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Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

LAS SANTAS REGLAS

En la bolilla anterior vimos la obligación de tender a la perfección de la


caridad que tienen todos los cristianos, pero de modo especial los religiosos.
Para guiar y conducir a sus miembros por el camino de la perfección, los
fundadores de órdenes religiosas han dado una Regla o Constituciones, o las
dos. La Iglesia al aprobar estas reglas o constituciones, las ha “canonizado”, es
decir les ha dado validez oficial y ha garantizado infaliblemente la idoneidad o
aptitud de las mismas para llevar a la perfección cristiana a quienes las
observen debidamente. San Juan XXIII afirmaba: “Dadme un religioso que haya
sido fiel toda su vida a su regla y constituciones y le canonizo sin más examen”.

A. LOS CARISMAS Y EL CARISMA FUNDACIONAL

1. Sentido bíblico de gracia

La gracia en sentido bíblico significa: subjetivamente, el sentimiento de


condescendencia, de benevolencia que una persona más encumbrada tiene
respecto a otra de inferior condición, y en particular la que Dios tiene el hombre
(cf. Gen 30,27; Lc 1,30). En sentido objetivo se refiere al don gratuito que
procede de ese sentimiento de benevolencia. El don como tal es el elemento
material, la falta de título al mismo, es decir, su carácter gratuito, es el
elemento formal, como recuerda el Apóstol: Si es por gracia, ya no lo es por las
obras; de otro modo, la gracia no sería ya gracia (Ro 11,6). También se puede
entender “gracia” como encanto, atractivo (cf. Sal 44,3; Prov 31,30), o
finalmente como agradecimiento por los bienes recibidos (cf. Lc 17,9; 1 Cor
10,30).

2. La división de la gracia según la teología

En sentido teológico estricto y propio se entiende por gracia un don


sobrenatural que Dios, por su libre benevolencia, concede a una criatura
racional para su salvación eterna (donum supernaturale gratis a Deo creaturae
rationali concessum in ordine ad vitam aeternam).

Se suelen dividir en gracias sobrenaturales quoad substantiam, que por su


ser intrínseco se elevan por encima del ser, de las fuerzas y de todas las
exigencias de la naturaleza creada (gracia santificante, las virtudes infusas, los
dones del Espíritu Santo, la gracia actual, la visión beatífica). También están los
dones sobrenaturales quoad modum, los cuales según el modo de realizarse
superan la capacidad natural de la criatura afectada por ellos (curación
milagrosa, don de lenguas, don de profecía). Y los dones preternaturales, que
perfeccionan la naturaleza humana dentro de su propio orden (inmunidad de
todo apetito desordenado, del dolor y de la muerte), como tenía Adán antes del
pecado.

Aunque toda gracia es un don libérrimo de la bondad divina, entendemos


por gratia gratis data en sentido estricto (cfr. Mt 10,8) la que se concede a
algunas personas para salvación de otras. Estos son de extraordinarios (los

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carismas, profecía, don de lenguas, cfr. 1 Cor 12,8 ss.) y ordinarios (poderes
ordinarios de la potestad de orden y jurisdicción). Dones que no dependen de las
cualidades personales y morales de su posesor (cfr. Mt 7,22-23; Jn 11,49.52). La
gracia gratum faciens, o gracia de santificación, se destina para la santificación
personal. Esta última es el fin de las gratiae gratis datae y por tanto es
intrínsecamente más elevada y más valiosa (cfr. 1 Cor 12,31 ss).

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3. Las gracias carismáticas

El tema de los carismas está desarrollado en 1 Corintios en los capítulos


12 al 14.1San Pablo habla de este tema también en Ro 12,3-8 y Ef 4,11-16.
Interesa ver 1 Cor 12,4-7, ya que en 4-6 tenemos un paralelismo en el que
hallamos como una clasificación general de los carismas 2: Hay diversidad de
carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor
es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en
todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho
común.3

En este texto se habla ante todo de carismas. La palabra carisma


(cari,sma) tiene siempre fuera del Nuevo Testamento el sentido de “regalo”. Es
de la misma familia de palabras que gracia (ca,rij) y sus derivados (p.e.
euvcaristi,a). En el Nuevo Testamento aparece 16 veces en San Pablo y 1 en 1
Pe, e indica un regalo o don dado generosa y gratuitamente por Dios. No tiene
de suyo un sentido técnico, si bien los usos más importantes en San Pablo le dan
un significado preciso.

