mantener
una conversación, escuchar, seguir detalles de un juego o actividad. En relación a lo que plantea
Janín, claramente aparece la incapacidad para inhibir lo que proviene del proceso primario y
funcionar en un registro secundario mediatizado por la palabra, según esta descripción. Por otra
parte, el Manual define la hiperactividad como inquietud, exceso del correr o saltar en situaciones
que no corresponde, definido como un sujeto movido por una fuerza externa (“motor”) que también
se manifiesta en un hablar constante. Se señalan movimientos permanentes en las extremidades,
llegando a observarse conductas de riesgo por no tomar en cuenta el peligro durante estas acciones.
Para el diagnóstico de Déficit Atencional con Hiperactividad se exigen al menos la presencia de seis
síntomas de inatención o de hiperactividad. El CIE 1015 , mencionado en el DSM IV, requiere de
características más estrictas para su diagnóstico a saber: seis síntomas de inatención más tres de
hiperactividad más uno de impulsividad. Como se ve, la diferencia (y exigencia para el diagnóstico)
es significativa según la clasificación que se utilice. En 2013 aparece el DSM V que, lejos de ser
más críticos y rigurosos con las clasificaciones en los diagnósticos infantiles, se presenta con un
esquematismo alarmante ubicando a los trastornos en la infancia dentro del capítulo “Trastornos del
desarrollo neurológico” dejando así ubicado lo psicológico en el ámbito de la biología. Se incluye
además para el diagnóstico del Déficit Atencional la categoría de “Otro trastorno por déficit
atencional con hiperactividad especificado” aunque no cumpla con los criterios del TDAH o algún
otro trastorno específico del desarrollo neurológico. Asimismo, incluye la categoría “TDAH no
especificado” para situaciones donde no existe suficiente información para hacer un diagnóstico
más específico
Tal y como se desprende de lo expuesto, difícilmente un niño pueda no encajar en alguna de estas
categorizaciones. Lo mismo ocurre con las dificultades de aprendizaje, donde en la nueva versión
del Manual se tipifica como “Trastorno Específico del Aprendizaje” a una sola de las
manifestaciones indicadas que van desde: “lectura de palabras imprecisas o lenta y con esfuerzo”,
“dificultades ortográficas” hasta problemas de razonamiento que pueden configurar una verdadera
discalculia (pág. 38) Este aplanamiento de las clasificaciones ha barrido con la complejidad y
singularidad de la presentación de cada caso, donde difícilmente se puede escapar a caer dentro de
alguna clasificación psiquiátrica.
Otro elemento importante para considerar es en cuanto a la comorbilidad que se describe para el
TDAH que van desde situaciones de fallas en la adquisición de aprendizajes específicos hasta
cuadros de depresión, ansiedad, trastornos oposicionistas y hasta psicosis. Resulta difícil diferenciar
si hay una verdadera comorbilidad o en realidad las dificultades atencionales o la hiperkinesia se
deben a las características del funcionamiento patológico de base.
Podría concluirse entonces, que parece no haber un diagnóstico “puro” de hiperactividad, aunque no
todos los niños que presentan hiperactividad son diagnosticados por TDAH. Queda entonces el
criterio diagnóstico librado a la posición teórica, experiencial y ética del médico.
Por su parte, Beatriz Janín (2004) en su texto dedicado a niños desatentos e hiperactivos, ha
marcado una línea de trabajo interesante que abre posibilidades al abordaje terapéutico descentrado
en la medicación exclusivamente. Para ello va a partir del lugar que el otro tiene para el niño, de las
posibilidades que el vínculo otorga en su función de ligadura y sostén dentro de una historia común,
para entender las fallas a nivel de la organización del yo, en la organización deseante y la
libidinización. Afirma: Desear, sentir, pensar pueden sufrir diferentes vicisitudes en una historia de
pasiones. Es decir, en los avatares mismos de la constitución psíquica donde están posibilitadas las
perturbaciones. Perturbaciones múltiples que nos permiten pensar la variedad y la riqueza de la
psicopatología infantil. (pág. 28) Esta perspectiva enmarcada en la historia libidinal de los vínculos,
será la guía para la comprensión de los fenómenos que este trabajo pretende analizar. La autora
considera al déficit de atención y la hiperactividad como trastornos en la constitución subjetiva y no
exclusivamente como determinaciones biológicas, afirmando que las llamadas patologías de borde y
los trastornos narcisistas son dificultades de organización psíquica en un “terreno de conflicto
intersubjetivo” (Op. citada pág. 37). Todo ello podrá ser comprendido y tratado en un sentido
histórico-libidinal del niño y su familia. Adquiere relevancia la presencia de un otro capaz de
trasmitir algo diferente al vacío que se manifiesta como trastorno en la función atencional en tanto
el niño puede llegar a inscribir un “blanco representacional”, mostrándose borrado y ausente del
mundo. La función metabolizadora que el otro tiene sobre el niño constituye una matriz para que el
pequeño pueda registrar sentimientos dependiendo a su vez de la empatía (amar y sentirse amado)
establecida con ese otro de referencia. Cuando esta función falla, aparece el vacío. Los niños
intentarán llenar ese vacío con cosas, afirma Janín, o con desbordes motrices. (pág. 39) Freud
(1895, citado por Janín, 2004) en su “Proyecto de una psicología para neurólogos” diferencia
estímulos externos e internos. Para que dicha diferencia pueda ser percibida, es necesaria la
diferenciación de los procesos inconscientes de los preconscientes. En los primeros, predomina una
atención refleja que Janín denomina como en el límite entre lo biológico y lo psíquico, mientras que
al preconsciente le corresponde una atención secundaria que es consecuencia de la inhibición de los
procesos primarios. El Yo en los procesos secundarios, es capaz de inhibir los procesos primarios
que no diferencian representación de percepción. La investidura del mundo externo está a cargo de
un Yo capaz de inhibir dichos procesos primarios a fin de conectarse con la realidad, asegurando la
diferenciación entre percepción y alucinación. La atención surge de la percepción, de la conciencia
y del examen de realidad a cargo del Yo.
En este planteo, las dificultades atencionales se enmarcan o bien en las dificultades yoicas para
investir la realidad o bien para inhibir los procesos primarios. (pág. 50) Para la constitución de la
función atencional es importante que el estímulo (externo) esté diferenciado de la pulsión (interna).
Mientras el primero es intermitente, la segunda es constante, afirma Janín basada en Freud. (pág.
51) Los estímulos siempre presentes no dan paso a la diferenciación adentro-afuera. Los estímulos
ausentes tampoco permiten que se reconozca cuando aparecen. De aquí la importancia de los
intervalos como posibilitadores de la diferenciación yo-no yo, que constituye la primera función
yoica: la prueba de realidad.
Se toma entonces al déficit en la atención como una falla en la constitución adentro-afuera, cuyo
fracaso en el proceso secundario se manifiesta de diversos modos: Retracción narcisista como la
intolerancia a las fallas por lo cual el niño sólo atiende a lo que le resulta fácil. Lo insoportable es la
carencia. Depresión, que implican las fallas por la energía que insume el trabajo de duelo.
Dificultades para acotar la fantasía, encontrando niños que están atentos a procesos internos o
refugiándose en un mundo paralelo. Estado de alerta que implica una sobreatención primaria, por la
cual el niño se conecta con un afuera pero que es peligroso. Esto conlleva varios riesgos ya que los
niños que viven en un circuito de violencia desatención pueden caer en la búsqueda de estímulos
fuertes en el mundo, como ocurre con las adicciones. Janín señala el riesgo de dar medicación
“potencialmente adictiva a niños cuya estructuración psíquica tiene características adictivas”. (pág.
67) Para cerrar la posición de esta autora desde el Psicoanálisis: Durante toda la primera infancia,
los límites entre inconsciente y preconsciente no son claros. Es necesario que ambos sistemas se
diferencien y estabilicen para que, a partir de allí, la atención sostenida hacia contenidos alejados de
las urgencias inmediatas se haga posible…Para que se instauren diferencias internas, que se
organicen espacios y legalidades contrapuestas en el niño, el entorno debe sostener una legalidad.
Diferenciar estímulo y pulsión, investir libidinalmente el mundo, construir al yo y al objeto en los
avatares pulsionales pasividad-actividad, unificarse narcisísticamente, soportar la castración,
sostener los deseos y mediatizarlos, son todos prerequisitos para la construcción y el sostenimiento
de la atención secundaria. Entonces, el llamado trastorno por déficit de atención no es una entidad
única, sino que engloba diferentes trastornos por “déficit” en la estructuración psíquica. (pág. 71)
Cristóforo (2015) encontró en los niños de su investigación, “dificultades en la funciones yoicas de
realidad, en el sentido de una organización yoica frágil” (pág. 14), indicando además un modo de
relacionamiento con el entorno a predominio de vivencias persecutorias que dificultaban el
investimento del mundo. Esos “otros” referentes para estos niños no eran figuras contenedoras ni
sostenían las necesidades del niño. Asimismo, señala que las características de imposición en el
pensamiento del vínculo con la figura materna, no les permite investir otros vínculos, para el caso,
el vínculo con la maestra, todo lo cual muestra un tipo de relación de objeto marcado por el temor a
la ausencia del mismo. (pág. 15)
La autora señala además que la capacidad de simbolización estaría vinculada a las características de
la atención: “en tanto provee de una vía de descarga del plus pulsional, a través de la ligazón con la
representación, evitando por tanto la descarga no ligada que incide negativamente en la posibilidad
de atender”. Por su parte, Untoiglich (2011) sostiene que la atención es una función ligada al Yo,
constituida en un proceso histórico intersubjetivo que determinará “a qué y cómo se atiende” (pág.
43). Considera al niño como un sujeto activo desde los primeros tiempos del desarrollo, capaz de
atender selectivamente a aquello que el otro significativo le señala en primera instancia. Asimismo,
la selectividad que el niño realice va a estar en relación a los avatares de su historia libidinal. El
niño irá catectizando los objetos habilitados por sus padres Untoiglich (2011) cita a Calmels (pág.
50) quien distingue hiperkinesia de hipermovilidad.
El primero alude a la amplitud y rapidez de los movimientos, que se observa en acciones constantes
de pequeños o grandes movimientos así como cambios posturales, todo ello sin un sentido aparente.
Hipermovilidad la define como desplazamiento o inquietud sin desplazamiento, ésta podrá
corresponder a la emoción que lo determine en tanto motor del movimiento. Berges (2004, citado
por Untoiglich op.cit.) señala que las palabras que (aún) no tienen lugar serán sustituidas por la
movilidad, a modo de un pasaje al acto de aquello no simbolizado en el lenguaje, exteriorizándose
en la acción.
La psicoanalista española Alicia Montserrat (2002) en su recorrido sobre la hiperactividad infantil,
refiere que dicho concepto está constituido por hipótesis neurofisiológicas y por las “coerciones”
que ejercen las dos instituciones prínceps (como fueron descriptas en el capítulo anterior): la familia
y la escuela.
MÓDULO IV
Cristóforo, A. (2015) Niños Inquietos, cuerpos desinvestidos.
Pensar la inquietud sólo como un síntoma que pertenece al niño, como una patología, es
simplificarla y no aprehender el problema en su complejidad. Se entiende por inquietud aquel
comportamiento del niño que pone en un primer plano el cuerpo, un cuerpo en movimiento, un
cuerpo que se hace presente en detrimento de otros componentes de la subjetividad, que en
ocasiones, implica un comportamiento agitado del niño, y una dificultad en el mantenimiento del
mismo sobre una actividad específica durante cierto tiempo.
En este punto, es necesario aclarar, que habitualmente la inquietud se patologiza y se la nomina
como hiperactividad formando parte del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad
(TDAH). En consecuencia es indispensable distinguir la inquietud como una característica epocal,
en la que los niños habitualmente se mueven más que en otras épocas, de aquella que adviene un
indicio del sufrimiento infantil, de lo que no puede ser puesto en palabras y por eso se ubica en el
cuerpo. En este último caso el movimiento no aparece sólo como un síntoma producto de una
transacción entre instancias psíquicas, sino como la expresión de un exceso, de lo que no se puede
tramitar, representar, y pasa al acto sin poder ser simbolizado.
La constitución del cuerpo y la inquietud La inquietud pone de manifiesto la articulación entre
cuerpo y psique y obliga a pensar el papel que ese movimiento tiene en la economía psíquica. Por
un lado, aparece como un síntoma psicomotriz, pero al mismo tiempo interpela algo que tiene que
ver con los límites del cuerpo, con la imagen corporal y con el lugar de la motricidad en la dinámica
psíquica. En este sentido en la medida que se trata de una conducta motriz, son dos los factores que
inciden. Por una parte, las fallas del yo como inhibidor de la conducta motriz, y por otra el cuantum
de energía en el psiquismo, que en este caso se vincula con un plus de excitación que se traduce en
movimiento.
El contacto piel a piel, el intercambio de miradas madre-hijo, el ritmo de la palabras dichas, la
unidad entre las diferentes sensaciones, juegan un papel fundamental en la experiencia de unidad
interna y genera una primera organización del cuerpo y del yo. La presencia de la madre (o su
sustituto) y su función continente juegan un rol fundamental en ese proceso (Fouque, 2004; Gazon,
2006; Courtois et al., 2007). Desde esta perspectiva, la inquietud da cuenta de una dificultad en las
primeras relaciones y/o en la ligazón madre-hijo, en el holding (Winnicot, 1993) y en las envolturas
sustitutas. El holding tiene una doble función, de contención y de limitación. La madre contiene el
plus de excitación, a través de su voz, su mirada y su pensamiento, y en esa misma acción ayuda a
distinguir que es del niño (yo) de lo que no es de él (no -yo).
Se sabe que el bebé al nacer queda envuelto y desbordado por un exceso de estímulos sensoriales de
diverso tipo, y que su psiquismo no puede tramitar más que un pequeño monto de esa energía. Para
hacer ese trabajo debe ser protegido, protección que Freud (1920) denominó sistema de pare-
excitación, que es en parte garantizado por la función materna, en parte por el niño mismo y en
parte por ambos (Golse, 2010). En una posición de simetría Golse (2010) propone la noción de
pare-incitación que supone un movimiento desde el interior del niño. Este otro sistema de
protección ante la excitación de las pulsiones, se relaciona con la capacidad de representación,
puesto que esta supone el trabajo de ligazón ante las exigencias de la pulsión. La tensión de la
pulsión solo puede ser evacuada por la vía del cuerpo a través de los síntomas, o por la vía psíquica
a través de la fantasía y el pensamiento.
Este autor plantea que en los niños “llamados hiperactivos” se produce una especie de vacío de la
pulsión, en tanto la multiplicidad de objetos sucesivos a los que se dirige funciona de hecho como
una ausencia de objeto. Se destaca de este planteo el papel que cumple el vínculo con el otro (a
través de la mirada, del contacto piel a piel, de la voz, etc.) en el camino que sigue la pulsión para
tramitar la tensión.
Anzieu aporta el concepto de Yo- piel entendiendo que el yo envuelve al aparato psíquico como la
piel al cuerpo: “Con el término de Yopiel designo una figuración de la que el niño se sirve,… para
representarse a sí mismo como Yo”.
Desde la perspectiva de Bick (1968), la necesidad de producir sensaciones que el niño inquieto
presenta, estaría dando cuenta del fracaso en la función de lo que la autora denomina primera piel.
De acuerdo a su conceptualización, la manera en que la piel oficia de límite, constituye un
continente permanente que mantiene ensambladas las diferentes partes de la personalidad aún no
integradas. El fracaso de esa función según la autora lleva a la constitución de una segunda piel que
juega un rol de sustitución de la función de contención de la piel. Esta segunda piel está constituida
no a partir de un objeto externo continente sino a partir de la musculatura. Por el contrario, si la
función continente está presente, la identificación con esa función da origen a la fantasía del espacio
interno y externo, por tanto hasta que tal identificación no se produce no aparece el concepto de un
espacio dentro del self (Bick, 1968).
El investimento pulsional propio de esa segunda piel está formado por la agresividad y no a partir
de la pulsión de apuntalamiento como es la que se produce en la construcción del Yo piel (Anzieu,
1985). En este sentido Anzieu refiere que: “El mal funcionamiento de la ‘primera piel’ puede
conducir al bebé a la formación de una ‘segunda piel’, prótesis sustitutiva, que reemplaza la
dependencia normal en relación con el objeto continente, por una pseudoindependencia” (1985:
211). Desde esta perspectiva la inquietud puede constituirse también en una defensa frente a la
angustia que genera la separación y un mecanismo de control del objeto. Si el niño no logra
“encontrarse” con el cuerpo del otro, en tanto es un cuerpo que no consigue apuntalarlo de manera
suficiente, no obtendrá la unidad necesaria para que pueda representarse a sí mismo como Yo. Si la
madre tiende a investirse predominantemente a sí misma, su propio cuerpo y sus sensaciones, puede
causar dificultades al niño en este proceso. Como se mencionó ya, en la construcción del Yo-piel
Anzieu (1985) entiende que juega un rol fundamental la función de apuntalamiento.
En esta línea Cohen de Lara y Guinard (2006) encontraron en su investigación que la fragilidad del
funcionamiento psíquico en los niños inquietos podría responder precisamente al fracaso en la
función de apuntalamiento. La función de apuntalamiento es trabajada por kaës (1992) a partir de la
noción freudiana de apoyo de la pulsión en las funciones biológicas. De acuerdo con su noción, el
apuntalamiento es un concepto apto para dar cuenta de las relaciones entre la psiquis, el cuerpo, el
grupo y la cultura. kaës (1980), plantea que el psiquismo se apuntala en el cuerpo, en la madre y en
el grupo. Luego (kaës, 1992) que la psiquis tiene dos bordes y sobre estos dos bordes se realiza el
apuntalamiento: - el borde que remite al cuerpo - el borde que remite a la cultura.
El borde que remite al cuerpo se relaciona con las nociones más arriba trabajadas de Yo-piel
(Anzieu) y las de primera y segunda piel (Bick). El apuntalamiento de la pulsión, es posible si la
madre y su entorno apuntalan al niño Desde otra perspectiva Rodulfo, vincula este primer tiempo
del desarrollo con el fort/da:
A través de esta operación fort/da emerge el primer espacio fuera del cuerpo materno para vivir…Es
un modo primordial de simbolización, donde va a jugar un papel central la agresividad cumpliendo
esa función de separación simbólica (...) Gracias a esta función de la agresividad de “arrojar fuera”
va constituyéndose un espacio desplegado que no es ya el espacio aplastado sobre el cuerpo del
otro. (...) El acto de arrojar afuera produce simultáneamente un adentro y un afuera, distinto a un
momento anterior donde el espacio correspondía al propio de la especularidad.
Parecería que en el niño inquieto esa agresividad queda en el propio cuerpo, en su musculatura, al
servicio de la segunda piel. La hipertonía de estos niños entonces, parece responde a una tentativa
de mantener la integridad. En este sentido Fouquet (2004) plantea que ese investimento de órgano,
produce un borde donde el yo, ante el temor a la desintegración por la falta del objeto, vuelve a
encontrar un basamento para su integración. Cuando las primeras relaciones de objeto son carentes,
el niño no podrá interiorizar una imago suficientemente tranquilizadora que le permita sostener la
ausencia, sin el temor a la perdida de integridad y de esa forma mantener su continuidad subjetiva.
Es una soledad que lo deja a solas con su propio deseo: “...la primer tarea de un sujeto no es
simplemente la de unificarse; la complicación es unificarse integrando a cada paso en la superficie
corporal los cortes, las disyunciones centrifugas ocasionadas por el desear. Cuando se dice entonces,
‘incapaz de salir de la madre’ hay que añadir algo: ‘por temor (o por angustia) de su desear’.Es
interesante la perspectiva de Rodulfo al incluir el deseo, en relación a la unificación del cuerpo,
puesto que es el deseo, vehiculizado por la inscripción del otro en el cuerpo, quien transforma al
organismo en cuerpo.
Esa ruptura hace presente el deseo como algo propio para el niño, marcando los límites de su propio
cuerpo y la discriminación-separación del cuerpo del otro. Se considera que es en esta interfase
donde se instala el problema del niño inquieto (inquietud en el sentido de indicio) en tanto supone la
ausencia de la madre, y el terror a esa ausencia puede dejarlo prendado del deseo del otro.
Serían las fallas descritas en la constitución psíquica lo que no permite a los niños inquietos,
dominar la excitación de los impulsos y ligar la energía a una representación. La representación
permite el reconocimiento y cualificación de la necesidad pulsional y de esa forma tramitarla de
acuerdo al principio de realidad (Sammartino, 2007). Al no producirse esa ligazón queda un
excedente de energía que será descargada por la vía motriz. Se parte de la premisa que el contexto
socio-histórico actual es uno de los factores que inciden en el aumento de la inquietud en los niños.
No son sólo las condiciones de pobreza y marginalidad las que ponen a la infancia y a la
adolescencia en situación de vulnerabilidad y cosificación. La lógica del consumo, la
medicalización de la sociedad, el uso del cuerpo como objeto, la patologización de conductas no
esperables y del sufrimiento cotidiano, son representantes en nuestra sociedad de la violencia
secundaria (Aulagnier, 1977), puesto que suponen un desconocimiento del otro en tanto otro.
La lógica del exceso que instala la sociedad de consumo, lleva consigo un exceso de estimulación al
aparato psíquico proveniente de lo social, un exceso de exigencias. La capacidad para procesar el
plus, como se dijo más arriba, proviene de la función materna de pare-excitación y del sistema de
pare-incitación que surge de la capacidad del niño de ligazón de la pulsión.
En síntesis, el contexto socio-histórico actual y la cultura del consumo que lo caracteriza, no
ofrecen el apuntalamiento necesario a las figuras encargadas del cuidado, en tanto los incita al
exceso y produce también en ellas una obre excitación. Es en esta medida que se ve comprometida a
su vez la función de apuntalamiento del psiquismo del niño por parte de dichas figuras.
En diversas investigaciones, culminadas y en curso, que utilizan el dibujo de la figura humana como
instrumentos de recolección de datos, se han hallado ciertas particularidades poco frecuentes en los
mismos (ojos vacíos, alteraciones de la Gestalt, ausencia de detalles, simplificación de la figura
humana, líneas abiertas, entre otros), que interpelan a la Psicología como disciplina, en relación a
los cambios que las producciones gráficas presentan en el contexto actual. Reconocer a los niños en
su subjetividad supone, darles la palabra, reconocerlos como sujetos de derecho. Restituirles la
palabra implica generar las condiciones para que puedan enunciar lo que padecen: “El desafío
particular al que nos enfrentan los niños/as es que hay que escucharlos cuando todavía no han
accedido cabalmente al lenguaje o reconociendo la particularidad del lenguaje infantil. Se trata,
entonces, de reconocerlos en sus gestos”
La riqueza, el grado de integridad de un dibujo, la disposición de sus partes, son en cierta medida
reflejo de una cultura a la vez que expresión de las características subjetivas del niño.
Es, en definitiva, el producto de un conjunto de procesos, perceptivos, cognitivos, subjetivos y
socioculturales, que subyacen y dan forma a la imagen.
Para la Psicología, y para los estudios de los dibujos en general, el dibujo de la figura humana
(DFH) es una producción privilegiada, entre otras cosas porque es la primera figura que el niño
realiza con intención de representarla. Además, el dibujo de la figura humana es un dibujo
privilegiado porque a través del dibujo de un personaje, es siempre un poco a él mismo a quien el
autor del dibujo quiere representar, en parte inconscientemente, razón por la cual es tan importante
en la clínica con niños y adolescentes. Osterrieth y Cambier desarrollan la idea de que el dibujo
realizado como consecuencia de una consigna, a diferencia del dibujo espontáneo, posee unos
constituyentes propios. Consideran el papel de la consigna, la importancia del componente motriz y
del componente perceptivo, y finalmente las fantasías ligadas al tema propuesto. Los dibujos
realizados a partir de consignas, como es el caso de los test, ponen en marcha un “recorte”
representacional, aquel que promueve los contenidos de la consigna.
Tal como se señaló más arriba, se ha notado un cambio en las características de las producciones
gráficas de los niños, más específicamente en lo que refiere al dibujo de la figura humana. Se
estableció la premisa a partir de la cual se vincularon esas características de los dibujos con el
contexto social-cultural, con los investimentos del cuerpo, con los momentos de la constitución de
la primera piel.
Niños no consultantes. Los dibujos que se presenta fueron elegidos con un criterio de “casos
típicos” en el entendido que los mismos son característicos de los 60 dibujos recogidos en la
investigación, respecto a uno de los indicadores analizados. Específicamente se muestran tres
producciones cuyas características se vinculan más con el objetivo del presente artículo y que
corresponde al indicador alteración de la gestalt. El 46% de los dibujos presentó este indicador, que
se definió como deformaciones en el cuerpo, o alteraciones de la simetría. Se eligió en este caso
trabajar sobre este indicador porque el mismo se relaciona con la imagen de sí mismo a través de la
imagen del cuerpo, y con la organización del yo, ambos aspectos implicados en la inquietud.
De acuerdo a lo que se ha planeado anteriormente estas características de los dibujos, se pueden
pensar como producto de un “desencuentro” con el cuerpo del otro, un cuerpo que no ha podido
apuntalarlo de manera suficiente, por lo que no logra la unidad necesaria para que pueda
representarse a sí mismo como Yo. Como consecuencia el Yo no posee una adecuada integración
que le permita cumplir con la función de inhibición. El alto porcentaje de dibujos que presentaron
alteraciones de la Gestalt, puede ser considerado como una representación del aumento de la
inquietud en los niños en tanto característica epocal.
Niños consultantes En este caso los dibujos presentados fueron obtenidos en el marco de consultas
por niños que presentan inquietud, indicio de su sufrimiento, en el sentido explicado más arriba.
El dibujo de Fernando muestra una suerte de “continuidad” adentro-afuera, en tanto salen de su
cuerpo exhalaciones de la boca y las manos. Conjuntamente con esto, el dibujo de Fernando da
cuenta de un exceso: diversos dibujos y letras llenan el espacio, de la misma forma que su cuerpo al
moverse. En este sentido podemos pensar que este dibujo muestra una falla en los sistemas de pare-
excitación y de pare-incitación, ya que por una parte no hay un tope a lo pulsional, fracasando su
capacidad de ligazón, y por otra, está expuesto a una cantidad de estímulos externos que no puede
tramitar, en tanto suponen un plus de excitación que se traduce en movimiento. La pluralidad de
estímulos a los que se siente expuesto, aparece a través de dibujos que no tienen conexión entre sí,
dan cuenta de lo que no puede tramitar, plus de excitación que vehiculiza a través de su movimiento
permanente.
Consideraciones finales La inquietud en la medida que pone en primer plano al cuerpo, no puede
ser fenómeno pensado de manera lineal. El cuerpo como noción supone la articulación de factores
socio culturales, histórico libidinales y familiares entre otros. En este sentido, significar la inquietud
como hiperactividad (dentro del TDHA), es simplificarla, dispositivo propio de la medicalización.
El cuerpo y el yo se constituyen conjuntamente, de manera que las fallas en la constitución de uno,
supone un cierto nivel de fallas en la del otro. Los dibujos de la figura humana son una producción
privilegiada para estudiar ambos aspectos. Sin embargo, el marco conceptual desde el cual son
interpretados también puede estar atravesado por una lógica medicalizadora, si se pierde el contexto
socio-cultural del niño que lo realiza y tomamos como patológicos elementos del dibujo que no se
corresponde con la norma establecida por el test. Es imprescindible entonces pensar los dibujos
como productos de un compromiso donde se mezclan y entrelazan las significaciones del objeto, los
significantes culturales y las características de la persona; antes que como técnicas estandarizadas.
Padres que vienen, angustiados, desbordados, deprimidos, hablando de un niño que no es como
ellos quisieran, que molesta, o que los deja expuestos a llamados permanentes por parte de la
escuela. Un niño que hace de más o de menos, que los convoca en un punto en el que no pueden
responder… Sus frases son, habitualmente: “No lo podemos parar”. Y llegan al consultorio niños
que sufren y que expresan de diversos modos su sufrimiento. Muchas veces, se encuentran con
nosotros después de un largo peregrinaje por otros profesionales.
Se les dieron diagnósticos, a veces se los medicaron… pero algo insistió. Y piden ser escuchados de
otro modo. Un niño de seis años tiene dificultades para organizarse, para aprender y para quedarse
quieto. La directora de la escuela dice que “no produce”. Es diagnosticado inmediatamente como
ADD y medicado. Frena la actividad pero comienza a sentir terrores. Se desconecta del grupo, tiene
una mirada perdida... Teme a todo lo que se mueve. Así, hasta una pelusa le provoca terror. La
maestra se preocupa: “Prefiero que se mueva a que esté paralizado”, comenta. ¿Qué provocó en este
niño la medicación, además de la idea de que era alguien cuyos movimientos debían ser controlados
desde afuera? Provocó terror, afecto seguramente ligado a las fantasías terroríficas que lo asaltaban
y que, con la “pastilla” dejaban de ser “fantasías actuadas” propias para transformarse en fantasmas
que lo atacaban desde afuera. Así, la medicación producía un efecto de encierro, de chaleco de
fuerza que lo dejaba a merced de los otros y todo lo que se movía pasaba a ser atacante.
Una maestra que pudo registrar el terror frente al movimiento de los otros y que privilegió paliar el
sufrimiento del niño a su comodidad, padres que pudieron preguntarse sobre lo que pasaba y
repensar el abordaje, permitieron otra apertura.
Considero que una de las dificultades que tenemos hoy en día para la comprensión de la
psicopatología infantil es la invasión de diagnósticos que no son más que un conjunto de
enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios, diagnósticos
que llevan a que un niño sea catalogado por los síntomas que presenta perdiendo así su identidad.
Así, se pasa de: “tiene tics”, a “es un Gilles de la Tourette” o de: “tiene conductas compulsivas y
reiteradas” a “es un TOC”, o en vez de un niño triste, hablamos de un trastorno bipolar... El más
conocido es el Trastorno por déficit de atención, título con el que son catalogados niños que
presentan diferentes características.
Lawrence Diller, pediatra norteamericano, afirma que desde los años setenta la psiquiatría
norteamericana adhirió al modelo biológico-genético-médico de explicación de los problemas de
comportamiento y que, en los ochenta, con la inclusión del Prozac, se banalizó el uso de medicación
psiquiátrica en casos leves. El paso siguiente parece haber sido extender este criterio a los niños.
Me parece que la pasión por denominar, por clasificar, por ubicar todo en cuadros, lleva a una
contradicción fundamental: ¿cómo “encuadrar” el bullicio de la vida, esas exigencias que insisten,
las diferencias entre los niños? Las dudas, las preguntas, el devenir mismo tienen que ser obturados
lo más rápido posible. Lo que se pretende es que todos los niños respondan del mismo modo a lo
mismo, sin tener en cuenta las situaciones particulares por las que está atravesando la vida de cada
uno.
En los últimos años se ha generalizado el uso del DSM IV en los consultorios psicológicos y
pediátricos e inclusive en el ámbito escolar es frecuente que los maestros diagnostiquen a los niños
con los nombres que propone este manual. Ya desde la primera entrevista, el que ubiquemos tanto al
niño como a los padres como sujetos pasibles de ser escuchados, puede modificar la situación. Por
el contrario, cuando lo que se intenta es, rápidamente, hacer un diagnóstico, clasificarlo, lo más
probable es que se dejen de lado las diferencias, se piense sólo en las conductas, en lo observable y
se pase por alto el sufrimiento del niño. El privilegiar la “conducta” (y muchos niños dicen “me
porto mal, por eso me traen”), nos remite a la idea de que hay alguien que se “porta bien” y que hay
quienes saben lo que es “una buena conducta”.
Al ofrecer la biología respuestas operativas queda como verdad última y definitiva, relegando a un
segundo plano a los otros modos de comprensión del problema y de su sentido. Hay otro elemento
en juego: este modo de diagnosticar, en el que se pasa de una descripción de síntomas a determinar
una patología, DSM IV mediante, tiene un elemento central: desmiente la historia del niño y anula
el futuro como diferencia.
Y esto me parece que es crucial: si alguien fue así desde siempre (es decir, sus padeceres no se
constituyeron en una historia) y va a ser así toda la vida... sólo queda paliar un déficit. Cuando los
que hacen el diagnóstico (llenando cuestionarios, dando descripciones) son los padres y maestros,
esto se hace todavía más evidente.
Todo tiene que ser normotizado, reglado, en una sociedad que exige, discrimina y excluye. Para
desarmar esto, tenemos que afinar nuestros instrumentos y poder fundamentar nuestro abordaje.
Tenemos que poder explicar que nosotros contamos con otras herramientas para el tratamiento de
estos trastornos. Estamos frente a un psiquismo en estructuración, en el que los funcionamientos no
están todavía rigidificados, ni totalmente establecidos, en tanto la infancia es fundamentalmente,
devenir y cambio.
Quizás, fundamentalmente, lo que hay que detectar es el sufrimiento de un niño. Por eso, mucho
más que diagnosticar de qué tipo de trastorno psíquico se trata y ponerle un nombre, mucho más
que “tipificar”, “catalogar” algo, el tema es entender cuáles son las determinaciones de una
dificultad, cuáles son las conflictivas que expresa y a quiénes incluye.
Todo niño requerirá un abordaje terapéutico acorde a cuáles son las determinaciones de su
sufrimiento. E intervenciones específicas, de acuerdo a lo que le ocurra. El psiquismo es una
estructura abierta (en el sentido que no es pensable en un sujeto sin vínculos con otros) y la realidad
(en especial la realidad psíquica de los otros) es parte del aparato psíquico del niño. Es insoslayable,
entonces, en el caso de las patologías tempranas, el tema del entorno.
Esto es muy claro en el caso del llamado ADHD: hay que tener en cuenta el estado psíquico de los
adultos que a la vez que promueven el movimiento y la dispersión (excitando a un niño, idealizando
la infancia, ofreciéndole estímulos fuertes desde bebé), después no pueden tolerar el movimiento
habitual de un niño.
Si reflexionamos sobre los otros “cuadros” que suelen “diagnosticarse”, desde la clínica, vemos que
los niños que son “etiquetados” como Gilles de la Tourette suelen presentar un despliegue
dramático, un modo de decir teatralizado, pero sabemos que los tics pueden expresar diferentes
conflictos. Mientras que los supuestamente “bipolares” pueden hablar con silencios y llantos, y los
“hiperactivos” muestran con su cuerpo y sus movimientos lo que los desborda, ellos, los niños de
los tics, nos cuentan con sus muecas y reiteraciones una historia que no ha sido simbolizada.
Entonces, diagnosticar es otra cosa a rotular de acuerdo a lo manifiesto. Para llegar a un diagnóstico
(imposible de cerrar con una sola palabra) hay que escuchar, observar, analizar, a través de todos los
elementos que tengamos a nuestro alcance, para poder ubicar cuáles son los conflictos
predominantes, si estos son intrapsíquicos o intersubjetivos, cómo se da la repetición en ellos, qué
deseos y de quiénes están en juego, qué defensas predominan.
Intentaré desarrollar algunas ideas sobre el llamado Déficit de Atención, centrándome en la
hiperactividad. Tomando las palabras de Roger Misès (2001), “este trastorno está fundado sobre el
rejunte de síntomas superficiales, invoca una etiopatogeniza reductora que apoya un modelo
psicofisiológico, lleva a la utilización dominante o exclusiva de la Ritalina (metilfenidato), la
presencia de una comorbilidad es reconocida en casi los dos tercios de casos, pero no se examina la
influencia que los problemas asociados pueden ejercer sobre el determinismo y las expresiones
clínicas del síndrome. Finalmente, los modos de implicación del entorno familiar, escolar y social
no son ubicados más que como respuestas a las manifestaciones del niño (nunca como implicados
en su producción)”.
Desde el psicoanálisis, podemos pensar, en primer lugar, el concepto de atención se define la
atención como “un estado en el cual la tensión interior está dirigida hacia un objeto exterior. Es un
mecanismo importante en el funcionamiento mental de un individuo, que le permite no quedar
sometido pasivamente a las incitaciones del contexto. Ella permite al sistema nervioso no ser
sobrepasado por el número de informaciones sensoriales que le llegan a cada instante y por
consiguiente, al ser vivo adaptar su comportamiento. También se puede definir la atención en
relación con la conciencia: la atención es la selección de un acontecimiento, o de un pensamiento, y
su mantenimiento en la conciencia”.
En primer lugar, entonces, tenemos que considerar que la atención es un proceso activo, que lo
protege del caos del mundo externo y de sus propias sensaciones, permitiéndole privilegiar un
elemento sobre los otros. En tanto ligado a la conciencia es como un foco que ilumina una parte del
universo en desmedro del resto y, como atención dirigida hacia algo voluntario, es algo que se
constituye, que no está dado de inicio (lo que está dado desde el comienzo es la atención refleja,
inmediata).
¿De qué hablamos cuando decimos “déficit atencional”?- La atención que se le pide a un niño en la
escuela es una atención sostenida y selectiva, en que se espera que atienda durante un tiempo
considerable a cuestiones que otros eligieron (y que para él pueden no ser prioritarias). Nos tenemos
entonces que preguntar cómo se construye esta posibilidad.
El dirigirse al mundo y sostener el oído y la mirada atentos está motorizado por los deseos. Ellos
nos marcan la dirección hacia la cual dirigirnos, pero también el yo como organización
representacional aparece como imprescindible para que un sujeto atienda... y aprenda. Hay que
sentirse unificado para poder escuchar a otro, mirar a otro, sin sentir que uno se quiebra en
múltiples pedazos si no es el único mirado y escuchado.
En el Proyecto de una Psicología para Neurólogos, Freud desarrolla extensamente el tema de la
atención, ligándola a la constitución del Yo y al pensamiento. La atención es fundamental tanto para
satisfacer el deseo, como para frenar un displacer tan masivo que deje al psiquismo anonadado, pero
el pensar ligado a la atención secundaria puede ser dificultado por recuerdos penosos (que llevarían
a desviar la atención del camino propuesto) y el afecto puede impedir el pensar.
Esto lleva a pensar que los trastornos en la atención pueden ser efecto de la dificultad para investir
cierta realidad o para inhibir procesos psíquicos primarios pero también, que ciertos movimientos
afectivos y las fallas en la constitución narcisista son obstáculos para estar “atento” en clase. Si bien
las posibilidades son muchas, intentaré enumerar algunos de los modos en que he podido delimitar,
en la clínica, los diferentes objetos a los que se dirige la atención en los niños “desatentos”:
Constitución de las investiduras de atención en relación a sensaciones pero no a percepciones ni a
afectos. Esto puede resultar en repliegue absoluto (como en el caso de niños que presentan estados
autistas y que sólo se conectan con sensaciones propioceptivas) o en atención errátil. Son los niños
que están atentos a olores, sabores, etc. Las investiduras suelen ser lábiles, pasando con facilidad de
un objeto a otro. (Hay niños que hacen por momentos, una retracción al vacío).
