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- Rosana Guber -
Instituto de Altos Estudios Sociales
Universidad Nacional San Martín
Buenos Aires, Argentina
Metodologías cualitativas de Investigación en Ciencias Sociales,
Jurídicas y Humanidades I: Etnografía y trabajo de campo
Como conclusión, sostenemos que la perspectiva nativa, aún la más próxima a la cultura y sector social del
investigador, resulta del trabajo de campo entendido como la serie de interacciones que sostiene el
investigador con sus sujetos de estudio en tanto que relación social.
En la segunda parte, familiarizaremos al estudiante con la labor etnográfica partiendo del supuesto de que el
investigador es el principal instrumento de investigación, un instrumento que no se desarrolla en la soledad
autorreferencial sino en tanto y en cuanto se inscribe en la vida social de sus sujetos de estudio. Iniciaremos
la segunda parte introduciendo el “trabajo de campo” y en la siguiente sección trabajaremos con el “quiénes”,
el “cuántos” y el “dónde” de la investigación, lo que suele denominarse unidad de análisis, muestra y unidad
de estudio. Estas cuestiones serán tratadas a partir del problema más importante que debe enfrentar el
etnógrafo: su acceso al campo. En la tercera sección trataremos de dilucidar qué significa la oscura pero muy
utilizada expresión aplicada a una “técnica”: la “observación participante”. En la cuarta transitaremos, aunque
de manera crítica, la conocida “técnica” de la entrevista no dirigida. En la quinta reflexionaremos acerca de
cómo consignar la información y cómo incide la forma de registro en la constitución de la evidencia.
A lo largo del trayecto de la segunda parte retomaremos una y otra vez las alternativas epistemológicas con
que los investigadores sociales han justificado sus procedimientos metodológicos. Al concluir nuestro camino
debería quedar claro que dichas alternativas operan más en el nivel del discurso académico que en el de la
lógica del trabajo de campo.
Objetivos
Objetivos generales
Objetivos específicos
Poder plantear una pregunta adecuada de investigación.
Comprender los fundamentos históricos y lógicos de la concepción etnográfica.
Conocer los márgenes epistemológicos clásicos en los cuales se ha planteado dicha concepción y sus
aplicaciones.
Proponer alternativas más flexibles para hacer del investigador el principal instrumento de
investigación.
Constituir la relación del investigador y los sujetos estudiados en el campo como la fuente principal de
los datos.
Esquema de conceptos básicos
I. Fundamentos epistemológicos de la Etnografía
Introducción
Pues bien: permítaseme expresar mis profundas dudas al respecto. La cosa no es tan simple pues no se trata
de un juego de piezas donde todas valen lo mismo y encajan igual entre sí. ¿Cuál es el límite de lo que atañe
a la metodología y a los métodos y lo que atañe a la teoría y a la disciplina? ¿Es posible introducir
modificaciones en los métodos sin afectar otros segmentos o dimensiones de la investigación? Menudo
interrogante que suscita el debate entre distintas posturas. Por mi parte, debo limitarme a la temática de los
métodos etnográficos, que trataré de presentar del modo menos ingenuo posible. Esto es: el módulo está
siendo escrito por alguien que proviene de la antropología social y que ha aprendido métodos etnográficos
como parte de una disciplina académica con sus propios ejes de debate, con su batería de conceptos y con el
anecdotario de los colegas acerca de sus estadías en el campo que a menudo sólo se vierten en los pasillos u
oficinas de la academia. No será ésta, sin embargo, una clase de antropología, pero será inevitable que me
refiera a otros colegas y a mi propia experiencia para ayudar a construir un sentido común etnográfico que
entrañe un cambio sustantivo en las ideas que solemos tener acerca de los métodos de investigación social.
En el apartado I trataremos de responder a tres preguntas: ¿Por qué nos hacen falta los métodos
etnográficos? ¿Qué tipo de conocimiento nos proveen? ¿Qué demandan esos métodos de nosotros
en tanto que investigadores? En el apartado II analizaremos la dimensión técnica expresada en los
términos con que se suele designar a los métodos asociados más a menudo con la etnografía: la
observación participante y la entrevista en profundidad.
1. Una pregunta adecuada
Ahora bien: no todas las preguntas ni todas las hipótesis requieren trabajo de campo etnográfico. Veamos en
mi caso. En 1988 me propuse hacer una investigación sobre el nacionalismo en la Argentina, porque suponía
que la apelación a lo nacional y a la nación era sumamente fuerte y vigente entre mis compatriotas. La
relación nodal, en ese punto, era:
NACIONALISMO – ARGENTINA
Inmediatamente procedí a revisar la literatura sobre esta articulación y encontré estudios sobre el llamado
“nacionalismo argentino” lo cual se refería a dos cuestiones: el pensamiento de figuras célebres de comienzos
del siglo XX -Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, etc.-
que discurrieron sobre la argentinidad como una suma de valores esenciales de una entidad estatal, en
tiempos de la inmigración aluvional (1880-1930), y aquellas agrupaciones, generalmente pequeñas,
auto-referidas como “nacionalistas”, que suelen encuadrarse en la derecha doctrinaria. Esa literatura,
entonces, hablaba de autores en tanto que pensadores y productores de un diverso corpus ideológico, y de
agrupaciones políticas cuyas declaraciones doctrinarias y práctica política, generalmente de acción directa y
vinculación con sectores del Estado Argentino (Iglesia, Universidad, Fuerzas Armadas) y equivalentes en el
extranjero (España, Francia, Italia y países del Este Europeo), confrontaba a las izquierdas internacionalistas.
Ahora bien: ni unos (autores) ni otros (agrupaciones) podían dar cuenta de la vigencia de la apelación
nacional en mis contemporáneos de fines del siglo XX. Había algo que ni un Rojas ni una Alianza Nacionalista
podían caracterizar y era la extraordinaria difusión de dicha apelación, sobre todo teniendo en cuenta que los
políticos auto-denominados “nacionalistas” eran tan vociferantes como minoritarios. Ni una historia de las
ideas ni un estudio de la doctrina y su traducción en la acción política de los pequeños grupos de militantes
derechistas podía contestar mi pregunta de por qué estaba tan difundida la apelación nacionalista, ni
aproximarme a cómo funcionaba dicha apelación en las vidas de las personas.
Opté entonces por buscar un acontecimiento que diera cuenta de lo que yo, como argentina, sabía que me
remitiría a alguna manifestación nacionalista o interpelante de la nación en un nivel suficientemente extendido
como para reconocerse popular, y se me ocurrieron dos: el mundial de futbol de 1978, en que la Argentina
salió campeón, y Malvinas, el conflicto armado anglo-argentino sucedido entre el 2 de abril y el 14 de junio de
1982 por la recuperación argentina de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur, de manos de Gran Bretaña,
ocupante de dichos territorios desde 1833. Aunque ambas temáticas presentaban cierta resonancia popular,
preferí Malvinas porque me aproximaba a un dilema que, en efecto, estaba en el corazón del fenómeno
nacionalitario: su aparente capacidad de concitar, por sí solo, el apoyo de la población con relativa
independencia del color político de su conducción. La relación se ampliaba a
NACIONALISMO – NACIÓN ARGENTINA – MALVINAS
En cuanto a Malvinas leía yo todo libro o publicación menor que tuviera a las islas como su referente. Ese
material hablaba principalmente de los derechos argentinos sobre las Islas -cuestión diplomática- y del
devenir de la contienda bélica del 82 en sus aspectos estrictamente militares y en sus dimensiones político-
diplomáticas y de política interna durante el Proceso de Reorganización Nacional, como se auto-denominó el
gobierno de facto comprendido entre 1976 y 1983. Pero este material, aunque fundamental y obligatorio
(debía yo conocer los reclamos argentinos, las condiciones bélicas, el movimiento de tropas, el decurso del
conflicto), no analizaba el apoyo masivo, según los diarios de la época y según mis propios recuerdos, que
había generado la operación del 2 de abril del 82, pese a que tres días antes se había volcado a las calles una
masiva protesta por la situación económica, el desempleo y la violación de los derechos humanos.
Los libros sobre Malvinas trataban básicamente de tres cuestiones: ¿cómo explicar la “recuperación” armada
argentina del archipiélago en 1982? ¿A qué se había debido la derrota argentina? Y ¿cómo era posible que una
operación de tamaña envergadura conducida por un gobierno claramente impopular, contara con el apoyo
masivo de la población? La respuesta a estos tres interrogantes aparentemente podía buscarse en el
“nacionalismo argentino” y, de hecho, la literatura apelaba a esta verdadera caja negra para explicar lo
ocurrido en torno a Malvinas. Así, las respuestas eran del siguiente orden: la recuperación de las Islas
Malvinas era el golpe de efecto de un gobierno sumamente impopular, sumido en la crisis económica y en el
descrédito internacional debido a la masiva violación a los derechos humanos, para recuperar el respaldo de la
sociedad civil y política, y mantenerse en el poder. ¿Dónde residía ese golpe de efecto? En el acendrado
nacionalismo de los argentinos quienes, al modo del perro de Pavlov, reaccionaban positivamente cuando se
esgrimía una causa de defensa de la soberanía. Malvinas era una de esas causas, probablemente la principal.
Cuando accedí a los análisis de los cientistas políticos, encontré un elusivo tratamiento de dicho respaldo
popular (des)calificándolo como “redención fascista” y “brote de autoritarismo ínclito en las masas”. Era este
punto, precisamente, el que yo quería esclarecer contra lo que me parecía un prejuicio sumamente extendido
en la intelectualidad progresista argentina, y que ya había despuntado en no pocos análisis de la experiencia
peronista del 45-55. Era necesario, entonces, ir a la gente y saber, desde su perspectiva, qué significaba y
qué había significado “Malvinas” para ella. Operando desde mi propio prejuicio, si se quiere, de raíz
antropológica, suponía que debían existir asociaciones simbólicas entre las Islas irredentas y el concepto de
Nación, que la medida militar había puesto al descubierto, movilizado y plasmado en plazas cubiertas de
gente vivando la recuperación, pero que no debían ser las mismas que las de los gobernantes de turno.
En suma: si yo iba a emprender una investigación sobre la guerra de Malvinas de 1982, iba a hacerlo
centrándome en la perspectiva argentina y basándome en los materiales que esa perspectiva me brindara en
la forma menos mediada posible. Se imponía entonces una investigación empírica -aquélla que busca
describir, interpretar y/o explicar el mundo a partir de cómo ese mundo es- más allá de la reflexión filosófica
basada en cómo yo u otros colegas en ciencias sociales pudiéramos pensar o percibir a ese mundo. Si la
recuperación de las Islas estaba bien o mal, si había servido para perpetuar a la dictadura en el poder, si
había manipulado el sentir nacional de las masas populares, eran cuestiones que, en todo caso, debían ser
planteadas por la misma población con la que yo trabajaría, y no ser puestas de antemano.
Esta actitud investigativa intentaba plasmar lo que el metodólogo y epistemólogo Walter Runciman (1983)
entiende por “descripción”. Según Runciman el problema de las Ciencias Sociales no es de “explicación” sino
de “descripción” pues los cientistas sociales buscamos comprender los fenómenos sociales en tres sentidos:
en sentido primario, tratamos de reportar lo que observamos que ha ocurrido (el “qué”); tienen
lugar aquí las crónicas de hechos puntuales en su ocurrencia espacial y temporal;
en sentido secundario, tratamos de explicar por qué ocurrió lo que ocurrió (el “por qué”); tienen
lugar aquí las distintas teorías acerca de los hechos reportados constitutivos de fenómenos sociales;
en sentido terciario, tratamos de describir qué ocurrió pero ya no como reporte sino en términos de
sus agentes (el “cómo es” para ellos); tienen lugar aquí los encadenamientos y síntesis, lo que
llamamos la “significación”.
Ningún investigador puede entender una acción llevada a cabo por seres humanos sin comprender los
términos en que éstos la caracterizan, esto es, sin dar cuenta de qué entienden ellos que están haciendo.
Según esta perspectiva, el agente es una parte privilegiada para caracterizar lo que piensa, siente, dice o
hace. Mientras que la explicación y el reporte dependen de su ajuste a los hechos, la descripción, según
Runciman, depende de su ajuste a la “perspectiva nativa”. Si la descripción que ofrece el investigador
no la tomara en cuenta, esto es, no interpretara el hecho en cuestión incorporando cómo lo interpretan sus
protagonistas, estaría incurriendo en su incomprensión y, por ende, inventando el fenómeno que estudia. Esta
incomprensión puede tener su raíz en juzgar a otros pueblos según los propios parámetros culturales
(etnocentrismo), juzgar a otros sectores sociales según los parámetros del sector al que pertenece el
investigador (sociocentrismo), destacar lo diferente sobre lo habitual y familiar (exotismo) o juzgar una
época pretérita según los valores actuales (anacronismo) (Perrot & Preiswerk 1979).
Entonces, el investigador sabe qué quiere averiguar y conoce qué se ha dicho sobre el tema (i.e., la
articulación entre la guerra de Malvinas y el nacionalismo argentino) pero esto no le basta para responder a
su pregunta. Puede incluso desconocer cómo formularla en términos significativos para la población en
cuestión (cc1).
Para saberlo la etnografía puede ser de gran ayuda porque una pregunta formulada en la academia que
permanezca en estos términos durante la etapa de campo, corre el serio riesgo de ser ininteligible para los
pobladores y de preservar el etnocentrismo académico (que Bourdieu llamó epistemocentrismo [Bourdieu &
Wacquant 1992]). Cuando hablamos de etnografía nos referimos a tres cuestiones: a un enfoque, a un
método de investigación empírica, y a un género textual (1).
Como enfoque la etnografía es una práctica de conocimiento que contempla la comprensión de fenómenos
sociales desde la perspectiva de sus miembros, cualquiera sea la posición teórica que el autor le asigne a
dichas perspectivas. Es esto lo que Runciman llama “comprensión terciaria”, y que Clifford Geertz entendía
por “descripción densa”, esto es, dar cuenta de los “marcos de interpretación” dentro de los cuales las
personas clasifican el comportamiento y le atribuyen sentido. Así, el enfoque etnográfico conduce a interpretar
el significado del comportamiento con referencia a las categorías culturales dentro de las cuales ese
comportamiento se produce, percibe e interpreta (Jacobson 1991:4). El cometido de este tipo de investigación
es dar una representación coherente de la acción humana mediante descripciones de costumbres
matrimoniales, pautas de cocina, etc. que el investigador ha conocido y transcripto en el campo y que
constituyen su evidencia (ver introducción Apartado II). Esta evidencia se obtiene a través de los métodos
etnográficos, una modalidad abierta de investigación en terreno donde caben las técnicas no directivas
-fundamentalmente la observación participante, las conversaciones y las entrevistas no dirigidas- y la
residencia prolongada con los sujetos de estudio (Apartado II, secciones 2-5). Este conjunto de actividades
que se suele designar como 'trabajo de campo' (Apartado II.1), se traduce como evidencia de la
interpretación del investigador sobre la realidad que ha visto y vivido, y que transcribe en un texto. Como
género textual, la etnografía es la presentación generalmente monográfica y por escrito con que el
antropólogo intenta representar, interpretar o traducir una cultura o determinados aspectos de una cultura
para lectores que de hecho o por principio no están familiarizados con ella (Van Maanen 1995:14) (cc2).
Estas tres definiciones de la etnografía -enfoque, método y género textual- refieren al quehacer de un
antropólogo en distintas etapas de su trabajo, en cierta lógica que articula un campo culturalmente
desconocido donde las categorías que trae el investigador carecen de sentido.
Volviendo a mi propia investigación, esta lógica implica que yo no sabía qué significaba Malvinas para los
argentinos, y que era necesario que lo aprendiera de primera mano, esto es, haciendo yo misma una
investigación empírica. Este proceder tiene dos consecuencias para mi diseño: la primera es que mi objetivo
de investigación tratará de indagar el Cómo o el Qué (comprensión terciaria de Runciman), más que el Por
qué (comprensión secundaria). La segunda consecuencia es que si quiero entender las significaciones de una
cierta población en toda su complejidad y de manera directa, no puedo hacerlo con una gran cantidad de
personas. Por lo tanto, y en relación a ambas advertencias, es inexorable que mi pregunta de investigación
contenga el perfil de los sujetos sociales con quienes y sobre los cuales haré mi investigación. Veámoslo más
concretamente.
Mi pregunta no puede indagar en “el nacionalismo argentino” ni averiguar “los valores que acarrea Malvinas
como expresión del nacionalismo argentino”. Tampoco puede dirigirse a saber “por qué se emprendió la
guerra en 1982”, ni a dilucidar si la guerra por las islas sudatlánticas benefició al proceso de apertura
democrática argentina, o si implicó una manipulación de las masas, o si significó una exacerbación del
autoritarismo, o si los argentinos son nacionalistas, o si las reacciones de la población fueron “exitistas”
(perseguían y acompañaban el éxito). Estas preguntas no pueden responderse mediante una investigación
etnográfica por dos razones: carecen de un sujeto social investigable empíricamente y, en su mayoría, ya
contienen la respuesta. Convertirlas en preguntas “etnografiables” requeriría:
c. retroceder con mi supuesto y formular una interrogación por el “cómo” o el “qué” de ese tipo de
población en ese período en particular.
Por ejemplo, la causa del emprendimiento bélico anglo-argentino requeriría definir “para quién/es” o según
qué interpretación. Así, el supuesto de que la operación de “recuperación” o “invasión” del 2 de abril por las
Fuerzas Armadas argentinas estaba destinada a perpetuar a la dictadura en el poder o a recuperar su
iniciativa política, son afirmaciones que pueden ser verdaderas o falsas dependiendo de quién las responda.
