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Milagros Rafaghelli
A modo de introducción
Con el propósito de dar continuidad a los escritos de la cátedra Psicología Educativa y del
aprendizaje, presentamos en esta oportunidad algunas ideas y reflexiones acerca de la
construcción del discurso de las denominadas “teorías del aprendizaje”. Nos interesa
realizar una lectura geo-política que nos permita ubicar el surgimiento del mismo en las
coordenadas espacio y tiempo, y a la vez, desde una perspectiva que nos ayude a reconocer
tanto los supuestos epistemológicos y pedagógicos, como también, los políticos y sociales
que sostienen tal discurso. Compartimos con Temporetti (2006) la idea de que en toda
propuesta de formación está comprometida con mayor o menor grado de conciencia una
concepción o creencia, popular o científica, sobre las características del sujeto que aprende
y las de quien enseña; junto con ello, la forma a través de la cual enseña, está muy
relacionada al modo como se concibe el conocimiento y el sentido de la formación en la
sociedad. Nos proponemos en este escrito, comprender esas concepciones o creencias
acerca de la enseñanza, el aprendizaje, el conocimiento y la educación; e indagar, a la vez,
los supuestos científicos y políticos que las sostienen.
Es oportuno recordar, que las llamadas “teorías del aprendizaje” se han presentado en el
campo de la Psicología educativa como cuerpos normativos y prescriptivos; como verdades
absolutas, determinantes y definitorias, acerca de cómo funcionan las mentes. Muchos
consideramos que al presentarlas de este modo, se encubre, en realidad, que las mismas son
una “verdad relativa” a los contextos culturales donde surgieron; las teorías no son
universales ni neutrales, tienen un importante contenido moral e ideológico, sobre todo,
cuando quedan incorporadas a una cultura y se termina actuando en relación con ellas; por
lo tanto, ignorar el componente cultural, intencionado e ideológico de las llamadas teorías
del aprendizaje es prácticamente un absurdo (Bruner, 1986).
Una de las preguntas con las que generalmente se recorrió el estudio de las teorías del
aprendizaje es ¿qué dicen las teorías acerca de cómo aprenden los alumnos?, ¿cómo
creemos que los alumnos aprenden?, ¿qué respuestas dan sobre ello? La pregunta no es
menor, más aún, si estamos de acuerdo con la idea que nuestras interacciones con los otros
están profundamente afectadas por nuestras teorías sobre cómo funcionan otras mentes.
Estas teorías casi nunca se hacen explícitas. Son ideas que están profundamente
incorporadas en nosotros y que reflejan creencias culturales, acerca de cómo funcionan las
mentes.
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En relación con la pregunta que acabamos de formular, Bruner (1997) es uno de los autores
que considera que es necesario conocer cuáles son nuestras propias teorías populares, pues
cualquier innovación que queramos introducir en las prácticas socio educativas, tendrá que
competir, reemplazar o modificar las teorías populares que guían tanto a los maestros como
a los alumnos. La enseñanza está basada en ideas, muchas veces implícitas, sobre cómo
creemos que los otros (y nosotros mismos) aprenden; esas ideas necesitan un proceso
permanente de reflexión, dado que, el impacto que tienen en las prácticas educativas es
enorme.
Bruner (1997) propone recorrer algunas concepciones que sobre las mentes de los
aprendices tienen los teóricos educativos, los docentes y los propios alumnos.
Desarrollamos aquí las concepciones de Bruner porque nos parecen muy esclarecedoras en
cuanto nos ayudan a reconocer las distintas perspectivas y enfoques que sobre la educación
circulan en los espacios educativos. A
En toda actividad social existen, de manera más o menos consciente, de manera más o
menos explícita, concepciones, creencias culturales, supuestos políticos e ideológicos,
además de pedagógicos acerca de cuál es el sentido de la educación.
