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literatura entabla diálogos"" /> Irene Vasco. /Tomada de Internet
Como un intermediador…
Exacto. Y duro mucho tiempo en eso. No puedo escribir rápido o que me digan:
“Mande un cuento porque estamos haciendo un antología sobre los niños y el
espacio”. Puedo pensar tres años y no se me ocurre nada. Pero cuando algo me
marca… puede durar cinco años, y es el personaje el que sale a contar la historia.
La voz de ese personaje es muy madura. No tiene juicios ingenuos, sino que da
cuenta de su mundo de una forma muy madura. ¿Usted cree que la literatura
infantil debería mostrar seres un poco más razonables?
Este es un niño de trece años. Mis nietos se interesan por las noticias, intervienen
en las discusiones. Creo que en este mundo contemporáneo, viven con una
madurez que hace 60 años no había. Los niños comíamos en la cocina, no
interveníamos en nada, nada nos interesaba, nos trataban como chiquitos. Pero
ahora un niño de trece años que no esté conectado, no me lo imagino.
El libro también está atravesado por el conflicto interno. También en ‘No comas
renacuajos’, de Francisco Montaña Ibáñez, se toca el tema. ¿La literatura infantil
ha cambiado para mostrar el entorno que rodea a los niños?
Sí. Salimos de la literatura infantil que estaba relacionada con mitos y leyendas,
que estuvo hasta los años sesenta, setenta. Primero la revista Chachito y etcétera,
luego las leyendas y mitos. Y a principios de los ochenta, la literatura infantil se
movió a temas urbanos, más fuertes, como en el resto del mundo. Los autores que
nacimos en esa época como autores también tuvimos mejores lecturas. Llegaron
libros de autores europeos que nos golpeaban. Antes todo era tan local, tan
pequeñito. Voy a decir algo muy egocéntrico. Yo tuve la librería infantil
Espantapájaros, que cumpliría 25 años si no hubiera quebrado. Eso nos sirvió
mucho a todos, porque nos nutrimos: Yolanda Reyes, Triunfo Arciniegas, llegaban
los escritores y podíamos leer todo eso que llegaba, con temas que no
imaginábamos en la literatura infantil.
Tal vez algunas personas piensen que el conflicto no sea un tema adecuado para
los niños. ¿La literatura serviría para mostrar ese mundo que parece sólo de los
adultos?
Pero es que los niños están en la guerra. Los niños la viven. Puede que muchos no
vivan las bombas y las minas en su cuerpo, pero todo el tiempo están yendo los
noticieros, están oyendo del paro y no hay colegio porque los campesinos están
peleando por sus derechos. Nada es ajeno a ellos. Y ellos quieren saber. Y la
literatura es una muy buena manera de entablar diálogos, de iniciar
conversaciones más simbólicas sobre la vida y la muerte, la violencia y la paz, la
libertad y el secuestro.
Muchos de estos libros son de iniciación, tanto para niños y jóvenes. ¿Qué trabaja
cuando hace un libro para niños y otro para jóvenes?
Depende. Hay libros de los que tengo la escaleta perfecta y sigo paso a paso. Por
ejemplo éste —dice, mostrando de nuevo el cuaderno con algunas anotaciones—:
tengo todo el resumen del libro y sé qué va a pasar en cada capítulo. Y de repente
la historia se paraliza y no va para ningún lado. Ahí paró, pero la otra —señala una
nueva página— era una historia que tenía urgente para contar. Y ya es un
manuscrito que está en revisión. No era el que yo quería escribir. El que tengo listo
en la cabeza, es el que no sale.
Buena parte de estos libros tienen ilustraciones, ¿qué papel cumple ese elemento
en su trabajo?
Es indispensable. Los niños, los más chiquitos, aún no leen letras, se les leen los
cuentos, pero están leyendo las imágenes. Tienen que ser imágenes de buena
calidad, que vayan más allá de lo que las palabras están diciendo, que sean una
puerta de entrada al arte, la estética.