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Historia mínima de la Inquisición
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Historia mínima de la Inquisición

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Durante más de seis siglos, la inquisición formó parte del mundo católico. Era una actividad de origen medieval cuyo objetivo era proteger la unidad religiosa por medio de una investigación minuciosa y del juicio de los sospechosos de herejía.A lo largo de la historia, los inquisidores dirigieron su actividad contra una variedad de
LanguageEspañol
Release dateJul 28, 2021
ISBN9786075642796
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    Historia mínima de la Inquisición - Gabriel Torres Puga

    cover.jpg

    Historia mínima de la inquisición

    Gabriel Torres Puga

    Primera edición impresa: octubre de 2019

    Primera edición electrónica: junio de 2021

    D.R. © El Colegio de México, A. C.

    Carretera Picacho-Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.mx

    ISBN impreso 978-607-628-982-2

    ISBN electrónico 978-607-564-279-6

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    A mis estudiantes que

    saben hacerse preguntas

    Sumario

    Agradecimientos

    Introducción

    Mapas

    1

    Orígenes del oficio:

    los cátaros de Languedoc

    El combate a la herejía antes de los inquisidores

    Valdenses y cátaros

    Manuales de inquisidor: las reglas de un oficio

    Registros sobre el catarismo

    2

    Del oficio medieval

    a la Inquisición española

    Otras inquisiciones durante la Edad Media

    Tolerancia y conflicto en la Península ibérica

    Una nueva institución para un viejo oficio

    3

    Historias paralelas: judaizantes y moriscos en Portugal y España

    La expulsión de los judíos de Castilla y Aragón

    La expulsión de judíos de Portugal

    Presión sobre los moriscos

    4

    La Reforma: un nuevo enemigo

    Humanistas y reformistas

    Renovación intelectual y reforma luterana

    Inquisiciones en Austria, Países Bajos y Francia

    Erasmistas, alumbrados y la Inquisición española

    5

    La Inquisición de Roma

    La Congregación de la Inquisición universal

    La Inquisición romana y el concilio de Trento

    La bula Si de protegendis

    Censura de libros

    Los procesos de Bruno y Galileo

    6

    Intolerancia religiosa en un mundo confesional

    Los grandes autos contra luteranos

    El modelo tridentino

    ¿Inquisición en ámbitos no católicos?

    7

    Blasfemia e idolatría en el Nuevo Mundo

    Inquisición de frailes evangelizadores

    persecución de la idolatría

    Inquisición episcopal en Nueva España

    Inquisición episcopal en América del Sur

    8

    Los nuevos tribunales y comisarías en América y Asia

    Los tribunales de México, Lima y Cartagena

    Inquisición contrarreformista

    Inquisición en Brasil

    Inquisición en Goa y Filipinas

    Inquisiciones en el mundo indígena

    Mestizos, negros, mulatos

    9

    Viejas obsesiones: Judaísmo y brujería

    Persecución y migraciones conversas antes de 1580

    La persecución después de la unión de las Coronas

    Un caso de dimensión mundial

    El perdón de 1604

    Un paréntesis: la persecución de la brujería

    10

    Persecución y transformaciones del judaísmo en el siglo xvii

    Una época de tensiones

    Las grandes décadas de persecución en América

    El judaísmo perseguido en Portugal después de 1640

    Casos de asimilación, resistencia y rejudaización

    11

    La praxis de los sistemas inquisitoriales

    Sospecha y secreto

    Los sistemas inquisitoriales

    Las redes de apoyo

    Edictos generales y particulares

    12

    Un proceso de herejía en el siglo xviii

    Denuncia

    Autodenuncia

    Interrogatorios y pesquisas

    Testimonios adicionales en la Habana y Puebla

    Testimonios adicionales en México

    Acusación fiscal

    Calificación

    Votación y arresto del reo

    Audiencias de oficio

    Segunda calificación y acusación en capítulos

    Respuesta del reo a la acusación

    Consulta y votación definitiva

    Auto de fe

    Reclusión y penitencia: ¿Otro tipo de tormento?

