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All content following this page was uploaded by David Pavón-Cuéllar on 03 December 2017.
Introducción
El capital que chorrea sangre y lodo por todos los poros
DAVID PAVÓN-CUÉLLAR
NADIR LARA JUNIOR
I. PRESENTACIÓN
1
2 DE LA PULSIÓN DE MUERTE A LA REPRESIÓN DE ESTADO
pudiera dificultarse por la falta de una visión de conjunto sobre el campo teórico y
político en el que se desenvuelven las reflexiones. Esta visión es lo que intentaremos
ofrecer ahora, brevemente, a manera de introducción, intentando esbozar algunas de
las principales coordenadas y líneas de tensión en las que se despliega el trabajo
reflexivo de nuestros colaboradores.
Tras abordar las aproximaciones de Marx y Freud a la violencia, las
articularemos en torno al aspecto esencialmente mortal y mortífero del capital.
Veremos cómo este aspecto se manifiesta inmediatamente en la explotación capitalista
y de modo mediato a través de la represión de Estado en el capitalismo. Nos
detendremos en la particularidad de la violencia del capital en su fase avanzada
neoliberal, global o imperial. Todo esto, por último, nos permitirá situar el trabajo
reflexivo desarrollado en los nueve capítulos del libro. Terminaremos preguntándonos
si el psicoanálisis puede servirle actualmente al marxismo para justificar el empleo
revolucionario de la violencia en la historia.
violencia puede modificar el estado de la fortuna, pero no crear como tal la propiedad
privada” (p. 142). Los medios violentos, en otras palabras, no permiten producir la
propiedad, sino simplemente arrebatarla y hacerla cambiar de propietario. De ahí que
Engels afirme categóricamente que la propiedad “no aparece en la historia en modo
alguno como fruto del robo y la violencia”, ya que no puede llegar a ser violentamente
sustraída sin haber sido antes producida “por el trabajo” (pp. 141-142).
Engels (1878) intenta demostrar que la “violencia política directa” no es “la causa
decisiva del estado económico”, de la producción y la propiedad de lo producido, sino
que “se encuentra enteramente supeditada al estado económico” (p. 152). Para
demostrar su tesis diez años después de plantearla, Engels (1888) se vale de la historia
de Alemania en el siglo XIX, especialmente en tiempos del canciller Bismarck, y
muestra cómo los intereses materiales de la burguesía, todos ellos relacionados con la
producción y la apropiación, guiaron la práctica política de “la violencia a hierro y
sangre” (p. 208). Las guerras de Bismarck se explican así por ciertas condiciones
económicas en lugar de que sea la economía la que se explique por la política violenta
del canciller. La violencia, en este caso como en cualquier otro, no sería la causa de la
propiedad, sino más bien su consecuencia. Es, en efecto, en la esfera de la propiedad,
específicamente de la propiedad privada y del capital, en donde nosotros los marxistas
buscaremos el origen de la violencia.
como “trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando
trabajo vivo” (1867, p. 179).
En la teoría marxiana, como bien sabemos, el capital, a diferencia del simple
dinero, implica la extracción del trabajo vivo, o, en términos más precisos, la
explotación de la fuerza de trabajo para producir plusvalía, es decir, a fin de cuentas,
más capital. Digamos que el capital es siempre más capital, acumulación del capital,
capitalización. Es por esto que no consiste en una cosa estática, sino en un proceso
dinámico. Es valorización y revalorización de sí mismo por explotación de una fuerza,
fuerza de trabajo, que no es a su vez en sí misma, en términos estrictos, sino vida
reducida a la condición de mercancía, adquirida con el pago del bajo precio de su valor
de cambio en el mercado y explotada en su enorme valor de uso como fuerza de
trabajo. Esta explotación de la vida como fuerza de trabajo posibilita el funcionamiento
del capital mediante la producción de una plusvalía, de un excedente de valor, de más
capital. El producto, el capital sin vida, es aquello en lo que se transmuta la vida
explotada. El trabajo vivo se torna trabajo muerto. El trabajador se mata, se muere
trabajando, para mantener en funcionamiento al vampiro del capital.
no basta contar las muertes diarias por miseria, por desnutrición o por enfermedades
curables, sino que debería calcularse también, por lo menos, la diferencia de esperanza
de vida entre las clases favorecidas y las perjudicadas por la explotación capitalista.
Veríamos así que el capitalismo asesina prematuramente a decenas de millones de seres
humanos cada año. Comprenderíamos entonces que la violenta miseria del capital mata
más que la suma de todas las guerras del planeta.