Es dudoso que lo fueran para a) los presos políticos que donaban su sangre para los soldados heridos, o su
persona para integrar las filas de combatientes; b) el espectro de políticos partidarios hasta entonces
proscriptos por el gobierno, y que apoyaron la recuperación; c) la numerosa asistencia a las plazas céntricas
en ciudades y pueblos, que brindaban su apoyo explícito a la operación; d) los padres de los soldados que
eran reincorporados al servicio militar para cumplir con sus deberes con la Patria; e) los mismos soldados
incorporados; f) los miembros de la Fuerza Aérea, cuya comandancia no participó del planeamiento inicial de
la operación. Lo más probable es que sólo participaran de la conveniencia bélica, así planteada, quienes la
comandaron: la primera línea del Ejército y de la Marina, y aún así, a juzgar por lo sucedido tras la derrota
argentina del 14 de junio, habría que ver si toda la primera línea del Ejército participó de igual manera y con
igual convicción. Lo que, además, se interpone en nuestra comprensión es que el apoyo a la recuperación de
las Islas suele esgrimirse como un idéntico apoyo al régimen, a los militares en el poder y a la administración
militar de abril a junio del 82, esto es, al tercer gobierno del autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional (PRN).
Esto significaría que Malvinas no es, o puede no ser, sólo la guerra. También son las islas (el archipiélago
sudatlántico) y una causa de soberanía pendiente. Guerra, territorio (insular) y causa son tres cosas
diferentes, al menos en principio, y distintas también de una gestión oficial, el PRN. Esta significación diversa
entraña la posibilidad de que “el apoyo” haya sido más plural que lo que la pregunta “por qué se apoyó
Malvinas” supone. Dependería de cada caso dilucidar de qué modos se combinaron causa, territorio, guerra,
régimen y gobierno y, de paso, establecer cuán disociables pueden ser estos cinco elementos según el sector
de que se trate. Así, sería posible encontrar que el apoyo popular podía estar destinado a causa y territorio,
pero no a régimen y gobierno, y que el apoyo a la causa no conllevara el respaldo a la guerra.
NACIONALISMO – NACIÓN
ARGENTINA – MALVINAS –
GUERRA
Si quería tratar sobre la “guerra” me debía referir al período de 74 días de la presencia argentina en territorio
insular (2 de abril – 14 de junio, 1982). Ese lapso podía indagarse desde el teatro bélico o desde el
continente, desde la jurisdicción argentina o desde jurisdicciones extranjeras, desde las unidades militares o
los ámbitos civiles, etc. Este enfoque debería resolverse con fuentes contemporáneas a los hechos, pues mi
investigación comenzó a planificarse en 1989. Transcurridos 7 años, todo lo que yo podía encontrar de
entonces eran restos de periódicos, revistas, una que otra carta de la población a los soldados, cartas entre
los soldados y sus familias, objetos traídos de las islas, videos con noticieros de la época y declaraciones
oficiales del gobierno argentino, el británico y otros simpatizantes con uno u otro bando de la contienda.
Pero hablar de “guerra” también podía ubicarme en el período posterior o la “postguerra”, que es con lo que
yo me enfrentaba diariamente: aquí y allá la gente hablaba del conflicto armado, de lo que le había parecido,
de lo que había creído, de lo que censuraba, de lo que aplaudía. Era ésta la guerra misma? No, eran las
reflexiones, juicios y ponderaciones que el conflicto había dejado en cada uno de mis interlocutores
ocasionales. Es lo que prematuramente llamé “la memoria social” de la guerra de Malvinas. Me pareció que
tanto el “durante” como el “post” Malvinas presentaban cuestiones interesantes pero que debían verse bajo
luces distintas. Más aún: una etnografía con fuentes del pasado en el pasado, era distinta que una etnografía
realizada en mi presente de entonces, que quedaba en la postguerra. En suma: a poco de leer sobre
“memoria social” supe que yo no podría reconstruir lo ocurrido en 1982 con conversaciones de 1989 en
adelante. Pero además no deseaba reconstruir lo ocurrido sino entender qué significaba eso de “lo nacional”
para los argentinos, de manera que debía buscar los significados atribuidos a la contienda bélica conocida
como Malvinas. Y esto lo encontraría tanto durante como después. Sólo que entender el después (1989 en
adelante) podía ser más directo y afín al trabajo de campo etnográfico que yo podía emprender, que
reconstruir los contextos de sentidos acaecidos en el pasado (1982).
No es cierto que me acoté tanto y todo lo referido a Malvinas me concernía. Por eso emprendí
mini-investigaciones sobre el período bélico y, además, hice algún trabajo acerca de cómo una cuestión
diplomática sostenida ininterrumpidamente entre 1833 y 1982 se fue convirtiendo en una causa popular y de
alcance nacional (2).
Con respecto al período post-bélico las memorias no eran uniformes, de manera que debía decidir con qué
sector trabajar. Como siempre que hablaba de Malvinas, la guerra, mis interlocutores ocasionales me
derivaban a quienes “habían ido” a la guerra, mi decisión fue acotar mis sujetos sociales con aquellos que
llamé “protagonistas directos” del conflicto, refiriéndome a quienes habían intervenido en el conflicto armado
ya fuera desde el continente (parte de la Fuerza Aérea que operaba desde las bases costeras patagónicas), o
desde el mismo archipiélago, y que se diferenciaban de los que también llamé “indirectos”, argentinos en y
fuera del territorio nacional, y extranjeros residiendo en el país, durante el conflicto. En tal derivación popular,
sin embargo, había una gran diferencia. La mayoría de mis contactos ocasionales me explicaba que yo debía
conversar con “ex combatientes”, aludiendo a quienes habían participado del conflicto en carácter de civiles
adscriptos como soldados que, en 1982, cumplían con su servicio militar obligatorio. El Servicio Militar
Obligatorio (SMO) había sido instituido en la Argentina en 1901, como un modo de nacionalizar a los hombres
que habitaban el territorio nacional ya fueran hijos de argentinos o de extranjeros, de cara a la unificación
ideológica de la nación en un período de Organización Nacional y de política inmigratoria. En 1982 los
soldados tenían 19 y 20 años de edad, esto es, habían nacido en 1962 y 1963. Habían revistado en las tres
Fuerzas Armadas -Ejército, Marina y Fuerza Aérea- y después del conflicto fueron “dados de baja” entre 15
días y varios meses después de su regreso al continente en calidad de prisioneros de la nación triunfante,
Gran Bretaña. El hecho de que la Argentina no contara, en su espectro social, con otra figura civil que hubiera
participado de un teatro bélico internacional, me pareció una buena razón para inclinar hacia ellos mi
investigación principal, mientras abrevaba en el “personal de cuadros” u oficiales y suboficiales como un
apoyo a mi trabajo y como un término implícito de comparación. Mi eje de investigación, entonces, se había
rediseñado:
¿Qué había sucedido con el nacionalismo? Lo convertí en parte del material a relevar. Nadie hablaba
demasiado de los derechos argentinos a las Islas, tema en que todo el mundo parecía bastante de acuerdo.
Nadie dudaba de la justicia del reclamo nacional y de la injusticia por lo extemporánea y autoritaria presencia
colonial de Gran Bretaña en el Atlántico Sur. Por mi parte, yo debía formular una pregunta en la cual los “ex
combatientes” fueran el elemento central, ya que se trataba de una figura desconocida. Esa pregunta, que
exploraría etnográficamente, sería ¿Quiénes son los ex combatientes argentinos que participaron en el
conflicto armado por las Malvinas? ¿Qué identidad social han labrado ellos sobre sí, y en qué se asemeja o
diferencia de la identidad que la sociedad civil, política y militar le asignaban? Dicho de otra manera:
¿Qué es ser “ex combatiente” de Malvinas y qué dicen, al configurar esta identidad social, los ex
soldados, las fuerzas armadas, la sociedad civil y política acerca de la Nación Argentina y del único
conflicto bélico internacional del que esa nación participó durante todo el siglo XX?
Un estudio sobre identidad social requería elaboraciones acerca, precisamente, de esta supuesta identidad,
pero no tanto vista a la luz de las teorías de la etnicidad (identidad étnica) sino de la constitución de agentes
de la memoria social. Era evidente que cuando la gente me remitía a un ex combatiente conocido, vecino o
amigo, estaba haciendo algo con su pasado, como por ejemplo, delegar su narración en uno de los
protagonistas directos del conflicto, relegando implícitamente a los cuadros de las tres fuerzas armadas que
también habían participado. Siendo la guerra su métier profesional, el hecho de que muchos de mis
interlocutores ocasionales relegaran a los militares de carrera significaba un menoscabo en la memoria social
civil a su autoridad en materia de Malvinas. Pero esto habría que comprenderlo en el curso de mi trabajo. Así,
y con estas líneas, me lancé al campo... o ya me encontraba en él.
2. La carta mítica
A mediados del siglo XIX la “antropología” era el estudio del hombre primitivo o salvaje, principalmente en su
aspecto biológico asociado a razas y tipos humanos. Sólo a fines del siglo XIX se agregaría el aspecto cultural
aunque, por bastante tiempo, antropología remitió a lo que luego se conoció como “antropología física” y
luego “antropología biológica”. El investigador se dedicaba a extraer tallas y contornos, especialmente del
cráneo y la cara, para establecer clasificaciones e inferir, de ellas, tipos humanos más antiguos y contactos
entre los pueblos.
El etnólogo, entre tanto, se ocupaba del estudio comparativo y la clasificación de los pueblos según su cultura
material, su lengua, sus instituciones sociales y religiosas. Su finalidad era establecer el origen de las
culturas, cosa que emprendía según su grado de evolución o complejidad (evolucionistas) o su contacto con
otros pueblos (difusionismo). Constituyéndose en el teórico de la ciencia de lo exótico, el etnólogo abrevaba
en los materiales recolectados por quienes merodeaban aquellas tierras lejanas: funcionarios coloniales,
misioneros, comerciantes, aventureros. Estos le proveían de objetos y de narraciones, que el etnólogo reunía
en los museos, verdaderos laboratorios de la cultura histórica humana. Así que tanto para probar que los
melanesios eran anteriores a los nilóticos, como para probar que los maoríes descendían de los indoeuropeos,
no hacía falta que el investigador compareciera en el campo. Para saber cómo se originaron las culturas
humanas, difusionistas y evolucionistas, las teorías dominantes de la época, requerían de grandes cantidades
de información sobre la mayor diversidad posible de pueblos existentes sobre la tierra. El problema a resolver
era si los pueblos transitaban por etapas similares, y caracterizar a qué etapa correspondía cierta cultura (el
evolucionismo) o bien detectar los contactos culturales entre pueblos distantes, fijando así los caminos de la
difusión de ciertos rasgos y prácticas (difusionistas).
Aunque esta metodología podía funcionar, dada su extraordinaria magnitud, en reunir información de lo más
diversa, tenía serios inconvenientes que la tornaban en poco confiable para un tipo de conocimiento que
deseaba reconocerse como científico siguiendo el modelo de las florecientes Ciencias Naturales. Era difícil
administrarlos sin dominar la lengua, y pocos funcionarios, comerciantes y aventureros se esforzaban en
tamaña tarea. Además, los posibles recolectores no veían la utilidad de estos cuestionarios, ni estaban
consustanciados con el interés del experto y, por lo tanto, devolvían los cuestionarios incompletos, no los
devolvían, o transcribían sus propias impresiones de lo que les parecía más extraño del pueblo en cuestión. La
división entre el recolector y el analista o experto, y la escasa preparación y reflexión acerca de cómo obtener
los datos, debían ser resueltas al modo del naturalista que obtenía las muestras y luego las analizaba en su
laboratorio.
Aunque con sus falencias, para 1900 ya se contaba con un buen “banco de datos” que se constituía en los
Museos y en los artículos de las revistas especializadas (i.e., Man [Royal Anthropological Institute]). Ese
banco mostraba que cada cultura era una unidad compleja que no podía disolverse en busca de similitudes y
diferencias con otros pueblos. El ejemplo preferido fue el último gran territorio que Europa ocupó y cuya
colonización fue prácticamente contemporánea al desarrollo etnológico: Australia y sus aborígenes. Se
suponía que estos pobladores eran “supervivencias” de los orígenes de la civilización humana, de manera que
su estudio le permitiría a los sabios inferir cuáles habían sido la primera mentalidad y la sociedad primitivas.
No casualmente los australianos fueron la fuente de Sigmund Freud (Totem y Tabú, 1913) quien buscaba en
la universalidad del complejo de Edipo el pasaje de la naturaleza a la cultura; de Emile Durkheim (Las
formas elementales de la vida religiosa, 1912) en su intento de reconocer al ritual como fundamento simbólico
de la reproducción de la sociedad); y de Bronislav Malinowski (La familia entre los aborígenes australianos,
1913) en su deseo de abolir el supuesto evolucionista de que la humanidad primitiva había crecido en la
promiscuidad.
El primer efecto de esta reorientación fue el énfasis en la investigación de campo para proveer datos a la
etnografía, comenzando con dos expediciones de la Universidad de Cambridge al Estrecho de Torres (entre
Australia y Nueva Guinea) en 1888 y en 1898/9 conducidas por el zoólogo A. Haddon. Fue en la segunda
expedición que Haddon incorporó, entre otros naturalistas, al médico C.G.Seligman y al médico luego
psicólogo experimental WHR Rivers quien estudiaría psicología indígena y elaboraría las bases de la primera
técnica estrictamente etnográfica: el método genealógico. Reconstruir la genealogía con los nativos le
permitía "estudiar problemas abstractos por medio de hechos concretos", requiriendo solamente los servicios
de un intérprete indígena. En su posterior estudio sobre los Toda de la India (1913), Rivers enunciaba “la
necesidad de investigaciones intensivas en una comunidad en la cual el trabajador vive por un año o más en
la comunidad de alrededor 400 ó 500 y estudia cada detalle de su vida y cultura”. Haddon refrendaba la
tendencia requiriendo observadores entrenados y un antropólogo experimentado para cada misión. En 1904
sostuvo que el nuevo enfoque del trabajo de campo debía incluir
"estudios exhaustivos de grupos de personas, rastreando todas las ramificaciones de sus genalogías (cc4) en el método
comprensivo adoptado por el Dr. Rivers para los isleños del Estrecho de Torres y para los Toda" (Haddon en Stocking
1983).
Las genealogías fueron el primer método que emplearon los antropólogos para conocer sociedades exóticas, pero ta
registro de la organización social. La aplicaron los antropólogos británicos desde que W.H.R.Rivers la usó en 1901 co
registrar relaciones de consanguinidad (descendencia) y de afinidad (matrimonio) (1910, “The Genealogical Method
in The Sociological Review 3:1-12). ¿Por qué? Porque en las sociedades llamadas “simples”, “primitivas” o “sin esta
primordial de organización social (aunque luego se descubrió que las formas organizativas de aquellas familias
sociedades complejas).
Esta técnica de registro no fue un invento etnográfico, pues la sociedad monárquica británica registraba la genealog
la nobleza, derechos sucesorios y pautas de matrimonio. Los antropólogos emplearon este método siguiendo algunas
- usar tan pocos términos para denotar parentesco como sea posible (madre, padre, hijo, marido, esposa) evitando a
entre culturas distintas (p.ej., sobrino es: hijo del hermano o hermana de la madre o del padre; puede suceder qu
madre tenga un nombre especial y diferente!); - preguntar si sólo tiene un/a esposo/a (no dar por sentado que sól
- preguntar cuántos hijos tiene y consignarlos de mayor a menor (de izquierda a derecha);
- preguntar qué es él/la de uno/a (¿qué es Ud. de Fulano?);
- preguntar qué es uno/a de él/la (hay que tener cuidado porque la respuesta puede variar no sólo por el individuo r
de referencia, modificándose el término según el sexo del hablante);
- recoger en una página sólo los descendientes de una línea de descendencia, con referencia cruzada a otra página;
- diferenciar hombres (mayúsculas) de mujeres (minúsculas);
- marido a la izquierda, esposa a la derecha;
- en casos de poliginia (un hombre – varias esposas) o poliandria (una mujer – varios esposos) los nombres de l@s
[ ];
- anotar condición social, localidad de origen, clan de origen, lugar de residencia actual (totem si hubiera);
- consignar si es parentesco real o ritual (p.ej., compadrazgo, padrino sobrenatural o politico, etc.);
- consignar los nombres (en algunas sociedades el nombre de los muertos es tabú);
- preguntar sobre relaciones de parentesco a los expertos que suelen no ser los más jóvenes.
con el fin de
- permite retroceder en el tiempo hasta 150 años y reconstruir el pasado no escrito o de pueblos sin escritura;
- permite investigar problemas abstractos (el parentesco; la propiedad) sobre casos concretos;
- permite obtener información confiable y válida, significativa para quienes la suministran;
- permite obtener un mapa de la sociedad en cuestión sin conocer su lengua (a través de intérpretes más o menos ele
Notación
Ego
Consanguíneo (conexión genética, no por sangre!) I –
Afinal (matrimonio): ==
Lazos ficticios: - - -
(adoptivos, entenados, compadrazgo, hermanos de sangre, etc.)
Lazos interrumpidos =/=
Hombre (Marte):
Mujer (Venus):
Hermanos (siblings) horizontales de izquierda a derecha
Familia nuclear, familia de orientación (donde uno nació) y de procreación (la que uno encabeza).