    Segundo proceso

    Segundo auto de fe, relajación y quema en la hoguera

    13

    Reyes e inquisidores

    ¿Moderación de la intolerancia al protestantismo?

    Inquisición y política de Estado

    Del ideal de armonía a la crisis sucesoria en España

    Jesuitas, jansenistas y regalistas

    La Guerra de Sucesión española

    14

    Reformas regalistas

    Macanaz y Giudice

    El modelo de la nueva Inquisición siciliana

    Inquisidores y jesuitas

    La gran reforma a la Inquisición portuguesa

    La reforma incompleta en España

    15

    El desafío de La Ilustración

    ¿Ilustración o Ilustraciones?

    Novatores o ilustrados en el mundo ibérico

    Límites inquisitoriales

    16

    Lectores, filósofos y revolucionarios

    Prohibiciones contra libros franceses

    ¿Decadencia inquisitorial?

    Olavide y otros castigos ejemplares

    El miedo a la revolución

    17

    Herida de muerte

    Presiones napoleónicas sobre los sistemas inquisitoriales

    Los primeros años del nuevo siglo

    Supresión de los sistemas inquisitoriales

    La crisis de la Inquisición en América

    18

    Un final lento y contradictorio

    La supresión por las Cortes de Cádiz

    Restauración y crisis final

    La supresión definitiva en Portugal e Italia

    La última restauración, sólo en España y sólo de nombre

    Cronología

    Bibliografía mínima

    Sobre el autor

    Agradecimientos

    Este libro de síntesis histórica se debe, en gran medida, al apoyo del Seminario de Historia de la Iglesia, coordinado por Pilar Martínez López Cano y Francisco Cervantes, en el que tengo la fortuna de participar desde hace varios años. Mi agradecimiento es para ellos y los demás integrantes: Antonio Rubial, Enrique González, Iván Escamilla, Jessica Ramírez, Leticia Pérez Puente, Óscar Mazín, Rodolfo Aguirre, Tere Álvarez Icaza y Olivia Moreno. Sus comentarios críticos y generosos a los avances que mes con mes presentaba en el seminario consiguieron lo que en varios momentos pareció imposible.

    Extiendo mi agradecimiento a Pablo Yankelevich, editor de la colección de Historias Mínimas, por la confianza en el proyecto y sus consejos para afinarlo; a Juan Pedro Viqueira, a Susana Bastos Mateus y a los dictaminadores de este texto, por su lectura inteligente y las sugerencias bibliográficas; a mis asistentes Carmina Pérez y Mariana López, que me auxiliaron en la revisión, a John Chuchiak y a Linda Arnold, por compartirme generosamente índices documentales y expedientes digitalizados y a varios queridos colegas con los que he podido debatir y aprender sobre temas inquisitoriales: Estela Roselló, Gerardo Lara, Jaqueline Vassallo, Andrea Cicerchia, Miguel Rodrigues, Bruno Feitler, Natalia Silva Prada, Solange Alberro, Roberto Breña, Emilio la Parra, José Luis Quezada y Carlos Mejía.

    Dedico este libro a los estudiantes que me han acompañado en los distintos cursos que he impartido sobre tema inquisitorial, la mayoría en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), y también en El Colegio de México. Sus preocupaciones y reflexiones han sido de gran importancia para elegir los temas y pensar en el lector al que dirigía mis palabras. Esta obra tiene el anhelo de llegar a un público gene­ral, pero confieso que escribí pensando en mis estudiantes de licenciatura, a los que no siempre les es fácil introducirse a la historiografía que respalda los temas que les interesan. Espero que este libro les sirva para hacerse nuevas preguntas y mantener viva la curiosidad que, como bien saben, es la fuente de toda investigación.

    Cabaña de Tlalpan,

    marzo de 2019

    Introducción

    La palabra inquisición hace pensar automáticamente en la Inquisición española: la controvertida institución que se fundó a fina­les del siglo xv para juzgar los delitos de fe y que fue modelo de otras in­quisiciones en el mundo católico. Sin embargo, varios siglos antes de que esa fundación ocurriera, la inquisición ya era una actividad e incluso un oficio.

