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Martes 1 de Abril de 2003

Gente que hace / La Argentina en la mira


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respuestas. La dominante es la del muchacho que hace un gesto con > Sinergia
> Nuevo voluntariado
la mano abierta trazando un descenso en diagonal. Ni siquiera
> Largada
habla, para no esforzarse. Otro, más escaso, habla y responde
> El reto de generar trabajo
escuetamente: "Una cuesta abajo". Son rara avis los que llegan al
concepto: "Un declive del terreno". La gruesa mayoría revela, con
el lenguaje gestual u oral, la misma percepción: ven la realidad como un fácil descenso sin esfuerzos,
dejándose ir. Es una triste revelación. Ha habido exceso de pedagogía de deslizamiento en esquí y
escasísimos cursos de andinismo. Cuando atendía los pasos preparatorio de mi hijo que aspiraba a
subir al Lanín, -y lo hizo; no lo acompañé, por razones de peso- veía en ello la encarnación de un
proyecto: un objetivo propuesto con nitidez, una minuciosa organización de elementos esenciales de
mochila, un entrenamiento físico esmerado, los tiempos de ascenso y de descanso programados, las
previsiones logísticas, las variantes posibles ante los eventuales cambios de clima, etc.
Al muchacho argentino no se lo ha educado en la cuesta arriba. Todo plano inclinado que se le
propone es declinante. El facilismo ha crecido en el aula argentina con el tiempo y se procura que se
alcancen metas sin mucho trabajo. No se lo enfrenta con dificultades ante las que deba tropezar y
aprender de ellas: se las evita. Se confunde lo rápido con lo ligero y la actividad con la agitación.
La improvisación ha sido señalada, recurrentemente, por los ensayistas que han indagado en nuestra
identidad cultural, como uno de los rasgos típicos de la índole argentina. Lo que es una virtud
ponderable, que nos puede ayudar, en alguna ocasión, a salir de situaciones imprevistas, se
transforma en un vicio de difícil erradicación si todo lo confiamos a ella. La vivacidad repentista del
argentino medio se ceba en sí misma, al ser celebrada ponderativamente por el coro circunstante que
estimula el impromtu. . Si una vez "zafó", por qué no dos. De virtud de lance a defecto instalado.
Desde muchacho, por falta de exigencia de nuestros maestros y de rigor en la planificación de las
tareas, se nos acostumbra al camino ancho y casi mágico de salir de las encrucijadas por ensalmo. La
vida es algo muy distinto de esta imagen de ella.
A la falta de disciplina en el pensamiento acerca de los pasos por dar, en nuestros días ha crecido
peligrosamente el "espontaneísmo". La programación y el proyecto matan la "autenticidad" y la vital
espontaneidad suya, se les dice a los muchachos. El elogio del mucamo de don Ricardo Rojas revela el
endiosamiento de la fluida facilidad aparente, cuando describía la actividad de su laborioso patrón
diciendo: "El señor se sienta y escribe, escribe, sin pensar, y sin parar, toda la mañana". Pocas obras
más elaboradas, meditadas y organizadas como la suya: La literatura argentina. Pero para la
apreciación del ingenuo ayuda de cámara, lo de don Ricardo era una improvisación sostenida.
Los que predican esta habilidad del repentismo, no le dicen que hay un matrimonio exigente que
condicionará toda su vida: el tiempo y la realidad. Lo que se hace sin ellos, ellos no lo respetan y
devoran la empresa.
El hombre es una criatura proyectiva, la única capaz de proyecto, porque tiene una dimensión
teleológica (el uso de esdrújulos denota que uno es profesor): se propone fines y se aplica a lograrlos,
con tesón, con trabajo, con inteligencia e imaginación. El hombre mismo es un proyecto genético. El
vocablo se impuso en el español en el siglo XVIII, plena Modernidad, y se explica, en tanto el proyecto
es hijo de la racionalidad y de la intencionalidad. El argentino -y digo mal, porque todos cuantos