Nacimientos múltiples: (de una relación afinal salen dos o tres líneas oblícuas según sean mellizos o trillizos, desde u
Muertos:
En suma, el advenimiento del siglo XX anunció la deficiencia de los estudios por cuestionario y por encuesta,
por reunir datos no integrados; la insuficiencia de los estudios regionales por vastos y superficiales; la
impericia de los informadores blancos residentes; y la necesidad de estudios intensivos en pequeñas
localidades abarcables por una o dos personas con entrenamiento profesional. La unificación del experto
(analista) y el trabajador de campo (recolector) en una sola persona proveería la etnografía
especializada en una población más que en las grandes coberturas comparativas. Podrían emplearse las
monografías de misioneros y administradores que hubieran escrito sobre pueblos con los que hubieran
mantenido un prolongado contacto (Codrington en Melanesia; Man en las Islas Andaman; Junod con los
Baronga; Callaway con los Zulu). Pero el objetivo sería dejar de lado a la ciencia hipotética y hacer pie
en una ciencia empírica. La consiguiente profesionalización se ancló en un método distintivo, el método
etnográfico, cuya principal innovación fue reunir lo que antes estaba separado en la práctica profesional: el
proceso de recolección de datos sobre pueblos no-occidentales, hasta entonces llevado a cabo por personal
burocrático, amateur, etc., y la teorización y análisis, hasta entonces a cargo de los antropólogos académicos
pero “de sillón”. Los resultados se plasmarían en un tipo de producto, el texto etnográfico, donde se
expondría la aplicación de un enfoque analítico sobre material empírico debida y sistemáticamente
recolectado, haciendo caso omiso a los prejuicios del hombre blanco occidental.
Malinowski fue el héroe etnográfico de este giro porque en su tarea reunió los dos aspectos fundantes de la
etnografía tal como se la conoce hoy en día, el trabajo de campo y el texto monográfico donde teoría y datos
se reúnen y vierten en forma completamente novedosa y distintiva.
b. El héroe fundador
En la introducción a Los Argonautas del Pacífico Occidental, Malinowski explicaba cómo había realizado su
investigación. Era la primera vez, y por mucho tiempo la última, en que un antropólogo describía las
actividades desarrolladas con el fin de comprender a los nativos.
Con el fin de homologar este método a los métodos científicos, daba cuenta de la necesidad
de realizar un trabajo de campo intensivo, en terreno, cara-a-cara con los nativos, y en
co-residencia. Allí, Malinowski explicitaba que el etnógrafo debe tener propósitos científicos
y conocimiento de la etnografía moderna; que debe vivir entre la gente que estudia, lejos de
los funcionarios coloniales y de los blancos; participar de la vida social nativa; aplicar una
serie de métodos de recolección de datos, para manipular y fijar la evidencia, y aprender la
lengua nativa.
Malinowski, sin embargo, no hablaba de técnicas: ni entrevistas ni observación participante. Pero daba a
entender que el trabajo de campo del etnógrafo se fundaba en un proceso de transformación del observador,
por el cual éste asimilaba las categorías inconscientes que presiden el ordenamiento del universo cultural
investigado, en un proceso de aculturación del mismo observador. Así el investigador se transformaba a sí
mismo, se convertía en el principal instrumento de investigación y alcanzaba, también de manera
inconsciente, la totalidad cultural que es anterior al proceso de ordenamiento y de la recolección de los datos.
La aprensión inconsciente e intuitiva de la totalidad, precede y permite emprender el
procedimiento analítico consciente de la investigación de la realidad cultural (Durkhein 1978).
Para ser científico, el etnógrafo debía tratar de aproximarse a los métodos de las ciencias exactas o, en su
defecto, a las naturales. Debía informar sobre las condiciones en que había recolectado los datos (20); debía
diferenciar aquéllos que resultaban de la observación directa, de las exposiciones e interpretaciones
indígenas, y las deducciones que el mismo investigador formulaba a partir de su sentido común (21). Sus
fuentes eran los objetos, las conductas, las palabras de los nativos con quienes el investigador compartía su
vida diaria. Al ver alejarse el buque que lo había llevado hasta la costa, y que no regresaría hasta seis meses
después, debía volcarse de lleno a su trabajo, que en dichas condiciones equivalía a instalarse en la aldea y
convivir con los nativos, relevando todos los aspectos de su cultura y sus interrelaciones. Esto significaba no
vivir con otros blancos, prejuiciados y completamente desinteresados en la población local, sino tomar la
compañía de los melanesios como el ámbito natural de su re-socialización. La magia del etnógrafo residía, en
efecto, en estar sólo entre ellos, una buena dosis de sentido común, y en seguir los principios de la ciencia.
En su intento de sistematización Malinowski identificaba tres tipos de materiales empíricos que debían
obtenerse mediante tres técnicas y consignarse a través de tres formas de registro. Cada material
era equiparado a una parte del organismo humano.
i) El esqueleto de la sociedad eran las normas, los datos cristalizados, la disposición espacial de los
encuentros, las aldeas, los poblados, las jerarquías de la organización política, la organización social, las
reglas de matrimonio, las normas de etiqueta; este esqueleto se abordaba con la documentación
estadística por evidencia concreta (interrogación de genealogías, terminologías, cuadros de transacciones,
detalles de la tecnología, censos del poblado, etc.), todo lo cual se ordenaba en cuadros sinópticos, diagramas
y esquemas.
ii) Pero ese esqueleto nada decía de la vitalidad de la cultura o “los imponderables de la vida cotidiana y
el comportamiento típico”, esto es, los rasgos íntimos de la vida indígena. Para acceder a ellos el
investigador debía estar cerca de la gente, observarla y recoger al detalle su vida diaria, participando de ser
preciso en las actividades. Esto le daría sangre y carne al esqueleto, habitándolo de vida real, de lo no
enunciado, de la vigencia de las normas y de los contextos. Los imponderables nos hablan de la cultura real,
más que de la cultura ideal. Aquí es imprescindible la ecuación personal del investigador, quien debe
comparecer en cuerpo y mente en el campo y con los nativos. Es en este nivel que la llamada observación
participante, no mencionada en estos términos por Malinowski, cobra su lugar central e insustituible. Para
consignar la evidencia en este nivel se debe llevar una libreta de campo.
Como consideraba que la única fuente confiable de datos era la presencia directa de investigador en el campo,
Malinowski entendía que los métodos etnográficos permitían comprender y relevar una cultura tal cual era,
lejos de los prejuicios de los funcionarios blancos, lejos de la misión evangelizadora o civilizatoria de
colonizadores o misioneros, y lejos de la perspectiva distante y objetivista de las perspectivas sociológico-
estructurales à la Radcliffe-Brown. Aunque distinguía entre cultura real (lo que sucede o es) y cultura
ideal (el deber ser), la reconstrucción funcional de la cultura debía comprenderlas a ambas ya que la vida
diaria (con sus imponderables) dinamizaba esa cultura pero siempre de cara o con vistas a las normas y lo
establecido, aún cuando ello no llegara a cumplirse. Más aún, era en la vida diaria que veía ligarse todas las
dimensiones de una cultura (la religiosa, la económica, la política, etc.) incluso de maneras inesperadas. Su
teoría funcional de la totalidad cultural le permitía descubrir articulaciones que una mirada fragmentaria no
podía advertir: lo religioso en lo político; lo familiar en lo económico; lo político en lo familiar.
iii) Por último era necesario acceder al espíritu de ese esqueleto con su carne y su sangre; comprender la
mentalidad abarcaba las concepciones, expresiones típicas, el folklore y las tradiciones orales, las opiniones
estereotipadas o proverbios y dichos, los mitos y las fórmulas rituales, todas ellas manifestaciones de las
formas de sentir y de pensar colectivos, no de la psiquis individual. Para ello era necesario que el
investigador aprendiera la lengua y superara la dependencia de los intérpretes cuyos formatos lingüísticos
eran expresiones muy imperfectas de la mentalidad nativa. El investigador elaboraba un corpus
inscriptionum o compilación textual (verbatim) de la mentalidad nativa, uno de cuyos méritos era
rescatar estos saberes exóticos de su desaparición definitiva.
Malinowski introdujo el estudio de la lengua y el habla en la antropología social británica, pero más como una
vía de acceso a la mentalidad indígena que como un objeto en sí mismo. Por eso eran tan relevantes los
contextos de recolección de usos de expresiones o fórmulas mágicas, incluso de la narración de un mito o un
cuento. La diferencia entre un mito y un cuento no sólo podía estar indicada por su clasificación en la
terminología nativa. También estaba dada por las circunstancias en que uno y otro eran relatados, las
actitudes de deferencia o recreación asignadas en cada caso. Esto es: el material discursivo estaba totalmente
permeado por las actitudes que vimos debían relevarse como “imponderables” (y veremos reaparecer en el
apartado II.4).
¿Cuál era la meta final de este recorrido? Captar el punto de vista del nativo, su posición ante la
vida, su visión de su mundo.
La tarea del antropólogo, al que él empezó a llamar "etnógrafo" -hasta entonces comprendido como el
recolector que procedía a la mera descripción-, se convertía en una labor de reconstrucción y recomposición
de la totalidad social, que iba de los "datos secos" a la recreación o evocación de la vida indígena. Dicha tarea
incorporaba premisas que ya no se abandonarían jamás:
formular preguntas que puedan responderse por vía empírica, esto es, haciendo trabajo de campo;
recolectar todos o por lo menos múltiples aspectos de la vida social, en relación recíproca;
generar un conocimiento de primera mano por parte del analista;
establecer una relación no mediada entre investigador e informantes;
reunir al analista y al trabajador de campo en una misma persona;
determinar la primera autoridad etnográfica como endógena, esto es, nacida del terreno, no de la
academia;
dar prioridad a las circunstancias propicias para recolectar el material empírico por encima de métodos
preestablecidos y formalizados;
asignar la misma importancia caracterizadora a los materiales empíricos extraordinarios y a los
rutinarios, para conocer una cultura.
Henos aquí a la Etnografía como método: una modalidad abierta de investigación en terreno donde caben
las encuestas, las técnicas no directivas -fundamentalmente, la observación participante y las entrevistas no
dirigidas- definidas por la residencia prolongada con los sujetos de estudio y la relación no mediada con el
investigador; los métodos etnográficos son, en suma, el conjunto de actividades que se suele designar como
'trabajo de campo'.
La magia del etnógrafo reside, en la expresión de Malinowski, en cubrir la distancia entre las prescripciones
metodológicas de campo y los objetivos vagamente definidos del conocimiento etnográfico. La introducción a
esta obra mayor y clásica de la modernidad antropológica muestra y afirma que este tipo de conocimiento no
es un saber esotérico sino que puede ser obtenido mediante un tipo de trabajo que todos estamos calificados
para hacer en tanto y en cuanto tengamos un fin científico y en tanto que compartimos la cualidad de ser
humanos.
Los mitos actúan, en las sociedades humanas, como garantes, guías prácticas y declaraciones fundacionales
(charter) acerca de las actividades sobre las que tratan (Stocking 1983). Los mitos aparecen cuando el rito, la
ceremonia o la regla social o moral demanda una justificación reflexionada, garantizada por la antigüedad, la
realidad y la santidad. Los Argonautas del Pacífico Occidental fue, en este sentido, la carta mítica de su ritual
central: el trabajo de campo etnográfico. Malinowski no se proponía permanecer en el campo por tres años,
pero fue su condición nacional en el conflicto bélico de 1914 que lo obligó a quedar recluido en el archipiélago
melanesio. Malinowski hizo de defecto virtud; eligió vivir entre los nativos; eligió internarse en sus vidas y dar
estatus académico a una práctica que los europeos no podían comprender a la luz de las teorías dominantes
sobre el Homo Economicus que todo lo hace por interés; sobre el hombre primitivo, que era presentado ora
como presa de la desidia y el menor esfuerzo, ora como miembro de una comunidad de iguales que
desconoce la propiedad privada. En el circuito del Kula, Malinowski descubrió que esta población,
implícitamente primitiva, sostenía ideas de propiedad privada y comunal a la vez, de jerarquía y de igualdad,
y que volcaba enormes esfuerzos para intercambiar collares y brazaletes que carecían absolutamente de valor
de uso y que no pasarían a formar parte de un botín o tesoro familiar. Los collares y brazaletes de espondilus
existían solo para circular entre personas con alguna relación entre sí, la relación de compañero-Kula. No se
vendían, no se alquilaban, no se guardaban, no se heredaban; sólo se intercambiaban. Así, su gran mérito no
fue descubrir el método etnográfico, que, como vimos, ya venía siendo anunciado por los expedicionarios de
Cambridge dos décadas antes.
Esta confrontación o, si se quiere, diálogo no entrañaba una traducción conceptual de uno-a-uno. También, y
de manera más interesante, Malinowski incluía en su texto etnográfico “residuos no explicados” o
intraducibles al sistema occidental. Su descubrimiento del Kula resultaba de la confrontación entre teoría y
sentido común europeos, y la observación de los nativos, lo que estos hacían y decían. La relevancia de su
aporte reside no tanto en su validez teórica -ya que la teoría funcional de la cultura que él propuso fue
rebatida poco después de nacer- sino en la permanencia de “la teoría de la reciprocidad”. Esa teoría de la
reciprocidad, que Marcel Mauss desarrolló en Un ensayo sobre el don (regalo), no le pertenece íntegramente a
Malinowski sino que es fruto de su encuentro con los trobriandeses. Y si bien puede decirse que la
retroalimentación entre investigación y teoría es inherente a todas las ciencias sociales, en la antropología
está nutrida por la labor del etnógrafo y se explicita a través del extrañamiento (Peirano 1995:16).
En plena revolución funcionalista y auge del empirismo británico, Malinowski planta una semilla de la
discordia.
Dos paradigmas se consideraban ya dominantes en las ciencias en tiempos de Los Argonautas: el positivista y
el naturalista. Veamos en qué consisten aunque de manera simplificada.
- La ciencia es una;
- Su objetivo es formular leyes o regularidades;
- Las leyes son universales;
- La ciencia debe ser explicativa;
- Explicar es subsumir en leyes;
- Procede según la lógica del experimento;
- Su patrón es la medición o cuantificación de variables para identificar las relaciones entre ellas;
- El investigador-observador debe intentar una aproximación neutral;
- Las teorías científicas están abiertas a la prueba: pueden ser confirmadas o falseadas;
- La ciencia procede comparando lo que dice la teoría con lo que sucede en el terreno empírico, es decir, en
los hechos;
- El científico recoge estos hechos a través de métodos que garanticen la neutralidad (de lo contrario no
serán una prueba);
- Se trata de estandarizar los procedimientos, de modo que
- los experimentos puedan ser replicados por otros investigadores.
Los métodos preferidos en este marco son la encuesta; la entrevista con cédula o, en su defecto, la entrevista
dirigida. Estos métodos permiten controlar la subjetividad del investigador y la particularidad idiosincrática del
vínculo con sus informantes, garantizando así la confiabilidad, principio según el cual otros investigadores,
tomando el mismo camino, alcanzarán los mismos resultados y conclusiones. De este modo, esta perspectiva
está proponiendo suprimir al investigador en la mayor medida posible ya que lo que su investigación debe
dejar ver es sólo el mundo estudiado.
Es evidente que la limitación de esta perspectiva en ciencias sociales opera a nivel de la objetificación de los
sujetos estudiados. Una aproximación como la propuesta no permite problematizar cómo acceder al mundo de
significaciones de los sujetos, más aún cuando ese mundo es exótico al del investigador. Supone, en cambio,
que las técnicas son las adecuadas, que la formulación de preguntas es obvia y unívoca, como su respuesta, y
que lo que se obtenga de su aplicación dará cuenta de los sujetos de estudio tal cual son. Sin embargo, el
investigador está ahí tomando una serie de decisiones mientras busca información. Las perspectivas
positivistas no reconocen la presencia del investigador como necesaria sino como intrusiva; su incidencia en el
proceso de conocimiento lejos de eliminarse, se oculta y silencia (Holy 1984).
- debemos por lo tanto acceder a los sentidos que guían esa conducta.
En este marco priman las técnicas no directivas como la observación participante y la entrevista en
profundidad o no dirigida, las cuales tienen el propósito no sólo de recrear ese ámbito natural, sino de
permitirle al investigador incorporarse a él y ponerse en el lugar de los nativos (empatía).
La verdadera fuerza de la crítica naturalista al positivismo reside en que encuesta y experimentos son
ocasiones sociales sujetas a procesos de interpretación simbólica e interacción social que se encuentran en el
resto de la sociedad. Por consiguiente, la diferencia entre contexto artificial y natural es errónea. El
observador participante también incide en el medio que observa. El problema con el positivismo es que trata
la realidad social sin tomar en cuenta que ésta es pre-interpretada, es decir, sus miembros ya le han asignado
sentido y actúan en consecuencia.
Sin embargo, el naturalismo también tiene sus problemas. Al plantear que el cometido del investigador es
entender, no explicar, una cultura, el único modo propuesto es asimilar al investigador en ella,
fundamentalmente a través de métodos que destaquen o permitan la fluidez de la empatía. Ahora la relación
se propone del siguiente modo:
Nuevamente, nos encontramos con el ocultamiento de la relación de alteridad entre el investigador y los
sujetos de estudio, una relación que es fundante para el conocimiento social. Porque, y esta es la verdad
última, tanto positivistas como naturalistas están obsesionados con borrar los efectos del
investigador en los datos: para aquéllos la solución es la estandarización de los procedimientos de
investigación; para los naturalistas la solución es la experiencia directa del mundo social; para ambos es
posible o deseable aislar un cúmulo de datos incontaminados por el investigador.
En última instancia, tanto los positivistas como los naturalistas se niegan a aceptar que el
investigador y los informantes están en el mismo mundo, y cuando se encuentran, por más
exóticos que sean uno a los otros, ambos comparten el mundo social estudiado.
El quid de la etnometodología era describir y analizar las maneras de sentido común con que
los individuos hacían racionales y explicables sus experiencias de todos los días. Su objetivo
era revelar las prácticas y modos en que los individuos construyen la estabilidad de su
mundo social y a la vez lo hacen descriptible, observable (accountable).
¿Cómo sucede esto? Esto es, ¿de qué modo se reproducen las normas de la vida social si no están
previamente introyectadas en los individuos?