    En realidad, el término inquisición alude a dos cosas distintas, si bien relacionadas. Primero, a un modo de actuación judicial —la inquisitio del mundo romano— que a partir del siglo xiii se empleó en el mundo católico con el fin de combatir la herejía. Esta inquisición, en tanto actividad, será escrita aquí con minúscula.

    Segundo, a las instituciones que adoptaron ese nombre en el mundo católico y que tuvieron características relacionadas con las estructuras de gobierno que las hicieron posibles. En este último sentido, institucional, escribiremos con mayúscula Inquisición española o Inquisición portuguesa para aludir a dos grandes sistemas inquisitoriales, y también Inquisición de Goa o Inquisi­ción de Sevilla, para referirnos a tribunales específicos.

    En distintas épocas y lugares los inquisidores, casi siempre eclesiásticos, tuvieron conciencia de esa doble condición. Por un lado, entendían que pertenecían a un sistema inquisitorial específico que debía lealtad al monarca y que estaba organizado con una estructura específica y reglas particulares. Por otro lado, compartían un oficio de carácter universal, que tenía el propósito de conservar la unidad religiosa. La historia común de esa actividad los distinguía de otros tribunales, los vinculaba a la cabeza espiritual de la Iglesia católica y los hermanaba con otros tribunales inquisitoriales en cualquier parte del mundo, lo que les permitió intercambiar información y cooperar entre sí en diversos momentos. Ello explica también por qué, a pesar de las diferencias de cada institución o sistema inquisitorial, hubo grandes semejanzas en su actividad, así como en los fenómenos que ésta generó.

    La exaltación del oficio inquisitorial contribuyó a dar la idea de que esa actividad formaba parte consustancial de la Iglesia católica. La devoción en torno a san Pedro Mártir, el inquisidor de Verona, o al beato Pedro de Arbúes, el inquisidor de Zaragoza, servía para recordar a dos mártires que habían sido asesinados en el desempeño de su santo oficio. Sin embargo, la noción de unidad también tuvo un sentido opuesto. La idea de que la Inquisición era una sola institución omnipresente y temible fue alimentada por quienes no deseaban ver la creación de nuevos tribunales. Solían referirse a la Inquisición como símbolo de la intolerancia y del fanatismo religioso, como si fuese un mismo monstruo cuyos tentáculos buscaban oprimir al mundo católico. En una investigación sobre la invención de la Inquisición española, Doris Moreno ha reconstruido la larga historia de un combate de representaciones entre la imagen poderosa y a la vez misericordiosa que la institución quería mostrar de sí misma y la imagen igualmente poderosa, pero terrorífica con que la pintaban sus adversarios, sobre todo en los países protestantes.

    Esas representaciones contradictorias en la propia actividad de los sistemas inquisitoriales: en la eficiencia y en los límites de los tribunales, y finalmente en la memoria de la inquisición hasta nuestros días, persistieron mucho después de la desaparición de las instituciones inquisitoriales y del abandono de la práctica inquisitorial. A la larga tradición literaria contra la Inquisición se sumó en España el encarnizado debate sostenido en las Cortes de Cádiz en 1813, que sentó las bases de la polémica inquisitorial a lo largo de todo el siglo xix y las primeras décadas del xx. Durante ese tiempo, fue casi imposible encontrar investigaciones que no cayeran en la apología o en la denostación de la institución. Sin embargo, siempre conviene recordar la notable aportación de Henry Charles Lea a la historia de la Inquisición española y a lo que él consideraba sus antecedentes medievales. Sus notables estudios mostraron que la ecuanimidad y la comprensión de la documentación eran posibles, aun cuando el autor asumiera explícitamente su postura liberal y crítica del catolicismo.