Existe el supuesto de que se puede educar mostrando cómo se hacen las cosas y dando
oportunidad para que las mismas se hagan. En nuestra cotidianeidad es muy común ver a
los niños imitando las acciones de los adultos. Los adultos aprovechan esta tendencia para
demostrar la ejecución correcta de ciertas tareas. Cuando un adulto muestra una acción
exitosa, esa mostración se basa implícitamente en la creencia del adulto de que quien
aprende lo puede hacer por medio de la imitación. Bajo esta idea se educa mostrando una
acción, mostrando lo que hay que hacer “sin ruido” para que el otro lo haga bien, imitando
el modelo que se le presenta. Los adultos convierten sus propias acciones en modelos. El
experto es quien adquirió una habilidad, una experticia, a través de la práctica repetida y se
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la muestra al novato, suponiendo que practicando el modelamiento el novato también
tendrá éxito. La educación por imitación es la base del aprendizaje práctico.
Sobre este modelo nos gustaría hacer, por lo menos, tres reflexiones. Una, es que muchas
veces cuando se le pide a otro que imite una acción éste lo hace desconociendo cuál es el
propósito que se persigue con esa acción o actividad, por lo tanto es un aprender sin
sentido. En la educación como imitación el conocimiento que se transmite es más
procedimental que proposicional; se focaliza en enseñar a hacer algo más que en entender
por qué hacer algo. Y menos La otra, es que en este modelo está implícita la idea de que a
través de la imitación se puede transmitir la cultura. Por último, quisiéramos advertir que el
solo hecho de realizar la tarea no nos lleva a un aprendizaje comprensivo y reflexivo tal
como sería, por ejemplo, si se combinara acción y reflexión. En la imitación hay poca
discusión y/o negociación. Tal como puede advertirse es una creencia sobre la educación
que desestima la importancia de la cultura en el modelado de las acciones. En la educación
como imitación existe, por lo general, una asimetría entre los participantes. Quién imita es
por lo general menos experto que el que muestra.
Es una forma de concebir la educación donde se supone que la misma consiste en adquirir
saberes Esta perspectiva parte de la creencia de que el conocimiento está fuera de los
estudiantes, lo poseen otros que lo transmiten a través de la exposición. Bajo esta
perspectiva se sostiene que la mayoría de los seres humanos no construyen nuevos
conocimientos sino que se limitan a utilizar los conocimientos que otros ya produjeron. Por
ello, se supone que la enseñanza y el aprendizaje están relacionados con mecanismos de
transmisión y transferencia; de incorporación, absorción o asimilación memorística de un
conjunto de contenidos seleccionados intencionalmente para la enseñanza. Entendidos los
conocimientos como entidades abstractas, éstos le son transferidos al sujeto que aprende
por el docente que enseña, y en esa transmisión prácticamente no sufren modificaciones.
Aprender es almacenar algo mientras que enseñar es despositar. La educación, desde esta
posición, suele basarse en la noción de que se deben presentar a los alumnos ciertos hechos,
reglas o principios que se pueden traspasar exponiéndolos. En este escenario educativo,
aprender es adquirir algo nuevo con la ayuda de ciertas capacidades mentales (memoria,
atención, concentración). El conocimiento se toma como algo acumulativo, de manera que
el conocimiento posterior se produce sobre lo que se tenía de antes. Además, el
conocimiento se toma como algo establecido e independiente de la perspectiva del
conocedor. Esta es una perspectiva que privilegia el ejercicio y la repetición mecánica
como actividades que ayudan a almacenar la información que se adquirió. Además la
perspectiva supone que lo que se enseña es desconocido por los estudiantes; eso es, que o
hay saberes previos. Jerome Bruner (1997) advierte que esta manera de entender la
educación es ampliamente suscrita hoy en las prácticas educativas.
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En esta perspectiva hay poco lugar para el cuestionamiento, la interpretación o la
construcción activa. La enseñanza no es diálogo sino, exposición de uno a otro. Los
contenidos en general se presentan como ahistóricos, alejados de sus contextos de
producción y de los procesos que lo originaron.
