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EL SILOGISMO EN EL ÁMBITO JURÍDICO

Durante mucho tiempo se ha descrito esa aplicación del derecho mediante el tipo de
razonamiento lógico llamado silogismo. La forma más conocida es el denominado modus bárbara
que posee la siguiente estructura: premisa mayor, premisa menor y conclusión.
Este esquema se ha querido trasladar al ámbito jurídico: la premisa mayor es la
norma general (la norma de la ley); en ella se establece la descripción de un supuesto de hecho
general, abstraído de la realidad concreta y se vincula a ese supuesto de hecho una consecuencia
jurídica, que puede estar redactada de forma más o menos general. La premisa menor es un caso
concreto en el que están presentes las características de la premisa mayor-norma general.
Finalmente la conclusión es la decisión, bien sea la sentencia de un juez o el dictamen de un
catedrático; en ella se concreta para ese caso la consecuencia jurídica redactada en la norma con
carácter general. Este esquema suele ejemplificarse mediante supuestos simples como el siguiente:
la ley castiga el homicidio con la pena X; se ha producido el homicidio de un sujeto a manos de
otro; éste es castigado con la pena X.
Esta descripción de la decisión jurídica tiene parte de verdad. En efecto, en nuestro orden
jurídico las leyes deben ser la directriz básica para solucionar el caso. Por tanto, el esquema
metódico estará basado en la presencia de una norma, la aparición del problema y la aplicación de
la norma al problema. Pero esta estructura genérica necesita matices. Porque la utilización de un
silogismo requiere previamente tener listas las premisas y ésta no es una tarea tan sencilla, porque
no siempre vienen dadas como pensaban ingenuamente los legalistas del XIX; al contrario,
muchas veces han de ser construidas por el órgano decisorio. Es cierto que en algunos casos la
sentencia judicial responde de manera muy precisa a esa estructura sin requerir elaboraciones
especiales.
Son los casos llamados “isomorfos”, en los que el hecho concreto enjuiciado responde de
manera muy precisa al supuesto de hecho de la norma, y ésta prescribe una consecuencia jurídica
simple. Este tipo de casos son más frecuentes en el ámbito del Derecho Público. Los casos poco (o
nada) problemáticos suelen consistir en asuntos numéricos. Por ejemplo, la cuota del Impuesto
Sobre la Renta de las Personas Naturales se obtiene después de cierto número de operaciones
aritméticas establecidas por la ley; si finalmente, la Renta obtenida es de 50.000 bolívares, la cuota
viene determinada aplicando los tipos impositivos previstos en la ley; no hay lugar para
disquisiciones argumentativas, porque el derecho concreto (lo que el ciudadano debe pagar al
Estado) procede directamente de la aplicación mecánica de la ley. Pero no siempre es todo tan
fácil.
Un intento de exponer esta complejidad nos lo proporciona Jerzy Wroblewski al indicar
que la decisión final que dispone sobre un caso concreto está compuesta por diferentes tipos de
decisiones particulares. En primer lugar, es preciso establecer la premisa mayor; para conseguirlo
tenemos que determinar cuál es la norma válida aplicable (decisión de validez) y cuál es su
significado (decisión de interpretación). En segundo lugar hay que construir la premisa menor, es
decir, precisar los hechos del caso (decisión de evidencia).
Finalmente, hay que llegar a una conclusión subsumiendo los hechos del caso bajo la
norma aplicada y determinar sus consecuencias jurídicas (decisión final).