Constitución de las investiduras de atención en relación a los intercambios afectivos pero no en
relación al conocimiento. Son los niños que buscan la aprobación afectiva, el cariño de los
maestros, pero no pueden escucharlos. Así, pueden relatar el vínculo de la maestra con otros niños o
con diferentes personas de la escuela, pero no recuerdan qué tema se está tratando.
Fijación al polo exhibicionista. Son los niños en los que predomina el deseo de ser mirados. Están
atentos, pero su atención está centrada en la mirada del otro. Estos niños suelen ser hiperactivos,
porque toda su actividad está al servicio de capturar la mirada del otro. Cuando lo que buscan es
una mirada aprobadora (por combinación con la búsqueda afectiva) pueden sentir que fracasan y
repetir el intento, con lo que la actividad va siendo cada vez más desorganizada. Así, logra que su
movimiento capture la atención del otro, que intenta controlarlo con la mirada. Pero este control
suele suscitar mayor movimiento y a la vez, la sensación de pérdida del dominio del propio cuerpo.
El niño queda a merced de los deseos del otro.
Trastornos en la constitución de la investidura de atención por no soportar heridas narcisistas. La
retracción se da por desencanto del mundo. Predomina la desmentida de la castración y sólo
atienden a lo que les resulta fácil. Desatención por retracción a un mundo fantasmático. Son niños
que sueñan despiertos. Suelen jugar en clase, solos, aislados del resto. A veces, arman de este modo
un mundo más placentero del que encuentran en el afuera.
Atención errátil como consecuencia de situaciones de violencia: estado de alerta permanente. Así
como hay niños que quedan como dormidos, anestesiados, por la violencia, en estado de sopor, hay
otros que quedan en un estado de alerta continuo, como esperando un golpe que puede llegar de
cualquier lado.
Desatención por desorganización grave del pensamiento, con confusión interno-externo. Hay niños
que están haciendo una estructuración psicótica y que son diagnosticados como ADD/ADHD (lo
que plantea la importancia de que el diagnóstico de qué ocurre con un niño sea realizado por
profesionales con conocimientos en psicopatología infantil). En estos casos, la medicación
incrementa los síntomas y, lo que es igualmente grave, deja a un niño sin el tratamiento adecuado.
Constitución de las investiduras de atención y posterior retracción por duelo. Y nadie atiende a lo
que los otros le demandan cuando está en estado de duelo.
La hiperactividad sólo puede tomarse como síntoma cuando es un movimiento desorganizado, con
el que el niño puede dañarse, que, generalmente, está acompañado de torpeza motriz. Si un niño se
mueve mucho, pero porque desarrolla muchas actividades (y no salta de una a otra sino que las
finaliza) no se podría decir que presenta un síntoma.
Simplemente, es un niño muy activo (lo que actualmente es muchas veces una exigencia social).
Tampoco se podría plantear que tiene una conducta descontrolada aquel niño que se opone a las
normas, pero mantiene una excelente motricidad y un buen nivel de aprendizaje, aunque su relación
con los adultos sea desafiante y transgresora.
Sabemos que la complejidad de la estructuración psíquica en relación al dominio del propio cuerpo
y del desarrollo de la motricidad, así como del control de los impulsos, es tal que merece que
vayamos paso a paso para pensar las determinaciones de un movimiento sin rumbo y de respuestas
inmediatas, sin freno.
Iré desarrollando los diferentes tipos de perturbaciones que se expresan en la “hiperactividad”
infantil, teniendo en cuenta diferentes perturbaciones posibles:
Dificultad en el armado de una protección antiestímulo- Sabemos que estamos bombardeados por
estímulos externos e internos. Que de los internos es muy difícil la huída, pero que hemos aprendido
a lidiar con ellos y que hemos construido un sistema de protección frente a las excitaciones del
afuera. Y que el requisito para que esto se construya es la posibilidad de diferenciar adentro-afuera.
Pero en los niños que se mueven sin rumbo suele haber una dominancia de una relación dual,
madre-hijo, marcada por la persistencia de un vínculo erotizante, con un niño que queda excitado y
que fracasa en las posibilidades de construir un sistema para-excitación y para-incitación
(protección hacia fuera y protección hacia adentro).
Son niños que viven los estímulos externos como si fueran internos y hacen movimientos de fuga
frente a los mismos. Por ejemplo, cuando tienen hambre o frío o sueño pueden no registrarlo como
una urgencia interna y moverse como si tuvieran que huir de un estímulo que los amenaza desde el
afuera. Así, la agitación pasa a ser en algunos casos una defensa frente al desborde pulsional.
Intentan huir de sus propias exigencias pulsionales a través del movimiento. Y como lo pulsional
insiste, se mueven cada vez más sin lograr arribar a la meta buscada.
Dependencia de la mirada materna Es habitual que el movimiento del niño capture la atención del
adulto, que está pendiente, mirándolo como potencialmente peligroso. El otro intenta controlarlo
con su mirada y este control, al ser vivido como encerrante, suscita mayor movimiento, en un
intento de volver a ejercer un dominio que siente perdido. La angustia se manifiesta como
descontrol de su propio cuerpo y supone que es la madre la que se ha adueñado de sus movimientos.
Y lo que es cierto es que el adulto intenta muchas veces manejarlo a “control remoto”.
Fracaso en la constitución del espacio de la fantasía: He planteado en otros artículos que estos niños
actúan sus fantasmas, quedando atrapados por ellos. Sus juegos, entonces, tienen un carácter muy
particular que pondría en duda el hecho mismo del jugar. ¿Hasta dónde podemos hablar de juego o
es más bien una escena que está siempre en el límite mismo entre realidad y juego, escena que no
puede ser estrictamente representada sino que genera movimientos?
Déficit en el armado de una “piel” unificadora: También el desfallecimiento narcisista deberá ser
tomado en cuenta. Hay niños que se mueven buscando un “borde”, un armado narcisista del que
carecen. La falta de seguridad interna, así como los imperativos del yo ideal (que no permiten
construir ideales que permitan un margen de libertad), dejan a estos niños con severas dificultades
para armar una imagen sostenible de sí mismos.
VOLVIENDO AL DIAGNÓSTICO
Si se los escucha, de diferentes modos, si no se habla por ellos sino con ellos, nuevas posibilidades
se abren. Hablar entonces de diagnóstico puede tener diferentes sentidos. Lo que debe ser
diagnosticado son los conflictos que están en juego, el modo en que el niño se defiende y de qué, si
los conflictos son del orden de la fantasía o si hay una realidad perturbadora, cuáles son los
elementos en conflicto, si éste es intra o intersubjetivo, si se trata en ese sentido de un síntoma o de
un trastorno en la estructuración subjetiva, si viene variando y cómo, cuál es la movilidad de las
defensas, cómo está operando la repetición y en quién. Y eso sí debemos diagnosticarlo para
encontrar los medios adecuados para ayudarlo.
Si nos confundimos y en lugar de problemáticas a descubrir, suponemos que tenemos que acallar un
síntoma, el riesgo es que, al intentar sostener una supuesta tranquilidad, lo que se sostenga sea la
“paz de los sepulcros”, contraria al bullicio de la vida, con lo que dejamos a un niño robotizado,
transformado en una marioneta al servicio de intereses que lo desconocen como sujeto. En
principio, hay un niño que necesita ayuda, que está sufriendo, que dice como puede lo que le pasa.
Considero que ningún sujeto puede ser reducido a un “sello” sin desaparecer, como sujeto humano,
complejo, contradictorio, en conflicto permanente, en relación a un entorno significativo y por ende,
con un cierto grado de impredictibilidad, esa libertad posible... a la que intentamos acceder. En tanto
sujeto en crecimiento, en constitución, ningún niño tiene su historia cerrada, coagulada, y lo que los
profesionales podemos hacer es abrir el juego, permitir que se vayan armando nuevos caminos, que
ese niño y esa familia vayan tejiendo una historia propia.
Aulagnier - Sin pretensión de hacer un reduccionismo de sus aportes, para realizar este estudio, se
parte de la importancia de la conceptualización de violencia primaria y violencia secundaria,
función materna y paterna, en la constitución del aparato simbólico, con la finalidad de pensar
cuestiones fundamentales en torno a la incidencia de la relación del otro y del entorno, en la
constitución subjetiva del infans.
Asimismo la introducción a la obra de Aulagnier, habilita otros caminos para entender las distintas
dimensiones que hacen al vínculo temprano y al advenimiento del niño, a los procesos
identificatorios, así como al lugar que la cultura actual mandata y que a través de su discurso
determina. La dimensión que refiere al contrato narcisista, permite la comprensión de algunos ejes
para reflexionar acerca de qué sucede con el niño, que no se ajusta a los criterios y exigencias
epocales.
La autora postula la sucesión temporal de tres modos de funcionamiento psíquico, en referencia al
proceso originario, proceso primario y el proceso secundario, que se definen acorde a la forma en
que se realice la función primordial de representación.
En un sentido amplio la actividad de representación se inicia ya con el nacimiento y es originada en
cada situación de encuentro con la realidad exterior, como una suerte de trabajo de metabolización
de las experiencias, en tanto incorpora elementos externos y los modifica en su proceso. En virtud
de lo cual, la realidad externa es organizada en esquemas inteligibles (esquemas relacionales),
remodelándose según esté presente un modo de funcionamiento con su correspondiente postulado o
ley que lo rige.
Estos procesos de metabolización -de transformación de lo no propio en propio- acontecen en un
lapso breve de tiempo, aunque difícilmente mensurables ya que sus límites son difusos, señala la
autora. Un modo de funcionamiento nunca es silenciado, sino que puede proseguir su actividad
sobre el modo posterior -impregnando así la realidad-, puede actualizarse adquiriendo vigencia, o
predominancia en otros momentos de la vida.
En el devenir de estos procesos, el infans va a experimentar una situación de encuentro con la
realidad externa, marcada por un doble encuentro: con su madre y con su propio cuerpo. La relación
primordial, definida por el contacto corporal entre ambos, la forma de asistir, cuidar y alimentar al
bebé, trasmite y genera un afecto para ambas partes.
Por parte del infans, se representará psíquicamente lo experimentado como fuente de afecto de los
estímulos en su cuerpo. Produce una catectización inherente de la tendencia general del psiquismo
de “preservar o reencontrar una experiencia de placer” (Aulagnier, 1975, pág 28).
En este contexto el bebé metaboliza los estímulos originados en la relación primordial, definiendo
el proceso originario, en el cual el modo de representación del objeto es pictográfico (imagen de
cosa), como el modo de apropiarse de lo exógeno.
En sentido general, la autora hace referencia a como se procesa una información que es libidinal,
originada en las primeras interacciones con “objetos soportes de catexia”. Así en estos primeros
esbozos del psiquismo, se producen las primeras representaciones pictográficas de lo corporal
(como marcas o inscripciones fundamentalmente sensoriales), que serán reguladas por las
dinámicas básicas de placer-displacer propias de este modo de funcionamiento. Se rige además por
la vivencia de auto-engendramiento, lo que supone por el lado del bebé, la vivencia de que es él
mismo quien crea el estado de placer, así como el objeto que satisface sus necesidades, sin poder
diferenciarlos aún.
En ese sentido, Aulagnier refiere al pictograma de fusión, de lo somático y lo psíquico, mediante el
cual se representa su corporeidad, a través de las sensaciones que el cuerpo mismo le brinda,
experimenta una fusión al objeto primordial que satisface la necesidad autoconservativa, con la
excitación de la zona corporal (en que se satisface), como si fueran una unidad. En el recorrido de
estos procesos deviene un cuerpo libidinizado, regulado por el principio de placer.
El encuentro originario es atravesado por el deseo materno, en tanto es la función materna que
metaboliza la angustia proveniente de la desorganización propia del desvalimiento originario,
momento en que se están produciendo las primeras inscripciones psíquicas de lo corporal (fusión de
lo somático y lo psíquico).
Enlazando su deseo en el accionar, la madre será portavoz de un discurso que anticipa el lugar del
infans, donde lo imagina, lo sueña, lo pre-inviste desde su deseo, conformando la representación
psíquica de hijo. Estos procesos reflejan como la madre se constituye como madre en ese encuentro,
y a su vez, el hijo se va a ubicar en el deseo materno y la madre en el horizonte de su hijo.
Con respecto a la construcción del cuerpo libidinizado es medular para reflexionar acerca de la
hiperactividad y los procesos atencionales del niño, llevan a la reflexión sobre el lugar que ocupa la
investidura materna, así como, la catectización de los objetos. Al compartir un foco mutuo, invita al
deseo de conocer y de atender los estímulos. Es la experiencia compartida entre ambos que lo
posibilita. Al respecto señala Aulagnier (1975), que en el encuentro primordial se da el
advenimiento del Yo, en un mundo cuya preexistencia se le impone desde el deseo materno. Esta
perspectiva conduce a comprender cómo el deseo de atender a los estímulos que provienen del
afuera, de la realidad, debe venir previamente del otro. Se afirma la relevancia de la función
materna como garante de la instauración del deseo de saber.
Con respecto a la función materna porta un discurso de carácter identificante, que da sentido y
significación a las necesidades del recién nacido. Mediante su accionar le impone a la incipiente
psique, un pensamiento o una acción producidos desde su propio deseo materno, en respuesta a la
necesidad del recién nacido. Mediante la interpretación de su necesidad, se da origen a los procesos
identificatorios. De esta forma, la violencia primaria término acuñado por la autora- es fundante del
aparato psíquico del infans, en tanto enlaza el deseo materno y la decodificación de la necesidad del
hijo, construyendo así la demanda del infans (Aulagnier, 1975).
Se va estableciendo un esquema de acción, un modo de relacionarse e interpretar la información que
provee la realidad externa, donde lo propio del yo, como instancia activa, será reaccionar ante las
excitaciones en su soma -que abren una brecha en su psiquismo con una expresión corporal de
afecto: movimiento, grito, llanto, que su madre (función materna) decodificará – hace sentido-
dando una respuesta.
Aulagnier introduce la conceptualización de violencia secundaria, cuando la respuesta materna da
cuenta de un exceso de interpretación para la incipiente psiquis. Este funcionamiento se refleja en la
interacción temprana que puede generar una madre psicógena, la cual impone en forma continua sus
propios pensamientos, actos e ideas, de modo que desestima el lugar distinto al suyo- de su hijo.
Este funcionamiento, anula las posibilidades de crecimiento y autonomía, así como, inhibe la
metabolización de los impulsos primarios del bebé. Al no decodificar las necesidades del infans, se
obtura la posibilidad de encontrar vías alternativas de ligazón y regulación de los impulsos
primarios.
En este proceso de inhibiciones y obstáculos, falla la posibilidad de ligar esta unidad psiquesoma.
Podría entenderse la hiperactividad o la desconexión del niño en el entorno, en función de estas
conceptualizaciones, en tanto falla el ligamen psique-soma, producido por la regulación en este
proceso. Se puede interpretar como procesos de desligadura, donde el cuerpo y la psique van por
otros caminos.
En este punto es importante hacer referencia a como en la “hiperactividad” de algunos niños, se
puede evidenciar la precariedad de ligazón de sus impulsos, que aparecen en una tendencia al
movimiento como descarga pulsional que no encuentra otra vía, revelando un particular encuentro
donde se produce el investimiento libidinal, que da origen a un cuerpo libidinizado.
En otros niños, donde la dificultad atencional no es acompañada por la hiperactividad, sino que se
presenta un perfil “clasificado” como inatento, definido sobre todo por el aquietamiento corporal
(restricción de movimientos activos), la falta de atención y concentración, es fundamental
cuestionarse acerca de la construcción de ese cuerpo libidinizado, el ligamen con los objetos, es
decir de lo producido en el investimiento del mundo a partir del otro.
En el periodo temprano, la tendencia general de la psique a manifestarse a través de reacciones
intensas, desorganizadas y masivas, requiere de la metabolización que devendrá en el vínculo con
su madre. Es la relación con el otro que posibilita la experiencia afectiva que empieza a modular las
expresiones corporales de afecto aún desorganizadas, produciendo la progresiva integración psique-
soma. En estos procesos de complejización del psiquismo se inaugura el tejido identificatorio.
Al acontecer el proceso primario, la modalidad representacional característica es la fantasía, que se
guía por la búsqueda de un estado de placer, catectizando objetos. La actividad fantasmática supone
la representación de dos espacios distintos, el psíquico y el corporal. Esto acontece al remodelar el
fragmento de mundo exterior a partir del investimiento de los objetos-placer, a condición de qué, se
produce el reconocimiento de otro cuerpo distinto al de él.
Es en la medida que reconoce la ausencia materna, que la incipiente psique -para evitar el displacer-
se ve obligada a representar los rasgos maternos, inaugurando ese espacio ya no funcional.
Paulatinamente empieza a reconocerse como una entidad autónoma y separada de su madre, a
medida que se instale el principio de realidad. Aunque aún el propio cuerpo es vivenciado como
efecto de la intención del otro, de dar o negar placer. Por consiguiente, queda en la posición
impuesta -a merced del otro- bajo el postulado básico del proceso primario, en referencia a que todo
lo existente se origina por el “poder omnímodo del deseo de uno solo” (Aulagnier, 1975, pág 72).
Los padres son portavoces de ascendencia e “imponen” la pertenencia a un linaje. Se asignan
lugares en los procesos identificatorios del niño, con la carga de cumplir los deseos que ellos no
lograron alcanzar. Procesos que se entrelazan con un conjunto de aspectos socio-culturales, del que
son parte. Los procesos identificatorios son producto de la función relacional: “entre el infans, el
deseo del materno, el cuerpo, la realidad y los sucesivos encuentros con los otros” (Aulagnier,
1975).
La autora plantea que el mandato social es vehiculizado mediante la ideología de las instituciones,
que ofician como una fuerza activa, como un “discurso de voces presentes” que instauran
enunciados de certeza. Es la escuela, la maestra, cada profesor, incluso otros padres o referentes
familiares significativos, reproducen roles de pautación para el niño con reglas sociales que refieren
a un modo de subjetividad infantil, de ser y estar en el mundo, según el contexto histórico actual.
Se pauta un discurso epocal que evidencia un carácter emblemático al adjudican roles e instaurar
valores (“lo lícito, el bien, la ética”), que la pareja parental se apropia y trasmite a su modo, con el
propósito implícito de asegurar el lugar de su hijo como sujeto del grupo.
Con respecto al niño, en su proceso identificatorio, se apropiará de ese lugar -representante del
mandato parental y social- de forma singular. Más aún, con la particularidad de que le resulta
atractivo cierta parte de libido narcisista que contiene esa proyección de sujeto ideal: acercarse al
papel esperado por los otros. En el discurso del conjunto, el niño debe encontrar puntos de
apoyatura con su modelo de origen, de forma tal, de no perder su soporte identificatorio primario
(su estabilidad).
Asimismo el discurso del conjunto brindará enunciados de certeza sobre el origen, que al niño le
permitirán la proyección sobre su pasado, es decir, el acceso a una historicidad. Lo cual forma parte
esencial del proceso identificatorio, en el cual el Yo alcanzará el grado de autonomía suficiente para
garantizar su funcionamiento.
De modo qué la importancia que la autora asigna al contrato narcisista para la estructuración del
psiquismo del infans, radica en cómo se pauta un lugar de entramado, de hilván del Yo, donde
confluye lo propio y se enlazan ambos discursos: de la pareja parental y del conjunto. Este
escenario de los procesos identificatorios, van catectizando al infans como voz futura. El espacio
extra-familiar erige un lugar de hijo, que no deja afuera el contexto histórico-social, sino que es
acorde a las expectativas epocales, que imprimen una traza en la subjetividad infantil.
Silvia Bleichmar (1999), acerca de su teoría sobre la constitución del aparato psíquico.
Se considera que este desarrollo aporta a la comprensión de algunas dimensiones del vínculo
temprano madre-hijo asociadas a la constitución psíquica del niño, que se relacionen con las
dificultades atencionales (con o sin hiperactividad) que los niños estudiados presentan. Además, la
autora señala que han sido diagnosticados con este trastorno niños que padecen variadas
disfunciones, desde aquellas que presentan dificultad para concentrarse por circunstancias
eventuales, hasta aquellas que presentan diferentes fallas en la constitución psíquica.
Bleichmar en su desarrollo, postula la complejidad de los modos de constitución del aparato
psíquico, el cual considera como “abierto a lo real y sometido al traumatismo” (1999). Se hace
referencia a un aparato psíquico dinámico, en continua estructuración, donde en su origen, adquiere
relevancia la relación con las figuras originarias, que van haciendo trazas, de placer o sufrimiento,
que se constituyen en modos de tramitación de los aspectos pulsionales del infans (movimientos
deseantes). Son procesos que conducirán a las formaciones simbólicas.
Entonces, así se enuncia un aparato psíquico que se constituye en una historia vincular y en función
de nuevos elementos de la realidad (atravesamientos de vicisitudes singulares). Estos procesos irán
determinando los modos de subjetividad del niño, entendido el concepto de subjetividad en sentido
amplio, haciendo alusión al conjunto del aparato psíquico. En sentido estricto el término
subjetividad, hace referencia al lugar del sujeto psíquico, donde se van determinando los modos de
relacionamiento con los objetos como representaciones de “restos” de objetos investidos
libidinalmente por la incipiente psiquis. Las formaciones simbólicas darán paso al camino de las
sublimaciones, implicando una “aprehensión libidinal del mundo” (sustituciones simbólicas, bajo el
proceso secundario).
Señala qué, si bien este es un proceso intersubjetivo (de constitución psíquica) que no se reduce a
los tiempos primordiales, estos son fundantes. Sobre todo por el lugar que ocupa el otro, en
referencia al amor de ambos padres, dirá en varios momentos la autora. Pero es especialmente el
narcisismo materno, que hace posicionar como figura primordial a la madre, en tanto es la función
materna la que determina la narcisización primaria del hijo.
Esencialmente sus formulaciones dan cuenta de la relevancia del narcisismo materno en la
modulación del psiquismo infantil. De modo que, si bien se inviste al niño desde el amor de padres,
se produce un trasvasamiento de libido narcisista (1999, 2005), que tiene una función moduladora.
Es al definir los modos de instauración de la represión originaria y las consecuentes renuncias
pulsionales, se garantiza el pasaje a las mediaciones simbólicas y así a las sublimaciones
(“posibilidad de un pasaje des-sexualizado de un sistema a otro”), enfatiza Bleichmar
Es en ese punto de su desarrollo, que la autora destaca el papel esencial de la función materna, en su
“carácter sexualizante y narcisizante”, como condición determinante del narcisismo primario del
infans. Es mediante los cuidados primordiales, la forma de asistir y contactarse con el (su) bebé, la
madre -sin ser consciente de ello- introduce algo del orden de lo traumático, en tanto “implanta una
sexualidad que lo parasita”, en el entendido de una demasía, un “plus” que excede las posibilidades
de ligazón de la incipiente psiquis. Se hace referencia al orden de lo inligable, de lo que no
encuentra ligazón y por tanto, no se puede descargar, generando un desborde del psiquismo, sin
posibilidad de regulación.
Con respecto a la función paterna se postula como en estos tiempos primordiales aún no se
constituye una inscripción padre independiente de la inscripción madre. Va a señalar la función del
padre en este período, como una condición conjunta con la función materna de moderar el
investimiento pulsional, en tanto va a auxiliar, drenando libido materna.
Con respecto a la pulsación materna, destaca que produce una excitación que deviene fuente
pulsional para el infans, por lo que requiere del posterior trabajo psíquico de dominio y ligazón, lo
cual dará lugar a la constitución del Yo.
Asimismo la función materna (o la capacidad de quién la ejerce) será atravesada por sus propios
fantasmas pulsionales. Este registro inconsciente hará superficie en el modo singular de su
maternidad, registro del cual no tiene conciencia por lo cual no le va a ser posible decodificar. La
madre como sujeto de inconsciente tiene un registro reprimido de su sexualidad infantil y por
consiguiente, aloja determinaciones con respecto a su propia historia edípica, en referencia a su
lugar de hija con respecto a su propia madre.
A su vez, en esta libidinización que se está gestando, también se nutre en el fantasma amoroso
materno. En alusión a cómo esta mamá ha imaginado, con ilusiones y expectativas a su futuro hijo
durante el desarrollo de su embarazo, creando determinadas convicciones y elaborando un proyecto
de hijo.
Acorde a cómo acontece la implantación pulsional materna de libidinización de infans, por parte del
psiquismo del niño adquieren un nuevo sentido y serán motor de su vida psíquica, señala Bleichmar.
Se reinscriben desde los modos fantasmatizables y representaciones infantiles, acorde a los modos
de metabolización propios del psiquismo en este período originario. Le requiere a la rudimentaria
psiquis, la búsqueda de nuevas formas de resolver ese monto pulsional, que no encuentra
tramitación por las pulsiones de autoconservación.
Así queda planteada la perspectiva de la autora, acerca de los orígenes del sujeto psíquico y el lugar
esencial que ocupa el narcisismo materno, la función materna a través de investimientos narcisistas
y pulsionales, que inaugura la subjetividad del infans y libidinización de la realidad y de los objetos.
El posterior acceso a las articulaciones significantes, en tanto, en esta complejidad de procesos,
adquiere una función central el lenguaje, como función semiótica, que posteriormente se
transformará en comunicación intersubjetiva.
Es mediante la historización del vínculo temprano madre-hijo en el análisis del caso presentado, que
la autora da cuenta de cómo la falla en la personalización (en referencia a la inclusión en su propio
cuerpo) conlleva a la hiperactividad del niño, y esta falla sólo resulta reductible si es puesto en
palabras, o sea si se le otorga un sentido a lo no metabolizado (trabajo de ligazón que ordene la
descarga pulsional).
Para concluir, es interesante lo que destacará la autora acerca de, si bien puede llegar a ser develado
-tarea que compete al psicoanálisis-, siempre queda inconcluso, ya que “la presencia de la legalidad
del inconsciente coexiste con el proceso secundario”
Freud en su teorización sobre el funcionamiento del aparato psíquico, desarrolla el tema de las
percepciones y el mecanismo de la atención psíquica, muy ligado a los procesos psíquicos primarios
y a la instancia yoica, como inhibitoria del libre fluir pulsional.
Desde la mirada psicoanalítica del año1895 y luego de 1911, se atribuye el mecanismo de la
atención psíquica a la conciencia, como se denominaba en aquel período. Freud en sus
formulaciones dará cuenta de los requerimientos ‘yoicos’ para el desarrollo de la atención y de la
actividad de pensar. Va a explicitar el funcionamiento del aparato psíquico, analizando el pasaje del
principio de placer-displacer al principio de realidad, comprendiendo el control de los procesos
psíquicos primarios, el dominio de la motricidad y de los impulsos. La instancia ‘yoica’ es la
encargada de tales procesos, conllevando al advenimiento de la lógica del proceso secundario, así
como, del principio de realidad, regulando de esta forma, el funcionamiento del psiquismo.
Al referirse al “mecanismo de la atención psíquica”, explicita cómo las “investiduras exploratorias”
se dirigen hacia determinados estímulos, evidencia así la naciente disposición hacia determinadas
percepciones que ofrece el mundo externo (Freud, 1895/1986b). Justamente, señala como el
individuo auxiliador del recién nacido, mediante sus acciones de cuidado posibilita que tales
percepciones –como efecto del mecanismo de la atención conlleven a las primeras investiduras.
Entonces, en un primer momento, el sistema percepción -como modo de funcionamiento del
sistema inconsciente, es regido por el proceso primario, lo cual desde el punto de vista económico
significa que su energía es libre- catectizará las primeras investiduras de objeto, por lo que estarán
regidas por el principio de placer y evitación del displacer.
El estado de atención que induce al aparato (en esa época aún no se refiere al ‘yo’ como instancia
psíquica) a investir tales percepciones -catexias en psi-, abastecerá de signos de cualidad, en tanto la
descarga de la excitación perceptiva provee de esa información -signo de cualidad-. Como
consecuencia del proceso de las primeras huellas de las vivencias de satisfacción, el mecanismo de
atención refleja se emparentará entre lo biológico y lo psíquico, dado que las vivencias buscan una
identidad entre lo percibido (exterior) y su representación (interior).
Llegados a este punto, Freud dirá que, según el principio de placer dominante, lo deseado es
representado en forma alucinatoria, que al no encontrar la satisfacción esperada, requiere de nuevas
exigencias ‘yoicas’ para obtener placer y evitar así el displacer. Es así que a raíz de evitar las
vivencias de displacer, va surgiendo este proceso psíquico de reafirmación de las huellas de las
vivencias de satisfacción.
Considera qué, en este modo de acontecer del psiquismo sucederá la toma de conciencia regida por
el proceso secundario y el principio de realidad, lo cual exige mayor esfuerzo ‘yoico, lo cual va
dando lugar al aplazamiento pulsional y a la inhibición de los procesos psíquicos primarios. Sus
formulaciones dan cuenta de la atención psíquica como función de “selección” de estímulos
externos, como un estado activo de la conciencia, que va a catectizar determinados objetos, para lo
cual requiere sostener durante un lapso de tiempo, un recorte de la realidad investida libidinalmente.
En este punto, se hace referencia al papel de la prueba de realidad (que posteriormente constituye la
primera función yoica) que garantizará el sostén de la atención en forma secundaria. Se postula
como un proceso que se construye íntimamente ligado a los objetos que otro le muestra e inviste,
por lo que el infans se cautiva.
Este mecanismo de atención psíquica así definido, conduce al yo a investir en forma continuada –
periódica- determinadas percepciones de su interés, percepciones que estarán relacionadas al
“objeto-deseo”, por lo cual se lo explora y se lo aprehende.
Es entonces, en ese movimiento que la instancia yoica (principio de realidad), logra aplazar la
descarga pulsional, dando lugar al accionar sobre el objeto externo, para un fin determinado. La
actividad de fantasear que anteriormente aparecía más ligada a la tendencia de obtener placer, aquí,
por efecto de la instalación progresiva del principio de realidad, se mantiene más alejada de la
actividad de pensar. Estos procesos van dando lugar al pasaje de la descarga motriz (como alivio
tensional) a la acción (movimientos con fines), en forma mediatizada por rudimentarios procesos de
pensamiento. En este punto es válido preguntarse cuando hay fallas tempranas o precariedades en la
organización de la tópica, de modo qué la descarga motriz no logra ser mediatizada por el
pensamiento, por lo tanto surge la acción impulsiva y menos mediatizada por los procesos de
pensamiento.
Lo hasta aquí señalado, permite comprender los modos en que se organiza la función atencional, el
dominio de la motricidad y el control de los impulsos, como resultado de un complejo proceso de
desarrollo del psiquismo, el cual se constituye en un proceso intersubjetivo donde es esencial el
vínculo temprano con las figuras primordiales, lo cual no está exento de sufrir perturbaciones. Al
posicionarse desde la perspectiva psicoanalítica freudiana, como los síntomas que en la actualidad
se denominan como desatención, hiperactividad e impulsividad, están estrechamente relacionados
con los procesos de desarrollo del psiquismo, con la constitución yoica y las posibilidades de inhibir
los procesos psíquicos primarios, posponer la descarga pulsional mediante el pensamiento regido
por procesos secundarios. Estos procesos se realizan en el vínculo con las figuras primordiales.
El fin del patriarcado en Occidente, que es un logro del movimiento femenino, afecta no sólo al
ordenamiento de la familia sino también a las estructuras jerárquicas en todos los ámbitos de la vida
social. El poder se reordena pero no desaparece, más bien se ha hecho silencioso y adopta
estrategias sofisticadas de dominación de los individuos mediante otros instrumentos tales como los
medios de comunicación masiva y la publicidad.
La manipulación de los mensajes ordena la vida de los hombres, las mujeres y los niños, crea
necesidades, anhelos y objetivos. Busca orientar y definir la imaginación, y así suplantar las
necesidades y deseos propios de cada sujeto. Se trata de un trabajo sistemático de dessubjetivación
cuyo fin está dirigido a ganar consumidores.
Todas las áreas de lo humano se encuentran bajo el punto de mira de ese poder silencioso que
moldea el imaginario social. Y desde luego la salud mental puede ser también materia de
manipulación y descomplejización al servicio de intereses que no son los del paciente. Así, desde
hace tiempo, se observa una tendencia creciente a desdibujar el sufrimiento emocional ya sea por la
vía de transformar las crisis inherentes a las etapas de la vida en enfermedades que pueden tratarse
con fármacos, ya sea a través de la agrupación de síntomas en nuevos cuadros a los que se supone
un origen neurológico. Esas nuevas enfermedades nacen a la luz pública conjuntamente con los
fármacos adecuados para su tratamiento.
No cabe duda de que es un signo de los tiempos el hecho de que se preste más atención a los niños
que en otras épocas, pero no es menos cierto que la globalización y el pensamiento único alcanzan
también al sufrimiento infantil que puede acabar cosificado, banalizado y transformado en objeto de
consumo.
La escuela envía al niño con problemas escolares a centros especializados que diagnostican a partir
de un estudio neurológico que no suele dar resultados concluyentes, y cuestionarios que responden
padres y maestros: ¿se levanta con frecuencia de su asiento? ¿le cuesta concentrarse? ¿cuántas veces
ha desafiado al maestro esta semana? ¿tiene problemas para seguir instrucciones, mandatos o
reglas?, etcétera. A partir de estos datos que agrupan una serie de signos se emite el veredicto:
hiperactivo, o bien, trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Se niegan así las
variaciones subjetivas, los conflictos subyacentes, las estructuras sobre las que emerge el cuadro
sintomático. El diagnóstico equipara y el tratamiento certifica el destierro de una escucha para el
malestar del niño y el entorno familiar.
En general el pequeño paciente es medicado con metilfenidato, derivado anfetamínico, o con
atomoxetina. En algunos casos, la medicación disimula una sintomatología más grave que puede
eclosionar a posteriori y, en todos los casos, acalla los síntomas sin preguntar acerca de los
conflictos que los determinan ni el sufrimiento que provocan (Anexo 2).
Con frecuencia se recomienda también el inicio de una terapia comportamental una vez que se haya
conseguido refocalizar la atención y aplacar la impulsividad con fármacos estimulantes.
La experiencia clínica revela que puede detectarse hiperactividad en cuadros psicóticos y
neuróticos; en procesos de duelo, migraciones o adopciones. También en niños que son víctimas de
violencia o abuso sexual. En la mayoría de los casos que cuadran con la descripción del DSM IV se
trata de una patología límite con predominio de perturbaciones en la estructuración del narcisismo
de vida. (Anexo 3)
La hiperactividad suele acompañar otros síntomas: retraso escolar, trastornos de la memoria,
disarmonías en el aprendizaje, dificultades de concentración y atención, conductas impulsivas y
agresivas o procedimientos autocalmantes. En familia se dan relaciones tiránicas y
comportamientos omnipotentes que buscan compensar la baja autoestima y dan cuenta de la
imposibilidad de soportar la ausencia del objeto primario. En los casos más graves, hay
perturbación del curso del pensamiento con irrupción de fantasías arcaicas, crudas, violentas, junto
a otras más elaboradas.
Todos ellos tienen dificultad para sostener un sintagma lúdico pero se observan diversos niveles de
desarrollo simbólico que van desde 1) organizaciones psíquicas bidimensionales en las que el
movimiento construye una envoltura autosensorial calmante, 2) a los niños en los que se descarga
por la motricidad la tensión pulsional que no se puede significar, 3) hasta aquellos que utilizan el
movimiento en el registro del pensamiento cinético, pensamiento en acto que puede ser leído e
interpretado.
La conducta hiperactiva desorganizada, surgida tempranamente en la vida del niño, es señal de
fallos en la estructuración del aparato psíquico; remite a vivencias no representadas y que por
consiguiente no pueden ser simbolizadas ni reprimidas. En estos casos se detectan angustias de
despedazamiento, dispersión o vacío, vivencias de abandono o temor al atrapamiento.
Sea cual fuere la estructura que produce un cuadro con hiperactividad y cualquiera que sea la forma
que adopte esa hiperactividad en el niño —o en el adulto—, es siempre reflejo de un trastorno del
pensamiento como regulador de la vida pulsional.
Explica Freud, en Más allá del principio del placer (1920), que corresponde a las capas superiores
del psiquismo el dominar la excitación de los impulsos propios del proceso primario y que sólo
después de haber ligado esa energía podrá imponerse el principio del placer o su modificación, el
principio de realidad. Esa ligadura, que supone reunir los estados de tensión interna y necesidad, la
descarga motora, la percepción y el afecto, es la representación psíquica a la que se accede a través
de un objeto externo en función materna que se ofrece como agente de la vivencia de satisfacción.
El proceso de objetalización de la pulsión —tal como la describe A. Green (2000)— sostiene la
construcción de un entramado representacional que liga la pulsión a la huella mnémica del objeto
junto a un afecto que resulta de ese encuentro. La representación permite el reconocimiento y
cualificación de las necesidades y urgencias pulsionales para proceder a su tramitación en
conformidad con el principio de realidad. De no producirse esta ligazón por fallo del objeto
primario, un excedente de energía buscará descargarse ya sea por la vía intrasomática o por la
evacuación al exterior en forma de agitación, violencia o conductas psicopáticas. Otra posible
consecuencia podrá ser el desinvestimiento del objeto, el vacío, y las organizaciones sintomáticas
para intentar encubrir ese vacío tales como la hiperactividad, la bulimia, las adicciones o las corazas
sensoriales: vértigo, velocidad o verborrea.
A partir de estas reflexiones no es difícil comprender las similitudes del cuadro comportamental
hiperactivo con otros que también reflejan los fallos en el entramado de representaciones psíquicas
que contienen y tramitan el desborde pulsional. Me refiero a los niños y jóvenes de hoy que
masivamente ponen en cuestión las instituciones educativas y familiares por el uso creciente y
desmedido de la violencia, la transgresión y la desobediencia.
Es inevitable: la función paterna y la función materna son complementarias e irreemplazables; pero
el incremento de patologías de lo arcaico, en las que priman los trastornos en la simbolización y el
pensamiento, lleva a pensar que ambas estén sufriendo un declive.
Pero algo se mantiene inconmovible: la necesidad de sostén y de norma, aquello que hace al
fundamento de la función materna y paterna. Es decir: para que un sujeto se constituya, hace falta
un otro, un adulto con toda su carga de sexualidad y de inconsciente que se haga cargo del cuidado
del bebé, asumiendo su lugar en la díada narcisista. De la misma forma, se requerirá de un tercero
interdictor del vínculo diádico, portador de la prohibición del incesto. He aquí los elementos sobre
los que pivota el complejo de Edipo, cualesquiera que sean sus actores y el tipo de fantasmática que
cada sujeto ponga en escena en los tiempos que le ha tocado vivir.
