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Esta iniciativa, cada vez más numerosa en todo el mundo, asume diversas medidas para reducir el

problema de los residuos, de manera que los vertederos y las incineradoras desaparezcan de
forma progresiva. Sus impulsores propugnan un cambio de modelo, en el que los productos se
diseñen para no convertirse en un desecho inútil y contaminante, y en el que toda la sociedad
asuma pautas ecológicas de consumo y gestión de los residuos. Cada vez más ciudades y
comunidades de todo el mundo ponen en marcha políticas de reducción y tratamiento de los
residuos basados en estas ideas.

Las organizaciones ecologistas llaman a la gestión de los residuos urbanos «el gran problema
oculto», porque los ciudadanos no son conscientes de él. La práctica más generalizada consiste en
guardarlos en vertederos o quemarlos en incineradoras. La basura desaparece de la vista, pero a
costa del medio ambiente y del bolsillo de los contribuyentes que pagan por estos servicios. Lejos
de disminuir, es una molestia creciente: la ONU prevé para 2025 la multiplicación por cinco de la
generación de desechos per cápita en los países desarrollados.

El movimiento «Basura cero» recuerda que en la naturaleza nada es un desecho que se abandona,
sino que se reaprovecha en un ciclo continuo. Sostiene que la basura no es un residuo inevitable
que hay que esconder, sin importar las consecuencias ambientales y económicas. Sus impulsores
destacan la necesidad de las tres clásicas erres del ecologismo (reducir la producción, el consumo
y los desechos; reutilizar los productos y alargar su vida útil; y reciclarlos una vez que son
desechados) y la práctica del compostaje, pero pretenden ir más allá. Su objetivo final es cambiar
el modo actual de producción y que todos los actores sociales, tanto las empresas como las
instituciones y los consumidores, asuman su responsabilidad.

Las empresas tienen que modificar su modelo productivo. Bajo el principio de la «Extensión de la
Responsabilidad del Productor» (ERP), los fabricantes se comprometen a cuidar del producto, su
envase y embalaje durante todo su ciclo de vida. Los bienes de consumo tienen que diseñarse y
producirse para generar el menor impacto ambiental posible desde su origen. Si no lo consiguen,
los productores tienen que asumir los costes económicos y ambientales de su recogida y
eliminación segura. La prioridad debe ser la creación sostenible de productos de múltiples usos y
de larga vida, la utilización de materiales no tóxicos, biodegradables, reciclados y reciclables, el
ahorro de recursos naturales y energía o la reducción de las prácticas contaminantes.

Los seguidores de este movimiento destacan no sólo sus ventajas medioambientales, sino también
las económicas. Además de ahorrarse los costes de mantener los vertederos y las incineradoras,
los sistemas de reciclaje y compostaje permitirían a las comunidades locales la generación de
importantes ingresos y puestos de trabajo.

Las ciudades y comunidades que aplican la filosofía «Basura cero» son cada vez más numerosas. La
capital australiana, Canberra, fue la primera del mundo en aplicar una legislación basada en estas
ideas. En 1995, se planteó el objetivo de «ningún desecho en 2010″.

En Boulder (Colorado), en el año 1976, los vecinos de esta ciudad decidieron pasar a la acción
contra el derroche de los recursos, naciendo así Eco-Cycle, uno de los programas pioneros de
reciclaje en Estados Unidos. En el centro de reciclaje de la compañía trabajan actualmente 60
personas, capaces de procesar hasta 40.000 toneladas de residuos al año. El centro se compone de
una planta de compostaje para los residuos orgánicos, un centro para el reuso, otro para la
recuperación de nutrientes tecnológicos, otro para reciclables difíciles y una última instalación
para procesar los residuos finales.

La ciudad de San Francisco (EE.UU.), con siete millones de habitantes, tomó buen ejemplo y aplicó
un sistema que logró, en diez años, reducir en un 50% sus residuos urbanos. En la actualidad, unas
40 comunidades estadounidenses, algunas tan importantes como Berkeley, Nueva York o Seattle,
cuentan también con algún programa de «Basura cero».

Canadá es otro modelo: una veintena de lugares han asumido estas iniciativas, entre ellos, Ontario
y Toronto, dos de las ciudades más grandes del país. Halifax es un caso paradigmático. Capital de
Nueva Escocia, una provincia canadiense de casi un millón de habitantes, ha logrado reducir en un
65% la cantidad de residuos enterrados. Para ello, en 1997 se asumió un ambicioso programa que
logró recuperar y reciclar millones de desechos en cinco años. Esta práctica generó mil nuevos
puestos de trabajo.

Nueva Zelanda es el primer país del mundo en adoptar planes de «Basura cero» en todo el
territorio. La Zero Waste New Zealand Trust es una institución creada de forma específica para
alcanzar este objetivo.

En Bolivia esta iniciativa ha sido traspuesta a las ordenanzas municipales de grandes ciudades
como Santa Cruz de la Sierra. Su proceso de implementación es lento, con muy poco apoyo de las
entidades locales y empresariales. La selección y separación en origen ha sido todo un fracaso a
primer semestre de 2009.

Fuentes:

Ecoticias.com, 8 septiembre 2009


Consumer.es, 7 septiembre 2009
Fundación Vida Sostenible, 8 septiembre 2009
www.elmundo.es, 27 abril 2012

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