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Nietzsche pregona la necesaria llegada del nihilismo por la creciente angustia

que ve en la cultura europea. Ésta tiene miedo hasta de reflexionar, 1 y se ha


desilusionado de “una supuesta finalidad del devenir”2: no hay fin, no hay unidad, no
hay verdad; no hay cosas en sí, valores ni sentido. Nihilismo significa
“Que los valores supremos pierden validez. (...)
El nihilismo radical es el convencimiento de la insostenibilidad de la
existencia”.3
“¡Esta es la forma extrema del nihilismo!: ¡la nada (“el absurdo”) eterna!”4
Ciertamente hay que ser necio para no reconocer todos los tipos de angustias
que hoy se viven en todas partes del mundo, “observamos y somos (...) una
humanidad rota”5. A mucha gente la existencia se le hace insostenible, y los valores
pierden validez en las vidas concretas. Pero creemos que esto no justifica el total
sinsentido de la vida, de lo valores, o de la existencia. Es muy sano tener conciencia
de la crisis en que vivimos, pero no abdicar al reflexionar sobre una posible salida de
este callejón.6 En medio de tanta violencia, sufrimiento, soledad, injusticia, pobreza,
es difícil vislumbrar una vía para un futuro mejor, pero no es imposible; se requiere
una mirada límpida que se anime a penetrar en lo profundo de la realidad.

Ante cualquier enfermo es aconsejable ante todo hacer un buen diagnóstico.


Nuestra cultura está enferma, un poco por la mediatización del mundo, la des-
interiorización del hombre, la pérdida del contacto directo con la vida, la pérdida de la
unidad psíquica7, el hedonismo, y el individualismo. Pero nuestro mundo tiene cura,
no está determinísticamente arrojado a la nada o al eterno retorno, porque nosotros
no lo estamos.

“Si no cambiáis y os hacéis como niños...”8 Si no nos hacemos como niños, no


podremos ver la realidad con pureza y pararnos de frente a ella. Hay algo en la
sinceridad y en la mirada de un niño, en su forma de comunicarse con el mundo, con
la gente y con sí mismo, que le permite relacionarse en todos estos ámbitos desde su
ser íntegro; no por compartimentos estancos, sino desde toda su inocencia, desde lo
que va comprendiendo, sintiendo, amando, no entendiendo, desde su modo de ir
aceptando el misterio de la vida y al mismo tiempo ir buscando siempre dar un paso
más, sin resignarse.

1
Cfr. F. Nietzsche, La voluntad de poder, Madrid, Edaf, 2006, Prefacio, parágrafo 2, p.31
2
Ibidem, Libro primero, parágrafo 12, p.39
3
Ibidem, parágrafos 2 y 3, p.35
4
Ibidem, parágrafo 55, p.69
5
O. Clément, Sobre el hombre, Madrid, Encuentro, 1983, cap. 1, Una antropología a la que se
accede por el arrepentimiento, p.5
6
Cfr. P. Lersch, El hombre en la actualidad, Madrid, Gredos, 1982, Cap. I
7
Ibidem, Cap. IV
8
Mt 18, 13

1
Hay muchos aspectos de nuestra cultura actual que nos dificultan esta mirada
límpida de la realidad, del bien del hombre, del sentido de nuestra vida. Por eso
vamos a buscar la ayuda de varios que han encarado esta noble tarea. Además de los
textos propuestos por la cátedra, daremos especial lugar al Principito, aquel
“hombrecito extraordinario9” que nos presenta Antoine de Saint-Exupéry, para que
nos guíe en nuestra reflexión, sobre todo en los aspectos que hoy quizás están más
olvidados. Su risa fue para el piloto “una fuente en el desierto”10, una esperanza
donde todo pronóstico humano llevaba a la desesperación. Para nosotros también
esperamos que él, junto con otros, sean una fuente para nuestros propios desiertos.

9
Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Buenos Aires, EMECÉ, 2003, II, p.14
10
Ibidem, XXVI, p.103

2
Fundamentos invisibles
El Principito supo aprender del zorro que “lo esencial es invisible a los ojos.”11
Cuando el hombre se separa de la verdadera Fuente de la Vida, y rechaza toda
realidad trascendente, al no estar convertido a Dios, se convierte a las creaturas; se
vuelve a la nada de la que fue creado, y se idolatra a sí mismo. 12 Perder el
fundamento es perder aquello en lo que nos apoyamos, de lo cual pendemos,
dependemos. Los cimientos de la propia vida no están a la vista, pero con su
derrumbe, caemos nosotros enteros.
Queremos rescatar los fundamentos metafísicos y antropológicos de la ética,
que si bien no aparecen tanto en las discusiones actuales, son de esas realidades
invisibles a los ojos, pero esenciales, fundamentales.

La ética busca el bien del hombre, por lo cual es más que fundamental intentar
definir este bien para no andar a la deriva:
“El bien no es otra cosa precisamente sino la meta y el fin (del) movimiento
natural [por el cual el ente llega a ser lo que es]: el ser en acto de la esencia.”13
El bien del hombre es su fin, la plena realización de su esencia, el llegar a ser
en acto aquello para lo que fue creado. Y el hombre está naturalmente inclinado hacia
su propio fin. es por eso que todo trabajo personal en el obrar ético debe ser un
ordenamiento o reordenamiento del propio ser siguiendo la tendencia más profunda
que hay en uno mismo. No se trata de un ordenamiento extrínseco, ni de la represión
de lo propio, sino de un movimiento de profunda liberación y orden para dejar que
aflore nuestra naturaleza.
En El descubrimiento de la realidad Pieper recoge con claridad los fundamentos
antropológicos y metafísicos clásicos de la ética, es lo que él llama un “realismo
ético”14. Aunque uno se dedique a temas de los más concretos del aquí y ahora, es
esencial estar parado sobre bases firmes, como son estos fundamentos, a riesgo de
que todo lo construido se desplome ante el primer viento fuerte.

Secundum rationem esse


Siempre es peligroso olvidar la verdad, o hacer la vista gorda ante ella, y andar
a tientas, enceguecidos, sobre todo con ciertas verdades. Nos ayuda recurrir a
quienes las supieron ver, y nos las recuerdan, como los buenos filósofos, los sabios,
los niños. Con Aristóteles, por ejemplo, vemos –o recordamos, si hemos visto y
olvidado– que es fundamental no dejar la razón fuera de la ética, fuera de la
búsqueda del bien del hombre. Horkheimer retoma esta idea al criticar a la razón
subjetivista:
“es hacer depender la ética, la política y todas nuestras decisiones últimas de
factores que no son la razón.15
“(A la razón) en la actualidad se la ha limpiado tan a fondo, quitándosele
toda tendencia o inclinación específica que, finalmente, hasta ha renunciado a su
tarea de juzgar los actos y el modo de vivir del hombre.”16
Es esencial al hombre no dejar de buscar su propio bien, pero además es una
necedad el no aprovechar los medios que tenemos a nuestro alcance para ir en tal
búsqueda. Nuestro bien es nuestro fin, “aquello a que todas las cosas tienden” 17, y
conocerlo es tan importante como para un arquero tener claro cuál es su blanco.
Como dice el Filósofo,
11
Ibidem, XXI, p.87
12
O. Clément, ob. cit., p.7
13
J. Pieper, El descubrimiento de la realidad, Madrid, Rialp, 1974, Primera parte: La realidad y
el bien, p.73
14
Ibidem, p.97
15
Cfr. M. Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires, Sur, 1969, cap 1, Medios
y fines, p. 19
16
Ibidem, p. 21
17
Aristóteles, Ética a Nicómaco, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, ed.
bilingüe y trad. de María Araujo y Julián Marías, 2002, Libro I, 1094 a

3
“para los que encauzan sus deseos y acciones según la razón, el saber acerca
de estas cosas será muy provechoso.”18
Realmente perdemos mucho si desligamos a la razón de la vida. Perdemos
tanto como al absolutizarla. Encauzar el obrar propio secundum rationem no es
encasillarlo ni reprimirlo, sino ubicarlo en su propio cauce, como a un río, para evitar
que se desborde o que se sequen sus aguas en un terreno arenoso. Es vivir según la
razón, reconociendo que ésta tiene capacidad de reflejar el orden objetivo, inherente
a la realidad.19 Y no es algo estático, o que se encuentra de una vez para siempre,
sino que implica la temporalidad, el desarrollo de la personalidad y de las potencias
que uno tiene, cultivando hábitos que sigan el orden del natural dinamismo de
nuestra naturaleza, a lo largo de toda la vida.
“el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud (...) y
además en una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un sólo día,
y así tampoco hace venturoso y feliz un sólo día o un poco tiempo.”20