Desatención:
a) A menudo no presta suficiente atención a los detalles o incurre en errores por descuido en
las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades.
b) A menudo tiene dificultades para mantener la atención en tareas lúdicas.
c) A menudo parece no escuchar cuando se le habla directamente.
d) A menudo no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos u obligaciones
en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o a incapacidad para comprender
instrucciones).
e) A menudo tiene dificultades para organizar tareas y actividades.
f) A menudo evita, le disgusta o es reticente en cuanto a dedicarse a tareas que requieran un
esfuerzo mental sostenido (como los trabajos escolares o domésticos).
g) A menudo extravía objetos necesarios para las tareas o actividades (por ejemplo, juguetes,
ejercicios escolares, lápices, libros o herramientas).
h) A menudo se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes.
i) A menudo es descuidado en las tareas diarias.
Impulsividad:
g) A menudo precipita respuestas antes de haber sido completadas las preguntas.
h) A menudo tiene dificultades para guardar turno.
i) A menudo interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otros (por ejemplo, se
entromete en conversaciones o juegos).
MÓDULO V
Ferrari- modelo psicoanalítico
El autismo es una afección de determinismo plurifactorial en la que, en proporciones variables,
aparecen implicados factores genéticos, biológicos y psicológicos. El modelo de comprensión que
vamos a presentar no aspira a erigirse en un modelo con pretensiones etiológicas ni explicativas de
la génesis de los estados autistas. Este modelo se basa en un postulado fundamental que sirve de
guía para nuestra práctica y de fundamento para nuestra ética y que podría resumirse así: todo niño
autista, sea cual sea la naturaleza y la gravedad de sus trastornos, debe de ser reconocido como
sujeto portador de una historia personal única y portador de una vida psíquica específica por mucho
que la misma aparezca gravemente desorganizada durante el examen. Hay que considerarlo como
un sujeto capaz, a condición de que se le ofrezcan las posibilidades, de organizar una vida relacional
con su entorno, vida relacional cuya naturaleza e importancia convendría reconocer. Por lo tanto, el
niño autista es portador de una vida psíquica que organiza sus modelos relacionales con su entorno,
que origina su sufrimiento actual y que es movilizable y susceptible de mejorar en su
funcionamiento. Este modelo pretende detectar ciertos mecanismos que, presentes en el niño autista
o psicótico, puedan ser aprehendidos por un observador o un terapeuta que utiliza conceptos
provenientes del campo del psicoanálisis. Sin embargo, el modelo psicoanalítico clásico utilizado en
los estados neuróticos o psicóticos del adulto no permite explicar la totalidad de los fenómenos
observados en el niño psicótico, de ahí que nos veamos obligados a recurrir a otros conceptos
provenientes de autores que se sitúan particularmente en el campo del movimiento post-kleiniano.
Antes de adentrarnos en el meollo del tema conviene aclarar una serie de puntos. a) A mi entender,
más que una heterogeneidad, lo que hay es una continuidad tanto a nivel clínico como
metapsicológico entre las psicosis autistas y las psicosis no autistas precoces y, además, existen
formas de paso entre unas y otras.
En el caso de las psicosis no autistas, no se trata únicamente de que haya "trastornos invasivos" del
desarrollo (DSM-3-R), sino de que, al igual que en el caso del autismo, se trata de auténticas formas
de psicosis en las que las modalidades del funcionamiento psíquico, aun manteniendo su
originalidad, se muestran en continuidad con las del funcionamiento propiamente autista. b) El
modelo que presentamos plantea un tema importante: saber si los mecanismos así descritos
corresponden a una fijación en un estado anterior a la constitución de la psique (dicho de otra
manera, ¿habría una posición autista?), o se trata de un reajuste defensivo ante determinadas
amenazas cuya naturaleza en el caso de un niño que intenta acceder a una relación con el mundo y
con los objetos vamos a intentar precisar más adelante; así, el carácter defensivo de estos
mecanismos explicaría la resistencia al cambio de los estados autistas. c) Señalar finalmente, para
terminar esta introducción, en relación a éste modelo propuesto por nosotros, que se trata de un
modelo inacabado e incompleto susceptible de múltiples reajustes y aportaciones posteriores.
1) Una de las características del funcionamiento autista es la importancia que tiene en el mismo la
auto-sensorialidad que se caracteriza por la atracción que ejercen sobre el self ciertas sensaciones:
sensaciones-huellas (autistas, shaps de TUSTIN), sensaciones que ejercen un fuerte poder de
atracción sobre el self del niño autista. De esta manera, el objeto productor de las sensaciones se
muestra como indisolublemente unido a la propia sensación, en una relación de identidad entre la
zona corporal así estimulada y el objeto estimulante. Este aferramiento sensorial de la psique viene
a consecuencia de una desorganización del funcionamiento psíquico, de una especie de
automutilación conceptualizada por D. MELTZER de forma muy interesante bajo el nombre de
"desmantelamiento" que él mismo define como "un desfallecimiento de la consensualidad que lleva
a que los diferentes sentidos se vinculen al objeto más estimulante del momento de forma disociada.
Entonces, el self se reduce a una multitud de acontecimientos unisensoriales no utilizables para
alimentar un funcionamiento psíquico normal y no disponibles, por tanto, para la memoria y el
pensamiento.
2) Se puede entender este desmantelamiento como un mecanismo defensivo puesto en
funcionamiento para luchar contra los efectos desestructurantes para el self de las angustias
impensables de la depresión psicótica, como un último intento de reunir al self alrededor de una
modalidad sensorial privilegiada, alrededor de un objeto sensorial susceptible de retener la atención
y como un último intento de reunir las partes dispersas del self.
3) Este desmantelamiento, en el que el sujeto se reduce únicamente a una función perceptora
indisolublemente ligada a lo percibido, suscita en el otro y en el terapeuta un sentimiento de
extrañeza y sorpresa ante un veredicto de no-existencia. Lleva sobre todo, según la afortunada
expresión de Piera AULAGNIER, a poner fuera de circulación a las representaciones idéicas y
fantasmáticas en beneficio de la sola representación pictográfica. Pero pienso que, de hecho, este
desmantelamiento descrito por D. MELTZER como un proceso puramente pasivo (sin angustias
persecutorias y sin sadismo) es menos pasivo de lo que parece. A menudo es el propio niño el que lo
busca activamente, sobre todo en algunas etapas del proceso transferencial en el que parece cubierto
por una vivencia de ruptura en la continuidad corporal.
4) Las consecuencias de la puesta en funcionamiento de estos procesos de desmantelamiento
son múltiples.
Veamos algunas de ellas:
• Una me parece esencial: la pérdida de la dimensión espacial de la psique. El niño vive su
propio self como desprovisto de envoltura, de interior, como una pura superficie sensible en un
mundo uni o bidimensional en el que no se diferencian los espacios psíquicos internos y externos y
en el que el self y los objetos son vividos como co-fundidos. Esta pérdida de la dimensión espacial
de la psique, esta no inscripción del funcionamiento autista dentro de las referencias espaciales
constituye un dato fundamental cuyas implicaciones terapéuticas las vamos a ver más adelante.
• Recordemos antes la importancia atribuida por FREUD a estos aspectos del
funcionamiento psíquico cuando postulaba la existencia de una diferenciación psíquica de un cierto
número de sistemas poseedores de una exterioridad y especialización entre sí, susceptibles de ser
considerados metafóricamente como lugares psíquicos a los que cabe atribuir una representación
espacial. Esta espacialización de la psique sería incluso anterior a la del espacio físico que, de
hecho, no sería más que su proyección secundaria. "La psique, dice FREUD, se despliega sin ella
saberlo".
• Otra consecuencia se refiere a las modalidades de identificación de un sistema como éste:
la única modalidad de funcionamiento identificatorio accesible al self es la identificación adhesiva
descrita por E.BICK y que aparece como muy característica de los estados autistas. Se trata de una
forma de identificación muy primitiva que tiene a atribuirse el funcionamiento del Otro sin
reconocerlo y sin poner en funcionamiento las funciones del Yo. Es una especie de reacción de
adherencia a la superficie de un objeto que es sentido como desprovisto de envoltura y de interior,
como él mismo se siente. De hecho, tal como lo veremos, no se trata de un verdadero mecanismo de
identificación.
5) Otro punto importante tiene que ver con la manera como el niño inviste y utiliza la superficie
corporal y el interior del cuerpo. La superficie corporal no parece estar verdaderamente investida de
una carga libidinal que le permita una función de intercambio libidinal con otro. Más aún, el niño
parece vivenciar esta superficie corporal como llena de agujeros y discontinuidades.
Sin lugar a dudas es la boca la que, con todo lo que ella implica de discontinuidad corporal, se nos
muestra como el prototipo de todo este daño corporal, como el primer lugar de esta "depresión
psicótica", de este "agujero negro provisto de odiosas púas persecutorias" descrito por F. TUSTIN.
Por otra parte, esta noción de "depresión psicótica" ya había sido descrita por WINNICOTT como
"la asociación de una pérdida del objeto y de la pérdida de una parte del sujeto que el objeto perdido
se lleva con él". Se podría entender esta depresión psicótica como un acontecimiento primordial
cuya vivencia vendría a señalar la interrupción autista del desarrollo: vivencia de ruptura en la
continuidad corporal y vivencia de daño corporal, resultado de una separación prematura que viene
a romper brutalmente la ilusión de una continuidad corporal que es la que permite habitualmente a
la pareja madre-niño prepararse para la separación: "el niño, dice TUSTIN, no ha podido nunca
reelaborar el dolor ni el duelo provocados por el descubrimiento de que este conjunto de
sensaciones estáticas asociadas al pecho no forma parte de la boca.
Esta experiencia del agujero negro, de desconexión corporal aunque también mental y afectiva entre
la madre y el niño, alucinación negativa del objeto y de su satisfacción, es la que estaría en el origen
de las angustias catastróficas, angustias de derramamiento de la sustancia corporal, de licuefacción,
de caída sin fin y de fragmentación. Se trata de angustias no elaboradas psíquicamente, no ligadas a
una representación y que no han sufrido este trabajo de elaboración psíquica que les permitiría
alcanzar un verdadero status de estado afectivo. De hecho, se trata de una pura descarga energética
análoga a las angustias impensables de WINNICOTT que se encuentran en el origen del
funcionamiento de los mecanismos defensivos de desmantelamiento y de autosensorialidad.
6) Hay que insistir igualmente en las particulares modalidades de investimiento del interior del
cuerpo y de su utilización. El desconocimiento y la no-utilización por parte del niño autista de
ciertas partes de su cuerpo le llevan, a veces, a realizar toda clase de escisiones intra-corporales,
tanto a nivel sagital, lo que ha llevado a hablar a autores como H.HAAG de hemiplejia autista,
como horizontal. Se puede describir un fenómeno particular: se trata del fenómeno de caparazón, de
segunda piel, observado en algunos niños autistas: se trata de un investimiento muy particular de la
corteza corporal y a veces de su entorno inmediato como por ejemplo la ropa. Este fenómeno tiende
a crear una especie de cáscara autista rígida. Lo podemos entender como un intento de delimitación
de las fronteras del self, de cierre de las dehiscencias corporales, incluso de refuerzo de los sistemas
de paraexcitación. Esta constatación nos lleva evidentemente a la noción de Yo-Piel desarrollada
por D.ANZIEU, como configuración utilizada por el yo del niño para representarse a sí mismo a
partir de su propia experiencia de la superficie corporal como un yo contenedor de procesos
psíquicos.
El punto clave en la evolución autista y seguramente pivote de la misma está constituido por la
aparición de un espacio psíquico interno del self, que le hace salir del mundo autista para hacerle
entrar en un mundo, todavía psicótico evidentemente, pero ya no autista y en el que van a empezar a
funcionar mecanismos menos mutilantes para la psique y para la relación de objeto (como por
ejemplo la introyección o la escisión del objeto).
• La identificación introyectiva con un objeto continente va a ayudar a liberarse de la
autosensorialidad a la vida mental del niño autista y va a posibilitar la interiorización y circulación
de los afectos y de los fantasmas así como la instalación de diferentes objetos internos.
• Sin embargo, este ajuste de un espacio psíquico propio del niño solo es posible si el terapeuta es
capaz de asegurar una función de contención. Dicha función es absolutamente esencial: por parte
del cuidador supone una capacidad real para acoger, contener, vivir las emociones primitivas aun no
organizadas del niño, verbalizarlas y darles un sentido para devolvérselas de una forma asimilable
por él. Solo cuando haya sentido en el adulto esta capacidad Para contener sus emociones, va a ser
capaz, en un segundo momento, de hacerse cargo él mismo de esta función de contención, de
constituir su propio espacio psíquico y de organizar su vida emocional.
• Para el educador o terapeuta que está en contacto diario con el niño se trata de una función
análoga a la postulada por BION en todas las madres bajo el nombre de "capacidad de rêverie
materna", capacidad de la madre para tolerar y contener los primeros elementos sensoria les y
emocionales de su hijo y devolvérselos como desintoxicados en forma de pensamiento onírico
asimilable por el niño, capaz ya desde ese momento de introyectarlos. Se trata de una verdadera
función de tejido de una piel psíquica. El establecimiento de un espacio psíquico interno del self
explica el origen de muchas de las modificaciones tanto en el funcionamiento psíquico como, de
forma paralela, en el desarrollo de la terapia, modificaciones todas ellas que quisiera comentar
ahora.
• Esta evolución está marcada en primer lugar por un investimiento pulsional, una libidinización de
la superficie y de los orificios corporales. Esta libidinización se produce gracias a las experiencias y
contactos cutáneos frecuentes e intensos con el adulto. Es un tiempo comparable a este tiempo de
cuerpo a cuerpo madre-niño, tiempo de "seducción primaria" de FREUD, tiempo complementario y
antitético del apoyo (étayage), tiempo que va a permitir el enraizamiento de la pulsión libidinal en
el cuerpo del niño a través del deseo y de los cuidados maternos, consiguiendo así crear zonas de
excitabilidad y de erogeneidad en el cuerpo del niño.
• Con frecuencia, para que pueda instaurarse esta progresiva libidinización de la superficie corporal,
es necesario el establecimiento de una relación simbiótica. Es un momento crucial aunque difícil en
el abordaje del niño autista. Supone que el educador o el terapeuta pueda aceptar dejarse englobar
en ciertos momentos, dentro de la psique del niño sin perder por ello su propia individualidad. •
Esta época está también marcada por importantes modificaciones en la utilización de la mirada. Es
conocida la utilización que el niño hace de la mirada en los períodos autistas más intensos: mirada
suspendida en las experiencias de desmantelamiento, mirada como a través de las persona sobre ve
ojeada periférica en otros momentos.
• Este período simbiótico está marcado por el establecimiento del contacto ocular, ojo a ojo, y de la
comunicación a través de la mirada visual con intentos de interpenetración, es decir, por momentos
en los que el niño, al aproximar su mirada a la del adulto, parece querer penetrar en su interior,
acercamiento intenso al objeto externo como si el niño intentase controlar la angustia ligada a la
percepción de la profundidad de la distancia entre el objeto y él.
• Este momento de simbiosis es muy rico dentro de la evolución del niño pero también muy difícil
para el conjunto del equipo responsable. La presencia del resto del equipo como referencia a un
tercero es a menudo necesaria para que no acabe con cada uno de los protagonistas de esta
simbiosis (el niño autista y su cuidador) dentro de ella y pueda esbozarse la inevitable separación.
9) Simbiosis, espacio interno, primer objeto interno. En esta etapa simbiótica se desarrollan en el
niño intensas actividades auto-eróticas y aparecen unas exigencias muy tiránicas de presencia del
cuidador, así como manifestaciones muy intensas de angustia de separación que pueden poner muy
duramente a prueba al cuidador. De forma paralela, va a enraizarse en el interior de la psique
naciente del niño el primer objeto interno a la imagen del objeto externo que el niño ha podido
investir. La solidez de este anclaje o sus eventuales desfallecimientos van a modular toda la
evolución psíquica posterior. Por lo tanto, este período está marcado por la aparición de intensas
angustias de separación: el niño no soporta la ausencia de la persona especialmente investida por él
(cuidador o educador), por lo que se muestra muy poco sensible a las palabras de tranquilización
provenientes de otras personas.
La ausencia del objeto externo la vive como una especie de aniquilación del mismo. Solo la
constitución de un objeto interno va a poder garantizar la posibilidad por parte del niño de aceptar la
separación del objeto externo; solo entonces va a poder vivir la ausencia como una presencia en otro
lugar. Este período está marcado por el paso de la bi a la tridimensionalidad (siguiendo la expresión
de MELTZER, bidimensionalidad en la que no existe ninguna distinción entre espacio interno y
externo, en la que la relación con el otro es una relación de adherencia y el tiempo es un tiempo
circular de lo inmutable y lo repetitivo; un espacio tridimensional con la aparición del espacio
interno del self y del objeto, en el que van a poder desarrollarse los procesos de proyección e
introyección, y en el que el tiempo va a adquirir una dimensión lineal y direccional. Sin embargo, la
diferenciación de los espacios interno y externo no es todavía total. Todavía existe en ciertos
momentos una cierta confusión entre los espacios interno y externo. Las modalidades
identificatorias se dan al estilo de la identificación proyectiva, pero el objeto es vivido lo
suficientemente separado como para poder ser deseado y representado. 10) Las actividades de
simbolización.
Dentro de esta dinámica, las actividades de simbolización van a aparecer como formas de
representación del objeto perdido. La aparición de las actividades de simbolización coincide con
este período de control de las angustias de separación. Las primeras actividades simbólicas, y
particularmente las de lenguaje, aparecen así relacionadas con estos intentos de control, así por
ejemplo la aparición del significante por el que el niño puede nombrar la presencia o ausencia de su
educador o incluso la posibilidad para él de representar cualquier cosa de la ausencia. Van a seguir
otras actividades de simbolización pero sin que sea posible sistematizar el momento preciso de su
emergencia en la vida del niño: actividades de juego, de hacer como, nacimiento de las capacidades
de imitación, primeros rudimentos del lenguaje o incluso la aparición de las primeras operaciones
mentales.
La emergencia de estas actividades de pensamiento y de simbolización supone un momento muy
importante en la evolución del niño autista. Resulta gratificante para los terapeutas y los equipos
responsables que ven en esta emergencia la confirmación de lo que siempre han esperado, es decir,
la conservación de las capacidades intelectuales del niño. Generalmente, es éste el período elegido
por nosotros para dar paso al abordaje pedagógico, tanto dentro de la institución como dentro del
marco de un intento de integración escolar en una escuela normal. Sin embargo, este período resulta
también decepcionante porque el niño psicótico puede poner permanentemente en cuestión estas
posibilidades de simbolización, dispuesto como está siempre a confundir el significante con la cosa,
a ocultar la dimensión metafórica del lenguaje o a utilizar sus primeras adquisiciones de manera
mecánica y repetitiva..
Sea cual sea la o más bien las causas del autismo, el autismo y las psicosis precoces siguen siendo,
para nosotros, algo diferente a un simple déficit o a una suma de déficits aunque éstos existan; se
trata de una forma de organización global del psiquismo y de la personalidad cuya semiología
autista no es más que la consecuencia.
De forma global se puede afirmar que los procesos autistas tienen un sentido y que este sentido
radica en la constitución de un sistema defensivo de lucha en dos direcciones: 1. Contra las
intolerables e impensables angustias ligadas a la dolorosa experiencia de la separación del agujero
negro, pero también contra la vivencia persecutoria y dolorosa de los procesos de pensamiento, en
cuyo caso la actividad defensiva parece movilizarse al servicio de una destrucción del pensamiento.
• A mi entender, los principales significados de los mecanismos autistas son los siguientes: –
Desmantelamiento – Refugio dentro de una sensorialidad auto-inducida y auto-organizada –
Absorción en lo concreto – Intolerancia al cambio y refugio en lo inmutable – Intento de
destrucción de todo lo que tenga un valor simbólico – Intento de reducción del sentido al no sentido
– Intento de vaciar toda experiencia humana de su significado y de su carga emocional – Vivencia
de discontinuidad corporal • Desde esta perspectiva, nuestros objetivos terapéuticos son los
siguientes: – Ayudar al niño a librarse de la auto-sensorialidad – Ayudar al niño a crear su propio
espacio interno y a organizar los primeros rudimentos de su vida fantasmática – Ayudar al niño a
acceder al proceso de simbolización y a disfrutar de él
– Finalmente, ayudar al niño a reconocer la existencia del otro en su alteridad y, especialmente,
como un otro provisto de intencionalidad y pensamiento. Aunque estamos a favor de la acción
educativa y de la aportación pedagógica, sin embargo, somos poco partidarios de las medidas
pedagógicas correctoras basadas en el único sistema de recompensa y de sanción, porque, a nuestro
entender, no conducen más que a la elaboración de un falso self por medio de un plaqueado de
aprendizajes no verdaderamente integrados dentro de la personalidad del niño, caparazón de
aprendizajes que procura la ilusión provisional de una mejor inserción social pero que no permite al
niño enfrentarse a situaciones nuevas con creatividad y, sobre todo, que contribuye a la asfixia y
negación de su propia vida psíquica.
Untoglich
Patologías actuales en la infancia capitulo 1 y 2:
El termino patológico, fue traducido como enfermedad, pero también como sufrimiento, por lo que
patología podría referirse tanto a la enfermedad como al sufrimiento o a la mutua implicancia de
ambos. En el presente observamos una franca tendencia a clasificar las enfermedades con amplios
descriptores pero dejando por fuera cualquier alusión al sufrimiento (psíquico).
Con respecto a lo actual se refiere por un lado a la época, es decir, las coordenadas sociohistóricas
actuales, sus características y configuraciones y por otra parte a las llamadas patologías del acto.
Bajo el término “patologías actuales” también se hace referencia a aquellas que están ligadas a los
trastornos alimenticios, a las adicciones, o a los ataques de pánico.
En consecuencia lo actual remite tanto al tiempo histórico que nos toca vivir como al concepto
psicoanalítico que se refiere a los pequeños y grandes pasajes al acto, a los fracasos en la
posibilidad de simbolizar. Llevada esta idea al campo intersubjetivo es precisamente debido a la
falta del necesario amparo proveniente del mundo adulto que el pequeño no encuentra otro que lo
sostenga y le brinde los elementos para procesar aquellas situaciones que lo exceden en sus
posibilidades psíquicas. Otra particularidad predominante es el silenciamiento tanto del lado del
adulto que no oferta elementos para tramitar simbólicamente las diversas situaciones, como la del
niño que no cuestiona y que con un padecimiento mudo en muchas ocasiones pone en movimiento
su cuerpo.
Diagnósticos actuales:
Cierta economía de mercado en numerosas ocasiones propicia la elaboración de drogas, para las que
luego tiene que modelar síndromes que les son funcionales y que a su vez, se alivien con dichos
fármacos, transformando determinadas características de la vida cotidiana en enfermedades que hay
que erradicar. Un ejemplo referido a los niños es que pasar de ser inquietos o desatentos a ser un
ADHD (síndrome desatencional con o sin hiperactividad). Esto conlleva a riesgos como el
etiquetamiento de la infancia cuyas consecuencias pueden resultar peligrosas ya que los sujetos
están en proceso de estructuración.
Patologías del desvalimiento:
(L. Hornstein) si bien todo ser humano nace desvalido y dependiente de otro, dichas patologías
remiten a un déficit en la historia libidinal e identificatoria, que impidió que se proveyeran los
recursos para constituir un psiquismo complejo, prolongando así la vivencia de desamparo e
indefensión, promoviendo sufrimientos, angustias y defensas diferentes a las de las neurosis
clásicas. El autor diferencia dentro de las patologías del desvalimiento a los sujetos que padecen de
defectos estructurales en su constitución, de aquellos que sufren circunstancias ocasionales, como
duelos, traumas actuales, que sacuden momentáneamente al psiquismo. La dificultad se presenta
cuando estas situaciones traumáticas se convierten en deshistorizantes haciendo tambalear vínculos
identidades y proyectos. Allí es donde pueden aflorar las que nosotros denominamos “patologías de
borde”.
Trabajo de parentalidad (Cap. 2):
En los últimos 50 años se han producido cambios en la atribución jurídica del lugar del padre, que
paso del poder paterno a la autoridad paterna y finalmente a la responsabilidad paterna, actualmente
el término parentalidad se adjudica a ambos miembros de la pareja parental. En el marco del
psicoanálisis se define la constitución del psiquismo humano por acción y efecto de otro a cargo de
la crianza del niño. Ese acto fundante lo sujeta tanto a una normatividad como a una genealogía y
una filiación. En este entramado de complejidades se ubican las funciones parentales.
El trabajo de la parentalidad está referido al quehacer de los adultos incluidos en el lazo genealógico
de filiación con sus hijos. La puesta en marcha del trabajo de parentalidad, implica un doble
accionar: por una parte, las distintas acciones dirigidas a los hijos, y por otra, la resonancia que el
trabajo de parentalidad tiene sobre el mundo interno de quienes ejercen esa función.
El ingreso afectivo para cada sujeto es siempre a partir de la acción de quienes ejercen la función
parental. Desde su lugar de “otro”, la implicancia y operatividad que adquieren los padres en la vida
psíquica del hijo los coloca en ese punto en que se anuda simultáneamente la ubicación del niño
como sujeto psíquico y como sujeto social.
MÓDULO VI
Arditi
La Psicopatología Psicoanalítica de la infancia y niñez ha tenido escaso desarrollo en los últimos
años, salvo en temas específicos. Son pocos los estudios sistemáticos actuales acerca de las
problemáticas de los niños desde una perspectiva psicoanalítica y que tomen en cuenta categorías
específicas para el momento evolutivo considerado, tanto como el contexto sociocultural. Las
problemáticas actuales de los niños requieren para ser abordadas conceptos de la teoría
psicoanalítica específicos y que deben ser diferenciados de las categorías que se utilizan para
abordar la psicopatología del adulto. En la clínica de niños, habitualmente se observa que la
depresión se asocia con pérdidas y experiencias traumáticas, provocando un estado de impotencia y
desvalimiento en el niño.
Autores clásicos del psicoanálisis han descrito cuadros graves en la primera infancia tales como la
depresión anaclítica (Spitz, 1946) observada en niños internados sin la madre y con cambios
permanentes del personal a cargo. Spitz estudió el desvalimiento en relación a los efectos
promovidos por la separación temprana del niño y su madre y describió síntomas en la depresión
anaclítica tales como la pérdida de apetito, falta de interés hacia el ambiente, trastornos en el tono
postural y síntomas severos de insomnio. Surge en bebés cuando se ven privados de un vínculo
adecuado con la madre. Esta sintomatología es reversible, pero si persisten las causas puede ser
definitiva. Bowlby J. (1983) plantea una secuencia característica de expresiones conductuales y
sintomáticas en niños que han sido separados de su madre, que abarcan desde el llanto desgarrador
con la expectativa de la reaparición de la madre ausente, pasando por un período de desesperanza en
el que se incluye un negativismo referido a la comida y al vestido, ensimismamiento e inactividad,
hasta la aparición de un vínculo con una figura sustituta cuya característica es la desafectivización.
También Anna Freud realiza observaciones de depresión en niños separados de sus madres durante
la guerra y síntomas depresivos en niños sin hogar (Freud, A., 1951). Estudios de este tipo han sido
muy criticados por otros psicoanalistas de la época y en la actualidad, de modo que son pocos
conocidos y no se ha dado lugar a la discusión en profundidad de sus aportes. Estos psicoanalistas
ponen el énfasis en la pérdida de la madre o sustituto; no obstante la pérdida del padre, hermano, o
incluso un ideal, pueden constituir un factor desencadenante de depresión, en tanto éstos sean
significativos para el niño y tomando siempre en cuenta el momento de la estructuración del
psiquismo de los infantes o los niños. En los autores de la Escuela Inglesa de Psicoanálisis se
destacan los aportes de Klein (1940) y Winnicott (1953; 1958), que aunque tienen diferencias
conceptuales subrayan el lugar importante de la depresión en los niños, los duelos patológicos, las
distintas reacciones ante pérdidas –la tendencia antisocial, las actuaciones agresivas, los accidentes
y los síntomas depresivos. En nuestro país siguiendo estas líneas teóricas autores como Rebeca
Grinberg y Elena Evelson (1962) y más recientemente un grupo coordinado por M. Pelento (1983)
investigan el tema de los duelos en la infancia (Pelento et. al.,1983) volviendo a poner el acento
entre depresión y duelo en los niños y sobre todo destacando la idea de que un duelo en la infancia
no es necesariamente un trauma, sino un acontecimiento especial que produce efectos tanto en el
niño como en el ambiente que lo rodea, constituyendo siempre una sobrecarga de trabajo para el
psiquismo del niño. Esta exigencia será mejor o peor sobrellevada de acuerdo con el momento
estructural por el que atraviesa el niño y la posibilidad de contar con la ayuda de sus adultos
responsables.
Autores clásicos que han estudiado la psicopatología infantil desde otros marcos teóricos realizan
descripciones y diferencian sintomatología según el momento de la evolución, desde la lactancia
hasta la edad escolar. En niños escolares se consideran dos ejes en torno a los cuales se agrupa la
mayor parte de la sintomatología: uno de ellos alude a las manifestaciones directamente vinculadas
al sufrimiento depresivo, con conductas de autodepreciación, autodesvalorización y sufrimiento
moral directamente expresado. El segundo se refiere a comportamientos vinculados con la protesta
y a la lucha contra los sentimientos depresivos.
Este último tipo de conductas son denominadas manifestaciones no depresivas de la depresión
(conductas heteroagresivas, accesos de cólera mal dirigidos, impulsividad, hurtos, mitomanía, fugas
y fracaso escolar) (Ajuriaguerra, 1987). En el manual diagnósticos DSM-IV (1994), dentro de la
sección de los trastornos del estado de ánimo se ubican los trastornos que presentan como
característica principal una alteración del humor. Con respecto al episodio depresivo mayor indica
que se trata de un período de al menos dos semanas durante el que hay un estado de animo o una
pérdida de interés o placer en casi todas las actividades. Según el criterio del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales, en los niños y adolescentes el estado de animo puede ser
irritable e inestable en lugar de triste. También, en el episodio depresivo mayor, puede existir un
aislamiento social o el abandono de aficiones. Dentro de este criterio indica que las quejas
somáticas, la irritabilidad y el aislamiento social, son más características en los niños. En los niños
prepuberales los episodios depresivos mayores se suelen presentar especialmente asociado a
trastornos de comportamiento perturbador, trastornos por déficit de atención y trastornos de
ansiedad.
También es importante señalar que en los “trastornos de inicio en la infancia y la niñez o
adolescencia” del DSM-IV, no hay criterios diagnósticos referidos específicamente a la depresión en
niños, debiendo ser ubicado este cuadro psicopatológico dentro del criterio “trastornos no
especificados”. Los psiquiatras infantiles coinciden por un lado en la escasez de estudios dedicados
a la depresión en el niño, y por otro en la dificultad de su detección en tanto que la vivencia
depresiva suele estar enmascarada por diversos trastornos del comportamiento. Todo esto se traduce
en una dificultad por parte del entorno familiar y escolar para la detección.
A modo de conclusión puede destacarse: La necesidad de realizar diagnósticos de situación en
forma conjunta con las escuelas o en el ámbito de las mismas. También es necesario profundizar los
estudios sobre la depresión en niños contando con criterios específicos e independientes de los ya
conocidos para la depresión en adultos. Es de suma prioridad detectar precozmente indicadores de
patología de niños contando con la familia para identificar situaciones de riesgo. En el estudio
descriptivo realizado con un enfoque epidemiológico, los síntomas de depresión y ansiedad
relevados, no son motivo de consulta de los padres ni de derivación de la escuela. Los trastornos del
estado de ánimo, la desesperanza, problemas en la autoestima serios, trastornos severos del sueño y
la alimentación no motivan la consulta y aparecen luego de iniciado el tratamiento cuando se trabaja
conjuntamente con los padres.
Guillén Guillén
La sintomatología depresiva en estas edades se suele presentar de forma polimorfa, comórbida, y
muy variable, por esto se convierte en objeto de numerosos debates, al no tener una clínica tan
delimitada como la de otros trastornos mentales específicos de la infancia y la adolescencia.
Cytryn, 1980, distingue tres corrientes de opinión actuales sobre la nosología de la depresión
infantil: 1) como una entidad clínica única que requiere un criterio diagnóstico distinto al usado
para los adultos, 2) englobarla en los trastornos afectivos de los adultos y diagnosticarla con los
mismos criterios de ésta, aunque ligeramente modificados, 3) no concederle la categoría de entidad
diagnostica válida.
La más verosímil y mayormente aceptada es la visión de que la depresión infantil comparte la
etiopatogenia con la depresión del adulto pero en sus manifestaciones se aparta a menudo de ella,
tomando características propias, según corresponde a los distintos niveles de desarrollo. Los
síntomas y signos más propios de sintomatología afectiva en estas primeras etapas son las molestias
gástricas, la agresividad, el negativismo, los trastornos de conducta y el rechazo o la fobia escolar.
En cambio, el sufrimiento por vivir acompañado de autodesprecio y sentimientos corporales
displacenteros, la pérdida de energías e intereses, la incomunicación en distintos niveles, y la
alteración de los ritmos circadianos constituirían el conjunto de síntomas comunes en infantes,
adolescentes y adultos.
Por todo esto, se observa que la patología depresiva infantil engloba síntomas heterogéneos, no sólo
respecto a la edad adulta, sino que presenta diferencias ligadas a la edad (preescolar, escolar,
adolescente), al sexo, a la presencia o ausencia de comorbilidad (médica, psicológica) y a la
comorbilidad específica con el retraso mental. En esta época, destacar autores como Spitz y Bowly,
Deutsch, Batwin, Freud, con importantes e innovadores estudios de las relaciones existentes entre
separación y experiencias de pérdida y la aparición de comportamientos afectivos patológicos como
ansiedad y depresión.
Spitz, Wolf, Bowly, con la famosa “Depresión Anaclítica” y sus fases correspondientes: reactiva,
depresiva y hospitalismo, ésta última irreversible, ya que la separación de la madre superaba los 5
meses, y en la que existía el 29% de mortalidad. Ésta fue observada en estudios con lactantes entre
6 y 12 meses separados de sus madres, que presentaban sintomatología descrita como depresión,
aunque hoy se interpretan mejor como una reacción regresiva al abandono o a la privación afectiva;
“desarrollan una conducta llorona que contradecía su previo comportamiento feliz habitual. Esta
conducta, después de algún tiempo dio lugar a retraimiento. Se quedaban inmóviles en su cuna, la
cara apartada, negándose a tomar parte en la vida de sus alrededores”.Por último, desde la segunda
mitad del S.XIX hasta la actualidad, el concepto de depresión predomina y sustituye al de
melancolía por completo, el concepto comienza a extenderse y origina una avalancha bibliográfica a
partir de la década de los 70. Como autores, señalaremos a Stern con una descripción valiosa de
algunas características del niño deprimido, a Rutter que presenta el primer trabajo de hijos de padres
depresivos y la publicación de la Clasificación de las alteraciones psiquiátricas el niño (GAP) en
este último periodo se presenta la “Teoría de la depresión enmascarada”, término que se uso por
Kielholz, 1959 para designar a un tipo de depresión en el adulto y que posteriormente fue
transferido a la psiquiatría infantil por Neisser. Se aplicaba a las molestias somáticas, los problemas
de conducta y las manifestaciones de delincuencia, las cuales se asignaban al modo especial de
manifestarse habitualmente la depresión en la edad prepuberal, dejando claro que no suponen una
representación como mascara oculta de la depresión subyacente, sino que constituyen la expresión
semiológica propia de la depresión a estas edades.
Desde el abordaje sistémico, para Cancrini, 2006, la idea de hablar de la depresión como
enfermedad es una locura, una moda, “La manifestación de una depresión debería ligarse a un
hecho de la vida que ha irrumpido y roto un equilibrio anterior”, relacionándola a las etapas del
ciclo vital y los desafíos que cada una implica.
Por el recorrido histórico expuesto anteriormente, podemos observar que las referencias al
contenido de lo que constituyen las depresiones infantiles son relativamente extensas y datan de
hace muchos años. Se ha ido modificando en buena parte la terminología, los aspectos que estaban
en primer plano, y se ha ido delimitando su propio concepto, hasta llegar a la actualidad, donde las
Clasificaciones Internacionales de las Enfermedades Mentales, como el CDI-10 y la DSM-IV-TR,
coinciden en clasificar las depresiones infantiles y adolescentes en la misma entidad que la de los
adultos, aunque con ligeras modificaciones
¿Qué es la depresión infantil?, síntomas, signos y criterios diagnósticos: La depresión mayor es un
trastorno del estado de ánimo que consiste en un conjunto de síntomas, que incluyen un predominio
del tipo afectivo (tristeza patológica, la desesperanza, la apatía, anhedonia, irritabilidad, sensación
subjetiva de malestar), pudiendo aparecer síntomas de la esfera cognitiva, volitiva y física. Por lo
tanto, podría referirse a un deterioro global del funcionamiento personal, con énfasis especial en la
esfera afectiva.
Podríamos señalar que en comparación con la depresión en adultos, la depresión en niños y
adolescentes puede tener un inicio más insidioso, puede ser caracterizado por irritabilidad más que
por la tristeza, y ocurre más a menudo en asociación con otras condiciones tales como ansiedad,
trastorno de conducta, hiperactividad y problemas de aprendizaje. La gravedad de la depresión
puede ser definida por el nivel de deterioro y la presencia o ausencia de cambios psicomotores y
síntomas somáticos.
Una de las variables en la que nos detendremos y que, a nuestro juicio, constituye mayor
importancia es la edad. No cabe duda que las manifestaciones afectivas se presentan y desaparecen,
sintomatológicamente, de modo diferente según la etapa de desarrollo.
La primera etapa importante en la que nos detendremos será la edad preescolar, del nacimiento a los
5 años. La patología depresiva en estas edades cursa con ansiedad, irritabilidad, rabietas frecuentes,
llanto inexplicable, quejas somáticas, pérdida de interés en sus juegos habituales, cansancio
excesivo, aumento de la actividad motora, falla en alcanzar el peso para su edad, retraso psicomotor
o dificultad con el desarrollo emocional, menor capacidad de protesta, disminución de iniciativa y
repertorios sociales y trastornos del sueño, apetito y peso. En este periodo se han observado
diferentes tipos de depresión: Depresión por deprivación y anaclítica de Spitz, comentada más
arriba; Depresión sensoromotriz (Shaffi, 1997) que afecta a la etapa sensoromotriz del niño (0-18
m) con inhibición del lenguaje, retraimiento, humor irritable, llanto frecuente que va perdiendo
intensidad y se vuelve un gimoteo y llanto irritable, desaparece la sonrisa social y de
reconocimiento, con posibles enfermedades físicas (vómitos, diarrea…). Suele darse de forma
aguda, con un curso rápido, de horas a días y se vuelve cíclica o crónica si la madre no alivia el
sentimiento depresivo; Depresión somatogénicas (Nissen, 1983) en las que existe una condición
médica dominante (encefalopatías); y las Formas psicóticas precoces, cuadro psicótico que se
acompaña de sintomatología depresiva en algunos periodos.