En este enfoque de la educación como pensamiento se advierten por lo menos tres líneas de
trabajo. Las tres preocupadas por entender el aprendizaje de los estudiantes. La primera
deriva de la Teoría de la equilibración de Jean Piaget. Mediante la teoría de la equilibración
el autor explicó el proceso de construcción de conocimientos. Sostuvo que el conocimiento
se construye mediante la aplicación de un sistema de acción que está en permanente
intercambio entre el sujeto y el objeto de conocimiento.
Otra línea es la que intenta mostrar la fuerza y la resistencia que ponen a la enseñanza las
falsas creencias construidas por las personas sobre las cosas y situaciones. Esta línea de
trabajo advierte que el deseado cambio conceptual no es tan fácil de lograr.
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La tercera línea, está constituida por los estudios sobre resolución de problemas y
estrategias de aprendizaje para la comprensión. Los estudios que predominan en esta línea
priorizan la elaboración de estrategias centradas en la apropiación de los contenidos de la
enseñanza más que en la adquisición de capacidades para hacer uso acrítico de los
contenidos.
La educación como conocimiento social es valorada por los teóricos de la actividad situada,
para quienes el aprendizaje es el proceso mismo que se da en las relaciones que se tejen
entre personas, actividades y situaciones como una sola entidad abarcadora. Actividad,
aprendizaje y contexto; pensamiento, sentimiento y acción son dimensiones que se
entrelazan en un todo unificado. También, por los teóricos de las cogniciones distribuidas, y
por los que consideran al aprendizaje como un proceso progresivo de participación en
comunidades de práctica.
Desde este modelo se afirma que es la historia de la humanidad quien muestra que los
procesos mentales, las posibilidades de pensar, no existen separados de la situación, del
contexto y de la historia, sino que se constituyen en ella.
Esta perspectiva no desconoce que en las instituciones se producen saberes; pero sostiene
que las instituciones educativas convirtieron los saberes en contenidos abstractos,
generales, y terminaron descontextualizándolos.
Está claro que Freud introduce una nueva forma de pensar al hombre y esto es lo que tiene
relación con la educación; con lo cual podemos afirmar que sí hay una suerte de relación
entre psicoanálisis y campo educativo.
Iniciado el siglo XX no son pocos los pedagogos que intentan llevar el psicoanálisis para
pensar la educación. Sin ir muy lejos, ejemplo de esto es la propia Anna Freud, la hija de
Freud. Inicialmente estudia medicina pero no continúa sus estudios y se dedica a trabaja en
educación. Luego se abocará más específicamente a la clínica con niños.
Lajonquiere (2015) cuenta que Anna realizaba reuniones con colegas en su casa, y de
alguna de esas reuniones participara el propio Freud. Otras personas que desde el
psicoanálisis se dedicaron a la pedagogía fueron: Melanie Klein, Francoise Dolto, Maud
Mannoni, ellas no solamente contribuyeron a la clínica sino que fueron más lejos en tanto
intentaron lanzar alguna luz analítica sobre las relaciones entre adultos y niños y sobre
proyectos institucionales de tenor educativo. En general sostenían que el inicio de la
enfermedad en la infancia estaba relacionado a la vida del niño junto a los adultos (6)
¿Por qué?
Porque en comparación con otras especies animales, el hombre recién nacido parece
indefenso y ese estado de indefensión dura mucho tiempo (desamparo originario). Esa
debilidad lo condena a la un cuidado prolongado por parte de los adultos. La historia
infantil individual está marcada por la acción de los adultos y estas marcas subsisten
durante toda la vida.
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Aquí es donde aparece la educación entendida como la acción de los adultos sobre los
niños, adultos que intervienen en el paso del principio del placer al principio de realidad
(realidad que el adulto dice cuál es)
Cuando se habla de realidad se habla de realidad del deseo. Veamos qué es esto. En
principio, deseo no se debe confundir con voluntad o creatividad. El deseo es lo que
condena al hombre a estar un poco fuera de foco consigo mismo.
