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Simbología, contrastes y estructura de guirnalda en el

Libro IV de Eneida

El Libro IV de Eneida permite ofrecer a los lectores una imprecisa dilatación


temporal que justifique la estadía de los dárdanos en las tierras cartaginesas luego de las
concatenadas peripecias atravesadas desde el exilio de Troya. Tras los incesantes
desplazamientos (Tracia, Delos, Creta, las Estrófades, Butrinto) y obstaculizaciones
(encuentro con Aqueménides en la isla de los Cíclopes, enfrentamiento con las arpías, el
túmulo de Polidoro, la sequía en Pérgamo), aparece un remanso temporal que estatiza el
movimiento de los troyanos.
Los primeros versos introducen el signo del fuego como representativo de la
condensación de dos emociones en el corazón de Dido: la angustia por la muerte Siqueo y el
furor por Eneas. Sin embargo, ambas emociones consistirán en un mismo padecimiento, ya
que la partida de Eneas será una rectificación del sentimiento de desamparo afectivo en Dido.
Capacitada para el gobierno de una ciudad, pero incapacitada para el dominio de los
malestares de su alma, Dido no hallará otra solución que la muerte.

Pero la reina herida hacía tiempo de amorosa congoja


la nutre con la sangre de sus venas y se va consumiendo
en su invisible fuego. Da vueltas y más vueltas en su mente
a las prendas de Eneas y a su gloriosa alcurnia.
(Eneida, Libro IV, vv. 1-4)

Puede observarse una estructura cíclica en cuanto al empleo de este signo. El libro se
inicia con la imagen de la inaugural lumbre y finalizará con su cese, entendiendo que el fuego
produce, además de luz, calor: “Al instante se disipa todo el calor del cuerpo y su vida se
pierde entre las auras” (Eneida, Libro IV, v. 705).
Reconociendo que el fuego volverá a aparecer en los primeros versos del Libro V,
contemplando Eneas las llamas desprendidas de las orillas de Cartago, se interpreta que el
fuego alude a los inicios y a los cierres de un ciclo. Debe reconocerse, también, la analogía
entre las brasas de la hoguera de Dido y las llamas de la ardiente Troya, ambas precediendo a
la partida de Eneas. Esta vinculación del fuego con los albores y consumaciones de ciclos
podría asociarse a la cosmovisión prístina de Roma en relación a uno de los pocos dioses
considerados “puros” de esta cultura, es decir, sin adaptarse al modelo griego: Jano1.
(Téngase en cuenta que tanto el inicio como el fin de la relación pasional entre Dido y Eneas
se dan en un mismo libro). El caudillo dárdano parte de Troya viéndola arder, sin embargo,
su partida no es una motivación individual sino la resolución del cumplimiento de deberes
políticos y religiosos. La encrucijada de Eneas entre ceder a sus pretensiones particulares o
subordinarse al futuro de su comunidad se repite durante su lapso en Cartago. Y es el fuego
una metáfora de las pasiones que no excluye ni contrasta con la simbología de los comienzos,
ya que las historias de amor se originan mediante una ardorosa pasión, y pueden verse
consumidas por el mismo amor si este es llevado a cabo sin el predominio de la razón2.
Tras la primera mención de este signo, se lee la alusión a la antorcha de Febo.
Sabemos que la función de las antorchas es la iluminación, y no es casual que en el mismo
verso leamos sobre la luz con la que la aurora baña la tierra: “Ya la aurora siguiente iba
alumbrando la tierra con la antorcha de Febo / y ya había ahuyentado la húmeda sombra por
el haz del cielo” (Eneida, Libro IV, vv. 6-7). Más tarde, la reina responde a su hermana que
ha vuelto a sentir los indicios de la primera llama (Eneida, Libro IV, v. 23). Dido
experimenta una acrecentada pasión al tiempo que adquiere consciencia de las necesidades
diplomáticas de su gobierno. Virgilio anexa el despertar del amor con la iluminación de la
conciencia. En este estado, el afecto no ciega, como popularmente se cree, sino que brinda la
posibilidad de abandonar la caverna lóbrega y ascender a la superficie para contemplar la
realidad. Así, la reina de Cartago, gracias a los influjos de Eros, supera su estado de
ofuscación originado por su viudez, se vuelve consciente de la relevancia de su función
política y actúa, como Eneas3, en concordancia con esta.
La técnica del contraste es recurrente en el estilo de Virgilio. Este libro representa una
estadía de calma luego de una escena de desplazamiento y movimiento agitado. Asimismo, el
segundo y el tercer libro contrastan con el anterior y el posterior en tanto unos representan un
diálogo intradiegético y otros retoman la diégesis del narrador. El valor metafórico del fuego
no está exento de esta función. La luz ilumina los alrededores, disipando las sombras, pero el

