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GUIA DE APRENDIZAJE CLASE Nº1 – SEMANA 1 MARZO

“Textos Narrativos”

Objetivos de la Clase:
 Leer comprensivamente cuento.
 Identificar estructura y propósito del cuento

1. Lee el siguiente texto:

Golfo de Penas

Entre ola y ola nuestro barco se recostaba como un animal herido en busca de una
salida a través de ese horizonte cerrado de lomos movedizos y sombríos.
-¡Agárrate, viejo! -dijo un marinero haciendo rechinar sus dientes y contrayendo la cara
como si un doloroso atoro le anudara las entrañas. El barco, cual si lo hubiera escuchado,
crujió al borde de una rolada de cuarenta y cinco grados y fue subiendo sobre el lomo de
otra ola, semirrecostado, pero ya libre de la vuelta de campana o de la ida por ojo.
La cerrazón de agua era completa. Arriba el cielo no era más que otra ola suspendida
sobre nuestras cabezas, de cuya comba se descargaba una lluvia tupida y mortificante.
De pronto, emergiendo de la cerrazón, apareció sobre el lomo de una ola una sombra
más densa; otra ola la ocultó, y una tercera la levantó de nuevo mostrándonos el más
insólito encuentro que pueda ocurrir en esos mares abiertos: un bote con cinco hombres.
Raro encuentro, porque por ese golfo sólo se aventuran buques de gran tonelaje. El
nuestro, con sus diez millas de máquina, hacía más de veinticuatro horas que estaba
luchando por atravesarlo de sur a norte, y una cáscara de nuez como ese bote minúsculo
no podía tener la esperanza de hacerlo en menos de una semana hasta el Faro San
Pedro, primeros peñones de tierra firme que se hallan al sur del temido golfo.
En medio de los ruidos del temporal, la campana de las máquinas resonó como un
corazón que golpeara sus paredes de metal y el barco fue disminuyendo su andar.
Era un bote de ciprés, ancho de cuyas gruesas cuadernas que mostraban su pulpa
sonrosada de tanto relevarse con el agua del mar y de la lluvia. Los cuatro bogadores
remaban vigorosamente, medio parados, afirmando un pie en el banco y el otro en el
empaletado, y mirando con extraña fijeza el mar, especialmente en la caída de la ola,
cuando la falda de agua resbalaba vigorosamente hacia el abismo. El patrón, aferrado a la
caña del timón, iba también de pie, y con una mano ayudaba al remero de popa con un
envión del cuerpo que parecía darles fuerzas a todos, quienes como un solo hombre
seguían el compás de su impulso. De tarde en tarde algún lomaje labrado escondía al
bote, y entonces, semejaban estaban bogando suspendidos en el mar por un extraño
milagro.
Cuando estuvo a la cuadra, le lanzaron un cabo amarrado a un escandallo, que el
remero de proa ató con vuelta corrediza a un eslabón apernado en su banco. La cercanía
se hacía cada vez más peligrosa. Las olas subían y bajaban desacompasadamente al
buque y al bote; de tal manera que, en cualquier momento, podía estrellarse el esquife
haciéndose pedazos contra los costados de fierro del barco. Una escalerilla de cuerdas
fue lanzada por la borda, y, cuando la cresta de una ola levantó el bote hasta los
pescantes mismos del puente, en la bajada, de un salto, el patrón se agarró a la escalera
y trepó por ella con la agilidad de un gato. Puso pie en cubierta y como una exhalación

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ascendió por las escaleras hasta el puente de mando.