Las cuatro perspectivas trabajadas acá son parte de un continente más amplio, donde el
significado de cada una debe ser entendido en su parcialidad. Nadie puede sostener que la
acumulación de conocimientos sea trivial. Ningún crítico sensato podría negar que el
conocimiento depende de la perspectiva con la que nos acercamos a él y que negociamos
perspectivas en el proceso de búsqueda de nuevos conocimientos.
Es necesario fundir las cuatro perspectivas en alguna unidad congruente reconocida como
parte de un continente común. Así como habría que arrancarle a las perspectivas más
antiguas de la mente su estrecho exclusivismo, habría que pedirles a las perspectivas más
recientes que reconozcan los aportes de las más tradicionales. En definitiva, Bruner
propone pensar en una teoría de la educación más integrada. Es importante tener presente
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que toda elección de práctica pedagógica implica una concepción de sujeto y una manera de
pensar el proceso de aprendizaje, de enseñanza y de evaluación. La educación nunca es
inocente, es un medio para llevar el mensaje propio.
Con el desarrollo de las cuatro creencias que menciona Jerome Bruner (1997) queremos
advertir que las posibles respuestas a las preguntas acerca del cómo se aprende, están en
relación con un conjunto de ideas que complejizan la pregunta y que, por cierto, elaboran
respuestas diferentes.
Son muchos los autores (Candioti de De Zan, 2001; Pozo, 1989, 1996, 2001; Swenson s/d)
que coinciden en afirmar que el conductismo es un concepto difuso y por momentos difícil
de comprender. Todos ellos nos recuerdan que el nacimiento de término conductismo se le
adjudica a John Watson en Estados Unidos en 1913, cuando publicó el Manifiesto
conductista; a través del mismo, Watson exhortaba a los psicólogos a apartarse de la
introspección y los métodos subjetivistas propios de la investigación psicológica de la
época y poner, en su lugar, un estudio científico de la mente humana, o sea, una Psicología
objetiva y antimentalista, cuya unidad de análisis y estudio fuera la conducta observable y
controlada por el ambiente. Recordemos que los seguidores de la Psicología
introspeccionista proponían que los psicólogos estudiaran sus propios pensamientos
(mediante la introspección) y utilizaran las informaciones así obtenidas acerca de sus
propios pensamientos como principal fuente de datos (Swenson, s/d ).
Los psicólogos conductistas, entendieron que ellos debían estudiar las relaciones entre la
conducta del individuo y el ambiente; es así que se preocuparon por conocer, a través del
método científico, las leyes que gobiernan la conducta, de modo tal de poder predecirla y
controlarla
Si bien otros psicólogos también conductistas, pero de diferentes lugares, tomaron las ideas
de Watson, no llegaron entre ellos a ponerse de acuerdo y formular una teoría unitaria y una
definición sobre lo que es el conductismo (Pozo, 1986); sí comparten entre ellos ideas que
podríamos llamar el núcleo duro del programa conductista y son las que mencionamos a
continuación:
En este sentido, el autor nos recuerda que en la Antigüedad Clásica el discurso (llamémoslo
“científico”) era un discurso narrado, sin necesidad de que fuera demostrado. Es recién en
la Modernidad que el discurso tiene que ser dicho y demostrarse lo que se dice; el discurso
científico moderno no es mera opinión, sino que debe estar justificado con datos de la
experiencia. Pero volviendo a las características del saber en la Antigüedad Clásica, otra de
las cuestiones que destaca Pardo en su texto es que en éste período histórico hay una fuerte
subordinación de la fe por sobre la razón; la comprensión del mundo se produce por una
suerte de verdad revelada que no se cuestiona. Para comprender hechos y acontecimientos
que ocurren en el mundo, se le otorga prioridad al sentimiento religioso y a la fe por encima
de la racionalidad lógica.
Haciendo suya la idea de ciencia moderna, para los conductistas lo científico es un saber
que debe tener las siguientes características:
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generalizar los elementos particulares. El interés por generalizar es a los fines de poder
predecir lo que va a ocurrir, y así, poder, entonces, controlarlo.