1 Jano es venerado como el dios de las puertas, los comienzos, las transiciones y los desenlaces en la mitología
romana. Suele ser representado por la unión de dos rostros. Tras el desarrollo de la República Romana, el culto a
Jano queda relegado en relación al aumento de las divinidades que se reeditan conforme a los modelos griegos.
Sin embargo, como la cultura no se desprende por la resolución de la voluntad, las alusiones a los ciclos en
Eneida podrían mostrarnos cómo persisten resabios de influjos culturales pasados.
2 Una similar simbología entre el fuego, las pasiones amorosas, las relaciones humanas, los ciclos y Roma
puede encontrarse en el relato Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar.
3 Nótese un proceso inverso en el caudillo dárdano. Conforme Dido comprende la utilidad de los consejos de su
hermana, Eneas pierde consciencia de su destino y se estanca en las tierras de los tirios. A medida que la reina
cartaginesa comience a descender a la ceguera pasional, Eneas recobrará la conciencia de su misión política y
religiosa.
exceso de luz puede cegar. Es así que Dido comienza a tener una visión sesgada de su
porvenir cuando desprende las entrañas de las bestias y no contempla adecuadamente el
vaticinio. Así como el descanso de Eneas en Cartago pretende transferir la sensación de
olvido sobre el cumplimiento de su destino, el hecho de que los augurios estén omitidos en
los versos provee la impresión de la ceguera de la reina:

con la copa en la mano va vertiendo Dido


su libación entre los cuernos de una blanca vaca
o gira ante los próvidos altares lentamente en presencia de los dioses
y renueva a diario sus ofrendas,
y anhelante a la vista del pecho abierto de las víctimas
escruta las entrañas humeantes. iAh, mentes obcecadas de agoreros!
A quien le ciega la furia del amor, ¿de qué le sirven votos?, ¿de qué santuarios?
(Eneida, Libro IV, vv. 61-66)

Esta ceguera la llevará a perderlo todo, ya que se ganará el desprecio de los pueblos
adyacentes y el descenso de su fama. La pérdida de la razón acarrea la ruina, al punto tal de
que Dido responsabiliza a Eneas de la pérdida de su honor. Circunstancias semejantes, de
descargar culpas en el consorte como mecanismo de evasión psíquica para no asumir la
responsabilidad propia en las expectativas infundadas, han sido harto explotadas por el
romanticismo y la modernidad4.
El himeneo evocado en este libro es un himeneo impuro. Por un lado, Dido concibe la
unión como un signo matrimonial en consonancia con los intereses de la diosa a la que tanto
culto le ha rendido; por el otro, si bien Juno es la matrona de las nupcias y la protectora de la
reina tiria, Venus percibió la doblez de sus intereses (impedir la llegada de los troyanos a
Italia y asentar el imperio en las costas africanas, bajo el dominio femenino), lo que se
traduce en una falta de aceptación del himeneo por parte de Eneas. Cada mortal responde a
los intereses de su benefactor divino.
La correspondencia entre el fulgor del fuego, que todo lo devora, y los desenlaces
quizás aparezca ilustrada de forma más manifiesta en los siguientes versos: “Brillaron
luminarias en el cielo5, testigo de la unión: / Ulularon las ninfas en las cumbres de los montes.

