Dentro de todos los artistas y teóricos de los que se habló en nuestras
sesiones de Arte Moderno, sin duda se pudo evidenciar la gran importancia que tienen, en especial, dos de ellos dentro del feminismo (aunque también en otras corrientes filosófico-políticas): Foucault y Derridá. Con el primero podemos fácilmente reconocer su gran aporte teórico al hablar de la «deconstrucción», concepto clave que llevó a todos los movimientos humanista a la reconsideración de los valores e ideas fundamentales sobre los que se erige toda una estructura ideológica; en otras palabras, al cuestionamiento organizado de los pilares considerados como incontrovertibles, falazmente naturalizados. Este concepto de la filosofía de Jacques Derridá es clave, por ejemplo, en el texto de Linda Nochlin titulado «Why Have There Been No Great Women Artists?», en el que agudamente la autora nos expresa que la cuestión no consiste en responder la pregunta, incluso con mucha ingenuidad, tratando de encontrar desesperadamente alguna que otra mujer que se haya destacado en algún ámbito artístico, sino que lo que se pone de relieve es toda una posición histórico-institucional que ha permitido que esa pregunta surja, exista, lo que obliga a la más juiciosa de las revisiones históricas; es decir, obliga a profundizar en todos los campos el porqué de la pregunta y no responder superficialmente a la misma, cayendo en la trampa. Eso en esencia es la «deconstrucción», concepto que de alguna manera es deudor de otras filosofías, como el marxismo cuando se planteó una revisión de sus valores epistemológicos considerando que nociones como la de «capital» no podían gozar de un halo de imperturbabilidad y que debía ser controvertible su posición como valor universal- natural (cosa que los economistas se negaban a reconocer). Y así como el marxismo estudió el pasado para analizar formas estatales pre-capitalistas o no-capitalistas, el feminismo analizó la historia para descubrir una que otra infamia, como la cometida contra Camile Claudel o Marietta Robustti, o la tenaz oposición institucional contra la especialización artística de la mujer. El otro gran autor del que el feminismo (o por los menos algunas de sus corrientes) y otras resistencias es deudor, es Michel Foucault. Recuerdo en el desarrollo de las sesiones cuando, en una diapositiva, se mostró la icónica fotografía del ciudadano chino que se opuso al avance de los tanques que se dirigían a la Plaza de Tiananmén. Cuando el docente la observó, agregó lo siguiente: «Es que es esto, esto es Foucault». Y fue muy preciso, ya que en la imagen era notable ese contraste entre la limitada y frágil oposición del cuerpo (el último refugio de cualquier individuo) contra la tenaz y sobrecogedora fuerza del estado, la ley y/o el soberano. Al cuerpo dócil, obediente, se le condiciona absolutamente toda posible manifestación, regulando, en una vigilancia sin límites, cada tiempo y cada acción, o cada acción en el tiempo, mientras que al cuerpo del rebelde le cae todo el letal peso de su indignación e ira, entrando hasta el último rincón, hasta la condena del propio cuerpo, como cuando Foucault nos narra el valor que tiene recordar ciertos suplicios del sistema penal francés del siglo XVII, cuando el suplicio podía implicar picar el cuerpo del supliciado en mil trozos minúsculos de carne, en una hacer, literalmente, trizas al otro, borrarlo absolutamente. Así como el valeroso hombre que se puso en la Plaza de Tiananmén, así mismo muchas feministas, sin más herramientas que su propio cuerpo, en última, de su voluntad y su acción, decidieron frenar la marcha de su acorazado enemigo, no creyendo en una posible superioridad, ni creyendo incluso en una victoria (por lo menos no pronta, nada pronta), sino explotando al máximo el único modo de resistencia y expresión posible de los marginados, explotando la fuerza simbólica de su recurso hasta el sacrificio, como Emily Davison y Mary Richardson. ¿Habrá en algún momento una victoria completa y no parcial? Quién sabe, en últimas, me gusta pensar que, tengan repercusión o no, estos gestos sublimes de resistencias derrotadas son los tesoros culturales más grandes de la historia, algo de hecho muy cristiano, como digno de Cristo o de un asceta, y se constituyen como los mayores ejemplos de dignidad en la historia de la humanidad. En todo caso, si en la Antigüedad se podía creer que una rémora podía detener el curso de un navío, ¿por qué no creer, actualmente, que el avance de unos cuerpos detiene el rumbo de un millar de soldados?