El conocimiento científico es de carácter metódico; esto quiere decir que para que un
conocimiento sea científico debe haber seguido ciertos pasos y procedimientos previamente
estipulados por la comunidad científica. Debe ser un saber producto de un proceso de
investigación cuidadosamente planificado; de aquí se deriva otro rasgo del conocimiento
científico que es el de la sistematicidad.
Realizamos hasta aquí una descripción, tomando sobre todo las ideas de Rubén Pardo
(2004), de algunas características de la ciencia positivista. Cabe decir ahora, en lo que
concierne exclusivamente a la Psicología del Aprendizaje, que los conductistas tenían muy
en claro que los descubrimientos logrados en el campo de la física y las ciencias naturales
se debían fundamentalmente a la cuidadosa medición de fenómenos objetivos y físicos, y
que sólo estudiando un objeto con esas características la Psicología podía llegar a ser una
verdadera ciencia. En el campo de la Psicología será la conducta el objeto que se presta a
un estudio observable, objetivo, medible y cuantificable.
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Luego de esta aclaración sobre las características del conocimiento científico, continuamos
nombrando las ideas compartidas entre los psicólogos conductistas.
Los empiristas sostenían que el conocimiento está fuera de las personas, puede estar en la
sociedad y las personas solo se limitan a copiarlo de la mejor manera posible, dado que esa
copia debe ser un fiel reflejo de la realidad. Desde la perspectiva conductista se puede
desprender la idea que al conocimiento lo tienen otras personas que luego lo transmiten a
quienes tienen que incorporarlo, “el conocimiento es comprendido como la aceptación sin
reservas de un saber ya consolidado” (Candioti de De Zan, 2001:36), con lo cual podemos
adelantar que para los conductistas aprender es reproducir. Los empiristas ingleses como
Locke, Berkely y Hume sostenían que las personas nacen con la mente en blanco y es en
ella donde se van copiando e imprimiendo las experiencias que son producto de hacer cosas
y que poco a poco se van acumulando y formando las ideas. Las ideas se forman según las
leyes de la asociación: de la contigüidad, de la similitud y del contraste. La contigüidad
sostiene que lo que sucede con regularidad es más probable que deje una experiencia que
algo que pasa de muy vez en cuando; lo que es parecido o similar tiende a asociarse mejor,
al igual que lo que contrasta.
Volvamos entonces sobre nuestro tema a los efectos de entender qué ideas del empirismo
tomaron los conductistas para explicar el aprendizaje. Un legado es que lo que se aprende,
es copia de la realidad, aprender es copiar y reproducir copias, lo que aprendemos es por lo
tanto fiel reflejo de la realidad; no hay interpretación, sólo hay copia, hay una
correspondencia entro que lo que está afuera y lo que la persona incorpora finalmente; otro
legado podría ser que se aprende extrayendo regularidades del entorno, por generalización
primero y luego por discriminación.
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3. Idea de que el conocimiento se logra según los principios de semejanza, causalidad y
contigüidad temporal y espacial. Uno de los primeros psicólogos conductistas que
pensaron el aprendizaje en términos de contigüidad, fue Iván Pavlov (1848-1936), en
Rusia; siguió sus ideas John Watson (1878-1958, Estados Unidos), quien basó su teoría del
aprendizaje en el supuesto de que los hábitos se forman como resultado de la repetición
rutinaria por efecto de la asociación, o sea que la posibilidad de que una idea se mantenga
depende de la cantidad de asociaciones entre estímulos y respuestas (ley de la frecuencia), y
además, cuando la respuesta esperada es inmediatamente estimulada, tiene más
posibilidades de consolidarse la asociación; esto último es lo que se llama la ley de la
proximidad temporal. Para los conductistas, el proceso de asociación, es a su vez, de
discriminación primero y luego de generalización
Podemos cuestionar de esta idea que la simplificación de las tareas hace que se pierda la
idea de totalidad, de integridad y por cierto de complejidad de las mismas.
