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Nombre: Arturo I. Rojas R.

Materia: Teología Básica Diurna Tema: Reflexión

La reflexión y la vida cristiana

La obligación de reflexionar a fondo sobre lo que creemos o se nos pide creer es un


mandato bíblico que pasa por la lectura y repetición regular y frecuente de pasajes de las
Escrituras. Pero no una repetición mecánica, puesto que: “La repetición no es mala si
se hace de forma consciente y reflexiva de modo que a fuerza de repetirlo
terminemos creyéndolo” (Rojas, 2016, p. 32), como lo ordenó Moisés en Deuteronomio
11:18-19. De hecho, a diferencia de las religiones del Lejano Oriente en las que la
meditación implica, presuntamente, no pensar en nada y repetir “mantras”
incomprensibles; en Israel la meditación era y sigue siendo un ejercicio muy diferente, ya
que en el contexto bíblico: “Meditar no consiste en dejar la mente en blanco, sino en
repetir y reflexionar en algo tan a fondo que se refleje en nuestros actos” (Rojas,
2016, p. 35), a la manera de la instrucción dada por Dios a Josué: “Recita siempre el libro
de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está
escrito. Así prosperarás y tendrás éxito” (Josué 1:8).
Uno de los ejemplos que ilustra los beneficios que la reflexión puede traer a nuestras
vidas es, precisamente, las reflexiones que la experiencia de la muerte puede dejarnos al
tener que vivir la partida de un ser querido, al punto que: “Paradójicamente, es justo la
reflexión sobre la muerte la que puede cambiar de modo favorable nuestra
perspectiva sobre la vida” (Rojas, 2016, p. 90). Los sepelios o funerales son, entonces,
oportunidades de oro para la reflexión que nos iluminan y revelan aspectos fundamentales
de la vida que bajo otras circunstancias nos costaría mucho más trabajo detenernos a
descubrir y considerar. Por eso, por dolorosa e indeseable que pueda ser: “Aun la
partida de un ser querido puede ser útil si despierta en nosotros la reflexión y la
preparación para la muerte” (Rojas, 2016, p. 90), justificando el consejo que Salomón
nos da en el sentido que es preferible estar en un funeral que en un festival, no sólo por
solidaridad con los dolientes, sino porque la utilidad personal que podemos obtener de un
funeral y de la tristeza que lo acompaña con miras a una reflexión significativa, es
definitivamente mayor que la que obtenemos en un festival (Eclesiastés 7:1-4; 12:6-8;
Santiago 4:9).

La reflexión trae, además, otros beneficios invaluables y mucho más generalizados a


nuestra vida que tienen que ver con una de las prácticas más centrales y emblemáticas
de la vida cristiana como lo es la adoración, sea ésta individual o congregacional
indistintamente. Beneficio que echa por tierra un equivocado estereotipo que ha hecho
carrera en el cristianismo popular de los sectores pentecostales y carismáticos de la
iglesia actual. Estereotipo que consiste en la creencia de que los creyentes que, en virtud
de cultivar en su vida procesos reflexivos profundos y documentados, logran alcanzar
niveles destacados de erudición y conocimiento bíblico y extrabíblico; se transforman en
consecuencia en creyentes fríos y envanecidos que profesan una fe meramente
intelectual y menosprecian, entonces, la práctica de la adoración por considerarla algo
reservado a los creyentes que no han alcanzado la comprensión que ellos ya tienen de
los asuntos de su fe, como si la reflexión o la intelectualidad reemplazara a la adoración y
riñera necesariamente con la presunta sencillez que se requeriría para esta actividad tan
propia del cristianismo, al punto de ser incompatibles entre sí.

Si así fuera los grandes profetas nunca hubieran sido el ejemplo de adoradores que son
para la iglesia actual, puesto que para no mencionar sino a uno de ellos, la Biblia nos
informa lo siguiente sobre el profeta Daniel: “Y es que ese hombre tiene una mente aguda,
amplios conocimientos, e inteligencia y capacidad para interpretar sueños, explicar
misterios y resolver problemas difíciles. Llame usted a ese hombre, y él le dirá lo que
significa ese escrito. Se llama Daniel, aunque el padre de Su Majestad le puso por
nombre Beltsasar” (Daniel 5:12). Evidentemente, el profeta Daniel era un hombre reflexivo
y erudito en muchos aspectos del conocimiento de la época, lo cual no le impidió nunca
ser un ejemplo de un adorador consumado y proverbial, sino más bien lo incentivó a ello,
de modo que podría decirse que: “Igual que el profeta, gracias a su conocimiento el
erudito puede llegar a ser un adorador más convencido, reflexivo y agradecido”
(Rojas, 2016, p. 116).

Por último, pero no por eso menos importante, no podemos obviar ni olvidar que la
reflexión es una actividad crucial para llevar a cabo las acciones correctas en nuestro día
a día. La historia está llena de sucesos lamentables que ocurrieron debido a la toma de
decisiones apresuradas o poco ilustradas, bien intencionadas muchas de ellas tal vez,
pero carentes de un satisfactorio proceso reflexivo previo que le hubiera permitido a su
protagonista ver mejor las consecuencias de sus actos, evitando actuar de la manera en
que lo hizo en su momento para tener en muchos casos que arrepentirse de ello después
en vista de los resultados. No pasemos por alto que en el evangelio el Señor Jesucristo
nos exhorta a la reflexión para la acción cuando habla de calcular antes el costo de
construir una torre o de ir a la guerra contra un ejército que nos duplica en número (Lc.
14:28-33). Sobre todo en lo que tiene que ver con el costo del discipulado, algo en lo que
muchos creyentes no reflexionan como es debido sólo para terminar abandonando la fe
cuando se ven confrontados de frente y de manera inesperada con este costo.
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