Arriba, patrón y capitán se encerraron en la cabina. Estábamos a la expectativa. Los
remeros manteníanse alejados a prudente distancia con su cáscara de nuez; el barco
encajaba la proa entre las olas y la levantaba como una cabeza cansada, sacudiéndola de
espumas. El contramaestre y los marineros estaban listos con la maniobra para izar el
bote a borde, en cuanto el capitán diese la orden.
Los minutos se alargaban. ¿A qué tanta demora para salvar un bote en medio del
océano?
La expectación se hizo menor cuando vimos salir al patrón de la cabina. Hizo un gesto
raro con la mano y bajó de nuevo las escaleras con su misma agilidad de gamo. Pero la
orden de izar a los náufragos no se oyó. Nuestro asombró, entonces, aumentó.
Pasó a mi lado, me enfrentó con una mirada fría y enérgica. Quise hablar, pero la
mirada me detuvo. El hombre iba empapado; llevaba el cuerpo cubierto por un pantalón
de lana burda y un grueso yersey; la cabeza y los pies, desnudos; el rostro, relavado
como el ciprés de su bote y en todo su ser, una agilidad desafiante, con la que parecía
esconderse apenas del castigo implacable de la intemperie.
Cruzó de nuevo como una exhalación, saltó por la borda, se aferró en la escalerilla ,
aprovechando un balance, estuvo de un brinco agarrado de nuevo a la caña de su timón.
-¡Largaaa! -gritó, y el proel desató el cabo, lanzándolo al aire con un gesto de
desembarazo y desprecio. Los remeros bogaron vigorosamente, y el bote se perdió detrás
de una montaña de agua. Otra lo levantó en su cumbre, y después se esfumó como había
venido, como una sombra más densa tragada por la cerrazón.
En el barco la única orden que se oyó fue la de la campana de las máquinas, que
aumentó su andar. Los marineros estaban estupefactos, como esperando algo aún, con
las manos vacías. El contramaestre recogía el cabo y el escandallo con lentitud,
desabrido, como si recogiera todo el desprecio del mar.
-¿Por qué no los llevamos? -pregunté más tarde al capitán.
-No quiso el patrón que los lleváramos en calidad de náufragos -me contestó.
-¿Y por qué?
-“¡Somos loberos de la isla de Lemuy y vamos a los canales magallánicos en busca de
pieles! ¡No somos náufragos!, contestó”.
-“¿No saben que la autoridad marítima prohíbe salir de cierto límite con una
embarcación menor? ¿Piensan acaso atravesar el golfo con esa cáscara?”
-“¡No es una embarcación menor, es un bote de cinco bogas y todos los años en esta
época acostumbramos atravesar con él el golfo. Lo único que le pedimos, es que nos
lleve y nos deje un poco más cerca de la costa; nada más!!.
-“¡Si los llevo debo entregarlos a las autoridades de la Capitanía del puerto de su
jurisdicción!”
-“¡No, allí nos registrarán como náufragos… y eso… ni vivos ni muertos! ¡No somos
náufragos, capitán!”
-“Entonces no los llevo”.
”¡Bien, capitán!”
Y haciendo un gesto con la mano, el patrón había dado por terminada la entrevista.
Sin poderme contener, proferí:
-¡Así como los dejó peleando con la muerte aquí en medio de este infierno de aguas,
pudo haberles dado una chance dejándolos más cerca de la costa! ¿Quién le iba a aplicar
el Reglamento en estas alturas?
-¡Era un testarudo ese patrón!-: Si me ruega un poco, lo habría llevado!
Afuera la cerrazón se apretaba cada vez más sobre el Golfo de Penas.

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2. ¿Qué tipo de texto es el anterior?

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3. ¿Cuál es el propósito del texto?

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4. ¿Qué personajes puedes encontrar en el texto?


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5. ¿En qué ambiente se desarrollan las acciones?

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6. Anota las palabras que desconoces su significado:

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7. Completa el siguiente organizador gráfico:

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GUIA APRENDIZAJE CLASE Nº2 – SEMANA 1 MARZO

“Textos Narrativos”

Objetivos de la Clase:
 Leer comprensivamente un cuento
 Describir personajes, ambientes y conflictos

Lee el siguiente texto y responde:

El ruiseñor y la rosa
[Cuento. Texto completo]
Oscar Wilde
Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-,
pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los
sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer
de una rosa roja.
He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las
noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora
lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que
desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada
asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo
una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano
estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo
y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que
es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello
que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo
porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni
ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos
de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente
que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán
solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola
levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!

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Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció
silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó
sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la
nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de
sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se
sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados
antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece
debajo de la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que
los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha
helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis
ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún
medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro
de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado
en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el
corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama
la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la
luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las
campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el
amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un
hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una
sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las
lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja.

La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio
corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el
amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por
fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios
son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.

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El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo
que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había
construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente
argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de
notas y su lápiz.
"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza
innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas:
puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la
música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse
que su garganta tiene notas bellísimas. ¡Que lástima que todo eso no tenga sentido
alguno, que no persiga ningún fin práctico!"
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su
adorada.
Al poco rato se quedó dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las
espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se
detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la
sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y
sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción
tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana
y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un
espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque
cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de
un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la
rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una
rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su
corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor
sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los
pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se
extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.

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Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora
se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del
alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a
los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón
traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante
en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy
enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la
rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con
un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa
más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos
juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del
chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más
que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué
eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los
zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil
que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y
hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en
nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la
metafísica."
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se
puso a leer.

1. ¿Qué tipo de texto es el anterior?


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2. ¿Cuál es el propósito del texto?


