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Otros autores aseguran, que la situación social y económica de las clases bajas es tal
que los miembros de esas clases no valoran la educación porque no le atribuyen valor
práctico y no pueden permitirles a sus hijos el “lujo” de una educación prolongada
frente a su necesidad de emplearlos precozmente para contribuir al sustento del hogar.
Si bien no podemos ignorar las consecuencias que estos factores tienen sobre el
aprendizaje, cada vez que se habla de deserción y fracaso escolar, se los considera como
un fracaso de los individuos o del sistema social, económico y político pero nunca se
considera a la propia escuela como parte del fracaso, ya que muchas veces hay una
incapacidad de la misma, para comprender la capacidad real del niño, incapacidad para
entender los procesos naturales que llevan al niño a adquirir conocimiento e incapacidad
para establecer un puente entre el conocimiento formal que desea trasmitir y el
conocimiento práctico del cual el niño, por lo menos en parte, dispone.
En el examen formal, el examinador les ofrecía lápiz y papel y les pedía que resolviesen
las cuentas utilizando los métodos enseñados en la escuela.
Una primera lectura de los resultados del estudio es que no existe una única lógica
correcta para resolver los cálculos. La escuela nos enseña como deberíamos multiplicar,
restar, sumar y dividir; esos procedimientos formales, cuando se siguen correctamente,
funcionan. Sin embargo, esos niños y adolescentes demostraron que podían utilizar
métodos de resolución de problemas que, aunque totalmente correctos, no eran
aprovechados por la escuela. De hecho, al resolver los cálculos mentalmente, sin ayuda
de lápiz y papel para anotar los resultados intermedios, estaban mostrando una gran
capacidad para superar la situación sin hacer uso de esas “facilidades” del sistema
escolar.