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La pinta del banquero

Con el argumento de que los bancos deberían hacer negocios con su propio capital
y no con el de sus clientes, como lo hacen el resto de empresas, una economista
de Stanford tiene en vilo a Wall Street.

Al igual que en el cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del


emperador, en el que un niño es el único capaz de decir que el
emperador no tenía un traje transparente que solo podían ver los más
inteligentes, sino que estaba desnudo; una economista de Stanford de
origen israelí parecería estar diciendo la misma verdad obvia sobre los
bancos.

Se trata de Anat Admati, una de las 100 personas que Time eligió este
año como las más influyentes del mundo, quien escribió un libro con
propuestas que tienen en vilo a Wall Street y al sistema financiero del
mundo desarrollado. 

En su obra The Banker’s New Clothes: What’s Wrong With Banking and
What to Do About It (El traje nuevo del banquero: qué ocurre con la
banca y qué hacer con ella, según una traducción digital que se vende
en internet) hace un análisis muy sencillo: ¿por qué los bancos, incluso
después de las crisis financieras, hacen 95% de sus negocios con dinero
de sus clientes y no arriesgan el propio? Muchas otras industrias
quisieran poder hacer lo mismo, pero no pueden y tienen que poner su
propio capital, vendiendo acciones o endeudándose. ¿Es que los
banqueros tienen corona? Se pregunta la economista y su respuesta es
un tajante no. Agrega que las reformas financieras deberían buscar que
los bancos trabajen con más capital propio y menos con el de sus
clientes, para que así, cuando tengan problemas, no se lleven por
delante las economías de sus países.

Este planteamiento está siendo considerado por banqueros centrales,


hacedores de política y economistas alrededor del mundo y, por eso, la
revista Time la calificó como una persona influyente.

La preocupación de los mercados financieros está en que Admati, quien


en realidad es coautora del libro, pues también participó su colega
Martin Hellwig, no solo está siendo escuchada en eventos clave para la
industria como el Foro de Davos o el Comité Bancario del Senado
estadounidense, sino que a principios de agosto fue invitada por el
presidente Barack Obama a un almuerzo para discutir sus ideas sobre
cómo acelerar el crecimiento y la competitividad.
Al almuerzo también asistieron otros economistas prominentes como el
premio Nobel Paul Krugman. El evento despertó suspicacias en Wall
Street, pues comisionistas y banqueros temen que a Obama le hablen al
oído economistas con ideas en contra del sistema financiero.

Lo que no les gusta de la israelita y su libro es su propuesta de que la


mejor manera de controlar el sistema bancario consiste en preocuparse
menos de lo que hace con el dinero y más en sus fuentes de
financiación.

Eso llevó a Admati a sugerir que los bancos sean obligados a ampliar
hasta 30% su financiación a través de la venta de acciones, seis veces
más que la media actual de los grandes bancos estadounidenses. Esto,
según un análisis de The New York Times, no afectaría sus fuentes de
financiación pero sí limitaría en gran medida su capacidad para pagar
dividendos, uno de los principales atractivos para los accionistas de los
bancos.

Aunque sus ideas han sido calificadas por sus críticos como poco
prácticas y dañinas para la economía estadounidense, figuras
destacadas como el vicepresidente de la Reserva Federal, Stanley
Fischer, destacaron su campaña pues desde 2008, tras la crisis
financiera, ella viene criticando la forma como se regula la banca.

Hasta antes de ese año, Admati estaba dedicada a resolver complicados


modelos financieros, sin ponerle mucha atención al sistema mismo, pero
con la crisis empezó a meterse en el tema. Lo que descubrió –millonarios
bonos para los banqueros, elevada toma de riesgos y altas utilidades,
entre otras cosas–, le molestó tanto que desde entonces empezó a
buscar soluciones distintas a las tradicionales, las cuales finalmente
plasmó en su libro.

No obstante, sus propuestas no tienen un camino fácil. A las críticas de


los banqueros se suman las de autoridades como Fischer, quien insiste
en que son ideas lógicas pero que su país es práctico y no puede
implementarlas si otros países no lo hacen. Temen que si les exigen más
capital a sus bancos, las empresas sufran por una menor oferta de
crédito o se vayan a buscarlo fuera de Estados Unidos. 

Así las cosas, parecería que el traje de los banqueros seguirá siendo
visible solo para unos pocos..

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