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Ocho cuadros en los que podemos vernos

reflejados durante el confinamiento


Algunos autores anticiparon, sin proponérselo, lo que sentimos ante las
ciudades vacías y los espacios interiores

Ya han pasado varias semanas desde que se anunció el estado de alarma


por la crisis del coronavirus, lo que ha provocado que muchos españoles
trasladen sus actividades cotidianas a sus hogares y que el paisaje nuestras
ciudades cambie notablemente, como podemos comprobar en dosis
pequeñas cuando salimos a hacer la compra al supermercado. En este
artículo te ofrecemos una selección de obras de arte que, sin pretenderlo,
anticiparon algunas de las escenas que nos está dejando el coronavirus.
Ciudades desiertas
Antonio López inmortalizó la ciudad de Madrid desde puntos de vista diversos y en múltiples ocasiones. Lo que
quizás no imaginaba es que la Gran Vía, una de las calles más transitadas de la ciudad, acabaría convirtiéndose
durante tanto tiempo en una zona deshabitada, tal y como él la había retratado. Y es que aunque la intención del
pintor hiperrealista fue la de capturar la capital madrileña bajo la luz del amanecer y centrar su mirada en lo
inerte, sus obras parecen casi una premonición de las consecuencias que está teniendo el estado de alarma en
múltiples ciudades españolas.

Gran Vía –Madrid-, de Antonio López, 1974-1981, colección privada


Pero López no fue el único que encontró encanto en las ciudades vacías. A principios del siglo
XX, Giorgio di Chirico, famoso pintor italiano cuyas composiciones precedieron al
surrealismo, experimentaba con la soledad y los monumentos del norte de Italia en la que se
conoce como pintura metafísica. El aislamiento tiene un papel protagonista en algunas de sus
series. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Plazas de Italia, obras que le hicieron pasar a la
historia como el pintor de un mundo solitario, de ensueño y con perspectivas infinitas
prácticamente imposibles. Su paisaje no se aleja tanto de lo que estamos viviendo, y al final lo
que en su día era de lo más normal se ha convertido en lo irreal: esas dos siluetas humanas
juntas han pasado de rutina a ojalá.

Plaza de Italia, de Giorgio de Chirico, 1913, en la Galería de Arte de Ontario, en Toronto,


Canadá.
La escena no cambia demasiado un poco más allá del mar de edificios, en las zonas
más rurales y cercanas a la naturaleza. El paisaje solitario se mantiene, aunque en
este caso las vistas son más cercanas a las capturadas en las obras románticas
de Caspar David Friedrich, en las que el hombre, normalmente en solitario, se
siente diminuto ante la inmensidad de la naturaleza. Su Abadía en el
Robledal transforma la ruina en un paisaje cargado de melancolía y de añoranza
del pasado que no se aleja para nada de nuestras actuales sensaciones.

Abadía en el
robledal, de Caspar David Friedrich, 1809, en el Staatliche Museen de Berlín, Alemania
La vida sigue en casa
La vida no deja de sorprendernos. Prueba de ello es que, de un día para otro,
hayamos tenido que trasladar todas nuestras rutinas a las cuatro paredes a las que
antes llamábamos hogar. Porque sí, las calles están vacías pero la vida sigue, aunque
tenga que encontrar nuevas vías en un espacio tan reducido como puede llegar a ser
una casa. El teletrabajo se ha convertido en una realidad para muchos españoles.
Para aprender a sobrellevar esta nueva situación, en Verne te ofrecimos un artículo
con algunos consejos. Mejor será que te los apliques si no quieres acabar igual de
absorto que El geógrafo inmortalizado en el siglo XVI por Vermeer, que solitario
intenta en vano centrarse en sus estudios para acabar mirando a través de su ventana,
tal vez añorando el mundo exterior, que es el objeto de sus estudios.

El geográfo, del pintor Johannes Vermeer, hacia 1669, Museo Städel, Fráncfort del Meno,
Alemania
Pero no todo van a ser responsabilidades. Cada uno encuentra en estos días su forma favorita
de ocupar el tiempo y entre ellas leer es todo un clásico. Muchos lectores faltos de tiempo
aprovechan las horas muertas para devorar sus títulos pendientes, tal y como Fragonard, el
pintor rococó, retrató a la Muchacha leyendo, obra que se sabe que oculta un
arrepentimiento: la aparición de un boceto hizo descubrir a los investigadores que existe otro
rostro de mujer previo que mira hacia el espectador.

Muchacha leyendo, Jean Honoré Fragonard, hacia 1769, en la Galería Nacional de Arte, en
Washington, Estados Unidos
Y en las actividades para toda la familia, las cartas son todo un clásico. Los jugadores de
cartas, de Cézanne, construidos con las formas geométricas que llamaron la atención a los
cubistas, se cuelan estos días en algunos de nuestros hogares. Esta obra, aunque
aparentemente sencilla, es una de las más importantes de la historia del arte y coronó
definitivamente a su autor como padre de la pintura moderna, ostentando durante mucho
tiempo el título del cuadro más caro de la historia.

Los jugadores de cartas, Paul Cézanne, hacia 1894-1895 (quinta versión de una serie iniciada
en 1890), en el Museo de Orsay, París
La soledad
El confinamiento nos está haciendo echar de menos los detalles que antes echábamos de más.
A estas alturas la mayoría daríamos cualquier cosa por perder el autobús y volver a casa en un
paseo improvisado. Y aunque puede que este plan no sea del agrado de todos, si en algo
coincidimos es en que echamos de menos el contacto humano. Echamos de menos a nuestra
familia, a nuestros amigos, a nuestra pareja.

El estado de alarma ha traído consigo el aislamiento. De un día para otro nos hemos
convertido en protagonista de las obras de Edward Hopper —como han hecho notar muchos
usuarios de redes sociales—, quien no sin motivo ha pasado a la historia como el pintor de la
soledad. Las pinturas del artista estadounidense capturan a personas aisladas, solitarias y
melancólicas, inmersas en sus propios pensamientos. Es bastante improbable que tengamos
cartas que leer, como la protagonista de Habitación de hotel, pero lo que sí compartimos
los que hoy nos quedamos en casa es la postura de la joven de Mañana en Cape Cod,
esperando como cada día a que lleguen las ocho de la tarde para dejarnos las manos
aplaudiendo la labor de los sanitarios.

Mañana en Cape Cod, Edward Hopper, 1850, en el Museo Smithsonian de Arte Americano,
en Washington DC, Estados Unidos
A lo largo de la historia del arte fueron muchos los que se atrevieron a
retratar la soledad, y no siempre bajo la misma óptica. En el caso de Berthe
Morisot, la pintora impresionista por excelencia, el aura melancólica de
Hopper desaparece casi por completo. A lo largo de su producción retrata
en múltiples ocasiones el aislamiento pero acompañado de sensaciones
mucho más cálidas, como en La hermana de la artista en la
ventana, donde la joven aparece ensimismada observando el abanico que
sujeta entre sus manos.

La hermana de la artista en la ventana, de Berthe Morisot, 1869, Galería Nacional de Arte,


Washington DC, Estados Unidos

Lo que está claro es que el coronavirus no inventó la soledad. No deberíamos dejar que este
distanciamiento físico afectara a nuestras relaciones emocionales. Y menos en una época en
la que la otra punta del mundo queda a un click de distancia.

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