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DIPLOMADO DE HISTORIA CONTEMPORÁ NEA DE VENEZUELA EN HONOR A MANUEL

CABALLERO-CARCAS 2011

ENSAYO N° 2

DE ALGUNAS DIFICULTADES PARA SER MODERNOS Y DE SUS


CONSECUENCIAS INDESEADAS

Tomás Palacios M.
Escuela de Psicología
Universidad Central de Venezuela

08 de Junio de 2011
Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo.
H. Hesse, Demián

Descubrimiento, encuentro entre culturas e invención de un nuevo mundo, son tres de los
términos usados para representar el acontecimiento ocurrido en las postrimerías del siglo XV
cuando Europa supo que el mundo era más ancho y más ajeno de lo que entonces suponía;
acontecimiento luego del cual ni Europa ni lo descubierto, encontrado o inventado serían lo
mismo. Tanto lo uno como lo otro verían de allí en más anudados –más bien cabría decir,
enredados y trastocados- sus respectivos procesos históricos aunque estos no marcharán al mismo
ritmo ni tendrían la misma dirección. Hay pues, una condición estructural y estructurante en
cuanto al nacimiento del llamado Nuevo Mundo: se trata de un espacio híbrido, muy heterogéneo
y ambiguo, no del todo europeo, no del todo aborigen, en el cual el tiempo histórico se mostrará
con toda su imponente complejidad dándole a la realidad un matiz de indudable mixtura. Pues lo
que será al cabo de pocas décadas el territorio americano del imperio español estará marcado
indeleblemente por esa doble presencia histórica y estructural: lo que venía siendo y lo que querrá
ser a partir de su conversión en parte del mundo occidental moderno.

Si nos atenemos a lo que señaló en uno de sus libros Manuel Caballero, 1 el reino de
España se dedicó en firme a la tarea de constituir sociedades viables en la parte del mundo que
había agregado a sus dominios, de los años 1600 en adelante y apenas un siglo después, ya los
resultados eran más que visibles. De modo que esos territorios, llamados americanos, y las
sociedades que en ellos se asentaron –cuya característica decisiva es la de ser el resultado de un
proceso de implantación2- aparecen en el escenario de la historia en plena modernidad, nacen
dentro de la modernidad y por ello sus referentes culturales, ideológicos y político-institucionales
difícilmente podían ser distintos de los que fueron: República, nación, poder centralizado, y más
tarde, libertad, soberanía, pueblo, progreso.

Cuando a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX las clases dirigentes criollas se
enfrentaron a la crisis estructural de la sociedad implantada, ¿hacia dónde apuntaron sus
proyectos y aspiraciones? Hacia la construcción de sociedades independientes y capitalistas, es
decir, naciones modernas a imagen de aquellas que en Europa comandaban la doble revolución
económica y política, y también de Estados Unidos, ejemplo tan cercano y tan seductor. Sin
embargo, lo que las élites criollas de América hispana aspiraban a convertir en realidad en el corto
plazo llevaba fraguándose en los países europeos ya varios siglos: la conformación de una imagen
nacional, un centro de poder indisputado y reconocido, economías permeables al intercambio,
unas clases dirigentes con intereses bastante bien definidos, etc. De modo que utilizando un símil
poco refinado diríamos que las nacientes sociedades americanas deseaban entrar a un baile (el de
la modernidad) cuyos pasos no dominaban suficientemente…pero era el único que había

1
De la pequeña Venecia a la Gran Venezuela. Caracas: Monteavila Editores Latinaomericana. 1999

2
Ver Carrera Damas, G. (1980) Una nación llamada Venezuela: proceso sociohistórico de Venezuela 1810-
1974. Caracas: UCV
2
disponible. Quienes vivimos después de ellos nos hemos acostumbrados a regodearnos en los
fracasos que aquellas élites conocieron, más bien nos vendría bien asombrarnos de lo que
avanzaron en tan breve espacio de tiempo comprimido pues en cuestión de dos décadas dejaron
atrás una condición de subordinación monárquica e iniciaron el camino hasta ahora no
abandonado de construcción de republicas modernas con no pocos e importantes logros, muchos
de los cuales venimos recientemente a enterarnos.