Junto a los carismas, aparecen (v. 5) mencionados los servicios o


ministerios (diakoni,a). Este término es usado en 2 Cor cuatro veces (3,8.9; 4,1;
5,18) para designar el ministerio apostólico como ministerio del Espíritu. Las
operaciones finalmente, que se indican (evne,rghma) expresan la causalidad
divina, sin pretender designar un carisma particular; este término lo volvemos a
encontrar en el v. 6, como también en vv. 10-11 (si bien no en referencia al
Padre sino al Espíritu). Espíritu, Señor y Padre dicen relación a las tres
Personas divinas: en San Pablo generalmente Espíritu designa al Espíritu Santo;
Señor al Hijo; Dios al Padre. Por su parte, carismas, ministerios y obras no son
sinónimos sino tipos o grandes géneros de dones: todos ellos provienen del
Espíritu Santo y no son sólo para la utilidad personal. Son todos manifestaciones
del Espíritu Santo (v. 7), son inferiores a la caridad, y cada uno de los cristianos
tiene carismas. Muchas veces la confusión proviene de que San Pablo usa la
palabra “carisma” para indicar las manifestaciones extraordinarias, como
también para designar alguna gracia particular (p.e. Ro 6,23, donde aparece
“carisma” como opuesto a “obligación”).

Cuando Santo Tomás habla acerca de los carismas tiene en cuenta el


hecho de la diversidad en la Iglesia, que tiene una triple razón de ser: por la
perfección de la misma Iglesia, por las diferentes acciones necesarias para su
propio existir, y como expresión de su dignidad y belleza. 4 Comentando 1 Cor
12, 4-6, dice: “en aquellas cosas que son conferidas por la gracia del Espíritu

1
Frente a la excesiva importancia que se les daba a ciertos carismas (concretamente a la
glosolalia o don de lenguas, y en grado menor la profecía), San Pablo destaca que no
pueden ser ejercidos caóticamente ni son los más excelentes (c. 14), sino que tiene
mayor importancia la caridad (c.13). Todos los carismas, frutos legítimos de la acción
del Espíritu Santo, se ordenan al bien de todos y al crecimiento del Cuerpo Místico de
Cristo (c. 12). Este último capítulo lo divide de la siguiente manera: introducción y
primera explicación (vv. 1-3); un único Espíritu, dones diversos [para mostrar la unidad
del origen de los carismas] (vv. 4-11); un único Cuerpo, miembros diversos [para
mostrar la unidad del fin de los carismas] (vv. 12-27); en la Iglesia hay diversos dones
(vv. 28-30); transición a la exposición acerca de la caridad: un carisma más excelente (v.
31).
2
Textos paralelos los tenemos en 1 Cor 2,4; Heb 2,3-4; 1 Tes 1,1.
3
Para la visión neotestamentaria de los carismas, cf. A. VANHOYE, I carismi nel Nuovo
Testamento, Roma 21997 (especialmente pp. 32-97).

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Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

Santo hay que considerar tres aspectos. Primero, la facultad de los hombres
para obrar; segundo, la autoridad; tercero, la ejecución”. Así, a la “facultas”
corresponde el “carisma”: mira a una facultad concedida para actuar de modo
extraordinario en casos especiales; a la “auctoritas” el ministerio: se refiere a
los diversos ministerios y oficios en orden al gobierno de la Iglesia, que
requieren la doble característica de autoridad y estabilidad; y a la “executio” la
operación: su sentido es más vago y amplio, y engloba los actos “por los que
alguien obra el bien en [por] sí mismo, como [por ejemplo] en el servicio del
prójimo”5. Los tres son carismas en sentido amplio, si bien no usa esta
terminología sino la de gratiae gratis datae6.Estas tres cosas, particularmente la
primera (carismas) se distinguen “de aquellas cosas necesarias para la
salvación, como la fe, la esperanza y la caridad” 7.