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Aunque esas distintas fases de la “aplicación” del derecho pueden separarse con una
finalidad analítica, lo cierto es que en la realidad no se presentan de manera independiente. Esto tal
vez sea un poco difícil de entender, porque normalmente pensamos que el razonamiento discurre
de forma necesariamente sucesiva desde el inicio hasta el final. Sin embargo, el razonamiento
práctico no suele desenvolverse así.
No tiene un carácter unidireccional desde las premisas hasta la solución. Muchas veces la
determinación de las premisas está influida por el posible resultado derivado de esa conformación
particular de la premisa. Por ejemplo, el juez puede dudar acerca de la interpretación de una ley;
elabora diferentes hipótesis interpretativas que le llevarían a sentencias diferentes; sopesa la
calidad de las sentencias hipotéticas a la luz de los principios jurídicos de ese sector del
ordenamiento, de la finalidad de la norma, las características del problema, las expectativas
sociales, las resoluciones judiciales en casos parecidos, etc. Y una vez seleccionado el resultado
más correcto, elige la interpretación conveniente para llegar a ese resultado. Esta idea es
fundamental: en la razón práctica, la conclusión puede anteceder a las premisas de la
argumentación.
O, por lo menos, influye en la formación de las premisas. Conviene advertir que no
siempre ocurre así, pero este modo de proceder más frecuente de lo que parece. A partir de esa
advertencia debe ser entendida la explicación que sigue. Aunque las fases de la decisión aparezcan
diferenciadas, no pueden ser consideradas compartimentos estancos; se relacionan entre sí y sobre
todo con el resultado del razonamiento. El juez decide acerca de la validez, la interpretación y los
hechos con frecuencia tendiendo presente los posibles resultados y efectos de una decisión.
Esta parte del proceso puede parecer engañosamente fácil; sin embargo no siempre lo es.
Tengamos en cuenta que no se trata de exponer unos hechos en bruto (como haría un científico
que sólo quiere conocer la realidad) sino de establecer una situación que tiene relevancia jurídica.
Esto quiere decir que no interesa conocer una verdad empírica sin más, sino la “verdad jurídica”.
Lo que aparece en la premisa menor no es un puro hecho, sino un enunciado jurídico sobre un
hecho. Para ello hay que seleccionar algunas características de las muchas que componen la
realidad fáctica y configurar con esa selección un hecho con relevancia para el derecho. Y
conviene recordar que esa forma de configurar los hechos a veces no coincide con lo que se hace
usualmente en otros ámbitos de la vida humana; esto causa extrañeza entre los profanos del
derecho que a veces ven estas decisiones como incomprensibles o arbitrarias.
Para llevar a cabo esa labor hay que desarrollar diferentes procesos cognoscitivos que
pueden tropezar con numerosas dificultades. En primer lugar, son necesarios algunos actos
relativos al conocimiento de lo que ha acontecido. Para ello son útiles los testimonios, las
declaraciones de testigos e implicados, etc. A veces lo que parece simplemente observación y
experiencia y por tanto un acto de conocimiento “puro” requiere ya una valoración; es lo que
ocurre cuando no se investigan meros hechos, sino actos humanos que, como tales, tienen una
finalidad determinada que debe ser conocida para comprender lo ocurrido. A veces esos fines no
son evidentes y deben ser averiguados mediante la experiencia social que muestra lo que
normalmente se pretende conseguir con ciertos actos. Por ejemplo, la diligencia debida en un
funcionario ha de ser calibrada según criterios profesionales específicos.
A veces, el conocimiento de los hechos se basa en reglas empíricas extrajurídicas (por
ejemplo, el reconocimiento judicial o el informe pericial sobre una obra que puede acarrear
peligros para los vecinos). Otras veces hay directivas legales de prueba: es el propio ordenamiento
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el que establece cómo han de ser entendidos procesalmente determinados hechos. Hay que tener
en cuenta que el mismo ordenamiento decide poner límites a los medios empleados en hallar la
verdad. Su descubrimiento está subordinado a veces a otros bienes que el derecho considera
superiores, y por tanto, se establecen límites legales al procedimiento probatorio: la demostración
eficaz de ciertos hechos no tiene validez procesal si ese conocimiento ha tenido origen en una
prueba ilegal.
En todo este proceso hay que contar también con las limitaciones de la capacidad humana:
a veces hay fallos de percepción, otras hay aspectos que no pueden ser conocidos por mucho
esfuerzo que se haga.
Otra característica añade más complejidad a este asunto. Los hechos del caso no pueden
establecerse con independencia de la norma. La separación estricta entre “cuestiones de hecho” y
“cuestiones de derecho” es un tanto artificiosa. Porque a la hora de declarar qué es lo relevante en
el caso, es preciso valorar qué interesa realmente al derecho en esa situación; y ello sólo puede
hacerse a la vista de las normas del ordenamiento que se refieren a esos problemas. Por otra parte,
el auténtico sentido de las normas (que debemos conocer mediante la interpretación) sólo se
manifiesta ante un caso concreto.
La comprensión de los hechos y las normas no puede hacerse por separado sino mediante
una interrelación constante: es lo que Karl Engisch denominó (según la traducción de Rodríguez
Molinero) “el ir y venir de la mirada de los hechos a la ley y de la ley a los hechos”. Un ejemplo
extraído del Derecho del trabajo puede ayudar a comprender esta peculiar relación. En Venezuela,
la regulación jurídica de los trabajadores en general se encuentra en una norma denominada Ley
Orgánica de los Trabajadores, Trabajadoras y el Trabajo (LOTTT). No obstante, hay trabajadores
especiales (como los funcionarios públicos) que tienen su tratamiento legal en una norma especial
(Ley del Estatuto de la Función Pública). Hay casos en los que es difícil discernir si un contratado
laboral desempeña las funciones propias de un funcionario público y, por tanto, le es aplicable su
régimen jurídico específico, es un trabajador normal y entra en el campo de acción de la Ley del
Estatuto de la Función Pública. Observemos que se trata aparentemente de una decisión de validez,
porque es preciso determinar la norma aplicable; pero en realidad son válidas las dos y el problema
se centra en determinar ante qué tipo de relación laboral nos encontramos. Para ello es preciso
interpretar las normas e “interpretar” también los hechos del caso para elucidar las claves del
contrato laboral discutido. No es mera interpretación de normas ni simple comprobación fáctica,
sino averiguación del sentido jurídico presente en una situación humana dada. El jurista investiga
qué quiere decir exactamente “funcionario” en el texto legal, qué hace exactamente el trabajador,
si sus decisiones son independientes o no, etc. La decisión sobre la norma depende de la
interpretación y ésta de los hechos del caso; y siempre con los resultados posibles en el punto de
mira. Es una muestra de cómo se entrelazan los diferentes tipos de decisión a la hora de conformar
las premisas del silogismo.

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