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La anécdota de un pueblo fantasma: Siberia de Juan Nicolás Donoso.

Por: Aaron

Siberia es un texto que nos lleva al interior del pueblo homónimo, La Siberia, construido
por la cementera Samper, por el año 1933. Cerca de La Calera, el poblado fue hecho para
los operarios, ingenieros y demás empleados de la empresa, debido a que la piedra caliza,
materia prima para la fabricación del cemento, se extraía de allí. Sin embargo, la fábrica y
la mina estaban en medio del páramo, en un sitio de difícil acceso y, además, lejos de las
casas de los trabajadores. La solución a todo ello fue mudar a los trabajadores cerca de la
planta, erigiendo para ello todo el pueblo. Esto aseguraba un hogar y salario a los
trabajadores, mientras que la empresa podía disponer de ellos con más comodidad.
Con un narrador que relata sus recuerdos, Donoso da una perspectiva de esa urbe desde el
interior. El narrador se ubica en el presente, mirando el pasado en que fue un niño, hijo de
un ingeniero, habitante de La Siberia. Este punto de vista causa que no haya una sucesión
cronológica muy definida (a excepción de un par de eventos), alejándose de la narración
como una sucesión de eventos que se perturban constantemente. En cambio, esta ausencia
de orden presenta los hechos diluidos y gaseosos, que llenan todo el lugar; en Siberia, la
narración cubre y ocupa todo, dejando la sensación de haber conocido la totalidad del
poblado de la cementera, tal como una anécdota. No obstante, esto es una ilusión, pues ni el
mismo narrador alcanzó a recorrer y conocer todo el pueblo en su niñez, según nos cuenta.
Esta sensación de disolución no solo ocurre con espacialmente. Hoy en día La Siberia está
abandonada, rodeada de un halo de ciudad fantasma. Gran parte de los que saben de ella la
conocen por leyendas como la del fantasma de una enfermera del hospital que antes
operaba allí o las voces y gritos que se pueden escuchar por todo lo que queda del pueblo.
Lo inexplicable y lo horroroso encuentran al que lo visite. Y para quien asista a través de
Siberia, aquella sensación se mantiene. Con escenas llenas de incertidumbre, la sensación
de soledad que no desaparece, tal como la eterna neblina de polvo en el suelo, y la
oscuridad que parece tragarse la realidad en las noches, el texto se llena de espanto.
Los tonos oscuros que esto descubre parecen dialogar con el presente y susurran la
naturaleza fantasmal que La Siberia posee hoy. Esta disolución temporal también
indetermina la sensación de estar leyendo una historia del pasado. Para el lector, lo que
Donoso narra pudo haber ocurrido ayer o a principios de la era industrial. Lo que importa al
leer Siberia es entender la historia del niño que vive en un pueblo gris de cemento, gris de
polvo y gris de sentimientos. Un pueblo que, de nuevo, pudo existir hace dos siglos, o
nunca haber desaparecido.

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