El origen de todas estas gracias particulares o carismas es el Espíritu


Santo, que los distribuye en orden a realizar la unión de la Iglesia. Esta finalidad
de los carismas no sólo justifica su existencia, sino que reclama su recto uso y
exige el no despreciarlos ni desaprovecharlos. La unión que obra el Espíritu
Santo en la Iglesia es doble. Ante todo, una unión interior, que se da por la fe y
la caridad, “de modo que [todos] gusten (sapiant) lo mismo por la fe, en cuanto
al intelecto, al creer lo mismo, y por el amor, en cuanto al afecto, al amar lo
mismo”. Pero también la unidad es exterior, y se identifica con la paz, cuando
“se le concede a cada uno aquellas cosas que son necesarias” 8; de ahí que
“máximamente se perturba la paz [en la Iglesia] cuando un hombre no otorga
(exhibet) a otro lo que se le debe” 9. Así, los auténticos carismas no deben ser
impedidos: esto afecta a la paz de la Iglesia. Sin embargo, tienen sus
limitaciones, que provienen de la misma finalidad por la que el Espíritu Santo
los distribuye10. Tienen que emplearse “ad utilitatem communem”, lo cual a su
vez se concreta en el hecho de que el carisma sirva eficazmente “ad fidei
aedificationem”. Lo que mide y especifica esta “unitas exterior” es el que todos
se preocupen de los demás (pro se invicem sollicitudinem gerunt), de modo que
cada uno se alegra de los bienes del otro (unusquique bonis alterius
congaudeat). La tarea de discernimiento y promoción de los auténticos carismas
corresponde a los legítimos Pastores de la Iglesia. 11

4
Cf. M. PONCE CUÉLLAR, La naturaleza de la Iglesia según Santo Tomás, Pamplona 1979,
204-228.
5
In I Ad Cor 12,6.
6
“No se da [la gracia gratis data] para que el hombre que la recibe sea por ella
justificado, sino más bien para que coopere a la justificación de otros” (S. Th. I-II, 111,
1).
7
Ad Eph 1,17.
8
In I Ad Cor 12,25.
9
Ad Rom 14,17.
10
Cf. S. Th. I-II, 106,4.
11
Es muy llamativo que el Concilio Vaticano II, al exponer la doctrina de los carismas,
coincide sustancialmente con la presentación que hace Santo Tomás. “El mismo Espíritu
Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los
ministerios [diakoni,a] y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a
cada uno según quiere" (1 Cor 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición
incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras
y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia
según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para
común utilidad" (1 Cor 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios [cari,sma] como
los más sencillos y comunes [evne,rghma], por el hecho de que son muy conformes y
útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo”
(Lumen Gentium, 12).

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4. El carisma fundacional y las Reglas o Constituciones

El carisma es en su esencia, aquella vocación común a todo el Instituto,


que primero descubrió para sí el fundador. Toca a la jerarquía discernirlo y
regular su ejercicio, pero discernir no es conferir.

Entramos en un Instituto religioso, porque nos damos cuenta de que


nuestra vocación coincide esencialmente con la de los miembros del mismo y
con los fines que esa institución se propone, y también nos atrae la figura
espiritual del Fundador o de alguno de los miembros del Instituto. Así
advertimos una coincidencia entre los dones propios que nos orientan hacia una
misión en la Iglesia y los que recibió quien dio vida a ese Instituto. Esto sucede
de modo más intenso en la primera generación de discípulos o compañeros. Los
primeros seguidores se reúnen porque participan con el Fundador en su
llamamiento personal. Esta vocación personal implica determinadas gracias que
disponen a realizar esa misión en la Iglesia. Cuando el grupo comienza a
establecerse e institucionalizarse, el carisma es descrito en la Regla, en las
Constituciones.

5. Elementos comunitarios de ese carisma

1°. Tratándose de una llamamiento a la vida religiosa, el carisma consiste


en una vocación a un tipo de existencia cristiana, consagrado al servicio divino a
través del celibato y la vida fraterna.

2°. Los Institutos creados con un fin específico (contemplativos o


actividad exterior) el ministerio es parte del carisma y el elemento específico
alededor del cual se ha desarrollado aquel para obtener su plenitud. El modo
concreto de vivir la vida religiosa no puede ser entendido sin referencia explícita
y constante al ministerio propio.