    Parte de la mitología construida sobre la Inquisición fue una reacción al control que guardaban los tribunales inquisitoriales sobre su información. El auto de fe era el elemento crucial de su actividad, porque sólo en ese momento se hacían públicos los procesos que en los meses o años anteriores se habían seguido en secreto; en una plaza o una iglesia principal, se leían las causas para edificación del auditorio, desde luego, se leían como los inquisidores querían que se dieran a conocer: sin mencionar el nombre de los testigos, señalando la gravedad de los delitos y subrayando la misericordia y benignidad con las que había actuado el tribunal. Cualquier otra versión o interpretación de lo sucedido era susceptible de ser castigada. Los testigos juraban guardar el secreto de lo que habían declarado y sus nombres se ocultaban al acusado. A éste se le ocultaba el nombre de sus acusadores y se le obligaba a jurar el secreto de cuanto hubiera visto o entendido durante su paso por el tribunal. Todos los ministros, dependientes y eclesiásticos relacionados con la institución debían hacer lo mismo y comportarse con absoluta discreción en todo lo que tuviese que ver con la actividad inquisitorial. Debido a ello fue natural que las críticas a ésta estuviesen relacionadas con filtraciones de información o con los relatos que algunos reos fugitivos lograron publicar en otros países.

    Descontando la actividad de las primeras décadas en Castilla, los registros inquisitoriales solían ser muy prolijos. La obsesión por el detalle era esencial, pues el procedimiento dependía más de la fuerza de testimonios fidedignos y coincidentes, y menos de los argumentos que pudiera dar un acusado. Por lo mismo, los tribunales eran muy conscientes de la utilidad de sus archivos y de la necesidad de preservarlos ocultos. Sólo en ocasiones muy especiales dejaban ver sus expedientes a individuos externos a la institución y por ningún motivo los prestaban o permitían que secretarios ajenos los copiasen. Ese celo por preservar su preciado secreto ha dejado un legado ambivalente: la documentación inquisitorial es riquísima, pero sólo donde se ha conservado. Las pérdidas han sido enormes y hay periodos de actividad en numerosos tribunales de los que prácticamente no se sabe nada.

    La destrucción de archivos inquisitoriales ha sido muy grave y a veces premeditada. Por ejemplo, después de la supresión de la Inquisición de Sicilia, su archivo fue incendiado por órdenes del virrey y con la aprobación del inquisidor decano, con la intención de evitar el posible descrédito de las familias distinguidas de la isla. Con un argumento semejante, el Congreso de Perú decidiría medio siglo después la destrucción de las causas de fe del archivo del tribunal de Lima. Otros archivos perecieron en contextos de guerra. Los documentos de los tribunales de España (con excepción de Toledo, Cuenca y Valencia) y de otras partes de Europa se perdieron, se disgregaron o se destruyeron por completo o casi por completo durante la invasión francesa o durante las pugnas entre la Iglesia y el Estado en el siglo xix.

    Los investigadores actuales se nutren de repositorios documentales muy importantes, pero en un grado de conservación muy desigual: el archivo de la Congregación del Santo Oficio de Roma, abierto en 1997 después de una larga gestión promovida por historiadores, ha permitido recuperar una historia de las inquisiciones establecidas en Italia bajo la tutela de Roma. Sin embargo, la pérdida documental de ese fondo es inmensa y pocas veces puede suplirse con la información diseminada en archivos episcopales y regionales. Mucho más completos son los fondos do­cumentales de Portugal, pues se conservan los archivos de sus tres tribunales peninsulares (Lisboa, Évora y Coimbra), así como el del Consejo supremo. Las fuentes producidas por el tribunal de Lisboa son particularmente importantes para documentar la inquisición en Brasil, donde no hubo un tribunal, sino visitas y actividad de comisarios. En contraste, el archivo del tribunal de Goa, que tenía jurisdicción sobre las posesiones y enclaves portugueses en el oriente asiático, fue destruido por una decisión de la Corona portuguesa antes de que se suprimiese el sistema inquisitorial.