Este encauzar la vida según la razón no implica ejercer un dominio despótico


sobre la sensibilidad y las pasiones, sino que siempre debemos conservar una visión
integral del hombre como unidad sustancial de cuerpo y alma. Esta fundamental
intuición antropológica clásica nos evita todo reduccionismo, tanto hacia el extremo
del racionalismo y del idealismo, como hacia todos los naturalismos. Ya Aristóteles
veía que lo apetitivo y lo desiderativo participan de la razón en cuanto son dóciles y
obedientes a ella21. Y Pieper recoge de la filosofía clásica el principio de que
“el libre obrar ético del hombre remite a la razón, de la que depende y por la
que está configurada interiormente.”22

Kant considera independientes la razón teórica y la práctica, lo especulativo y


lo ético, pero realmente ambos son aspectos de la misma razón del hombre, el cual a
su vez es unidad sustancial de cuerpo y espíritu. Como dice Santo Tomás,
“La razón práctica conoce la verdad como la especulativa, pero ordenando
la verdad conocida a la acción.”23
El conocimiento de la verdad no se reduce al pensamiento teorético, sino que
se extiende también a la vida práctica, al querer y al obrar. El hombre pierde mucho
cuando deja de tener en cuenta esta gran verdad de su propio ser, y desliga la razón
del ámbito práctico. Desde ya que sin obrar libre y voluntario no hay obrar moral, mas
la voluntad depende del conocimiento, y se eleva tanto más cuanto más se alinea a lo
que el intelecto le va mostrando.24

Prestar atención
“El principito jamás renunciaba a una pregunta, una vez que la había
formulado.”25
Presta atención a lo real, no se distrae de lo esencial. No pregunta por inercia,
por educación, por quedar bien o para aparentar saber. Realmente le interesa
conocer aquello por lo que pregunta, de ahí su insistencia. Ese genuino interés funda
su atención, y no se desalienta en su búsqueda, a pesar de los obstáculos. Es que el
bien no es una irrealidad, ni algo abstracto, inalcanzable, meramente teórico o
utópico, sino que
“El bien es lo conforme con la realidad.”26 y

18
Ibidem, 1095 a
19
Cfr. J. Pieper, ob. cit., p. 22, y M. Horkheimer, ob.cit., p. 23
20
Aristóteles, ob. cit., 1098 a
21
Cfr. Ibidem, 1102 b, 1103 a
22
J. Pieper, ob. cit., p.47
23
I, 79, sed contra, citado por J. Pieper, Ibidem, p.48
24
Cfr. Ibidem, p.60
25
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., VII, p.35
26
J. Pieper, ob. cit., p.15. Cfr. Ibid. p.17, 18

4
“El bien presupone la verdad.”27
La ética se funda en la metafísica, en una metafísica que reconoce nuestra
capacidad de recibir “la verdad de las cosas reales,”28 lo que desde ya supone que
hay cosas reales, y la verdad está en la adecuación de nuestro intelecto a las
mismas29. Por eso es tan importante prestarle atención, dedicar esfuerzo y tiempo a
mirar la realidad, a contemplarla.

Al situarnos en la perspectiva de la contemplación, que implica reconocer que


hay un mundo real, que vale la pena ser conocido y que el hombre tiene capacidad
para ir conociéndolo, siempre desde la humildad y la docilidad a su propia naturaleza
y la de las cosas, en este marco se entiende la importancia de la sindéresis, la
“presencia connatural de la ley ética natural.” 30 Tiene sentido la contemplación
filosófica en ética porque la sindéresis nos permite internalizar, encarnar la ley moral
natural, el bien del hombre, y así acercarnos al secundum rationem esse. Contrario al
ideal de la racionalización, el de la contemplación tiene una meta que invita al
hombre a trascenderse y superarse.31

Hoy cuesta mucho prestar atención a nuestras inclinaciones naturales, y sin


embargo toda virtud se funda en el respeto, el acompañamiento, el desarrollo de
tales tendencias.32 El Principito debiera inspirarnos valor y alentarnos en esta mirada
humilde y sincera de nuestra propia realidad, en esta búsqueda de nuestras
inclinaciones más profundas, porque esas deben ser las raíces de nuestro obrar. Esto
no es nada fácil; el crear lazos implica abrir el corazón al otro, y con ello se abre
también la puerta para el sufrimiento. Pero si el grano de trigo no muere, no puede
dar frutos. O como lo dice poéticamente el soneto de Bernardez:
“Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
Si para conseguir lo conseguido,
tuve que soportar lo soportado.

Si para ahora estar enamorado


fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado


que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido


que lo que el árbol tiene de florido

27
“Bonum praesupponit verum”, Ver. 21,3 citado por J. Pieper, ob.cit., p.22
28
Ibidem, p.23
29
Cfr. Ibidem, p.42
30
Ibidem, p.64
31
Cfr. P. Lersch, ob. cit., Cap. IV, p.93
32
J. Pieper, ob. cit., p.77

5
vive de lo que tiene sepultado.”33

Cualquiera que haya tenido la experiencia del amor, de cualquier tipo de amor,
pero de un amor verdadero, no podrá negar que bien vale la pena buscar aquello que
está sepultado, y prestarle atención, ya que de ahí viene toda la energía para lo que
ha de salir a la luz. El zorro también enseñó esta lección al Principito al mostrarle que,
a pesar de que iba a llorar con su partida, había ganado mucho al haber salido de la
mediocridad y del aburrimiento de su vida; había ganado un amigo, y de ahí en
adelante, cada vez que mirara el trigo, su color dorado lo remitiría al Principito.34

Prudencia
En este prestar atención a la realidad, y a nuestras inclinaciones naturales,
para guiar nuestros pasos por el camino del secundum rationem esse, en esta tarea
es requisito esencial la virtud de la prudencia, que sabe cómo hay que actuar en el
aquí y ahora, cómo bajar las normas teóricas a la realidad práctica y concreta, y
decidir actuar en la línea de tal conocimiento35.
“el que es verdaderamente bueno y prudente soporta dignamente todas las
vicisitudes de la fortuna y obra de la mejor manera posible en sus
circunstancias”36.
En la cuestión 49 del Tratado de la Prudencia de Santo Tomás nos parece
interesante resaltar algunas de las que el santo considera entre las partes integrales
de la prudencia. Por de pronto la memoria37, ya que al ser una virtud intelectual, la
prudencia se desarrolla en el tiempo y a través de la experiencia: recoge todo lo que
uno va aprendiendo al ir viviendo, tanto de los aciertos como de los fracasos propios y
ajenos. La docilidad también es parte de la prudencia ya que permite recibir bien la
enseñanza de otros, fundamental para la educación y toda la tarea ética. 38 La solercia,
palabra desconocida para el que esté alejado de la “paideia” medieval, también es
parte de esta virtud al hacernos aptos para opinar rectamente sobre lo que debe
hacerse, ya que implica encontrar pronto, sin dar tanta vuelta, el medio que conviene
para la acción particular de que se trata. 39 ¡Cómo necesitamos hoy no olvidar la
solercia!, sobre todo quienes tienden a pensar y pensar, discutir y seguir pensando, y
nunca actuar mientras no tengan todo resuelto, con total certeza de haber dado con
la solución, con lo cual muchos temas urgentes terminan quedando en el tintero. La
circunspección nos hace tener en cuenta las circunstancias pertinentes a la acción
concreta, y no juzgar “en abstracto”, “poniendo todo en la misma bolsa”, ya que esta
actitud implicaría recortar la riqueza de la realidad misma.40 Hoy somos testigos de
muchos simplismos y reduccionismos por no hacer hace de esta parte de la
prudencia. Santo Tomás también incluye la precaución como parte de la prudencia,
porque uno debe estar atento para no confundir lo verdadero que puede estar
mezclado con lo falso.41 No hace falta aclarar en cuántos ámbitos esto es hoy moneda
corriente...
Muchos le critican a este gran santo que su lenguaje sistemático y aburrido no
llega al corazón del hombre, ni a la realidad, o que se queda en lo teórico, pero
sinceramente creemos que, independientemente del gusto personal que uno pueda
tener por un estilo literario o por otro, Tomás de Aquino tenía una profundísima visión
de la realidad, en particular de la naturaleza humana, con toda la riqueza de su
33
Francisco L. Bernardez, Soneto citado por Martín Blaquier, Pensamientos y relatos
intrascendentes, Buenos Aires, Artes Gráficas Integradas, 2001
34
Cfr. Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XXI, p.86
35
Cfr. J. Pieper, ob. cit., p.79 ss y Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, Tratado sobre
la prudencia, q. 47, 48, 49, 50, 53, 54, Buenos Aires, Club de Lectores, Tomo XI, 1948
36
Aristóteles, ob. cit., 1101 a
37
Cfr. Santo Tomás de Aquino, ob. cit., q.49, a 1
38
Cfr. Ibidem, a 3
39
Cfr. Ibidem, a 4
40
Cfr. Ibidem, a 7
41
Cfr. Ibidem, a 8

6
cuerpo espiritualizado y su espíritu encarnado.