Y si se iba a ser moderno había que aceptar y asumir todos los elementos constitutivos de
la modernidad; uno de ellos, por ejemplo, el referido a la igualdad política. ¿Podían las clases
dirigentes ilustradas de la sociedad colonial venezolana -y americana en general- construir
naciones republicanas y modernas que no reconocieran a sus integrantes la condición de
ciudadanos igualados respecto a la ley? Más aún, ¿podían hacerlo sin que las bases internas de su
propio poder, aquel al que apelaban precisamente para constituirse en naciones modernas
crujieran y hasta corrieran peligro de colapsar? Ese fue la situación dilemática en que aquellos
hombres se metieron: la aspiración de modernidad exigía una ruptura con respecto al tiempo
histórico ya que se pretendía acelerarlo, pero la forma que asumía la estructura de poder interna
representaba la continuidad de ese mismo tiempo; y en las instituciones, en los códigos que
recogen las normas de la sociedad y las costumbres, en los modos de hacer las cosas, de pensar y
representarse las cosas fue donde se evidenció con más claridad la tensión entre lo que emergía o
buscaba emerger y lo que se resistía a ceder el paso. Así, del plural “pueblos” utilizada
oficialmente por la Corona española para designar cierto tipo de asentamiento humano clave en el
proceso de poblamiento y, por tanto, esencial para el establecimiento de la dominación imperial,
se pasa al singular “pueblo” 3, que ya no sólo representa un sitio en el que se vive y trabaja sino
que connota –entre otros- significados políticos olorosos a subversión revolucionaria. Obviamente,
este significante con estos significados prolifera en el discurso de la clase que desafía al poder
regio para asentar definitivamente el suyo propio sin embargo, el riesgo que ello implica para la
dominación que pretenden las élites ilustradas americanas no puede ser eliminado: “el pueblo”,
como sujeto de derechos políticos iguales es significado moderno pero la distribución del poder en
pocas manos, sobre la base de privilegios estamentales, los de los criollos, es significado pre-
moderno. Allí yace la tensión que no se resolverá, en el caso de Venezuela, sino muchos años
después de ocurridos los acontecimientos mediante los cuales se desconoció al soberano español.

Las clases dirigentes de lo que se buscaba fuera la República querían nacer a la


modernidad y para ello, como dice el epígrafe de estas notas, “tenían que destruir un mundo”, el
problema era que se trataba de su mundo, el de ellos ¿cuán dispuestos estaban a hacerlo?

Habida cuenta de los resultados, habría que responder que bastante dispuestos, tanto que
quizá imaginaron destruirlo todo de una vez –o quizá, construir lo nuevo destruyendo apenas
algunas pocas instituciones viejas- pero la realidad histórica, indiferente e insensible a la mayoría
de las urgencias humanas como suele ser, les hizo adoptar otro tipo de caminos, y en estos se
3
José Ezio Serrano. Independencia y Cabildos: el pueblo como pretexto. Venezuela 1808 – 1815. Texto
impreso de la conferencia ofrecida en el Diplomado de Historia Contemporánea de Venezuela, Caracas,
mayo 2011
3
encontraron las antiguas instituciones coloniales tan sometidas a las tensiones y contradicciones
como cualquier cosa viva de aquel momento. Una de aquellas, el Cabildo, pareció ser el escenario
donde fue más evidente la tensión: paradigmático en su representatividad de la forma de
constitución, distribución y utilización de buena parte del poder político colonial apenas
transcurrido poco tiempo de la usurpación del trono imperial español por el expansionismo
francés, los cabildos se convirtieron en el bastión de la deliberación y de la defensa de la soberanía
española, reivindicada ésta en su condición de popular y leal al pacto con la monarquía; sin
embargo, cuando las posturas políticas empezaron a deslindarse entre quienes se reconocieron
como fieles súbditos y los que se identificaron con las ideas republicanas, los cabildos adoptaron
en muchos casos posiciones claramente monárquicas con lo cual, visto el desarrollo ulterior y el
resultado del conflicto, sellaron sus destinos,: la guerra los degradó al transformarlos de centros
de poder en centros de acopio y finalmente la República, institucionalmente, los eliminó 4.