3°. Consecuencia natural de esa vocación es cierta espiritualidad


enraizada en los elementos comunes de la vida religiosa y en los elementos
propios a la forma concreta de vida.
4°. En el caso que el fundador gozó de una particular experiencia del
misterio de Cristo a partir de la cual se ha desarrollado una doctrina espiritual,
este modo de vivir la vida del Espíritu forma también parte del carisma
comunitario.

B. DIFERENCIAS ENTRE REGLA Y CONSTITUCIONES

En 1215 durante el transcurso del IV Concilio de Letrán, Santo Domingo


intentó obtener de la Santa Sede la aprobación de la orden que se proponía
fundar. Pero el Concilio se opuso a la fundación de nuevas órdenes, intentando
así poner un freno a los diversos reformadores, pues algunos de ellos turbaban
la Iglesia. Inocencio III sugirió a Santo Domingo que eludiese las dificultades
tomando una de las cuatro antiguas reglas aprobadas (San Basilio, San Agustín,
San Benito y San Francisco de Asís). Santo Domingo eligió la de San Agustín a la
que más tarde se añadieron en forma de apéndice las disposiciones peculiares
de la Orden de Predicadores, que se aprobaron por una bula en 1216. De este
hecho se puede apreciar la diferencia entre reglas y constituciones. La regla es

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un código muy general que puede convenir a muchos institutos; mientras lo


característico de las constituciones es aplicarse exclusivamente a un instituto
religioso determinado.

1. Reglas. La palabra regla, en sentido canónico, designa la norma de


vida impuesta al religioso para que con mayor eficacia aspire a la perfección.
Las órdenes antiguas, propiamente dichas, tiene canónicamente reglas y
constituciones, y sus miembros, por razón de seguir una de las 4 reglas
aprobadas, son llamados regulares.

2. Constituciones. Cuando una orden o Congregación, no adopta


ninguna de las reglas antiguas, como los jesuitas (florecieron fundaciones de
este tipo a partir del s. XVI) y en tal caso las Constituciones sustituyeron a las
reglas. Así las Congregaciones tienen Constituciones.

Con el correr de los tiempos, los términos de regla / constituciones se emplean


indistintamente, como el conjunto de ordenaciones que rigen en cada Instituto,
confiriéndoles su fisonomía propia.

C. EXCELENCIAS DE LA REGLA O CONSTITUCIONES


La exelencia de la Regla se puede deducir por lo siguiente:

1°. Las Reglas son para el religioso el principal instrumento de


santificación. Al abarcar la vida entera del religioso y en cierto modo todos los
momentos del día, señalan a cada instante la voluntad de Dios. Exige del
religioso la abnegación continua y le proporciona los medios eficaces para
crecer en todas las virtudes. Su observancia es coronación y plenitud del
sacrificio que el religioso hizo de sí a Dios cuando emitió los votos.

2°. Las Reglas protegen al religioso de muchos peligros y los libra de


tentaciones.

3°. Las Reglas ayudan a orientar y conservar la vida común, ya que por
ellas (ej. confesión semanal, capítulos, etc.) se mantienen en las casas la
caridad, el fervor y la disciplina religiosa.

4°. Las Reglas aseguran la unidad de espíritu y de métodos, unidad que


mantiene la fisonomía peculiar a lo largo del tiempo y del espacio, a pesar que
los superiores se suceden en el gobierno.

5°. Las Reglas, al modo de alma, infunde vida en las diversas


generaciones de religiosos que en él se suceden, en medio de las diversidad de
nación, lengua y raza; les da cierto parecido común, que les permite
reconocerse como hermanos, hijos de la misma familia.

6°. Las Reglas protegen al Instituto como tal, ya que si se las observa
bien, asegura su prosperidad.

