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El pensamiento liberal clásico sostiene en economía que la intervención del gobierno debe

reducirse a su mínima expresión. Solo debe encargarse del ordenamiento jurídico que
garantice el respeto de la propiedad privada, la defensa de las llamadas libertades negativas:
los derechos civiles y políticos, el control de la seguridad interna y externa (justicia y
protección), y eventualmente la implantación de políticas para garantizar el libre
funcionamiento de los mercados, ya que la presencia del Estado en la economía perturbaría
su funcionamiento.

Entre 1945 y 1986 el Producto Interno Bruto de Colombia se multiplicó por siete. La tasa
de crecimiento correspondiente (4.8% anual) dista de ser espectacular, pero es sin duda la
más alta que haya registrado la economía colombiana en su historia. La población
experimentó un crecimiento también rápido, del 2.5% anual, que le permitió multiplicarse
por 2.8 durante esos años. El ritmo de crecimiento demográfico fue particularmente
acelerado en los años cincuenta y sesenta.

El crecimiento económico se vio acompañado de un cambio estructural de grandes


proporciones. En términos de la composición de la actividad económica, el aspecto más
notorio fue la fuerte reducción de la participación del sector agropecuario en la economía.
Todavía en 1945-1949 dicho sector representaba más del 40% de la actividad económica
del país; a comienzos de los años ochenta, su participación se había reducido a menos del
23%.

Tal proceso de desarrollo permitió la acumulación de capital privado y social más


importante de la historia del país. En el frente privado, los aspectos más notorios fueron la
construcción de grandes fábricas modernas y empresas agroindustriales, de un cuantioso
parque automotor y de un enorme acervo de edificaciones de vivienda y oficinas en las
ciudades. No menos importante fue el aumento en los niveles de educación y las
capacidades técnicas de la fuerza de trabajo, que algunas escuelas económicas identifican
como un “capital humano”1. En el frente colectivo, lo más notable fue la consolidación de
una infraestructura de transportes y servicios públicos modernos que, en el primer caso,
reforzó la integración del mercado interno y de éste con el resto del mundo.

Las inhumanas condiciones de trabajo que caracterizaron este periodo llevaron a que
surgieran numerosos críticos del sistema; sin embargo, el primero en desarrollar una teoría
coherente en contra fue Karl Marx, quien atacaba la propiedad privada de los medios de
producción. No obstante, el capitalismo siguió prosperando para convertirse en el principal
sistema socioeconómico mundial de la época.

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