En esta línea antropológica está la concepción de la libertad de André


Léonard42, que bien viene mencionar. Toma de Paul Ricoeur la tesis central de que en
el hombre,
“el acto voluntario está indisolublemente unido al acto involuntario y el acto
libre al acto no libre.”43
Es decir que la libertad humana no puede equipararse ni a la de un ángel ni a la
espontaneidad de una planta o de un animal. Es verdadera pero no absolutamente
libre; posee muchos condicionamientos y límites, mas no está determinada por
naturaleza a obrar necesariamente de una forma u otra. Para no caer en los
reduccionismos del necesitarismo psicológico o de la libertad total de Sartre, de la
negación de la libertad humana o de su absolutización, debemos considerar la
reciprocidad y alianza de lo voluntario y lo involuntario en el hombre. 44 Como
concluye Léonard en la conclusión de su capítulo, nuestra libertad es una “libertad
situada”,
“siempre humildemente ligada a lo no-libre, sobre lo que se apoya y a lo
que, a su vez, confiere una parte de su sentido.”45
Por una parte se ve limitada al estar movida por fines y valores; no es infinita,
no es puro estallido, ni parte de su pura iniciativa, sino de un fondo recibido. Por otra
parte, nuestra libertad está encarnada:
“somos libres ciertamente, pero en un cuerpo, e incluso gracias a un cuerpo,
que no es sólo la prisión del alma (...), sino el lugar mismo de la libertad.”46

El hecho de que ubiquemos la libertad como una característica de la voluntad


humana, potencia propiamente espiritual, no implica que desconozcamos su vínculo
profundo y constante con la corporeidad y con todo lo que ella trae consigo. Nuestra
libertad, continúa Léonard, es contingente en el sentido de que hay necesidades que
escapan a su influencia, como el temperamento, las contingencias de la vida y lo
oscuro del inconsciente. A pesar de todo esto, somos libres.47

Porque somos libres es precisamente tan dramática la crisis de nuestro tiempo.


En gran medida nosotros mismos nos hemos ido internando en su lodo, y no podemos
desentendernos de lo que está pasando como si no tuviéramos nada que ver.

Des-interiorización del hombre


Saint-Exupéry, cuando a los seis años dibuja la boa que se había comido un
elefante, constata que a las personas mayores se les suele hacer difícil el comprender
a los niños, y siempre hay que estar explicándoles todo. Los adultos le aconsejaban
que se interesase más por “la geografía, la historia, el cálculo y la gramática” 48, ya
que estas materias son mucho más útiles que los dibujos de las boas o los elefantes.
El tema es que el progreso en las ciencias y en la técnica, sea de la humanidad o a
nivel personal, puede traer emparejado un empobrecimiento de la vida interior, y aquí
es donde el hombre pierde su tesoro, se des-interioriza; su alma se empobrece, se
atrofia, se petrifica.49

“Conozco un planeta donde hay un señor carmesí. Jamás ha aspirado una


flor. Jamás ha mirado a una estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más
42
A. Léonard, El fundamento de la moral, Madrid, BAC, 1997, cap 1, La estructura del obrar
humano voluntario
43
Ibidem, p.17
44
Cfr. Ibidem, p.20, 21
45
Ibidem, p.78
46
Ibidem, p.79
47
Cfr. Ibidem, p.80
48
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., I, p.12
49
Cfr. P. Lersch, ob. cit., Cap. I, p.8 y Cap. III, p.20

7
que sumas y restas. Y todo el día repite como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un
hombre serio!” Se infla de orgullo. Pero no es un hombre; ¡es un hongo!”50

Está lleno de hongos que parecen hombres, que viven “extensivamente” en


lugar de “intensivamente”, arrastrados por el ritmo apresurado de la vida que llevan,
que les impide
“acoger al mundo en el santuario de su interioridad, [y] vivirlo desde lo
profundo de la intimidad.”51

Saint-Exupéry reconoce que el estudiar geografía le sirvió de mucho en su


vida52. Es ridículo negar la utilidad como valor si queremos vivir en el mundo. El
problema es absolutizar este uso de nuestra razón, tomar el medio por el fin,
sustituyendo la verdad por la calculabilidad,53y dejando de lado por “inútiles” todas
las experiencias de interioridad: “la reverencia, el amor, la piedad, la emoción
artística, el asombro metafísico”54, ya que esto lleva, ni más ni menos que a la
desacralización de lo real y la des-interiorización del hombre. No confundamos el ser
adultos con el ser “racionales” (en sentido racionalista, utilitarista). Recobremos de la
infancia los modos genuinos que en ella teníamos para acceder a lo real, desde
nuestro ser-nosotros-mismos.

Pérdida del contacto directo con la vida


Podemos vivir a distintos niveles de presencia y de respuesta a lo real –más en
lo superficial o más en lo profundo- según la atención que prestamos a la realidad que
tenemos en frente, a lo que sucede a los que están a mi alrededor, al pie del camino.
Prestar atención implica también hacerse vulnerable a ser afectado, porque tiñe todos
los vínculos que establecemos, y quizás es por evitar esto que muchas veces
hacemos la vista gorda, y terminamos viviendo a un nivel más superficial, esquivando
las honduras.
Saint-Exupéry tenía esto muy claro. Cada vez que se encontraba con un adulto
que le parecía lúcido, le mostraba sus dibujos del elefante en la boa.
“Quería saber si era verdaderamente comprensiva. Pero siempre me
respondía: “es un sombrero.” Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de
bosques vírgenes, ni de estrellas. Me colocaba a su alcance. Le hablaba de bridge,
de golf, de política y de corbatas. Y la persona mayor quedaba muy satisfecha de
haber conocido a un hombre tan razonable.”55
Para ser comprensivo hay que ir al encuentro del otro. La actitud de quedarse
en la superficie atenta contra las relaciones intersubjetivas, contra los vínculos
humanos. Es permanecer en la chatura, en la comodidad de lo conocido que no
compromete. Quien vive así, ve como razonable a los que viven como él, preocupados
por el bridge, el golf, y las corbatas, y miran como ridículos a los que intentan
ahondar, a los que se preguntan por el sentido de la vida, el destino del hombre, o
cualquier planteo de orden filosófico o religioso que escapa el ser abordado
adecuadamente por una razón instrumental.