Luego de trabajar estos seis puntos que describen los acuerdos entre los psicólogos
conductistas, nos interesa analizar a continuación, cómo estos principios son encarnados
por algunos educadores que intentan transferirlos a propuestas educativas concretas. Cabe
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aclarar, como lo hicimos en otras oportunidades, que no todos los autores tienen sobre los
mismos temas opiniones idénticas.
Analizaremos en los apartados siguientes las ideas de los norteamericanos Ralph Tyler
(1967) y Benjamín Bloom (1971); podemos adelantar que así como hay entre ellos algunos
acuerdos, también encontraremos posiciones en las que se advierten las diferencias entre
ambos.
Las publicaciones de Tyler en inglés que conocemos son de los años 1950, 1967 y 1969.
“Principios Básicos del Curriculum” editado por la editorial Troquel, es uno de los textos
del autor que mayor circulación tuvo en nuestro país desde los años 1970
aproximadamente. En el texto, Tyler, se aboca a reflexionar sobre los fines de la educación
y propone, para que el lector siga su razonamiento, desarrollar cuatro interrogantes. En el
primero, retoma la pregunta por los fines que debe alcanzar la escuela; en el segundo, se
plantea cuáles son las actividades que mejora garantizan la consecución de los fines
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establecidos; en tercer lugar, cómo pueden organizarse de manera eficaz esas actividades,
siempre , claro está, con el propósito de conseguir eficazmente los fines previstos; y en
cuarto lugar, se pregunta cómo comprobar si los fines previstos, finalmente se alcanzaron o
no. En suma, lo que propone Tyler es un método racional para estudiar los problemas de la
enseñanza y en consecuencia, propone una forma de organizar y evaluar las propuestas
educativas.
Para organizar una propuesta educativa, Tyler insiste en que es imprescindible tener
claridad acerca de qué es lo que se espera con ella, cuáles son sus metas, o, dicho con
mayor precisión, qué objetivos se propone. Una vez que están formulados con precisión los
objetivos, los siguientes pasos de la propuesta educativa no son más que medios para
alcanzar tales objetivos. Podemos decir que, la preocupación de Tyler por definir los
objetivos que se quieren alcanzar con la educación es similar a la obsesión de los
psicólogos del aprendizaje por encontrar un objeto de estudio compatible con el saber
científico; mientras que los psicólogos encontraron en la conducta esa unidad de análisis,
Tyler la encuentra en los objetivos educativos.
Luego de leer la cita anterior, las preguntas casi obvias aquí son: ¿quiénes y cómo deciden
qué es lo deseable en educación?, y una vez que se deciden cuáles son los cambios
necesarios ¿cómo se introducen? Por cierto que Tyler tiene respuestas a nuestros
interrogantes. Él considera que las metas de la educación deben elaborarse teniendo en
cuenta por lo menos tres importantes fuentes. La Psicología Infantil: esta disciplina aporta
información que permite saber cuáles son los intereses de los niños a una determinada edad
y qué cosas pueden hacer a cierta edad. La Psicología del niño se convirtió, así, en una de
las fuentes primordiales de la que debían derivarse los objetivos para la educación.
Por el interés que tiene para nosotros la Psicología, retomaremos esto en un próximo
apartado, veamos ahora otra de las fuentes de inspiración de Tyler. La Sociología es para
este autor, otra fuente de información esencial, en cuento permite conocer cuáles son los
problemas más urgentes en la sociedad y en la vida actual “será misión de la escuela
brindar los conocimientos, capacidades, técnicas, actitudes, etc. que ayuden a resolverlos
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con inteligencia” (Tyler, 1973:11). Otra disciplina fuente de información para elaborar
luego los objetivos de la educación, es la Filosofía, en cuanto ella permite conocer cuáles
son los valores básicos de la vida que deben transmitirse en la escuela de generación en
generación.
Tyler nos anticipa que “en las investigaciones es común que aparezcan datos comunes a
casi todos los niños de la misma edad, cualquiera sea su zona de residencia -rural o urbana-
y cualquiera fuere asimismo su clase social” (Tyler, 1973:15), con lo cual es posible que se
cumpla la idea de universalidad y homogeneidad.