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narran sus experiencias en este Suplemento lo desmienten- tiene proclividad posmoderno en este
aspecto. Incluso lo es avant la letttre. La Posmodernidad nos aportó bienes y males, pero entre estos,
uno definitivamente canceroso para nuestra vida institucional: la muerte del proyecto. Esta hora
argentina es hora de proyectistas imaginativos y lúcidos, en lo de todos y en lo de cada uno.
Demasiado agobio nos han legado los improvisados e improvisadores, que los ha habido y hay , de las
dos especies, particularmente en el campo político,
La palabra "proyecto" alude a lo lanzado hacia delante, hacia la oquedad incierta del futuro. Analiza
con respeto ("mira dos veces") la realidad, ausculta los signos de lo adveniente, estima los márgenes
de logro y luego dibuja su vector. Se apoya en el ahora y salta hacia el porvenir. Un muchacho con
proyecto de vida -el proyecto da vida a la vida- puede responder a las tres preguntas que le espeta el
policía con que tropieza en la madrugada, al salir de la discoteca: "¿Quién sos?, "¿de donde venís? y ¿
adónde vas?".
Contundente y breve cuestionario cuasi metafísico que el milico le propone. Sin proyecto de vida, de
familia, de trabajo, nuestro muchacho andará, va a andar por este mundo como zapallo en carro,
como dicen en mi provincia.
Deben distinguirse dos cosas. La primera si un proyecto es ideológico, es un instrumento ciego e
inútil. Este tipo de proyectos se hace sin tener en cuenta la realidad y, por tanto, esta dama no
tolerará desconsideraciones.. Lo segundo, es frecuente que el muchacho confunda proyecto con
"ensoñación", lo que los italianos llaman fantasticare, el divagar en vano sin concreciones. A esto se
refería Ortega y Gasset en sus ensayos sobre lo argentino. Es gente que vive de horizontes pero que no
patea hacia ellos: deja volar la imaginación. Para decirlo con palabra de Aristófanes, es un
"nefelibata", un "habitante de las nubes". Y posterga, un día y otro, el meter mano en la realidad, y
aun se vale del lema argentino de Oscar Wilde: "No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado
mañana".
Por el contrario, el proyecto nace del problema entramado, de la situación compleja, del plexo del
caso real. En una época de la educación -lamentablemente, como tantas modas pedagógicas, pasó
fugazmente- se nos insistía en que desarrolláramos nuestra tarea docente a partir de los problemas de
la realidad inmediata. Definida la cuestión, nos aplicábamos a buscarle solución por pasos, con el
diseño de un proyecto. Entre tanto, en la universidad no vimos, ni consideramos ningún problema o
conflicto real argentino en los cinco años de nuestra diaria permanencia en ella, en ninguna cátedra,
que nos incitara o motivara a diseñar proyectos de solución: ni la deuda externa, ni las dificultades de
la alfabetización, ni la reforma pedagógica nacional, ni la cuestión de la identidad cultural.
El proyecto es una forma de previsión. Los manuales llaman a la fantasía científica -que el DRAE
denomina, según el hábito, ciencia ficción- "literatura de anticipación". Este es el verdadero nombre
del proyecto: propuesta de anticipación. Un "programa" es letra anticipada, describe lo que vendrá y
que nosotros diseñamos como realización posible. Todo programa es un proyecto. No tenemos la
cultura del proyecto. En los colegios, en las facultades nadie enseña esta elaboración. Pero, claro, al
cabo de la carrera a usted le piden el "proyecto profesional", para el cual no se fue preparando por
grados de complejidad, como manda la enseñanza desde Aristóteles. Porque "el uso hace maestro",
dice la filosofía placera y "de a uno come la gallina y se enllena". Pero el arte de proyectar se aprende
por pasos y no con garrocha. La Argentina no es un misterio: es un problema, y como tal solo puede
soltárselo con sentido proyectivo. Hay Facultades de Arquitectura porque de sus proyectos depende la
edificación y techo del hombre. Pero no hay Facultades de Demolición porque cualquier necio, al
comando de una topadora derruye la obra de cien hombres.
Ahora bien, pensar que el proyecto es suficiente para penetrar en lo futuro es grueso error. Todo
proyecto debe contar con un elemento constitutivo de nuestra vida y de toda la realidad: la
incertidumbre. Convivimos con ella. Ni que decirlo en las actuales horas del planeta. El manejo del
proyecto implica la estrategia, es decir la flexibilidad y la cintura para modificar el rumbo, reorientar
la vista.
No tenemos cultura del proyecto aplicada a nuestra realidad. Pendulamos entre el proyecto
ideológico, sobrepuesto a la realidad, sin advertir que esta es una matrona que no admite corsé; el
proyecto vano de los castillos en el aire, que sobrevuela la realidad, y, la ausencia de proyecto, por la
atención pragmática y castrada de visión, atada a lo contingente y frívolo de aquí y ahora., que no

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levanta la cabeza. Dice Marco Denevi en su poco cursado. La República de Trapalanda (1989): "Está
bien que un pueblo se forje su modelo utópico (...) Pero una cosa es querer aproximarse al modelo y
otra darlo por hecho". No somos un pueblo joven, como decía Ortega, somos un pueblo adolescente,
en todo. Y hemos inventado una creatura irreal: el proyecto improvisado.
Por Pedro Luis Barcia
El autor es el presidente de la Academia Argentina de Letras.
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