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El decreto 1288 que firmó la semana pasada el presidente Juan Manuel Santos deja
claro, por fortuna, que esta última opción, con sentido humanitario, sigue siendo la
asumida por el país. Y esto es una buena noticia: ojalá esta línea sea también la del
nuevo gobierno. Las señales vistas hasta ahora permiten ser optimistas.
Es posible convertir este auge migratorio en una oportunidad para que el país incorpore
Por supuesto, no todo es color de rosa. Es verdad que esta decisión, digna de aplaudirse
y que contrasta con otros muros que en el mundo se levantan para los migrantes, hay
que verla a la luz de las propias realidades del país. Aquí aparecen la crisis del sistema
de salud con sus fallas y demoras en la atención y una cifra de desempleo que ya bordea
el 10 por ciento.
Pero lo anterior debe llevar a la búsqueda de alternativas que permitan equilibrar la
solidaridad que merecen quienes llegan en condiciones casi siempre precarias, cuando
no dramáticas, del otro lado de la frontera, con la provisión de bienes y servicios básicos
del Estado colombiano a sus ciudadanos. No puede conducir, y esto hay que decirlo con
total contundencia, a actitudes discriminatorias ni a situaciones –que ya empiezan a
verse, por desgracia– de abuso de quienes están en situación de vulnerabilidad. Dicho
de otra forma: a contratar en condiciones ilegales y baratas mano de obra venezolana,
marginando de paso a los aspirantes nacionales, alimentando de paso el círculo vicioso
de la xenofobia.
Por eso, la vía de la formalización, que es la que abre este decreto, es la que debe
tomarse aun con los obstáculos que presenta, para los cuales se requiere una actitud
abierta, constructiva y fraterna. Claro que es posible convertir este auge migratorio en
una oportunidad para que el país incorpore a su economía el talento foráneo y así llegar
a un escenario en el que todos ganemos. Se trata de demostrar que cuando se abren los
corazones se abre también el espectro de las oportunidades.
La ya de por sí muy difícil situación de los venezolanos que deciden abandonar su país
acosados por el hambre, la miseria, las persecuciones y las violaciones de los derechos
humanos se complica, y de qué manera. El Gobierno del Ecuador impuso que quienes
deseen cruzar a su territorio deben ser portadores de pasaporte, y el de Perú hará lo
propio desde este sábado.
A ello suman las tensiones xenófobas en Brasil, donde, el fin de semana pasado, cientos
de venezolanos fueron expulsados a la fuerza por los habitantes de la localidad
fronteriza de Pacaraima. Sus pocas propiedades fueron quemadas, y el Gobierno de
Brasilia tuvo que enviar refuerzos militares a la zona.
Es hora de actuar de manera inteligente y coordinada. Los ciudadanos del país vecino,
Por eso, desde Naciones Unidas se escucharon fuertes voces para que la dignidad de los
inmigrantes sea protegida; desde la OEA se está convocando una reunión del Consejo
Permanente para buscar salidas multilaterales, y Quito está pidiendo una reunión de
países que se están viendo afectados por el fenómeno, la más grave crisis migratoria del
continente. Según cifras de la ONU, estamos hablando de más de 2,3 millones de
personas que han abandonado la patria de Bolívar desde el 2014.
“Si miramos el comportamiento de los últimos tres meses, podríamos decir que,
diariamente, esa cifra es cercana a los mil seiscientos registros”, dijo el director de
Migración Colombia, Christian Krüger Sarmiento.
Las cifras presentan datos de caracterización por género y edad, que evidencian
un total de 679.203 mujeres (48%) y 728 852 hombres (52%).
Según los rangos de edad, hay 197.428 personas menores de 18 años; 563.404
de 18 a 29 años; 352.932 de 30 a 39 años; 176.079 de 40 a 49 años; 79.796 de 50
a 59 años; 29.084 de 60 a 69 años y 9.332 personas mayores de 70 años.
Por territorios, los que mayor número de migrantes registran son la ciudad de
Bogotá, con 313.528 personas; y los departamentos de Norte de Santander, con
185.433; La Guajira, con 163.966; y Atlántico, con 125.075.