Hasta aquí, dijimos entonces que la educación es un proceso de cambio de conductas y que
como paso previo a la introducción de los cambios en la conducta de los alumnos, se debe:
a) tener claro cuáles son los objetivos y las metas de la educación, b) conocer, a través de
procesos de investigación científica, cuáles son las carencias, las necesidades y los intereses
de los alumnos, c) seleccionar una pequeña lista de objetivos, d) seleccionar las actividades
que permitan de la mejor manera concretar los objetivos y ejecutarlas a través de un
programa de enseñanza, y e) comprobar si los objetivos previstos se cumplieron luego de la
enseñanza.
Cabe aclarar, una vez más, que el principal objetivo de la educación es promover cambios
significativos en las pautas de conducta de los estudiantes, con lo cual tanto los objetivos
específicos como las actividades que se seleccionen tienen que estar relacionados con los
cambios que se quieren experimentar en los alumnos. En este sentido, no sería correcto aquí
formular únicamente objetivos que tienen relación con las acciones que realiza el docente,
por ejemplo, “exponer ante los alumnos la teoría del aprendizaje por asimilación”,
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“demostrar la relación entre las ciencia positivistas y el enfoque conductista”, “presentar las
características de la inteligencia”. Todos ellos, dan cuenta de actividades que realizará el
docente para lograr los cambios de conducta, o dicho con mayor precisión, se trata de
describir qué deben hacer los alumnos para cambiar sus conductas, dado que al
conductismo lo que le interesa es hacer transparente el cambio en la conducta de los
alumnos. Volveremos más adelante sobre esta cuestión; veamos ahora, cómo la Psicología
se convierte en fuente insoslayable de información, para la elaboración de los objetivos de
la educación.
Para Tyler (1967) como para Bloom (1971) la Psicología se convirtió en una fuente de
consulta incuestionable para seleccionar los objetivos, entendidos éstos como cambios de
conducta a lograr como producto de la enseñanza.
1. La Psicología puede advertir sobre los cambios que deben esperarse sobre los
seres humanos como consecuencia de un proceso de aprendizaje y cuáles están
fuera de todo alcance. La Psicología considera que hay objetivos imposibles de
alcanzarse en determinados seres humanos, por lo cual sugiere no proponerlos como
objetivos de la educación. Antes de pasar al segundo punto, podemos realizar una
reflexión sobre éste. La primera cuestión que se nos ocurre es preguntarnos qué se
nombra como “imposible” en este enfoque. Por otra parte, todo hace pensar que lo
(aparentemente) “imposible”, es descartado como objetivo educativo. Nuestra
pregunta en este sentido es si no puede ser lo imposible visto como un desafío, o
bien, como sostienen otras perspectivas que tendremos oportunidad de estudiar en la
cátedra, si no podemos ver los imposibles, no como algo irreductible, sino como
lugar donde habita la posibilidad.
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2. El conocimiento de la Psicología permitiría distinguir los objetivos fáciles de
alcanzar de los que probablemente insumirán mucho tiempo o cuyo logro sería
imposible en el nivel de edad pretendido. En relación con este punto Tyler explica
que proponerse objetivos relacionados con lograr cambios orientados a estructurar
la personalidad infantil es un objetivo posible de alcanzar, no así “objetivos de la
educación que apuntan a lograr cambios profundos en la estructura de la
personalidad de un adolescente de dieciséis años” (Tyler, 1973:42) Al igual que en
el punto 1, caben aquí algunas reflexiones; a) queda claro, aunque su enunciado sea
implícito, que la educación tienen como finalidad “estructurar la personalidad”,
entiéndase “adaptar a los sujetos”, “manipularlos” o, dicho por el mismo, Tyler
“hacer sujetos socialmente aceptables” (Tyler, 1973:12), con lo cual estamos en
presencia de una visión extremadamente reducida, y por qué no peligrosa del
sentido de la educación; b) también está implícita, pero fácil de advertir, la
percepción de la Psicología conductista, por lo menos lo que estamos analizando
aquí, respecto a la adolescencia. Parece hacer referencia a algo así como casos
perdidos, al punto tal, de afirmar que es improbable que se pueden lograr cambios
en su personalidad
En relación con el factor tiempo, que es otra dimensión que se nombre en este
punto, la Psicología, según Tyler entiende, puede hacer un aporte importante. Dice
el autor “es obvio señalar que los conocimientos psicológicos de esta naturaleza son
útiles para tener una idea del tiempo de insistencia que requieren algunos objetivos
en particular” (Tyler, 1973:44). Se sabe, por ejemplo, que para lograr cambiar
actitudes fundamentales en los niños se requiere una insistencia constante durante
varios años, al igual que el tiempo que requiere cambiar otro tipo de
comportamiento como pueden ser formas de pensar y de estudiar.