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3. ¿Qué personajes puedes encontrar en el texto?


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4. ¿En qué ambiente se desarrollan las acciones?

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5. Completa el siguiente organizador gráfico:

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GUIA DE APRENDIZAJE CLASE Nº3 – SEMANA 1 MARZO

“Textos narrativos”

Objetivos de la Clase:
 Leer comprensivamente un cuento
 Participar en un foro de discusión literaria
 Describir personajes.

Lee el siguiente texto y responde las preguntas:

DOÑA TATO

Llegó prestigiada por treinta años de servicios en casa de unas viejecitas


solteronas que acababan de morir con pocos días de diferencia. Sabía cocina y
repostería. Exigía una pieza dormitorio para su uso particular y que le aceptaran un gato
negro, gordiflón y taciturno. Ella se llamaba Tránsito; él, "Paquito". Porque siempre iban
juntos, pareja estrafalaria: doña Tato, vieja, magra, la cara llena de arrugas hondas
convergentes a la boca, el trasero saliente, los brazos muy largos y hábito del Carmen;
"Paquito", desmadejado, bostezante, silencioso en sus escarpines blancos.
Lo trastornaron todo en casa. La vieja empezó por expulsar de la cocina a los otros gatos
y a las otras sirvientas. La cocina era suya. Sólo a mí --con aires de condescendencia--
me dejaba entrar. Encerrada con llave se entendía con las sirvientas por el torno, y si
alguna quería deslizarse adentro o insinuaba el propósito, la insultaba, mezclando a los
dicterios tiradas de latines. Y como vomitando ese mejunje al par que aspeaba los largos
brazos tenía algo de bruja, la creyeron en pacto con el demonio y, horrorizadas, la dejaron
vivir a su placer.
Los gatos tardaron más en darse por vencidos. Llegaban oteando por el torno o la
ventana, buscando piltrafas, ansiosos de rescoldo. Y hallaban un brazo y una escoba
mucho más largos que lo previsto y que siempre, invariablemente, les caían en medio del
lomo. Hasta que uno quedó descaderado no parecieron tomar en serio el peligro que era
la vieja. Desde entonces se refugiaron en el repostero, junto al anafe y las otras sirvientas,
en acercamiento de víctimas del mismo poder.
Al principio hubo muchas protestas. A cada rato llegaba alguna mujer en son de acuse, y
hasta los gatos --en su idioma-- supongo que me darían quejas. Prometía amonestarla y
hasta ponerla en la calle si no cambiaba de conducta. Pero cuando al anochecer venía
doña Tato llena de majestad --seguida por "Paquito"-- a tomar órdenes para el día
siguiente, mis propósitos se iban arrastrados por la marea de respeto rayano en terror que
la vieja me producía.
Empezaba mi aprendizaje de ama de casa; la falta de conocimiento y de práctica me
hacía indecisa, débil, temerosa. Doña Tato se daba perfecta cuenta de su superioridad.
Fingiéndose humilde, empezaba siempre:
--Aquí estoy a las órdenes de su mercé.
--¿Cómo está, doña Tato?
--Muy bien, para servirle. ¿Qué haremos mañana?
Yo me ponía a pensar en minutas, buscando con verdadera ansia en mis recuerdos los
nombres de todos los guisos que conocía, y siempre, siempre, encontraba sólo aquellos
que comiera en la mañana o--alejándome un poco--en la noche anterior.
Doña Tato decía al descuido:

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--"Paquito" está bien.