D. DEBERES PARA CON LAS SANTAS REGLAS


a. El religioso tiene una serie de deberes respecto a las Reglas:

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1°. El conocerlas en su texto y en su espíritu. Se penetrará en su espíritu


mediante la lectura, los escritos del fundador y las cartas de los superiores
provinciales.
2°. Estimarlas ya que tienen por principio a Dios quien inspiró al
fundador, y fueron sancionadas por la autoridad de la Iglesia, intérprete oficial
del querer de Cristo. Además de contener lo necesario para la santificación, de
hecho, con sólo observarlas, muchas almas han llegado a la perfección.
3°. Amarlas en cuanto son manantial de gracias y méritos, y una auténtica
expresión de la voluntad de Dios.
4°. Observarlas con fidelidad, ya que su sólo conocimiento de nada
aprovecha. Observarlas por amor a Dios, con espíritu de obediencia filial y no
por temor u otro motivo menos noble.
También con exactitud, cumpliendo cuanto prescriben en el tiempo,
lugar y modo precisos; observando tanto las disposiciones importantes como las
menores, aún cuando no todo tiene la misma importancia, todas las
disposiciones son buenas, útiles y santificantes.
Finalmente con generosidad, no volviéndose atrás o esquivar los
esfuerzos y sacrificios que imponen, ni desviarse de su observancia por falsos
pretextos, ni dejándose influir por los malos ejemplos, ni solicitando dispensa, a
no ser que sea necesaria.

b. Evitar falsas dialécticas.

No se debe hacer falsa dialéctica contraponiendo las iniciativas propias


del religioso y las Reglas. Al contrario, estas le ayudan a ver en cada instante y
con seguridad lo mejor que se puede hacer, de tal modo que ellas estimulan a
utilizar sus talentos para la gloria de Dios, su propia santificación y el bien de
las almas.
Aún en el campo del apostolado, se ofrece en las Reglas una amplia gama,
flexible, de tal manera que el celo se puede ordenar, encauzando todo a la
perfección (único fin de las mismas). Así como los votos no son obstáculo para la
libertad, tampoco la observancia de las Reglas son un obstáculo para la
verdadera y prudente iniciativa.

E. OBLIGATORIEDAD DE LAS REGLAS


a) El cumplimiento de la regla es un deber para todos los religiosos, como
recuerda el Código de Derecho Canónico12.

b) El Superior y la regla: en virtud de la potestad dominativa, fundada en la


donación del religioso a su instituto, el Superior puede imponer penitencias por
las faltas contra la regla. Así si la penitencia es impuesta (caso de violación
grave de la regla) el religioso está obligado en conciencia a aceptarla y
cumplirla. La regla obliga en virtud del voto de obediencia. En efecto el religioso
no hace voto de observar la regla, sino voto de obediencia, y de obedecer según
la regla. El superior tiene poder de mandar en virtud del voto todo lo que es
conforme a la regla.

12
c. 598: § 1. “Teniendo en cuenta su carácter y fines propios, cada instituto ha de
determinar en sus constituciones el modo de observar los consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia, de acuerdo con su modo de vida.” § 2. “ Todos los
miembros no sólo deben observar fiel e íntegramente los consejos evangélicos, sino
también ordenar su vida según el derecho propio del instituto, y esforzarse así por
alcanzar la perfección de su estado.”

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c) Generalmente no se impone la obediencia a las reglas so pena de pecado,


pues:

1°. la observancia perfecta y constante aparece como algo heroico. El


legislador no ha querido prudentemente, que obliguen en conciencia (podría ser
ocasión de temor e inquietudes o de continuas faltas).

2°. Siendo el fin del estado religioso tender a la perfección de la caridad,


es preferible que las reglas se cumplan por amor y no a la fuerza. Con ello se
acrecienta el mérito del religioso. Esto no implica que este principio se deba
interpretar con excesiva ingenuidad, para favorecer la relajación. La regla tiene
bastantes artículos que no obligan a pecado, mientras otros imponen obligación
de conciencia. Las Reglas no pueden dispensar de las cosas que son obligatorias
por derecho natural o positivo.

d) Por otra parte, son muchas las reglas que no se podrán violar sin pecado (y a
veces grave):