4. Otro aporte que surge del campo de la Psicología es acerca de las condiciones que
se requieren para aprender ciertos contenidos y no olvidarlos. La Psicología
educativa del momento histórico que estamos estudiando, recordemos que los textos
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de Tyler los ubicamos en el escenario norteamericano entre los años 1950 y 1960-
estaba muy preocupada por los amplios porcentajes de olvidos que se producían en
los alumnos. Una de las propuestas que realizan para mejorar estos porcentajes es
dar la posibilidad a los alumnos para que apliquen los conocimientos a la vida
cotidiana. Distintas investigaciones realizadas en el campo educativo demostraron
que los resultados de aprendizaje son más firmes cuando existe la oportunidad de
que los alumnos lo apliquen a la vida cotidiana y además que los objetivos que se
concentran en conocimientos específicos son más alcanzables que los objetivos muy
abstractos.
En síntesis
Con lo expuesto hasta aquí, en relación con el conductismo, podemos advertir que se trata
de algo más que un enfoque psicológico acerca del aprendizaje; su manera de concebir la
sociedad, los sujetos, y el propósito mismo de la educación, nos lleva a pensar que se trata
de un proyecto político social y educativo, cuyos supuestos epistemológicos se basan
fundamentalmente en la idea del eficientismo social. Recordemos una vez más que los
escritos de Tyler que analizamos aquí son producto de investigaciones que realiza en
Estados Unidos entre los años 1950 y 1960.
Respecto de los cinco puntos que acabamos de trabajar (que bien podrían ser más), nos
interesa decir que consideramos apropiado, además de necesario, que la educación para
elaborar un proyecto de formación dialogue con otras disciplinas, como por ejemplo la
Psicología. Nuestra crítica, en todo caso es, respecto: a) al modo de relación -ya lo
desarrollamos en diversas oportunidades-: cuestionamos una relación instrumental, en
términos de aplicación de un dominio (o de un campo) hacia el otro; b) al hecho de que la
Psicología por sí sola se haya adjudicado la autoridad para explicar, orientar y por lo tanto
controlar el proceso educativo, y c) a la concepción de ciencia y Psicología a partir de las
cuales se edifica la propuesta conductista. Es ésta una manera de entender la Psicología
donde queda ausente la necesidad de conocer el desarrollo y la génesis de los procesos
mentales (Piaget) donde queda negado el impacto que la cultura provoca en los modos de
pensar, razonar, sentir y actuar (Temporetti, 2006) y menos aún atiende a la naturaleza
compleja, dialógica (Freire) e intersubjetiva de los procesos de formación humanos.
Los objetivos, previstos de antemano con tanta obsesión, son los que conducen y controlan
todo el proceso, sin habilitar la posibilidad para el descubrimiento autónomo (Ausubel),
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para la renegociación de sentidos (Bruner, 1986), en fin, para el efecto sorpresa entre
alumnos y profesores.
Jean Piaget, David Ausubel, Jerome Bruner y Paulo Freire son autores que trabajaremos en
las siguientes clases.
BIBLIOGRAFIA
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