Mediatización del mundo


La mediatización del mundo es la reducción de la razón a su uso instrumental,
de capacidad de cálculo, lo cual abarca nuestra imagen del mundo y nuestro modo de
vida.
“la racionalización entraña que toda actuación queda limitada a lo que sirve
a nuestro fin, (...) únicamente deja en pie metas que puede alcanzar la razón, (...)
sólo deja abiertos aquellos caminos (...) que reportan un máximo de rendimiento
50
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., VII, p.32
51
P. Lersch, ob. cit., Cap. IV, p.47
52
Cfr. Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., I, p.12
53
Cfr. M. Horkheimer, ob. cit., p. 55
54
P. Lersch, ob. cit., Cap. IV, p.46
55
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., I, p.13

8
con un mínimo de esfuerzo.”56
Es decir que el mundo es interpretado desde el cristal de la utilidad, dejando de
lado todo misterio, todo lo que va más allá de la razón, despojando al mundo de su
alma57.
“Gracias al [pensamiento racional-conceptual] nos apoderamos del mundo,
lo subyugamos; lo aprehendemos y comprendemos; lo fijamos y convertimos en
disponible.”58
No vemos en el mundo, ni en nada de lo que hay en él, fines a descubrir, sino
que todo y todos son simples medios que nosotros pretendemos ordenar a nuestro
antojo, sin respetar la realidad propia de nada ni de nadie. Como dice Philipp Lersch,
terminamos dejando pobres el “contenido y significación profunda de la vida.” 59
Queremos sustituir lo único e irremplazable por la cantidad y el número.60

“Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo
amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial.”61
El amor por las cifras es el dejo del mecanicismo cartesiano y del
matematicismo racionalista. Si uno se acostumbra a mirar sólo un aspecto de la
realidad, después - por la fuerza de los hábitos – se hace difícil ver otros aspectos que
uno fue sistemáticamente dejando de lado. Por eso las “personas mayores” no
preguntan por lo esencial; se han acostumbrado a mirar otras aristas de lo real,
relegando lo esencial-invisible-a-los-ojos. No son capaces del goce estético, del amor
humano, de la admiración de la naturaleza. Sólo calculan, como si fueran máquinas.
Pretenden extinguir las pasiones como si ellas fueran enemigas de la racionalidad, y
no ven que
“la pasión resulta preciosa para la acción precisamente en la medida en que
desborda los cálculos lúcidos de la voluntad.”62
No se trata de lograr una apatía, que sería inhumana, sino de tomar las
emociones como una energía poderosa y positiva que, adecuadamente canalizada,
facilita el esfuerzo del secundum rationem esse porque se pone al servicio de nuestro
propio bien.

Podemos hacer un paralelismo entre las “personas mayores” y el entrar en la


“mayoría de edad” del Iluminismo. Los hombres que se pierden de todo aquello “de
niños” por el afán de entrar en la mayoría de edad, en el fondo se deshumanizan. La
mediatización no se refiere sólo al mundo externo, sino también a las otras personas,
al considerarlas un medio que se aprovecha mientras es útil para determinados fines,
pero que se deshecha sin problemas cuando deja de servir para tales fines. No se
reconoce el valor y la dignidad propia del hombre, y por eso se “justifican” prácticas
eugenésicas, torturas, abortos, eutanasias, manipulaciones de embriones.
El utilitarismo, llevado a sus últimas consecuencias, lleva al relativismo, al
indiferentismo y al nihilismo que Nietzsche profetiza como inminente.
“Nada (...) tiene valor en sí mismo y por sí mismo; ninguna meta es por sí
mejor que otra.”63

Pero el utilitarismo lleva en sí el germen de su propia destrucción:


“El único inconveniente de esta doctrina irrefutable es que en nombre de la
maximización del placer de los individuos y de la minimización de sus
sufrimientos, corre el serio riesgo de hacer polvo lo que hace vivible la

56
P. Lersch, ob. cit., Cap. II, p.19
57
Cfr. Ibidem, Cap. IV, p.35
58
Ibidem, p.32
59
Ibidem, p.34
60
Cfr. Ibidem, p.40
61
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., IV, p.23
62
A. Léonard, ob. cit., p.33
63
M. Horkheimer, ob. cit., p. 52

9
existencia.”64
Paradójicamente, al mediatizar el mundo, nos atrapamos en el propio
razonamiento utilitarista, y terminamos diluyendo lo fundamental sin conseguir los
fines buscados, porque el utilitarismo no da razones al nivel de las cosas esenciales.
No podemos ir al infinito en los fines utilitarios. Debemos caer en algún momento en
un fin último al que apunten -más o menos de cerca- todo el resto de nuestros fines, a
riesgo de que nuestro actuar caiga en el total sinsentido.

El Principito ve la salida del utilitarismo por la vía de la belleza.


“Cuando enciende el farol es como si hiciera nacer una estrella más, o una
flor. Cuando apaga el farol, hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación
muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda.”65
Hay que saber encontrar la belleza en las cosas más simples y cotidianas; a
esto apunta la perspectiva de la contemplación. Lo bello no requiere una justificación
ulterior; vale por sí mismo, y la utilidad que pueda tener surge de la belleza como de
su fuente, pero no es el criterio originario.

Aparición del hombre masa


Esas “personas mayores” que tanto irritan a Saint-Exupéry en el fondo resignan
su identidad y se masifican, y de esta manera hacen el ridículo, aunque
paradójicamente intentan todo el tiempo evitar el ridículo. Un astrónomo turco había
descubierto en 1909 el planeta del Principito, el asteroide B612,
“Pero nadie le creyó por culpa de su vestido. Las personas mayores son así.
(...) El astrónomo repitió la demostración en 1920, con un traje muy elegante. Y
esta vez todo el mundo compartió su opinión.”66
En lugar de poner la atención en la verdad, la ponen en su vestido, en los
adornos, como los sofistas que critica Platón. Con agudeza Nietzsche, cuando trata las
causas remotas del nihilismo, habla de cómo el fenómeno de la masa vulgariza la
existencia, ya que el hombre es dominado por la masa, pierde la fe en sí mismo y se
vuelve nihilista.67 El hombre en la masa reniega de su individualidad, de lo que hace
único en el mundo, “para hundirse en el fondo de una vida anónima e inconsciente,
anterior a lo individual.”68
Todo lo contrario de una verdadera mayoría de edad, que implica madurez y
crecimiento en la propia esencia, el hombre masificado hace un retroceso, se rebaja
de su propia condición, se degrada en su humanidad, perdiendo independencia en el
pensar, sentir y querer69. Como bien sintetiza Horkheimer,
“cuanto más pierde su fuerza el concepto de razón, tanto más fácilmente
queda a merced de manejos ideológicos y de la difusión de las mentiras más
descaradas.”70
Es abdicar de la propia esencia, tirar la toalla, renunciar a ser dueño de la
propia vida. Otra paradoja: no nos adueñamos de nuestra vida, pero nos sentimos
muy dueños de muchas cosas, y en el fondo nos dejamos esclavizar por ellas;
vendemos nuestra libertad, y quizás ni siquiera nos damos cuenta. Como en el cuento
de Cortázar,
“No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el
cumpleaños del reloj.”71
64
Alain Caillé, Bio-étique, ville et citoyenneté, Caen, Ed. des Cahiers du laboratoire de
sociologie anthropologique de l’université de Caen, 1993, p.12 citado por Paul Virilio, El arte
del motor, Buenos Aires, Manantial, 2003, cap. Del superhombre al hombre sobrexitado, p.138
65
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XIV, p.60
66
Ibidem, IV, p.23
67
Cfr. F. Nietzsche, ob. cit., Libro primero, parágrafo 27, p.48
68
P. Lersch, ob. cit., Cap. IV, p.78
69
Cfr. Ibidem, p.83
70
M. Horkheimer, ob. cit., p. 35
71
Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, cuento Preámbulo a las instrucciones para
dar cuerda al reloj, Madrid, Santillana, 2001, p.28

10
Pérdida de la unidad psíquica
Al perder la concepción del mundo, el hombre pierde su unidad propia; se
fragmenta en compartimentos estancos, y su identidad se diluye.
“casi todas las esferas de la actividad humana se hallan hoy fraccionadas en
operaciones parciales”72. “El hombre moderno sufre (...) ante la imposibilidad de
ser un todo”73.
Esa pérdida de identidad que se da en las masas lleva al hombre a refugiarse
en lo divertido, lo entretenido, el espectáculo, en el fondo porque no soporta estar con
su propia verdad, lidiar con ese vacío interior. Justamente lo que hace el espectáculo
es endiosar la separación, la alienación; yuxtaponer lo separado “en tanto y en
cuanto está separado”74.