    En España se conserva el rico fondo del Archivo del Consejo de la Suprema Inquisición, al que se han incorporado los documentos (siempre incompletos) de los tribunales de distrito, como Cuenca y Toledo. La información es muy rica y, sin embargo, parcial, pues la mayor parte de los archivos de tribunales desapareció por completo, como el del tribunal de Corte, como se llamaba al que funcionaba en Madrid. En América los archivos de los tribunales de Lima y Cartagena también han desaparecido, pero el de México es probablemente el que mejor se conserva de cuantos hubo en toda la monarquía española, e incluye documentación de Centroamérica y Filipinas. Finalmente, en distintos archivos episcopales de todo el mundo ha aparecido documentación inquisitorial dispersa y en ocasiones muy rica, como la que se encuentra en Canarias o la que apareció en el archivo diocesano de Nápoles hace algunas décadas.

    A pesar de esta riqueza, la recuperación de casos inquisitoriales no siempre se hace de manera crítica o relacionada con la historia del tribunal que los produjo. Como afirma Henry Kamen, uno de los más importantes historiadores de la Inquisición española, es irónico que la exploración de los archivos inquisitoriales haya servido muchas veces para reforzar la idea que las inquisiciones, y sobre todo la española, quisieron dar de sí mismas: la de una institución apoyada sólidamente por el poder del Estado, capaz de inspirar terror a la población […] y de controlar los actos, las creencias, las lecturas e incluso los pensamientos de las personas. Los tribunales inquisitoriales cuidaban su imagen ante el público, sobre todo en la celebración de los autos de fe, así como lo que escribían y consignaban en sus archivos. De ahí que la documentación requiera siempre una dosis de escepticismo, de crítica y sensibilidad, para evitar caer en explicaciones simples; no para entender qué buscaba la Inquisición, sino qué perseguían y cómo trabajaban, en particular, los inquisidores y otros actores de una Inquisición específica, en una coyuntura determinada. Las fuentes inquisitoriales documentan no sólo la capacidad de coerción de los inquisidores, sino también sus miedos e intenciones, cambiantes al compás de las mudanzas que, a su vez, experimentaban la sociedad, la Corona y la Iglesia.

    Los expedientes inquisitoriales, por lo tanto, no son fáciles de entender. Aunque los historiadores quieran estudiar sus fondos para rescatar la voz de los reos, de los marginados y disidentes, a menudo tienen que aceptar que los documentos, por más detallados y verosímiles que parezcan, ofrecen una interpretación incompleta y sesgada de la realidad. El investigador italiano Carlo Ginzburg se percató de que los historiadores que trabajan con este tipo de documentación se encuentran casi siempre en una posición incómoda, por detrás de los hombros de los inquisidores, a menudo distantes de los reos; conscientes de que éstos últimos sólo pueden responder a las preguntas que les hicieron en el marco de un proceso. Los historiadores tienen la necesidad, por lo tanto, de estudiar las características específicas y coyunturales por las que atravesaba cada institución inquisitorial para entender mejor los procesos que llevaban a cabo, y, al mismo tiempo, tienen el reto de aventurar búsquedas o interpretaciones que trasciendan las limitadas miras de los inquisidores.

    De los muchos temas relacionados con la inquisición, los estudios sobre la persecución del judaísmo por parte de los tribunales inquisitoriales fueron particularmente prolíficos en el siglo xx y si­guen haciendo aportaciones muy novedosas a la historiografía. Si en un principio los historiadores solían ceñirse a identificar a las víctimas de los tribunales, desde hace unas décadas discuten las distintas caras y actores de la intolerancia, así como los fenómenos de resistencia, adaptación y transformación tanto cultural como religiosa. Las historias de vida de algunos conversos, sobre todo portugueses, permiten estudiar, además, fenómenos de migración y adaptación alrededor del mundo. La diversificación de los temas históricos en las últimas décadas ha hecho que las fuentes inquisitoriales cobren interés para investigaciones muy diversas. Hace unas décadas, el propio Ginzburg se sorprendía de que los documentos inquisitoriales hubiesen sido despreciados por los estudiosos de la brujería; hoy resultan imprescindibles para ellos, y gracias a la importante investigación de Gustav Henningsen sobre una polémica persecución de brujas en el País Vasco podemos entender las contradicciones y complejidades de ese tipo de procesos.