Según los etnometodólogos, las normas se reproducen en la comunicación verbal interpersonal. Sucede que la
vida social tiene la cualidad de la reflexividad, según la cual los enunciados no transmiten sólo cierta
información (función referencial del lenguaje), sino que además crean el contexto en el cual esa información
puede aparecer y cobrar sentido. Así, los sujetos producen la racionalidad de las acciones que encaran
y transforman la vida social en una realidad coherente y mutuamente comprensible.
Estas premisas tienen varias consecuencias sobre el aparato metodológico de la investigación social. En
primer lugar, los fundamentos epistemológicos de la ciencia social no son independientes de los de
sentido común y, por lo tanto, la investigación social no es un quiebre con el sentido común, sino que
descansa sobre los mismos principios y opera con la misma lógica, que es la de la comunicación
social. Entonces, y en segundo lugar, los métodos que emplea el investigador no son ni deben ser
artefactos inventados para la investigación, sino refinamientos o desarrollos de los mismos métodos que
usamos en la vida cotidiana para dar sentido a las situaciones de interacción. El investigador no aprende el
mundo social de los sujetos sociales porque se erradique, se distancie o se funda con ellos, sino porque es, en
sí mismo, el instrumento de investigación. Al hablar de etnometodología, sus cultores destacaban,
precisamente, el carácter compartido por investigador y sujetos de estudio de sus métodos de obtención de
información. Los métodos académicos no eran ni debían ser ajenos a los que los sujetos de estudio
empleaban en su cotidianeidad.
Si las teorías que desarrollamos para explicar el comportamiento social de la gente que estudiamos deben
aplicarse a nuestras propias actividades como investigadores y ayudarnos a desarrollar estrategias de
investigación, el primer paso es recoger información acerca de cómo conoce la población en cuestión y de qué
modo nuestro proceso de investigación repara en esas modalidades, las reconoce y las incorpora, como
veremos en el próximo apartado.
Esta acepción distancia a la reflexividad en tanto que propiedad de las descripciones y afirmaciones sobre la
realidad, de la noción más habitual que la asocia con la expresión de los sentimientos de los investigadores,
de su persona, su género y su etnia. No se es más o menos reflexivo porque consten en nuestros trabajos las
condiciones en que hemos hecho nuestro trabajo de campo, ni porque nos afiliemos a las corrientes
postmodernas. Por eso el trabajo de campo es un contexto al que se accede y se estudia, pero que a la vez y
simultáneamente resulta de la relación social entre investigador e investigados. En tanto que principal
herramienta de conocimiento, el investigador irá internalizando al interlocutor nativo durante su trabajo de
campo.
Ahora bien. ¿Es que acaso la investigación social es idéntica a la vida cotidiana? No, no lo es. ¿Y dónde radica
su diferencia? La literatura pone un gran énfasis en la metodología como la divisoria de aguas entre la
interacción casual y la interacción investigativa. Según lo que venimos proponiendo, lo que diferencia a la
investigación social de la interacción social cotidiana es:
a) el propósito de la investigación social como búsqueda del desarrollo teórico; cuando hacemos trabajo
de campo, nuestro propósito no es desarrollar nuestras vidas allí para siempre, sino compenetrarnos con
formas de vivir y de pensar; pero en esta compenetración aprendemos los sentidos prácticos del conocimiento
local, y en este camino no tenemos más remedio que extrañarnos de nuestro propio proceder. Por eso la
investigación social implica
b) el control de la reflexividad, esto es, someter la posición del observador al mismo análisis crítico que
las posiciones de los sujetos de estudio, y examinar la relación entre investigador y sujetos de investigación a
la luz de las teorías sociales que estamos manejando.
El investigador, entonces, queda no como un ente solipsista que sólo piensa en las emociones, ascos y
simpatías que le depara el trabajo de campo; queda, más bien, como un instrumento que en su proceso de
adecuación, es simultáneamente medio y fin del conocimiento del otro. Es en función de las relaciones que
quiere establecer con los nativos, de las relaciones que puede establecer con ellos y, sobre todo, que éstos le
permiten establecer, que podrá desarrollar su investigación. En este proceso lo importante no es su religión,
su género o su carácter académico, sino en cómo estos y otros atributos se articulan en el medio en cuestión.
Algunos pueden ser incompatibles con los sujetos de estudio (una mujer no velada no puede hacer trabajo de
campo en ámbitos donde la mujer descubierta es francamente rechazada). Otros rasgos pueden negociarse, y
otros pueden ser totalmente compatibles. Pero en todos los casos, el investigador debe tratar de comprender
por qué a veces se lo rechaza y a veces se lo acepta; esto es, debe revelar los sentidos que su presencia en el
campo suscita para los nativos.
En síntesis, no podemos escapar al mundo social que estudiamos ni tampoco al mundo social del que
provenimos. En el caso del investigador éste pertenece a dos mundos: el académico y el social general. Creer
que el investigador es sólo académico, sería una gruesa distorsión, pues no podría relacionarse con sus
sujetos de estudio en términos cotidianos y corrientes. Todos descansamos en algún conocimiento de sentido
común, por más formación académica que llevemos encima, y en este carácter afectamos los fenómenos que
estudiamos. Lo que debemos hacer es entender que esto forma parte de la posibilidad de investigación y
también de la condición de producción de los datos.
Veamos, entonces, de qué hablamos cuando hablamos de reflexividad. Para los etnometodólogos y otros
individualistas metodológicos (Goffman, Becker, Cicourel) el lenguaje tiene dos propiedades no
erradicables: la indexicalidad y la reflexividad.
La indexicalidad refiere a
la capacidad comunicativa
de un grupo de personas
en virtud de presuponer la
existencia de significados
comunes, de su saber
socialmente compartido,
del origen de los
significados y su
compleción en la
comunicación. La
comunicación está repleta
de expresiones indexicales
como “eso”, “acá”, “le”,
etc., que la lingüística
denomina “deícticos”,
indicadores de persona, tiempo y lugar inherentes a la situación de interacción (Coulon 1988). El sentido de
dichas expresiones es inseparable del contexto que producen los interlocutores. Por eso las palabras son
insuficientes y su significado no es transituacional. Pero la propiedad indexical de los relatos no los transforma
en falsos sino en especificaciones incorregibles de la relación entre las experiencias de una comunidad de
hablantes y lo que se considera como un mundo idéntico en la cotidianeidad (Wolf 1987; Hymes 1972).
La otra propiedad del lenguaje es la reflexividad. Las descripciones y afirmaciones sobre la realidad no sólo
informan sobre ella; la constituyen. Esto significa que el código no es informativo ni externo a la situación en
que se pronuncia, sino que es eminentemente práctico y constitutivo. El conocimiento de sentido común no
sólo pinta a una sociedad real para sus miembros: opera como una profecía autocumplida; las características
de la sociedad real son producidas por la conformidad motivada de las personas que la han descripto. Es
cierto que los miembros no son concientes del carácter reflexivo de sus acciones pero en la medida que
actúan y hablan producen su mundo y la racionalidad de lo que hacen. Describir una situación es, pues,
construirla y definirla. El caso típico es el de dos rectángulos concéntricos: ¿representan una superficie
cóncava o convexa? La figura se verá como una u otra al pronunciarse la palabra caracterizadora (Wolf 1987).
Las tipificaciones sociales operan del mismo modo; decirle a alguien “judío”, “sudaca” o “moro” es constituirlo
instantáneamente con atributos que lo ubican en una posición estigmatizada. Y esto es, por supuesto,
independiente de que la persona en cuestión sea de ascendencia judía, inmigrante de la Argentina o de fe
musulmana.
Así, según los etnometodólogos, un enunciado transmite cierta información, creando además el contexto en el
cual esa información puede aparecer y tener sentido. De este modo, los sujetos producen la racionalidad de
sus acciones y transforman la vida social en una realidad coherente y comprensible.
Estas afirmaciones sobre la vida cotidiana también valen para el conocimiento social. Garfinkel basaba la
“etno-metodología” en que las actividades por las cuales los miembros producen y manejan las situaciones de
las actividades organizadas de la vida cotidiana son idénticas a los métodos que emplean para describirlas.
Los métodos de los investigadores para conocer el mundo social son, pues, básicamente los
mismos que usan los actores para conocer, describir y actuar en su propio mundo (Cicourel 1973,
Garfinkel 1967, Heritage 1991:15). La particularidad del conocimiento científico no reside en sus métodos sino
en el control de la reflexividad y su articulación con la teoría social. El problema de los positivistas y los
naturalistas es que intentan sustraer del lenguaje y la comunicación científicos las cualidades indexicales y
reflexivas del lenguaje y la comunicación. Como la reflexividad es una propiedad de toda descripción de la
realidad, tampoco es privativa de los investigadores, de algunas líneas teóricas, y de los científicos sociales.
Admitir la reflexividad del mundo social tiene varios efectos en la investigación social. Primero, los relatos del
investigador son comunicaciones intencionales que describen rasgos de una situación, pero estas
comunicaciones no son “meras” descripciones sino que producen las situaciones mismas que describen.
Segundo, los fundamentos epistemológicos de la ciencia social no son independientes ni contrarios a los
fundamentos epistemológicos del sentido común (Heritage 1991:17); operan bajo la misma lógica. Tercero,
los métodos de la investigación social son básicamente los mismos que los que se usan en la vida cotidiana
(Ibid:15). Es tarea del investigador aprehender las formas en que los sujetos de estudio producen e
interpretan su realidad para aprehender sus métodos de investigación. Pero como la única forma de conocer o
interpretar es participar en situaciones de interacción, el investigador debe sumarse a dichas situaciones a
condición de no creer que su presencia es totalmente exterior. Su interioridad tampoco lo diluye.
La literatura antropológica
sobre trabajo de campo ha
desarrollado desde los 1980
el concepto de reflexividad
como equivalente a la
conciencia del investigador
sobre su persona y los
condicionamientos sociales y
políticos. Género, edad,
pertenencia étnica, clase
social y afiliación política
suelen reconocerse como
parte del proceso de
conocimiento vis-a-vis los
pobladores o informantes. Sin
embargo, otras dos
dimensiones modelan la
producción de conocimiento del investigador. En Una invitación a la sociología reflexiva (1992), Pierre
Bourdieu agrega, primero, la posición del analista en el campo científico o académico (Bourdieu &
Wacquant 1992:69). El supuesto dominante de este campo es su pretensión de autonomía, pese a tratarse de
un espacio social y político. La segunda dimensión atañe al “epistemocentrismo” que refiere las
“determinaciones inherentes a la postura intelectual misma. La tendencia teoricista o intelectualista consiste
en olvidarse de inscribir en la teoría que construimos del mundo social, el hecho de que es el producto de una
mirada teórica, un ‘ojo contemplativo’” (1992:69). El investigador se enfrenta a su objeto de conocimiento
como si fuera un espectáculo, y no desde la lógica práctica desde la que responden sus actores. Estas tres
dimensiones del concepto de reflexividad, y no sólo la primera (la que hace a la persona social del
investigador), intervienen en el trabajo de campo en una articulación particular y también variable. Veremos
seguidamente algunos principios generales, para detenernos luego en aspectos más detallados de dicha
relación.
Si los datos de campo no vienen de los hechos sino de la relación entre el investigador y los sujetos de
estudio, podría inferirse que el único conocimiento posible está encerrado en esta relación. Esto es sólo
parcialmente cierto. Para que el investigador pueda describir la vida social que estudia incorporando la
perspectiva de sus miembros, es necesario someter a continuo análisis -algunos dirían “vigilancia”- las tres
reflexividades que están permanentemente en juego en el trabajo de campo: la reflexividad del
investigador en tanto miembro de una sociedad o cultura; la reflexividad del investigador en tanto
investigador, con su perspectiva teórica, sus interlocutores académicos, sus hábitus disciplinarios y su
epistemocentrismo; y las reflexividades de la población en estudio.
Dirimir esta cuestión es crucial para aprehender el mundo social estudiado, ya que se trata de reflexividades
diversas que crean distintos contextos y realidades aún estando frente a frente. Así la reflexividad del
investigador como miembro de una sociedad X produce un contexto que no es igual al que produce como
miembro del campo académico, ni tampoco al que producen los nativos cuando él está presente que cuando
no lo está. El investigador puede predefinir un “campo” según sus intereses teóricos o su sentido común, “la
villa”, “la aldea”, pero el sentido último del “campo” lo dará la reflexividad de los nativos. Esta lógica se aplica
incluso cuando el investigador pertenece al mismo grupo o sector que sus informantes, porque sus intereses
como investigador difieren de los intereses prácticos de sus interlocutores.
El trabajo de campo en la investigación social se plantea como una relación / confrontación entre el
investigador y la gente objeto de su investigación. Y como toda relación entre personas, cabe dentro del rubro
de relación social.
Recapitulando: hemos comenzado planteando que la etnografía es a la vez una perspectiva y una forma de
conocimiento, y una manera de expresar ese conocimiento. A través de un proceso de aspiración disciplinaria
científica, que nació del encuentro académico entre Occidente capitalista y el resto del mundo, vimos acaecer
dos modelos dominantes de fundamentar el conocimiento: el positivismo y el naturalismo. Pese a sus
diferencias, ambos aspiran a erradicar la interferencia del investigador en el mundo social que estudia. Sin
embargo esto no sólo no es posible. Tampoco es deseable porque el conocimiento se produce entre sujetos
sociales, en la relación dilemática entre la reflexividad del investigador y la de la población en estudio.
La antropóloga brasileña Marisa Peirano (1995) sostiene que la antropología no se reproduce como una
ciencia normal de paradigmas establecidos, sino por una determinada manera de vincular teoría e
investigación que favorece nuevos descubrimientos, como en su momento fue el Kula como costumbre
desconocida, y el Kula como símbolo de las relaciones de reciprocidad entre los seres humanos.
Henos aquí con la interlocución interiorizada del nativo en el investigador, que se despierta en el
trabajo de campo cuyas impresiones son recibidas por el intelecto y, sobre todo, en la personalidad del
antropólogo. Dicha interlocución se traduce en la presencia del investigador en toda la obra etnográfica y no
sólo en aquellos segmentos en que el autor habla en primera persona o presenta sus métodos en la
introducción. Por eso los textos etnográficos integran metodología, descripción y enfoque de una manera
particular. Esa manera particular se justifica en el principio moral y disciplinar que alienta, permea y
subyace a la labor etnográfica: ser capaces de sustituir, poco a poco, determinados conceptos por otros más
adecuados y abarcativos, produciendo nociones menos etnocéntricas y cada vez más genuinamente
universales (Peirano 1995:18).
II. ¿Técnicas de recolección de datos o maneras de proceder?
Expresado en términos más familiares a la jerga metodológica, introducimos en la primera sección el “trabajo
de campo”. En la siguiente trabajaremos con el “quiénes”, el “cuántos” y el “dónde” de la investigación, lo que
suele denominarse unidad de análisis, muestra y unidad de estudio. Pero estas cuestiones no serán tratadas
en abstracto sino a partir del problema más importante que debe enfrentar el etnógrafo: su acceso al campo.
En la tercera sección trataremos de dilucidar qué significa esa oscura pero muy utilizada expresión aplicada a
una “técnica”: la “observación participante” y en la cuarta transitaremos, aunque de manera crítica, la
remanida “técnica” de la entrevista no dirigida.
En la quinta reflexionaremos acerca de cómo consignar la información, y cómo incide la forma de registro en
la constitución de la evidencia.
A lo largo de todo este trayecto retomaremos una y otra vez las alternativas epistemológicas con que los
investigadores sociales han justificado sus procedimientos metodológicos, y que hemos visto y analizado en la
clase anterior. Dichas alternativas, debería quedar claro al concluir nuestro camino, operan más en el nivel del
discurso académico que en el de la lógica del trabajo de campo. Por eso, y siempre en contraste con la
polaridad positivismo-naturalismo, este segmento metodológico-etnográfico intenta demostrar que también
los investigadores sociales decimos hacer una cosa mientras hacemos otras.
Introducción
El concepto de “técnicas” implica un carácter instrumental para el logro de cierto objetivo. Las llamadas
“técnicas de recolección de datos” en ciencias sociales refieren al propósito de obtener información de
parte de los sujetos de estudio para, así, probar hipótesis, contrastar, ampliar y contestar teorías o probar
cierto instrumento. Esos datos constituirán, entonces, la evidencia para dar cierta respuesta a
determinada pregunta, o para resolver un problema que nos hemos planteado al iniciar la labor.
Implícitamente suponemos que los datos están allí para ser recolectados y que, debidamente obtenidos,
consignados y plasmados en algún género textual, integrarán una totalidad que viene a representar la
realidad que el investigador ha conocido de manera directa (por su presencia en el campo) o indirecta (a
través de otras personas llamadas “asistentes de investigación”.
L. Holy y N. Stuchlik (1983) sugieren que hay dos grandes categorías de datos: las afirmaciones verbales de
los miembros de una sociedad y su conducta observada. Estos datos corresponden a una amplia división de la
vida social en dos niveles de análisis, también conocidos como “dominios de la realidad social”: la
cultura o modos de pensamiento y la estructura social o modos de acción. Los etnógrafos que se
centran en los modos de pensamiento entienden que un sistema de ideas o nociones guía las acciones de los
individuos o les proveen standards en términos de los cuales interpretar o dar sentido a sus propias acciones
y las de los demás. Los etnógrafos que dan prioridad a los modos de acción o prácticas, suelen prestar más
atención al comportamiento real de los individuos, interpretando las conductas con referencia a las ideas de
quienes están involucrados en ellas pero también con referencia a otros factores, como las determinaciones
ambientales, conductuales, etc. Los modos de pensamiento pueden comprender las formas en que la gente
clasifica o conceptualiza su mundo (categorías culturales, concepciones, representaciones, unidades
culturales) y las formas en que la gente debiera actuar o se espera que actúe, esto es, lo que los antropólogos
llaman “sistemas normativos”, reglas y normas.