Lo aburrido se considera mala palabra hoy día, como si fuera el cuco más
temible y vergonzoso. El culto a lo divertido en todas sus formas, la adolescentización
de la sociedad, es en el fondo un “autoaturdimiento”75 para evitar escuchar la voz
interior de la conciencia.
“Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una
representación.”76
“El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que –en
última instancia- no expresa sino su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián
de ese sueño.”77
Para evitar el contacto con la realidad que nos toca, inventamos realidades, y
nos creemos las que otros inventan, al punto que la sentimos como más reales que la
misma realidad. Y vivimos a distancia, sin dejar que las cosas “en serio” nos toquen,
dejando nuestras emociones más diversas para responder a los espectáculos
representados en pantallas o escenarios.
Al perderse los fundamentos a nivel del ser, y fragmentar nuestra unidad
psíquica, sólo queda el aparecer.
“el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda
vida humana, es decir, social, como simple apariencia.”78

A veces lo importante en la vida es aburrido. No podemos dejar que el criterio


principal de nuestro actuar sea la diversión; nos terminaríamos autodestruyendo.
“Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los
distingue entre los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes.
Es un trabajo muy aburrido, pero muy fácil.”79
72
P. Lersch, ob. cit., Cap. IV, p.59
73
Ibidem, p.62
74
G. Debord, La sociedad del espectáculo, Buenos Aires, La marca, 1995, cap: La separación
consumada, nº29
75
Cfr. F. Nietzsche, ob. cit., Libro primero, parágrafo 29, p.48
76
G. Debord, ob. cit., nº1
77
Ibidem, nº21
78
Ibidem, nº10
79
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., V, p.29

11
Puede ser aburrido ir adquiriendo algunos hábitos en la línea de nuestro propio
bien, pero el no hacerlo de a poco y desde chicos probablemente facilite la instalación
de vicios en lugar de virtudes, y más adelante nos va a resultar mucho más difícil la
reeducación. Si uno no deja que los baobabs, las malas hierbas, los vicios, ocupen
mucho lugar en nuestro planeta, podemos atacarlos de jóvenes y erradicarlos con
menos esfuerzo. Pero para ello hay que levantar la mirada de lo inmediato y mirar
cuál es nuestro bien, por dónde va, y cómo podemos ir encaminándonos hacia allí.
Este es un esfuerzo conjunto de la voluntad y de la inteligencia humana,
acompañadas por toda la afectividad y lo involuntario que también nos constituye.
Ante aspectos de nuestro temperamento, nuestra constitución biológica, o
elementos inconscientes, “se trata de soportar activamente lo que la vida nos
impone, en consecuencia, de integrarlo al máximo en nuestro obrar voluntario.”80 Y
esto requiere de la virtud de la paciencia, que es quizás muy dejada de lado hoy día, y
sin embargo es la viva manifestación de la fortaleza y de la libertad humana.

No nos equivoquemos al pensar que debemos resignar al placer que tanto se


nos propone hoy por doquier. Ya Aristóteles, al hablar de la virtud, la ponía de la
mano con la belleza y con el placer.
“para los inclinados a las cosas nobles son agradables las cosas que son por
naturaleza agradables. (...) Las acciones de acuerdo con la virtud serán por sí
mismas agradables.
Y también buenas y hermosas”.81
Esa naturalidad del virtuoso, al cual las cosas le saben como son porque es
sabio, es todo lo contrario del hastío contemporáneo. El aburrimiento que sí es
peligroso es el que surge del profundo desinterés por lo real. El guardagujas le explica
al Principito que “nadie está nunca contento donde está”, que los hombres que él ve
pasar en los trenes “no persiguen nunca nada”82, por eso duermen o bostezan; se
aburren. Otra vez el Principito nos insta a ser como niños, ya que éstos sí saben lo
que buscan, no pierden el interés, no se aburren. Están ávidos por conocer, por
descubrir, por explorar y dejarse sorprender.
La salida que propone Saint-Exupéry a ese aburrimiento viene por los lazos de
amistad. El zorro se aburre, ve su vida como una monotonía que se repite siempre
igual, que no tiene nada de especial, de único, nada que salga fuera de lo común.
Sólo puede salir de tal abulia si se deja “domesticar” por el Principito; entonces el
Principito será para él único en el mundo, y a su vez el zorro será para el Principito
único en el mundo.83 Éste comprende por qué su rosa, que es tan parecida por fuera a
miles de rosas, es para él única en el mundo: fue domesticado por ella, son amigos,
quieren necesitarse el uno al otro. El Principito ha “perdido” tiempo por ella, con ella,
en ella, y esto hace que su rosa sea para él tan importante. En la Tierra, ante un
jardín repleto de rosas, les habla convencido:
“Sois bellas, pero estáis vacías. (...) No se puede morir por vosotras.”84
Es consciente de que está dispuesto a sacrificarse por su rosa, aún hasta de
morir por ella, y es porque ha descubierto su belleza. A pesar de la vanidad de su
rosa, él la ama.
“El amor vive bajo el lema de que el mundo únicamente está lleno de
sentido cuando existe en él el objeto que amamos.”85
Es importarte darse tiempo para ir descubriendo la belleza del otro, su misterio,
su realidad86, y la vida se irá colmando de sentido. Ahora bien, tener este tipo de lazos
interpersonales implica necesariamente considerar al otro no como un objeto o un
recurso, sino como persona, valiosa, como “otro yo”. Para Lévinas, “la relación
80
A. Léonard, ob. cit., p.37
81
Aristóteles, ob. cit., 1099 a
82
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XXII, p.89
83
Cfr. Ibidem, XXI, p.82
84
Ibidem, p.87
85
P. Lersch, ob. cit., Cap. V, p.98
86
cfr. O. Clément, ob. cit., p.30

12
intersubjetiva es una relación asimétrica. En este sentido, yo soy responsable del otro
sin esperar la recíproca, aunque ello me cueste la vida.”87
Es difícil ver esto en toda relación entre personas; pareciera un poco utópico,
pero ciertamente nos hace pensar que al menos ciertas relaciones deben ser por
naturaleza asimétricas, de amor desinteresado, donde uno se hace responsable del
otro, lo cuida y lo defiende más que a su propia vida. Pienso en la relación madre-hijo
o padre-hijo, por ejemplo. Estamos llamados a este tipo de amor, y nos constituye
como personas, hace a nuestra propia identidad, el ser capaz de amar así. Aquí radica
el sentido pleno de la vida, como dice Juan Pablo II,
“el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse.”88
Sin embargo, aunque no de una forma tan directa como en la maternidad o la
paternidad, podemos coincidir con Lévinas en el hecho de que tenemos una
“responsabilidad total, que responde de todos lo otros y de todo en los otros” 89, en el
sentido que todos los hombres tenemos un mismo origen y un mismo destino,
habitamos un mismo mundo, heredamos la misma culpa original y somos salvados
por la misma gracia, y por esto no podemos desentendernos de la vida de los otros
hombres, aunque no podamos responsabilizarnos en concreto de todos.
En su encíclica Evangelium Vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la
vida humana, Juan Pablo II comienza su reflexión a partir del pasaje del asesinato de
Abel por Caín, y afirma:
“Como en el primer fratricidio, en cada homicidio se viola el parentesco
“espiritual” que agrupa a los hombres en una única gran familia donde todos
participan del mismo bien fundamental: la idéntica dignidad personal. (...)
(...) “¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”: Caín no quiere pensar en
su hermano y rechaza asumir aquella responsabilidad que cada hombre tiene en
relación con los demás.”90
Tendremos que ver de qué manera concreta dar respuesta a esta
responsabilidad que tenemos con los demás, pero al menos podemos empezar por
evitar caer en el indiferentismo y el individualismo, en la masificación y el
aturdimiento del espectáculo.

Hombre sensual
Hay muchos otros refugios, o mejor dicho pseudo-refugios, para tal pérdida de
la propia identidad. Es el caso del bebedor cuyo planeta visita el Principito, que bebe
para olvidar la vergüenza que tiene por beber. 91 El alcohol, las drogas, el activismo, el
desenfreno sexual y la perversión, por ejemplo, son pseudo-refugios de quienes no
viven desde su centro, por lo que buscan salidas equivocadas, que los descentran aún
más.
Edith Stein habla de tres tipos de hombres que viven a distintos niveles: el
hombre sensual, el individualista y el que busca la verdad.92 El hombre sensual está
situado muy lejos de la profundidad de su alma, vive en la superficialidad del estar
pendiente del placer que le proporcionan sus sentidos.
“Se anhela un estado en el que ya no se sufra. Se considera a la vida como el
motivo de todos los males; se aprecian los estados inconscientes e insensibles (el
sueño, los desvanecimientos) como incomparablemente más valiosos que los
conscientes.”93
Hay una renuncia de todo lo más propio del hombre, una huida que busca en
distintos placeres un somnífero para quedarse ciego, sordo y mudo ante la realidad.
87
E. Lévinas, Ética e Infinito, Madrid, La balsa de la medusa, 2000, cap. 8, La responsabilidad
para con el otro, p.82
88
Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, Buenos Aires, San Pablo, 1995, nº49
89
E. Lévinas, ob. cit., p.83
90
Juan Pablo II, ob. cit., nº8
91
Cfr. Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XII
92
Cfr. Edith Stein, La ciencia de la cruz, Burgos, Monte Carmelo, 1989, II, 2, Muerte y
resurrección, b: El alma, el yo y la libertad, p. 200
93
F. Nietzsche, ob. cit., parágrafo 44, p.59

