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La represión en manos de la policía, las fuerzas militares y las bandas paramilitares, así como
los incesantes conflictos gremiales que tendían a desbordar a las dirigencias sindicales (la
“burocracia sindical”) y que culminan en acciones directas, terminan de definir un panorama en
el que la violencia ya no es un fenómeno latente, sino que estaba instalada en la calle.
cuando la violencia tomó la calle centros de arte del Di Tella, los primeros ’70 vieron emerger un nuevo experimentalismo que
continúa con la exploración de materiales (incluidos los “contenidos ideológico-políticos”3) y
formatos no convencionales. Estos artistas argentinos, que Marchán Fiz engloba dentro de los
Apuntes “conceptualistas ideológicos”, fueron interpelados por una nueva institución que intentó
cooptar a varios de ellos en lo que se llamó el Grupo de los Trece4: el CAyC (Centro de Arte y
para una estética Comunicación), dirigido por Jorge Glusberg. Entre estos artistas, había varios muy politizados,
algunos de ellos simpatizantes o allegados, “contactos” de las organizaciones armadas.
A diferencia de la vanguardia de los ’60 que había abandonado estrepitosamente las
e la violencia instituciones artísticas, podría decirse que si bien ese grupo (cambiante) de artistas politizados
continuó con emprendimientos callejeros, no desechó participar colectiva o individualmente en
ocasión de distintas convocatorias institucionales, y lo hizo con obras que se planteaban
Ana Longoni (UBA)
alcanzar un fuerte impacto político. Una de sus estrategias fue el aprovechamiento de los
intersticios que las instituciones culturales dejaban abiertos, para lograr instalar allí un acto,
una denuncia, una acción política.
Otra distancia a señalar con las producciones artístico-políticas de la década anterior, es que las
obras aquí analizadas aluden a la violencia política ya no en términos abstractos, cuestión de
principios o vaga estrategia futura sino en tanto contundente accionar represivo, maquinaria de
guerra, masacre, encarcelamiento y tortura; ya no la violencia en su dimensión ético-estética,
Durante los primeros años ’70 se evidencia el impacto de la radicalización política que
sino en toda su carnadura histórico-política. Las alusiones a la masacre de Trelew (ejecución de
atravesaba a la sociedad argentina sobre un número extendido de artistas, sus producciones,
dieciséis guerrilleros detenidos en la cárcel de Rawson como represalia a un intento de fuga el
sus modos de intervención. No parece errado afirmar que entonces los intentos por conjugar
22 de agosto de 1972) y a los sucesos de Ezeiza (matanza indiscriminada por parte de las
arte y política quedaron sujetos crecientemente a la lógica (de las urgencias) de la política.1
bandas armadas de la derecha peronista sobre la multitud reunida el 20 de junio de 1973 para
Algunos episodios, sin embargo, muestran que hubo producciones que excedieron y
recibir a Perón tras 18 años de exilio), otorgan a estas obras cierta condición de
complejizaron esa tendencia general a la instrumentalización que la política ejerció sobre las
conmemoración pública contraoficial (de una otra oficialidad), de recordatorio ante un
prácticas culturales, en las que la labor del artista aparecía reducida a ser ilustración de la letra
aniversario, de monumento efímero.
(de la política).
Si la escena artística experimental había estado atravesada durante la década anterior por
afanes cada vez más radicales de violentar el arte y sus límites, aquí podríamos pensar que se
I. La violencia está en la calle
trata de “artistificar” la violencia (política), de darle estatuto artístico. Ya en el “itinerario” del
En el marco de lo que Portantiero llama “crisis orgánica” 2, una convulsionada coyuntura
‘68”5 encontramos como recurso la apropiación de los procedimientos de la violencia política
política y social se abre con el Cordobazo (1969) y transita el declive de la dictadura de
en la obra artística, cuando aquella era todavía inminente y difusa, molecular; pero esta vez la
Onganía, la dictadura de transición de Lanusse, las elecciones de marzo de 1973 y la llamada
“violencia revolucionaria” está instalada en la calle y encarnada por sujetos políticos concretos.
“primavera camporista”. Las organizaciones armadas revolucionarias cobraban una
No puede ser sólo parte de una apelación o una expresión desiderativa.
envergadura creciente en la escena política —que el proyecto lanussista del Gran Acuerdo
Nacional buscaba desarticular—, y emprendían un combate que no sólo ocurría en el monte