Estas aproximaciones a la realidad social no son excluyentes sino complementarias pero, aunque el
investigador esté interesado en ambas modalidades, es conveniente distinguirlas ya que el énfasis en una u
otra genera tipos de argumentos diferentes. Algunos problemas de interpretación surgen, precisamente,
cuando un tipo de dato se usa para hacer afirmaciones acerca de otro dominio de la realidad. Típicamente, los
antropólogos usan datos verbales para hacer afirmaciones acerca de modos de pensamiento, y no
verbales para hablar de modos de acción (Jacobson 1991). Pero emplear una entrevista para saber cómo
se celebra realmente una fiesta, sería engañoso y acaso, inconducente.
La evidencia de los modos de acción es la conducta, los comportamientos, las prácticas, a veces
resumidas en censos y estadísticas que presentan acciones agrupadas por frecuencia y distribución. También
se recurre a casos, la observación de individuos interactuando en una situación específica. Obviamente, el
estudio de las conductas no puede ser independiente de las nociones que los actores utilizan para darles
sentido, pero no se limitan a palabras. Las conductas no son discursos (Hastrup).
Los dos niveles de análisis -ideacional y conductual- no están en relación de uno-a-uno: a cada noción no
corresponde una práctica, ni viceversa. La evidencia verbal habla de lo que a la gente le gustaría hacer,
piensa que sería bueno o conveniente hacer, o se espera que haga. Pero, como vimos en la primera parte y
según lo advertía Malinowski, suele haber una gran discrepancia entre lo ideal y lo real, y la vida social
pintada desde uno u otro ángulo puede variar diametralmente. Así el autor de una etnografía debe seleccionar
qué tipo de evidencia es relevante o prioritaria para responder a su pregunta o a cierta parte de su pregunta,
asegurándose que la elegida sea la apropiada al tipo de aseveración que hace o a la conclusión que pretende
extraer. La presentación de datos verbales es irrelevante para una conclusión sobre lo que la gente hace, y lo
que la gente hace no es transparente con respecto a lo que entiende que hace (Jacobson 1991:16-7).
Valga esta prolongada introducción con información ya sustantiva, para dar lugar a los métodos etnográficos
pues conviene hacer algunas reflexiones acerca del para qué de dichos métodos. Acaso porque ciertos
métodos son más idóneos para los cursos de acción y otros para acceder a los discursos y planos nocionales.
Cómo acceder a los materiales que transformaremos en “evidencias” es el tema de esta segunda parte.
1. Trabajo de campo: síntesis preliminar
Retomando el escenario y cometido del investigador, entendemos por “trabajo de campo” en general a la
instancia empírica de obtención de información/datos con fines de investigación. Cuando hablamos de
“instancia empírica” aludimos al terreno, al ámbito definido donde se obtendrá información para probar o
refutar una hipótesis, hacer una descripción, explicar un fenómeno, etc. Cuando hablamos de “obtención de
información” nos referimos a diversos procedimientos mediante los cuales aspiramos a obtener información
que no disponíamos previamente. Cuando decimos “fines de investigación” nos referimos a los objetivos con
que abordamos esa instancia empírica y del destino de la información obtenida y a obtener. Hablamos de
investigación guiada por “intereses científicos”, aludiendo más a la búsqueda y creación de conocimientos que
a su aplicación inmediata. Si la investigación es social, es decir, se hace con personas, entonces el terreno
estará habitado por esa gente y la obtención de información se hará con ella y gracias a ella. Esa obtención se
hará a través de ciertos procedimientos que la literatura de las Ciencias Sociales denomina “métodos y
técnicas de recolección de datos”.
El trabajo de campo
etnográfico, más
específicamente, es la
instancia empírica de
obtención de
información/datos
procedentes de un grupo,
sector, sociedad o cultura con
fines de investigar -describir,
comprender, comparar- su
forma de vida y de
pensamiento. Es el producto
de un desarrollo histórico que
redundó en cierta modalidad,
con sus estilos particulares.
Esa modalidad se caracteriza,
como vimos en la clase
anterior, por:
A continuación se procede a recolectar los datos y para ello se suelen emplear asistentes de investigación que
son quienes administran los cuestionarios o encuestas (survey) a los respondentes del estudio. Una vez
completados, los asistentes entregan los materiales al investigador jefe, quien los tabula, computa y concluye,
procediendo así a la redacción del informe final. ¿Existe o no correlación entre variables? ¿Se prueba o no la
hipótesis?
Con quiénes se trabajará es, como vimos en la primera clase, el corazón de una pregunta adecuada para
optar por métodos etnográficos. Llamamos a los sujetos de estudio “unidad de análisis” pero no lo
circunscribimos a una definición empírica, sino conceptual con respecto al problema de investigación. Esta
base conceptual debe ser negociada entre investigador e investigados.
Cuando empecé mi investigación, fui derivada a los “ex combatientes de Malvinas”. En uno de mis primeros
encuentros ni bien le hablé de “ex combatientes” a mis interlocutores, me corrigieron con vehemencia:
“-Nosotros no somos ni ex combatientes ni ex nada. Somos veteranos de guerra porque seguimos
combatiendo pero por otros medios”. Masticando todavía mi error, fui a ver a los “veteranos” de otra localidad
y les expliqué que quería conocer la perspectiva de los veteranos de guerra de Malvinas sobre el conflicto del
82. Inmediatamente fui corregida con la misma vehemencia: “-Nosotros somos ex soldados combatientes,
porque veteranos de guerra son los militares, y nosotros somos civiles”. Desde entonces inventé la expresión
que me pareció más neutral y operativa de “ex soldados”, y me dediqué a descubrir qué había detrás de tanto
énfasis nominativo y por lo tanto diferenciador. En mi proyecto de investigación definí a mis principales
sujetos de estudio como “ex soldados” o “quienes sirvieron en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur
como parte de su conscripción en curso -clase 63- o ya concluida -clase 62”. Pero este proyecto fue diseñado
al menos un año después de haber comenzado mi trabajo de campo, todavía “extensivo” (no “intensivo”) con
ellos. Este breve ejemplo muestra que yo no hubiera podido definir la unidad de análisis acabadamente hasta
ya internada en el campo. Así, la unidad de análisis se va definiendo conforme se aprende el quién es quién
en el campo según los criterios locales.
La otra cuestión central al comenzar una investigación es definir adónde se llevará a cabo. La “unidad de
estudio” es el lugar donde haremos la investigación y no sólo el trabajo de campo. Este acotamiento
excede, por lo tanto, la mera espacialidad pues está directamente vinculado con el objeto de conocimiento y
también con el trabajo de campo, con las condiciones de accesibilidad y de significatividad con respecto al
grupo de personas con que trabajaremos. La localización del trabajo de campo es crucial porque define una
población en relación a un medio de residencia, reproducción o supervivencia. Y si ese trabajo de campo se
localiza en la línea telefónica o de internet, el investigador debiera advertir que la vía elegida afectará su
propia noción de localización. De no advertirlo, creerá erróneamente que da lo mismo hacer entrevistas en
presencia directa que mediando un instrumento electrónico. Las concepciones de “lugar” y “localidad” afectan
el conocimiento de una población dada y construyen recíprocamente las nociones de población y espacio. Sin
embargo, la mayoría de las investigaciones en ciencias sociales no hace más que mencionar la procedencia de
los respondentes, como consignando un dato básico y formal más que una decisión analítica y estratégica de
la investigación que, también, debe ser negociada o al menos reconocida.
Empecé a recorrer los caminos que los ex soldados me proponían, y fui merodeando por varias provincias de
la Argentina, y varias localizaciones dentro de cada provincia. Recorría así la red que los distintos
agrupamientos habían tejido, siguiendo relaciones de confianza político-ideológica o de otra índole. Cuando fui
promediando mi trabajo de campo, me di cuenta que las articulaciones entre los distintos ex combatientes y
veteranos, correspondían a cómo los poderes políticos nacionales y provinciales habían gestionado la memoria
pública de la guerra. Y esos poderes políticos tenían, a su vez, historias muy distintas en la integración
nacional. Cuando tuve que escribir mi tesis, me vi forzada a optar y lo hice por los ex soldados del área
capitalina, sabiendo que era aquí donde se jugaban las decisiones de alcance nacional acerca de la política
hacia quienes habían participado como conscriptos en el teatro de operaciones: pensiones, participación en el
gobierno, creación de una Subsecretaría, etc.
En suma, la razón por la cual los antropólogos seguimos usando muestras no probabilística corresponde no a
falta de dinero y de tiempo para contactar a toda la gente que correspondería ver, sino porque la muestra
no-probabilística permite responder el tipo de pregunta que nos hemos formulado (ver I.1).
Salta a la vista, entonces, que la investigación etnográfica invierte el orden de las decisiones de la
metodología standard. El hecho de que el investigador deba comparecer en el campo aprendiendo a re/definir
su unidad de análisis y unidad de estudio, acotar su muestra, y como veremos las técnicas, lo fuerza a
interrogarse en otro sentido. En primer lugar, debe encontrar la cuestión académicamente interesante y
significativa pero ya no sólo para él sino también, y quizás fundamentalmente, para sus sujetos de estudio.
Debe poder traducir o articular su interés académico y los intereses-categorías-cuestiones que los pobladores
encuentran como importantes. De lo contrario no conseguiría “hacer pie” en la comunidad. Además, el
investigador debe posicionarse de un modo tal que su acceso sea viable. Por el tipo de preguntas que se hace
y el tipo de investigación de campo que requiere responder a esas preguntas, el investigador no puede
suponer que toda la comunidad estará dispuesta a colaborar. Más aún: el hecho de que los etnógrafos hayan
trabajado con poblaciones exóticas, los ha forzado a reflexionar acerca de un punto que en los trabajos de
comprobación de hipótesis y utilización de encuesta ni siquiera se mencionan: ¿podrá acceder a estas
personas? Ni siquiera puede diferir la responsabilidad en los asistentes, pues como ya hemos visto, el
investigador es el recolector de datos y el analista. Se agrega a este condicionamiento el factor tiempo,
imprescindible para comprender una sociedad exótica, y también los exotismos de nuestra propia cultura.
Para entender, el investigador sabe que transcurrirá allí un lapso conviviendo y dependiendo de los nativos
para su investigación y eventualmente para su subsistencia. ¿Podrá acceder? ¿Cómo lo hará? Se trata de
cuestiones absolutamente ineludibles que el investigador debe afrontar, imaginar y en algún momento
también resolver.
Volviendo al inicio de este acápite, no existe una contraposición total entre trabajo de campo etnográfico y
trabajo de comprobación de hipótesis. De hecho la etnografía está cimentada sobre una montaña de hipótesis
que van aproximando al investigador a su comprensión de la alteridad. Pero lo que se modifica es el origen de
la hipótesis valiosa a investigar: si la que puede formular el investigador en su soledad etnocéntrica, o la que
puede enunciar al promediar su trabajo de campo y en interlocución con sus sujetos de estudio. La hipótesis,
en etnografía, suele ser un punto de llegada más que de partida. La investigación etnográfica en antropología
tiene, entonces, dos caras complementarias: la monográfica, de perspectiva holística, totalizadora (pues por
principio metodológico, no se sabe al inicio qué aspectos son relevantes); y la hipotética, porque hay
necesidad de plantear un problema o interés desde donde partir, aunque éste se replantee en el curso del
trabajo.
b. ¿Cómo acceder? Presentaciones y negociaciones
Podría decirse que el acceso del investigador al grupo social en cuestión es tan importante y
obsesiona tanto a los etnógrafos, como la representatividad a los sociólogos. ¿Por qué? Porque, como
venimos diciendo, la investigación de campo se basa en la intersubjetividad, y esto en un triple sentido: trata
sobre sujetos, se elabora entre el investigador y los sujetos de estudio, y dentro del sujeto – investigador
(interlocución interiorizada del nativo). En esta reciprocidad intersubjetiva marcada por la reflexividad
disonante y convergente de investigador e investigados, la cuestión apremiante es: ¿podré acceder?, ¿me
aceptarán?, ¿me tolerarán?, ¿por qué sí y por qué no?
Es claro que la investigación etnográfica propone una relación que no siempre es asimétrica en beneficio del
investigador. Éste sostiene una ignorancia casi diríamos militante según la cual sólo conoce una cosmovisión,
la académica, pero desconoce otra, la que quiere conocer. Sabe que debe definir una pregunta significativa
para la población, o traducir una temática académica en términos relevantes para sus nuevos interlocutores;
pero no puede interrogarlos directamente pues no conoce ni habla su idioma, no sabe preguntar, no sabe qué
mirar ni qué registrar, no sabe con quién hablar, a quién visitar, si debe visitar o quedarse esperando, no
advierte las variables significativas ni puede desdoblarlas en indicadores; no sabe qué tipos sociales, qué
facciones y agrupamientos operan allí. No sólo no sabe el idioma; el investigador tampoco conoce el lugar,
porque ha ido a conocer a esta población a su ámbito habitual, donde tienen lugar distintas circunstancias de
su vida cotidiana y extraordinaria. Se supone que allí, además, la gente actúa de manera “más natural" y
menos defensivamente. Entonces, ávido por emprender su trabajo de campo, el etnógrafo va decidido a
quedarse pues, como recordamos, él será el “recolector de datos” y su “analista”. Y quedarse, lo que hemos
llamado “corresidencia”, implica ingresar a una relación que no sólo tiene al involucramiento y el compromiso
-generalmente más declamativo que real- como su marco, sino también a la extrema dependencia intelectual,
emocional y material de la población local. Esa dependencia atraviesa distintos momentos y ámbitos de la
cotidianeidad nativa y, también, del investigador; su presencia es difusa y totalizadora, es a veces excitante y
a veces desalentadora. Para lograr “estar ahí” el etnógrafo debe comenzar por ser aceptado, cuanto menos,
por una porción mínima de personas que debiera ir ampliándose conforme avance en su labor. ¿Cómo lo
consigue?
Es claro, entonces, que el sistema de auto-presentación sin referentes locales es, en el mejor de los casos,
una ficción, y en el peor, una excentricidad de los académicos. Si nos preguntáramos “cómo entraron” los
encuestadores de los trabajos basados en cuestionarios extensos y extensivos a los que nos referíamos más
arriba, sólo podríamos imaginar a alguien tocando a la puerta de sus posibles informantes y diciéndoles:
“-Soy Fulano de tal, vengo de parte de tal institución y quisiera hacerle algunas preguntas o conocer cómo se
vive aquí o qué piensa usted de X, Y y Z”. Solo un alma demasiado caritativa -acaso estúpida,
extremadamente ingenua o solitaria o, quizás, un colega compasivo con nuestra misión imposible- podría
hacernos pasar y responder de buena fe. Es interesante pensar que la creencia en que nuestra sola
presentación como investigadores sociales nos franqueará el acceso por las bondades de la ciencia, es en sí
una ficción acerca de la labor científica como individual y solitaria, carente de relaciones y obligaciones
sociales, desprovista de poder.
Nuestro ingreso a un grupo social, así sea el que nos proponemos estudiar, es un hecho en sí mismo social y,
por lo tanto, debe ser sometido al análisis del mismo modo en que sometemos a escrutinio cuanto sucede en
el campo. Demás está decir que los académicos en el campo podemos encarnar casos aberrantes o al menos
amenazantes según los valores y las prácticas locales: mujeres solas y sin hijos, hombres que abandonan a la
familia para vivir con otra gente, con otros hombres y sobre todo, con otras mujeres!
Veamos un par de ejemplos. El primero corresponde a una de las mejores reflexiones sobre el trabajo de
campo etnográfico. Su autor, Gerald Berreman, trabajó en 1957 en el norte de la India, en una sociedad
dividida en castas.
La investigación sobre la cual se basa este trabajo se desarrolló en Sirkanda y sus alrededores, un
pueblo campesino del bajo Himalaya, en el norte de la India. Sus habitantes, como los de todo el bajo
Himalaya, desde Kashmir hasta Nepal, son conocidos como Paharis (de las montañas). El pueblo es
pequeño, y albergaba a unas 384 personas en el año de mi estadía allí (1957-8); está relativamente
aislado, ya que se encuentra entre escarpadas montañas y que se llega allí sólo a pie, tras recorrer las
nueve millas que lo separan del camino más cercano y del servicio de ómnibus.
[I]
Los forasteros en el lugar son pocos y resultan rápidamente identificables por la ropa y el hablar.
Quienes son identificados como tales son rápidamente persuadidos de no quedarse mucho tiempo en el
lugar. Para evitar tal recepción, una persona debe estar en condiciones de identificarse como miembro
de un grupo familiar, a través de lazos de parentesco, de casta ("jati") y/o afiliación comunitaria. Dado
que las dos primeras son características de adscripción, la única esperanza que le queda al forastero
para lograr su aceptación es establecer su residencia en el lugar y, a partir de la interacción social,
adquirir el status de habitante de la comunidad y, en el mejor de los casos, éste es un lento proceso.
La renuencia de los pobladores de Sirkanda y de sus vecinos en aceptar a los extraños se comprueba en
la experiencia de aquellos forasteros que han tratado con ellos. En 1957, un nuevo forastero fue
designado en la escuela de Sirkanda. Era un Pahari proveniente de una región ubicada unas cincuenta
millas del lugar. A pesar de su pertenencia Pahari, y de la consecuente familiaridad con la lengua y las
costumbres de la gente del lugar, tras una estadía de cuatro meses en el pueblo, se quejaba que su
recepción había sido menos que cordial:
"He enseñado en varias escuelas del valle, y la gente se mostró cordial conmigo. Me invitaban a comer
a sus casas, me mandaban granos y vegetales de regalo con sus hijos, e intentaban hacerme sentir
como en su casa. Ahora, hace cuatro meses que estoy aquí y, más allá de mis alumnos, casi no tengo
otros contactos sociales. Nadie me ha invitado a comer; nadie me ha enviado un grano de mijo; nadie
me ha pedido que me siente a charlar; nadie me ha preguntado siquiera quién soy o si tengo familia.