El siguiente periodo del desarrollo natural, es la etapa escolar (entre 6 y 11 años), en la que la
corporalidad y sus alteraciones son las vías de expresión principales. Las formas más frecuentes que
encontramos en esta edad son las latentes o encubiertas, cuyos síntomas aparentemente no parecen
ser depresivos. En relación al estado de ánimo en estas edades, destaca el tipo disfórico.
En el juego, los sueños y las pesadillas predominan los temas depresivos como culpabilidad,
frustración, pérdida, abandono o suicidio, surgiendo pensamientos muy autocríticos, por los que
tiende a disculparse continuamente y a buscar la alabanza y la tranquilidad. Se aprecia en gran
medida una falta de interés y motivación por el rendimiento escolar y las relaciones con los
compañeros, además de un cambio brusco en el comportamiento, encontrando payasadas en un niño
que era antes callado o retraimiento en uno comunicador. Respecto al comportamiento motor,
aumento de nerviosismo, agitación, torpeza y predisposición a accidentes, hiperactividad, conducta
agresiva o perturbadora.
La adolescencia (11-18 años), periodo en el que los adolescentes normales tienden hacia la
depresión, por lo que se hace especialmente importante poder diferenciar entre la etapa normal del
estado de ánimo depresivo y la depresión patológica. Numerosos autores han señalado que muchas
de las depresiones adolescentes no son diagnosticadas porque se confunden con la crisis
adolescente.
La sintomatología en esta edad es muy variada y cicladora y la atipicidad propia de los cuadros
depresivos de la adolescencia va disminuyendo a medida que el sujeto se aproxima al límite de edad
adulta. En las depresiones adolescentes, los datos psíquicos cuentan mucho menos, pues la
subjetividad todavía no se ha desarrollado suficientemente y además ocurre que, el adolescente
afecto de molestias subjetivas depresivas, suele esforzarse intuitivamente en asignar al trastorno un
origen orgánico, lo cual implica una elaboración secundaria, que puede enmascarar los datos
subjetivos originarios. En relación a esta distinción, parece haberse probado que los síntomas
somáticos y psicológicos de la depresión varían en función de la edad del niño, pudiendo apreciarse
ciertas tendencias a sustituir los síntomas somáticos por los psicológicos
Como manifestaciones clínicas características de esta etapa encontramos que el estado de ánimo
disfórico y deprimido se presenta de forma más volátil, con gran aumento de las reacciones de ira,
pudiendo llorar sin motivo, con una expresión continua seria y malhumorada. En relación a la
pubertad, señalar que ésta puede retrasarse en el adolescente crónicamente deprimido, y se aprecian
grandes dificultades para aceptar los cambios provocados por ésta. En el área cognitiva, se aprecian
cambios en la actitud frente al esfuerzo y responsabilidad en sus tareas y aumenta la baja
autoestima, sintiéndose defraudados a sí mismos y a los demás e intentan defenderse de este
sentimiento con la negación, fantasías omnipotentes, o evadiéndose mediante consumo de
sustancias.
Pueden mostrar nulo interés por el comportamiento sexual o promiscuidad como defensa del
sentimiento de vacío y soledad, teniendo en ocasiones calidad autodestructiva. Existe una mayor
vulnerabilidad para el comportamiento suicida, que aumenta a estas edades, llevándolo a cabo la
mayoría de las veces de forma violenta, con pensamientos mal organizados y sin un plan definido.
En resumen, y para ir finalizando el análisis de la sintomatología en estas etapas, resaltaremos las
diferencias principales entre el periodo escolar y adolescente, ya que a lo largo del desarrollo
evolutivo se podría dibujar cierta sintomatología depresiva más o menos específica de cada ciclo
evolutivo. En la infancia la depresión aparece en forma de jirones, es decir, en forma desgarrada y
fragmentaria, y a medida que el niño se introduce en la adolescencia, toma un desarrollo
estructurado, con un curso más crónico, aunque con altos y bajos. En la adolescencia existe un
riesgo de dos a cuatro veces mayor que la depresión persista en la edad adulta, y suele aparecer
asociada a trastornos disociales, a trastornos de la actividad y la atención, trastornos relacionados
con sustancias, y a trastornos de la conducta alimentaria. A su vez, en la infancia la sintomatología
cursa con quejas somáticas, ansiedad, irritabilidad, rabietas, aislamiento social y conectada a
trastorno de ansiedad por separación, siendo las formas latentes y encubiertas las más frecuentes.
Por último señalar que al ser el nivel de desarrollo cognitivo mayor en la adolescencia, la clínica
depresiva se manifiesta con un aumento de la baja autoestima, así como de sentimientos de culpa,
de infelicidad o desesperanza.
MÓDULO VII
Cacciatori Orígenes del Maltrato y el Abuso Sexual en la Infancia
El fenómeno del maltrato infantil no es algo reciente en la historia de la humanidad, de hecho
numerosos referentes consideran que surge con el hombre y que se puede visualizar más claramente
en diferentes momentos de la historia, pues encontramos leyendas, mitos y descripciones literarias
que hacen referencia al maltrato y al infanticidio. Sumado a ello, la violencia contra los niños se ha
justificado por razones religiosas o disciplinarias con diversidad de argumentos: se los sacrificaba
para mejorar la especie, como ofrenda a los dioses o método educativo y disciplinario. Se ha dado
en variedad de pueblos, culturas, religiones y clases sociales. Los egipcios, por ejemplo, ofrendaban
una niña al río Nilo para que la cosecha anual fertilizara mejor; en tanto que en la Grecia Clásica se
arrojaban desde el monte Taigeto a los niños enfermos y malformados. Roma cedía al pater familiae
derechos de vida o muerte sobre los hijos, con lo cual podían abandonarlos, castigarlos, venderlos o
matarlos. En Madagascar, las tribus tamalas con el fin de proteger a la familia sacrificaban al hijo
que había nacido en un día infortunado y en China, se lanzaba a las fieras al cuarto hijo como
método de control de la natalidad. Es recién a partir del siglo XIX cuando se comienza a tomar
conciencia del problema y aparecen publicaciones en relación al tema. Santana-Tavira, Sánchez-
Ahedo, y HerreraBasto (1998) aluden a Ambrosie Tardieu, quien realiza las primeras observaciones
de niños maltratados y describe el síndrome del niño golpeado en 1868. Tardieu fue un catedrático
de medicina legal en París, quien realiza esta descripción luego de haber realizado 32 autopsias de
niños golpeados y quemados hasta la muerte.
En 1871, en Nueva York, sale a la luz, el caso de una niña víctima de negligencia, maltrato físico y
emocional, llamada Mary Ellen. Una mujer vinculada a trabajos de caridad, pidió ayuda a la
“Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales”, pues hasta ese momento, no
existía organismo o institución que se ocupara de la protección a la infancia. Ella sostenía que los
niño/as debían tener los mismos derechos que un animal indefenso. A partir de ello y con el objetivo
de ir desarrollando un sistema de protección frente al maltrato infantil, se funda la “Sociedad para la
Prevención de la Crueldad contra los Niños”. Más adelante, John Caffey, un radiólogo pediatra,
observó en 1946, hematomas subdurales y alteraciones anormales en huesos largos de infantes, los
cuales junto con Silverman, comprobarían que tenían origen traumático. Por otra parte, para algunos
autores, como Bellinzona, et al. (2005), Sigmund Freud (1856-1939) es pionero en cuanto al
reconocimiento del abuso sexual como una forma de maltrato infantil, pues es mencionado por él a
propósito de la teoría de la seducción (1905), asociando a la etiología de la neurosis con el abuso
sexual que sufre un niño por parte de un adulto, quedando los sedimentos en el inconsciente del
sujeto.
Sin embargo, Freud luego va a desechar la teoría de la seducción en la carta 69 a Fliess, aludiendo
que ya no cree en su “neurótica”, pues ella apela a reconstrucciones fantasmáticas, reconstrucciones
que forman parte de la sexualidad infantil. Los abusos no han sido tales, sino que han sido
imaginados por los niños, dada la relación que establecen con el adulto. De ahí es que es muy
cuestionado y existe controversia respecto al inicio de este reconocimiento, el cual luego es
descartado. Por tanto, es en la segunda mitad del siglo XIX cuando paulatinamente se van
originando respuestas contra la violencia hacia los niños. La Red Uruguaya contra la Violencia
Doméstica y Sexual (RUCVDS, 2013) hace mención a E. Méndez Vives (1993) quien 5 6 plantea
que en Uruguay, en 1875, cuando la reforma vareliana intenta extenderse a todos los niños, se
evidencia que “Muchos padres creían tener un derecho de propiedad sobre sus hijos, derecho que el
Estado no debía limitar haciendo obligatoria la enseñanza primaria” (p.9).
También allí se toma los aportes de J. P. Barran (1994) en “Historias de la sensibilidad en el
Uruguay”, donde el autor establece dos momentos que permiten visualizar el trato que recibían los
niños en nuestro país y la validación del castigo físico para disciplinar: el de la cultura Bárbara
(1800-1860) y el del Disciplinamiento de la Sensibilidad (1860-1920).
En 1959, las Naciones Unidas proclaman la Declaración de los Derechos del Niño, marcando un
hito en el proceso de defensa, en tanto sintetizan un decálogo de diez principios, los cuales si bien
no legislan tienen un importante peso moral. Además, en la década de 1960, según Bellinzona, et al.
(2005), se reconoce la importancia clínica y social del problema del abuso sexual infantil,
iniciándose así el estudio de su incidencia. Es así que en 1961, Henry Kempe organiza un simposio
interdisciplinario de la Academia Americana de Pediatría, donde se contemplaron aspectos legales,
pediátricos y psiquiátricos, así como las primeras estadísticas estadounidenses en relación al tema.
Luego, en 1962, dicho autor, junto a Silverman, definen el síndrome del niño golpeado, concepto
que delimitaba las características clínicas de los casos que ingresaron al servicio de pediatría del
Hospital General de Denver, en Colorado. Pero dicho concepto fue ampliado por Fontana quien
indicó que la agresión además de física podía ser emocional o por negligencia. A partir de ello
sustituye el término golpeado, por maltratado.
De esta forma, paralelamente al enfoque social, el conocimiento clínico fue avanzando. El maltrato
y el abuso, comienzan no solo a ser visualizados como problema, sino que su concepción comienza
paulatinamente a extenderse, conformando más adelante lo que serán los diferentes subtipos de
maltrato. Gradualmente, se irá repensando también la perspectiva en cuanto a las responsabilidades
y el accionar de los adultos respecto a los niños/as. En esta línea, la Convención sobre los Derechos
del Niño, aprobada por la ONU en 1989, establecerá que el cuidado y la protección de niños/as y
adolescentes es responsabilidad de la familia y de la sociedad, así como un deber inherente al
Estado. La prevención del abuso y el maltrato infantil, pasan a ser un deber de padres y/o adultos
responsables encargados del niño/a o adolescente. Ellos deben procurar asegurar las mejores
condiciones para su pleno desarrollo, velando por todo aquello que implique su afectividad y su
integridad. De esta forma podemos coincidir con lo que plantea Pinheiro (2006) en el Estudio de las
Naciones Unidas sobre la violencia contra los niños (2006), en el cual tomando a Reza, Mercy y
Krug (2002), refieren a que se sabe de la existencia de diversas formas de violencia contra los
niños, entre ellas, castigos humillantes y brutales, mutilación genital de niñas, desatención, abuso
sexual, infanticidio, entre otras, desde hace mucho tiempo, pero que hasta solo hace unas décadas,
no se había concebido la gravedad de este problema. Tuana (2009) advierte en este sentido, que
“El abuso sexual es un problema histórico, que ha tenido momentos efímeros de visibilidad y luego
ha vuelto a silenciarse” (p.26). Asimismo, el sometimiento al que históricamente se ha condenado a
niños/as y adolescentes, expresa la autora, es el que los posiciona en condiciones de vulnerabilidad
al abuso sexual. A ello se suma, la importante dependencia emocional y material en la que se
encuentran y la construcción social de la sexualidad, tema tabú del que poco se dice y habla y que
como ya mencionáramos, en nuestro país, fue recientemente incluido en la Educación a través del
Programa de Educación Sexual. Dicho Programa y fundamentalmente la investigación mencionada
en el capítulo anterior y realizada en el marco del mismo, han permitido visualizar que a partir de
los 10 años de edad, la percepción de la violencia se ha desnaturalizado. Sin duda, la circulación de
información va permitiendo avances en este sentido.
Pinheiro (2006) en el Estudio de las Naciones Unidas sobre la violencia contra los niños (2006), es
categórico frente a la inaceptabilidad de la violencia y a la enunciación de que se puede prevenir,
pese a ello, reconoce que en la investigación realizada, se ha confirmado la existencia de actos
violentos contra la infancia a nivel mundial y de forma independiente a la clase social, nivel
educativo, cultura y origen étnico. Es más, aún en contra de las obligaciones que reivindican los
derechos humanos y de las necesidades de desarrollo de los niños/as, la violencia para con ellos,
está admitida de alguna forma y según el estudio, en todas las regiones, siendo incluso muchas
veces autorizada por el Estado.
Maltrato Infantil
(MI) Pinheiro (2006) en el Estudio de las Naciones Unidas sobre la violencia contra los niños
(2006) plantea la multidimensionalidad de la misma, por lo que entiende es un problema que exige
respuestas multifacéticas y por ello combina la perspectiva de los derechos humanos, la salud
pública y la protección del niño. Para ello ha hecho uso del importante crecimiento de producción
científica que ha examinado causas y consecuencias, con la inherente y paulatina mejora en la
prevención y protección de los niños. La OMS también coincide en que es posible la prevención del
maltrato infantil pero para ello es necesario un enfoque multisectorial. El maltrato infantil (MI de
ahora en más) no se presenta por tanto, de forma aislada, sino que involucra factores
biopsicosociales. Es un problema multicausal, en el que intervienen las características del agresor y
el agredido, el medio ambiente que los rodea y los estímulos disparadores de la agresión. Como
veíamos en el capítulo de Antecedentes, desde hace años se manejan cifras preocupantes en relación
a la cantidad de niños/as que son víctimas de diferentes tipos de violencia, lo que proporciona una
idea de la dimensión del problema. Por otra parte, no hay una definición única y universal del MI,
sin embargo, todas coinciden en aspectos de vital relevancia, y entendemos están contemplados en
la expresada por la OMS (2014):
El maltrato infantil se define como los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18
años, e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención,
negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud,
desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación
de responsabilidad, confianza o poder.
En este sentido, Tuana (2009), hace referencia al ordenamiento social que determina prácticas
sociales en función de la edad, otorgando en nuestra cultura, (una “cultura adultocéntrica”) un poder
desigual a infantes y a adultos mayores, dejándolos así más vulnerables al poder de los adultos
dentro de la familia. Recordemos incluso que el maltrato suele ser justificado como forma de
disciplinamiento de padres a hijos.
En esta misma línea, la Convención sobre los Derechos del Niño (1989), estipula respecto al
maltrato intrafamiliar concretamente, en su Artículo 19, que:
Los Estados Partes adoptarán las medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas
apropiadas con el fin de proteger al niño contra toda forma de maltrato o negligencia, incluido el
abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de cualquier persona que lo tenga a su
cargo. (p.6)
En el Artículo 39 también hace mención a que:
Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas para la recuperación tanto física
como psicológica del niño víctima de abandono, explotación o abuso, así como su reintegración
social. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas para promover la recuperación
física y psicológica y la reintegración social de todo niño víctima de: cualquier forma de abandono,
explotación o abuso; tortura u otra forma de tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; o
conflictos armados. Esa recuperación y reintegración se llevarán a cabo en un ambiente que
fomente la salud, el respeto de sí mismo y la dignidad del niño. (p.12)
La Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual (2013) también hace mención al
Maltrato patrimonial: el cual refiere a toda acción que los prive de bienes que por derecho les
corresponden o pensiones alimenticias otorgadas, así como al manejo inadecuado de los mismos.
3. Abuso sexual Hace referencia a cualquier clase de contacto sexual y situaciones (aunque no haya
contacto físico) en las que un niño menor de 18 años es utilizado para realizar actos sexuales o
como objeto de estimulación sexual, desde una posición de poder o autoridad, tales como padres,
tutores u otras personas.
El MI es por tanto, no solo una evidente violación a los derechos humanos, sino que además genera
importantes consecuencias físicas y/o psíquicas que inciden negativamente en el desarrollo del
niño/a: desvalorización, sentimientos de culpa, miedo y desconfianza en el mundo adulto.
Término utilizado clásicamente en filosofía y psicología para designar «lo que uno se representa, lo
que forma el contenido concreto de un acto de pensamiento» y «especialmente la reproducción de
una percepción anterior» (1). Freud contrapone la representación al afecto*, siguiendo cada uno de
estos elementos, en los procesos psíquicos, un diferente destino. (p.367)
Sumado a ello, aparecen sentimientos de culpa, la ambivalencia, el amor-odio hacia las figuras
protectoras y perjudiciales, y la repetición transgeneracional de las situaciones traumáticas.
Los autores expresan que el sentimiento de culpabilidad fue encontrado en un principio, en
forma de autorreproches, y/o ideas obsesivas contra las que el sujeto lucha por considerarlas
censurables, y luego en forma de vergüenza, la cual es incitada por las mismas medidas de
reproduce a su vez, la violencia de género contra las mujeres, pues atenta contra la credibilidad de
las madres de las víctimas y en consecuencia contra las propias protección. Dichos autorreproches
son reproches contra un objeto de amor, que se invierten desde éste hacia el propio yo, con lo cual
vemos que el sentimiento de culpabilidad es, en parte, inconsciente, en tanto el origen de los deseos
que intervienen (fundamentalmente agresivos) es ignorado por el individuo. En cuanto a la
Repetición, Gomel y Matus (2011) expresan que se ha pensado la misma en dos vertientes. Una de
ellas está vinculada a la repetición propiamente dicha y refiere a una repetición más creativa, de
enlace simbólico – imaginario. En tanto que la segunda, está asociada a la Compulsión a la
repetición y remite al trauma. Es a su vez, definida en dos acepciones:
A) A nivel de la psicopatología concreta, proceso incoercible y de origen inconsciente, en
virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias
antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se
trata de algo plenamente motivado en lo actual.
B) En la elaboración teórica que Freud da de ella, la compulsión a la repetición se considera
como un factor autónomo, irreductible, en último análisis, a una dinámica conflictual en la que sólo
intervendría la interacción del principio del placer y el principio de realidad. Se atribuye
fundamentalmente a la característica más general de las pulsiones: su carácter conservador.
(Laplanche y Pontalis, 1996, p. 366)
Finalmente, la Ambivalencia, es definida como “Presencia simultánea, en la relación con un
mismo objeto, de tendencias, actitudes y sentimientos opuestos, especialmente amor y odio”
(Laplanche y Pontalis, 1996, p. 20). Los autores expresan que la misma fue tomada por Freud de
Bleuler, quien la creó y consideró en tres terrenos: Volitivo; Intelectual y Afectivo. Finalmente
privilegia la consideración de este último en tanto se ama y odia a la misma persona, en un mismo
movimiento. Y será en este sentido que se orienta el uso que Freud le da, destacándose en aquellos
conflictos en los que ambos componentes (positivo y negativo) de la actitud afectiva, estén
presentes de forma simultánea, indisolubles, “…y constituyan una oposición no dialéctica,
insuperable para el sujeto que dice a la vez sí y no” (Laplanche y Pontalis, 1996, p. 21). Por otra
parte, Sinclair y Martínez (2006) plantean que al revelarse la situación de abuso, surgen en estas
madres que creen en sus hijos, vivencias que pueden agruparse de la siguiente manera:
1. Las que refieren a la victimización secundaria
2. Las vivencias respecto al niño/a
3. Las vivencias respecto al rol materno
Varios autores subrayan que dicha revelación de abuso, puede ser vivida como un trauma de igual
magnitud y características equivalentes al sufrido por su hijo/a. Es en este sentido, que las madres
pueden ser consideradas víctimas secundarias de ese abuso. Asimismo, toman a Hopper
(1994/1992), para considerar en estos casos de abuso sexual intrafamiliar, una alta incidencia de
maltrato físico y/o psicológico en las madres, por parte de su pareja, y/o de abuso sexual infantil en
su infancia. Así, la victimización primaria de éstas madres intensifican y complejizan aún más, el
impacto traumático que genera el develamiento del abuso de su hijo/a. Uno de los aspectos que deja
en evidencia a ese impacto, son, como ya dijéramos, las dificultades para integrar el abuso como
una realidad que evidentemente acaeció. De ahí es que Womack et al. (1999), referido por Sinclair y
Martínez (2006), explica que “es esperable que se muestre ambivalente y oscile entre creer en la
ocurrencia del abuso y negar lo sucedido. Asimismo, suele experimentar sentimientos complejos y,
a menudo contradictorios respecto al abusador, incluyendo incredulidad, deseos de protegerlo,
rabia, pena o temor”. Las autoras resumen lo enunciado por diferentes autores que han analizado lo
experimentado por las madres, ante la revelación del abuso, y en esa línea toman a Malacrea
(2000/1998), (Gavey et al., 1990) y Hopper (1994/1992). Malacrea (2000/1998), hace mención a la
intensa sensación que habitualmente se produce en ellas, acerca de que la visión del mundo que
poseía ha sido amenazada.
Aparecen sentimientos de impotencia y traición, a los cuales se suma la tensión y el agobio dada la
imposibilidad de hallar soluciones que incluya a todos los involucrados, esto es, a todos los que
quiere y forman o formaban (el abusador) parte de su familia. Gavey et al. (1990), menciona el
proceso de intensificación de la confusión que sienten las madres, al enfrentar expectativas sociales
que son muchas veces contradictorias. Si bien plantea cuestiones que en la actualidad, entendemos
ya no ofician de la forma que él lo enuncia, (como el hecho de que refiera a que la mujer ha sido
socializada para depender de una pareja, para sostener ese vínculo en toda circunstancia y, ser la
responsable de la unión familiar) coincidimos en el hecho de que se suman dificultades que generan
confusión, a partir del afrontamiento de las expectativas sociales que recaen en las madres, entre
ellas, el deber moral de priorizar la protección de sus hijos, postergándose a sí mismas bajo
cualquier circunstancia. Finalmente Hopper (1994/1992), describe la serie de pérdidas que se
producen en las madres al ser descubierto el abuso: - pérdida de la confianza en el hombre (pareja)
que abusó de su hijo/a. - pérdida de control sobre la vida del niño/a y la de ella. - pérdida de su
identidad en tanto “buena madre”. - pérdida de la sensación de “normalidad familiar” y de la visión
“de un mundo confiable y predecible”.
El reconocimiento del abuso implica a su vez, una crisis tanto para el infante como para cada uno de
los integrantes de la familia no-abusivos. Esto le exige a la madre ciertas demandas complejas y
muy estresantes, en un momento en que a causa del impacto se ha reducido su nivel de recursos
(Gavey, et al., 1990; Hooper, 1994/1992). En función de ello debe afrontar y resolver cuestiones
vitales como:
- La toma de decisiones en cuanto a la denuncia del abuso y las implicancias judiciales que conlleva
la misma.
- La toma de decisiones respecto a la relación con su pareja, el victimario.
- La recepción del sufrimiento de la víctima del abuso y en caso de que haya hermanos, los
sentimientos generados en ellos a partir del develamiento del abuso.
- A menudo, deben reponerse también a cambios significativos en su cotidianeidad y en su situación
económica (si se separa de su pareja, si tiene gastos extras por el proceso judicial, si debe contratar
un abogado, si debe pagar tratamiento psicológico para ella y/o su hijo/a, entre otros).
Las vivencias respecto al niño/a Sinclair y Martínez (2006) indican que los sentimientos de
la madre hacia el niño víctima de abuso, suelen ser contradictorios y complejos, coexistiendo
tristeza y preocupación por su hijo/a con rabia y culpa, así como la vivencia de sentirse traicionada
(Gavey et al., 1990). Por otra parte, si consideramos que el victimario, manipula al niño/a con el
objetivo de alejarlo de quienes pueden apoyarlo, fundamentalmente la madre, el impacto que genera
la revelación del abuso, puede potenciar otros conflictos previos y la distancia emocional ya
existentes en la relación madre-hijo/a (Berliner & Conte, 1990 citado en Hopper, 1994/1992). Las
madres padecen a su vez, una importante angustia centrada en lo atroz del hecho en sí: el abuso, y
en los efectos que temen producirá en el niño/a, creyendo que se ha causado un daño irreparable en
el mismo. Asimismo, a menudo, no logran percibir cuáles son las implicancias concretas en el aquí
y ahora del abuso para ese niño/a (Malacrea, 7 1 2000/1998).
Según Sinclair y Martínez (2006) además, aparece muchas veces, el acento en la preocupación por
los efectos a futuro, prevaleciendo los temores concernientes al desarrollo sexual del niño/a. Esto
conlleva una fuerte inhibición en el desempeño materno vinculada al temor de agudizar el daño, lo
cual genera diversas dificultades en el manejo de los límites y en el tratamiento del tema abuso:
actuando de manera sobreprotectora o evitándolo. Además, la situación de abuso, se manifiesta en
el niño/a, a través de diferentes reacciones y conductas, muchas veces de difícil manejo para las
madres. Esto le exige una mayor demanda, y la atención de necesidades que no alcanza a visualizar
o que sencillamente desconoce qué hacer frente a las mismas.
3. Las vivencias respecto al rol materno En este punto Sinclair y Martínez (2006) resumen
también lo enunciado por diferentes autores, y en esta oportunidad toman a Hopper (1994/1992),
una obra anterior: Martínez, et al. (2005) y Womack et al. (1999). Hopper (1994/1992), destaca en
este sentido la especial relevancia que tienen en las madres, los efectos del impacto sufrido en la
percepción de sí misma, justamente en su rol materno. Las expectativas sociales, demandan que una
buena madre, debería ser capaz de proteger a sus hijo/as, impidiendo fundamentalmente este tipo de
daño, por ello el descubrimiento del abuso, despierta la culpa por la ocurrencia del mismo y la
recriminación de no haberlo detectado anteriormente. El autor también hace referencia a la
sensación acerca de que ya no será posible confiar en sus juicios y percepciones, lo cual contribuye
a potenciar el sentimiento de inseguridad como mujer y como madre. Se suma a ello, sentimientos
de inadecuación y la vivencia de fracaso en su rol materno, lo cual atenta contra la imagen de figura
protectora, invalidándola y colocándola en lugar de poco capaz para el cuidado de su hijo/a y para el
apoyo en la recuperación del abuso.
Martínez et al. (2005), nos alerta acerca de cómo los sentimientos de culpa e incompetencia
que experimentan estas madres, se incrementan cuando se suma la falta de apoyo y diversas
actitudes culpabilizadoras que frecuentemente adoptan familiares, amistades, y/o profesionales de
las diferentes instituciones judiciales o de salud. En este sentido, Womack et al. (1999), advierte
enfáticamente que el rechazo emocional que genera el reconocimiento de la situación de ASI, en
diferentes personas, sumado a los prejuicios sociales ligados al rol materno, favorecen la
reproducción y sostenimiento de una visión culpabilizadora hacia la madre por parte algunos
miembros de las diferentes instituciones intervinientes. Asimismo, subraya la gravedad de dicha
culpabilización, en tanto es un factor determinante en el proceso de invisibilización del sufrimiento
de las madres y en la consecuente falta de apoyo efectivo para superar las consecuencias del abuso.
La posibilidad de la denuncia y la sentencia, no solo restituye los derechos, sino que repara y
habilita a la elaboración del impacto que genera la revelación del abuso:
4. Consideraciones finales
El proceso de deconstrucción y de visibilidad del ASI, en tanto abuso de poder y de sometimiento es
tarea de todos. Su ocultamiento está dado aún por aspectos socio- históricos y culturales que se
inscriben en las víctimas de violencia (las mamás), y en las víctimas de ASI (sus hijo/as) en tanto,
abuso de poder de género y generacional respectivamente. Dichos factores inciden en la escucha
que requiere el niño y el problema se agudiza y se reproduce, re victimizándolos, a través de la falta
de apoyo y de sostén de las instituciones y las unidades especializadas.
Conocer estas ideas y representaciones en las madres, nos ha permitido pensar en posibles
modificaciones que contribuyan a evitar la re victimización del niño/a y habilitar un mejor
desarrollo. En ese sentido, las carencias en el sistema, los largos procesos desgastantes e
inoperantes, así como las dificultades de las madres de trabajar sus vivencias y sus aspectos no
elaborados, vinculados fundamentalmente a la repetición del abuso de poder, nos obliga a repensar
las intervenciones. Concluimos que la propuesta de intervención a nivel terapéutico elaborada por
las argentinas Sinclair y Martínez (2006) sería altamente positiva en nuestro país. La misma
acompaña la concepción de intervenir haciendo foco en el impacto del ASI y paulatinamente
incorporar la historia personal, pero sin desestabilizar aquellas aspectos no elaborados que si bien
hacen al abuso, no lo pueden trabajar en esos momentos. Asimismo, entendemos que el Estado, en
tanto responsable de velar por los derechos y en congruencia con lo que nos cuestionábamos acerca
de la importancia de que prestaciones como las que otorga la Ley N° 18.850 se contemplen de algún
modo también en el caso de ASI. El objetivo es proporcionar la ayuda para solventar gastos que
surgen a partir de la misma o de lo contrario, brindar los servicios esenciales de manera adecuada.
Sumado a la lentitud de las prestaciones de salud respecto a las consultas psicológicas, y a las del
sistema judicial, el no contar con solvencia económica para pagar ambos profesionales: Abogado y
Psicólogo, hace del proceso de elaboración y de denuncia del ASI, un calvario para estas madres,
las cuales deben hacer mucho esfuerzo para sostenerlo. Las Políticas Públicas vienen desarrollando
programas interesantes y de suma importancia para la infancia de nuestro país, y el Programa de
Educación Sexual contribuye (y aquí quedó demostrado) con la detección y prevención del ASI. Sin
embargo, las cifras del ASI y la no resolución de los procesos judiciales, nos obligan a que
reveamos el tema y pensemos en acciones y programas eficaces que atiendan la
multidimensionalidad de las situaciones de abuso (sociales, culturales, familiares, individuales,
emocionales, económicas, etc.).
Es fundamental prestar apoyo a estas madres, aportándoles conocimientos y el sostén sanitario y
legal necesario. Asimismo, es imperioso, fomentar la capacitación en temas de ASI, al sistema
policial y judicial, al igual que se viene realizando con violencia doméstica. El ASI, es una realidad
que aún nos desafía, y por supuesto se ha avanzado mucho en legislación y derechos humanos, pero
aún nos queda capitalizarlos en la práctica. Se requiere contar con recursos específicos y con
profesionales con formación y experiencia, que a su vez puedan coordinar todas las instancias del
proceso.
En los últimos 40 años, los historiadores europeos han estudiado el lugar de la infancia de acuerdo a
los hallazgos del análisis de la vida cotidiana. Han permitido la construcción de la niñez como un
sujeto histórico que, en la actualidad, ha adquirido una notoria y creciente visibilidad.
Concepto de infancia-
La infancia es definida por el diccionario de la lengua española como “la edad del niño desde su
nacimiento hasta la pubertad” y como “primer estado de una cosa”. Esta segunda acepción supone
que la infancia es el comienzo de un ciclo, el inicio de algo que sugiere apertura y continuidad de un
proceso.
La palabra “niñez”, fue transmitida de generación en generación y se fusionó en el imaginario social
de los últimos siglos a la idea de pureza, ingenuidad e inocencia. Estos valores fueron tiñendo el
sentimiento de los adultos y cristalizaron la niñez en esa imagen. Por su parte, esta naturalización e
idealización permitió ocultar o silenciar los delitos, los desbordes y las injusticias que sufrieron y,
aún sufren, muchos niños.
Haber inventado la niñez como concepto derivó en la dificultad para tomar contacto directo con
algunos de sus protagonistas: niñas prostituidas, niños y niñas discriminados debido a su color de
piel, víctima de toda clase de abusos, etc. Por eso, es importante, a la hora de estudiar cuestiones
ligadas a los niños, redefinir el concepto de niñez para evitar los riesgos que entraña naturalizar y
esencializar su conceptualización.
La infancia en la modernidad
A raíz de los profundos cambios sociales y económicos que se produjeron hacia fines del siglo XVI
aparecieron indicios de una nueva concepción de la infancia. Surgió como valor la voluntad de
preservar la vida del niño, voluntad que fue creciendo durante el siglo XVII: “librar a un niño de la
enfermedad y de la muerte prematura, repeler la desgracia intentando curarlo: esta es en adelante la
meta de los padres angustiados”. Jhon Locke postulaba la importancia de los cuidados de los padres
para conservar y aumentar la salud de sus hijos, o “cuando menos, para hacer que tengan una
constitución que no sea propensa a enfermedades”.
En la ciudad renacentista se pierde esa íntima relación con la “madre tierra” y, por tanto, se debilita
el vínculo con los antepasados que, hasta ese momento, se consideraba esencial. La aparición de la
familia nuclear implica entonces modificaciones en el espacio doméstico más íntimo, que
repercuten en el sentimiento de la infancia. Estos cambios no se dan en forma lineal ni en todas las
comunidades de una misma manera.
A partir de estas distintas cosmovisiones, comienzan a surgir contradicciones entre la necesidad de
perpetuar el linaje y el deseo creciente del individuo de vivir su vida en forma plena. En este marco,
el hijo pequeño es atendido, cuidado y mimado en tanto ocupa un lugar diferente en la sociedad: un
niño al que se quiere por sí mismo, y no solo por ser sólo un eslabón más en la cadena de la
descendencia.
Rosseau congela las nuevas ideas e imprime un auténtico impulso a la llamada familia moderna.
Estas nuevas prácticas sociales, según Ariés, se articularon con el lugar que fue adquiriendo la
educación en esos tiempos: era necesario preparar al niño para el mundo adulto por medio de la
institución escolar, por lo que la escuela supuso un importante elemento de separación entre el
adulto y el niño. Asimismo, esta nueva concepción de la infancia estuvo acompañada por métodos
de crianza y educación muy severos: les hicieron conocer la vara de castigo y las celdas carcelarias,
en una palabra, los castigos reservados generalmente para los convictos provenientes de los más
bajos estratos de la sociedad.
En estos tiempos se observan dos tendencias: por un lado, algunos padres demasiado apasionados
por sus hijos, que se deslumbran con este “nuevo niño”, a quien consideran más despierto y más
maduro. Y, por el otro, los moralistas, que denuncian la complacencia con la que los padres y
madres educan a sus hijos. El “mimo”, por tanto, sería causa de demasiadas debilidades.
Es posible detectar tres cambios fundamentales que, a partir del siglo XV, contribuyeron al
surgimiento del sentimiento de la infancia característico de las ciudades de Europa Occidental:
1) Aumenta la preocupación por los aspectos médicos que atañen al niño: una práctica
comienza a circular en esa época es el fajamiento del niño. Mientras que para algunos denota un
signo de cuidado y atención, para otros, en cambio, es el símbolo de las múltiples imposiciones que
padece el niño desde que llega al mundo, puesto que se lo priva de toda libertad corporal.
2) Las madres entregan a sus hijos a un ama de cría que no pertenece a la familia: este hecho
supone que la mujer comience a elegir qué hacer con su tiempo y a sentir placer en otros espacios.
Esta práctica es criticada por los médicos y letrados moralistas que consideran que aleja a la mujer
de la función productora, en tanto, educadora, y la reduce al simple papel de reproductora.
3) Aparecen nuevas estructuras educativas: estas instituciones, en especial los colegios, son
rápidamente aceptados por los padres, pues suponen que la educación de los niños podría “someter
los instintos primarios al gobierno de la razón”
Este modelo de infancia estuvo acompañado por una serie de disposiciones jurídicas que respondían
a preocupaciones públicas. Ha constituido la base de la actual política de protección a la infancia y
supone la intervención del Estado en cuestiones sociales y demográficas.
La niñez en la Argentina
Giberti rastrea el concepto de infancia en la Argentina, señala que “pensar en la niñez desde la
perspectiva de un continente con matrices culturales andinas, precolombinas y coloniales, sugiere
buscar una lógica inclusiva que haga lugar a las diferencias entre diversos continentes.
Carli (1992, 1994, 2006), quien estudia la infancia en distintos momentos históricos, describe cómo
la etapa fundacional de la educación nacional fundada por Domingo Faustino Sarmiento, estuvo
acompañada por una concepción moderna de la infancia, esto es, un niño subordinado a sus padres
y a los docentes, y en general, sin derechos propios; pero también, había otros niños que quedaban
fuera de la retórica sarmientina, que solo se hicieron visibles a partir de esporádicas acciones de
algunas mujeres de inspiración socialista. Ciafardo (1992) plantea que entre los años 1890 y 1910
los niños de Buenos Aires comienzan a diferenciarse de los adultos, y entre sí, conformando tres
grupos de niños bien diferenciados: los pobres, los niños de sectores medios y lo de la élite. Estos
grupos, corresponden a las particularidades y las políticas aplicadas para con cada uno de ellos: la
persecución, la detención y la internación, cuando se trataba de niños vagabundos, transgresores o
de niñas que ejercían la prostitución, mientras que, en los otros dos casos, la política en general
estaba orientada a la enseñanza escolar y la normativización moral dentro de las escuelas. Entre
1919 y 1930, los cambios en el Estado se reflejan también en las prácticas hacia la infancia a partir
de la modernización pedagógica, el surgimiento del discurso de la minoridad y la
institucionalización del menor no escolarizado.
Posteriormente, el peronismo resignificó la infancia como objetivo de Estado y el lema “los niños
son los privilegiados” reflejó una política hegemónica en esos años: todos los niños, sin
distinciones, son privilegiados.
Una característica común a todas las conceptualizaciones de la niñez es su condición de sujetos
pasivos en la historia social. Su participación activa en la sociedad civil en tanto sujetos de derecho
cuya palabra debe ser escuchada y respetada surge recién a partir de la sanción de la Convención de
los Derechos del Niño en 1990.
Nuevas identidades infantiles
Los paradigmas que definían la niñez vuelven a transformarse, modificando las representaciones
sociales vinculadas a la obediencia de los más pequeños y a la práctica de la autoridad por parte de
los mayores.
La lógica formal y los ideales del imperativo categórico de Kant propios de la modernidad aparecen
hoy fuertemente cuestionados por nuestros pequeños: en la subjetividad repercute mucho más el
deber-tener que el kantiano deber-ser.
