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La creación literaria es una actividad que el ser humano ha venido realizando desde el
inicio de su existencia. Desde los ancestros que alrededor del fuego compartían voz a
voz el saber de sus pueblos, pasando por la publicación de millares de historias
gracias a la imprenta, hasta la más reciente revolución del internet que nos permite
gozar -y sufrir- de múltiples textos. Aunque este fenómeno nos ha acompañado mucho
tiempo, no sabemos con certeza y claridad cómo responder cuando nos preguntan
¿Qué es la creación literaria? Se han aventurado diferentes formas de aproximación y
múltiples intentos de respuestas que pueden considerarse inacabadas, quizá, porque
la misma fuerza de la creación impide ser atrapada. No considero que esto sea un
problema, por ello, en este ensayo voy a argumentar lo que para mí ha venido siendo
este fenómeno, sin pretender encerrarlo o reducirlo, y sin pretender, tampoco,
generalizarlo. Más bien aventuraré una forma más de acercarme a la creación
literaria, que tendrá la condición de construirse desde mi experiencia como creador e
invito de una vez a los posibles lectores a que pongan en diálogo mis convicciones con
las suyas. Sin más misterios iniciaré diciendo que la creación literaria es un conjunto
de herramientas que nos ponen en contacto con nosotros mismos.
Lo singular de cada uno es un asunto que me inquieta desde hace unos años. La
búsqueda de mí ha sido un viaje que he emprendido hace un tiempo. En el trayecto
me encontré realizando una deliciosa actividad: la creación literaria. Mis primeros
acercamientos a la escritura se dieron en los salones de un preuniversitario. Recuerdo
muy bien que ese día una sensación vaga e incómoda me habitaba. El profesor salió
del aula e intuitivamente decidí empezar a escribir. Una brisa ligera empezó a
reemplazar el pesado aire en mi pecho. Reconstruí en el papel lo que sentía sin
preocupación por la forma en la que lo decía e incluso sin temer de decirme algunas
verdades. Al hacerlo liberaba asuntos que me intranquilizaban, asuntos que solo al
expresarlos podía sentir calma. “La cura por la palabra” diría Freud. Escribir para lidiar
con la vida. Desde entonces en cada momento crítico acudo al esfero y al papel.
Actualmente la escritura no siempre me tranquiliza, en momentos ocurre lo contrario,
me agobia, y en otros excede los límites binarios de la incomodidad y el confort y me
permite explorar otras emociones. Lo que sí es común es que en esos momentos en
los que escribo puedo expresar un ahogo, un sufrimiento, una fascinación, o una idea,
o simplemente curiosidades que antes de arrojarme al ejercicio creador no podía
elaborar. A veces escribo y me sorprendo -grata e ingratamente- con lo que digo.
Tengo la convicción de que la creación literaria es una forma de pensar, de sentir y de
actuar lo que hay en mí, y que al hacerlo me apropio de mi experiencia. La conecto.
Luego, empecé a escribir con un grupo de amigos. Para entonces la creación literaria
era lo mismo que escribir. Escribíamos por el placer de escribir, de fantasear con los
ritmos de las palabras, con presencias desconocidas, de sentirse Dios y construir el
mundo de un esquizofrénico, o de una mujer ideal. En ese momento mi proceso
creativo dejaba algo más concreto, algo que tenía más el cuerpo de un relato corto, o
de un poema, ya se sentía una historia, una intención. Hace poco me puse a revisar
estos textos y algo me llamó la atención. Reconocí que aquello que vivía en una
extensión amplia de tiempo era concentrado en unas pocas páginas, y así,
condensado, latía con mucha fuerza. Una frase que oí en la calle y que me resonó,
una imagen que vi, una persona que conocí; una idea sobre la que estuve
reflexionando, o una metáfora. Estos elementos de mi experiencia personal que
superficialmente parecían inconexos eran tejidos por mí en la creación. ¿Por qué?