Me ignoran".
Tuvo más suerte que el maestro de otro pueblo de la zona, que tuvo que abandonar el lugar, después
de tres meses de total boicot en contra de él y de su escuela.
/…/ No hay que esforzarse demasiado para encontrar las razones de tal reticencia. Los contactos con los
forasteros han estado limitados a los contactos con policías y agentes impositivos –dos de las formas de
las más bajas en la taxonomía Pahari. Dichos personajes son menospreciados y temidos no sólo porque
traen problemas a los pobladores en lo que respecta a los impuestos, sino también porque exigen
sobornos, amenazando con causar más problemas, y frecuentemente parecen aprovecharse de sus
posiciones como miembros del gobierno para descargar sus agresiones contra esta gente vulnerable. A
partir de la independencia de la India, las esferas de responsabilidad gubernamental se han extendido
hasta incluir una rigurosa supervisión de las muy extensas zonas boscosas nacionales, la distribución de
ciertos bienes, la realización de ciertos programas de desarrollo, etc. Las oportunidades de interferir en
los asuntos del pueblo se han multiplicado con la proliferación de los agentes gubernamentales. Por
consiguiente, cualquier forastero, puede ser agente del gobierno. Como tal, es potencialmente
problemático, e incluso peligroso.
Los miedos de los pobladores no son infundados. Además de la injusta explotación que dichos agentes
parecen emplear, las actividades ilegales o semi-legales que llevan a cabo los pobladores, al poder
convertirse en objeto de sanción, son fácilmente utilizadas como base para la extorsión. En Sirkanda,
zonas de bosques nacionales, así como sus productos, han sido objeto de apropiación ilegal por parte de
los pobladores; se ha ocultado información sobre tierras gravables; se elaboran y comercializan bebidas
alcohólicas ilegalmente; se vende leche adulterada; con frecuencia los jóvenes se casan sin tener la
edad requerida; los hombres desertan del ejército o se escapan de la cárcel; se han adquirido
propiedades ilegalmente. Cualquiera de éstas u otras infracciones, sean reales o imaginarias, pueden
ser objeto de la curiosidad del forastero, por lo cual es lógico que se desaliente su permanencia en el
pueblo.
La gente de los llanos considera que los Paharis son ritual, espiritual y moralmente inferiores. Se cree
que son afectos a la brujería y a la magia negra. Además, son considerados rústicos. Los Paharis tratan
de evitar contacto con aquellos que mantienen estos prejuicios. Los Brahmanes de otras zonas pueden
llegar a desacreditar a sus iguales Paharis achacándoles su falta de ortodoxia; los comerciantes
forasteros pueden llegar a sus ingresos o productos mediante hábiles prácticas comerciales; otros
asedian o raptan a las mujeres del pueblo; a veces llegan ladrones a robar sus pertenencias; los
abogados pueden proveerse de evidencias para falsos procedimientos legales que un Pahari no podría
llegar a contradecir en la corte. Los Cristianos esperan cambiar sus creencias y prácticas religiosas. Por
consiguiente, cualquier forastero es sospechoso de tener segundas intenciones, aún cuando no esté
asociado con el gobierno.
La única manera de sentirse seguro acerca de que tales peligros no son inherentes a una persona, es
sabiendo quién es ella; al saber esto, esta persona puede hallar algún lugar en el sistema social
conocido. Sólo entonces se le somete a los controles locales de manera que si comete transgresiones o
si traiciona la buena fe depositada en él, puede ser sancionado. La persona que está más allá del control
no es confiable, siendo entonces rechazada.
Se trata, por ende, de una sociedad relativamente cerrada. La relación con los forasteros es mínima y la
información que se les da a éstos es escasa y estereotipada. Resulta muy difícil para un forastero
acceder a esta sociedad.
/…/ En un primer momento, y tal como se nos comunicara, se había especulado mucho acerca de por
qué dos personas de medios tan distintos como éramos Sharma (intérprete) y yo habíamos aparecido
en el lugar como un equipo y no nos enviaba el gobierno ni ninguna organización misionera. La
veracidad de nuestra historia se hizo mayor cuando Sharma aclaró a los pobladores que él era mi
empleado de confianza que recibía una paga en dinero por sus servicios.
La población nunca dejó de preguntarse, cosa que también yo hice algunas veces, por qué había elegido
dicho lugar para mi investigación. Esto lo explicaba yo en términos de su relativa accesibilidad por
tratarse de una zona de montaña, la hospitalidad y perspicacia de la gente de Sirkanda, la reputación
que había adquirido Sirkanda en la zona de ser un "buen pueblo", y de mi impresión favorable sobre él,
a partir de mi conocimiento de una serie de pueblos similares. Pero la explicación más satisfactoria era
que mi presencia allí se debía en gran parte al azar del destino. Todos concordaban en que ésta era la
razón real. Los pobladores señalaban que cuando el artesano fabrica mil tazas idénticas, cada una tiene
un destino único. De manera similar, cada hombre tiene un camino predeterminado en la vida, y el
venir a Sirkanda fue mi destino.
En una ocasión, cuando le regalé a un poblador una moneda americana, surgió el mismo comentario: de
todas las monedas americanas sólo una estaba destinada a quedarse en Sirkanda, y así ocurrió. ¿Qué
otra prueba del destino podía haber que no fuera el hecho de que la moneda, como yo mismo, había
encontrado su camino hacía este pequeño y remoto pueblo?
El segundo ejemplo pertenece a la antropóloga argentina Esther Hermitte, quien en su artículo “La
observación por medio de la participación”, redactado en la segunda mitad de los años sesenta y publicado
recién en 2002, reflexionaba acerca de quién era ella para los lugareños, mostrando que siendo sus objetivos
siempre académicos, su presencia era interpretada de manera diferente.
/…/ lo usual al principio es adjudicarle uno de los roles familiares a los habitantes de la comunidad, ya
sean aceptados o considerados peligrosos para la seguridad de la misma. En Pinola, aldea bicultural del
estado de Chiapas, en el sur de México, poblado por mayas y “ladinos” (mestizos portadores de la
cultura nacional mexicana) donde realicé mi trabajo de campo, mi llegada suscitó dudas. En primer
lugar mi tipo físico era notoriamente distinto al fenotipo indígena o mestizo común en el área. Por
añadidura vivía sola y en barrio indio. Las primeras semanas significaron una sucesión de etapas
felizmente superadas en las que se me atribuyó ser 1- bruja, 2- hombre disfrazado de mujer, 3-
misionera protestante, 4- agente forestal, 5- espía del gobierno federal. Algunas de esas sospechas
fueron de fácil neutralización. Por ejemplo: fumar y aceptar una copa de agua ardiente son el mejor
antídoto a la idea de que el recién llegado es misionero protestante. Otras llevaron más tiempo, hasta
que el convencimiento surgió espontáneamente entre los indígenas de que yo no iniciaba ninguna
acción en detrimento de sus magras posesiones, como lo podría haber hecho un agente forestal. El más
peligroso fue el de ser identificada como bruja en esa comunidad regida por el poder de embrujar, pero
el tiempo y la creación de vínculos de parentesco ritual (compadrazgo) con varias familias canceló ese
temor.
Sobre el tema de estudio de Pinola, mi explicación de que quería aprender la lengua y conocer
“El costumbre”, según la expresión usada localmente, para algún día escribir un libro y enseñar en otro
país, fueron satisfactorias. Ambos objetivos se han cumplido.
Ahora bien: si el acceso al campo, tan crucial para el etnógrafo, es una negociación permanente donde el
investigador se presenta a cada nueva persona que conoce, y las personas que conoce y ha conocido allí lo
evalúan y ponderan constantemente, ¿acaso puede decirse que la presentación tenga lugar sólo al comienzo
de la investigación? No. El consejo de “tener tacto”, “paciencia” y “sensibilidad” no refiere sino a términos sin
contenido significativo (local) alguno. La presentación inicial, por más exitosa que sea, no es nunca segura
como tampoco garantiza el éxito de toda la misión. Desde el punto de vista del etnógrafo, éste va
reelaborando la presentación inicial conforme a lo que aprende en cuanto a cuestiones y categorías
significativas para los pobladores: desde el punto de vista de los pobladores, ellos van entendiendo algo más
de los objetivos del investigador, acostumbrándose (aunque nunca totalmente) a su presencia, y a sus formas
de estar y conducirse, a sus errores y a su extranjería.
Así las cosas, la presentación y el acceso no son un preámbulo para el verdadero trabajo de
campo. Son ya el trabajo de campo y, por lo tanto, las llamadas “técnicas” se aplican, emplean,
inventan y recrean desde un comienzo.
3. La observación participante
El investigador se dirige a una población que, realmente y también por principios, le es desconocida. No sólo
desconoce las rutas de acceso a ella (a través de quién y qué significa entrar por determinada puerta,
presentarse de tal o cual manera, preguntar y observar, etc.), sino también las actividades que puede
desarrollar para conocerla de la manera más cabal o significativa posible, esto es, para producir un
conocimiento válido sobre ella.
Así, la observación participante puede ser definida, más que como técnica, como una
disposición metodológica que navega entre el etnocentrismo académico y el de los sujetos
de estudio o, dicho de otro modo, entre la reflexividad del investigador y la reflexividad de la
población en cuestión.
Esto se debe a que la observación participante reúne, implícitamente desde su formulación malinowskiana, la
disposición técnica de la investigación académica y el elemento humano de las relaciones sociales, para el
conocimiento de los grupos humanos. Esta ambigüedad responde al núcleo de los métodos etnográficos: al
pretender erradicar el etnocentrismo del conocimiento de otras culturas, el investigador debe asimilarse a las
pautas de interacción local y a la distribución de tareas según la clasificación que establece la organización
social. El inconveniente de no poder formalizar el contenido de la observación participante a través de las
investigaciones, es su mayor potencial, pues queda a merced de cada sociedad o cada cultura, su traducción
en actividades concretas por parte del investigador.
A veces no es posible observar; a veces no es posible participar; a veces es mandatorio participar; a veces no
se puede ni observar ni participar; a veces no se puede estar. Quizás lo más interesante de esta nominación
técnica es que revela una tensión que no puede ser resuelta ni por la epistemología del investigador, ni por la
epistemología de los informantes. En otras palabras, la relación entre observar y participar, entre distancia e
involucramiento, es una relación que se define contextualmente y socio-culturalmente según el grupo
investigado y según la relación real y plausible entre el grupo estudiado y el grupo que encarna o dice
encarnar el investigador.
Peleas, bromas, escenas familiares, hechos usualmente triviales, a veces dramáticos pero
siempre significativos formaban la atmósfera de mi vida diaria tanto como la de ellos. Debe
recordarse que los nativos me veían constantemente y todos los días y dejaron de interesarse
o alarmarse o de actuar sin naturalidad en mi presencia y yo dejé de ser un elemento
perturbador en la vida tribal que había de estudiar. De hecho, como sabían que yo metería mi
nariz en todo, aún donde un nativo “de buenos modales" no hubiera osado invadir, terminaron
considerándome como parte de su vida, un mal o molestia necesarios” (Malinowski – The
Argonauts of the Western Pacific. Cap I *)
*
Traducción
de
Hermitte
¿Por qué la observación participante es una tensión no resuelta por la epistemología del investigador?
Precisamente porque conjuga dos perspectivas de conocimiento. En la positivista, prima la observación
pues, se cree, sólo se puede conocer al objeto de manera distanciada. El investigador no debe distorsionar su
laboratorio (el campo), y si observa a la gente en su escenario natural es para distorsionar lo menos posible.
La participación, en este esquema, es un mal necesario, una última instancia impuesta por las circunstancias
o por la población. El investigador está afuera o debiera estarlo. Por eso se habla de “observación
participante”.
Según la perspectiva contraria, la del naturalismo, sólo se puede conocer el elemento humano a través de la
subjetividad, fundiendo al investigador con la vida local. Henos aquí la participación como elemento
dominante de la ecuación. La observación es una disposición derivada a la que sólo puede accederse mediante
la revivencia. El investigador está adentro de la población. La técnica debiera llamarse Participación
Observante.
Sin embargo, nunca la definición es absoluta cuando se traduce a situaciones concretas. Nunca nadie está tan
afuera como para no ser visto (la ilusión de la mosca en la pared), ni tan adentro como para ser "uno más" (la
ilusión del "going native" o transformarse en nativo). Lo que para uno molesta la excesiva distancia (la
investigación), para otro molesta el excesivo involucramiento (la humanidad).
Y si bien no hay total involucramiento ni total distanciamiento en el trabajo etnográfico real, sus variados
escenarios presentan situaciones de interacción que reciben distintas significaciones, tanto para los
informantes como para el investigador. El punto es cómo conciben informantes e investigador esa relación en
términos de conocimiento, esto es: a través de qué figura o concepto cada uno supone que el conocimiento
del prójimo es posible.
En Belén los primeros días de trabajo de campo me enfrentaban a una comunidad que se sentía como
muy cerrada y quizás infranqueable. Iba a los negocios a conversar, charlaba un momento en la calle,
había una o dos casas a las cuales podía hacer una visita formal, pero no contaba con esa facilidad que
es verdadera necesidad y que es tener acceso a las familias, y más aún que la llegada del antropólogo
no signifique ninguna alteración en las actividades a que están dedicados sus miembros. Al poco tiempo
un anciano muy agradable y prestigioso en Belén me hizo llegar un mensaje invitándome a pasar el día
siguiente en las termas de Nacimientos, al norte de la villa, con su familia. Acepté y salimos muy de
mañana regresando a últimas horas de esa noche. A la mañana siguiente volví a iniciar mis caminatas
por la población, deteniéndome en algunos comercios y comenté el paseo. La consecuencia fue
inesperada pues casi enseguida me llegaron una serie de invitaciones a acontecimientos familiares de
varios belenistas*, bautizos, casamientos, cumpleaños, etc. Quizá facilitada porque alguien había
tomado la delantera o quizá en una competencia entre ellos, a la cual yo era entonces ajena (Hermitte
2002).
* Belenisto: gentilicio de
los nacidos en Belén,
Catamarca, Argentina.
El trabajo de campo es un proceso por el cual la conceptualización de la relación es cada vez más
recíproca, no porque sea idéntico lo que piensan investigador e informantes, sino porque el investigador
hace cada vez más cosas que son significativas o tienen sentido en el mundo que estudia, mientras que el
informante espera del investigador actitudes, reacciones y cuidados significativos según el sistema local.
Sucede que el sentido de las categorías culturales no suelen transmitirse fuera de la lógica práctica y la
cotidianeidad. Por eso probablemente la observación participante sea el único marco o disposición
metodológica que tiene alguna posibilidad de captar esa lógica. De ahí que, recordémoslo una vez más, Agar
señalaba que "la etnografía es el proceso más general de comprensión de otro grupo humano”.
4. La entrevista no dirigida
En términos generales la entrevista es una estrategia metodológica por la cual una persona,
definida como “el entrevistador” en un contexto de investigación, obtiene información de
boca de otra, “el entrevistado”, en situaciones de encuentro cara-a-cara, mediante el
intercambio sucesivo de preguntas y respuestas.
En este acápite
dejaremos fuera las
encuestas telefónicas, las
entrevistas de empleo,
los cuestionarios
auto-respondidos y las
entrevistas online.
Nuestras reflexiones
podrán sí abarcar los
subtipos de entrevista
que los metodólogos han
identificado como:
- la entrevista con
cédula (estandarizadas)
(las que tienen
cuestionario, pueden
responderse sin la
asistencia del entrevistador);
- la entrevista sin cuestionario, o abierta, también llamada en profundidad o no dirigida;
- la entrevista informal
- la entrevista individual
- la entrevista a grupos focales.
Estas entrevistas se diferencian por el tipo de encuentro cuya caracterización parece provenir del
tipo de preguntas que emanan del entrevistador al entrevistado: las hay abiertas, que invitan al
entrevistado a explayarse; cerradas, a contestar por sí o por no; las semi-abiertas o de opciones
predeterminadas o de multiple choice; con orden preestablecido (con cédula o cuestionario) y sin orden
preestablecido (informal, no estructurada, no dirigida).
Con la entrevista buscamos información sobre hechos fácticos y actitudes no atestiguados por el
entrevistador, hechos del pasado, pero sobre todo y correspondiendo al nivel ideacional de Holy y Stuchlik,
procuramos acceder a los valores e ideales, a las normas o pautas de acción esperadas, a las impresiones y
percepciones, a las emociones y sentimientos. Por consiguiente la entrevista puede ofrecer información
fáctica, la cual habrá de corroborarse con otras fuentes; lo que la entrevista nos suministra es,
fundamentalmente, información subjetiva. Pero hay que tener cuidado.
Desde una perspectiva externalista u objetivista (positivista), se supone que el valor de la entrevista
reside en la calidad de la información sobre cómo son las cosas “ahí afuera” (afuera de la situación de
entrevista). La calidad se mide según la veracidad o plausibilidad de la información vertida por el entrevistado
así que una buena entrevista supone que el entrevistado nos ha dicho la verdad. Pero además la entrevista
debe proveer información confiable (que podría ser obtenida por otros investigadores mediante los mismos
instrumentos, las mismas preguntas, los mismos cuestionarios) y válida (información obtenida mediante la
técnica adecuada). Para obtener una información que cumpla con ambos requisitos se prefieren las cédulas de
entrevista con listado de preguntas y donde cada pregunta se expresa en el mismo orden, terminología y
entonación. Se supone que, de este modo, las respuestas serán el fiel reflejo de lo que piensa el entrevistado
(a menos que mienta), pues no habrá intrusión de parte de la ideología del entrevistador.