El mundo de estos niños está impregnado por una incesante y seductora estimulación visual y
auditiva que dificulta las construcciones simbólicas, a partir de la invasión de la tecnología. Sin
embargo, es el otro adulto que abandona al niño al exceso de la pantalla quien reproduce la lógica
del mercado ofreciendo al niño el goce autoerótico del cual el adulto tampoco puede escapar. La
intrusión de la violencia y el erotismo desde la imagen virtual, que convierte a los niños en
consumidores, constituye un fenómeno nuevo en nuestra cultura, del mismo modo que las
respuestas que los chicos desarrollan frente a estos estímulos, y a veces, llegan a ser incluso
patológicas. En lugar de depender de las pautas que antaño impartían las instituciones de referencia
de los más pequeños (escuela, iglesia, club), ahora se someten a las indicaciones emitidas por la
televisión o por internet: son órdenes que desautorizan el universo simbólico y que evidencian una
clara preponderancia del mundo de la imagen.
Por un lado la globalización genera signos de uniformización de la cultura infantil, mientras que la
creciente desigualdad social genera una mayor distancia entre las distintas formas de vida de niños.
Basta comparar la vida de los niños que viven en barrios privados con la de los chicos de la calle.
Narodowski (1999) plantea que las nuevas estructuras posmodernas provocan la “fuga” de la
infancia y generan nuevas identidades infantiles, todavía no del todo precisadas. Fuga para este
autor, que tiende hacia dos polos: la infancia hiperrealizada y la infancia desrealizada. El primer
tipo corresponde a la infancia procesada al ritmo vertiginoso de la cultura de las nuevas tecnologías
y los nuevos medios masivos de comunicación, esto es, niños que no comprenden y manejan esas
tecnologías y no requieren de adultos para acceder a la información, dado que crecieron con ellas, y
por tanto, se realizan. En el otro polo se encuentra la infancia desrealizada, que construye sus
propios códigos alrededor del “aquí” y del ahora “ahora”, alrededor de las calles que los albergan y
de los “trabajos” que los mantienen vivos. No despiertan en los mayores un sentimiento de ternura y
cuidado. Es una infancia desgajada de la escuela y de la familia, que no logran retenerlos y, cuando
lo hacen, no saben muy bien qué hacer con ellos.
Aun cuando el sentimiento de la infancia que hoy conocemos sea producto de la modernidad, la
actualidad ha ido delineado nuevos estilos de ser niño, nuevos espacios de socialización y nuevos
modos de vincularse con el otro.
Afectividad y maltrato
Tanto la práctica clínica como diversas investigaciones señalan que los niños que sufren o sufrieron
maltrato presentan una amplia gama de dificultades emocionales, tanto en lo que se refiere a su
comportamiento como a rasgos de personalidad. Los signos más sobresalientes, al margen del tipo
de maltrato sufrido, son:
• Agresividad: estos niños suelen ser más agresivos que sus compañeros de clases. Su agresividad es
más fácil de provocar, más intensa y más difícil de controlar.
• Autoagresividad: en muchos casos las víctimas del maltrato infantil incorporan una modalidad
autoagresiva para resolver los conflictos, representada mediante intentos de suicidio. Diversas
investigaciones muestran que los niños maltratados con depresión infantil tienden a atribuir los
sucesos positivos a elementos externos, mientras que se adjudican los negativos a sí mismos.
• Baja autoestima: una de las principales características de estos niños. Casi siempre va unida a
sentimientos de desesperanza, de tristeza y de depresión, dado que han sido objeto (principalmente
en abuso sexual) de un abuso de confianza, de inseguridad y falta de confianza tanto en sí mismos
como en los otros.
• Estigmatización: los niños agredidos sexualmente presentan, lo que se denomina
“estigmatización”, es decir, que sienten en forma constante vergüenza y culpa. En casos extremos,
estos sentimientos los llevan a tener conductas autodestructivas, como el abuso del alcohol o
drogas, prostitución e incluso, el suicidio.
El juego es aquel medio por el cual el niño va construyendo los esquemas cognitivos que le
permitan ir conociendo la realidad que lo rodea al mismo tiempo que va elaborando aquellas
situaciones vividas, difíciles de comprender que deben ser repetidas una y otra vez en pos de poder
internalizarlas.
“Al jugar el niño desplaza al exterior miedos, angustias, y problemas internos dominándolos
mediante la acción. Repite en el juego todas las situaciones exclusivas para su yo débil y esto le
permite por su dominio sobre objetos externos y a su alcance hacer activo lo que sufrió
pasivamente, cambiar un final que le fue penoso, tolerar papeles y situaciones que en la vida real le
serían prohibidos desde dentro y desde fuera”
Desde nuestro enfoque consideramos a un niño como un ser en desarrollo. Tanto si nos situamos
desde la estructuración del aparato psíquico como de la construcción de esquemas de pensamiento
sabemos que un niño es un ser inmaduro que no está aún preparado para poder enfrentar
determinadas situaciones de estrés o de violencia.
Para poder comprender la relación existente del niño con la situación vivida es necesario por lo
tanto tener en cuenta su desarrollo evolutivo.
Abuso y maltrato infantil: el maltrato infantil como “ cualquier daño físico o psicológico no
accidental contra un niño menor de 16 o 18 años, según el régimen de cada país, ocasionado por
sus padres o cuidadores que ocurre como resultado de acciones físicas, sexuales o emocionales de
omisión o comisión y que amenazan el desarrollo normal tanto físico como psicológico del niño”.
El centro internacional de la infancia de parís considera los siguientes tipos de maltrato infantil:
Tipo de maltrato: negligencia o abandono: es la falta de satisfacción de las necesidades básicas del
niño: comida, ropa albergue, higiene, atención médica, educación, recreación, atención o
supervisión necesarias para el desarrollo y crecimiento (siendo esto factible según las posibilidades
económico-sociales de la familia)
Maltrato físico: es la acción no accidental de algún adulto que provoca daño físico o enfermedad en
el niño, o que lo coloca en grave riesgo de padecerlo como consecuencia de alguna acción
intencionada.
Maltrato emocional o psicológico: se trata de un tipo de crianza donde existen demandas parentales
excesivas, superando las capacidades del niño o se desconocen sus necesidades, afectando
seriamente el desarrollo de su personalidad e integración social. En general, toma las siguientes
formas externas: rechazo, indiferencia, desvalorización, aislamiento, terror y corrupción.
Abuso sexual: es la participación de menores inmaduros y dependientes en cualquier actividad
sexual (la cual no comprenden totalmente, ni se encuentran capacitados para dar consentimiento)
con un adulto, debiendo existir una diferencia de 5 años entre abusador y abusado.
Trauma psíquico: En todo niño que ha sufrido maltrato y/o abuso sexual se produce un daño
psíquico. Para comprender la naturaleza del tal daño debemos tener en cuenta el momento del
desarrollo evolutivo del niño en que tuvieron lugar tales hechos y el concepto de trauma. Trauma
infantil como aquello que invade el psiquismo de un niño que, por ser tal, no cuenta con
capacidades desarrolladas que le permitan afrontarlo.
El trauma psíquico no es solo un exceso de tensión errante, es también una imagen sobreactivada
por la acumulación de este exceso de energía sexual. La huella psíquica del trauma, que ahora
llamaremos “representación intolerable”; comprende, pues, dos elementos inconscientes, una
sobrecarga de afecto y una imagen sobreactivada.
Necesidad de apego: Cuando se estudian los efectos de la violencia en los niños, dice Bowlby,
“debemos tener en cuenta que las agresiones físicas no son los únicos episodios de hostilidad
provenientes de los padres que estos niños han experimentado. En muchos casos, en efecto, las
agresiones físicas no son más que la punta del iceberg, los signos evidentes de lo que han sido
episodios de rechazo airado, tanto verbal como físico, en la mayoría de los casos, por tanto, los
efectos psicológicos pueden ser el resultado de un rechazo hostil y un abandono prolongados. Los
que han observado a estos niños en sus hogares o en algún otro sitio los describen como depresivos,
pasivos, inhibidos, como dependientes y ansiosos y también como airados y agresivos.
Vivir con una familia abusiva, dicen, es como habitar una jaula electrificada, siempre en peligro de
ser lastimado abrupta y continuadamente, como en un campo de concentración. El poder que
detenta el adulto contrasta con la vulnerabilidad del niño, de modo que, verdaderamente la vida
misma del niño, su supervivencia depende de aquél. Parecería que sólo la huida es posible, pero
dado que es imposible escapar, la huida deberá ser hacia el interior de uno mismo. El niño se
repliega sobre sí, aísla, se separa de la experiencia abusiva para no sufrir, disocia la realidad,
simplemente no se hace presente.
Por otra parte, el costo de la utilización masiva de tal mecanismo de defensa no es menor. Una vida
de indefensión crónica conduce, por lo general, a desórdenes disociativos de la personalidad. A su
vez, un psiquismo en desarrollo en estas condiciones sólo puede conducir a un empobrecimiento
general, ya que es en el amor incondicional del otro que el niño puede reconocerse digno y crecer.
El monto excesivo de ansiedad y angustia en que se ve sumido atenta también contra la
armonía y confianza necesarias para un sano desenvolvimiento, y obliga a una actitud de
hipervigilancia que consume mucho de la energía psíquica disponible.
Lo mismo puede decirse de la represión a que se ve obligado, como de la negación en tanto
mecanismo de defensa a los que debe recurrir constantemente para mantener a raya tanto los
recursos intrusivos del trauma (flash-backs) como los sentimientos asociados.
La baja autoestima y culpa son sentimientos desvastadores en estos niños y muy difíciles de
trabajar en terapia. La última convicción de ser irremediablemente malo, tonto e indigno del amor y
cuidados paternos constituye la peor distorsión cognitiva a la que debe recurrir el niño para poner
cierta coherencia en este mundo caótico, donde quien debe quererlo y protegerlo lo maltrata. La
fuerte negación de los hechos abusivos por parte del ofensor, sumado al descreimiento general de
que tales hechos de violencia ocurren, no dejan al niño otra opción que la de creerse responsable
absoluto del maltrato.
El mundo de los adultos se convierte para estos niños en una fuente continua de
desconfianza y temor. De ahí que sean tan renuentes al contacto, y en ocasiones agresivos, aún
contra quienes se acercan para ayudarlos.
Sus demandas de cariño no siempre son comprendidas, por lo que se acrecienta el
sentimiento de ser rechazados por los demás. No es extraño, por otra parte, por que sus relaciones
con sus pares se vean seriamente afectadas tanto por su retraimiento afectivo como por su
comportamiento agresivo.
Cuanto más precozmente haya ocurrido el maltrato, más severos serán los daños
psicológicos, no solo por lo afectado que se verá el posterior desarrollo personal, sino debido a otro
fenómeno que se presenta: la regresión. Lo traumático se fija en una determinada etapa evolutiva y
obliga a una regresión, tanto más grave cuanto más profunda, comportamientos inmaduros,
dificultades de adaptación social, fracaso escolar, son quejas frecuentes de quienes se ocupan de
estos niños.
Un párrafo aparte merecen las conductas sexualizadas que exhiben y angustian a padres y
ciudadanos. En un intento por controlar la angustia y el sentimiento de indefensión, en ocasiones el
niño recurre al mecanismo de actuar activamente aquello que fue vivido pasivamente, sometiendo
sexualmente a otro niño, debido a un proceso deidentificación con el agresor. Habrá que considerar,
también que en estos niños se ha provocado una erotización prematura, por lo que las conductas de
autoerotismo pueden ser frecuentes.
En el discurso social es difícil encontrar una definición única de infancia. Los niños1están atrapados
en las diferencias históricas de significación de los imaginarios de cada época. Ariés (1987)
presenta a la infancia como un concepto moderno. Nace hacia los finales de la Edad Media, en el
cual el niño cobra un estatuto diferente del adulto. El historiador considera que los niños no se
distinguían especialmente de los adultos. Plantea que la infancia “se reducía al período de su mayor
fragilidad, cuando la cría del hombre no podía valerse por sí misma” (Ariés, 1987, p. 10). Luego de
esta etapa, el infante pasa directamente a una vida de hombre joven, sin pasar por la juventud,
conviviendo con los adultos de su entorno, no solo su familia. No obstante, existía un sentimiento
muy superficial hacia el niño, mientras era gracioso, tratado como un cachorrito. Su muerte, lo que
ocurría con frecuencia, no generaba aflicción, otro lo vendría a sustituir. “El niño no salía de una
especie de anonimato”
El niño era parte de la comunidad, pertenecía a ella como a sus padres. Lo público y lo privado
estaban entretejidos, desde el nacimiento, ya que era dado a luz en la habitación de sus padres, pero
con la asistencia de familiares y vecinas. La familia conyugal se diluía en un “´circulo´ denso y muy
afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos y criados, niños y ancianos, mujeres y hombres, en
donde el afecto no era fruto de la obligación”. (Aries, 1987, p.11) Esto constituía un aprendizaje de
la casa, la comunidad, el pueblo, de las reglas, de la vida cotidiana. A temprana edad, siete u ocho
años, los varones iban con su padre al trabajo y las niñas se quedaban con la madre aprendiendo las
tareas de la mujer. Ariés considera que la misión de la familia era la conservación de los bienes, o
un oficio en común. No tenía en sí misma una función afectiva. “El sentimiento entre esposos, entre
padres e hijos, no era indispensable para la existencia, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor
si venía por añadidura”. (Aries, 1987, p. 11) El autor trabaja en un apartado sobre el bautismo,
pensando que en una sociedad básicamente cristiana, se prestaría mucha atención a la vida después
de la muerte.
Control que antecede a los estados en el registro de la población. Es a partir de intereses
eclesiásticos que se comienzan algunos de los cambios que se suceden en la historia de la
humanidad. A partir del siglo XVI, en las ciudades europeas y debido a los cambios en dicha época
(conquista del Nuevo Mundo, reforma protestante, guerras religiosas), se inician cambios en cuanto
a la concepción de la infancia. Comienza a cuidarse a los niños de enfermedades y de su posible
muerte. El cuerpo del niño comienza a tomar importancia.
La sociedad industrial genera nuevos espacios para el niño y los adultos. El espacio del niño cambia
a nivel familiar, ya que comienza a tomar importancia la educación, a partir de la cual el niño es
separado de la familia en la escuela, colegio por largos períodos. Considera que esto no puede
suceder si no es porque la familia tiene un lugar diferente. La cual se convierte en un espacio de
afecto, entre los esposos, entre los padres y los hijos, por lo que la educación de los mismos pasa a
ser algo fundamental. Es a partir de Rousseau en 1762 al publicar “Emilio o De la educación” que
da impulso a la familia moderna. Comienza entonces, la idea de preparar al niño para el mundo
adulto a través de las instituciones escolares, la cual genero una separación entre niños, niñas y los
adultos. Los niños comienzan no solo a pertenecer a su ámbito familiar sino también a instituciones
como la escuela y la iglesia. Surge el castigo como método prínceps de educación.
El no cumplimiento de la norma, amerita el castigo en cualquiera de sus formas. Es bajo esta forma
de tecnología que la historia de la infancia continúa la serie de maltratos pero ahora en forma
“oficial”. Como ya fue planteado es a partir de la educación que el niño comienza a tomar otro lugar
tanto a nivel familiar como social. Los cambios sociales generan cambios en las familias y estas en
los sujetos que las componen.
El niño es el eje alrededor del cual se organiza la familia. Si muere, provoca aflicción, ya no se le
puede sustituir, adquiere tal importancia que es mejor tener menos hijos para poder ocuparse mejor
de él o ellos, darle una educación para que fueran “mejores” adultos. Esta reducción en los
nacimientos comienza a hacerse patente hacia el siglo XVIII. En ese tiempo surgen y coexisten dos
tendencias, una en la que los padres se encuentran muy entusiasmados con sus hijos, a los que
consideran más maduros y despiertos. Y la otra quienes denuncian esta complacencia de los padres
en la educación de los niños, considerando que mimarlos provoca debilidad. Cohen Imach (2010)
considera que se revelan tres cambios fundamentales a partir del siglo XV, que llevan al concepto de
infancia, principalmente en las ciudades europeas:
1) Preocupación por los aspectos médicos del niño. En ese momento comienzan a fajar a los niños.
Allí surgen dos opiniones diferentes unos consideran que muestra cuidado y atención para otros es
el símbolo de las imposiciones que sufre el niño, lo que no es bueno para su desarrollo.
2) La entrega por parte de algunas madres de los niños a amas de cría. Por un lado, esto se relaciona
con que la mujer comience a tener otros espacios de los que tenía asignados. La medicina, entre
otros considera que la mujer se aparta de su función productora, en tanto educadora, reduciéndola a
un papel de reproductora.
3) Aparición de nuevas estructuras educativas. Relacionándolas en especial con los colegios, donde
los padres los envían como forma de que sus instintos básicos queden bajo la dirección de la razón.
Continúa la autora: Este modelo de infancia estuvo acompañado por una serie de disposiciones
jurídicas que respondían a preocupaciones públicas. Si bien a la sazón esa legislación no fue
masivamente aplicada, ha constituido la base de la actual política de protección a la infancia y
supone la intervención del Estado en cuestiones sociales y demográficas. (p. 43)
Cada período histórico marca el interés o la indiferencia con respecto a la infancia. En una misma
sociedad coexisten ambos sentimientos, cual predomina no es fácil de establecer.
La importancia del infanticidio dentro del debate, se relaciona con que el mismo existió desde
siempre y no finalizó aún en nuestros días. Otra es que marca el inicio del sentimiento de infancia a
partir de la modernidad, siglo XVIII. Enesco (s/f) considera que cada etapa histórica tuvo su propia
forma de educar y criar a los niños. La autora toma de Ariés el concepto que el sentimiento de
infancia, cercano a lo que se considera actualmente, es a partir del siglo XVIII.
Volnovich considera que “la tesis central de Ariés es la opuesta a la de De Mause” (Volonovich,
1999, p. 36). Piensa que dicho autor sostiene que el niño en la antigüedad, cuando no se logró aún el
concepto de infancia, se encontraba inmerso en una especie de paraíso en el que los niños eran
“ignorados pero felices” por poderse mezclar con personas de diferentes edades y clases. Y es
recién al inicio de la modernidad, cuando surge el concepto de infancia, y con él la familia, la cual
destruye la felicidad de la infancia, dada por los lazos que generaba naturalmente, comenzando a
encerrarlos, principalmente en centros educativos, donde se los castigaba en formas diferentes.
Continúa Volnovich (1999) que para De Mause, en la Alta Edad Media, ya existía el concepto de
infancia, “cuando los niños eran prácticamente masacrados” (Volnovich, 1999, p. 36). Considera
que es a partir de la familia moderna que se comienza a tratar de conservar a los niños y un trato
más humano. De cualquier forma, sea una u otra hipótesis de cuando y como se inicia el concepto
de infancia. La historia de la infancia es una larga secuencia de abusos. El hecho de que se
mezclaran con personas de diferentes clases y 8 6 edades, como una idealización de la situación,
parece querer ocultar la gran cantidad de abusos a nivel físico, que los niños padecían. Abusos
sexuales, trabajos muy peligrosos (minas de carbón, por ejemplo), horarios extenuantes, falta de
alimentos, descanso, castigos físicos a los que los niños eran expuestos por ser considerados
pequeños adultos.
Volnovich (1999) resume: El trato despiadado hacia los niños, la práctica del infanticidio, el
abandono, la negligencia, los rigores de la envoltura con fajas, las torturas múltiples, la inanición
deliberada, las palizas y los encierros alevosos han sido moneda corriente a través de los siglos. (p.
35)
Es en el siglo XX, considerado el siglo del niño, donde lentamente se comienza a considerar a la
infancia como una etapa donde se reconoce el papel del crecimiento y de la seguridad como
importantes para que exista un adulto integro. Con ello comienza a pensarse a los niños como
sujetos de derechos. En 1989 se firma la Convención de los Derechos del Niño, lo que coloca a los
niños en otro lugar a nivel social y por ende político. Aún así, en esta materia no ha habido muchos
cambios. Cada cultura tiene una definición diferente de tratar a los niños, lo que es violencia para
unas, es para otras rituales incuestionables. (Cohen Imach, 2010) Pensemos en que hay niñas que
padece ablación como ritual, para otras sociedades es impensable dicha actividad. En estos tiempos
donde la ciencia y la tecnología han tenido avances importantes, conviven con la inseguridad, falta
de justicia e igualdad frente a la infancia. La mortalidad infantil evitable, los millones de niños que
mueren por año de enfermedades curables, por falta de higiene, por falta de agua y alimentos que sí
existen y se dilapidan, los millares de niños que mueren apaleados, revelan que la pesadilla no ha
terminado. Y muestran un cuadro inexplicable: si bien las condiciones económicas y la injusticia en
la distribución de los recursos haría pensar que el destino de los niños es diferente para aquellos que
viven en los países desarrollados y aquellos que viven en los países dependientes, para aquellos que
pertenecen a tal o cual clase social, género o etnia, la realidad actual revela que los malos tratos, los
abandonos y la violencia no están exclusivamente destinados a los que nacen en medios
carenciados. La violencia contra los niños de clases altas, el maltrato por omisión, el abandono al
que son sometidos, bastan para demostrar que el amor maternal, lejos de ser “natural” o de estar
influido por razones económicas, es una construcción “artificial” no lograda del todo. (Volnovich,
1999).
La violencia se muestra en estos tiempos como un emergente de la sociedad … se vincula con la
imposibilidad de hacer funcionar los mecanismos de una autoridad real, sensata. Cuando la ley
falla, quien detenta el poder intenta imponerla a toda costa y de un modo arbitrario. Ambos aspectos
-concentración de poder e imposición arbitraria de una norma- conducen, inexorablemente, a
formas familiares autoritarias. (Cohen Imach, 2010, p. 30-31)
Es una temática que comienza a visibilizarse m aunque siempre estuvo pero oculta, muda. Cohen
Imach (2010), lo plantea como un síntoma social, ya que el síntoma es para el sujeto algo extraño,
ajeno que se manifiesta, pero se desconoce. Es social, ya que es la sociedad, quien se pregunta por
el síntoma y no el sujeto. “La violencia, al igual que los chicos de la calle y la miseria, revela una
falla en la sociedad, denuncia sus falencias; habla de un malestar y exige una respuesta.” (p. 22) El
maltrato infantil es una forma de violencia doméstica. Todas las formas de la misma se basan en el
abuso de poder o de autoridad. La violencia doméstica en todas sus formas es un problema a nivel
nacional e internacional.
Barrán (2008 [1989]) en su Historia de la sensibilidad en el Uruguay, plantea la imagen que se tiene
de la familia en lo que denomina la cultura “bárbara”, época en la cual el niño era disciplinado a
golpes, muchas veces de rebenques y taleros. Tampoco era muy afectivos principalmente con sus
hijos varones a quienes si se les daba afecto iban a ser débiles. El padre era una figura autoritaria e
incuestionable.
Beigbeder de Agosta, Barilari, Colombo (2001) toman de Visir y Agosta la siguiente definición de
abuso y maltrato infantil: Injuria física y/o mental y/o abuso sexual y/o trato negligente de todo
individuo menor ocasionado por la persona encargada del cuidado y custodia, que implique peligro
o amenaza o daño real para la salud y el bienestar físico y mental del niño. (p.12).
Colombo y Gurvich (2012) plantean los diferentes tipos de maltrato: Negligencia como la falta de
cuidados físicos, educacionales y emocionales. Abandono como la falta de supervisión. Niños de la
calle o abandonados en la vía pública. Maltrato físico como el daño intencional no accidental que
ocasiona hematomas, fracturas, quemaduras, mordeduras. Maltrato emocional como el rechazo, la
indiferencia, la desvalorización, el aislamiento, el terror y la corrupción. Abuso sexual como la
utilización de un menor para la satisfacción sexual de un adulto que incluye el exhibicionismo, las
manipulaciones genitales, la participación en material pornográfico, introducción de objetos en
genitales y el coito.
Síndrome de Münchausen by Proxy que consiste en la creación por parte del adulto de signos y
síntomas en el niño que confunden al médico tratante. El niño es así sometido a peligrosas
maniobras diagnósticas y terapéuticas (Ej. La madre contamina la muestra de orina del niño con
sangre menstrual o le administra dosis excesivas de laxante) Abuso fetal como todo acto que de
manera intencional o negligente cause daño al niño por nacer, como exceso de alcohol, tabaco,
drogas. Ritualismo. Niños de la guerra. Testigos de violencia conyugal. Adopción maligna.
Indicadores que se detectan en la frontera cuando un niño o una niña sale del país:
– Salida del país con un adulto que declara no tener vínculos familiares con el niño o la niña.
– Salida del país con un adulto que declara ser familiar del niño o la niña pero que no posee la
documentación necesaria para demostrar la relación familiar.
2. Indicadores que se detectan en la frontera cuando el niño o la niña entra en el país:
– Entrada de un niño o niña extranjero no acompañado.
En este trabajo se considera que la prostitución constituye un hecho social, que trasciende la
particularidad del acto de comercio sexual entre personas y los aspectos psicológicos de los
directamente involucrados. En tanto tal, es reveladora de prácticas, ideas, actitudes y
comportamientos que desconocen los derechos humanos y forman parte de una organización social
destinada a perpetuar relaciones de dominación. Carole Pateman (1988) afirma que «la prostitución
es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual del varón, una de las maneras por las cuales a los
varones se les asegura el acceso a los cuerpos de las mujeres». Puede afirmarse que, más que
varones, se trata del derecho sexual de quienes sustentan la masculinidad hegemónica, mientras que
los subordinados —es decir, aquellos sobre quienes estos tienen un acceso asegurado—constituyen
un grupo heterogéneo que incluye las múltiples manifestaciones de lo femenino en cuerpos de
mujeres, las masculinidades subalternas manifestadas en distintas formas de homosexualidad
masculina, y aquellos otros: travestis, transexuales, transgénero e intersex.
Se trata de una relación de mercado, donde «la prostituta posee […] como mínimo un estatus de
mercancía, ya que ella es su objeto de comercialización» (Rostagnol, 2000). La persona se reduce a
mercancía. El hecho social prostitución implica distintos grados y tipos de violencias, presentes de
formas más o menos manifiestas, lo cual se agudiza al observar la explotación sexual comercial de
niñas, niños y adolescentes.
A efectos de esta investigación, la Declaración de Estocolmo tiene la doble virtud de la
comprehensividad y la consensualidad:
[…] la explotación sexual comercial de niños es una violación fundamental de los derechos
del niño. Ésta comprende el abuso sexual por adultos y la remuneración en metálico o en especie al
niño o niña y a una.
Se intentará dar cuenta del fenómeno desde la dimensión de los derechos humanos, considerados en
su indivisibilidad, interdependencia e integralidad. Los niños, niñas y adolescentes en situación de
prostitución ven vulnerados esos derechos, y la sociedad en su conjunto tiene el deber de otorgar su
titularidad a todas y cada una de las personas, pero especialmente a los niños y adolescentes, a fin
de que tengan una vida plena.
Siguiendo esta propuesta de análisis, se delinea un mapa de los agentes que intervienen en la
explotación sexual comercial de niños y adolescentes, discriminándolos en cuatro tipos:
1. Directamente involucrados: niños y adolescentes, clientes, proxenetas, integrantes de redes con
distinto grado de compromiso, dueños de locales, trabajadores de locales donde se explota sexual
comercialmente a niños y adolescentes, amigos de clientes que conocen su práctica, familiares de
los niños y adolescentes, consumidores de pornografía por distintas vías.
2. Aquellos que por su profesión o lugar en la sociedad están llamados a intervenir de alguna
manera: legisladores, implementadores y ejecutores de programas, integrantes de instituciones
estatales (del Poder Judicial, del Ministerio del Interior, del inau, etcétera), integrantes de
organismos internacionales encargados de velar por el cumplimiento de los derechos humanos,
periodistas y comunicadores.
3. Aquellos que por su actividad pueden entrar en contacto: personal de salud, integrantes de ONG
que trabajan con infancia y adolescencia y con derechos humanos, docentes, trabajadores del
transporte, entre otros.
4. Aquellos que tienen conocimiento indirecto del fenómeno: el resto de la sociedad. Esto coloca el
fenómeno en su lugar real: constitutivo de la sociedad y parte de la trama social. No es un fenómeno
marginal, propio de sectores excluidos, asociado a comportamientos desviados, como con
frecuencia se pretende presentarlo.
El Protocolo de Palermo define la trata de personas como:La captación, el transporte, el traslado, la
acogida o la recepción de personas recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de
coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la
concepción o recepción de beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga
autoridad sobre otra, con fines de explotación. Triangulando esta información con la relevada en el
trabajo de campo, es posible pensar, al menos como hipótesis de trabajo, que un porcentaje de
niños, niñas y adolescentes ausentes forman parte de redes clandestinas; algunos probablemente
sean víctimas de trata, tanto dentro del territorio nacional como fuera de fronteras.
Hasta el momento, en Uruguay no existen programas de intervención comprehensivos. Tampoco
existe un organismo público o privado especializado, a pesar de que, frente a la demanda, algunas
ONG con trayectoria de intervenciones en casos de abuso y maltrato de niños y adolescentes están
fortaleciendo áreas destinadas específicamente para los casos de prostitución. El fenómeno está
presente, por lo que, de modo más o menos frecuente, educadores y profesionales de diversas
instituciones se enfrentan a él.
La existencia de niños y adolescentes en situación de explotación sexual comercial es un fenómeno
complejo y su interpretación conlleva la dificultad de traspasar algunas miradas heredadas que
colocan a la pobreza en un lugar privilegiado para explicarlo. Sin desconocer que la pobreza influye
fuertemente en la configuración de vulnerabilidades, es necesario ir más allá, romper con los
sociocentrismos para alcanzar un análisis más comprehensivo del fenómeno. El sentido común
sociocéntrico tiende a pensar que las personas que viven en situación de pobreza tienen mayor
tolerancia hacia la prostitución, que no existen prejuicios al respecto pues constituye un recurso al
que echan mano en caso de necesidad económica, y se las percibe como una población con mayor
permisividad sexual. Sin embargo, del trabajo de campo con adolescentes mujeres y varones que
viven en condiciones socioeconómicas muy vulnerables se desprende que tienen prejuicios sobre el
ejercicio de la prostitución en esos contextos e inclusive sobre quien la ejerce o la ha ejercido en
algún momento. Sin pretender generalizar estas observaciones, interesa mencionarlas para mostrar
que en algunos sectores, aunque se viva la prostitución más de cerca y vinculada a la cotidianidad,
los estigmas están presentes, y quienes se encuentran o han pasado por una situación de prostitución
intentan ocultarlo. Es necesario aclarar, también, que en muchos casos el prejuicio está depositado
en aquellas situaciones estereotípicas de la prostitución (femenina, ejercicio en la calle, en un local,
de forma permanente), pero no incluyen otras situaciones (prostitución encubierta), que se viven
con mayor tolerancia o aceptación. Estas representaciones se vinculan estrechamente a cómo se
piensa y se vive la sexualidad.
En algunas entrevistas a adolescentes varones y mujeres de estos contextos, se percibe que la
sexualidad es vivida sin reflexividad. Si bien en algunos relatos se resalta la importancia de saber
con quién se va a tener relaciones y de cuidarse, en pocos casos se utilizan métodos anticonceptivos
o preservativos en las relaciones de pareja u ocasionales. No puede decirse que no exista un cuidado
del cuerpo, ya que existen otros cuidados, pero es verdad que se observa una clara resistencia al
cuidado médico. Por otro lado, las prácticas sexuales sin protección no se perciben como conducta
de riesgo. En los mejores casos, un embarazo no previsto se asume con resignación. En términos
generales, más que un cuidado corporal, lo que está ausente en las prácticas y representaciones de
estos jóvenes es la posibilidad de ser sujetos de derecho y, por tanto, exigirlo a las personas con
quienes se relacionan sexualmente. Hechas estas observaciones, es preciso mencionar que, aun
evitando buscar y ubicar el fenómeno de la prostitución infantil únicamente en contextos de
pobreza, ha sido justamente en estos contextos donde se ha podido estudiar con mayor facilidad.
Cuanto más alto es el estrato socioeconómico, mayor es la dificultad de acceder al estudio del
fenómeno, pues se activan mecanismos de protección que no existen en los estratos bajos.
El término reclutar es utilizado en diversos trabajos e informes sobre la escia, tanto dentro del
campo de la pia como de la trata. Según el Diccionario de la Real Academia Española, reclutar
significa «alistar reclutas», «reunir gente para un propósito determinado», y se usa principalmente
en el terreno militar. Al hablar de reclutar se alude a que hay alguien (red, proxeneta, etcétera) que
reúne gente (adolescentes) para un propósito determinado (la prostitución). En síntesis, alguien
recluta y alguien es reclutado. La información reunida proviene tanto de entrevistas a adolescentes
en situación de prostitución como de informantes calificados pertenecientes a instituciones estatales
y de la sociedad civil, y muestra que, salvo en casos muy específicos, no existe reclutamiento, sino
que se trata de un ingreso o un pasaje con entradas y salidas, donde el adolescente es en cierto grado
el agente de sus actos. Es preciso ser cauto respecto a este punto. Los diversos procesos que han
atravesado los niños, niñas y adolescentes antes de llegar a la situación de prostitución incluyen
violencias de distinto tipo, especialmente abuso sexual, ausencia de vínculos familiares positivos,
muchas veces falta de autoestima, situaciones de pobreza aguda… En fin, una serie de elementos
que permiten afirmar que esos adolescentes no están en una situación de elección; sin embargo, no
es posible desconocer que personas en las mismas circunstancias toman decisiones diferentes, es
decir que tienen cierto margen para optar, aunque sea muy restringido. Es importante reconocer que
en ciertas circunstancias la prostitución llega a ser una opción. Este reconocimiento ciertamente es
interpelante, pero además exige una reflexión acerca de las características que convierten a la
prostitución en una práctica considerada no deseable para nadie. Existen adolescentes que la
consideran una opción. La pregunta que se impone es con qué están contrastando la prostitución,
cuáles son las condiciones de vida que consideran menos deseables. El análisis sobre las
modalidades del ingreso y la permanencia en la situación de prostitución ofrecen pistas para
entender algunos comportamientos de estos adolescentes. La pia, lejos de ser uniforme, presenta
una amplia gama de rostros.
La característica más sobresaliente es que los adolescentes con ingreso forzado a una red están
prácticamente incapacitados de abandonarla debido a las amenazas y presiones que incluyen a
miembros de sus familias y a sí mismos. Los adolescentes en esta situación perciben que aquellos
que «gobiernan» la red ejercen poder social, político y económico —lo cual muchas veces coincide
con la realidad—, y esta percepción es uno de los mecanismos más efectivos para evitar que lleven
a cabo acciones tendientes a cambiar su situación, específicamente escapar y realizar la denuncia.
El ingreso paulatino a una red con distinto grado de «aceptación» no significa que no sea forzoso.
Como se ha dicho, se trata de un límite difuso. La mayor parte de los casos relevados de
adolescentes en redes ingresaron de esta forma. Este ingreso engloba tanto a aquellos que
efectivamente ejercen la prostitución habitualmente como a aquellos que entran y salen, alternan el
ejercicio de la prostitución con el robo u otras estrategias de supervivencia. Existe, por lo tanto, un
amplio abanico de modalidades correspondientes a la misma forma de ingreso. En otras
oportunidades, el ingreso va de la mano de un pariente o amigo. En algunos casos relevados, es la
madre u otra familiar cercana quien se dedica a la prostitución e ingresa a su hija al negocio. En
ciertos casos existe una continuación, mientras que en otros la adolescente rompe y sale de la
situación de pia.
Un estudio realizado en cinco países de la región estima que el 47% de las niñas explotadas
sexualmente habían sido víctimas de abuso y violación. Se espera que las instituciones educativas,
además de su rol académico, proporcionen un espacio para el crecimiento emocional, afectivo y
social de los niños y adolescentes. Sin embargo, de manera creciente en los últimos años, estas se
han ido convirtiendo en lugares de violencia entre pares y de desamparo emocional y afectivo para
los alumnos.
Las distintas situaciones de explotación sexual comercial de niños y adolescentes se articulan con
un conjunto de facilitadores. Si bien el dinero resulta en un primer momento uno de los más fuertes,
es necesario considerar otros que también revisten importancia. Lo habitual es que el niño o
adolescente quiera acceder a una serie de bienes materiales o simbólicos que están fuera de su
alcance y cuyo acceso en ocasiones es facilitado a través de la situación de prostitución. Sin
embargo, no es posible afirmar que en una situación de explotación sexual comercial determinada
exista un solo facilitador, sino que son varios los que se ponen en juego, aunque uno o algunos de
ellos tengan más impacto, sobre todo al referirnos a los mecanismos que posibilitan la permanencia
en la situación de prostitución. A partir del análisis de las historias se estudiarán los facilitadores
que aparecen: varios se repiten en las historias, otros son propios de algunas en particular y en otras
historias hay varios facilitadores en juego. La intención no es agotar el análisis aquí, sino mostrar
parte de la variedad de mecanismos que pueden estar determinando una situación de prostitución.
Obtención de dinero: La obtención de dinero es uno de los facilitadores que aparecen con más
frecuencia y claridad, de manera preponderante frente a otros. En algunos casos supone una
estrategia que complementa otras propias de chicos en situación de calle. En otras ocasiones
también se articula con las estrategias ligadas al robo. La situación de intemperie en que viven
muchos adolescentes hace que la relación con el cliente, con el explotador o con la red de
prostitución se convierta en un lugar de continentación. El explotador se aprovecha de la situación
de vulnerabilidad e indefensión en que se encuentran estos adolescentes. Como ya se observó, en
muchos casos la historia de vida del niño o adolescente ha estado marcada por la violencia familiar
y el abandono. Así, la situación de prostitución significa la posibilidad de encontrar a alguien en
quien se tiene confianza, sentirse respetado y querido. Marcos dijo que su cliente fijo lo trataba
«como si estuviera enamorado», lo cual le brindaba una aceptación de sí mismo y un sentimiento de
seguridad que le eran desconocidos.
La búsqueda de mejorar la propia imagen, así como la posibilidad de cuidarse, son especialmente
gravitantes para ingresar o para continuar en una situación de prostitución. Esto necesariamente se
relaciona con experiencias previas de violencia en forma de tratamientos denigrantes u otros
aspectos de la violencia emocional y psicológica.
La explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes en general, y la prostitución en
particular, constituyen un fenómeno difícil de aislar de otros que también se observan en la vida
social. Esto se debe, por una parte, a su asociación con el crimen organizado y a su relación con la
economía, tanto nacional como internacional, pero también es preciso señalar cierta dificultad en
marcar los límites entre el abuso sexual y la explotación sexual comercial.
En Uruguay, el terreno fértil para la existencia de la prostitución infantil lo constituye una
legislación débil; la corrupción (policial y judicial); instituciones no continentadoras; la violencia de
género, especialmente intrafamiliar —que genera violencia social y naturaliza el recurso de la
fuerza y la impunidad—; una relación de generalizada dominación masculina (especialmente en los
mandatos culturales); la vulnerabilidad social (pobreza, exclusión del sistema educativo, etcétera).
Para que el mecanismo de la escia continúe existiendo, el fenómeno debe ser invisibilizado y
silenciado. La prostitución infantil está invisibilizada, lo cual no significa que se trate de un
fenómeno desconocido, sino que se lo oculta.
