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Se considera generalmente que no hay tolerancia sin acción previa y ajena de incitación.

La
tolerancia es, así, un valor reactivo, impensable en condiciones previas a la convivencia e
incluso a la de la convivencia problemática. 2 Su antónimo, la intolerancia, puede manifestarse
sin embargo con anterioridad a una incitación objetiva, a modo de programa defensivo
preventivo. La tolerancia se expresa por lo general mediante una corta variedad de conductas
muy similares, mientras que la intolerancia permite una mayor variedad de comportamientos,
que van desde la ignorancia pasiva hacia el diferente hasta la persecución o el exterminio.
El término persecución ha sido usado históricamente para denotar actos de
violencia indiscriminada, sean espontáneos o premeditados. La persecución entre seres
humanos no se limita a grupos religiosos, étnicos o políticos. Cualquier diferencia identificable
en apariencia o comportamiento puede servir de motor para una persecución. El fundamento
tanto de la tolerancia como de la intolerancia y la persecución es la percepción de un individuo
o un grupo como diferentes. Se considera que la persecución es la expresión de un rasgo
general del comportamiento social, relacionado con el tribalismo y el ejercicio del poder por un
grupo, que busca imponer o reforzar la sumisión a otros. A menudo la persecución no es
reconocida como tal por los perseguidores, sino solamente por sus víctimas o por
observadores externos.3
La tolerancia es generalmente una elección dictada por una convicción, a veces
condescendiente y a veces forzada penalmente. Pero también es fomentada persuasivamente
por los medios de comunicación al servicio de los intereses del grupo de control, sea este el
que posee las herramientas formales de gobierno o el que, en posición de debilidad relativa de
este, ejerce la oposición

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