Desde una perspectiva subjetivista (naturalista), para que la información sea genuina o significativa debe
provenir del mismo informante sin que el entrevistador le imponga sus categorías y sus sesgos. El supuesto
subyacente a esta concepción es que aquello que pertenece al orden afectivo es más profundo, más
significativo y más determinante de los comportamientos, que el comportamiento intelectualizado. Imitando la
lógica psicoanalítica según la cual el terapeuta deja fluir la propia actividad inconsciente del paciente, se
supone que la no directividad favorece el planteo de temáticas, términos y conceptos más espontáneos y por
eso más genuinos, del mundo del entrevistado (Kandel 1982).
Quienes abogan por el cuestionario sospechan de esta “libertad” argumentando que entre el investigador y el
entrevistado interfiere el sesgo, basado en la empatía, que afectan la “verdad” de los enunciados del
entrevistado. Más aún, este material sería poco confiable porque otro investigador no podría vincularse con su
informante de la misma manera; por consiguiente la información quedaría descalificada como “idiosincrática”.
Incluso cuando se emplean cuestionarios, se recomienda aplicarlos más cerca del final de la estadía, cuando el
investigador ya sabe cómo y qué preguntar en términos familiares a los nativos. Los etnógrafos emplean las
entrevistas abiertas de manera informal, frecuentemente en casa del entrevistado para dar privacidad al
encuentro, y eventualmente con informantes clave, así rotulados porque son especialmente sensibles a
nuestro trabajo, y muy conocedores sobre la temática en cuestión (Tremblay 1982).
Ahora bien: con o sin cédula, abierta o dirigida, los antropólogos han señalado que la entrevista debe ser
considerada como un encuentro cultural, y someter ese encuentro a análisis con el fin de obtener no sólo
respuestas más representativas de la cosmovisión de la población, sino también para que a la hora del
análisis del material, se pueda ser lo más fiel posible al sentido de los enunciados proferidos. Sin embargo,
también los antropólogos, los más relativistas en el diseño y empleo de herramientas metodológicas, incurren
en el problema de que no alcanzan a formular cómo descubrir el nodo cultural de esos encuentros (Briggs
1986:9-10).
Tanto las entrevistas etnográficas como las sociológicas, las dirigidas y las no dirigidas, las
estandarizadas y las no estandarizadas, comparten el mismo principio que ya vimos rige para las
perspectivas positivista y naturalista (parte I): evitar la proyección de los sesgos del investigador en el
encuentro y en los sentidos proferidos por el entrevistado. De ahí la difundida creencia de que el
problema principal de la entrevista es el entrevistador quien, con sus inclinaciones y preferencias, puede
reducir la capacidad de que sus interlocutores se expresen ampliamente y de manera genuina. Ello reduciría
la validez y la confiabilidad de los hallazgos a través de esta técnica. Sin embargo, esta forma de pensar
encierra un precepto teórico muy discutible y es el que sostiene que la influencia de una o más variables
independientes -edad, género, raza, ideología política, o estilo de interacción del entrevistador- interfieren en
las respuestas que provee el entrevistado. El supuesto es que si uno pudiera extraer todos estos rasgos del
encuentro, seguramente podría llegar a una respuesta real, verdadera o no sesgada (unbiased), a un
presunto “valor de verdad individual” (individual true value). Este razonamiento mueve al entrevistador a
asegurarse, entonces, que ninguno de estos factores, considerados foráneos al contenido de la entrevista,
afecte los datos. Para “limpiar” el material del informante de la contaminación del investigador, estas
distorsiones deben ser eliminadas al momento del análisis.
Así, la perspectiva dominante supone que si no hay distorsiones, el investigador puede tratar estos datos
como si fueran el reflejo directo del pensamiento del entrevistado. De este modo, todas las contingencias de
la situación particular de entrevista podrían eliminarse sin modificar los contenidos de la misma. Se cree,
entonces, en vertiente durkheimiana, que los hechos sociales pueden ser aprehendidos externamente, como
cosas; las respuestas están EN el entrevistado, y la misión del entrevistador es extraerlas de él. Los datos se
extraerían del entrevistado objetivamente, e independientemente de la presencia y la interacción con el
investigador De manera que, en esta línea de pensamiento, se sostiene una noción de verdad como singular,
inequívoca, semánticamente transparente y objetiva. El investigador se convierte entonces en el árbitro final
de lo que es correcto y objetivo.
Esto se vincula con las demandas de confiabilidad y validez del material obtenido en la entrevista. La
confiabilidad refiere a la probabilidad de que repitiendo los mismos procedimientos, por el mismo
investigador o por otro, se producirán los mismos resultados. La validez se refiere a la precisión de cierta
técnica y al grado en que los resultados conforman a las características del instrumento con que se ha
concluido. Ser fiel a ambos preceptos implica una contradicción irresoluble. La situación de entrevista puede
no ser replicable y de hecho no lo será (aún cuando se repitan los mismos cuestionarios); es fácil darse
cuenta que una entrevista en que el investigador sigue la lógica de su entrevistado, producirá material más
genuino que si éste debe responder a un cuestionario diseñado en la oficina del investigador sin haber pisado
el campo. Entonces el instrumento de investigación más genuino no es el más fácilmente replicable
por otros investigadores. Y como por lo general la literatura metodológica está más interesada en erradicar
la variación entre entrevistadores (confiabilidad) que en la validez (aplicación del método adecuado para
obtener el tipo de información correspondiente), resulta de ello una tendencia conservadora que lleva al
investigador a acomodarse a los patrones del mundo académico en vez de ensayar nuevos caminos.
Aron Cicourel hablaba de “validez ecológica” para designar el grado en que las circunstancias creadas por
los procedimientos del investigador son adecuadas y convergen con las circunstancias cotidianas de los
sujetos investigados. Los entrevistados no responden sólo a la pregunta puntual que le plantea sucesivamente
el investigador, sino a la situación de entrevista en su totalidad. Asimismo, cada entrevista es una interacción
social única que incluye la negociación de roles sociales y marcos de referencia entre extraños.
El sesgo no suele aparecer tanto del lado de la imposición del entrevistador de su propio
marco ideológico de referencia, como suele creerse, sino de la imposición de un recurso
interactivo que puede estar ausente de las formas de interacción habituales en esa sociedad
o entre ese tipo de personas.
Algo similar sucede con la noción de “contexto” al que se suele definir como la suma total de estímulos
físicos, sociales y psicológicos que hay al momento de la interacción. Pero en esta definición suele ser el
investigador quien decide qué es y qué no es contexto. El entrevistado tiene mayores posibilidades de
intervenir si se concibe al contexto como un marco interpretativo que construyen los participantes en el
transcurso del encuentro, marco que va cambiando constantemente. Lejos de estar predeterminado al
comienzo de la entrevista, el contexto se descubre atendiendo a la performance; cada participante le va
dando a su interlocutor señales de los elementos situacionales relevantes al sentido de lo que está diciendo. El
contexto va siendo creado por los participantes para dar sentido a lo que se está diciendo y haciendo en el
encuentro. Es una construcción fenomenológica que crean conjuntamente mientras renegocian sus roles.
Junto a los componentes no verbales, los discursos son el material mismo del cual se hace el contexto. Cada
afirmación refleja el proceso en curso, tanto como contribuye a él.
Briggs sostiene que cualquier tipo de entrevista -dirigida o no- estará plagada de problemas de
procedimiento (procedural problems) si no atiende a la normativa comunicativa presupuesta en la entrevista
académica y presupuesta por la población bajo estudio. Su planteo es el siguiente:
Forma del mensaje (señales audibles y visuales que sirven como vehículos de la
comunicación)
Entrevistador
----------------------------------------------------------------------------------
Entrevistado
En cuanto a la clave, que se refiere al tono, manera o espíritu en que cada acto de habla se lleva a cabo
(equívoco, humor, ironía, etc.), es conveniente conocer cómo se usan estos recursos localmente.
Los géneros (bromas, proverbios, mitos, leyendas, lecciones) cambian a lo largo de la entrevista y no
advertirlo trae importantes problemas: no entender las normas que se aplican a la interpretación de esa
afirmación; no detectar un evento metacomunicativo nativo, si se toman las palabras literalmente, etc.
Los objetivos de la interacción “entrevista” suelen ser distintos para unos y para otros. El investigador
quiere obtener información con fines de investigación social. Si supone que eso es exactamente lo que quiere
el informante puede malinterpretar el sentido de las respuestas.
En cuanto a los roles sociales, en la entrevista el investigador tiene el poder de definir los temas, la forma
de interrogar y de registrar; esto es, mantiene el control sobre la interacción. El entrevistado puede romper el
marco propuesto, pero si el rol de entrevistado supone un corte o supresión de los criterios habituales que
normalmente definen sus roles en la sociedad (por género, ocupación, etc.), la entrevista estará repleta de
problemas.
Estas consideraciones tienen sus efectos. La categorización que hace el entrevistador de la interacción influirá
en lo que le digan los sujetos, cuánta información brindarán, qué secretos revelarán, qué formas de habla
usarán, etc. Además, los interlocutores deben comprender más que el contenido del discurso, para entender
el sentido de la conversación. En tercer lugar, las máximas conversacionales que observan los hablantes en
cada comunidad, son contexto-dependientes, por lo que no prestarles atención lleva a violar las normas de
habla del entrevistado. Por último, es posible que el entrevistador y el entrevistado compartan la
interpretación de los significados referenciales de lo que dicen, y sin embargo difieran en su interpretación
indexical. En suma, no comprender el tipo de evento que es la entrevista en cada sitio de investigación y para
cada interlocutor, lleva a mal comprender el estatus de los datos obtenidos por ella.
1. Aprender a preguntar
La aplicación adecuada de la
técnica de entrevista presupone
una comprensión básica de las
normas comunicativas de la
sociedad en estudio. Este debe
ser el primer paso del
investigador. Al principio del
trabajo de campo se aprende la
lengua, pero también se observa
quién le habla a quién, quién
escucha a quién, quién habla y quién se calla, a quiénes se dirige directamente y a quiénes indirectamente o
no verbalmente , etc.
La pregunta central aquí es: ¿cuáles son las distintas formas en que se comunica la gente aquí? ¿Obedecen
esas formas a edad, género, ocupación, religión, jerarquía, tema de comunicación, situación social, contexto,
momento del día, etc.?
Es necesario tener una idea del rango de situaciones sociales en relación con los tipos de hechos de habla que
pueden ocurrir en cada situación. Aprender las reglas que relacionan a situación social y hechos de habla es
crucial. Se debe descubrir no sólo los sentidos literales referenciales, sino fundamentalmente el conocimiento
lingüístico y socio-cultural que subyace a la habilidad de participar e interpretar dichos eventos. Una vez
descubiertos, se pueden comparar los datos, tratando de distinguir las normas básicas que subyacen a
patrones comunicativos específicos.
También es importante aprender cómo preguntan los nativos: ¿cuáles son las formas lingüísticas adecuadas
para distintos tipos de preguntas? ¿Quién le pregunta a quién? ¿Qué preguntas no se hacen y cuáles no se
hacen en ciertas circunstancias? ¿Cómo, cuándo y dónde se aprenden estas reglas?
Es necesario que la recolección sistemática de datos esté guiada por el examen también sistemático de los
mejores métodos para conducir al investigador en el problema elegido en determinada sociedad. De la fase 1
(aprender a preguntar) se desprende que es necesario ver puntos de compatibilidad e incompatibilidad entre
la técnica de entrevista y el repertorio local metacomunicativo. Esto sugerirá qué temas pueden explorarse en
el curso de la entrevista y qué situaciones sociales son las apropiadas para generar un encuentro de este tipo.
Dado que la entrevista descansa fundamentalmente en la función referencial y descriptiva del lenguaje y del
conocimiento que queda dentro de los límites de conciencia de los hablantes, hay toda otra serie de cosas que
no puede ser tocada en la entrevista. Entonces conviene suplementar la entrevista con otros tipos de
información y medios para obtenerla, esto es, con otros patrones metacomunicativos locales, que
seguramente ayudarán a no descontextualizar el contenido de las entrevista. Así, será más difícil imponerle a
los interlocutores el encuadre del investigador sobre categorías y significados. Este suplemento no atañe sólo
a la observación, sino a integrar más sistemáticamente una amplia gama de rutinas metacomunicativas en el
plan del investigador.
3. Análisis de la entrevista
Suele tomarse a la entrevista como un conglomerado de temas que están pre-codificados por el investigador.
Preguntas y respuestas se suelen interpretar como teniendo un sentido obvio y evidente. Se supone que
distintas respuestas a las mismas preguntas, son comparables. Entonces se extrae de lo dicho los fragmentos
que pertenecen a cierto tema, hecho, símbolo, etc. de las transcripciones, y se yuxtaponen componiendo un
panorama de lo que el investigador se proponía conocer.
Este procedimiento tiene varios problemas: descontextualiza las afirmaciones y por lo tanto distorsiona sus
sentidos; no reconoce sentidos inesperados; no reconoce los sentidos de los datos porque no reconoce los
repertorios metacomunicativos de los cuales dichos datos provienen y en los cuales son generados.
Las entrevistas son productos cooperativos de interacciones entre dos o más personas que asumen distintos
roles y que frecuentemente vienen de sectores sociales, culturales y lingüísticos distintos. Un análisis de la
entrevista que considera los datos como el fluir directo del pensamiento de los entrevistados, oscurece el tipo
de intercambio e interacción comunicativa que es la entrevista en sí misma. Esta perspectiva no sólo
distorsiona los datos: también descuida la información que la entrevista como encuentro está proveyendo. La
entrevista no es un instrumento de investigación para obtener datos que vienen de fuera de ella; es un objeto
de análisis y una herramienta de investigación en sí misma.
Esto es: la estructura comunicativa de toda la entrevista afecta el sentido de cada afirmación
que se profiere en su marco. Por lo tanto necesitamos dos pasos: reconocer la estructura de
la entrevista como una totalidad interactiva, y luego identificar las propiedades
metacomunicativas de cada afirmación en particular.
1. haciendo anotaciones sobre el encuentro, como impresiones, detecciones de tipo de acto de habla y
comunicación, ambiente, audiencia, momento del día, tipo de situación social;
2. comparando esas notas con la transcripción. ¿Qué temas mayores han salido?¿Qué temas me
proponía investigar? ¿Cómo cada parte reaccionó a la entrevista?
3. haciendo un mapa de la estructura lineal de la entrevista. En general se aconseja
que uno pase de la conversación informal a afirmaciones introductorias, preguntas abiertas, preguntas más
focalizadas, y una conversación informal antes de terminar con la situación. Pero en un encuentro suceden
otras cosas: hay cambios en las actividades, en el ambiente, y cambios de tema y de participantes. Ese mapa
entonces, incluye temas y funciones comunicativas. El sentido de cada afirmación está ligado a la interacción
de sus componentes y sus funciones.
La interpretación de afirmaciones particulares se puede hacer identificando las afirmaciones que hacen al
tema en cuestión, y analizando cómo se encuadran en las grandes líneas comunicativas descriptas en el
mapa. Cada afirmación detenta rasgos metacomunicativos que pueden detectarse porque los actos de habla
comentan los procesos comunicativos de los que participan. Así, el habla, ya se exprese como mito,
conversación, entrevista, provee una interpretación en curso de su propio sentido.
Todas estas cuestiones parecen sumamente complejas hasta que uno comienza a preguntarse qué tipo de
persona se supone que el otro es, y a quién se están hablando recíprocamente. El desafío es exceder el marco
dogmático de que una entrevista sirve para obtener información de otras personas, y entender que la
entrevista es una situación de interacción en la que dos personas pueden estar preguntando y respondiendo
durante un par de horas sin jamás llegar a entenderse.
5. El registro del campo
El material informativo, las circunstancias, las impresiones, o lo que solemos denominar “datos” obtenidos
tanto por la entrevista como por la conversación, como por las actividades reunidas bajo el rótulo
“observación participante” -que incluyen las conversaciones y las entrevistas- deben ser registrados lo más
inmediatamente posible . ¿Por qué? No tanto porque uno se lleva “el campo a casa”, como discutiremos en
este acápite, sino porque el trabajo de campo es un proceso gradual en el que el investigador va
aprendiendo en sí mismo la perspectiva bajo estudio (interlocución interiorizada del nativo). Ese proceso
no es uniforme ni confortable, y requiere de grandes esfuerzos que consisten, primordialmente, en aprender
un lenguaje y a ver lo inesperado. La mejor forma de consignar ese proceso es la objetivización de la
información externa e interna (lo que proviene del investigador, sus emociones, inferencias, incertidumbres,
hipótesis y apuestas) del material, y esa forma de objetivización es, precisamente, lo que llamaremos “el
registro”.
Una perspectiva como la que venimos sugiriendo, en cambio, permite complejizar esta operación sin por ello
descuidar la realización de cuidadosos y sistemáticos registros durante el trabajo de campo. Para ello es
necesario aplicar críticamente técnicas de obtención de información que permitan ver y oír lo inesperado, abrir
los sentidos, y distinguir las reflexividades reunidas en el campo, y también registrar esa información como
diversa, inesperada y “de final abierto”, mientras consignamos el proceso de apertura de la percepción y
exposición de la propia reflexividad como distinta de la de los nativos y de la reflexividad del trabajo de
campo (Emerson et.al. 1995; Sanjek 1990).