1°. Las que determinan la materia de los votos (pobreza, castidad y


obediencia, obligan como los votos mismos).
2°. Las que se refieren a deberes que obligan a todo cristiano bajo
pecado: los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y muchas virtudes (caridad,
humildad...)
3°. Las que coinciden con prescripciones del derecho divino, natural o
positivo, o del Código de Derecho canónico.
4°. Las que se prescriben algo bajo precepto formal (mandar por santa
obediencia, etc.) o en forma imperativa (terminantemente prohibido, en ningún
caso, etc.). El quebrantar a sabiendas un precepto formal supone pecado mortal.

e) Las normas meramente disciplinares no obligan bajo pecado, pero obligan a


la pena que el superior imponga por su transgreción, rara vez se violarán sin
pecado de negligencia, mal ejemplo... La infidelidad a la gracia y a la voluntad
declarada de Dios, que no manda, pero propone y pide algo como conveniente
para obtener el fin de la vida religiosa, que es la gloria de Dios, puede paralizar
la acción santificadora del Espíritu Santo en un alma y frustrar el fin mismo de
la vida religiosa respecto a esa alma.

f) En la práctica, aún cuando las reglas no ligan directamente en conciencia


(salvo los casos indicados) quien las infringe a sabiendas peca casi siempre (por
el motivo de la violación: pereza, sensualidad, amor propio, curiosidad, etc.). Y
además da mal ejemplo.

F. EL DESPRECIO DE LAS REGLAS Y SU TRANSGRESIÓN HABITUAL

Lectura y análisis de la Suma Teológica, II-II, 186, 9-10. Elaborar un trabajo


escrito o hacer una exposición oral sobre el pecado del religioso, fundamntados
en los artículos de la Suma antes mencionados.

1. La violación de la regla por desprecio formal del superior o de la regla es


pecado grave. Si es la ira, o la concupiscencia la que impulsa a obrar algo contra
la regla, no hay pecado de desprecio, pero la repetición de esta falta dispone al

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Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

desprecio13. El desprecio formal puede ser perfecto, cuando se desprecia la


autoridad misma del superior que manda; o imperfecto cuando reconociendo y
aceptando la autoridad del superior se desprecia la cosa mandada o
preceptuada porque está mandada. Ambos son pecados mortales, pero el
primero es más grave.

2. Las infracciones, aún frecuentes de la regla no encierran desprecio formal,


pero con facilidad se convierten en manantial de pecados veniales. Estas
infracciones debilitan el vigor del alma, la familiarizan con el mal, deforman la
conciencia, la hacen insensible al remordimiento, y fácilmente conducen a la
tibieza, con todas sus consecuencias.

Por otra parte, quebrantar frecuentemente las reglas vuelve muy difícil el
cumplimiento de los votos, comprometiendo de ese modo su vocación. Además
se convierte en un perjuicio grave para la comunidad, ocasionando el
relajamiento. No se habla aquí de transgredir la mayor parte de las reglas, sino
basta no cumplir sistemáticamente no se cumplan con las consideradas
importantes por los superiores y buenos religiosos: la asistencia a la Santa Misa,
la Adoración, principales obligaciones respecto de la pobreza, el trato con las
mujeres, etc.

3. Obligación de avisar a los superiores. Si un religioso es testigo de una


transgresión grave a la Regla que puede ocasionar un grave perjuicio a la
comunidad o al Instituto (más aún si se trata de una transgresión habitual), debe
advertir al superior local, y si la falta es de excepcional gravedad, al superior
mayor. De lo contrario se estaría mostrando una culpable indiferencia por el
bien de sus hermanos y de la Congregación.

4. En el caso que algún religioso tenga un motivo legítimo para no ajustarse en


un caso o momento dado a la observancia de la Regla (que no sea pecado), y
principalmente si es por motivo de un bien mayor, o por caridad, no comete falta
alguna. Sin embargo debe proceder con prudencia, y poner en conocimiento, si
es posible antes, al superior, y si no puede, al menos darle cuenta de ello
después.

G. LAS SANAS COSTUMBRES

Se llama así a la práctica general que no está comprendida en las Reglas,


pero que no se opone a ellas, y debe seguirse si es legítima. Es decir, que sea
razonable, que no esté al margen de las Reglas sino más bien compatible con
ellas, que sea seguida por la mayoría de los religiosos, con el consentimiento de
los superiores, y que con el tiempo haya alcanzado su legítima prescripción.