Mala iba la cosa... Cuando no se le preguntaba por el gato, se ponía de peor humor que el
pésimo de costumbre.
--Haremos..., haremos... budín de coliflor y berenjenas rellenas con queso.
Y la miraba, feliz de mi hallazgo, porque tenía la perfecta seguridad de no haber comido
coliflor hacía largos meses.
--¡Es el tiempo ahora! --y en semicírculo, de pared a pared, su mirada ponía al salón por
testigo de mi imbecilidad.
Pero yo, realmente imbécil, insistía porfiada:
--Quiero budín de coliflor... Debe haber coliflor en conserva y berenjenas también.
La vieja saltaba furiosa:
--Tamién..., tamién... ¿Y qué más? ¿Un pajarito volando tamién? Estas iñoritas que no
saben ónde están parás y se meten a disponer. Ora pro nobis... Tamién... Yo sabré lo que
hago mañana. ¡No faltaba otra cosa! Cuando una ha servío treinta años en una casa no
tiene pa' qué andar mendigando mandares. Per Christum Dominum nostrum. . . ¿Qué te
parece, "Paquito"? Si no juera por mí te mataban de hambre. Nicolasa..., pa' tu casa.
Amén.
Y se marchaba de estampía, seguida perezosamente por el gato, dejándome humillada,
indignada y amedrentada. Hasta que opté por abandonar mis aires de dueña de casa y
decirle que no viniera más a tomar órdenes, que dispusiera ella a su antojo. Comíamos
admirablemente. En el servicio había orden. En las cuentas, economías. ¿Qué más pedir?
La doncella me contó cómo rezaba la vieja el rosario, los rosarios, porque el día entero se
pasaba en eso. Trajinando, siempre en una actividad enfermiza por lo continua, doña Tato
murmuraba las avemarías a media voz, y al terminar, en el amén, agregaba un número,
de uno a diez, para contar las decenas sin necesidad de tener en las manos un rosario
que le impidiera seguir en sus quehaceres. Y los misterios los señalaba en la repisa con
cinco papas que iba sacando de un cajón.
Lo encontré tan cómico que fui a mirarla y a oírla por el torno disimuladamente. Y era
cierto. Desgranaba porotos e iba diciendo:
--Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén. Ocho. Dios te salve, María... Amén. Nueve. Dios te salve... Santa
María... Diez.
Y puso una papa negra junto a las otras dos que estaban en la repisa.
Pero otro día me trajeron una historia que no me agradó ni pizca. Al llegar del mercado,
doña Tato colocaba en el mesón toda la carne, llamaba a "Paquito" y decía:
--Elija, mi lindo.
Y el gato oliscaba trozo a trozo hasta hallar uno a su gusto para comérselo.
Hice llamar a doña Tato. Con mucho miedo, pero mucho valor, le dije:
--No es posible que cuando usted llega del mercado haga que "Paquito" meta el hocico en
toda la carne para elegir su pedazo. Eso es muy sucio, doña Tato.
--Sucio..., sucio... ¿Y qué más? Miserere nobis. ¿"Paquito" sucio? Ya quisiera su mercé
tener la boca tan limpia como "Paquito". Ora pro nobis, sancta Dei Genitrix. "Paquito" no
se pone porquerías de pinturas en la cara ni menos en el hocico. Vade retro. ..
¡Era el colmo! Fui yo quien salió de estampía para llegarme al escritorio de Pedro y
decidirlo con muchos arrumacos a despedir él a la vieja insolente.
Fue. Llegó a la puerta de la cocina, tocó con los nudillos. Se abrió el torno, apareciendo la
cara mal agestada.
--Doña Tato...--pudo decir.
--Si quiere alguna cosa--interrumpió-- ; pídasela a la Petronila. Aquí no moleste.
Y cerró de golpe el postigo.

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Pedro volvió mohíno y me dijo que era yo la llamada a echar a la vieja; que él, abogado
de veintitrés años, con mujer y casa --aunque sin clientela, esto lo agrego yo--, no podía
descender a esas pequeñeces. Y que, además, otra vez posiblemente no lograría
dominarse y pondría a la vieja en la calle a fuerza de puntapiés. Mentira. Le pasó lo que a
todos: le tuvo miedo a doña Tato. Y así siguió ésta inexpugnable en la cocina.
Por ese entonces, Pedro trajo varias veces invitados a comer. La segunda vez, doña Tato
llegó como un basilisco a decirme:
--¿Qué se han imaginado que voy a pasarme alimentando hambrientos ociosos? Agnus
Dei, qui tollis peccata mundi. Ni lesa que fuera...
--Pero, doña Tato...
--Si viene gente a comer, me mando a cambiar al tiro.
Y yo, iluminada, le contesté suavemente:
--Mire, Tatito, le diré con franqueza que Pedro quiere traer todos los días un amigo a
comer. Si no está conforme con esto, lo mejor será que se vaya..., que busque ocupación
en otra casa.
Me miraba con los ojillos desconfiados agudos de malicia y al fin dijo, riendo marrullera:
--¡Je! Era pa' eso... Vade retro... No se incomode su mercé. No pienso irme, porque estoy
muy a gusto y "Paquito" tamién. Deo gratias. Pero a esos ociosos .., ¡ya los espantaré!
Y los espantó, claro, porque siempre que teníamos invitados salaba o ahumaba la
comida. Hubo a veces que improvisarlo todo con conservas.
Pensamos recurrir a la policía para echar a la vieja. Y tras mucha vacilación acabé por
escribirle una carta muy atenta, con tres faltas de ortografía que corrigió Pedro, diciéndole
que si no se retiraba para el 1º del mes siguiente, llamaríamos al carabinero para obligarla
a irse.
Y llegó el 1º y pasó una semana y doña Tato no se iba. La hallé en el patio una tarde y le
pregunté tímidamente:
--¿Cuándo se va, doña Tato?
--¿Usted cree que yo soy de las que duran un mes en cada casa? In nomine Patris et Filii
et Spiritus Sanctis. Aquí estaré otros treinta años. Amén.
Entonces --acuciados por el miedo a soportar per omnia secula seculorum a la vieja--,
Pedro tuvo una idea genial: le escribió a mi madre, invitándola a pasar unos días con
nosotros. Y llegó mi madre con empaque de juez y ojos escrutadores.
No dijimos nada; pero a la segunda comida, ante los guisos desastrosamente quemados,
peores que en la mañana, mi madre estalló en preguntas rápidas que Pedro y yo
contestábamos, atropellándonos para narrar nuestras desdichas bajo la tiranía de doña
Tato.
Ante nuestros ojos mi madre adquiría su gran aire de imperatrice. Se puso de pie y salió,
diciéndonos:
--Van a ver ustedes...
Nos mirábamos aterrados. Mirábamos la puerta esperando ver surgir en su vano a doña
Tato, persiguiendo a mi madre con el largo brazo y la larga escoba, al par que fulminaba
denuestos y latines para nuestra total exterminación.
Se oían voces, gritos, portazos, chillidos, caer de loza, carreras: todo simultáneamente.
Luego un gran silencio.
Angustiada, hecha un ovillo toda contra Pedro, dije temblando:
--Anda a ver... Con tal que no la haya matado...
Pero entraba mi madre con largo paso tranquilo y ojos duros de triunfadora.
--Ya se va. Mañana mandará a buscar sus cosas.
Nos mirábamos atónitos. ¿Doña Tato? Pero...