    Los archivos inquisitoriales atraen la atención de historiadores interesados en fenómenos religiosos, culturales, sociales y políticos, en buena medida, por la densidad informativa de sus expedientes. La posibilidad de reconstruir historias particulares ha cautivado a los practicantes de la microhistoria; pero las investigaciones no se interesan únicamente en los reos, sino también en los denunciantes, en los testigos, en los comisarios inquisitoriales, en los confesores que recomendaban acudir al tribunal del Santo Oficio; es decir, en todos los sujetos sociales que de uno u otro modo se veían afectados por la actividad inquisitorial.

    El empeño que varios tribunales pusieron en seguir la pista a denunciados o penitenciados (por judaísmo, por bigamia o por otros delitos) dio a los sistemas inquisitoriales un carácter mundial que ha llamado poderosamente la atención en los últimos años. Para el historiador François Soyer se trata de un aspecto que apenas comienza a explorarse y que puede deparar muchas sorpresas a los investigadores. Una historia con dimensión mundial, como la que propone este autor, podrá empezar a hacerse en la medida en que aceptemos las pretensiones universales de la actividad inquisitorial y asumamos la intolerancia religiosa como un fenómeno mundial con características locales.

    La Inquisición se convirtió en el símbolo por excelencia de la intolerancia religiosa, que se manifestó en guerras, masacres y juicios realizados con parámetros distintos. La tortura y las llamas fue­ron parte de la historia de la actividad inquisitorial, como lo fue­ron también de otras manifestaciones de autoridad y justicia. La crueldad atribuida a los tribunales inquisitoriales debe considerarse en relación con las prácticas de otros sistemas judiciales y otras expresiones de intolerancia religiosa, incluso fuera del ámbito católico. Se ha demostrado hasta el cansancio que los tribunales inquisitoriales no eran particularmente crueles y que solían tener arraigo en las po­blaciones devotas; eran simplemente los sistemas de vigilancia religiosa que funcionaban en estados confesionales, donde el rey entendía que era su obligación proteger a la Iglesia y también su seguro contra revueltas y divisiones políticas. En pocas palabras, la posibilidad de hacer inquisición no dependía de la crueldad de los inquisidores, sino de la intolerancia arraigada en la Corona, en el clero y en la sociedad. La inquisición funcionaba en la medida en que la Iglesia en su conjunto fomentaba el ideal de una sola religión y el odio al hereje. Estudiar la actividad inquisitorial puede ser, por lo tanto, un buen camino para reflexionar sobre los fenómenos generados por la intolerancia.

    Al mismo tiempo, el estudio de la inquisición dentro de las sociedades católicas puede mostrar los límites, fisuras y transformaciones del control religioso. Así lo ha hecho Stuart Schwartz, por poner un solo ejemplo, al estudiar las expresiones populares de tolerancia religiosa a lo largo de los siglos. Los expedientes inquisitoriales pueden ser, por lo tanto, un medio para explorar la excepcionalidad de algunos individuos y también las transformaciones de los fenómenos religiosos, culturales, sociales y políticos en gran escala.

    Mapas

    Mapa 1. Tribunales dependientes de la Inquisición española y de la Inquisición portuguesa. Se muestran también las comisarías principales en las regiones donde no hubo tribunal. Realización: Sistemas de Información Geográfica de El Colegio de México. Fuente principal: Francisco Betehencourt, La Inquisición en la época moderna, p. 65.

    Mapa 2. Sedes inquisitoriales dependientes de Roma en la época moderna. Se indican los estados italianos con los que Roma acordó su establecimiento; también las fechas de fundación con excepción de las sedes procedentes de la época medieval (en algunos casos sólo se mantenían de manera nominal). La mayoría de los tribunales inquisitoriales funcionaron dentro de espacios conventuales y fuera de Italia no contaron con respaldo del brazo secular. Realización: Sistemas de Información Geográfica de El Colegio de México. Fuente principal: Andrea del Col, L’Inquisizione in Italia, pp. 743-755.