13
Es la “inconsciencia mecánica” que describe Lersch cuando la actividad humana se
hace esclava del aparato.94 La fuerza de los hábitos hace que, ante un impulso de
renunciar a un determinado placer por ayudar a alguien, sólo mediante un gran
esfuerzo se logre tal renuncia. Es decir que el hombre no está determinado por su
pasado, pero los hábitos, siendo una “segunda naturaleza”, van profundizando el
obrar espontáneo, ya sea en la línea de la propia naturaleza, o en una línea diferente.
Como dice Léonard, “el hábito se hace naturaleza desde la libertad.”95
Los vicios sensuales, como todo vicio, van encegueciendo y ensordeciendo a su
portador, acorralando, disminuyendo la propia libertad, dejándola cada vez con un
ámbito menor en el cual moverse, y hasta vendiéndola al mejor postor.96
“cuando el espíritu está tan sumergido en la vida de los sentidos, que la
llamada o intimación apenas llega hasta él; (...) el íntimo centro receptor está
desconectado e impedido para captar su sentido exacto. En este caso extremo no
sólo no tenemos una libre decisión, sino que la misma libertad está de antemano
como vendida.”97
La superficialidad de la vida del hombre sensual está en que se vuelve incapaz
de considerar en todo su alcance esa llamada, esa invitación al obrar moral, porque
ha degradado su libertad en un mecanicismo.98
“no se quieren mirar de cerca y examinar en todo su peso determinados
motivos y hay una resistencia a adentrarse en aquellas profundidades en la que los
dichos motivos pudieran hacer mella.”99
Hoy se escuchan muchas voces, aún en ámbitos profesionales y “serios”, que,
preocupados por la excesiva culpabilidad que atormenta a los hombres, tratan de
disminuir tal carga achacándola, por ejemplo, a los condicionamientos sociales, al
“todo el mundo lo hace”, al fenómeno de las masas o al propio temperamento. Para
Nietzsche, por ejemplo, no tiene sentido la lucha moral contra el vicio ya que la
decadencia es absolutamente necesaria100; no hay salida posible. Son todas formas,
más o menos sutiles, de instarnos a deslindarnos de la propia responsabilidad, a no
asumir las consecuencias de nuestros actos, a no mirar la realidad de frente, a cortar
de cuajo el obrar moral como si fuera una ingenua utopía.
“Nadie se ha considerar excluido de la vida moral en razón de su
temperamento, con el pretexto de que es así como es, y no puede obrar de otra
manera. Pretender que, en razón de mi carácter, ciertos valores morales me son
inaccesibles, no es ya consentimiento, sino pura abdicación; no es tanto hacerse
cargo de la necesidad, sino descargar sobre ella la propia responsabilidad.”101
El conocerse a uno mismo, como instaba la inscripción en Delfos que Sócrates
hizo suya, y como instan también distintas corrientes de la psicología, del
existencialismo y de espiritualidad de la interioridad, apunta a que saquemos lo mejor
de nosotros, conociendo nuestros límites, aspirando a la lucidez de la propia
conciencia.102 Resulta muy interesante cómo André Léonard ven en el psicoanálisis
una apuesta, al menos implícita, por la libertad, ya que justamente se busca que la
libertad del sujeto pueda renacer, aflorar.103 Es fundamental no tomar los límites sólo
en su aspecto negativo, de freno de la libertad, ya que límite “es también aquello que
nos permite ser lo que somos. 104
“Nuestros límites (...) son una gracia y una llamada que nos permite

94
Cfr. P. Lersch, ob. cit., Cap. III, p.23
95
A. Léonard, ob. cit., p.34
96
Cfr. Edith Stein, ob. cit., p. 200 a 202
97
Ibidem, p. 201
98
Cfr. A. Léonard, ob. cit., p.35
99
Edith Stein, ob. cit., p. 202
100
F. Nietzsche, ob. cit., parágrafo 41, p.56
101
A. Léonard, ob. cit., p.40
102
Cfr. Ibidem, p.52
103
Cfr. Ibidem, p.61
104
Ibidem, p.41

14
aprender a amar.”105

Para salir de esta vida y adoptar una “postura ética”, el hombre sensual debe
ver su propio vacío interior como la otra cara del llamado al infinito que es más real.
Como dice bellamente Olivier Clément, “la conversión (..) es la conciencia de mi
deseo insaciable, (...) como el hueco de una plenitud desconocida.”106 El hombre
sensual
“ha de situarse muy dentro en el propio interior, tan adentro, que el alcanzar
tal profundidad equivale a una auténtica conversión que quizá no es posible
naturalmente, y sí únicamente en virtud de una conmoción, de una conmoción, de
una sacudida extraordinaria.”107
Al resistirse a navegar mar adentro, uno va quedando cada vez más lejos de la
propia realidad, y de la posibilidad de actuar con verdadera libertad, siendo dueño de
sí. Es la verdad la que nos hace libres, realmente libres.108 Y llegar a la verdad del
propio ser implica atravesar muchas capas, incluyendo lo que los santos llaman la
Noche Oscura. En las Crónicas de Narnia109, C.S. Lewis relata lo que ocurrió a
Eustaquio, un niño egocéntrico, caprichoso, malcriado, que se venía portando muy
mal con sus compañeros de viaje, y se había convertido en dragón. Andaba muy triste
y avergonzado Eustaquio, añorando su vida de niño, cuando se le apareció Aslán, el
Gran León, quien lo ayudó a recobrar su humanidad. Para ello tuvo que ir
despojándose de sus capas de piel escamosa, una tras otra, con bastante vergüenza y
venciendo su miedo. Cuando creía haber terminado y se disponía a meterse en la
fuente de agua para calmar el dolor de su brazo lastimado, advirtió que le quedaba
aún una capa gruesa que no podía quitarse por sí mismo; debía abandonarse con
docilidad en manos del león:
“No te puedo decir el miedo que me daban sus garras, - relata Eustaquio -
pero ya estaba al borde de la desesperación; así es que simplemente me tendí de
espaldas, para dejar que él me desvistiera.
El primer desgarrón que hizo fue tan profundo, que pensé que había ido
directo a mi corazón. Y cuando empezó a arrancarme la piel, sentí el dolor más
grande que he tenido en toda mi vida. (...)
(...) Entonces el león me sacó esa maldita cosa por completo, tal como yo
creía haberme arrancado las otras tres, sólo que ésas no me dolieron, y allí quedó
tirada en el pasto, pero mucho más gruesa, más oscura y nudosa que las pieles
anteriores. (...) Me lanzó al agua. Me ardió muchísimo, pero sólo un momento.
Después el agua se volvió deliciosa, (...). Había vuelto a ser un niño.”110

Su verdadero ser estaba oculto detrás de las capas de piel, y tras un trabajo
propio más el abandonarse en manos de Aslán, pudo recobrarse a sí mismo. Fue una
conversión, como la que describe Edith Stein. No hay otra forma para salir por
completo del círculo vicioso de la vida sensual, superficial. Es la metanoia del
Evangelio y de los Padres de la Iglesia, retomada por Olivier Clément, que implica
partir del arrepentimiento, del reconocer los males que uno ha hecho o los bienes que
ha omitido, y pedir perdón.111
“La metanoia, la conversión del hombre a su centro propiamente personal,
no es un esfuerzo voluntarista por mejorar tal o cual aspecto en la superficie del
psiquismo, por vencer tal defecto o tal vicio. Es, primera y fundamentalmente,

105
Ibidem
106
O. Clément, ob. cit., p.26
107
Edith Stein, ob. cit., p. 202
108
Cfr. Jn. 8,32
109
C.S. Lewis, Las Crónicas de Narnia, libro III: La travesía del “Explorador del Amanecer”,
Buenos Aires, Andrés Bello, 2004, cap 6, Las aventuras de Eustaquio, y 7, Cómo finalizó la
aventura
110
C.S. Lewis, ob. cit., cap. 7, p. 116, 117
111
Cfr. O. Clément, ob. cit., p.7

15
confianza total en Cristo”.112

Individualismo
Otro tipo de hombres al que alude Stein es el individualista,
“que gira siempre alrededor de su propio yo. Mirando superficialmente,
pudiera parecer que vive muy en su interior, y, sin embargo, tal vez ningún otro
tipo tenga más cerrado el camino que a esas profundidades conduce.”113

El individualismo, el cerrarse uno sobre sí, lleva a la soledad, a la imposibilidad


de verdaderos vínculos con los demás, y con la propia realidad. Por eso puede decirse
que
“con los hombres también se está solo”114
El profundo drama de la soledad es que no pasa –al menos no solamente- por la
soledad física, sino por el no poder estar a gusto con otro, no poder compartir, no ser
comprendido, acompañado, consolado, querido, y no comprender, no acompañar, no
consolar, no amar. Es que no debemos olvidar que “el hombre es por naturaleza una
realidad social.”115 Buscar el bien propio fuera de los vínculos con otros hombres es un
camino errado; es extraviarse de la propia naturaleza, y lleva a la soledad del
individualismo en la cual hoy en día es muy fácil caer, si uno no está atento.