Otra expresión violenta del capitalismo, seguramente la más reconocida,
formalizada y justificada, es la violencia represiva del Estado capitalista, el cual, en su
calidad de Estado, posee el “monopolio de la violencia física legítima”, según la famosa
fórmula de Weber (1919, p. 8). Esta idea, la más popular de su autor, ha terminado
identificándose con su nombre, pero no hay que olvidar que Weber, para formularla,
se inspiró de Trotsky, específicamente de su declaración en Brest-Litovsk: “todo Estado
está fundado en la violencia” (pp. 7-8). Tal declaración, a su vez, no era más que una
manera de resumir un principio básico del marxismo que ya era postulado por el joven
Marx (1843) en su lectura de Hegel y en su definición de la “esencia” del Estado como
“situación de guerra”, incluso en tiempos “de paz” (p. 335). En relación con la guerra,
como bien lo ha observado Walter Benjamin (1921), la paz misma del Estado no es más
que la “sanción necesaria a priori” de una “victoria” guerrera por la que ciertas
“relaciones”, como las violentas relaciones de explotación que existen en el capitalismo,
son reconocidas como un “derecho” (p. 178). De ahí que se necesite siempre de la
policía, la cual, en las democracias burguesas basadas en la explotación, “testimonia la
máxima degeneración posible de la violencia” (p. 183).
Los vínculos internos sustanciales del Estado con la violencia, pero también con la
explotación, quizás encuentren su mejor formulación marxista, la más despejada y
condensada, cuando Engels (1878) define el Estado como “una organización de la clase
en cada caso explotadora para mantener en pie sus condiciones externas de explotación
y, por consiguiente, para retener violentamente a la clase explotada bajo la férula
violenta de la clase explotadora (esclavitud, servidumbre, trabajo asalariado)” (p. 247).
Dado que la clase explotadora es actualmente la capitalista, Engels no duda en afirmar
que el “Estado Moderno”, el que él conoció y del que no hemos conseguido liberarnos a
través de ninguna utopía ideológica posmoderna, “es esencialmente una máquina
capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo como tal” (p. 245).
Si el Estado moderno es una máquina capitalista, es primeramente una máquina
de matar, de violentar, de reprimir. La represión de la máquina estatal del capitalismo
recurre a toda clase de crímenes políticos, asesinatos y desapariciones, vuelos y
escuadrones de la muerte, mutilaciones y violaciones, torturas físicas y psicológicas,
8 DE LA PULSIÓN DE MUERTE A LA REPRESIÓN DE ESTADO
Muchos de los grandes acontecimientos de nuestra época tan sólo tienen sentido
cuando son interpretados como demoliciones previas a la construcción del capitalismo
puro, neoliberal, global o imperial. Situándonos en la perspectiva de Hardt y Negri
(2000), esta “construcción del orden moral, normativo e institucional” de lo que ellos
nombran “el imperio” es el propósito final de la mayor parte de la violencia que marca
las relaciones internacionales de nuestra época y que ha revestido la forma de una
“intervención continua, tanto moral como militar”, que es “en realidad la forma lógica
del ejercicio de la fuerza que surge de un paradigma de legitimación basado en la acción
policíaca y en un estado de excepción permanente” (p. 59).
INTRODUCCIÓN * PAVÓN-CUÉLLAR / LARA 9
X. CONCLUSIÓN:
DE LA VIOLENCIA CAPITALISTA A LA ANTICAPITALISTA
Como hemos visto, los nueve capítulos del presente libro ilustran sus reflexiones con
ejemplos actuales de procesos, contextos o acontecimientos violentos como la guerra
en Siria y la muerte de Aylan en Turquía, la delincuencia y la represión en un barrio
marginal de Santiago de Chile, el asesinato y la desaparición de los estudiantes de
Ayotzinapa en México, la reducción de la edad penal y la retórica agresiva de la derecha
cristiana en Brasil, el maltrato de las mujeres en India, la autoinmolación de los
hombres de la finanza en Wall Street, los atentados a las Torres Gemelas de Nueva
York, las invasiones a Irak y Afganistán, y la inminente destrucción del planeta y de sus
habitantes. Semejante visión de nuestro violento mundo contemporáneo, además de
resultar desoladora, llama la atención por la falta de violencias revolucionarias que
planteen alternativas y que resulten irreductibles al ciclo violento en el que se insertan,
por un lado, el capitalismo explotador y su Estado opresivo, y, por otro lado, el crimen
y el terrorismo fundamentalista. Las únicas alusiones a esta otra violencia
14 DE LA PULSIÓN DE MUERTE A LA REPRESIÓN DE ESTADO
moderado y magnánimo” como “escribir una obra”, un libro como el presente (p. 27).
Y, sin embargo, el propio Mao (1930), aunque repudie la “tendencia a rendir culto a
los libros” que nos “divorcia de la realidad”, también reconoce que los “necesitamos” (p.
41). Pero los necesitamos en un sentido muy preciso: no como sustituto de una
realidad de la que podemos entonces divorciarnos, sino como parte de la realidad,
como su prolongación o continuación.
La realidad abarca también los capítulos del presente libro. Tal vez haya en ellos
ya el ejercicio práctico intelectual de una violencia revolucionaria que retorne la
violencia capitalista contra ella misma. Si así fuera, entonces estaríamos seguros de
haber empezado a resolver de algún modo el problema que investigamos. Y, al
empezar a resolverlo, tendríamos al menos la certeza de que empezamos a investigarlo,
ya que, a fin de cuentas, en una retroactividad materialista como la nuestra, “investigar
un problema es resolverlo” (Mao Tse-Tung, 1930, p. 39).
REFERENCIAS