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Hipótesis de Sapir-Whorf

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Véase también: relativismo lingüístico

La hipótesis de Sapir-Whorf establece que existe una cierta relación entre las categorías gramaticales del
lenguaje que una persona habla y la forma en que la persona entiende y conceptualiza el mundo.
También se conoce a esta hipótesis como PRL (Principio —o hipótesis— de Relatividad Lingüística). El
primer lingüista en mencionar este concepto fue Harry Hoijer.1

Podemos distinguir una formulación fuerte y una más débil del siguiente modo:

Hipótesis whorfiana fuerte: La lengua de un hablante monolingüe determina completamente la forma en


que este conceptualiza, memoriza y clasifica la «realidad» que lo rodea. Esto se da a nivel
fundamentalmente semántico, aunque también influye en la manera de asumir los procesos de
transformación y los estados de las cosas expresados por las acciones verbales. Es decir la lengua
determina fuertemente el pensamiento del hablante.

Hipótesis whorfiana débil: La lengua de un hablante tiene cierta influencia en la forma que este
conceptualiza y memoriza la «realidad», fundamentalmente a nivel semántico. Esto significaría que a
igualdad de todo lo demás pueden existir diferencias estadísticas significativas en la forma que dos
hablantes de diferentes lenguas resuelven o enfocan ciertos problemas.

La hipótesis de Sapir-Whorf ha sido uno de los principales temas dentro de las discusiones en torno al
relativismo lingüístico.

Índice

1 Historia del concepto

2 Evidencia empírica

3 Críticas

4 Véase también

5 Notas y referencias

5.1 Bibliografía
5.2 Enlaces externos

Historia del concepto

La hipótesis original fue formulada por Edward Sapir y su discípulo Benjamin Lee Whorf. Whorf tomó las
teorías de su maestro para desarrollarlas a lo largo de la década de 1940. En su versión fuerte, la
hipótesis Sapir-Whorf puede considerarse una forma de determinismo lingüístico, aunque el interés de
los psicólogos por la influencia del lenguaje en el pensamiento es anterior a la formulación de la
hipótesis de Sapir-Whorf como tal. Julia Penn, en su libro Linguistic Relativity versus Innate Ideas. The
Origins of the Sapir-Whorf Hypothesis in German Thought, remonta los cimientos teóricos de esta
hipótesis al trabajo del pensador pietista alemán Johann Georg Hamann (1730-1788), elaborando luego
una línea evolutiva para esta corriente interpretativa del lenguaje que incluiría a Johann Gottfried Herder
(1744-1803), Wilhelm von Humboldt (1767-1835) y Jan Baudouin de Courtenay (1845-1929), mientras
que Franz Boas (1858-1942) y Edward Sapir (1884-1935) se apartarían en una rama diferente del árbol
evolutivo de la corriente. En el esquema de Penn, Benjamin Lee Whorf (1897-1941) tomaría elementos
de estos pensadores, especialmente de Sapir, para elaborar la hipótesis tratada en este artículo.

Una hipótesis muy revisada de la versión «débil» de la hipótesis whorfiana es conocida como la hipótesis
Whorf-Korzybski. Julia Penn considera esta hipótesis altamente probable y la define de la siguiente
forma:

La manera en que los individuos denominan o describen situaciones influye en la manera en que se
comportan ante esas situaciones.

Penn se apoya, para contemplar esta hipótesis como posible, en los experimentos realizados por John B.
Carrol y Joseph H. Casagrande con hablantes de hopi y navajo. Sin embargo, según Xabier Zabaltza, en su
libro Una historia de las lenguas y los nacionalismos, cabe destacar que esta hipótesis se refiere al habla
individual (lo cual en términos de Saussure se denominaría parole) y no a la propia lengua (langue), que
es una actividad social. Zabaltza destaca la diferencia entre los dos conceptos en el idioma francés,
observando que en el alemán no existe la diferencia entre ellos, siendo que los dos comparten la misma
denominación: sprache.