El Principito, que con su simpleza veía en lo profundo del corazón del hombre,
luego de visitar varios planetas, piensa respecto del farolero:
“es el único que no me parece ridículo. Quizás porque se ocupa de una cosa
ajena a sí mismo.”116
El oficio del farolero no tenía mucho sentido, pero al menos implicaba que el
hombre se ocupara de algo que no fuera él mismo, a diferencia del rey, el vanidoso, el
hombre de negocios o el bebedor. La verdadera salida de la ridiculez del
individualismo es el volcarse al otro, crecer en capacidad de entrega.
Nuestro valiente principito se dejó picar por la serpiente para volver a su
amada rosa; contra todo consejo “razonable”, supo afrontar el miedo y no actuar
presa del mismo. Cuando Edith Stein habla de encerrarse en el castillo interior, no hay
nada semejante al individualismo en ese “encierro”, sino que es el contenerse a uno
mismo en sus propios límites, para poder entregarse verdaderamente. Quien no se
tiene a sí mismo, quien no es dueño de sí –o porque se deja llevar por las pasiones
irreflexivamente, o porque se ha vendido– no puede entregarse a nadie, ya que nadie
da lo que no posee. La virtud de la castidad, entendida de esta forma, como
educación de la capacidad de entrega real de sí y acogida del otro, es gran maestra
de la ética. ¿Qué ética podemos cultivar si no crecemos en nuestra capacidad de
entrega a los demás?
André Léonard habla con otro lenguaje de este mismo tema:
“Dependerá de nosotros y de nuestra opción de vida que el deseo sexual se
112
Ibidem, p.23
113
Edith Stein, ob. cit., p. 200
114
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XVII, p.74
115
“φὐσει πολιτικὸν ὀ ἄνθρωπος”, Aristóteles, ob. cit., 1097 b, 11
116
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., XIV, p.64

16
entregue a su anarquía primitiva, o que se repliegue de manera narcisista sobre sí
mismo, o que, por el contrario, se transfigure desde dentro y se ponga al servicio
del amor de una persona. El poder dar marcha atrás que tenemos con respecto a la
inmediatez del deseo sexual –dicho de otro modo, la virtud de la castidad en el
sentido amplio del término– expresa el carácter propiamente humano de este deseo
involuntario.”117
Los impulsos involuntarios no operan en nosotros con una causalidad
necesaria, sino que son para la voluntad; le dan motivo para ponerse en juego. Es la
propia tarea de la libertad bien entendida el ir ordenándolos, el ir haciendo realidad el
secundum rationem esse.

Vivir desde el “centro”


Como salida de la crisis de nuestra cultura, Lersch propone una nueva
interiorización, que entiende como “un volver a recobrar aquel centro íntimo y
profundo de nuestra alma, del que provienen los movimientos del corazón.” 118 Desde
este centro se vuelven posibles los ámbitos que habían quedado vedados al hombre:
la reverencia, el amor, la emoción religiosa, la apertura a toda trascendencia, la
búsqueda de sentido, el compromiso con lo real. No es el encerrarse escapando del
mundo, sino que es el modo genuino de afrontar el mundo.119
Edith Stein comprende profundamente la unidad integral del hombre, y
describe con particular belleza lo que sería vivir desde el propio centro:
“Cuando el alma se halla en lo profundo de este su reino íntimo, entonces es
dueña absoluta de él y es libre de trasladarse desde allí adonde le plazca, sin
abandonar su lugar propio, su centro.”120
Es lo contrario del estar di-vertido, volcado hacia lo exterior; es vivir desde el
fondo del alma, desde el fundamento metafísico 121. El alma está llamada a reinar
dentro nuestro, y para ello debe conservar su lugar, su importancia, su autoridad
propia, su ámbito, y debe ser obedecida con docilidad como todo buen gobernante.
“El hombre está llamado a vivir en su interior y a ser tan dueño de sí mismo
como únicamente puede serlo desde allí; sólo desde allí es posible un trato
auténticamente humano aun con el mundo; sólo desde allí puede hallar el hombre
el lugar que en el mundo le corresponde.”122
Vivir desde el centro es hacerse responsable de la propia vida, tomarse a sí
mismo y a la búsqueda de la verdad con seriedad, y tomar las riendas de su actuar;
ser dueño de sí. Es estar presente desde lo intelectual y lo afectivo, sin recortar la
persona, actuando desde la profundidad del ser integral.
“Obrar no es sólo un decidir o elegir con relación al mundo, sino también es
siempre un decidir sobre sí mismo, un elegirse a sí mismo, determinarse y
realizarse uno a sí mismo.”123
En todo lo que hombre hace, se hace. No en forma absoluta, como si no tuviera
esencia, sino que va desplegando las posibilidades que lleva dentro. Pero no cualquier
actividad humana despliega su verdadera esencia.
“Mientras no contenga al Increado y se vuelva hacia realidades creadas que
absolutiza, es la nada lo que surge, porque el hombre es una cavidad, una nada que
quiere llenarse de Dios.”124
Esta tarea de la vida de desplegar la propia esencia abiertos a la trascendencia
trae aparejado el remar contra muchas corrientes: la corriente de la masificación, de
la comodidad, del psicologismo determinista, de la lujuria desenfrenada, del no-
compromiso individualista, el relativismo y tantas otras poderosas “corrientes” de la
117
A. Léonard, ob. cit., p.28
118
P. Lersch, ob. cit., Cap. V, p.94
119
Cfr. Ibidem, p.102
120
Edith Stein, ob. cit., p. 195
121
Cfr. P. Lersch, ob. cit., Cap. V, p.126
122
Edith Stein, ob. cit., p. 196
123
P. Lersch, ob. cit., Cap. V, p.117
124
O. Clément, ob. cit., p.27

17
actualidad. Implica poner en juego la propia libertad, arriesgarse, con el cuidado de
guardar el “tesoro precioso” que es su morada interior125. Por eso implica una
conversión, una completa y profunda transformación de la vida. Si uno se decide
verdaderamente a remar contra esas corrientes para conquistar el propio centro del
alma, se va acercando cada vez más a su propia verdad, y va creciendo en libertad.
“el centro más profundo del alma es también el centro de la más perfecta
libertad.”126
En lo más hondo de nuestra interioridad está la fuente de la que deben manar
nuestras decisiones, nuestros actos, al menos los más relevantes para nuestra vida.
La libertad situada no es algo estático e invariable dado al hombre de una vez y para
siempre, sino que es una “vocación exigente”, que en esta vida siempre puede
satisfacerse un poco más plenamente.127

“El alma tiene derecho de disponer y decidir de sí misma. La misteriosa


grandeza de la libertad personal estriba en que Dios mismo se detiene ante ella y la
respeta.”128
Si el Creador, Dios Todopoderoso, se inclina y se hace impotente ante nuestra
libertad, será porque ésta es algo sagrado, más que valioso, y cualquiera que la
descuide, la niegue o la malgaste, se está descuidando, negando o malgastando a sí
mismo.129 Nosotros debemos imitar a Dios e inclinarnos ante nuestra libertad, y ante
la libertad de cada hombre, y respetarla, como se hace con las cosas sagradas.