Se excluyen como costumbres abusivas, ilegítimas, todas las que se


opongan al fin peculiar del propio Instituto, ni a los deberes fundamentales de
vida religiosa, ni censurada por los superiores mayores (aunque haya sido
tolerado o fomentada por un superior inmediato) 14.

H. FIDELIDAD EN LA OBSERVANCIA DE LAS REGLAS

13
Cf. S. Th. II-II, 186, 9, ad 3.
14
Cf. Código de Derecho Canónico, cc. 23-28.

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Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

La característica común de todos los religiosos santos es la fidelidad a las


Reglas del propio Instituto, ya que las mismas son expresión de la voluntad de
Dios y el medio privilegiado de llegar a la perfección de la caridad, que es el fin
de la vida religiosa.

Santa Teresa, preocupada por la rebelión de Lutero, afirmaba: “De aquí


gane la grandísima pena que medan las muchas almas que se condenan, de
estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la
Iglesia, y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece a mí que por
librar una sola de tan grandísimos tormentos pasaría yo muchas muertes muy de
buena gana”15. Halló respuesta para oponerse a tantos males y procurar la
salvación de las almas en la fidelidad a la Regla: “Pensaba qué podía hacer por
Dios, y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su Majestad me
había hecho a religión, guardando mi regla con la mayor perfección que
pudiese”16. Este fue el origen de la reforma carmelitana.

La observancia de las Reglas es el medio normal, necesario para el


religioso de llegar a la santidad. No hablamos de la observancia mecánica y
rutinaria, ya que el religioso no se hizo tal para practicar una regla, sino para
entregarse totalmente a Dios. El amor de Dios en el cuan debemos fundarnos y
mantenernos no es algo desencarnado, sino que se reviste de las prescripciones
de la Regla. Cada una de ellas exige renuncia, preferencia de la voluntad divina
sobre la voluntad propia y sobre el capricho, alimenta y acrecienta el amor a
Dios, y da valor sobrenatural y santificante a todas las observancias, si están
vivificadas por la caridad.

Es deber de los superiores velar por el mantenimiento de las Reglas, con


el fin de promover el mayor bien de cada miembro y el provecho de las
comunidades y del instituto.

I. LA OBSERVANCIA REGULAR

La vida religiosa es un estado del alma más que una disciplina externa. El
valor de la observancia depende menos del rigor que del espíritu con que se
observa. El cumplimiento externo de la Regla es automatismo, muchas veces
cobarde hipocresía y siemrpe esterilidad. El verdadero religioso conoce, quiera
la Regla y tiene empeño en cumplirla por amor a Dios y a la santidad a que le
encamina.

1. La fe y las Reglas

El olvido, las falsas interpretaciones de la regla, el hastío de la


observancia regular, nacen casi siempre de la falta de fe. La mirada de fe en el
origen (Dios), en la Iglesia (que la canoniza como estilo de vida) en el fundador
(que ha recibido la gracia carismática fundacional). Además la regla por su
naturaleza en cuanto compendia el Evangelio (cfr. Mt 16,21.24), expresa la
voluntad de Dios, y es un irradiación de Jesucristo, de su pensamiento, de su
corazón. Son un medio para llegar a la santidad.

2. Confianza en las Reglas


15
Vida, c. 32, 6.
16
Id., c. 32, 9.

10
Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

La confianza en las Reglas engendra la certeza, es decir, esperar


(perserverar en la gracia, en la vocación, la perseverancia final) confiados en la
observancia religiosa; y temer (chatura de vida, tibieza, pecado mortal, pérdida
de la vocación, condenación eterna) la inobservancia de las Reglas. Las almas
consagradas no se lanzan de un salto y de cabeza al infierno, se deslizan y caen
en él dulce e insensiblemente.

3. Amor a las Reglas

La tendencia del hombre a enamorarse de la verdad, de la belleza, de la


bondad. Las Reglas son hermosas y buenas para el religioso, obra maestra de
Dios y de la Iglesia, eco del Evangelio, documento de sabiduría, fuente de
santidad, garantía y fecundida del apostolado. La fidelidad a las Reglas es
consecuencia de un amor fuerte.