4 Obsérvese que, desde un punto de vista crítico, Flaubert expone estas tendencias como vicios producidos por
la literatura, alimentados a partir de ella. En Madame Bovary, Emma atraviesa, como Dido, una idealización
exacerbada del sujeto amado que sólo sirve para aumentar la magnitud del sentimiento de decepción ante el
incumplimiento de sus expectativas.
5 Posiblemente, el primer hemistiquio de este verso presente similitudes con el poema VIII de Catulo: Fulsere
quondam cándidī tibi sōlēs. Para más similitudes entre este libro y la poética de Catulo, cf. Galán, Lía. 2005.
Virgilio Eneida: una introducción crítica. Buenos Aires, Argentina: Santiago Arcos Editor.
/ Fue aquel el primer dia de muerte, fue la causa de los males” (Eneida, Libro IV, vv. 166-
168).
Toda circunstancia política en la cosmovisión grecolatina es, a su vez, una
circunstancia religiosa. La unión entre los representantes de los pueblos encontrados es, por
tanto, de carácter político-religiosa. Se fundamenta así la intervención de la Fama, como
entidad divina, en la transmisión de la nueva a los habitantes de Cartago y circundantes:
como actantes de la comunidad, deben estar informados de los eventos que repercutirán en el
gobierno.
Un tercer personaje interviene. Su llamado se dirige al omnipotente Júpiter,
intervención necesaria para desprender a Eneas de Dido e impulsar la realización de su
misión comunitaria. En contraste con la unión en la cueva, en la que los eventos de los
mortales responden a las determinaciones de los dioses, las plegarias de Jarbas 6 son las que
convocan la intervención de Júpiter.
En el diálogo posterior, el dios supremo menciona que de permanecer Eneas en la
patria tiria, el destino de Roma procederá en Ascanio. Esta mención, además de plantear el
carácter inmutable del destino de Roma en el Lacio, transmite el culto a la herencia familiar
romana, encabezada por los varones.
La intervención de Mercurio anula la ceguera de Eneas. El caudillo no necesita,
siquiera, reflexionar. Instantáneamente, lo invaden impulsos de abandonar Cartago y retomar
la conquista de la nueva patria. Su pietas se hace notar, pues no duda en ordenar la
preparación de la flota, y puede verse aquí cómo la razón predomina por sobre las emociones.
Eneas no reniega de su amor por Dido, pero no permitirá que intervenga en sus funciones
político-religiosas. Este tipo de amor racional contrasta con el furor de la reina, que en su
pasión desmedida es capaz de intervenir en los designios del padre de los dioses.
Al desplazamiento del inicio de una vinculación afectiva a su fin, del fuego a su
expiración, de la estadía a la partida, de mortales cediendo ante los dioses a dioses cediendo
ante mortales, de la vida a la muerte, de la razón al furor, se añade el desplazamiento del
amor de la desdichada reina al odio. La vivaz lumbre se oscurece, como las negras antorchas
con las que Dido perseguirá a Eneas; el calor se transforma en hielo; la luz, en sombra:

6 Las plegarias de Jarbas resultan enigmáticas. Invocan al dios como Omnipotente conforme cuestionan su
poder y su fama: “¿Es fuego entre las nubes o fragor inane / lo que nos llena de terror el alma?” (Eneida, Libro
IV, vv. 209-210). Esta acción, en lugar de acarrear la cólera de Júpiter, lleva a la aceptación del pedido. Es
posible que los cuantiosos altares alzados por el rey de los gétulos funcionen como atenuantes de cualquier
reticencia en el dios.
Espero, por supuesto, si tiene algún poder la justicia divina,
que hallarás tu castigo, ahogado entre las rocas. Y que invoques entonces
el nombre de Dido muchas veces7. Aunque ausente, he de seguirte con las llamas
de las negras antorchas. Y cuando arranque el alma de mis miembros
el hielo de la muerte, mi sombra en todas partes ha de estar a tu lado,
pagarás tu crimen, malvado. Lo sabré, me llegará la nueva,
allá a lo hondo del reino de las sombras.
(Eneida, Libro IV, vv. 383-388)

