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Andrés March 3,
Ortega 2020
Rueda de prensa de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en la presentación
de la nueva estrategia Configurar el futuro digital de Europa (19/2/2020). Foto: Foto: Etienne
Ansotte / EC – Audiovisual Service, ©European Union, 2020
Un ejemplo de falta de soberanía es el acuerdo nuclear con Irán. Los europeos, que eran
parte y lo impulsaron, lo intentaron salvar ante su denuncia por la Administración
Trump, pero al final se están teniendo que plegar a EEUU. ¿Acabará pasando algo
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equivalente con la prohibición estadounidense de Huawei en el 5G?
Europa, pese a lo que gasta –porque gasta poco y mal–, está en una situación de
dependencia militar de EEUU, y de colonialismo digital en cuanto a empresas digitales
estadounidenses (y cada vez más, chinas). Soberanía también significa el peso
internacional de las empresas de un país. Lo que no quiere decir que el gobierno
controle esas empresas. A menudo es casi lo contrario (muy propio del colonialismo, a
diferencia del imperialismo). Washington no controla a Apple, Google o Amazon, aunque
el Partido Comunista Chino sí lo hace con las empresas chinas. De las 10 mayores
primeras empresas del mundo, según Forbes, ninguna es europea (la primera, el Grupo
Volskwagen llega en el puesto 18). Aprender a hablar el “lenguaje del poder” y de la
geopolítica también implica para la UE lograr capacidades no sólo militares. Una de estas
capacidades sería que, para el final del mandato de la actual Comisión Europea, hubiera
al menos dos empresas europeas entre esas 10, aun a sabiendas de que no va a haber
ningún buscador o empresa europeos comparable a Google/Alphabet. Es necesario
inventar otras cosas y de eso van las propuestas de la Comisión de mirar no sólo al
mañana sino, sobre todo, al pasado mañana. En 2000, cuando aprobó la fallida
estrategia de Lisboa, la UE se planteó convertirse en “la economía del conocimiento más
competitiva y dinámica en el mundo” en 10 años. Veinte años después, el objetivo más
limitado es llegar a ser “un líder mundial en innovación en la economía de los datos y sus
aplicaciones”.
La soberanía europea tiene una dimensión interna. Mark Leonard y Jeremy Shapiro, del
European Council on Foreign Relations (ECFR), reconocen que “soberanía europea” es un
“término problemático” por parecer que se le quita a las capitales para recrearla en
Bruselas o Frankfurt, como ha ocurrido con el euro, con el que se ha recuperado
soberanía en detrimento de una sólo aparente soberanía nacional. La Comisión, en sus
citadas comunicaciones, menciona sin embargo el peligro de “fragmentación” entre
Estados miembros. Para superarla apoya acciones conjuntas concretas para una
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“cooperación más estrecha y eficiente entre los Estados miembros” en ámbitos clave, y
propone un nuevo sistema de gobernanza como un “marco de cooperación de las
autoridades nacionales competentes” para la Inteligencia Artificial.
Hacia adentro, esta integración no es, o no era, una disolución de la soberanía, sino una
soberanía compartida que debe acabar suponiendo más soberanía colectiva y su
recuperación, algo que se ve mal desde Washington, Pekín y Moscú. Alan Milward, en El
rescate europeo del Estado nación, señalaba en 1993 que la integración europea había
servido para reforzar a los Estados. Ya no es tanto verdad, por lo que hay que pasar a la
dimensión verdaderamente europea. Si queremos realmente una soberanía europea,
hay que pensar más en europeos desde la realidad europea y la nacional. Hay que
pensar en la razón de Europa, en el interés europeo como se piensa en la razón de
Estado o el interés nacional. Pero claro, no es posible con las divisiones existentes en
tantos asuntos entre los Estados miembros, ni con reglas de unanimidad, ni cuando se
está produciendo una transición en el poder en Berlín y el esencial eje franco-alemán
parece paralizado.
Todo esto no implica que Europa renuncie a la inevitable interdependencia global –la
Comisión aboga por una “cooperación internacional”– o a la alianza transatlántica con
EEUU, que va más allá de la OTAN. Pero muchos europeos, como señala un nuevo
estudio de Carnegie, han perdido confianza en Washington, con Trump en una
tendencia que se remonta incluso a un Obama poco interesado en Europa. Incluso si en
EEUU gana un demócrata en noviembre, no habrá una vuelta atrás a 2016 o antes, pues
“la confianza en el liderazgo de EEUU se ha visto irreparablemente dañada”. Y EEUU ha
cambiado. De ahí, también, este nuevo afán soberanista europeo.
Antes de hablar de soberanía europea hay que aprender a pensarla, y dotarse de los
instrumentos, de las capacidades, incluso de la forma de hacer negocios, para hacerla
posible. Se trata para los europeos de tomar en sus manos su propio destino, algo que
no hay que esperar, sino conquistar, y que lleva a repensar la integración europea para
otros fines que los originales. Pues no se fundó sobre esa idea de soberanía hacia
afuera. Pero el mundo ha cambiado. Todo un desafío colectivo.
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