La posición de que la estructura y categorías de la propia lengua materna condiciona el pensamiento fue
argumentada convincentemente por Bhartrihari (siglo VI d. C.) y fue tema de siglos de debate en la
tradición lingüística de la India. Nociones relacionadas en Occidente, como el principio de que el
lenguaje tiene efectos de control en el pensamiento, pueden ser identificados en el ensayo de Wilhelm
von Humboldt Über das vergleichende Sprachstudium (Sobre el estudio comparativo de las lenguas), y la
noción ha sido asimilada de manera importante en el pensamiento occidental. Karl Kerenyi empezó su
traducción de Dionysus al inglés en 1976 con este pasaje:
La interdependencia del pensamiento y el discurso deja claro que los lenguajes no son tanto medios para
expresar una verdad que ya ha quedado establecida sino medios de descubrimiento de una verdad
previamente desconocida. Su diversidad es una diversidad no de sonidos y signos sino de formas de ver
el mundo.

El origen de la hipótesis de Sapir-Whorf como un análisis más riguroso de esta percepción cultural
familiar puede ser remontada al trabajo de Franz Boas, el fundador de la antropología en Estados
Unidos. Boas fue educado en Alemania a finales del siglo XIX durante la época en la que científicos como
Ernst Mach y Ludwig Boltzmann estaban tratando de entender la fisiología de la sensación.

Una aproximación importante de la época era el renacido interés en el trabajo de Immanuel Kant. Este
decía que el conocimiento era resultado del trabajo cognitivo concreto de parte del individuo; la realidad
(«intuición sensitiva») estaba en constante flujo y el entendimiento provenía de interpretar dicha
intuición mediante las «categorías del entendimiento». Individuos diferentes pueden entonces percibir
la realidad noumenal como instancias fenoménicas de sus diferentes conceptos individuales.

En EE. UU., Boas encontró lenguas amerindias de diferentes familias lingüísticas, todas distintas a las
lenguas semíticas e indoeuropeas estudiadas por la gran mayoría de académicos europeos. Boas se dio
cuenta de lo grandes que pueden ser las diferencias entre las categorías gramaticales y formas de vida
de un lugar a otro. Como resultado, Boas llegó a la conclusión de que la cultura y las formas de vida de
un pueblo estaban reflejados en el lenguaje hablado por este.

Edward Sapir fue uno de los estudiantes más notables de Boas, y profundizó su argumento notando que
los lenguajes eran sistemas formal y sistemáticamente completos. Así que no se trataba de que alguna
palabra en particular expresara una forma de pensar o comportarse, sino de que la naturaleza
sistemática y coherente del lenguaje interactuaba en un nivel más amplio con el pensamiento y el
comportamiento. Aunque sus ideas cambiaron con el paso del tiempo, pareciera que hacia el final de su
vida Sapir llegó a creer que el lenguaje no era un mero reflejo de la cultura, sino que el lenguaje y el
pensamiento podían de hecho tener una relación de mutua influencia e inclusive de determinación.
Whorf le dio todavía más precisión a esta idea al examinar los mecanismos gramaticales particulares
mediante los cuales el pensamiento influía en el lenguaje.

Sapir afirmó:
Cuando se trata de la forma lingüística, Platón camina junto con el porquero macedónico; Confucio, con
los salvajes cazadores de cabezas de Assam. En Language: An Introduction to the Study of Speech. (1921:
capítulo X)

Esta expresión, que en el fondo manifiesta un prejuicio, indica que la forma de hablar de los porqueros
macedónicos no era inferior a la forma de hablar de Platón, y que Confucio no tenía una capacidad
sintáctica superior a la de los cazadores de cabezas de Assam. La crítica a esta hipótesis se estructurará
sobre el argumento de que la forma lingüística de todos los seres humanos es equivalente.

Evidencia empírica

Existen hechos que parecen difíciles de explicar si aceptamos la hipótesis Sapir-Whorf en su versión
fuerte. Así, por ejemplo, se ha podido comprobar que los bebés, chimpancés e incluso las palomas son
capaces de categorizar y agrupar categorías de objetos en conceptos, a pesar de carecer de lenguaje.2

Sin embargo, la cuestión parece diferente cuando consideramos la hipótesis débil. Desde hace tiempo se
sabe que la memoria y la percepción psicológica se ven afectadas o influidas por la disponibilidad de las
palabras y de las expresiones apropiadas, por ejemplo, sustantivos de colores. Ciertos experimentos han
mostrado que las memorias visuales de las personas tienden a distorsionarse con el tiempo, de modo
que los recuerdos visuales terminan pareciéndose cada vez más a las categorías lingüísticas comúnmente
usadas por dichas personas.

