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miércoles 27 de junio de 2007 → Cultura → Amanecer en el Zócalo

Javier Aranda Luna

Amanecer en el Zócalo
Tiene razón Carlos Monsiváis cuando, al hablar de Amanecer en el Zócalo, me suelta a bocajarro: es emocionante, Elena Poniatowska representa lo mejor del
país, es un gran libro lo que nos entregó, es fabuloso, y seguramente por provocar con sus obras la emoción duradera, Poniatowska acaba de ganar el Premio
Rómulo Gallegos por su novela El tren pasa primero, basada en movimiento ferrocarrilero mexicano de 1959.

Pero vuelvo a su crónica más reciente escrita a manera de diario: Amanecer en el Zócalo emociona por las voces que nos cuentan una misma historia desde
diferentes planos: la historia del plantón en el Zócalo después de darse a conocer el resultado de la pasada elección presidencial. Allí se escuchan las voces de los
crédulos y los incrédulos, los expertos y los de a pie, los ladridos de la derecha analfabeta y la izquierda que añora a Stalin; la voz de Andrés Manuel López
Obrador dando línea al movimiento y la del pequeño Lucas que, en plenos días del plantón, le pregunta a su abuela, ¿qué es la política?

Este libro es el retrato hablado de la resistencia civil pacífica que baila por las noches y juega futbol; las instantáneas de 50 días hechas a voces de uno de los
movimientos sociales más importantes de nuestra democracia después de la movilización estudiantil de 1968.

Amanecer en el Zócalo es un libro de crítica política pero, sobre todo, un volumen que refrenda al testimonio como uno de los más complicados y vivificantes
géneros literarios.

El Nobel Octavio Paz descubrió hace tiempo que Elena Poniatowska dominaba el sutil y difícil arte de escuchar, fundamento del arte literario. Este libro es
muestra de ello.

Con distintas voces recogidas aquí y allá, Poniatowska nos da el ambiente del movimiento, nos cuenta historias individuales que en conjunto forman una gran
historia en la que es posible oler la mierda y la esperanza, sentir el cansancio de los días y la incomodidad de las noches en la plancha de piedra, o nos hace mirar
que la pasión política es tan fuerte como la pasión amorosa o que la historia nunca es de bronce ni de foto fija ni labor de hagiográfo sino, sobre todo, vida
menuda, hervidero de las horas donde podemos ver los camaleones de ayer que son los de hoy y los de pasado mañana.

Escribí que el más reciente libro de Poniatowska es también un libro de crítica política. Y lo es pero de una manera poco ortodoxa: Elena, para poner el dedo en
la llaga no pontifica, duda; más que condenar, describe con las voces de otros y sus interrogantes personales las miserias de la política y la condición humana.

Amanecer en el Zócalo entreteje, con su cúmulo de voces, una de las críticas mejor fundamentadas a López Obrador y a nuestra izquierda que nunca termina de
dividirse.

Ni qué decir de nuestra derecha cavernaria: si Poniatowska le da voz a los sin voz, los yunketos vestidos de junior también aparecen con sus amenazas
tartamudas.

Cuando Poniatowska se metió al activismo político en la pasada contienda electoral le comenté a Carlos Monsiváis que se exponía demasiado. Cuando la vi
defender en un mensaje televisivo a López Obrador por la campaña de odio armada en su contra, me pareció una locura. La derecha le echó encima a Elena toda
su artillería.
Contra mis pronósticos, Monsiváis me dijo que saldría fortalecida. Hace unos días me lo volvió a repetir. Se meta en lo que se meta, Elena sale fortalecida. Así
es porque ella es una guerrera de conducta intachable a quien mueven sus convicciones, sus valores y no el valor del dinero; una guerrera que cree que la vida
puede ser de otro modo, más amable, más propensa a la felicidad si la felicidad puede ser y es ''una sillita al sol".

Amanecer en el Zócalo es una magnífico diario escrito por quien Monsiváis ha considerado como ''la mejor, más intensa cronista de la múltiple realidad
mexicana", por la escritora que ha vuelto indecisas las fronteras entre lo cotidiano y lo insólito según Octavio Paz, por la escritora cuya militancia por las buenas
causas le viene de José Revueltas, por la escritora a quien poco importan los géneros literarios sino contar historias que lo mismo las arma con personajes
ficticios o de carne y hueso, con nombres de otros o con el suyo propio.

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