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Este capítulo del libro analiza los elementos que forman parte del “progreso” eurocéntrico
desde finales del siglo XIX. Aquí se analizan los avances tecnológicos, culturales, demográficos,
económicos y políticos que dividieron al mundo en dos sectores: los países desarrollados o
primer mundo y los países del segundo mundo.
El aspecto social era donde la brecha era más amplía. La hambruna se daba en Europa pero en
Latinoamérica y África era endémica, esto se debía a que la riqueza no llegaba a todos por igual,
únicamente llegaba a las élites burguesas, incluso en Europa, en donde varios países se los
consideraba retrasados. A los países retrasados o de segundo mundo les tocó adaptarse al
modelo de progreso debido a sus élites a pesar del miedo a este progreso y a la oposición de
diversos grupos, incluso la Iglesia. El progreso tuvo que ser un proceso conquistador para que
todos se adapten a él y todos sigan ese camino. Aunque siempre hubo grupos que se preguntan
si el progreso era poderoso, ¿por qué no se lo deseaba? Ante esta dificultad los ideólogos del
progreso tuvieron que recurrir a la biología y demostrar que la gente opuesta al avance era
gente de otra raza, lo que demostró que el progreso era un proceso desigual.