Se mostró, por ejemplo, que los hablantes monolingües de zuñi, una lengua amerindia hablada en
Nuevo México, cuyo vocabulario no diferencia entre «naranja» y «amarillo», experimentaban mayor
dificultad que los zuñi que también sabían inglés o los que solo hablaban inglés a la hora de reconocer
después de cierto tiempo objetos de un color fácilmente codificable y expresable en inglés, pero no en
lengua zuñi o zuni.

En el experimento se mostraba a un individuo un objeto de color amarillo o anaranjado; al cabo de cierto


tiempo se le mostraba dos objetos iguales, uno amarillo y otro anaranjado, entre los cuales estaba el que
el sujeto había visto anteriormente, y se le pedía que identificara el que se le había mostrado la otra vez.
Se ha mostrado, además, que no es que los hablantes de zuñi fueran incapaces de percibir la diferencia
entre un amarillo y un objeto anaranjado, si se les pedía que los compararan cuando los tenían
presentes, sino un efecto de memoria al cabo del tiempo para recordar la tonalidad.

Estos experimentos parecen confirmar parcialmente la hipótesis de Sapir-Whorf, pero no proveen


suficiente evidencia en favor de la formulación fuerte de la misma. Parece razonable aceptar que el
lenguaje que uno habla tiene influencia sobre la memoria y la manera en como se codifican en ella
algunas cosas, tal como se ha dicho, pero es dudoso que el lenguaje sea en realidad el que provee todos
los patrones de pensamiento del individuo (ciertos experimentos muestran la existencia de pensamiento
no verbal).[cita requerida]

Varios experimentos recientes parecen confirmar la plausibilidad de una versión débil de la relatividad
lingüística. Este es el caso de, por ejemplo, John Lucy, que ha conducido estudios comparativos con
hablantes nativos de inglés y de maya yucateco, en los que mostró que los que tenían el inglés como
lengua materna tendían a seleccionar los objetos por su forma, mientras que los hablantes de yucateco
solían preferir el material de que estaban hechos. Así, por ejemplo, si se les pedía que eligieran un objeto
parecido a una caja de cartón, los hablantes de inglés seleccionarían cajas, aunque fueran de plástico,
mientras que los de yucateco elegían objetos de cartón aunque no tuvieran forma de caja. Lucy atribuyó
esta diferencia en la conceptualización de objetos a la presencia, en yucateco, de unos clasificadores que
deben acompañar el sustantivo siempre que éste se presente detrás de un numeral; estos clasificadores
son los que indican lingüísticamente la forma de los objetos, por lo que para los hablantes de yucateco el
aspecto más importante de los sustantivos no sería la forma, sino más bien la materia.

Dan Slobin también ha llevado a cabo varios experimentos en los que estudia los efectos de la gramática
a la hora de conceptualizar; en concreto, defendió que dos lenguas diferentes pueden dar lugar a dos
narrativas inconmensurables de un mismo evento. Su estudio versó sobre la forma en que hablantes
nativos de inglés, turco y español, divididos por rangos de edad, narraban una misma sucesión de
imágenes. De acuerdo con sus conclusiones, había una correlación entre la lengua hablada y aquellos
aspectos de la escena que los participantes narraban; así, por ejemplo, los hablantes nativos de español
tendían a destacar más el tiempo en que la acción transcurría, los hablantes de inglés solían destacar en
qué dirección espacial se orientaba lo que sucedía, mientras que los hablantes de turco destacaban qué
protagonistas de la escena habían contemplado lo que ocurría. Como conclusión, Slobin ha postulado la
existencia de una serie de categorías mentales que son adquiridas a través del lenguaje y que son
utilizadas únicamente para la expresión lingüística; se trataría, pues, de una versión de la relatividad
lingüística limitada a contextos puramente lingüísticos.

Alfred Bloom también ha trabajado en el tema de las diversas narrativas, trabajando sobre el chino
mandarín. Bloom condujo un experimento donde mostró a unos hablantes nativos de inglés un texto
que contenía construcciones en subjuntivo, mientras mostraba a unos hablantes nativos de chino una
traducción literal del mismo a su lengua, en la que esta construcción gramatical es inexistente. El
resultado fue que, cuando se preguntó a los participantes si los acontecimientos narrados en el texto
habían o no sucedido, los hablantes de chino fallaron en un porcentaje mucho mayor que los de inglés;
la conclusión era, pues, que resulta imposible traducir literalmente de una lengua a otra, y esto debe ser
debido a que cada una de ellas conceptualiza la realidad de una manera diferente. Lera Boroditsky
también ha trabajado en estudios comparativos entre el inglés y el chino mandarín, y ha mostrado que
los hablantes de cada una de estas concibe el tiempo de una manera distinta: mientras que el inglés
asocia el transcurso del tiempo con un movimiento horizontal, el chino lo asocia a uno vertical. Ahora
bien, esta autora también ha defendido la posibilidad de que los hablantes de una lengua aprendan a
conceptualizar del mismo modo que los de la otra sin necesidad de aprender la otra lengua, así que
aboga por una versión débil - no determinista - de la relatividad lingüística.