Así, es necesario distinguir entre el registro como recurso tecnológico por el cual se almacena información
-las “formas de registro”- y la información misma o los “datos”. Con el registro el investigador no "se
lleva el campo a casa" sino que logra una sucesión de fotos instantáneas y sucesivas de ese proceso de
apertura desde el ángulo de quien hace las anotaciones o fija el objetivo de la cámara. Este ángulo de mirada
no es "la realidad" sino un recorte de lo que el investigador supone que es "relevante" y "significativo." Los
criterios de significatividad y relevancia responden al grado de apertura de la mirada del investigador en esa
etapa de su trabajo de campo. Por eso, el registro es una valiosa ayuda 1) para almacenar y preservar
información, 2) para visualizar el proceso por el cual el investigador va abriendo su mirada, aprehendiendo el
campo y a sí mismo, y 3) para visualizar el proceso de producción de conocimientos que resulta de la relación
entre el campo y la teoría del investigador. Es imprescindible que el investigador registre no sólo lo que ocurre
“ahí afuera”, sino también todo lo que pueda echar luz sobre las razones que lo llevan a registrar algunas
cuestiones y a no reparar en otras. Su registro es la materialización de su propia perspectiva de conocimiento
sobre una realidad determinada.
a. Formas de registro
Los investigadores de campo han optado por determinadas formas de registro según su grado de fidelidad con
el fenómeno registrado. Pero este criterio se aplica a situaciones de interacción a las que afecta y modela el
investigador mismo (noción etnometodológica de reflexividad). La forma a la que apela el investigador no es
más o menos adecuada porque altere o no "el campo" y la conducta de los informantes, sino porque cada
forma de registro, incide en la relación de campo, cosa que también merece consignarse.
De parte del informante, la grabación combina un efecto de total fidelidad con otro de inhibición, reticencia o
temor en el interlocutor. Del lado del investigador, implica una mayor comodidad al punto que es frecuente no
atender a lo que se está diciendo; el investigador no recuerda a ciencia cierta qué se trató en el encuentro;
también puede suceder que el informante "se largue a hablar" recién cuando se apaga el aparato. La extrema
dependencia de este recurso técnico puede desanimar al investigador a confiar en su memoria y, por lo tanto,
a obviar los "datos fuera de libreto". Por otra parte, la grabación exige desgrabación, la cual suele ser lenta y
costosa, haciendo que la reunión final de todo el material se postergue hasta el final del trabajo de campo,
dilatando así el reconocimiento de las distintas reflexividades que intervienen en el campo. Lo que debiera ser
un proceso reflexivo se transforma en una “mera recolección” o captación empirista de la información,
conduciendo a la aplicación cada vez más cristalizada de preguntas y a la interacción cada vez más mecánica
con los nativos. Por eso, la transcripción de notas es una de las herramientas, por excelencia, de la
elaboración sobre la reflexividad de cómo intervenimos investigador y sujetos de estudio en el campo y,
simultáneamente, de la producción de datos. No basta con “tenerlos” en una carpeta, un cassette, un diskette
o el disco duro de la computadora; es necesario trabajarlos, estudiarlos, relacionarlos e interpretarlos de
manera continua y progresiva a medida que hacemos campo.
Si el investigador es veloz para tomar notas mientras se desarrolla la entrevista, el grabador puede ser
reemplazado por versiones más o menos completas de lo verbalizado. Por ejemplo, los registros, de lo que
ocurre en una sala de clases, suelen realizarse por este medio, valiéndose de una serie de criterios de
anotación que permiten, a diferencia del grabador, incorporar la conducta de los alumnos y la disposición del
maestro, y lo que se escribe en las pizarras (Bulmer 1982). Para registros en el campo educativo, Rockwell
sugiere utilizar
Este medio reitera algunas dificultades del registro magnetofónico y agrega otras; enfrenta al investigador
con el dilema de atender y mirar al informante, o de tomar notas. En el curso de la entrevista, y ni qué hablar
en el desarrollo de una ceremonia, una discusión u otros eventos observables, el registro escrito puede
incomodar a los presentes. En las entrevistas el interlocutor puede terminar dictándole al investigador en vez
de conversar más espontáneamente. Además, el contacto visual es fundamental para establecer una relación
de confianza, proximidad y soltura. Puede ser conveniente postergar el registro o tomar notas indicialmente
de los temas tratados y de algunas expresiones que parezcan "interesantes" en función de los objetivos o las
intuiciones del investigador. La obsesión de "anotar todo" puede resultar en que el investigador no formule
preguntas en momentos en que la conversación decae, y se produzcan silencios desconcertantes para ambos.
El registro escrito simultáneo puede estorbar al informante en la medida que le recuerda permanentemente
que está siendo observado; su inhibición es, entonces, una versión corregida y aumentada de la que produce
el grabador, porque el grabador es menos ostensible y las partes pueden olvidarse de su presencia.
Sin embargo, todo depende de los hábitos locales. Si para la población un "trabajo serio" implica formas
visibles de registro, como lo popularizó el periodismo, puede hasta ofenderse si el investigador no toma notas,
graba o filma, suponiendo que alterará u olvidará partes significativas de su discurso. Es usual que el
informante pregunte, después de dos horas o más de entrevista informal: ‑ ¿Y? ¿Cuándo empezamos?, o que
le "tome examen" al investigador para cerciorarse de que retuvo lo que se le dijo. En estos casos puede ser
aconsejable grabar o tomar notas y, para el propio registro, continuar la entrevista como una charla informal
una vez apagado el grabador o cerrada la libreta.
Reconstruir a posteriori la "sesión de campo" es útil por varias razones: en contextos conflictivos que
impliquen persecución, suspicacia o subordinación, el informante puede retraerse cuando siente que su
palabra está en manos (o aparatos) de un extraño, y se desconoce su verdadero destino. La inhibición y la
vergüenza pueden dominar cuando se tratan temas personales o tabú, particularmente sobre sexo, conflictos
familiares, cuestiones morales, etc. Los aspectos no verbalizables del encuentro, del contexto o los eventos
que lo preceden y suceden se registran cómodamente en la reconstrucción posterior. En todos estos casos es
conveniente hacer un primer listado indicial de los temas en un sitio apartado o ya fuera del campo y luego,
con más tiempo, comenzar la transcripción detallada del encuentro. Aunque al principio esto parezca inviable,
es un aprendizaje que se logra con la práctica, la asociación y la atención en el campo. El investigador puede
retener cada vez más y mejor información no sólo por su experiencia profesional sino, fundamentalmente,
porque va comprendiendo lo que ve y escucha en términos que antes le resultaban extraños. El desafío
consistirá, entonces, en aprender a ver y escuchar lo que antes no se podía registrar por falta de categorías
homólogas en la concepción del investigador.
Para ello es de gran ayuda la redundancia de la vida social. Si bien cada situación es única e irrepetible, la
naturaleza plural y reiterada de la vida cotidiana y la larga estadía del investigador en el campo puede
contribuir a recuperar “hechos” o “palabras” perdidos (Whyte 1993a; Kemp 1984).
Un último argumento a favor del registro posterior es que en las primeras experiencias de trabajo de campo
esta modalidad obliga al investigador a realizar una profunda introspección, y por ende un arduo y fructífero
proceso de autoconocimiento, para recordar. Ello supone, paralelamente, un aprendizaje de la elaboración de
datos al tiempo que se procede a su registro, de manera que el análisis de datos es, en buena medida,
simultáneo al trabajo de campo mismo.
La viabilidad y la practicidad de las formas de registro dependen de varios factores: la temática a tratar, su
conflictividad y el grado de compromiso que entraña para los informantes; la personalidad de los presentes; la
etapa de la investigación; el método de análisis de datos (análisis semiótico, análisis de discurso, análisis de
rituales, etc.). El uso del "grabador pirata" que, adelantos técnicos mediante, puede ocultarse en la ropa o en
un bolso, y operarse a voluntad, es además de moralmente censurable, inconducente porque no garantiza
“llevarse el campo a casa” y porque sus presuntos beneficios no compensan el riesgo de que el investigador
pierda lo más preciado: su relación con los informantes, sus colaboradores en un proceso conjunto de
conocimiento.
b. ¿Qué se registra?
Si bien a grandes rasgos los registros responden al objeto de investigación y a su esquema conceptual, no
existe una correspondencia directa entre “lo que dice el campo” y lo que busca el investigador. El investigador
sabe lo que busca pero no dónde lo encontrará y cómo encontrarlo. En este sentido, en el trabajo de campo el
investigador suele hacer dos usos del registro que no necesariamente son excluyentes. Uno es registrar sólo
lo que responde a sus interrogantes de investigación. Esta forma, si bien permite controlar el flujo abrumador
de información, circunscribe el material a sus pre-supuestos, y lo aleja de nuevos sentidos. Otro uso es
registrar “todo” lo que se pueda y recuerde, para ir estableciendo progresivamente las relaciones significativas
en términos de la reflexividad del campo y de los pobladores. Si bien la apertura nunca será absoluta, quizás
sea conveniente seguir cultivando aquella vieja y productiva utopía de "registrarlo todo", al menos para hacer
algunos descubrimientos que, según muestra la tradición etnográfica, son efectivamente posibles. Pero para
ello es necesario que el material conste en la sucesión de páginas y páginas de notas (GTTCE 1999).
El investigador, aún cuando se encuentra en una entrevista, no sólo recibe información de labios de sus
informantes. Observa gestos, entornos, actividades y movimientos de personas. Por eso, su registro conlleva,
en todo momento, datos acústicos, observacionales y también perceptuales. Es útil, aquí, diferenciar entre los
datos observacionales (no mediatizados por el informante sino obtenidos directamente por el investigador)
y los verbalizados (que pueden consistir en referencias de los informantes sobre alguna actividad o hecho no
atestiguado por el investigador) y entre ambos y los de percepción e inferencia del investigador.
Al registrar observaciones es
frecuente caer en
adjetivaciones que parecen
abreviar la labor descriptiva del
investigador. A la larga, este
procedimiento inutiliza al registro
debido a su ambigüedad y a sus
marcos de referencia inciertos o
cambiantes conforme avanza la
investigación. Lo que era
incomprensible o abyecto al
principio, es lógico y “natural” al
finalizar el trabajo. Expresiones
como "estaba todo sucio", "la
sala de espera era grande", "la
maestra trataba mal a los
alumnos", "el hombre estaba
fuera de sí", etc. serían inutilizables salvo si se explicita a quién pertenecen (al investigador o a algún
informante); qué significan ("sucio","grande" y según qué términos de comparación); en qué elementos
(observables y verbalizables) se expresan ("maltrato," “fuera de sí”, etc.). Por otra parte, los datos
procedentes de información verbalizada no son sólo aquéllos que se encuadran en la entrevista y que
responden a las preguntas del investigador. Cualquier hecho o enunciado, por ínfimo que parezca, puede
aportar datos, echar nueva luz o suscitar nuevas preguntas. Así, el contenido del registro debiera estar
referido a lo que sucede desde antes de comenzar la entrevista.
Cualquier acontecimiento, incluso las situaciones de entrevista, está enmarcado en coordenadas de tiempo y
espacio, dentro de las cuales algunos actores llevan a cabo ciertas actividades. En un registro completo no
puede faltar ninguno de estos ingredientes, como tampoco su peculiar relación. En “espacio” se incluye
información sobre las dimensiones del ámbito estricto de observación/entrevista, su mobiliario, los objetos y
la decoración, y datos sobre el ámbito mayor. El “tiempo” atañe, por un lado, al espacio temporal abarcado
por la observación, el encuentro y la entrevista y, por el otro, a la secuencia de hechos y vicisitudes de la
interacción entre el investigador y los presentes. En todo registro conviene incluir qué lapso temporal abarca,
la hora de arribo del investigador y del/os informante/s, y la hora de despedida. Las personas presentes,
desde el comienzo hasta el final de la observación/entrevista, pueden observar distintos tipos de relación con
el investigador. Entonces no sólo caben en el registro los entrevistados sino también los testigos o presentes
eventuales, quienes pueden afectar la disposición de los informantes y los temas a tratar, además de aportar
información acerca de los vínculos del informante con otros individuos de su medio laboral, doméstico o
vecinal. Registrar "personas" significa tener en cuenta género, edades, nacionalidades y grupos étnicos,
ocupaciones, vínculos y formas de trato interpersonal, flujos sociales (por ejemplo, en sitios públicos,
reparando en la mayor afluencia en determinados horarios), vestimenta y ornamentación, actitudes
generales, y actividades desarrolladas en el lugar. Las actividades incluyen el número de personas que las
llevan a cabo, la división de tareas, las líneas de mando y de poder, el ritmo de la actividad, el tipo y duración
de las actividades, la habitualidad de esas personas en el lugar, etc. Cuanto más “densas” sean las
descripciones, más información se habrá recabado y de mayor utilidad serán las notas.
Si el investigador y el informante son asistentes cruciales en el encuentro, conviene registrar los datos del
encuentro mismo, como la forma de concertación (casual, planificada), los canales de acceso al informante, el
número de encuentros previos, las condiciones generales de la apertura, las condiciones generales del
encuentro, las interrupciones y el desarrollo, el cierre y la finalización, las causas exógenas y endógenas, el
modo abrupto o gradual, etc.
Sobre el informante se registra género, edad, nacionalidad, grupo étnico, religioso, nivel de instrucción
formal, nombres y seudónimos, unidad doméstica y lugar en la unidad doméstica, ocupaciones principales y
secundarias, antigüedad en la/s ocupación/es, lugar de residencia actual, etc. Caben también anotaciones
acerca de la disposición del informante durante el encuentro, su forma de presentarse, su vestimenta,
información proveniente de sus gestos o expresiones, recurrencias, redundancias y renuencias a ciertas
temáticas.
Un registro no es, pues, la mera recopilación de información que quedará guardada hasta finalizar el trabajo
de campo, sino un material que cimenta la siguiente visita al campo y que resignifica todo lo hecho hasta el
momento. De ese modo, el registro es una herramienta que puede ayudar a reformular el contenido y los
canales de los futuros encuentros para el proceso de focalización. Para imprimirle este carácter dinámico, al
cabo de cada unidad de registro pueden anotarse las expectativas futuras incluyendo un resumen de los
puntos más destacables de la jornada, nuevos informantes contactados, temas desechados o que no se
pudieron explorar, temas a explorar con el informante entrevistado, temas generales a explorar, dudas y
contradicciones en el nuevo material, limitaciones del encuentro y del investigador. Este resumen puede ser
de rápida visualización antes de una nueva visita al campo o a cierta persona, además de presentar un
somero análisis de las líneas tratadas con cada uno y a lo largo de la investigación global.
Su apertura y percepción progresivas se manifiestan en información vertida en datos cada vez más
numerosos, sorprendentes y articulados. Por eso la forma y el contenido del registro están lejos de ser un
mero depósito de información; son una síntesis del eterno diálogo que el investigador lleva a cabo para
conocer a sus informantes mientras se conoce a sí mismo, a su sentido común como miembro de otro sector
social o cultura, y a su sentido académico. Queda claro, pues, que el registro no es una fotocopia de la
realidad sino una "radiografía" del proceso de conocimiento. Ello no elimina la utopía siempre necesaria de
realizar registros más precisos y sugerentes sobre la vida social. Un buen registro es, pues, una ventana que
mira en dos direcciones, una hacia afuera, la otra hacia adentro.
Anexos
Contenidos complementarios
Contenido complementario 1
Aunque los cientistas sociales solemos trabajar con sectores distintos y distantes del propio, o de la propia
sociedad y la propia cultura, el principio de “des-conocimiento” se sostiene aún cuando se trabaja con
sectores a los que el investigador pertenece. En este caso, corremos el gran riesgo de convertir preceptos de
sentido común en hallazgos científicos.
Contenido complementario 2
Algunas posturas han discutido -en la teoría y en la práctica- la unidad de esta triple acepción. Recobrada su
popularidad entre los científicos sociales a fines de los años setenta, y con el legado de la Escuela de Chicago
de Robert E. Park, W.I.Thomas y Ernest Burgess, de los años veinte, la Sociología concibe a la etnografía
fundamentalmente como una opción metodológica (Burgess 1984; Hammersley y Atkinson 1994) que, para
algunos, no ha alcanzado un estatus equiparable al de la estadística y las 'técnicas duras' (Butters 1976). El
cuestionamiento de la cientificidad del trabajo de campo reside en que, a diferencia de la supuesta
explicitación de los criterios con que un sociólogo diseña una encuesta, determina una muestra y controla la
formulación de un cuestionario, la etnografía como método se caracteriza por la flexibilidad con que los
investigadores se vinculan con sus sujetos de estudio, crean los contextos que convierten a la información en
significativa, y recorren las redes sociales al interior de muestras no-probabilísticas.
Contenido complementario 3
En Gran Bretaña el gobierno llega a convencerse de la utilidad de los antropólogos para gobernar las colonias,
bastante tiempo después. Su motor son las sociedades de amateurs, sabios y gente inquieta. Su campo, las
colonias dispersas por el mundo. El Imperial Bureau of Ethnology (1890 aprox.) se crea para financiar y asistir
para la recolección y publicación de información etnográfica a través del imperio. Se establecen las
asignaturas de antropología en el 1900, con lo cual comienza la profesionalización, para superar la división
entre experto y recolector. Los primeros maestros que se integraron en la antropología tenían un sustrato de
las Ciencias Naturales.
Resumen
En la segunda parte del módulo nos hemos introducido en la labor etnográfica partiendo del supuesto de que
el investigador es el principal instrumento de investigación, un instrumento que no se desarrolla en la soledad
autorreferencial sino en tanto se inscribe en la vida social de sus sujetos de estudio. Hemos estudiado
también nociones como “trabajo de campo”, “unidad de análisis”, “muestra” y “unidad de estudio”, tratadas a
partir del problema más importante que debe enfrentar el etnógrafo: su acceso al campo. Se ha dedicado
especial atención a una técnica, la “observación participante” y se ha tratado, de manera crítica, la conocida
técnica de la entrevista no dirigida. Finalmente se ha reflexionado sobre cómo consignar la información y
cómo incide la forma de registro en la constitución de la evidencia. A lo largo de la segunda parte se han
retomado las alternativas epistemológicas con que los investigadores sociales han justificado sus
procedimientos metodológicos, alternativas que operan más en el nivel del discurso académico que en el de la
lógica del trabajo de campo.
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