A lo largo de la presente investigación hemos arribado a algunas conclusiones que deben ser
consideradas primarias, dado el carácter exploratorio del trabajo:
1. La pia es inseparable de la prostitución adulta. No se evidencian diferencias sustanciales en las
modalidades y los lugares de ejercicio de la prostitución debidos a la edad. Es decir que los niños,
niñas y adolescentes en situación de prostitución comparten espacios y modalidades con los
mayores de edad.
2. La prostitución es la consecuencia de la demanda; sin embargo, el cliente no solo permanece
invisible, sino que no existe una sanción social respecto a su comportamiento.
3. La prostitución infantil no puede reducirse a un emergente de la pobreza; también existe en
sectores sociales medios y medio-altos; en estos casos existen eficaces mecanismos que encubren el
fenómeno.
4. Las intervenciones policiales y judiciales son ineficaces. En ambas instituciones hay limitaciones
de distinto tipo que dificultan o directamente impiden una actuación efectiva.
5. Es preciso implementar una política integral para las víctimas de la pia, que tome en cuenta las
especificidades de la experiencia que han vivido estos niños y adolescentes. Eso exige considerar
que adaptarse a vivir en situación de prostitución significó, para la mayoría de las víctimas,
desarrollar dispositivos de autodefensa a fin de tolerar la situación, especialmente respecto a la
alienación corporal y al sometimiento a la voluntad ajena. Es preciso desarrollar metodologías de
intervención y ofrecer albergues adecuados, así como programas específicos para los niños, niñas y
adolescentes que han estado en situación de explotación sexual comercial.
6. Si bien la legislación es muy específica en cuanto a que la explotación sexual comercial de
menores de edad es un delito, parece ser un delito no perseguido. En otras palabras, una ley en
desuso. Esto se verifica en la casi inexistente intervención judicial y policial en este tipo de delitos.
7. La sociedad en general muestra grandes dificultades para hablar del tema y casi una
imposibilidad de hacerse cargo del problema, que llega incluso a la dificultad de verlo.
Es frecuente que niños, niñas y adolescentes que están en la calle no sean visualizados como que
están esperando un cliente, ejerciendo la prostitución; pasan desapercibidos, como si simplemente
estuvieran ahí.
8. Existe un proceso de naturalización del fenómeno derivado de las con dicciones que habilitan su
existencia. La explotación sexual comercial infantil y de adolescentes depende de prácticas sexuales
basadas en relaciones jerárquicas que implican dominación masculina y adulta, trátese tanto de
prácticas heterosexuales como homosexuales.
A través de lo expuesto se intentó mostrar que la prostitución infantil constituye un fenómeno
complejo, para cuyo abordaje y comprensión es necesario des-centrar la mirada: quitar la atención
de los niños y adolescentes en situación de prostitución y colocarla en la sociedad en su conjunto. El
fenómeno es constitutivo de la trama social; existe y se perpetúa por esa razón. Existen niños y
adolescentes en situación de prostitución porque existe una sociedad que tramita parte de su
sexualidad por esta vía, y porque el negocio de la prostitución infantil está plenamente inserto en el
sistema económico, no es marginal.
MÓDULO VIII
Janin encrucijadas
Época del amor eterno, de los grandes descubrimientos, del heroísmo. El adolescente es el héroe, el
que transgrede, el que arriesga todo a cada instante, el que supone que todo instante es infinito.
Toda adolescencia tiene un componente trágico y es raro que alguien haya transitado esa época de la
vida sin sufrimientos.
El amor... ¿Cómo pasar del amor infantil por los padres a un amor exogámico? Enamoradizos, los
adolescentes se fusionan con el otro y viven cada separación como un desgarro.
Y el sexo... en el encuentro apasionado y sin soportes... como rescate en el otro, como
descubrimiento de sí mismo…
Y la muerte... como posibilidad cercana... y a la vez como lo reversible... lo insoportable y lo que
hace soportable la vida... El adolescente puede actuar lo que el niño fantasea, pero muchas veces
con la lógica megalomaníaca infantil. Adolescentes que antes y ahora no son los mismos...
Los adolescentes fueron, son y serán peligrosos para todo lo establecido, para los protectores de que
nada cambie, para los que necesitan que reine “la paz de los sepulcros”. Pero el modo en que la
adolescencia se manifiesta varía con las épocas. Los adolescentes siguen viviendo el amor como
fusión con el otro y cada separación como un desgarro. Pero en una disociación mucho más clara
que la que existía en otra época, pueden separar sexo y amor (en realidad, juegos sexuales y amor) y
se jactan, mujeres y varones, de “haber estado con cuatro en una noche”. Lo íntimo y lo público se
confunden y ese “estar” se da en los apartados de los boliches o en un rincón de un bar... a la vista
de todos.
Los amores adolescentes suelen durar un instante pero tienen la fuerza inconmensurable de la
pasión más absoluta. Son amores que se suponen eternos, en un presente eterno y por los que uno se
quitaría la vida.
La adolescencia supone ideas de futuro, transformación de la propia imagen, proyectos... Quizá uno
de los puntos centrales de la adolescencia sea la posibilidad de armar proyectos...
Sabemos que todo adolescente busca valores alternativos a los de los padres, que la sociedad les
ofrece casi inevitablemente modelos e ideales a los que intentará responder y en el cumplimiento de
los cuales intentará recuperar la imagen perdida, el narcisismo golpeado.
Es decir, mientras se es un niño, se puede suponer amado por todos, si se es amado por los padres, y
este es casi un derecho por el simple hecho de existir, pero la salida al mundo implica la puesta en
juego de las propias posibilidades frente a otros. Y ahí lo difícil es sostener el amor a sí mismo en
base a logros, en una sociedad que, a diferencia de las primitivas, no señala con claridad ni las
metas ni el recorrido. Es decir, el sostén narcisista proveniente de vínculos exogámicos durante la
adolescencia es clave para el discurso del proceso adolescente.
Curiosamente, los adolescentes que se drogan, que toman alcohol, que andan en moto a gran
velocidad, hablan de “llenar un vacío”, de sentir algo.
Y retomo: vacío doble. No sienten, no se sienten, porque no pudieron identificarse con otros que se
conectaran empáticamente con ellos. Porque los otros estuvieron tan aturdidos, o tan metidos en
“su” mundo, que no estuvieron disponibles para registrar los vaivenes afectivos, los estados de
desesperación, las demandas de amor. O quizá porque frente al propio tambaleo, la angustia del otro
se hacía intolerable.
Pero también vacío por ausencia de ideales, porque cuando se apartan e intentan romper con los
modelos parentales se encuentran con un mundo de normas poco claras, de un “todo vale”, “sálvese
quien pueda”, de una exigencia de “sé exitoso” aunque es casi imposible , “estudiá”, aunque no se
sabe para qué sirve, “trabajá, aunque no vas a ganar ni para mantenerte”. Buscar un lugar se hace
difícil. Y el futuro aparece riesgoso. Frente a esto, no es extraño que los adolescentes se refugien en
el “aquí y ahora”, en un puro presente.
Quiebre de redes identificatorias, sentimientos de inseguridad e impotencia, bombardeo de los
medios de comunicación, exceso de mensajes confusos, pérdida del valor de la palabra,
cuestionamento de la idea de justicia... un mundo en el que los adolescentes deben encontrar su
lugar.
Si bien la adolescencia es un momento vital proclive a las situaciones de crisis, si bien hay en todos
los planos una suerte de terremoto interno, considero que gran parte de la patología que vemos en
los adolescentes de hoy (deserción escolar, intentos de suicidio, uso de alcohol y drogas, fugas
reiteradas, anorexia y bulimia), debe ser pensada en un contexto de falla en la constitución del ideal
del yo cultural. Así, uno de los problemas más graves en los adolescentes actuales es la ausencia de
proyectos, lo que refleja un vacío interno.
Todo adolescente se mira en un espejo que, como un caleidoscopio, le ofrece una imagen siempre
discordante y siempre variable de sí. Y hay adolescentes que parecen no soportar los duelos y
cambios que implica la adolescencia y, más que una pérdida a elaborar, enfrentan un dolor
terrorífico.
También es frecuente que los padres desmientan el abatimiento generalizado de estos chicos y el
consumo de drogas o alcohol, enterándose generalmente porque alguien denuncia la situación,
después de varios años.
Se separan aparentemente de los padres, sin separarse, adhiriéndose a un objeto (como la droga) que
no pueda abandonarlos.
Los vínculos que establecen tienen un carácter de adhesividad, pero son superficiales. No pueden
amar ni se sienten amados.
Tienen anestesiado el sentir, porque el dolor es excesivo. Intentan, entonces, expulsar todo dolor.
La capacidad para registrar los propios sentimientos se da en una relación con otros que a su vez
tienen procesos pulsionales y estados afectivos. Adultos que a veces buscan sentirse vivos a través
del consumo vertiginoso, desconectados de sí mismos y de los otros.
“Desagüe de recuerdos”: en la tentativa de separarse, el adolescente intenta “sacar de sí” todo
aquello que vive como presencia materna-paterna dentro de él. Sin embargo, él “es” ya rasgos
maternos-paternos, identificaciones estructurantes que lo sostienen. Y al intentar expulsarlas de sí,
expulsa pedazos de sí mismo. Pero si las identificaciones se han ido edificando en un “como si”,
como una cáscara vacía, la sensación de “romperse en mil pedazos” en el cambio lo abrumará
permanentemente. Esto facilita que se aferre a algo-alguien para sostenerse, algo-alguien que le
garantice ese entorno de cuidados, disponibilidad, sostén, que anhela y, fundamentalmente, algo
alguien que lo haga sentirse existiendo.
Generalmente, la crisis adolescente lleva a separarse de los padres y a buscar nuevos objetos,
sosteniendo las identificaciones constitutivas del yo y la prohibición del incesto frente a la reedición
de la conflictiva edípica.
Pero en muchos adolescentes la actualización de los deseos incestuosos se hace intolerable porque
fallan tanto los modelos como las prohibiciones internas y un yo armado en un “como si” se
resquebraja.
Eero Rechardt y Pentti Ikonen (1991) afirman que la destrucción del objeto estimulante y/o la
fuente de la libido puede servir para apaciguar el exceso de libido no ligada, resultando de este
modo posible pensar los desbordes agresivos de estos chicos como intentos de aniquilar la pulsión,
proyectada afuera.
Y cuando se abroquelan en el autoerotismo e intentan armar una coraza protectora antiestímulo, no
pueden resolver la contradicción entre aquel y la exigencia de cumplir normas, por lo que tienden
-restitutivamente- a idealizar salidas transgresoras. Son chicos que afirman: “Yo hago lo que
quiero” después de declarar: “No quiero nada”.
Esto suele combinarse con madres que abruman con un contacto incestuoso.
El propio funcionamiento pulsional arrasa, abrumando al sujeto con una tensión desgarradora. Allí
donde otros arman la novela familiar, pueden escribir una historia, armar fantasías, ellos quedan a
merced de urgencias no tramitables, no simbolizables.
Generalmente, los ideales cobran una importancia fundamental en la adolescencia. Frente al quiebre
de la imagen de sí mismo, los ideales son sostén narcisista.
Pienso que los ideales culturales favorecen o entorpecen la resolución de la crisis adolescente.
En un contexto cultural en el que las normas y valores no están claros, el pasaje del vínculo corporal
a la palabra se hace más difícil, y esto lleva a que se fluctúe entre momentos de confusión y de
violencia.
Octave Mannoni, retomando a Winnicott, afirma: “La oscuridad de los fenómenos de identificación
es lo que hace difícil una teoría psicoanalítica de la adolescencia. El sujeto está obligado -¿cómo?
¿por qué?- a condenar las identificaciones pasadas. Sabe que ya no es un niño -y si no lo sabe no
faltará quién se lo recuerde-, pero sabe también que no es un adulto (algo que se le recuerda aún
más) y que se expone al ridículo (que produce precisamente una ruptura de identificación en el nivel
del yo), si se deja ir y cree que es un adulto. Los pájaros que mudan de plumaje son desdichados.
Los seres humanos también mudan, en el momento de la adolescencia, y sus plumas son plumas
prestadas; se dice a menudo que el adolescente que comienza a perder sus antiguas identificaciones
toma el aspecto de algo prestado. Sus ropas no parecen ser las suyas, ya se trate de vestidos de
niños, ya de vestidos de adultos; y sobre todo ocurre lo mismo con sus opiniones: son opiniones
tomadas en préstamo. [...] ...todavía no comprendemos bien cómo todo eso se arregla al terminar la
adolescencia, pues el sujeto no se desembaraza en modo alguno de sus objetos prestados; en cierto
modo logra modificarlos, integrarlos, hacerlos suyos. Su personalidad continúa siendo ciertamente
tan compuesta como lo fue siempre, pero es compuesta y, así y todo, está integrada”
En el análisis, el único modo en que parecería poderse abordar esta crisis identificatoria (que si
faltase sería aún más preocupante) es a través del juego (fantaseo): ser otros, y de ahí lo de la
novela... asumir diferentes personajes, en un juego de fantaseo en el que el adolescente va probando
diferentes ropajes.
François Marty (1999) dice que en la pubertad, la problemática infantil estalla por la reactivación
sexualizada de las imágenes parentales. En la psicosis pubertaria, ese movimiento de sexualización
se efectúa en la desmentida y la desestimación de la diferencia sexual y de las generaciones. Lo que
rige es el incesto. Se invisten los objetos infantiles narcisistas. La pubertad precipita al adolescente
en la psicosis para huir de la tensión interna que ella ocasiona, ligada al riesgo de la fusión con el
objeto incestuoso primario. El conflicto psicótico lleva a la huida del objeto al mismo tiempo que a
su búsqueda.
El púber intenta organizar la pregunta acerca de los orígenes, situarse en un lazo de filiación.
Para salir del encierro en que lo deja la pubertad, cuando se declaran rupturas o fallas del orden
simbólico, el púber crea un delirio o hace un pasaje al acto (suicidio, crimen, etc.).
La desestimación de la realidad lo obliga a escindir su visión del mundo. El retorno de la cosa
desestimada y desmentida aporta al delirio fragmentos de verdad. Pero a la vez la desestimación y
el clivaje atacan el proceso de pensamiento, impidiendo la ligazón de las representaciones. El
adolescente se debate en un uso sinfín de palabras, escenas, en busca de sentido, de simbolización.
En relación con el lugar del analista, Octave Mannoni retoma a Winnicott y dice que “nuestro papel
es afrontar, lo cual da por sobreentendido que no se trata de soportar pasivamente ni de reprimir
ciegamente”
La adolescencia es un momento de resignificación en el que los apoyos externos vuelven a ser
fundamentales. Es el mundo el que tiene que ayudar a sostener el narcisismo en jaque.
La violencia puede ser pensada como un recurso, generalmente autodestructivo, al que muchos
adolescentes apelan frente al terror de verse desdibujados en un mundo en el que se suponen sin
lugar. Sería un modo de forzar al medio, de declararse existente a través de una transformación del
medio.
Dijimos que los adolescentes necesitan reaseguros externos para sostener el narcisismo. Esto hace
pensar que el modo en que transiten la adolescencia dependerá en gran medida de que encuentren
esos reaseguros en el mundo externo y a la vez que el contexto les ofrezca un espacio de sostén
narcisista. Es decir, los adolescentes pueden luchar contra sus propios deseos, en tanto sienten que
el desear implica necesitar a otro que puede no estar. Y, para peor, la presencia del otro puede hacer
resurgir el dolor por la ausencia posible, cuestión a tener en cuenta en la transferencia. En el análisis
de adolescentes el tema muchas veces es cómo interpretar sin hacer sentir al otro que uno es el que
armó la interpretación, sino que fue él quien la produjo.
Es decir que no sienta que debe al otro, ni que suponga que es el otro el que produce el placer, sino
que pueda sentir el placer del descubrimiento sin tener que agradecer ni preguntarse quién es el
causante de ese placer. A la vez, una tarea fundamental de todo adolescente es escribir una historia.
Y esto en un momento en que no quiere recordar su infancia y le cuesta proyectarse a un futuro.
El proceso adolescente supone la vacilación de ciertas certezas de la infancia, implica las urgencias
de construcción/ reconstrucción de la propia identidad, inclusiva de nuevas exigencias pulsionales y
expansiones del campo representacional. En relación con esto, si bien el adolescente encara
procesos de autonomización, requiere la pertenencia a vínculos que le ofrezcan apuntalamiento, a
fin de desligarse del sostén infantil intrafamiliar. El psiquismo requiere puntos de anclaje aptos para
dar base a su proyección hacia el futuro y para la construcción de su identidad (quién voy e iré
siendo.)
Es a mediados del siglo XX que cobra relieve la adolescencia como etapa en sí misma y comienza a
construirse un singular imaginario adolescente impregnado de individualismo, que enfatizó muchas
veces una autonomía precoz y solitaria. Sumado a otras condiciones, esto va planteando la
desorientación y desvalimiento del adolescente de hoy, quien se encuentra, en ocasiones, arrojado a
un desierto de donde se espera que salga virtualmente sin apoyos. Por otra parte, se le ofrecen todas
las elecciones, ya que casi nada está resuelto por la sociedad o la familia: tiene así que elegir la
inserción laboral; puede optar entre la hétero, homo o bisexualidad; drogarse o no; comer o no:
decidir todo su quehacer en el mundo. Por otro lado, el espacio social suele desmentir el mensaje de
“libertad” cuando coarta expectativas. Frente a tal paradoja y a la fragilidad incontinente de
múltiples pertenencias suelen aparecer el vacío, la falta de proyecto, la apatía, distintas formas de
violencia y otros fenómenos que atraviesan en este momento la clínica de la adolescencia. Estas
cuestiones difieren bastante en los distintos grupos sociales.
Dicha ideología individualista también ha traspasado a los psicoanalistas: ella pudo también
llevarnos a confundir autonomía con soledad. Winnicott modifica dichas perspectivas cuando se
refiere a la capacidad de estar a solas, capacidad basada, como él señala, en una paradoja: estar a
solas cuando otra persona inicialmente, la madre- se halla presente. (12 ) Modos actuales del
pensamiento proponen hoy, en esta misma línea, una interdependencia discriminada, planteando una
verdadera paradoja: para ser autónomo hay que depender.(9) En lo que hace a la escuela secundaria,
a menudo parece poco apta para adecuarse a las modalidades actuales predominantes en los jóvenes
(estilos perceptuales diferentes, otras particularidades del pensamiento y la cognición.) Mientras los
estilos adolescentes se expanden, la infancia de la modernidad parece diluirse. En las últimas
décadas nace esta suerte de adolescencia temprana, cuyos rasgos, en lo que hace a comportamiento
general, vestimenta, aficiones, se manifiestan en algunos niños antes de los primeros signos de la
pubertad.
Junto a ello, configura un fenómeno usual el denominado adolescente tardío, temática de la que ya
se ocupa P. Blos. (3) Dice el autor, en un enunciado de fuerte vigencia actual entre nosotros: “El
individuo se adhiere a la crisis adolescente con persistencia, desesperación y ansiedad. En este
estado tumultuoso nunca falta un componente de satisfacción; incluye ingeniosas combinaciones de
las gratificaciones infantiles con las prerrogativas adultas.”: “Se trata de niños con expectativas
grandiosas. Si crecen se exponen a renunciar a los sueños de gloria.” Estas son problemáticas
presentes en nuestra clínica, lo cual se ve incentivado por las escasas posibilidades de realización y
por lo elevado de las aspiraciones fijadas por el medio social. En relación con ello, suele
desplegarse un mundo fantasmático pleno de realizaciones grandes e inmediatas, al tiempo que
aparecen dificultades en el hacer, abulia, indiferencia afectiva. Por otra parte, la adultez carece de
valoración y la vejez devino vergonzante, lo cual incide en el procesamiento del tránsito adolescente
al diluir parcialmente la investidura del futuro e instalar, a veces, una tendencia a la realización
inmediata. Se ve entonces modificada la formulación del proyecto identificatorio.
El adolescente establece un diálogo con la muerte, ésta se hace presente, violenta e inevitable. El
tiempo actual le ofrece escasos recursos para dicha confrontación, cuando la muerte parece haber
perdido buena parte de sus rituales, y se instalan mecanismos de renegación, en una sociedad que
elude tramitar el dolor psíquico e interrogar la carencia. Reconocemos de tal modo la incidencia de
la desmentida en relación con pérdidas que implican el trabajo del duelo. Asimismo, notamos cierta
propensión a renegar los duelos por la infancia, tarea psíquica propia de la transición adolescente
considerada ya por el Psicoanálisis (duelo por el cuerpo infantil perdido, por el rol y la identidad
infantil, por los padres idealizados de la niñez) (1) El abandono de la infancia aparece anhelado y
anticipado, siendo poco considerados sus costos psíquicos. Por otro lado, aunque el transcurrir
adolescente implica pérdidas diversas, se abre de modo especial a las grandes adquisiciones: los
duelos son pues inseparables de la emergencia de lo nuevo. Las pérdidas y su elaboración, como
sabemos, habilitan la construcción del deseo, que se articula con el proyecto. Lo renegado no
tramitado, en cambio, se vincula con la perentoriedad de la pulsión y puede aparecer bajo la forma
de trastornos de la corporalidad o actuaciones: rasgos característicos de algunas de las patologías
usuales en la actualidad en la consulta adolescente.
Selener y Sujoy (11) proponen un cuarto duelo, “duelos a futuro”,2 en relación con lo cual pienso
dos variantes posibles. Una, la dimensión de pérdida implícita en cualquier elección, al eliminar las
otras opciones; otra, y ésta sí vinculada con dolor psíquico, surgiría cuando no es factible elegir ni
el presente ni el futuro, exponiendo al sujeto a la depresión y el vacío. Por otra parte, cuando las
exigencias psíquicas conectadas con el final de la infancia no se reconocen y tramitan, el
adolescente puede permanecer adherido al objeto endogámico/ incestuoso, al prolongar la
dependencia infantil. Esto se relaciona con ese otro eje del discurrir adolescente que es el pasaje de
la dependencia a la autonomía respecto de los lazos de familia. Podríamos así decir que las maneras,
singulares, en que cada adolescente atraviesa el espinoso camino de inserción en el mundo adulto y
el logro de la autonomía, ponen también de manifiesto excesos y carencias propios del entramado
social y familiar.
Además de la relación con su familia, serán importantes también sus formas de inclusión en
distintos grupos, en la escuela y otras instituciones. A la vez, considerar de qué manera él se
posiciona ante las exigencias, ofertas y contradicciones propias de la trama social y acerca de los
valores e ideales que en ella circulan. No obstante la multiplicidad de condiciones operantes en la
problemática adolescente, podemos preguntarnos acerca de la especificidad de lo familiar durante la
adolescencia de los hijos
La familia no ejerce hoy, por lo general, amplias funciones de orientación: carece de tal posibilidad
o cree, a partir de ideologías vigentes, que no debe hacerlo. Las expectativas parentales –tan lejos
de aquellos mandatos rígidos que originaron las rebeldías adolescentes de los ‘50 y los ‘60- parecen
reducirse a la expectativa de una indefinible y exaltada felicidad. Las familias con hijos
adolescentes se hallan también en transición hacia la finalización de la etapa de convivencia. Más
allá del propio adolescente, los duelos y adquisiciones ligados al paso del tiempo abarcan al
conjunto familiar. Los padres experimentan también especiales crisis y transformaciones;
especiales, digo, porque entiendo que cambio y crisis son intrínsecos al transcurso vital mismo y no
privativos de algunos momentos.
En este período se va produciendo una intensa transformación en las cualidades de la pertenencia al
grupo familiar. Las perturbaciones de esta modificación vincular suelen aparecer bajo dos formas
extremas:
a) familias que intentan sostener una pertenencia sin cambios, como continuidad de la infancia de
los hijos; se trata, a menudo, de grupos endogámicos, de discurso autoritario y poco cuestionable,
con sus efectos de cierre;
b) por otro lado, familias de lazos frágiles y discurso fragmentario, que no ofrecen el
apuntalamiento apto para sustentar tanto la pertenencia como el desasimiento. Hallamos, en unas y
otras, disfunciones en las operatorias de contención e interdicción, propias de las configuraciones
familiares. Dentro del segundo grupo incluyo las familias expulsivas: en ellas parece haber un
movimiento sin espacio transicional entre una fusión vincular no continente y un modo de “salida”
que equivale a una expulsión. La falla que afecta el procesamiento de la operación separadora deja
espacio al impulso y el desgarro. Se trata de un imaginario desprendimiento, connotado por la
indiferencia.
En el funcionamiento familiar simétrico, hoy frecuente, una problemática posible se relaciona con
el desvanecimiento de las regulaciones, falla de la función de interdicción que interfiere a la vez la
función amparadora. Dichas fisuras afectan la prohibición del goce violento e incestuoso y
obstaculizan la construcción del sujeto de deseo.
Me refiero a aquellas familias donde la indiferenciación diluye la responsabilidad adulta y la
posibilidad de la heterarquía (circulación del poder al modo no jerárquico.) Aun cuando es
destacable el respeto por el hijo como sujeto implícito en estas modalidades vinculares, aparecen
ciertas dificultades ligadas a su exceso o distorsión. Particularmente cuando el niño o adolescente es
idealizado como portador de un saber que superaría al adulto, invirtiéndose la posición asimétrica,
lo que puede dar lugar a formas de abandono y desprotección no registradas como tales. Ser
propuesto por su familia como sede idealizada del saber y del poder constituye para el adolescente
una exigencia de realizaciones y perfección (encarnadura del yo ideal.) Esta problemática puede
aparecer bajo la forma de desinvestidura libidinal del saber, apatía, actuaciones, inhibiciones del
pensamiento. Frente a la magnitud de lo esperado el adolescente puede evitar su confrontación con
la realidad, la que exige trabajo y espera, cuando el ideal se desplaza al futuro y al más allá de su yo
(constitución del Ideal del yo.) El adolescente “ideal” padece a veces aburrimiento –en la escuela y
hasta en la vida- lo cual parece surgir, entre otras razones, de la ilusión de ya saberlo –o “serlo”-
todo. El aburrimiento cercena el propio pensamiento, elimina la capacidad de sorpresa y
descubrimiento. Se genera en dicho adolescente un péndulo entre la omnipotencia narcisista y el
colapso de la autoestima.
Familias de asimetría invertida: En algunos grupos con estas características predominan las
modalidades trasgresivas. Aparecen, en otros, hijos sobreadaptados, con dificultades de
desasimiento, ya que han de permanecer como sostén de los padres. En otros casos puede frenarse
el pensamiento, se ven favorecidas las repeticiones escolares y/ o cuadros regresivos y encerrantes,
que sostienen al adolescente como tal.
Junto a familias que se exceden en expectativas desmedidas encontramos otras en las que apenas se
insinúa el indispensable proyecto anticipatorio familiar. Hay ambigüedad, o falta de deseo, o
mensajes dobles, que dan lugar a veces a confusiones paralizantes, en ocasiones ligadas a la
contradicción insoluble entre las expectativas de los integrantes de la pareja parental. Persistencia
de la idealización parental: la idealización inicial de los padres y su posterior caída forman parte del
proceso de crecimiento; cuando los padres ideales se sacralizan se constituye en cambio una forma
de alienación en el discurso parental que puede dar lugar, entre otros, a problemas del pensamiento
autónomo.
El hijo aquí se desconoce como portador de un deseo y un pensamiento singulares. En esta índole
de familias se dificulta la obsolescencia parental, a la que Gutton (6) se refirió; sería declarada
obsoleta la utilización del objeto parental en beneficio de objetos nuevos: entiendo que esto es
posible relacionado con la tramitación de la capacidad de estar a solas a la que ya me referí. Como
contrapartida, cuando se da la precoz caída de la idealización de los padres, esto deja al joven sujeto
sin la guía inicial para sus proyectos, que deberá basar en líderes extra familiares, o grupos de pares
de fuerte pertenencia. A veces, esto puede llevar al adolescente a buscar pertenencias sustitutivas en
grupos de características alienantes (sectas, pandillas delictivas o grupos de adictos.).
Son muy importantes para el adolescente los grupos de pares, en la probable intimidad de sus
vínculos puede sustentarse la desinvestidura de los objetos endogámicos y habilitarse la
reestructuración identificatoria y el proyecto. No obstante, cuando un grupo deviene pertenencia
decisiva y excluyente, formar parte del mismo puede desfavorecer la conformación de su identidad.
Efectos de la trasmisión intergeneracional: la construcción del sujeto se realiza sobre el fondo de la
trasmisión familiar, que ofrece raíces al psiquismo en su vertiente creativa, ligada al narcisismo de
vida. El sujeto va realizando una apropiación singular de la herencia: no es en la ruptura y
vaciamiento del ligamen y la historia familiar que el sujeto deviene autónomo, sino en su
posibilidad de apropiación metabólica y transformadora, donde pueda fijar su semejanza y su
diferencia respecto del discurso familiar. Si no hay tal apropiación, puede quedar situado en
posición de objeto, viéndose arrasado en distintos grados por el discurso alienante, encerrado en la
inhibición o impulsado al acting.
Los padres enfrentan en este período la pérdida de los hijos pequeños y con ellos su propio lugar
idealizado, que constituyera un importante puntal narcisista, aun cuando en la actualidad son
cuestionados por los niños desde edades muy tempranas y se ven rápidamente desplazados por
figuras exaltadas en la respectiva generación infantil o adolescente. Los padres vivencian que van
dejando de ser el centro de la vida psíquica de los hijos, transformación a menudo vivida como
pérdida, lo cual supone un duelo que habitualmente afecta con mayor intensidad todavía hoy a la
madre que al padre, pese a la inserción de la mujer en el mundo creativo/ productivo. Por su parte,
tramitan también el renunciamiento al hijo como objeto edípico y el duelo por la propia juventud: la
significación psíquica del crecimiento de los hijos se relaciona con la confrontación con la vejez.
También tomemos en cuenta la elaboración de la pérdida de la exclusividad de la práctica
sexual en la familia y del control de la sexualidad de los hijos, lo que los lleva a cuestionar su
propia sexualidad. La emergencia sexual del hijo induce una supuesta finitud de la propia
sexualidad.
En cuanto a la pareja, el crecimiento de los hijos también constituye el germen de nuevos modos de
encuentro y desencuentro: se trata pues de momentos de intensa transformación. Los padres
experimentan también cierta tendencia a evaluar su vínculo conyugal a partir de la presunta
“calidad” de los productos.
Cuando la pareja ha funcionado tomando como eje de su vínculo el espacio de lo familiar, la
elaboración de los cambios ligados al crecimiento de los hijos es más difícil, así como las
exigencias de conformar un espacio de pareja diferenciado de las líneas de la filiación, que
especifican el ámbito de lo familiar. Otra tarea psíquica característica de la familia con hijos
adolescentes es la construcción de los espacios de intimidad, que deja de lado esa casi transparencia
propia de la vinculación con los niños. Según Aulagnier, (2) el secreto es condición para el
funcionamiento del yo, pero en tanto derecho a la creación de pensamientos que puedan o no
comunicarse por decisión propia, es decir, instalando la opacidad en lugar de la transparencia, lo
que habilita el pensamiento singular. En este punto me interesaría diferenciar la configuración de la
intimidad respecto de la clandestinidad o el aislamiento en el adolescente: la función analítica se
sitúa del lado de la construcción de la intimidad del sujeto en crecimiento, pero también toma en
cuenta el apuntalamiento intersubjetivo del psiquismo, una de las líneas que he elegido destacar en
esta presentación.
Es de destacar que los cambios que observamos en las modalidades subjetivas y vinculares denotan
intensas variaciones que se produjeron en las condiciones de producción de subjetividad y que, si
bien fueron facilitadas por el soporte tecnológico, abarca una compleja red que comprende la
ideología de mercado, el establecimiento de nuevos paradigmas, representaciones sociales, mitos,
costumbres, configuraciones familiares y patrones de vinculación inéditos en la historia de la
humanidad como lo es la realidad virtual. Las representaciones sociales que se producen en cada
época y cultura, también son generadoras de prácticas que actualmente incluyen conductas de alto
riesgo para los adolescentes, disfrazadas de actividades recreativas gracias a la banalización de su
contenido.
Se han ido construyendo categorías de adolescencias ligadas a las leyes del mercado. Tenemos la
figura del niño-adolescente consumidor, entrenado para desear aquello que no necesita, guiado por
pantallas que ya conforman su hábitat natural.
Otra figura actual de adolescente es una representación ligada a una supuesta sabiduría, una
creatividad espontánea, un talento natural otorgado por su capacidad de operar aparatos que simulan
prolongaciones de la mente: el joven oráculo se asemeja a las funciones que cumplían en la
antigüedad pitonisas y sacerdotes que daban respuestas enviadas por los dioses a las consultas que
se les planteaban. Hay varias publicidades, historietas y relatos que señalan esta cualidad, solo que
ahora estos sacerdotes reciben las verdades reveladas Google mediante. No quedan excluidos los
terapeutas de adolescentes de esta perplejidad. Muchos luchan contra ciertos conceptos estancos,
viejos paradigmas y modelos epistemológicos difíciles de sostener a la luz de la complejidad de la
demanda.
Los tiempos cambian, nuevas subjetividades se construyen y el Psicoanálisis se transforma
demandando herramientas y prácticas creativas que sean operativas en este mundo plagado de
incertidumbres, cambios acelerados y problemáticas de la carencia. El Psicoanálisis trata de acceder
en este tiempo desde un pensamiento complejo al sufrimiento del humano contemporáneo signado a
construirse en una época de crisis, desapuntalamiento de los valores e ideales colectivos, el reinado
del mercado, la desmaterialización de los intercambios, etc.
Congelar el tiempo, eterna juventud, cuerpo inmortal, inexistencia de cambios, ausencia de
incertidumbre, de desprendimiento… Estos son algunos de los ingredientes del menú de ilusiones e
ideales que conforman la subjetividad actual, con otros condimentos como los poderes mágicos,
omnipotencia, ritmo acelerado, fuerte excitación o adrenalina, descontrol.
Con frecuencia se entendió el concepto de crisis desde la tensión que existe entre peligro y
oportunidad. Si bien siempre se considero la adolescencia una de las crisis vitales en el devenir
humano, como ya señalé, el aporte de la característica cerril que reviste esta crisis actualmente, se
agudiza por los factores de riesgo a los que están sometidos los adolescentes, tanto en su seguridad
física como en la producción de trastornos emocionales. Esta clausura social que denominé
ermitaños digitales, no responden a características de síntomas psicóticos o restituciones de quiebre
psíquico. Tampoco a víctimas de maltrato o abuso ni deprivaciones en los vínculos tempranos. El
síntoma más visible es la disociación: parecen afectados por una suerte de anestesia emocional, un
desinterés por el mundo externo. Bromberg (2006) describe estados parecidos producto del intento
de encontrar estabilidad y continuidad del self. Serían adolescentes que no soportan la
hiperestimulación y exigencia del medio. Hay poca bibliografía al respecto pero sí material en
videos sobre el tema. Sus características se encuentran en el otro extremo de otros adolescentes, los
más recientes ninis así denominados en México, (en EE.UU. e Inglaterra los llaman neet) que son
adolescentes que “ni estudian ni trabajan” y, a diferencia de los ermitaños, pasan sus días agrupados
en plazas o lugares abiertos donde se dedican a hacer nada (como ellos mismos refieren). La
búsqueda es estar con otros y tener un sentimiento de pertenencia. Muchos de estos agrupamientos
pueden derivar a ser captados por bandas organizadas o consumo de drogas. Por ahora solo hay
publicaciones de tipo estadístico, y no se ha estudiado si tienen características de personalidad
particulares.
Otros adolescentes presentan gran diversidad de problemáticas, entre otras la dificultad de crecer, de
armar su propio proyecto.
Dicho de otro modo: si el narcisismo está apoyado sobre objetos, imágenes, ideales propuestos por
la cultura vigente, que cambian velozmente, el peligro de quiebre se torna crónico, ya que el mundo
interno se vuelve rápidamente obsoleto y falto de coincidencia con la oferta cambiante o ausente del
mundo externo. La subjetividad instituida necesita poder virar con celeridad, si no lo hace, queda
entrampada en contenidos que ya no existen, ya que sucumbe a la tendencia de defender siempre lo
que ya se incorporó más allá de su evidente ineficacia actual.
La perturbación que se esboza aquí en la metabolización e incorporación de contenidos
representacionales, en la fragilidad y sufrimiento en los vínculos, perfilan una característica
exacerbada en los adolescentes de hoy: los pasos del proceso representacional, las ligaduras que son
necesarias para la formación de objetos sólidos y permanentes, han adquirido una notable
fragilidad.
En este abanico podemos enumerar una serie de riesgos predominantes en los/as adolescentes
actuales: embarazo, aborto, bulling o acoso entre pares, trastornos postraumáticos por iniciación
sexual prematura, enfermedades de transmisión sexual, intento de suicidio, violencia (maltrato
físico o psicológico), consumo de sustancias (como alcohol u otras drogas) y cortes, entre otros.
El grupo de amigos se constituye en la adolescencia actual cumpliendo una serie de funciones que
alojan los procesos de crecimiento de esta etapa. Podríamos pensar en una suerte de probeta que
protege, acompaña, brinda referentes identificatorios y que dependiendo de los nutrientes que
utilizan, también puede organizarse como un ámbito de máximo peligro según las características y
reglas que instituyen.
Cuando los chicos se reúnen a tomar alcohol antes de ir a bailar, en general es muy difícil que
alguien no comparta la práctica: por ser rechazado por el conjunto, o por quedar aislado al no poder
vincularse con los demás en los mismos términos.
Todos deben renunciar a diversos aspectos de su conformación subjetiva; se reprimen, niegan o
desmienten (según las posibilidades defensivas de cada organización psíquica) las prohibiciones,
mandatos familiares, peligros, etc., en un poderoso cóctel de omnipotencia y negación. Todo en aras
de sostener una ilusión homogeneizante que diluye los miedos, inseguridades, diferencias,
incertidumbres…
Se ha destacado como característica de la etapa adolescente, la velocidad y creciente aceleración de
los procesos mentales. Un ritmo de cambio acompañado por el veloz pasaje de un objeto a otro
(desde los intereses lúdicos, intelectuales, las actividades, ideales, compañías) en busca de nuevos
referentes identificatorios que avalen el alejamiento de los vínculos amorosos infantiles.
Actualmente, no solo la carencia de estabilidad y continuidad en el apuntalamiento cultural, sino el
empuje desde un exterior en rápida transformación que impone modelos de cambio constante
parecen potenciar y entrar en resonancia con la particular velocidad de trabajo psíquico propio de
esta etapa.
MÓDULO IX
Casullo
La suicidiología moderna
En el año 2003 el suicidio se declaró como un problema de salud pública por la World Health
Organization (WHO), y por tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU), junto con la
Asociación Internacional de Prevención de Suicidio (IASP), declararon al 10 de septiembre como el
<Día Mundial del Suicidio>. Esto fue posible gracias al trabajo y dedicación del doctor Edwin S.