    1

    Orígenes del oficio:

    los cátaros de Languedoc

    La intolerancia religiosa surge de una relación peculiar entre la religión y el poder. El paso del cristianismo de una serie de creencias perseguidas a una religión que aspiraba a ser universal (católica) fue un proceso íntimamente vinculado a las transformaciones del poder político. Bajo el auspicio del Imperio Romano de Oriente, los primeros concilios buscaron la unidad y la estabilidad del cristianismo; fijaron dogmas y proscribieron algunas creencias con el nombre de herejías.

    La persecución de estos fenómenos dependió siempre de la voluntad de emperadores y reyes, como ocurrió en Europa a partir del año 1000, más o menos al tiempo que se revitalizaba la autoridad central de la Iglesia en Roma. En el siglo xiii, ante el desarrollo de varios movimientos religiosos en Europa, el papa buscó la manera de unificar el combate a la herejía y el resultado fue la inquisición, como una actividad peculiar y con carácter pontificio. Desde un principio su objetivo fue el combate a la herejía en un sentido amplio, pero se centró particularmente en la erradicación del catarismo en la región conocida como Languedoc, al suroeste de Francia.

    El combate a la herejía antes de los inquisidores

    Casi trescientos años después de la muerte de Jesús, con el apoyo del emperador romano, en el oriente de Europa los obispos y prelados de la cristiandad comenzaron a reunirse en concilios. La intención era unificar las creencias y rituales que variaban de un lugar a otro. Se buscaba la unidad de la Iglesia y para ello era necesario establecer los dogmas o principios de fe en los que había consenso. Para esa época el cristianismo se había esparcido por todo el viejo Imperio, rechazando el politeísmo y las ceremonias paganas, pero imponiéndose a la vez sobre cultos preexistentes, a los que transformaba y de los que adoptaba algunas de sus ca­racterísticas.

    Para la época del emperador Constantino, el cristianismo había dejado de esconderse. Por el contrario, muchas autoridades locales tenían fuertes vínculos con los líderes espirituales de esa religión dispersa en Europa, Asia y África. El propio emperador (que aún no se convertía al cristianismo) vio en esa religión dinámica la oportunidad de renovar el Imperio romano. Para ello, sin embargo, era indispensable dar unidad a la Iglesia, que hasta entonces no tenía una cabeza, sino tantas como obispos había en la tierra, aunque algunos ya reconocían la primacía del obispo de Roma.

    El primer concilio ecuménico (es decir, con carácter universal) de obispos cristianos fue convocado por el propio Constantino y se celebró en el palacio imperial de Nicea en el año 325. A partir de entonces, los concilios cristianos buscaron acuerdos en las interpretaciones de distintos pasajes de los Evangelios, así como en las prácticas rituales. Al realizar esta tarea, los obispos querían fijar los límites de la ortodoxia cristiana, estableciendo las interpretaciones verdaderas o buenas de la religión y proscribiendo las opiniones falsas o erradas. La herejía, palabra de origen griego que podía interpretarse como elección o preferencia, sirvió para referirse a la actitud de quienes, tras ver derrotadas sus doctrinas en esos grandes concilios doctrinales, elegían o preferían continuar en ellas, oponiéndose conscientemente a las ya declaradas verdades de fe.

    Obviamente, los herejes no se asumían como tales, sino como mejores o verdaderos cristianos. La identificación de la herejía, por tanto, dependió siempre de la definición de la propia ortodoxia. En el Concilio de Nicea, por ejemplo, una mayoría de obispos condenó las doctrinas de Arrio, un eclesiástico que sostenía que Dios y el Hijo de Dios no podían ser la misma persona y que había convencido de ello a numerosos obispos del norte de África y del Mediterráneo oriental. Arrio, presente en el Concilio, fue expulsado, y su doctrina, el arrianismo fue declarada herejía. Puede decirse, por lo tanto, que la herejía existía en la medida en que se le prohibía y perseguía, lo que sólo podía ocurrir cuando existía una doctrina consensuada y respaldada por una autoridad política. Sin el poderoso apoyo que ofreció Constantino

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