Uno de los asuntos que, a partir de los trabajos de la historiografía moderna venezolana
es posible apreciar en el centro de esta disputa, es el de las repercusiones pragmáticas del
lenguaje que, una vez más, se muestra como un mediador humano lejos de ser transparente. En
efecto, para los defensores de la soberanía popular afín a la monarquía, los pueblos –el peninsular
y el americano- constituían la fuente de legitimidad pero esa legitimidad más que poner en peligro
a la propia monarquía era la que la hacía posible y aceptable; para ellos, el pueblo era virtuoso y
diferenciado mientras que el populacho era vicioso e indistinto. Por su parte, para quienes se
representaban al pueblo como fuente de la legitimidad republicana, era forzoso –so pena de
inconsistencia ideológica y doctrinaria- no sólo imaginar al pueblo sin diferencias debidas a origen,
posición social o color de piel sino como incompatible con la idea de una delegación de su
soberanía en un régimen monárquico. De este modo el vocablo pueblo, usado en plural o en
singular no remite a una diferencia discursiva irrelevante, sino a una distinción semántica clave
cuyos efectos en la praxis de los actores políticos son el hilo que permite orientarse en el laberinto
de las disputas ideológicas y doctrinarias de los inicios de la República en América hispana.

El aspecto de la continuidad/discontinuidad de los fenómenos históricos no solo queda de


manifiesto en el papel político que jugaron los cabildos durante el periodo de la guerra de
independencia, también se evidencia el lugar que se le asignaba al componente religión al
momento de asegurar la fidelidad de los hombres a una institución. Tal como se señala Serrano,
los integrantes del primer Congreso republicano instalado en marzo de 1811 juraron sus funciones
por “Dios y los sagrados evangelios” 5 es decir, en nombre de lo nuevo que no logra del todo
romper con lo viejo; pero creemos que ello responde a una imposibilidad que emana de la
estructura misma de lo que se buscaba, que era forjar un nuevo lazo político. Si la voz “religión”,
arrastra consigo desde su origen los ecos de un sentido relativo a formar vínculos, no es de
extrañar que los independentistas apelaran a fórmulas religiosas por más moderno que hubiesen
sido su pensamiento y su convicción pues no tenían alternativa: si querían re-ligar a los flamantes

4
Serrano, ibidem

5
Ibídem, p. 12
4
ciudadanos con la República no podían –y tal vez no querían- abandonar la fe compartida y la
única posibilidad concreta de invocar un vínculo común. ¿Por qué otra cosa podían jurar ser Uno y
en nombre de qué se les podía exigir responsabilidad a esos antiguos súbditos ahora llamados
ciudadanos? Nos parece ver un dilema que, vistas las invocaciones que hoy día se hacen en la
juramentación de las autoridades cuando asumen su cargo, está lejos de haber sido resuelto del
todo. Una vez más, con su carga simbólica, el lenguaje aparece en toda su magnitud como un
espacio de posibilidades y restricciones, de continuidad y de ruptura. Y no hay que olvidar que las
mentalidades están construidas en gran medida con significantes y que, por tanto, en las
mentalidades y en las prácticas sociales que ellas facilitan, inhiben, impiden o consolidan bajo la
forma de instituciones es donde se puede seguir con mucha claridad la tensión entre lo que se
rompe y lo que se continúa.