Shneidman quien logró obtener la atención pública y política sobre el fenómeno suicida y sus
graves consecuencias sociales.
Edwin S. Shneidman (1918–2009), fue pionero en el campo de la Prevención del Suicidio además
de un prolífico pensador y escritor de este tema, manteniéndose a la vanguardia en sus estudios y
reflexiones durante más de 50 años. Su creatividad, sensibilidad y agudeza de conocimiento
hicieron posible crear una nueva disciplina: la Suicidología, término incluso que él mismo acuñó.
Pocas personas tienen la magnífica oportunidad de crear una nueva disciplina, darle nombre, forma
y trabajar para contribuir a ella de la manera en que él lo hizo; y más aún, para sensibilizar a otros 1
1 8 investigadores competentes e incentivarlos a invertir en ella haciéndola crecer y ganarse un
lugar importante en las ciencias de lo humano.
El trabajo central de Shneidman, la Suicidología, está basado teóricamente, y de manera primordial
en las causas psicológicas y sociológicas del suicidio. Creía que la vida se enriquece con la
contemplación de la muerte y el morir; y concibió a la Psicología como la ciencia que debería estar
presente en el estudio de estas formas de expresión de la compleja individualidad de la persona,
pues consideraba al suicidio, básicamente, como una crisis psicológica. El estudio del suicidio y su
propuesta acerca de que éste podría evitarse, se convirtieron en la pasión de su vida.
Las contribuciones principales de Shneidman han sido conceptuales. Acuñó palabras y conceptos
como suicidología, autopsia psicológica, posvención, muerte sub–intencionada, dolor psicológico.
Su trabajo en el campo del suicidio puede ser subdividido así: Evaluación conceptual y teórica del
comportamiento suicida; Notas póstumas (o recados suicidas); Aspectos administrativos y
programáticos; Aspecto clínico y de comunidad; Autopsia psicológica y posvención. El suicidio se
manifiesta como un fenómeno innegable y profundamente significativo para todas las sociedades
del mundo histórico. Es síntoma claro de la pugna entre las pasiones del hombre, su base biológica
y las fuerzas culturales de su entorno. No obstante, aunque el suicidio es un mismo evento en todos
los casos (una persona se quita voluntariamente la propia vida por medio de diversos medios), cada
sociedad ha mantenido hacia éste consideraciones y acercamientos tan variables como sus
peculiares principios culturales, religiosos, morales e ideológicos.
El sociólogo Émile Durkheim introdujo el acto suicida dentro del catálogo de los problemas
fundamentales de la cultura occidental: consideraba que el suicidio y sus consecuencias en la
comunidad rebasaban el mero plano de lo moral y se mostraban como una mezcla de condiciones
psicopatológicas y condiciones sociales efectivas, esto es, que el suicidio tenía un trasfondo que se
anclaba en la dinámica comunitaria, y sus efectos en la psique individual.
Sin embargo, nuevas teorías y perspectivas de análisis científico dieron cuenta de que el estudio del
acto suicida debía incorporar muchos factores que hasta ese momento habían pasado inadvertidos,
en aras de entenderlo a cabalidad y, además, poderlo prevenir. Dos fueron las grandes aportaciones
a este respecto. En primer lugar, un descreimiento al presupuesto de que únicamente los pacientes
psiquiátricos eran susceptibles de atentar contra su propia vida: la tesis a defender era no todo
suicida es psicótico, así como no todo psicótico es suicida. Por otro lado, la propuesta de que todo
estudio del fenómeno acerca de la auto– aniquilación consciente debía diferenciar, en primera
instancia, a los suicidios consumados de aquellos que se hubieran quedado solamente en tentativas
suicidas, o lo que es lo mismo, comprender que el estudio del suicidio no debía centrarse solamente
en la muerte del sujeto sino también en el momento de su planeación y en los rastros materiales y
textuales que éste dejaba. Esta visión innovadora que nuestra sociedad occidental contemporánea le
otorga al suicidio fue uno de los legados del doctor Shneidman.
Acuñó incluso el término <suicidiología> y forjó esta nueva disciplina donde él mismo apuntaba:
<la suicidiología pertenece a la Psicología porque el suicidio es una crisis psicológica>. La
Suicidología es, pues, la ciencia de los comportamientos, los pensamientos y los sentimientos
autodestructivos, del mismo modo en que la Psicología es la ciencia referida a la mente y sus
procesos, sentimientos, deseos, etc. Su trabajo en el campo del suicidio puede ser subdividido así:
Evaluación del Comportamiento Suicida, Conceptualización y teoría; Notas Póstumas (o recados
suicidas); Aspectos administrativos y programáticos; Aspectos clínicos y de comunidad, y Autopsia
psicológica y posvención.
Sus profundas intelecciones lo llevaron a proponer sus ya conocidas Diez características comunes a
todo suicidio:
1. El propósito común del suicidio es buscar una solución,
2. El objetivo común es el cese de la conciencia,
3. El estímulo común es el Dolor Psicológico Insoportable,
4. El estresor común son las Necesidades Psicológicas Insatisfechas,
5. La emoción común es la desesperanza, la desesperación,
6. El estado cognoscitivo común es la ambivalencia,
7. El estado perceptual común es la constricción (visión de túnel),
8. La acción común es escapar,
9. El acto interpersonal común es la comunicación de la intención suicida, y
10. La consistencia permanente de los estilos de vida.
El suicidio es un acto de muerte ligado a la esencia del ser humano. El mismo término de “suicidio”
admite más de un aspecto controversial. El rastreo del vocablo en los orígenes señala la inexistencia
del mismo en innumerables idiomas (Morin, 2008).
Para las autoridades nacionales: El suicidio es un fenómeno multicausal, que implica el acto de
matarse a sí mismo». En él intervienen diversos factores que van desde lo político, económico y
ambiental, hasta lo biológico, psicológico y sociocultural. Es así que el suicidio impacta
enormemente en el plano individual, familiar y social, a través de varias generaciones (CNHPS,
2011).
Se ha tratado el suicidio como un fenómeno a comprender y prevenir desde el punto de vista social.
En tal sentido, la OMS (2014) ha recopilado de investigaciones internacionales los factores de
riesgo y los factores protectores del suicidio, para propender y promover acciones tendientes a la
identificación de ellos a escala individual, como estrategia para la prevención del suicidio.
Los factores de riesgo suicida son clasificados a nivel de: - El Sistema de Salud y la Sociedad
- La Comunidad y sus relaciones - El Individuo
Asimismo, la OMS (2014) ubica tres estrategias para la prevención del suicidio: universales,
selectivas e indicadas: Las estrategias universales se relacionan con la construcción de políticas
dirigidas a toda la población, en relación con: el acceso a la atención, la promoción de la salud
mental, la reducción del consumo de alcohol y drogas, la limitación al acceso de los métodos para
cometer suicidio y la información responsable por parte de los medios de comunicación. Las
estrategias selectivas se relacionan con las políticas o acciones dirigidas a la prevención sobre los
grupos vulnerables de personas que: han padecido traumas y/o abusos, son familiares sobrevivientes
de suicidas, son víctimas de conflictos bélicos y/o desastres naturales y aquellas que son refugiadas
y migrantes. Las estrategias indicadas se relacionan con las acciones dirigidas al cuidado de las
personas vulnerables mediante el apoyo de la comunidad y el seguimiento posterior desde las
instituciones de salud. Para ello se propone la capacitación específica del personal de la salud en la
identificación de los trastornos mentales y en el uso y consumo de sustancias.
Por consiguiente, para la OMS (2014) los factores de riesgo asociados al Sistema de Salud y a la
sociedad son:
- Dificultades en el acceso a la atención sanitaria necesaria, oportuna y específica
- El acceso a los diferentes medios y métodos para cometer suicidio
- El sensacionalismo concerniente a la difusión del suicidio en el cual incurren algunos medios
masivos de comunicación, lo cual aumenta el riesgo de imitación de las conductas
La estigmatización que recae sobre las personas que piden ayuda por comportamientos suicidas, por
problemas de salud mental y por el consumo de drogas psicoactivas.
Factores de riesgo asociados a la Comunidad y sus relaciones: - Las guerras y desastres naturales
Procesos de aculturación impuestos sobre poblaciones indígenas y/o poblaciones desplazadas La
discriminación, el aislamiento social
- El abuso, la violencia y las relaciones conflictivas
Factores de riesgo asociados al Individuo: - Intentos de suicidio previos
- Antecedentes familiares de suicidio
- Trastornos mentales y/o problemas asociados a la salud mental - Dolores crónicos
- Pérdidas afectivas significativas Pérdidas financieras
La adolescencia como momento de transición entre la infancia y la edad adulta presenta al joven la
tarea de desasirse de la autoridad parental así como la de confrontarse con lo real de su propio
cuerpo y con el otro sexo. El inicio del consumo de sustancias y la aparición de conductas de riesgo
en este periodo son fenómenos que en la actualidad muestran las dificultades de los adolescentes
para poder transitar por la crisis que esta etapa implica.
Las conductas de riesgo no son un término específico del psicoanálisis. David Le Breton (2007,
2012) es uno de los autores que, desde las disciplinas de la antropología y la sociología, definió este
conjunto de conductas de un modo preciso. En el momento del pasaje de la adolescencia se
presentan ligadas a la exposición por parte del sujeto a una alta probabilidad de lastimarse o morir,
de perjudicar su propio futuro o poner en peligro su salud o su potencialidad personal. Se originan
en el contexto de la indiferencia familiar, el abandono, el sentimiento de exclusión al mismo tiempo
que en el marco de la sobreprotección (Le Breton, 2007). Realizadas muchas veces en el marco del
silencio, alteran profundamente la integración social del joven, siendo el abandono de la
escolarización uno de los ejemplos más frecuentes. “Técnicas de supervivencia y tentativas de
control de la zona de turbulencia atravesada” (Le Breton, 2012, p.1) se muestran en el adolescente
como una forma de rito salvaje de pasaje, de reinserción en el mundo. Según este autor, los
comportamientos de este tipo se inscriben en la línea de una búsqueda de límites y de eliminación
de un sufrimiento que aqueja al sujeto, una modalidad paradójica de retomar el dominio del sí
mismo (Le Breton, 2012) el cual se ve confrontado con la incertidumbre que apareja el cambio
tanto a nivel corporal como subjetivo y social.
El antropólogo y sociólogo francés destaca la ambivalencia en el joven persiguiendo la
independencia así como la afirmación de los otros. Entre los mundos de la infancia y la adultez, el
adolescente experimenta un estatuto nuevo de sujeto y prueba su lugar en un mundo donde aún él
mismo no acaba de reconocerse. Definido como el sentimiento de existir en la mirada de los otros y
de tener un valor para sí mismo, el reconocimiento orienta, según este autor, “el gusto de vivir del
joven” (Le Breton, 2012, p.2). Las conductas de riesgo, según este planteo, surgirían como “intentos
de existir más que de morir” (Le Breton, 2007, p.3), “llamados a vivir” 1 3 7 (Le Breton, 2012, p.3),
un reclamo de reconocimiento por parte de aquellos jóvenes en sufrimiento en dirección a los
adultos que le otorguen este placer por vivir y el deseo de crecer. Solicitaciones simbólicas de la
muerte en una búsqueda de límites para reafirmar la presencia del joven en el mundo, marcan el
momento donde el actuar predomina por sobre la dimensión del sentido (Le Breton, 2007). La
posibilidad de reflexión está puesta en jaque y la resolución de la tensión implica el pasaje al acto o
las conductas adictivas.
Asimismo, Alexandre Stevens (2001), psicoanalista belga, hace mención a la importancia del Ideal
del yo en la adolescencia. La salida de esta última implica la posibilidad de “poder constituirse un
nuevo Ideal del Yo, hacer una nueva elección con el significante: un nombre, una profesión, un
ideal, una mujer” (Stevens, 2001, p.3). En la misma línea que Lacadée, el autor belga subraya la
jerarquía que posee el significante del Nombre del Padre en la orientación de este Ideal.
Sin embargo, esta cuestión se ve dificultada en la actualidad. Las características de la sociedad
hipermoderna contemporánea que obedecen a la lógica del hiperindividualismo, la permisividad y
la confusión de roles y de identidades son correlativas de la fragmentación social y el
desfallecimiento del Otro como referente simbólico (Miller, 2005). La ineficacia simbólica del
modelo tradicional y sus instituciones (Duschatzky & Cristina Corea, 2002) abona el terreno para
que el joven, desorientado, busque en el grupo de pares un sentido de pertenencia y de
identificación. La identificación a la banda de adolescentes es una de “las situaciones intermedias”
(Stevens, 2001, p. 4) posibles en las dificultades por parte del joven con respecto a la separación de
la autoridad parental, condicionada en la época contemporánea por la degradación de la función
paterna. Al mismo tiempo, la filiación ya no se presenta ligada a la inscripción en una cadena
generacional, conferida por la institución familiar y reconocida jurídicamente (Duschatzky &
Corea, 2002).
Los casos analizados permitieron obtener las siguientes observaciones preliminares. En muchos de
ellos el recurso a la droga forma parte de una "crisis" de adolescencia que conduce a los sujetos a
iniciar un camino de transgresión y marginalidad delictiva, en franca oposición a la autoridad de los
padres.
La presencia de conductas de errancia y fuga condicionan la demanda realizada por un tercero
(familiar o institución pública o privada), lo que obstaculiza la puesta en forma del síntoma y la
posible futura implicación subjetiva.
En muchos de los pacientes, sus padres o familiares muestran alarma y preocupación, expresando
sentimientos de culpa o adjudicándose responsabilidad por los comportamientos del paciente. A su
vez, en muchos de los jóvenes se destaca una posición de desafío o de reproches a ambos padres,
sobre todo odio al padre, en otros, nostalgia por el padre que no tuvo. Muchos de los episodios
desencadenantes del inicio del consumo se presentan vinculados a situaciones de la pareja parental.
Se destacan en la mayoría de los casos importantes carencias simbólicas del medio familiar. El
abandono de la escolaridad se repite en la mayoría de los casos, lo cual parece ser solidario del
camino errático de los jóvenes analizados. Algunos pacientes exhiben una “sensibilidad” paranoide
que desencadena la violencia mientras que en otros, la violencia y el riesgo se erigen como estilos
de vida. La transgresión aparece como modo de afirmarse en una nueva identidad. Esto se observa
en la posición desafiante de muchos pacientes frente a las normas establecidas por el Otro social al
cual el sujeto no otorga legitimidad o legalidad. Esta modalidad suele acompañarse de la ausencia
de indicios que den cuenta de los efectos subjetivos específicos por las consecuencias de las
conductas de riesgo.
La importancia del grupo de pares tomados como referentes identificatorios se destaca como
alternativa frente a la fragilidad en la autoridad parental.. La mayoría de los jóvenes han recibido
sanciones penales o judiciales, lo que se convierte en un obstáculo para establecer una demanda de
asistencia hospitalaria y requiere de un abordaje preliminar.
Notamos que la presencia de conductas de riesgo aparece vinculada en una gran parte de los casos
al consumo de sustancias. Recordemos que el nombre mismo de la institución al cual acuden los
pacientes, sus familiares o instituciones públicas y privadas, condiciona la demanda de
intervención. En consecuencia, se destaca cómo la preocupación por el consumo o las expresiones
ligadas al mismo aparecen como principal determinante en la consulta terapéutica, ubicando a la
droga como agente etiológico del malestar subjetivo. Coincidimos con los autores que abordan la
temática de la adolescencia y los comportamientos de riesgo, los cuales establecen una relación
entre la aparición de estos últimos y determinadas circunstancias que confirmamos en la casuística
seleccionada. La indiferencia, el abandono, el sentimiento de exclusión así como la sobreprotección
y la horizontalidad en la relación entre padres e hijos son algunas de estas condiciones que se
expresan en el discurso de algunos de los jóvenes consultantes.
Nuestra investigación se orientará en un futuro a responder el interrogante acerca del tipo de
tratamiento terapéutico posible en este tipo de casos, donde la urgencia domina la escena de
intervención. En ellos se destacan las relaciones entre la nueva economía de goce vigente en nuestra
época y la singularidad de las respuestas vinculadas a una modalidad de ruptura con él.
Otro familiar y social. En consecuencia, deberemos considerar cómo estas características dificultan
el abordaje de presentaciones clínicas donde el riesgo, el desafío, la ausencia de implicación
subjetiva y la escasa importancia dada a la palabra rigen estas modalidades iniciales de la demanda.
MÓDULO X
En este trabajo nos referiremos a algunos aspectos de la psicopatología y la clínica de las adicciones
en los adolescentes buscando la confluencia entre los aportes del psicoanálisis y los de otras
disciplinas del campo de la salud mental, como las neurociencias. En ese contexto la vulnerabilidad
es uno de los puntos centrales, y tanto el estado del self como el desequilibrio narcisista propio de la
adolescencia se hallan íntimamente relacionados con dicha vulnerabilidad. Si bien no existe
prácticamente período de la vida en el que el riesgo de adicción esté ausente, está demostrado que
niños y adolescentes son los grupos etarios más proclives.
El consumo de drogas abarca un amplio espectro de personalidades de base y en consecuencia
pueden generarse diversas variantes transferenciales. Pretender enfocar a todos los casos usando los
mismos parámetros y supuestos básicos conduce necesariamente al desencuentro y a la dificultad en
el contacto intersubjetivo. No es casual que J. Riviere (1936), la autora de uno de los trabajos
clásicos sobre reacción terapéutica negativa, haya advertido lúcidamente que algunos aspectos de la
transferencia de estos pacientes pueden constituir un golpe para el narcisismo del analista que afecta
su instrumento de trabajo.
Veamos entonces algunos puntos a considerar:
1) Aspectos del desarrollo evolutivo que incluyen la difícil delimitación entre normalidad y
patología en la adolescencia. La depresión juvenil y su relación con el consumo de drogas.
2) La transformación narcisista de la adolescencia, las vivencias de vacío y el campo intersubjetivo.
3) La neurobiología y los cambios neuroquímicos asociados con la transición del consumo de
sustancias a la adicción. Los sistemas cerebrales de refuerzo y la motivación. La patología dual.
4) La vulnerabilidad que resulta de las circunstancias anteriores y su inclusión en un modelo
integral de las adicciones. La mirada social. Las drogas y la persona.
Hoy es un lugar común la relación entre adolescencia y uso y abuso de drogas. Algunos aspectos
evolutivos nos pueden ser de utilidad para comprender mejor las adicciones en adolescentes:
a) Lo específico de la psicopatología en niños y adolescentes es su carácter evolutivo: ellos están
inmersos en un desarrollo madurativo continuo que hace que lo que puede parecer patológico a una
edad no sólo no lo es en otra, sino que puede llegar a tener un valor estructurante, de modo que su
ausencia a veces denuncia un trastorno patológico. En cuanto a las drogas, familiares y/o terapeutas
pueden caer en el error de confundir el uso esporádico recreativo de sustancias psicoactivas con el
abuso y la dependencia adictiva. Las fantasías subyacentes y la significación psicopatológica son
muy diferentes y por ende las medidas a implementar.
b) La crisis adolescente implica una profunda transformación de las estructuras del psiquismo y de
la inserción social del sujeto. Wieder y Kaplan (1969), de los primeros psicoanalistas que estudiaron
en forma pormenorizada el tema en adolescentes, subrayaron el rol que las drogas cumplen para
reducir el distress y mantener la homeostasis en adolescentes, como una suerte de “prótesis
estructural”. En todas las áreas suceden transformaciones y disrupciones, se generan síntomas que
son capturados por el entorno social y catalogados por los médicos, los sociólogos, los periodistas y
los psicoanalistas.
c) Vulnerabilidad y afectos depresivos: reasignación de prioridades libidinales, duelo por la pérdida
y duelo anticipatorio, durante la fase adolescente son sumamente frecuentes las manifestaciones de
tipo depresivo, que suelen incluir una clásica nostalgia angustiosa, esa difusa melancolía existencial
que tan bien reflejan los jóvenes creativos o los escritores que han sabido describir las vivencias
interiores de los jóvenes en esos años hipersensibles, a veces vacilantes y opresivos
Además de la negación de los afectos depresivos, en forma compensatoria puede aparecer la
tendencia a la acción, el paso al acto que lleva a reacciones impulsivas y a conductas violentas o
delictivas. La tendencia a la acción se asocia con frecuencia al consumo de sustancias psicoactivas y
a otras formas de búsqueda de estimulación tales como las conductas de riesgo o la promiscuidad
sexual. Es el mecanismo que McDougall describió en el paciente desafectivizado que está
intentando suplir su hueco en la vida emocional.
Pero la transformación adolescente implica también una reorganización del equilibrio narcisista
alcanzado en etapas anteriores y una conmoción de los mecanismos reguladores de la autoestima.
Las sustanciales modificaciones de la imagen corporal y la activación del desarrollo cognitivo
causan en el joven un impacto de tal magnitud que trae aparejada una completa reestructuración de
su self. El paulatino reemplazo de una representación duradera del self por otra puede poner en
peligro a un self cuyo establecimiento nuclear había sido deficiente. La concomitante
desidealización de las figuras parentales debilita otro soporte narcisista y entraña un aumento de la
vulnerabilidad del self. Entonces nuevos ídolos o ideales, la sumisión a la cultura o la formación de
una contracultura pueden servir por igual para restaurar una autoestima vacilante.
Así una hipótesis para tener en cuenta es que cierto uso de drogas en la adolescencia, y el uso de
otras sustancias psicoactivas como el alcohol o los fármacos autoadministrados en un período
posterior de la vida (la edad de los padres), en especial ansiolíticos, hipnóticos y analgésicos,
pueden cumplir funciones psicológicas y neurobiológicas semejantes.
El desbalance narcisista de los padres sumidos en su propia crisis vital que los deja no disponibles
para sus hijos es moneda corriente en las familias de los jóvenes adictos. Los padres están “fuera del
área de cobertura”, inalcanzables para las silenciosas necesidades filiales de idealización.
A su vez, en los tramos iniciales del tratamiento, la repetición transferencial del adolescente adicto
suele ubicar al analista en un rol paterno vacilante, desconectado de las inquietudes de su hijo y de
su escenario, de la alternancia juvenil entre la omnipotencia y la zozobra. Esto puede coincidir con
el analista en estado de desconcierto ante un panorama –la dramática de la adicción– que no termina
de conocer y comprender, o que malinterpreta desde el otro lado de la brecha generacional. ya desde
el inicio del vínculo con el paciente adicto es necesario que el analista pueda detectar no tanto lo
que la droga le hace al paciente sino más bien lo que la droga hace por él.
Una mirada analítica al sujeto proclive a la adicción va a vislumbrar tarde o temprano algún déficit
significativo en cuatro áreas nucleares del funcionamiento psicológico relacionadas con el terreno
narcisista:
1) registro y regulación de las emociones,
2) mantenimiento de un sentido estable del self,
3) manejo de los vínculos interpersonales y
4) cuidado de la propia integridad, incluyendo la habilidad de anticipar las consecuencias de la
propia conducta.
La primera cuestión a considerar desde esta perspectiva es que las investigaciones
neurobiológicas en adicciones han mostrado que las drogas que generan dependencia parecen tomar
el comando de zonas filogenéticamentemente antiguas del cerebro que se ocupan de la regulación
de tendencias repetitivas como la alimentación, la sexualidad y la interacción social. (Funciones que
evocan, no por casualidad, los conceptos psicoanalíticos de pulsión o impulso instintivo). Estas
áreas cerebrales comprenden al sistema límbico e incluyen la amígdala, el núcleo accumbens, y el
área tegmental ventral (Bickel, 2006). Los circuitos vinculados a esta zona proveen sensaciones de
placer, que también son activadas por las drogas de abuso. Además el sistema límbico es
responsable de nuestra percepción de las emociones, lo que explica la propiedad que tienen todas
estas sustancias de alterar el humor. Más aún, evidencias adicionales sugieren que las zonas más
“modernas” del cerebro, como la corteza frontal, parecen quedar “off line” tanto estructural como
funcionalmente durante el proceso de adicción. Pero la corteza frontal o cerebro anterior, que queda
relegada en las adicciones, está relacionada con el pensamiento abstracto, con la capacidad de
planear, de resolver problemas complejos y tomar decisiones. En otras palabras podríamos decir que
el cerebro se torna más primitivo en su modo de funcionar y pierde logros evolutivos alcanzados
previamente.
El amanecer de la adolescencia. La adicción- posse
Cómo ubicar el tema de las adicciones en la pubertad? Desde la clínica nos orientamos con la
pregunta acerca de cuál es el lugar que ocupa la droga en un sujeto, más allá del ciclo de vida que
atraviese y trabajamos en la singularidad del caso a caso. Cuando el tema de la adicción es abordado
desde la prevención, ubicamos como población de mayor riesgo a jóvenes y adolescentes.
Tendremos entonces que incluir también a quienes tienen once, doce años? Dónde se produjo el
cambio para ampliar los márgenes de edades.
La pubertad, adolescencia inicial o adolescencia temprana es la primera fase de la adolescencia y de
la juventud, normalmente se inicia a los 10 años en las niñas y 11 años en los niños y finaliza a los
14 o 15 años. En la pubertad se lleva a cabo el proceso de cambios físicos en el cual el cuerpo del
niño o niña se convierte en adolescente, capaz de la reproducción sexual. El crecimiento se acelera
en la primera mitad de la pubertad, y alcanza su desarrollo al final. Las diferencias corporales entre
niños y niñas antes de la pubertad son casi únicamente sus genitales. Durante la pubertad se notan
diferencias más grandes en cuanto a tamaño, forma, composición y desarrollo funcional en muchas
estructuras y sistemas del cuerpo. Las más obvias son las características sexuales secundarias. En
sentido estricto, el término «pubertad» se refiere a los cambios corporales en la maduración sexual
más que a los cambios psicosociales y culturales que esto conlleva. La adolescencia es el período de
transición psicológica y social entre la niñez y la vida adulta. La adolescencia abarca gran parte del
período de la pubertad, pero sus límites están menos definidos, y se refiere más a las características
psicosociales y culturales mencionadas anteriormente.”
Freud dice que la vida sexual de los humanos comienza dos veces. La primera vuelta corresponde a
las experiencias iniciales de la vida, pero el segundo inicio de la vida sexual, en la pubertad,
conlleva una verdadera metamorfosis del sujeto e implica un trastrocamiento de los goces y de los
placeres en juego, así como un renovado florecimiento de fantasías que abren las puertas a la
exogamia.
Podemos distinguir la pubertad de la adolescencia situando la primera como la irrupción pulsional.
La pulsión se presenta con toda su intensidad destronando lo que hasta ayer fueron los pilares del
niño. En el periodo de latencia, el juego amortiguaba el recorrido del trayecto de la pulsión
proponiendo una relación con el objeto, como dice J. Lacan, situando un fantasma inofensivo. La
llamada transición adolescente implica justamente el pasaje del mundo del niño en la familia hacia
el mundo de los pares y de allí al mundo adulto. J. Lacan ubica la pubertad como un despertar. (5)
Despertar de qué? Se despierta del sueño de la infancia, despierta de esas respuestas que lo habían
estabilizado, que le dieron un sentido de la vida. Durante el periodo de latencia el niño tiene el
camino bien delineado por el Otro. La demanda de saber apacigua porque es ordenadora, hay un
amo a quien servir, a quien alienarse.
La presencia de la realidad virtual a través del ciberespacio, a través del e-mail, el chat, los juegos
en red, los foros, ocupan un gran espacio del terreno en que se desarrollan los vínculos. EL
intercambio grupal no tiene por qué ser durante el recreo, ni en el club, ni en la vereda del barrio.
No es necesario el encuentro personal, y hasta se puede hacer lo que en el mundo real no es
permitido, se puede elegir quien quiere ser, armarse una identidad a su gusto escondido tras su
nickname. Existe un cierto anonimato que permite un “corte y fuera” cuando deja de resultar
atractivo ese intercambio.
El púber que intenta tramitar la angustia por la pérdida de la representación de sí mismo y de su
cuerpo infantil en un cambio brusco por lo acelerado que se le presenta, en ese intercambio con los
otros logra calmar la angustia ligada al vacío de su existencia. No está solo, puede establecer
diálogos múltiples. Y hasta escuchamos decir, “estuve con tal”, “me encontré con…”, refiriéndose a
un encuentro virtual. La desinhibición requerida para abordar el Otro sexo está facilitada sobre todo
en los varones, ya que acercarse a una mujer es de una gran exigencia. Pero a través de la
computadora y el celular todo es posible.
Las compañías diseñadoras de videojuegos al crear algo que contenga un elemento adictivo
aumentan sus ventas considerablemente. En los juegos donde se intenta pasar de nivel, la
interacción suele ser desmesurada, la pérdida del sentido del tiempo es un rasgo a tener en cuenta,
decimos “se quedó pegado”. Esta captura del objeto, esta relación particular de adherencia que
vemos frente a la pantalla, despierta una violenta atracción, una cierta esclavitud donde se puede
vislumbrar el sufrimiento en ese acto compulsivo. En el espacio virtual el Sujeto queda anónimo, en
la adicción, el sujeto queda borrado. Diversos autores opinan que no existe la adicción a Internet,
sino que es un medio para desarrollar otras tipos de vínculos patológicos, tales como adicción al
trabajo, al sexo, al juego etc.
Hay algo que empuja al encuentro con el Otro sexo pero no se sabe cómo. Primer encuentro
imposible de la relación sexual. El acting out, el pasaje al acto, son las respuestas más habituales
como recurso desesperado. La droga, el alcohol, el consumo excesivo, el tomar para desinhibirse,
por un lado brinda la creencia de otorgarle consistencia al semblante, y por otro lado su estado de
embriaguez lo saca del juego de la comedia de los sexos. Conocemos el fenómeno actual que
llamamos “la previa” reunirse para “prepararse a salir”….un modo de calmar la aplastante demanda
que inhabilita cualquier intento de abordar al otro sexo. Compartir “la previa” va en detrimento del
efectivo encuentro con el objeto de deseo.
En el mundo actual hay un derrumbe de la función paterna como efecto regulador y ordenador. Hoy
contamos con una amplia gama de modos a los que el joven recurre para cancelar el malestar
estructural que lo atraviesa y del que no quiere saber. O se confronta con los conflictos que se le
presentan o los esquiva. Cuando los recursos para hacer frente fallan o no son suficientes, aparecen
modos de vínculos absorbentes. “Se quedó pegado” es la frase que escuchamos frente a ese último
recurso “desesperado”. La relación pasional con el objeto droga, (sea cual sea) que brinda una
cantidad de cualidades inagotables, le posibilita seguir en la ignorancia acerca de su responsabilidad
subjetiva y colmar estas preguntas inquietantes y movilizadoras.
Y fundamentalmente sacarse de encima la presión de la pulsión. En la pubertad lo que empuja y
exige viene del cuerpo. En la adolescencia se suma además la exigencia proveniente de lo social.
En nuestra experiencia en la atención de pacientes adictos no han sido muchas las consultas de
menores de quince años. Pero en el relato de los pacientes ya en tratamiento reconocen haber
iniciado el consumo alrededor de los trece, catorce años. En los casos que tratamos, el abordaje
familiar desde la institución, las entrevistas individuales, el trabajo intensivo con los padres, a veces
también con la institución escolar, permitieron alojar al joven, quien tendría que estar dispuesto a
reestablecer un lazo social que no esté entorpecido por el partenerdroga, y donde finalmente pueda
poner en palabras las vicisitudes que atraviesa para armar un fantasma conveniente. “Delinear un
síntoma que eventualmente les proporcione un funcionamiento para una cotidianeidad más
aceptable. Tener un síntoma es un primer paso, el segundo es consentir a él, dejarlo hablar, lo que
suele ser un poco difícil en los púberes.” Con los padres, que suelen presentarse en estado de alarma
y urgencia ante la aparición del consumo del hijo, tratamos en un primer momento de “orientarlos”.
Que queremos decir con orientar, brindarles un espacio en el que se pueda construir el problema,
poniendo en marcha nuevos recursos y aportando experiencias a lo que se presentaba como un
callejón sin salida. Ante la aparición de preguntas acerca del antes y el después del consumo
aparecen efectos sorprendentes y a veces angustiantes, cuando la familia logra ubicar con mayor
precisión como fue produciéndose el alejamiento y a veces la ruptura casi total del vínculo con su
hijo.
La pubertad es un periodo que somete al sujeto al exceso de un stress intensificado, activa un
proceso de estructuración psíquica y su consecuencia deja al descubierto fragilidades y deficiencias
psíquicas que anteriormente no se manifestaban. Se producen estados que por su intensidad con
frecuencia no pueden distinguirse de formaciones patológicas.
MANUEL HERNANZ RUIZ- ADOLESCENTE Y NUEVAS ADICCIONES
¿Cuáles son los factores que influyen y favorecen la adicción a las nuevas tecnologías?
Clásicamente, como señala Hayez , se habla de tres elementos que interrelacionados favorecen la
adicción: el producto, el entorno y el sujeto:
1 El producto: en este caso es abundante, barato y de fácil acceso. Se considera que es casi
imprescindible para que el sujeto se pueda desarrollar de forma adecuada. Se ha convertido en un
instrumento y herramienta imprescindible en cualquier hogar y centro escolar. Los chicos tienen su
blog en la escuela, su ordenador y su conexión wifi, libre de las ataduras de la mesa del ordenador
familiar (que empieza a ser un objeto en extinción) para poder trabajar, sin ello sienten que no
pueden hacer sus trabajos escolares. La importancia del producto es tan grande que incluso a nivel
social, la escuela sin esos medios se ve incapacitada para poder competir.
Además el diseño de los instrumentos es muy "amable" que se puede transportar para llevarlo a
todas partes y no dejarlo nunca de lado. Ha sido realizado para fomentar una gran dependencia con
sus grandes gráficos, sonidos y con sus retos y reforzadores tan bien estudiados y calibrados y con
una gran autonomía para poder disponer de él durante largas horas en los viajes, desplazamientos o
incluso a lo largo de las comidas familiares en las que el adolescente está más pendiente de las
conversaciones con su grupo de amigos o resultados de su equipo de fútbol que de los temas
hablados por sus mayores.
2. El entorno: Muy favorecedor a través de las campañas publicitarias hace que se vuelva
muy comprensivo y tolerante ante estos dispositivos y los comportamientos que generan. Lo
preocupante puede resultar que no se pone en duda la necesidad de tolerar estos dispositivos.
También manifiestan la tendencia de la sociedad en aletargar las experiencias de los jóvenes.
Favorecedora de vivir sensaciones dentro de la casa, sin romper los parámetros conocidos, que
permiten al adolescente e incluso al adulto entrenarse para la vida sin tener que soportar los riesgos.
3. El sujeto, el tercer elemento. En él podemos encontrar toda una serie de factores que
favorecen la tendencia y la dependencia hacia el producto con el que va a establecer la adicción. Sin
duda hay elementos que tienen que ver por un lado con aspectos fisiológicos, pero además hay otros
aspectos derivados de la personalidad del sujeto, los aspectos intrapsíquicos de los que hablaremos
más tarde con detalle.
Delimitar el concepto de adicción: La primera cuestión que se nos plantea es la de diferenciar entre
la adicción y la patología. Estallo señala cómo la línea entre la adicción a las nuevas tecnologías y
la patología puede llegar a ser muy débil. En términos coloquiales podríamos incluso plantearnos la
línea de división entre una conducta hobby y una conducta expresión de una dependencia. Sin duda
somos capaces rápidamente de establecer la frontera entre el Síndrome de Diógenes y el
coleccionista, pero ¿es en todos los casos una cuestión tan sencilla?.
En relación con los videojuegos por ejemplo, S. Tisseron (5) plantea incluso una línea de
pensamiento muy interesante cunado se refiere a las relaciones que se generan entre los jugadores,
que comparten con los compañeros de juegos los diferentes trucos y estrategias que ayudan a
superar pantallas o a resolver enigmas y los vecinos de la urbanización que comparten trucos de las
actividades de bricolaje. Nos señala cómo se pueden ver en ambas actividades un intento de
socialización del sujeto, además de una actitud de compartir estrategias que le ayudan a resolver los
problemas y a rentabilizar los esfuerzos.
Podríamos decir en este sentido como los hobbies han podido ser el refugio y han favorecido la
organización psíquica del sujeto en algunos casos y en otros, han sido la "tapadera" de cuadros
psicopatológicos más o menos definidos. Coleccionar sellos o especializarse en hacer sudokus
puede ser un modo de descarga pulsional del sujeto, que le ayude a relajarse, a reprimir en
ocasiones o a suprimir en otras determinados contenidos psíquicos. En otros casos puede ser la
expresión de una conducta patognomónica de un cuadro de aislamiento por ejemplo.
Diferentes etiología: Además del problema que señalamos, el de la delimitación del concepto de
dependencia, nos encontramos también con la cuestión de la etiología y las consecuencias que ello
tiene en las actividades terapéuticas que llevaremos a cabo. Lógicamente la posición teórica elegida,
nos marcará inevitablemente un camino terapéutico. Desde las posiciones más biologicistas se habla
de una necesidad o falta orgánica que requiere de estimulaciones extras del sujeto. Y también del
descenso del autocontrol que se observa entre los 15 y los 19 años.
Desde posiciones más cognitivistas-conductuales, vemos como en su momento Echeburúa planteó
la comprensión de la adicción a Internet considerándola como una adicción específicamente
psicológica (como la adicción al sexo, las compras, el trabajo, los videojuegos, la televisión, etc...),
con características comunes a otro tipo de adicciones: pérdida de control, aparición de síndrome de
abstinencia, fuerte dependencia psicológica, interferencia en la vida cotidiana y pérdida de interés
por otras actividades.
Para estas corrientes, el "éxito" en la adicción a las nuevas tecnologías, se logra debido a las
conductas reforzantes ya que son las que tienen la capacidad de producir dependencia. Evidencia de
ello son las conductas como la del escaso tiempo de espera entre la acción propuesta y su ejecución
tanto en cuanto a acciones propuestas (disparar, girar el volante, etc) como en la obtención de un
rápido acceso a aquello que busco (desde una palabra en el diccionario hasta la cartelera del cine).
Desde posiciones más psicodinámicas se habla de las bases o predeterminantes emocionales o de
personalidad Para esta corriente las nuevas tecnologías o la red en la que estás se basan, no es la que
provoca la adicción ni la dependencia. Es la unión entre estos elementos y personalidad del sujeto la
que va a marcar o determinar esta adicción.
Independientemente de las posiciones teóricas que mantengamos, lo cierto es que desde la atención
clínica, podemos observar:
1. Cómo hay una psicopatología asociada.
2. Cómo muy frecuentemente observamos una franca patología previa en la que se liga la
dependencia a uno u otro instrumento o actividad a través de la cual expresa su necesidad y su
malestar.
