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Desde sus orígenes hasta hoy el populismo propone en América Latina una alianza de
clases. En aquellos países donde el populismo supo imponerse (México, Brasil, Argentina) esta
alianza se configuró y funcionó de modos diversos, pero el objetivo fue siempre el mismo:
proponer un modelo de desarrollo diferente al liberalismo que había entrado en crisis en el
período de entre guerras El modelo populista propone industrialización, derechos sociales, pleno
empleo y democratización política y cultural. En definitiva, convertir a América Latina en una
sociedad de masas, en oposición al modelo fundacional del Estado-Nación latinoamericano
basado en el elitismo, la agroexportación y la dependencia económica y cultural. Pero,
remitiéndonos al caso argentino: ¿Dónde ha fallado históricamente este modelo? ¿Cuáles fueron
sus errores? ¿Por qué motivos se agota en poco más de una década su ciclo de desarrollo?
En Argentina, los modelos impuestos en primera instancia por la generación del 80,
retomado luego por los restauradores de los años 30, impuesto por los dictadores de los 70, el
peronismo de los 90 y el efímero macrismo del siglo XXI, tuvieron consecuencias en común que no
pasan desapercibidas: concentración y extranjerización de la economía, sobreendeudamiento
externo, ampliación de la desigualdad social, aumento del desempleo y la pobreza y poco
avance o retrocesos contundentes de los derechos sociales, Las políticas varían, puede haber
regulación de los mercados y control de precios como en los 30, puede deprimir el consumo como
con el macrismo o puede favorecerlo como con el menemismo. Puede favorecer a los agro
exportadores como los liberales del siglo XIX o puede perjudicarlos como la última dictadura. El
populismo es más homogéneo y, al mismo tiempo, menos dogmático. El peronismo de los 40 y 50,
el desarrollismo de los 60 y el kirchnerismo de principios de siglo tienen más elementos en común
que diferencias. Y sus resultados son similares también. La inclusión social, la ampliación de
derechos, la reducción de la pobreza y el aumento del empleo son consecuencias que cualquiera
puede comprobar. Sin embargo, el ciclo de prosperidad populista, más tarde o más temprano,
encuentra sus límites. El camino queda abierto entonces para que sectores con una concepción
diametralmente opuesta del individuo, la sociedad y el Estado entren en acción.
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los problemas de fondo de la economía argentina, como son su estructura productiva y su
desarrollo tecnológico. En cualquier caso está bien.
¿Por qué los gobiernos populares no pueden solucionar estas problemáticas? Porque las
soluciones atentan contra sus propios intereses de corto plazo. En primer lugar, para resolver los
problemas que acarrea la prosperidad que estos gobiernos generan se necesitan inversiones
extranjeras, sobre todo, para solucionar el problema energético. Sin embargo, para el discurso
populista esto atentaría contra la soberanía nacional y la independencia económica. Por eso
siempre fue más bien reacio y tardío en promover inversiones extranjeras en el campo de la
energía. No es que el populismo se niegue a las inversiones extranjeras. Al contrario, Perón, el
desarrollismo y el kirchnerismo, cada uno a su tiempo, buscó y fomentó inversiones extranjeras
(Chevrón, Standard Oil, etcétera) pero nuca fueron suficientes, se demoraron o nunca llegaron. En
segundo lugar, también se necesita mejorar la productividad industrial. Esto no significa
flexibilización laboral, pero sí cierre de pymes improductivas, innecesarias y de altos costos
solventados por el Estado. El desafío que se plantea aquí es el de saber administrar transiciones.
En Argentina no sabemos. Un plan de mediano plazo para cerrar las cacetas de peajes,
reemplazarlas por automáticas y ubicar a los empleados en otros trabajos que requieran algún
grado de capacitación no se ha intentado nunca en Argentina, por dar un ejemplo que sí se está
haciendo en otros países. Y, en tercer lugar, se necesita reducir el gasto público. No quiere decir
dejar de invertir en salud, educación y previsionalidad, sino por ejemplo, reducir progresivamente
subsidios a las clases medias y altas. Todos aspectos necesarios en una economía keynesiana,
como el populismo dice aplicar. El ajuste es una herramienta fundamental de la economía, tanto
en los ciclos de crisis como en los de prosperidad. El problema argentino es que no tenemos
límites cuando prosperamos, lo que significa que tampoco los tenemos cuando entramos en crisis.
El problema del último kirchnerismo fue intentar a toda costa mantener los niveles de
consumo y empleo, retrasando lo más posible los ajustes necesarios para alcanzar resultados de
largo plazo. Desarrollar un plan estratégico y productivo integral, revertir el cuadro histórico de
dependencia tecnológica de la industria argentina, reducir la concentración y extranjerización de
la economía y romper la pared de pobreza estructural de los últimos 40 años que ronda
alrededor del 25% son los objetivos de largo plazo que ningún gobierno argentino de corte
popular supo lograr. Se sientan las bases, se diseñan las políticas públicas, se recurre a ideas
innovadoras y transformadoras pero nunca se ha logrado despegar definitivamente. Si el gobierno
de Alberto Fernández no desarrolla un plan que sepa resolver estas problemáticas históricas de la
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economía argentina, en el plazo de una década el modelo populista entrará en crisis nuevamente.
¡Ah, pero qué década! Sin duda habrá reactivación, ampliación del consumo y resurgimiento de las
pymes. Se ampliarán derechos y el Estado avanzará sobre la sociedad y la economía con políticas
públicas progresistas. La pobreza que hoy supera el 40% volverá a su histórico 20-25% y habrá
trabajo para todas y todos. Después, ¿Nos importará el después?