Vinculado a lo anterior se presenta un asunto que fue capital no sólo para quienes
ocuparon lugares de conducción política o militar sino para el conjunto de las generaciones de
aquel momento y también para las posteriores: en nombre de que (o quién) tomar decisiones,
mandar y exigir obediencia. Fue un asunto muy complejo, muy difícil; resulta fascinante asomarse
al conjunto de esfuerzos que se desplegaron desde el mismo momento de la ruptura del vínculo
con España para dar basamento –es decir legitimidad- a las nuevas autoridades que debían ocupar
el lugar de las antiguas. Una aproximación somera daría a entender que el dilema se presentaba
entre conducir la sociedad con apoyo en las leyes o en las armas pero no era así, en realidad las
opciones eran: invocar una legitimidad que emanaba de un dispositivo institucional (monárquico)
que se rechazaba, apelar a una institucionalidad republicana inexistente o reclamar un derecho a
mandar que provenía de una fuente de autoridad insospechada y difícilmente rebatible: la
existencia de una situación de emergencia que ponía en peligro la existencia misma del modo de
vida que se defendía o se conocía 6. Y por supuesto en este punto el elemento crucial residió en las
condiciones de la persona que invocaba dicha fuente, es decir, quien poseyera audacia,
elocuencia, inteligencia o es fuera capaz de conseguir apoyo de armas y de hombres podía sacar
ventaja de esos momentos en los que todo lo valioso de la vida parecía estar en juego y se podía
convertir en un factor de poder casi incontrovertido e inclinado a la permanencia. Pero si lo crucial
lo ubicamos en la persona del que pretende mandar, el factor decisivo hay que situarlo en quienes
son los destinatarios de dicho mando. Cuando se habla de personalismo en política se suele
olvidar que el poder es una relación social y por eso es preciso plantear la pregunta siguiente:
¿cómo reaccionan frente a estos hombres audaces aquellos quienes se supone son los receptores
de sus decisiones? Sabemos la respuesta: sea por la razón que fuere suelen otorgar a los audaces
el reconocimiento para que actúen de acuerdo a lo que consideren necesario hacer pues
comparten con ellos la sensación o la convicción de emergencia, de peligro y máximo riesgo para
la supervivencia. No dudamos que aquí actúan elementos de índole psíquica sobre los cuales no
necesitamos abundar en estos momentos pero baste apuntar que tales mecanismos se pueden
identificar en un sinnúmero de relaciones políticas en las que la atribución a un individuo de
condiciones extraordinarias aparece como la justificación racional del poder que ese individuo
6
Este aspecto fue enfatizado por el Prof. Angel Almarza durante una de las sesiones del Diplomado en
Historia Contemporánea de Venezuela en mayo de 2011.
5
asume o recibe de sus semejantes. Se puede conjeturar, entonces, que la aparición y la
permanencia del personalismo dependen menos de la ausencia de instituciones que de la
incapacidad de una sociedad y de sus integrantes para hacer que las actuaciones de quienes
ocupan posiciones de autoridad se sujete a las normas institucionales existentes, sean estas las
que fueren.

El personalismo también es un fenómeno complejo y su presencia en nuestra cultura ha


sido detectado por el historiador Elías Pino Iturrieta 7 mucho antes de la emergencia a que dio
lugar la guerra de independencia pero resulta llamativo que la actuación del General Bolívar
hubiese sido, con demasiada frecuencia, tan personalista como la del Brigadier Domingo de
Monteverde pues se sabe que uno y otro actuaban a favor de causas distintas y con orientaciones
ideológicas divergentes. El primero defendía la República y la independencia, el segundo la
monarquía, ambos regímenes en peligro y amenazados existencialmente. Se nos ocurre ver acá,
sobre todo en las acciones del Libertador y más allá de lo justificable que las mismas resultaran,
una condición que contradice los postulados de una doctrina que se inscribía dentro de la
tradición liberal y republicana: la de actuar no con apego a las leyes sino con apego a lo útil, a lo
eficaz. Cuando se repara en esta circunstancia es dable interrogarse acerca de la inevitabilidad de
la llamada guerra a muerte, o de las dictaduras que ejerció Simón Bolívar y por supuesto, acerca
de las propias características subjetivas de este personaje de nuestra historia que parecen haberlo
inclinado por el nunca inevitable camino del personalismo político y también haber re-marcado
tan hondamente algunos rasgos ya presentes en nuestro devenir histórico: la admiración por lo
militar, por la audacia, por el uso de la fuerza, la impaciencia y el apresuramiento. El desprecio por
los límites y el irrespeto a las leyes.

Tomás Palacios M.
Escuela de Psicología
Universidad Central de Venezuela

08 de Junio de 2011

7
Veáse su libro titulado Nada sino un hombre: los orígenes del personalismo en Venezuela. Caracas:
Editorial Alfa 2007
6

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