Críticas

Hoy en día esta hipótesis está desacreditada en su forma fuerte. Los ejemplos en los que se basaron
Sapir y Whorf son irreales. Por ejemplo, ellos decían que los amerindios zuñi no tenían vocablo diferente
para el «amarillo» y el «naranja» y que eso tendría que condicionar su modo de pensar. La verdad es que
no tienen esos vocablos, pero diferencian perfectamente lo amarillo de lo naranja. Lo que ocurre es que
en su modo de vida la diferencia es irrelevante, aunque como explica Lyons, sus hábitos de memoria sí
parecen afectados por la existencia de la distinción léxica.

En relación a los experimentos con colores ha habido una larga polémica que comenzó con el
universalismo sobre los términos de color que comportaban los resultados de los experimentos llevados
a cabo por Berlin y Kay. Estos experimentos confirman la existencia de universales lingüísticos en cuanto
a los términos para nombrar los colores básicos.3 Así pues, la fisiología y la percepción, de carácter
universal, jugarían un papel determinante a la hora de establecer la semántica de una lengua.

Una posible prueba del error de Sapir-Whorf sería el hecho de que los traductores son capaces de
traducir lo que se dice en una lengua a otra. No se podría hablar por lo tanto de que el lenguaje
determinase la forma en que pensamos, sería más exacto y correcto decir que influye en el
pensamiento.

Los experimentos de Bloom sobre el subjuntivo han sido cuestionados por Au, quien dirigió una serie de
experimentos similares a los conducidos por Bloom; según mostró, el problema de los experimentos de
este último fue el hecho de que la traducción al chino que había realizado resultaba confusa por ser
demasiado literal, y una vez la traducción fue adaptada a un chino más común, las diferencias que había
entre los hablantes de ambas lenguas desaparecieron.[cita requerida]

Las principales críticas a la hipótesis del relativismo lingüístico serían, por tanto:
El «innatismo» de Noam Chomsky, que argumenta la existencia de un lenguaje-L que es igual para todos
los miembros de la especie humana, interiorizado e innato, que constituye la facultad lingüística.

El «universalismo semántico» de Anna Wierzbicka, que sostiene la existencia de un sistema semántico


universal, al cual se pueden traducir los de cada una de las lenguas naturales.

Steven Pinker también ha atacado con fuerza la hipótesis de la relatividad lingüística, defendiendo la
universalidad del mentalés o lenguaje del pensamiento. Según defiende, el pensamiento funcionaría de
manera análoga a una máquina de Turing, y por tanto resulta absurdo considerar que este esté
condicionado por una lengua particular - como tampoco podría estarlo la fisiología, por lo que el
lenguaje no podría alterar nunca la percepción.

Otra crítica que se realiza a esta teoría es la visión nacionalista, o incluso racista, que podría acarrear, ya
que al distinguir el funcionamiento de la mente humana en función de la lengua del hablante, se estaría
sosteniendo que los individuos tendrían capacidades intelectuales diferentes según su idioma, en caso
de hablar una única lengua, por supuesto. Xabier Zabaltza escribe: «La hoy conocida como hipótesis
Sapir-Whorf [...] ha servido de coartada intelectual a todos los nacionalismos lingüísticos» (Una historia
de las lenguas y los nacionalismos. Xabier Zabaltza, 2006). Ahora bien, cabría decir que tanto Sapir como
Whorf admitían la unidad psíquica de la humanidad, y que la relación de determinación del lenguaje no
era tanto hacia la manera de razonar como hacia la cosmovisión sostenida por los hablantes.

Véase también

Walter Benjamin

Jacques Derrida

Hans-Georg Gadamer

John Lucy

Alfred Korzybski

Ferdinand de Saussure

Johann Gottfried von Herder

Wilhelm von Humboldt

Notas y referencias

Hoijer, Harry (Ed.). (1954). Language in culture: Conference on the inte

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