¿Para qué? Revisando mis antiguos relatos reconocí que desde entonces expresaba
(y a veces anticipaba) con estos fragmentos algunos asuntos que me cuestionaban (o
llegarían a cuestionarme tiempo después), pero ahora los “desplazaba” a mundos que
imaginaba, y guiado por el entusiasmo o la intuición los iba uniendo. En ese entonces
no me preocupaba por ser consciente de mi escritura, solo sabía que disfrutaba de
escribir. Hoy reflexiono y siento que algo necesitaba salir de mí. Una amiga cantante
dijo un día, “Cuando la olla express está con mucha presión, de mí no sale aire sino
canto”. Ese aire que se expulsa en mis historias está cargado de una fuerza magnética
que conecta elementos de mi experiencia y une partes de lo que soy.
Desde que empecé a tomarme con más rigor la creación literaria (y ahora podemos
empezar a hablar de la creación artística) comprendí la importancia de la disciplina.
Una disciplina que me llevó a reconocer que existen diferentes metodologías para
crear historias. Esta nueva etapa me permitió ser consciente de que escribir no es solo
un proceso en el que uno se sienta a fantasear. Mi actividad como narrador oral y
actor me ayudó a advertir que soy una caja de resonancias y que construyo mundos
poéticos con más potencia cuando estoy dispuesto a dejarme afectar por otros
estímulos. En los últimos años reconocí la utilidad de trabajar (jugar) con objetos
concretos para así transformarlos y llenarlos de significado; comprendí la potencia que
tiene el cuerpo en movimiento, el cuerpo en conexión con otros cuerpos vivos que
movilizan una energía inspiradora que también se anima con la fuerza de la música.
Soy un artista, es decir, soy un cuerpo disponible que ampliando su sensibilidad se
vincula con otros seres vivos para crear y comunicarse. La danza, el teatro, la música
y la narración oral, son rituales milenarios que ponen en movimiento la energía de los
creadores, da una forma de expresión a ese impulso que quiere y necesita salir.
Considero que esta integración es sobretodo posible cuando entró en una especie de
trance. La escritura automática, los ensayos de teatro al son de la música y el
movimiento de las otras personas me llevan a un estado alterno de consciencia. Me
siento diferente, en conexión con una energía extracotidiana que me lleva a crear.
Para que estos estados de trance sean posibles la actitud en el momento de la
creación debe ser flexible, debe ser la actitud propia del juego. Lo que interesa es que
en esos momentos de trance todo lo que suceda es absolutamente verdad, está
absolutamente vivo. Así me permito jugar a estar en otros planos de la realidad, como
la ensoñación, o la imaginación. Así siento que una fuerza/impulso/energía me habita.
Cuando empecé a usar la escritura como herramienta de expresión, esas ganas de
seguir escribiendo estaban orientadas también por un impulso vital.
El estado de trance que produce el juego, la ensoñación, y el ritual, hacen parte de las
actividades que datan de milenios en la humanidad. En algunas aproximaciones a la
creación artística en general y la creación literaria en particular ha estado vinculada
con la dimensión espiritual del ser humano. Me adscribo a esta tendencia, sin
embargo, no creo que el artista sea un recipiente pasivo, o un instrumento sin voz
propia. Es un canal que permite el flujo de energías que no solo le pertenecen a él,
pero esas energías también son de él. No quiero que se me malinterprete y se piense
que cuando enuncio que la expresión de los asuntos que me inquietan son orientados
por una fuerza, se entienda que esa fuerza es completamente ajena a mí y que es ella
la que los deja en el papel y ya, o que solo se trata de acumular información y
experiencias y que en un afortunado momento todo aparecerá armado. No. En la
creación está el creador y él es un sujeto activo. Él prepara el momento ritual, él se
entrena para ser capaz de ingresar al trance, él posee un dominio de unas técnicas
que le permiten canalizar su energía vital para así decir algo que no se agota en sus
argumentos sólidos y verificables.