Misterio de la presencia del otro, que me llama


Saint-Exupéry, a pesar de ser adulto y de vivir en el mundo, puede
comunicarse con el Principito porque no ha perdido la capacidad de asombro. No
desprecia la mirada pura del niño y sus planteos; los respeta profundamente; se deja
sorprender por ellos aunque no siempre los entienda del todo.
“- Por favor..., dibújame un cordero...”, le pide el niño,
“Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible
desobedecer. Por absurdo que me pareciese, a mil millas de todo lugar habitado y
en peligro de muerte, saqué del bolsillo una hoja de papel y una estilográfica.”130
Respeta el misterio del otro que tiene en frente. Por eso puede entrar en
diálogo con el Principito, y estrechar con él lazos de amistad.
“Entreví rápidamente una luz en el misterio de su presencia”131
Entrevió, no vio con claridad; pero vio lo suficiente como para reconocer que la
persona del otro entraña un misterio, y que el misterio no es en sí algo oscuro, sino
luminoso. Llama la atención esta relación entre el misterio y la obediencia. El toparse
con algo misterioso, con una realidad que no puede abarcar desde su intelecto, no lo
lleva a relegarla como “cosas de ignorantes o de niños”, sino todo lo contrario: lo
impele a obedecer, se ve llamado por esa realidad. No se acobarda ni se avergüenza
de hacer algo que, a los ojos de muchos, sería considerado absurdo, tonto, ridículo,
poco serio, irrazonable.

“Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.”132


El Principito ha domesticado a su rosa, ha “perdido” tiempo por ella, y se sabe
responsable de ella. No debe descuidarla. En esta línea, quizás más drástica todavía,
se sitúa Lévinas, que ubica el comienzo de la propia identidad recién cuando uno
percibe el carácter sagrado del rostro del otro. Y el rostro del otro habla, dice, y su
palabra es para uno una orden, un mandato:
125
Cfr. Edith Stein, ob. cit., p. 196
126
Ibidem, p. 199
127
Cfr. A. Léonard, ob. cit., p.81
128
Edith Stein, ob. cit., p.198
129
Cfr. O. Clément, ob. cit., p.13
130
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., II, p.16
131
Ibidem, III, p.19
132
Ibidem, XXI, p.87, 88

18
“El “no matarás” es la primera palabra del rostro. Ahora bien, es una orden.
Hay, en la aparición del rostro, un mandamiento, como si un amo me hablase. Sin
embargo, al mismo tiempo, el rostro del otro está desprotegido; es el pobre por el
que yo puedo todo y a quien todo debo.”133
“Empleo esta fórmula extrema. El rostro me pide y me ordena.”134
La misma presencia del otro, sobre todo en su rostro, le impele a responderle;
uno no puede callarse o mirar para otro lado, sino que tiene el deber de responder a
esa llamada. Este modo de considerar al otro es para Lévinas “el presupuesto de
todas las relaciones humanas”.135
Antes de cualquier rol que uno asuma en la sociedad, más o menos
temporalmente, está este deber primordial de hacerme cargo del otro sin pretender
nada a cambio. De allí debe surgir la educación, los buenos modales, la ética. Saint-
Exupéry se siente responsable del Principito; el Principito de su rosa. Lévinas da un
paso más al considerar la responsabilidad como la estructura esencial de la
subjetividad: lo que a uno lo constituye como sujeto es el hacerse responsable del
otro; esto es la ética.136 Para él la ética viene antes que la metafísica. Antes de
preguntarse qué es el hombre, por ejemplo, tiene frente a sí un rostro que lo llama, y
debe darle una respuesta; la respuesta ética. Es en el acceso al rostro del otro que
Lévinas halla el camino para el acceso a la propia identidad y a Dios.

“No me importaban ni el martillo, ni el bulón, ni la sed, ni la muerte. En


una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que necesitaba
consuelo. Lo tomé en mis brazos.”137
Saint-Exupéry reconoce que no es fácil llegar al otro, aunque uno quiera
ayudarlo, consolarlo.
“No sabía cómo llegar a él, dónde encontrarlo...¡Es tan misterioso el país de
las lágrimas!”138
Pero el amor siempre encuentra una manera. Eros, como dice Platón, aunque
es hijo de Penía -personificación de la indigencia- también lo es de Poros, dios rico en
recursos, por eso el amor siempre encuentra una manera. 139 Ante el sufrimiento del
otro, todas las preocupaciones urgentes y mundanas pasan a un segundo plano. Y
esto no surge como resultado de un razonamiento largo y tendido, prolijo, bien
fundamentado y argumentado, sino como respuesta de toda la persona ante la
inminente realidad del sufrimiento ajeno. Se pone en juego la real jerarquía de
valores.

133
E. Lévinas, ob. cit., cap. 7, El rostro, p.75
134
Ibidem, cap. 8, La responsabilidad para con el otro, p.81
135
Ibidem, cap. 7, El rostro, p.75
136
Cfr. Ibidem, cap. 8, La responsabilidad para con el otro, p.79
137
Antoine de Saint-Exupéry, ob. cit., VII, p.37
138
Ibidem, p.38
139
Cfr. Platón, Banquete en Diálogos, tomo III, Madrid, Gredos, 1997, 203 b, c, d, e, y nota nº
99

19
Tratamos de reflexionar en estas páginas sobre cómo se nos oscurece y
dificulta el camino del secundum rationem esse, y buscamos con los textos leídos
algunas líneas de salida, de luces, de esperanza, no para tener cerrados y
solucionados los temas, sino para comenzar el viaje a nuestro centro del alma y de allí
al mundo y a los otros. Siempre en búsqueda, mas no a la deriva.

“Esta época necesita hombres que sean como árboles, cargados de una paz
silenciosa, arraigada a la vez en plena tierra y en pleno cielo.”140

Arraigados en la tierra, con fuertes raíces, porque son conscientes de que “lo
que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado.” 141 Y a la vez con la
mirada puesta en el cielo para evitar la chatura de la racionalización y la
irracionalización, con todas sus consecuencias, siendo capaces de alzar la mirada y
abrirnos al misterio y a la trascendencia que se manifiesta en los rostros, en los otros,
en el centro del alma, en la belleza del mundo.

Como decíamos al comienzo, es preciso hacernos como niños y recobrar


aquella mirada que, desde su pureza, penetra en lo profundo de lo real sin distraerse
con cosas vanas.

140
O. Clément, ob. cit., p.31
141
F. L. Bernardez, ob. cit.

20
- Theodor W. Adorno, Minima moralia, Madrid, Taurus, 1999, parágrafo 150.
- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, Tratado sobre la prudencia, q.
47, 48, 49, 50, 53, 54, Buenos Aires, Club de Lectores, Tomo XI, 1948
- Aristóteles, Ética a Nicómaco, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, ed. bilingüe y trad. de María Araujo y Julián Marías, 2002,
Libro I
- Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1998
- Martín Blaquier, Pensamientos y relatos intrascendentes, Buenos Aires, Artes
Gráficas Integradas, 2001
- Olivier Clément, Sobre el hombre, Madrid, Encuentro, 1983, cap. 1, Una
antropología a la que se accede por el arrepentimiento
- Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, cuento Preámbulo a las
instrucciones para dar cuerda al reloj, Madrid, Santillana, 2001
- Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Buenos Aires, La marca, 1995,
caps. La separación consumada y La mercancía como espectáculo
- Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires, Sur, 1969,
cap 1, Medios y fines.
- Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, Buenos Aires, San Pablo, 1995
- André Léonard, El fundamento de la moral, Madrid, BAC, 1997, cap 1, La
estructura del obrar humano voluntario
- Philipp Lersch, El hombre en la actualidad, Madrid, Gredos, 1982, Cap. I-V
- Emmanuel Lévinas, Ética e Infinito, Madrid, La balsa de la medusa, 2000, cap.
7, El rostro; cap. 8, La responsabilidad para con el otro
- C.S. Lewis, Las Crónicas de Narnia, libro III: La travesía del “Explorador del
Amanecer”, Buenos Aires, Andrés Bello, 2004
- Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, Madrid, Edaf, 2006 (parágrafos 1 a
55)
- Josef Pieper, El descubrimiento de la realidad, Madrid, Rialp, 1974, Primera
parte: La realidad y el bien.
- Platón, Banquete en Diálogos, tomo III, Madrid, Gredos, 1997
- Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Buenos Aires, EMECÉ, 2003
- Edith Stein, La ciencia de la cruz, Burgos, Monte Carmelo, 1989, II, 2, Muerte
y resurrección, b: El alma, el yo y la libertad
- Paul Virilio, El arte del motor, Buenos Aires, Manantial, 2003, caps. Del
superhombre al hombre sobrexitado, y El arte del motor

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