Dido huye, angustiada, de la luz (Eneida, v. 389). Si las revelaciones de los dioses son
la iluminación de un camino insoslayable y, por tanto, una verdad objetiva, Dido está
huyendo de la verdad, porque ha sido informada sobre las palabras emitidas por Mercurio. Su
descenso a la oscuridad de la aflicción comenzará por teñir de negro cualquier signo de vida y
placer: “[...] ve —horroriza decirlo— / cómo el agua sagrada se ennegrece y el vino
derramado se torna sangre impura” (Eneida, Libro IV, vv. 454-455). Sumida en la
desesperación, invocará al reino de las sombras, el Érebo, hasta que su existencia en pleno
sea devorada por las sombras de la muerte, que equivalen a la oscuridad total. Al fin y al
cabo, un acto tal como el suicidio implica, previamente, un estado anímico de angustia. Es
este estado al que se remiten los signos de la oscuridad.
Así como la relación entre la reina y el caudillo troyano puede ser leída en términos
políticos, con el mismo enfoque puede leerse la desvinculación de los amantes. Dido ve en la
alianza con el pueblo troyano la posibilidad de potenciar su milicia ante los belicosos pueblos
que la circundan, mencionados en su primer diálogo con Ana. Se trata de reinos que en
cualquier momento pueden atacar y raptarla. De esta forma, la alianza la asentaría como
figura política y aumentaría su fama como reina de Cartago. Durante la planeación de su
ardid, el monólogo de la reina expresa que seguir a los dárdanos al Lacio no es una
posibilidad: “¿Me haré sola a la mar con esos marineros que huyen de aquí triunfantes?”
(Eneida, Libro IV, v 543). Esto se debe a que una conducta semejante implicaría ceder, lo
que demuestra una dinámica constante de relaciones de poder.
Se concluye de este análisis la relación proporcional entre signos como el fuego, la
iluminación, la oscuridad y su analogía con las pasiones humanas. La estructura a modo de
guirnalda que enseña dos planos, por momentos paralelos (el himeneo impuro) y, por otros,
dicotómicos, como es el caso de vida-muerte, enlace-desvinculación, estadía-partida, razón-
pasión, amor-odio. La simbología del fuego y el furor de Dido es una reminiscencia de los
rituales mágicos arcaicos en los que lo semejante se adhiere a lo semejante. Por esta razón, la

7 Otro hemistiquio que se asemeja a un verso del poema de Catulo citado en nota 4: At tū dolēbis, cum
rogāberis nūlla. Del igual modo, la descripción de Eneas esforzándose, aunque llorando, en mantenerse firme
en su decisión figura al yo poético de este mismo poema: At tū, Catulle, destinātus obdurā. (Atiéndanse las
similitudes entre Dido y Medea en relación a la transición del amor erótico al amor maniático).
reina quemará las posesiones de Eneas, pretendiendo ocasionarle un castigo 8, y sellará el
ritual con su propia muerte, invocando así las muertes de las futuras guerras púnicas.

Alan Mayerna
Universidad Católica de La Plata

Bibliografía

Galán, Lía (2005). Virgilio Eneida: Una introducción crítica. Buenos Aires, Argentina:
Santiago Arcos Editor.

Grimmal, Pierre (1989). Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona, España:


Ediciones Paidós.

Marafioti, Roberto (1993). Los significantes del consumo: semiología, medios masivos y
publicidad. Buenos Aires, Argentina: Biblos.

Virgilio (1992). Eneida. Madrid, España: Editorial Gredos.

UCALP (2019). Módulo II - unidad 2. Buenos Aires, Argentina. Disponible en PDF.

UCALP (2019). Módulo II - unidad 3. Buenos Aires, Argentina. Disponible en PDF.

UCALP (2019). Módulo II - unidad 4. Buenos Aires, Argentina. Disponible en PDF.

8 En civilizaciones antiguas, para dañar a un enemigo de difícil alcance, se dañaba una imagen que lo
representara. Cf. Marafioti, Roberto. 1993. Los significantes del consumo: semiología, medios masivos y
publicidad. Buenos Aires, Argentina: Biblos.

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