3. Cómo hay una tendencia en la elección del objeto en función del temperamento del sujeto lo que
nos permitiría entender porque hay sujetos con tendencia a adicciones más activas (juegos PC,
surfeo en internet) o más pasivas (visualización de TV).
Ello no ha de hacernos olvidar la importancia de la interrelación entre lo psíquico y lo corporal. El
reconocimiento de "las series complementarias" conceptualizadas por S. Freud.
Propuesta de clasificación: Sobre las propuestas de criterios diagnósticos hay que mencionar al
psiquiatra Ivan Goldberg quien en 1995 fue como el primero en hablar de la adicción a internet. Lo
que empezó siendo una "broma", se convirtió en una discusión y debate. Luego ya diferentes
autores han hablado sobre la adicción a las nuevas tecnologías y se ha abierto el debate de cómo y
dónde incluirlas. ¿Se deben incluir dentro del espectro de los trastornos obsesivo-compulsivos
(10)?, ¿debemos de considerar como diferencial el hecho de que se utilice la conexión a internet o
también podemos incluir el uso de tecnología no conectada a internet?
Han sido varios los trabajos que se han propuesto para valorar el nivel de dependencia a internet.
Recientemente se ha publicado en la revista Trastornos Adictivos un texto original titulado "Análisis
de las propiedades psicométricas de la versión en español del Internet Addiction Test" firmado por
D.X. Puerta-Cortes y otros (11) en el que demuestran una alta fiabilidad en el instrumento y donde
también señalan que es necesario continuar la investigación para ver otras dimensiones aún no
exploradas. En este artículo muestran diferentes propuestas de clasificación que en resumidas
cuentas vienen a plantear una escala de tres puntos.
1. El primero denominado como uso normal, o mínimo o controlado.
2. El segundo considerado como uso problemático, moderado o con tendencia a la adicción según
los diferentes autores y un
3. Tercer nivel ya referido al uso adictivo, excesivo o severo.
Esta dificultad en encontrar nomenclaturas o señalar con concreción la graduación del nivel de
dependencia refleja finalmente la complejidad del tema. Hayez (3) plantea una escala también
basada en tres categorías:
1. Consumo menor: Hace referencia a ese consumo que suele ser esporádico, en un determinado
momento. El sujeto mantiene con normalidad el resto de actividades de su vida, las placenteras y las
que le suponen esfuerzo y continúa con sus amigos. El uso de estas tecnologías le va a aportar una
satisfacción adicional, no sustitutiva de placeres ni será ejecutado de forma mecánica repetitiva.
Será capaz por ello, de mantener su adecuación a la realidad, su esfuerzo por el logro de nuevas
metas.
2. Consumo preocupante:Se observa cuando empieza a haber un interés excesivo por la actividad en
si misma. El sujeto empieza a estar demasiado interesado y empieza a limitar su círculo de
relaciones para estar con aquellos que comparten su afición. La afición se vuelve única y
omnipresente en sus lecturas, conversaciones y reflexiones.
Se puede detectar también como el sujeto retrasa para poder seguir con el juego, las actividades que
previamente había planificado por ejemplo comer más rápido, dejar de salir con los amigos, etc.
Este consumo expresa también rasgos del carácter del sujeto, al empezar a desinvestir otros temas,
también empieza a ser más despectivo con las personas que no comparten sus interés (o incluso su
nivel de juego) y puede empezar a expresar descontroles en su expresión agresiva.
3. Consumo dependiente: El consumo está presente en todo momento de su vida. Todo lo demás
pasa a un segundo nivel, todo lo que antes le reportaba placer ahora es rechazado. Esta vía de
satisfacción se ha vuelto como la única vía. En relación a la dependencia hay diversos estudios que
hablan de los diferentes niveles adictivos de las distintas plataformas (móvil, "play", pc), de las
distintas actividades desarrolladas en ellas (sms, whatsapp, hablar...) y también de los diferentes
niveles adictivos y /o significaciones de las tareas desarrolladas. Por ejemplo se habla del distinto
carácter adictivo de los juegos de acción y los de reflexión.
Es frecuente que los padres nos trasladen sus inquietudes y nos pregunten ¿pero es normal que
pase tanto tiempo con el ordenador?. La madre de otro paciente me dice cómo en su casa están
todos viendo la televisión desde que llegan por la tarde hasta que se acuestan. Se sorprende, y
¡más me sorprende a mí! cuando me cuenta indignada que su hijo no para de mirar todo el rato
el móvil. ¡No lo puede entender, ¡todo el rato mirando su móvil! Otro paciente cuenta como en su
casa con su padre está muy bien porque juegan todo el rato con el móvil o con la play, "¡mis
amigos me dicen que tengo mucha suerte!".
2. La actitud hacia su uso Podemos plantearnos la pregunta ¿Cuál es la actitud hacia las TICs?
porque podemos encontrar números estilos de consumidores.
a. Algunos hacen un uso basado en atracones, cuando pueden sentarse delante de cualquier
pantalla son incapaces de regularse, es como si dijeran ¡ahora que ha llegado el momento voy a
aprovechar!. Son insaciables como el niño que no puede parar de comer chucherías o el adolescente
que no puede dejar de bailar en la discoteca, o el comprador compulsivo
b. En otras ocasiones, el sujeto niño o adulto, utiliza las nuevas tecnologías para poder
ocultarse de sus compañeros o iguales o incluso de sí mismo. Aprovechan el contacto con la
pantalla para refugiarse de otras actividades llegan incluso a poner como excusa el no salir con los
amigos porque "ahora no puedo estoy acabando la partida", como el niño que se esconde detrás de
una tarea o de la pierna de su mamá para no tener que saludar, o como el adulto se entretiene con su
móvil en la consulta a la espera de ser atendido "anestesiando" así la ansiedad de la espera.
c. Puede ser también la forma en que se refugia para no realizar otras actividades. Puede
repetir compulsivamente el juego o la actividad con el móvil como el niño que una y otra vez no
cesa de dar vueltas a la rueda o de chutar el balón contra la pared para estar "haciendo algo sin
hacer nada" como vacío.
3. Sentido de su uso.
d. Conductas repetitivas y persistentes, "de la búsqueda del placer" Juega de manera
compulsiva para sentirse vivo sino lo hace siente que no tiene nada, que no está despierto o incluso
que no está vivo "necesito hacerlo para sentirme vivo!"
e. Búsqueda de los objetos que calman al sujeto (desde los porno hasta el vagabundo en la
red) Se vive para ellos, me relajan
f. En ocasiones nos preguntamos ¿lo utiliza para defenderse de forma poco adaptativa ante
las dificultades?
g. Nos podemos preguntar también si ¿es para alcanzar algo? en cuyo caso podríamos hablar
de algún mecanismo más adaptativo. O es quizás utilizado para encontrar un canal de comunicación
con sus iguales o incluso con el terapeuta?
4. Consecuencias de su uso:
a. Limitaciones en la capacidad de simbolización. Sus emociones estarán asociadas a
imágenes y restos mnésicos
b. Abundarán comportamientos primitivos poco específicos propios del proceso primario en
lo concreto
c. Funcionamiento a base de la obtención inmediata del placer (mentir, cambiar/confundir la
realidad, no adecuarse a horarios, etc. d. Ruptura con la dinámica familiar e. incluso cuando se está
inmerso en él, puede hablar de Internet con uno o el otro amigo que ha mantenido va a comprar un
ordenador, obtener información sobre nuevos juegos, etc.
Factores de riesgo en el uso problemático de Internet En la investigación sobre los usos y abusos de
estas nuevas tecnologías todavía no hay consenso en la comunidad científica sobre los criterios
diagnósticos, dado que las calificadas como adicciones sociales se encuentran en un limbo científico
por las dificultades que entran˜a discriminar adecuadamente entre comportamientos, en principio
normales, y patológicos que podríamos considerar adictivos. En el DSM-5 (American Psychiatric
Association, 2013) se ha establecido una nueva categoría denominada «trastornos adictivos y
relacionados a sustancias» dentro de la cual se encuentra la subcategoría «trastornos no
relacionados a sustancias», en la que se incluye el trastorno adictivo al juego, pero no se establece
que exista ninguna adicción no química más (Cho et al., 2014). Sin embargo, hace décadas, autores
como Marlatt y Gordon (1985) apuntaban que hay muchos comportamientos habituales, como
comprar, trabajar, jugar, etc., que tienen efectos altamente reforzantes, si bien ello no implica
necesariamente que sean comportamientos adictivos.
Así, Young (1998) conceptualizó la adicción a Internet como un deterioro centrado en el control de
su uso que tiene manifestaciones sintomáticas a nivel cognitivo, conductual y fisiológico, y en el
que se llega a hacer un uso excesivo de Internet que acarrea como consecuencias la distorsión de los
objetivos personales, familiares y profesionales. De acuerdo con Echeburúa y de Corral (2010), hay
hábitos comportamentales aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden
convertirse en adictivos e interferir en la vida cotidiana de las personas afectadas y que son
concomitantes con la pérdida de control y la dependencia. Sin embargo, autores como Pérez del Río
(2014) estiman que el potencial adictivo de las nuevas tecnologías es meramente especulativo, ya
que no existe una base empírica lo suficientemente fundamentada, y alude al declive de la adicción
a Internet y a la tendencia dominante desde 2010 a encuadrar semejante problemática como un
abuso o uso inadecuado y no como adicción. En este sentido, se abunda en la conveniencia de
desarrollar criterios diagnósticos específicos para el abuso de Internet y otras nuevas tecnologías y
avanzar en los perfiles diferenciales entre los sujetos con usos problemáticos o desadaptativos y
aquellos que no los presentan (Carbonell et al., 2012; García del Castillo, 2013; Echeburúa y de
Corral, 2010).
Diversos factores de riesgo o de vulnerabilidad se relacionan con los usos desadaptativos o
problemáticos de las TIC. Así, la adolescencia se considera un factor de riesgo porque los
adolescentes representan un grupo que se conecta con más frecuencia a Internet y a la telefonía
móvil, en parte porque están más familiarizados y, además, tienden a bus- car nuevas sensaciones,
siendo más receptivos a un nuevo espectro relacional (Batalla, Muñoz y Ortega, 2012; Sánchez-
Carbonell et al., 2008). En la literatura sobre el tema proliferan diversos etiquetajes, tales como
iuventus digitalis e iuventus ludens (Moral y Ovejero, 2005) o generación digital (Bringué y
Sádaba, 2008) y se analizan las conexiones entre la cultura juvenil digital y las tecnologías de la
comunicación. A consecuencia de la imprecisa frontera diagnóstica entre lo normal y lo patológico
se ha generado gran alarma social acerca de la adicción a las nuevas tecnologías entre el colectivo
infantojuvenil.
El uso tanto de Internet como del teléfono móvil es más problemático en la adolescencia y se
normaliza con la edad para convertirse en un uso más profesional y con menor carácter lúdico
(Beranuy et al., 2009), si bien cabe destacar que Bianchi y Philips (2005) concluyeron que el uso
problemático del móvil era una función de la edad. Se confirma que a medida que aumenta la edad
se incrementa la percepción del problema que supone el tiempo excesivo dedicado al uso de
Internet y del teléfono móvil y sus posibles consecuencias adversas (Labrador y Villadangos, 2010),
aunque en otros estudios con adolescentes no se han encontrado diferencias significativas (Muñoz-
Rivas et al., 2003). Respecto al género, se verifica que los chicos utilizan más tiempo Internet
(Estévez, Bayón, de la Cruz y Fernández-Liria, 2009; Muñoz- Rivas et al., 2003), aunque, según
Sabater y Bingen (2015), las chicas gestionan más sus roles públicos y privados a través de las
nuevas tecnologías, si bien las TIC representan una herramienta de socialización en ambos géneros.
En cuanto al uso problemático de Internet, el hecho de ser mujer constituye un factor de riesgo,
según Rial, Golpe, Gómez y Barreiro (2015), y se ha confirmado que las adolescentes muestran más
consecuencias emocionales negativas por el uso problemático del teléfono móvil.
De acuerdo con Echeburúa (2013), hay ciertas características de personalidad y estados
emocionales que aumentan la vulnerabilidad psicológica a las adicciones, de modo que los sujetos
que hacen usos problemáticos de las nuevas tecnologías presentan estados emocionales como
disforia, impulsividad e intolerancia a los estímulos displacenteros y, entre otras, experimentación
de emociones fuertes. Así mismo, se han hallado puntuaciones más elevadas en la búsqueda de
novedades (Estévez et al., 2009), así como en pensamientos negativos (García et al., 2008). A su
vez, los problemas psiquiátricos previos (TDAH, fobia social) también suponen un factor de riesgo
(Estévez et al., 2009). Específicamente, el perfil psicosocial que presentan los adolescentes con usos
problemáticos de Internet es propio de personas que muestran insatisfacción vital, escasa
cohesividad grupal y apoyo familiar, tendencia a la introversión, pensamientos negativos,
incomodidad con las relaciones sociales reales y conflictos identitarios, como principales
características. En el caso concreto de los usos problemáticos del teléfono móvil, en la revisión de la
literatura realizada por Pedrero, Rodríguez y Ruiz (2012), se estima que el rasgo de personalidad
más consistentemente asociado al uso problemático es la baja autoestima, de modo que las chicas
con baja autoestima representan el grupo más vulnerable. Asimismo, el potencial predictivo de la
baja afabilidad sobre el abuso se maximiza cuando coincide con mayores niveles de neuroticismo y
se asocia consistentemente al rol de impulsividad
En relación con la existencia de usos problemáticos en la muestra seleccionada para este estudio, se
revela que no existen problemas graves de uso ni de Internet ni del teléfono móvil (tabla 1). Ello se
afirma en base a la obtención de máximas puntuaciones en las escalas (existencia de uso
desadaptativo) y a la obtención de puntuaciones más bajas (no uso problemático) siguiendo los
criterios de las desviaciones típicas que establecían los estudios de los que se extrajeron las escalas.
En el caso de Internet, el uso problemático que presenta mayores diferencias es el de mentir sobre el
uso de Internet. Según estos datos, solo un 1,5% de los participantes de este estudio presentarían
problemas de ese tipo.
Bleichmar, S. (1995). Aporte psicoanalíticos
Todas las teorías que pretenden ofrecer un cuerpo coherente respecto de la inteligencia, se plantean
los orígenes del pensamiento. Freud fue oscilante al respecto, pero de lo que no abdica nunca es de
que el inconciente, y por tanto el pensamiento, no surgen como correlato de la adaptación, sino
como formaciones dentro del proceso de constitución del sujeto, como elementos de profunda
desadaptación. Castoriadis plantea que la relación con el objeto está atravesada por la subjetividad.
La relación sujeto-objeto no es inmediata sino que está mediatizada por el otro humano que parasita
con sus sistemas representacionales y sexuales el quiebre de la inmediatez que da surgimiento a la
simbolización y a la inteligencia. La objetividad se constituye por un largo rodeo por los caminos de
la fantasía y la desadaptación.
Se instituye así el inconciente, que es el efecto de una fundación en dos planos:
a) en tanto inscripciones que el semejante instaura sin saberlo; es el parasitismo simbólico de la
madre hacia el hijo (contrapartida del biológico respecto del hijo hacia la madre);
b) estatuto posterior de ese parasitismo como 'lo inconciente', o sea, será reprimido hacia el fondo
del psiquismo constituyéndose como sus últimos recursos.
Así, desde el comienzo el semejante hace circular algo irreductible a lo puramente
autoconservativo, algo que tiene que ver con la sexualidad, representaciones ligadas al placer que
no logran una evacuación porque no pueden satisfacerse con los objetos que el semejante ofrece.
Además de leche, el sujeto recibe un plus de excitación que no encontrará derivaciones, obligando
al aparato a religar, organizar, metabolizar.
El fenómeno de la 'alucinación primitiva' muestra al origen del pensamiento como una alucinación,
no relacionada al objeto. El psiquismo se ve así obligado -no a satisfacer una necesidad naturalismo
a tener que hacer algo con esto inscripto de lo que ni puede defenderse ni puede satisfacerse en lo
real. El gran problema es justamente cómo abandona el sujeto esta alucinación primitiva para evitar
morir realmente y poder conectarse con los objetos autoconservativos (alimento). En las psicosis y
anorexias severas, por caso, no puede hacerse esta conexión.
Así, el pensamiento surge desligado originariamente de las necesidades biológicas: la acción
específica no es el acto autoconservativo, sino algo ligado al placer. Una cosa es la relación "con el
objeto en tanto objetivo" y otra con "el objeto en tanto objetal", en tanto atravesado por ciertas
cantidades irreductibles a lo biológico. El inconciente está ligado a la sexualidad, pero no en
términos reproductivos.
El hecho de que sigamos comiendo sin hambre o hasta morir muestra que lo imaginario
representacional no se agota en la alimentación, y hasta atenta contra lo autoconservativo. Si me
cuido al comer es porque luego hemos incorporado una lógica de la autopreservación, no es algo
dado desde los orígenes.
¿Qué implica todo esto para los procesos del pensamiento?
El inconciente no se maneja con totalidades, sino indiciariamente. En las primeras relaciones con el
objeto se inscriben signos, no el objeto total, rasgos que quedan como marcas psíquicas (el pecho es
una textura, un olor, etc). Tales forman reaparecerán toda la vida, como en el enamoramiento (que
es indiciario: nos enamoramos de una mano, una mirada, etc.). En el inconciente funciona la
identidad de percepción, que marca el reencuentro permanente con indicios de lo real que reinvisten
o reactivan huellas.
De los estímulos que rodean al bebé algunos son pregnantes ligados a espacios psíquicos que se van
constituyendo.
Se constituirán dos espacios: el inconciente y el preconciente (y el yo). El primero no se rige por la
lógica, no tiene negación ni temporalidad, mientras que el segundo sí. Este preconciente, por poder
negar, puede dudar, interrogar, introduciendo una problemática cognitiva. Así, la ciencia no es un
problema del inconciente, pero no podría existir sin él dado que "el hombre reducido a la
inmediatez de lo real no podría estructurar interrogantes sobre lo real". Los humanos metaforizamos
lo real.
En "El proyecto" Freud dice que la única posibilidad de conocer pasa por el yo, no por el
inconciente: este sólo puede reencontrar aquello que tiene inscripto. Por ello la alucinación se juega
cuando cayó la represión, "cuando el inconciente no ha sido obturado pro el yo". El Yo o el
preconciente inhiben al inconciente en tanto alucinatorio.
La pulsión epistemofílica es patrimonio del sujeto en tanto atravesado por enigmas que activan
permanentemente el inconciente. "No es pensable el preconciente o el yo sino en relación a este
inconciente al cual sofoca y que permite constantemente pequeños pasajes de representaciones que
hacen que el objeto real tenga sentido para mí". El perro toma cualquier agua pero para el hombre
los diversos tipos remiten a significados diferentes: les da horror el agua de pozo, etc.
El psicoanálisis sostiene que para que haya pulsión epistemofílica, interés, interpelación de la
realidad, el sujeto debe estar constituído (si no, encontraremos un trastorno). Para que esta
interpelación tenga algún sentido, para que evoque algo, tiene que estar funcionando el inconciente.
Deben estar funcionando a pleno las categorías de espacio y tiempo.
Los "prerrequisitos estructurales del cerebro" (el sujeto en tanto vinculado libidinalmente con el
otro) no alcanzan para la supervivencia, pero por el otro lado las relaciones sociales inscriben del
lado del yo la autopreservación de la vida.
El niño no es totalmente un valor de uso ni totalmente un valor de cambio, sino que es algo
deseado, se constituye desde el deseo de los padres que lo compulsan a ligar o elaborar
psíquicamente estímulos de los que no pueden huír pero tampoco satisfacer.
Trastorno e inhibición: La inhibición es un segundo tiempo del síntoma: por ejemplo la fobia de
Juanito era el síntoma, pero luego venía la inhibición de salir a la calle. En el aprendizaje
encontramos inhibiciones parciales (para sumar, para dividir, etc.), pero para que se produzcan tiene
que haber defensas, yo, preconciente, inconciente reprimido. Sólo un niño bien estructurado
produce inhibiciones, pero no toda inhibición es neurótica.
Un trastorno es un déficit estructural, una no constitución del yo, de la lógica aristotélica o
identitaria. Trastornos son patologías que implican algo no constituído a nivel de aparato psíquico.
Por ejemplo, una alteración en las construcciones sintácticas, ya que aquí es un problema de sujeto
y objeto, de tiempo, de persona. Otro problema es no poder construir preposiciones: el significante
suelto no opera como tal, no se inscribe en el doble eje de la lengua.
Los casos de dispersión del pensamiento (niño distraído) pueden entenderse como trastorno, aunque
también como inhibición como cuando el niño está abstraído en un problema (divorcio de los
padres, nacimiento del hermanito), y no puede investir el conocimiento porque está tratando de
resolver el enigma que lo atraviesa.
En el diagnóstico debe diferenciarse bien trastorno de síntoma para luego pensar la estrategia más
adecuada y lograr que el niño organice la lógica secundaria.
En cuanto a cómo serían los abordajes terapéuticos, un niño con por ejemplo un grave déficit en la
estructuración psíquica (trastorno), no hay que reeducarlo sino implantarle el lenguaje como
categoría, fundar lo psíquico, la capacidad de simbolizar. Sólo luego de esto se puede encarar un
análisis. Si no hay constitución del aparato psíquico de nada sirve interpretar en análisis, o tratar de
'enchufar' estructuras cognitivas, o el fonoaudiólogo tratar de que emita sonidos. Tampoco sirve
corregir problemas de psicomotricidad, en tanto plus de excitación que no se puede canalizar. No se
trata de educar, es decir, de impartir contenidos, sino de crear las estructuras de base.
En cuanto a las inhibiciones, primero hay que ver qué la produce y luego hacer psicopedagogía para
rellenar las estructuras colgadas.
S. Schlemenson pregunta qué es, concretamente, el trastorno estructural previo a la represión
primaria, y en qué incide en los problemas de aprendizaje.
Bleichmar responde: hay patologías del 'tercer mundo'. Se vio que niños migrantes tenían
problemas muy graves de conocimiento que no los tenían los niños pauperizados de familias
proletarias del cinturón industrial.
La lógica del proceso secundario se juega en la represión originaria, pero está también en relación
con la represión secundaria, la represión edípica: el Edipo complejo implica una lógica binaria
(amor-odio, castrado-no castrado). Los niños enuncian verbalmente su deseo de casarse con el papá
o la mamá.
Lo que se reprime secundariamente, no es algo que fue conciente desde los primeros tiempos de
vida sino lo que estuvo articulado por una lógica del lenguaje, y es con lo que se trabaja en el
análisis del neurótico. Lo originariamente reprimido no podría trabajarse pues nunca fue
"representación palabra".
II Desde el principio nos llamó la atención lo que veíamos como falta de disciplina de los
alumnos. Los chicos entraban a cualquier hora y se iban a cualquier hora -sin pedir disculpas ni
permiso; pero además cuando entraban -sea cual fuere el momento de la clase en que irrumpían se
producía una ola de besos. Hacían un ruido impresionante porque se acercaban corriendo las sillas
para besarse. Y hasta que terminaban de saludar a todos sus compañeros pasaba un buen rato. Y ésta
no era una situación excepcional sino que ocurría constantemente. Era evidente para nosotros que
no se armaba la situación de clase. El problema era cómo pensar conceptualmente las situaciones
que se daban en la práctica. Para nosotros quedaba claro que el tipo subjetivo adecuado para la
universidad ni siquiera estaba instituido. El discurso universitario -es decir, una serie de enunciados,
de prácticas, de rituales no producía a los sujetos que tenía que albergar ni a los que tenían que
reproducirlo; el discurso universitario interpelaba a los alumno pero el que contestaba no era un
alumno sino una subjetividad publicitaria.
La figura del modelo publicitario se nos presentaba como un tipo subjetivo diferente del
universitario e inadecuado para la situación universitaria. Los chicos se comportaban más al uso
mediático que al uso universitario. Entonces empezamos a pensar este problema como un desacople
entre dos discursos. La categoría desacople la inventamos para esta investigación. Y tomamos del
psicoanálisis la idea de síntoma.
Para nosotras el síntoma era lo que mostraba el fracaso de la operación discursiva. Decíamos "el
discurso universitario tiene que producir habilidades lecto-escritoras y no las produce". Que los
alumnos escribieran mal era el síntoma de una falla en la producción de la subjetividad
universitaria. Es decir que no producía ni la subjetividad de los estudiantes ni, por lo tanto, la de los
docentes. Entonces empezamos a pensar el síntoma como un desacople entre dos discursos.
¿Qué nos permitía ver la idea de desacople? Por un lado empezamos a percibir lo que luego
llamamos desfondamiento, es decir, la destitución de las instituciones.
El Estado, en la medida en que controlaba y disciplinaba las instituciones, producía un tipo
subjetivo que, una vez instituido, podía transitar las distintas situaciones. Pero veíamos que ese
recorrido o esa articulación relativamente armónica entre la familia, la escuela y la universidad, ya
no operaba. Veíamos que entre la universidad y la escuela no había correlación, que el sujeto
producido en la experiencia escolar difería enormemente del sujeto producido en la experiencia
universitaria, y a su vez que el sujeto producido por la familia difería enormemente del sujeto
producido por la escuela. Por otro lado, empezamos a ver que en esas situaciones había
subjetividades operando. Ya no veíamos sólo el déficit del discurso sino la existencia de otra
producción subjetiva.
Y conjeturábamos que se trataba de una subjetividad producida en la experiencia mediática. Y que
esa subjetividad no era sólo el fracaso de la labor institucional, es decir, un resto o un déficit, sino
que estaba ligada con la experiencia mediática. Veíamos que los chicos eran expertos en opinar,
hacer zapping, leer imágenes: los chicos tenían destrezas, pero esas destrezas no les servían para
habitar la situación universitaria. Entonces percibimos que efectivamente había una subjetividad,
pero que ya no era la producida por las instituciones de la familia y la escuela. Existía otra
institución -que nosotras llamábamos discurso mediático con capacidad de producir subjetividad.
Lo que en aquel momento resultó significativo teóricamente -y que más adelante cambió bastante
radicalmente nuestro modo de pensar fue la idea de que los medios son una institución. Es decir que
los medios son un dispositivo capaz de instituir una subjetividad. Esta idea nos llevaba a pensar que
el nuevo tipo subjetivo tenía la consistencia y la permanencia de un instituido.
Esta suposición de que los medios eran una institución nos llevaba a realizar una lectura ideológica
de los medios: entre un instituido y otro preferíamos el instituido universitario al mediático.
En el fondo, más allá de nuestra voluntad pensábamos que los medios arruinaban la fiesta
universitaria, arruinaban nuestro trabajo.
Y aunque intentábamos zafar de esa lectura ideológica, la suposición o, incluso, la
conceptualización de que los medios eran una institución nos Llevaba necesariamente por esa vía.
Nuestra matriz conceptual no nos permitía salir todavía de una lectura estructural o ideológica de
los medios. Pero más allá de esto, lo importante de este momento de la investigación es el hecho de
haberle dado entidad positiva a esa subjetividad, y no haber visto allí un mero resto, un puro fracaso
de la estructura.
La idea de que los chicos no eran puramente el fracaso de una operación institucional sino que eran
una subjetividad producida en otra experiencia fue una idea muy interesante porque significaba un
paso adelante respecto de ver sólo la anomalía, el déficit. Permitía ver que había un habitante. El
discurso universitario no puede ver a ese habitante como tal, sólo lo ve como síntoma que emerge
en el funcionamiento universitario: los chicos no saben leer, no saben escribir, no saben
comportarse en los exámenes, hablan mal. Estos rasgos son ciertos vistos desde el discurso
universitario.
Pero desde otro punto de vista, considerando que el discurso mediático es un dispositivo con algún
tipo de capacidad instituyente, se puede ver allí otro tipo subjetivo. Y entonces uno puede
preguntarse otras cosas. Por ejemplo, puede empezar a preguntarse por el aburrimiento de los chicos
que vienen con una experiencia de lectura de imágenes y que no están atravesados por la cultura de
la letra. Puede empezar a pensar que el programa de la materia que estábamos dando para chicos
quizás no sea adecuado. Al reconocer allí una producción subjetiva que merecía ser pensada, se
abría una vía para comenzar a preguntarnos sobre la validez de lo que estábamos haciendo como
docentes.
Durante mucho tiempo persistimos en la idea de restituir la subjetividad universitaria. A través de
una serie de procedimientos que iban desde la provocación hasta la explicación tratábamos de
restituir ese tipo subjetivo. Trabajábamos mucho antes de los parciales sobre el sentido de las
consignas. Por ejemplo, les dábamos a los chicos un parcial modelo, no tanto para repasar temas o
contenidos, sino para que puedan familiarizarse con la estructura misma del parcial y las consignas.
Les explicábamos, por ejemplo, que el sentido de la consigna está en el verbo, que lo más
importante es la operación -explicar, justificar, comparar y no el contenido. También trabajábamos
mucho en la devolución de parciales. Comparábamos varias respuestas a una consigna y
pensábamos por qué una respuesta era adecuada y otra no; o por qué una respuesta de tres páginas
no era necesariamente adecuada y otra de media página sí, y qué operaciones se habían realizado
allí. Pero esta vía duró un tiempo y luego se agotó. Estas intervenciones que intentaban restaurar
mediante operaciones suplementarias lo que no se producía en la situación universitaria fueron
perdiendo su eficacia.
III Cuando los docentes decimos "los chicos no leen ni escriben", en rigor nos falta agregar
"como la escuela necesita que lean y escriban". En unas entrevistas para una investigación en una
escuela de Lugano, cuando les preguntan a los chicos qué leen, ellos contestan "leemos las revistas,
leemos la tele". Leen imágenes. Mi hijo tiene cinco años y dice que lee en inglés. Y en rigor lee
porque tiene un modo de reconocimiento de los signos que le permite interactuar con la pantalla.
Pero se trata de modalidades de lectura que no están institucionalizadas y que no son homogéneas.
Leer y escribir en la era de la información es una operación mucho más compleja, mucho más
heterogénea. No es leer y escribir la letra. En un entorno estable, disciplinario, sólido, leer es leer un
libro, un escrito. Beatriz Sarlo decía que en el entorno estatal también las prácticas de diversión, de
entretenimiento, se dan bajo la forma de la lectoescritura: la lectoescritura de la letra implica
siempre las mismas operaciones. La lectoescritura en tiempos institucionales tiene cierta
homogeneidad.
Así, con el mismo código o sistema con el cual uno escribe una carta, escribe también un parcial, un
libro, un informe. Si bien es cierto que existen diferencias de género o estilo, no existen diferencias
esenciales en la propia naturaleza del código, en las unidades mismas. En cambio, la lectoescritura
contemporánea no es en rigor lectoescritura; la lectura se da por un lado y la escritura por otro, y
además se trata de lecturas y escrituras de distintos soportes. La escritura del chateo es muy distinta
a la escritura universitaria. Hoy se impone una gramática que no es la gramática de la lectoescritura
de la letra. Hay en los chicos una destreza adquirida que les sirve como modelo para resolver
distintas situaciones de escritura. Es por eso que cambian radicalmente las operaciones.
Cuando los chicos chatean no se cuentan cosas sino que están en contacto. No se detienen a pensar
qué les dice el otro sino que "van mandando lo que sale". No piensan lo que dicen. Cuando uno
escribe una carta tiene tiempo para leerla, para corregirla. En las condiciones actuales no sólo se
disuelve el código sino la comunicación misma. En el chateo no hay comunicación: hay contacto,
hay interacción. Los funcionalistas decían que el lenguaje tiene muchas funciones, y que una de sus
funciones es mantener el contacto.
A esa función le llamaban función fática. Por ejemplo, si cuando te hablo, te miro, estoy
manteniendo el contacto. Ese aspecto del lenguaje que no aparece en los fonemas es el que permite
mantener el contacto a través de la mirada o la entonación. Se trata de la construcción del canal. En
la idea funcionalista, la construcción del canal es una función entre otras: es la función que asegura
la buena transmisión de la información. Ahora bien, cuando se destituye el lenguaje, cuando ya no
funciona en un sistema homogéneo, uno bien podría pensar que sólo queda lo fático, el canal. Pero
un canal que ya no está al servicio de armar la carretera por la cual va a pasar el mensaje, sino sólo
de evitar la dispersión. Entonces, lo fáctico no es nada más que la posibilidad de mantener la
conexión en el flujo de información. Pero eso ya no sería comunicación estrictamente hablando.
IV En la investigación todavía no estábamos pensando en términos de fluidez o de
información. Pensábamos los medios como dispositivos instituidos de producción de subjetividad.
Por eso nuestras intervenciones eran restitutivas, o sea que buscaban asegurar la enseñanza
explicando cómo se resuelve un parcial, qué es una bibliografía, qué es un programa.
Pero estas intervenciones se agotaron, fueron perdiendo su eficacia. Al avanzar la destitución de la
universidad, reponer esos contextos o armar esas operaciones resultaba cada vez más heroico. En
realidad, intentábamos ordenar ese caos subjetivo más que pensar estrategias de enseñanza. Se
había agotado nuestro interés por lo pedagógico.
Pero sí permaneció, al menos para mí, la pregunta por el aburrimiento. En la experiencia docente,
ver cómo los chicos se aburren mientras uno da la clase es descorazonador. En medio de esas caras
de aburrimiento uno no sabe de qué cara agarrarse para seguir con la clase, uno se empieza a perder.
Ahora, lo que no podíamos entender es por qué estaban, por qué no se iban. Implementábamos
estrategias tales como no tomar asistencia, y sin embargo los chicos se quedaban. En la misma
época en que ocurría esto, armamos un grupo para pensar sobre estos comportamientos que
llamábamos galponiles. Y empezamos a ver que los chicos usaban la universidad y la comisión
como un entorno para estar juntos.
Eso para los chicos era mejor que la intemperie total. Nos preguntábamos: ¿cuál es la ganancia
secundaria de quedarse a escuchar una clase sobre estructuralismo? Se notaba que estaban ahí para
estar juntos porque no escuchaban la clase y estaban en su mundo. El murmullo era constante. Y
uno se preguntaba, "¿por qué no se van al bar?". Eran preguntas reales que uno no se podía
responder. Recuerdo que en esa época me agarraban unas afonías terribles precisamente por hablar
mientras todos estaban hablando. Con este grupo pensábamos que, como la situación general era de
intemperie, el hecho de estar ahí, de encontrarse -sobre todo si pensábamos en esas prácticas de
saludo, en el quedarse sin que se tome asistencia, implicaba para los chicos alguna ganancia. Se
producía en ese lugar alguna cohesión; estar ahí era subjetivamente algo para los chicos. En el
desfondamiento de las instituciones se producen este tipo de comportamientos galponiles.
¿Qué queríamos decir con galponiles? Que se trata de comportamientos que no producen una
subjetividad. En la comisión, por ejemplo, no se producía nada: simplemente estaban ahí. Pero
parecería que eso era algo frente a la intemperie general. Si la subjetividad no está constituida, si es
superflua, tener un lugar adonde ir, llegar a un lugar, es algo frente a la incertidumbre total. Pensar
estos comportamientos fue teniendo cada vez más lugar en la investigación. Bajo la idea de pensar
lo que hay, de pensar en la inmanencia de lo que pasa, veíamos que algo estaban haciendo los
chicos cuando se quedaban en el aula. Ahora, eso que estaban haciendo no tenía nada que ver con la
expectativa universitaria.
V El momento de la investigación que bautizamos como Pedagogía del aburrido respondía a la idea
de insistir en enseñar a un sujeto que tiene como síntoma el aburrimiento. Ese síntoma nos indicaba
que ese sujeto no estaba producido en una institución análoga a la universitaria sino en una
institución que era radicalmente otra, que tenía otra lógica, otra gramática: el discurso mediático.
Más adelante, pasado este primer momento, la investigación continuó pero ya no en el ámbito de la
universidad: se orientó a pensar las operaciones que hacen los chicos con el discurso mediático.
Este segundo momento transcurre en dos espacios: un seminario que di en FLACSO sobre géneros
infantiles de televisión y un grupo de investigación que armamos en el Estudio Lewkowicz sobre
programas de televisión para niños. Entonces ya no orientamos nuestro interés a ver cómo los
efectos del discurso mediático interferían en la práctica educativa, sino directamente a ver qué se
hace en el entorno mediático. De este modo cae nuestro interés por lo pedagógico.
Empezamos a ver que los chicos tenían muchas estrategias para relacionarse con las tecnologías.
Empezamos a pensar que la televisión era una experiencia en la cual los chicos se constituían.
Yendo un poco más allá del galpón empezó a aparecer la idea de que quizá la televisión también era
una vía de conexión y de cohesión en la fluidez. Así como en este lugar aparentemente inhóspito de
la comisión se producía un mínimo umbral de cohesión, quizás la televisión era una conexión
preferible a la dispersión total. Empezamos a ver entonces una dimensión de lo mediático que ya no
era ideológica -producción de un tipo subjetivo inadecuado sino cohesiva. Pero no sólo pensábamos
en la televisión sino en toda la red informacional. Porque también, empezamos a ver en ese
momento que la televisión ya no es un entorno acotado, sino que es un nodo que entra en
interacción con otros nodos de información. La televisión conecta con Internet, conecta con el
merchandising, conecta con los megashows en el Gran Rex.
Es decir que la televisión es un nodo relevante que opera múltiples conexiones, que es para los
chicos un operador que hace red.
Pudimos empezar a ver una dimensión positiva de la televisión. Y empezamos a ver este lado bueno
de la televisión cuando abandonamos la pretensión de enseñar. Es como si hubiésemos dicho "no
veamos al aburrido desde el aula, veámoslo operando, veámoslo como usuario". Y como usuario ya
no es aburrido, sino un sujeto hiperconectado. Desde el punto de vista del procedimiento, pudimos
ver esto recién cuando abandonamos la relación entre lo pedagógico y lo mediático. Cuando
empezamos a trabajar, veíamos la televisión desde el entorno pedagógico. Ahora, en este segundo
momento, nos metimos en el entorno mediático. Y ahí vimos que una dificultad para habitar el
entorno mediático es seguir pensando la televisión en clave pedagógica.
Si pensábamos su eficacia en términos educativos nos perdíamos, nos iba mal. Porque así como uno
puede pensar que la televisión es un obstáculo para la pedagogía, también puede pensar que la
pedagogía es un obstáculo para habitar la televisión. Entonces en el seminario y en el grupo
examinamos qué consecuencias tiene para el pensamiento institucional empezar a pensar qué cosas
hacen los chicos con la información. Con pensamiento institucional nos referimos, por ejemplo, al
pensamiento que tiene la familia respecto de la televisión: cómo hay que mirar televisión, si la
televisión divide a la familia, si se puede mirarla en el horario de la comida. Es decir, al
pensamiento que entiende que la televisión tiene que educar. Ésta es la idea que generalmente
tenemos respecto de los chicos: cualquier cosa que se ponga frente a un niño tiene que educarlo
-porque si no lo educa, lo malogra. Y de esta idea es muy difícil deshacerse.