Características del amor a las Reglas son el amor sobrenatural, es decir


inspirado en motivos sobrenaturales, por Dios, Cristo, la Iglesia, las almas; el
amor generoso, despojándose de sí, para revestirse del hombre nuevo (cfr. Ef
4,22-24); el amor perseverante, siempre y en todas partes, durante toda la vida,
hasta el fin. Cuando en el religioso el amor es lo que le impulsa a cumplir con
todo, la Regla se convierte en un camino obligatorio (cf. Ro 13,10; 1 Tim 1,5; 1
Cor 10,31; 16,14). Este amor es la amistad con Cristo (Flp 1,21), que se
convierte en servicio de los hermanos (Jn 13,24). Finalmente, este amor a la
Regla se convierte en camino fecundo.

4. Enemigos de la observancia

Son quienes se dejan llevar en sus juicios por espítitu humano, las falsas
interpretaciones, los criterios falsos (la Regla no obliga bajo pecado, hay que ser
moderado). Hay enemigos por exceso: el que piensa al estilo protestante que la
Regla es todo, criticando la legítima autoridad, o pensando que la Regla marca
el máximo y no más bien el mínimo para la santificación. Y hay también
enemigos por defecto: el afán de novedades (cosas viejas), la falsas ilusiones del
mas y mejor, y terminar disturbando el desarrollo de la comunidad (vale más
trabajar en la cocina por obediencia, que ir a Misa por propio gusto). Entran
dentro de la condición de enemigos todos los enemigos del amor: la rutina, el
formalismo, el apresuramiento, la disipación y la superficialidad de espíritu.

También hay que poner como enemigo de la observancia regular el que


siempre está pidiendo dispensas, o el cuidado excesivo de la salud: “algunas
monjas no parece que venimos a otra cosa al monasterio sino a procurar no
morirnos... Determinaos, hermanas, que venís a morir por Cristo y no a
regalaros por Cristo”17.

5. Modo práctico de crecer en el conocimiento, amor, etc. de las


Reglas

Se requiere un trabajo personal constante: para estudiarla; la oración


(pidiendo la gracia de entenderlas y cumplirlas); el esfuerzo constante sin
desanimarse (a Dios rogando y con el mazo dando); el buscar informar con las
Reglas la vida comunitaria, la predicación, los estudios y las distintas
actividades; y el ejercicio de la corrección fraterna.
17
Camino de perfección, c. 10, 5.

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Teología de la vida religiosa: LAS SANTAS REGLAS

J. Ventajas de la observancia regular


La fidelidad a la Regla, además de asegurar la santidad y por ende la
salvación eterna, hay otras ventajas que se siguen de su fiel cumplimiento:

1. Instrumento apostólico

Con la manera de vivir las constituciones o edificamos, y por ende


santificamos a nuestros hermanos, o desedificamos, siendo piedra de escándalo
y de perversión. Y aún sin salir del convento o de la casa religiosa, el amor de
Dios, cuando llega a su perfección es inmensamente fecundo. “Se hace más bien
con los que somos que con los que hacemos”. El primer apostolado es nuestro
estilo de vida: esto convirtió, por ejemplo, a Santa Teresita, religiosa
contemplativa, en patrona de las misiones. El apostolado más fecundo es la
santidad, y en las Reglas se indica el camino para ella.

2. Fuente de orden, paz y fervor en las comunidades

Si se hace lo que se debe hacer se siguen estos efectos: orden, paz:


silencio, mutua paciencia, caridad, armonía, obediencia en los súbditos, bondad
en los superiores: tranquilidad en el orden: paz. Si se siguen fielmente las
Reglas, se practican todas las virtudes: mortificación, humildad, caridad, etc.
hay fervor.

3. Fuente de fortaleza y vida, interna y externa

El fiel seguimiento de las Reglas da vida a una Congregación antigua, la


mantiene viva, fecunda con muchas y valiosas vocaciones, operante en su
actividad misonera, etc. Cuando se debilita su observancia, se inicia el declive
en todos estos campos.

NOTA: se recomienda la lectura del libro: El culto de la Regla, del P.


Colin, C.Ss.R.

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