La teoría de la interpretación del derecho de Hobbes ha cumplido su misión. El
positivismo legalista, apoyado en un craso voluntarismo, ha superado los escollos que la metafísica (realista o racionalista) había sembrado en la desembocadura del proceso legal. «Justicia», «equidad» y «ley natural», descalificadas como posibles factores jurídicos extralegales, se ven luego transmutadas al servicio del positivismo legalista que habían sido llamadas a combatir. Un positivismo especialmente rígido, en el caso de Hobbes, porque su voluntarismo le lleva a descartar cualquier «división de poderes», una vez negada la relevancia «política» de la actividad judicial. Pero positivismo flexible, a la vez, que no sueña con automatizar la labor judicial, sino que reconoce el juego subjetivo que entraña, y se apresura a legitimarlo con arreglo a las claves de todo el sistema normativo.