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La vimos pasar por la puerta abierta al patio. Iba con el cuello extendido, como temiendo
un peligro, ladeado el moño, arrebozada en un chalón que le ceñía el trasero
grotescamente, con "Paquito" en brazos, somnoliento y friolero.
Pasaba..., se alejaba..., se iba...
Y sin saber por qué, me eché a llorar en la corbata de Pedro.

BRUNET, Marta. Doña Tato.

1. ¿Qué tipo de texto es el anterior?


A. Cuento
B. Fabula
C. Novela
D. Leyenda

2. ¿Cuál es el propósito del texto?


A. Expresar sentimientos
B. Informar
C. Narrar historia para entretener
D. Ninguna de las anteriores

3. ¿Qué personajes puedes encontrar en el texto?


A. Doña Tato, Paquito.
B. Pedro
C. La esposa de Pedro y su madre.
D. Todos los anteriores

4. ¿En qué ambiente se desarrollan las acciones?


A. En una casa, en la que Doña Tato había permanecido 30 años.
B. En una casa de la cual doña Tato quería irse.
C. En una Casa en la cual doña Tato quería permanecer y hacer lo que ella
quisiera.
D. En la casa de la suegra de Pedro.

5. Llegaban oteando por el torno o la ventana......la palabra subrayada se puede


reemplazar por:
A. Observando
B. Descubriendo
C. Percibiendo
D. Todas las anteriores

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6. arrebozada en un chalón que le ceñía el trasero...... la palabra subrayada se


puede reemplazar por:
A. Aflojar
B. Desceñir
C. Desenvolver
D. Soltar

7. ¿Quién hace que finalmente doña Tato renuncie al trabajo?


A. Pedro
B. La esposa de Pedro
C. Las demás sirvientas
D. La suegra de Pedro.

8. Describe a doña Tato, porque la hacían tan temible:


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....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
....................................................................................................................................

9. ¿Por qué la dueña de casa no se atrevía a despedir a doña Tato?


....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
10. Explica cómo se siente la dueña de casa frente a doña Tato ¿Alguna vez te has
sentido así?
....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
...................................................................................................................................
11. ¿En qué se parece la madre de la dueña de casa a Doña Tato?
....................................................................................................................................
....................................................................................................................................
...................................................................................................................................
12. Forma un grupo de trabajo y realicen un foro a partir de las siguientes preguntas

a) Comenta sobre la última oración del texto: "Y sin saber por qué, me eché a
llorar en la corbata de Pedro."

b) ¿Quién relata los hechos?

c) ¿Cuál es la actitud frente a los hechos?

d) ¿Con qué características relevantes presenta los personajes?

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e) ¿Qué revela el lenguaje de los personajes?

f) ¿Qué detalles del vestuario, formas de hablar, costumbres permiten


identificar la época y el lugar de la narración?

g) Luego comenta, escribe y comparte las preguntas con el resto de los


grupos.

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