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Diferencias.

Topografía de la arquitectura contemporánea Ignasi de Solá - M orales

TOPOGRAFÍA DE LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA

Situaciones: El papel de la crítica en la arquitectura ha variado a lo largo del siglo XX. Si analizamos lo que ha sido la
crítica arquitectónica desde los momentos de la vanguardia hasta la actualidad detectaremos situaciones cambiantes
y relaciones entre la producción y el consumo de la arquitectura ante las cuales el crítico ha tomado actitudes
diversas. Hubo una actividad crítica comprometida con el proyecto moderno. Legitimar las obras de la nueva
arquitectura. Desde Behne hasta Giedion, la crítica es cómplice del proyecto que intentan desarrollar los arquitectos
de la vanguardia. Su tarea es la de convencer, a una cultura no preparada para ello, de la novedad, bondad,
adecuación de los nuevos hallazgos. No hay distancia entre la teoría y la práctica; los objetivos de los arquitectos y
de los críticos coinciden. La pérdida de confianza entre estas dos partes tiende a alejarlos. Es la situación de
suspensión crítica que se produce en el clima posterior a la segunda GM. A esta perplejidad sigue una nueva
concepción de la crítica como crítica radical. En los años sesenta y setenta hemos vivido las continuas
descalificaciones globales a la actividad arquitectónica: los mensajes de funcionalidad, servicio público, racionalidad,
son un engaño. La crítica de la ideología arquitectónica es una llamada a que la actividad crítica se constituya en
denuncia, desenmascaramiento. El crítico se aleja de la práctica de la arquitectura. Más todavía, se alza contra ella.
La situación actual parece haber perdido el rigor y la seguridad del radicalismo sin haber sellado un nuevo pacto de
colaboración con la práctica. No hay sistemas generales ni de valores ni de principios políticos desde los que enjuiciar
la arquitectura. Esta, por otra parte, se muestra escasa y dubitativa a la hora de razonar sus propias propuestas. Más
que cuerpos teóricos lo que encontramos son “situaciones”. Una difusa heterogeneidad llena el mundo de los
objetos arquitectónicos. Cada obra surge de un cruce de discursos, parciales, fragmentarios. En estas condiciones la
crítica no puede ser otra cosa más que un sistema provisional. La explicación de la arquitectura no se hace de
manera arborescente. La arquitectura no es un árbol sino un “acontecimiento” resultante del cruce de fuerzas
capaces de dar lugar a un objeto. La crítica no es el reconocimiento de ramas, tronco y raíces, sino que ella misma es
también una construcción, producida para iluminar aquella situación.

Analizando edificios, estableciendo conexiones Se identifican cinco edificios de la década del 50 pertenecientes a la
arquitectura moderna (Mies, Kahn, Aalto, Coderch, y Gardella). Junto a estos cinco, se propone otra selección de
cinco edificios pero de la década del 80 (Tadao Ando, Herzog y De Meuron, Gehry, Baldeweg, y Siza). Una
preocupación común parece recorrer las obras de los años 50. No solo adecuar su forma a la definición de un
programa sino hacer del programa funcional un punto de apoyo de la forma del edificio. Funcionalista no quería
decir precisamente útil, práctico, eficaz. Proponía que el cometido funcional del edificio fuese explicito, comunicable,
reconocible. Una arquitectura nacida de la abstracción buscaba en el programa una de las razones de su justificación
formal. Las razones funcionales articulaban la forma arquitectónica. Criticado el Funcionalismo, en los años actuales
el mensaje de los edificios se produce mucho más mediato. A través de la noción de “carácter”, las obras actuales
despliegan su forma a través de contenedores formales. Las referencias al perfil elemental, las geometrías básicas
como referencias a lo congénito, la evidencia de los materiales como retorno a lo originario. Todos estos rasgos, que
ha experimentado el Minimalismo (Gehry, Siza, Ando, Herzog y De Meuron). La inseguridad con la que se plantea a la
arquitectura moderna la definición formal del objeto tuvo la respuesta de disolución del objeto en el paisaje.
Integración, continuidad, conexión entre interior y exterior, fueron los tópicos con los que se explicaron opciones en
las que la desmaterialización, fragmentación o camuflaje constituyeron estrategias recurrentes para la nueva
arquitectura. Hoy tampoco el paisaje constituye un fondo en el cual pueda pensarse que se inserta el objeto
arquitectónico. Procesos de “desterritorialización” colocan a los objetos arquitectónicos en nolugares, en no-
paisajes. Las arquitecturas contemporáneas surgen inesperadamente. Su presencia no está conectada a ningún
lugar. Se diría que estamos en el polo opuesto de la integración pintoresquista a la que aludíamos sino considerados
como las dos caras del mismo problema; ambas son manifestaciones de que el objeto arquitectónico ya no establece
una relación estable con su entorno. Hay un abandono del discurso artístico tradicional y en la preocupación por
toda suerte de fenómenos globales de percepción. Se ponía en crisis no solo la separación académica entre el arte y
la vida cotidiana sino también el final de una concepción según la cual el objetivo de la arquitectura era producir
efectos ligados a una idea de belleza como orden superior de lo estético formal. Esta percepción errática de la
realidad es un rasgo tan característico de nuestra crisis que la arquitectura lo manifiesta en multitud de aspectos.
Que lo inacabado, parcial, acumulativo, domina en un modo de hacer que se presenta como incapaz de proponer
niveles superiores de integración. Al desvanecerse estos ideales la tarea de la arquitectura se presenta frágil, como
una insuperable provisionalidad. De entre los ideales de la arquitectura moderna uno de los más celebrados por sus
exegetas ha sido el de la incorporación del movimiento y del tiempo como una cuarta dimensión. Significaba que la
arquitectura potenciaba los efectos de recorrido en su interior y exterior. La arquitectura era un espacio para la
movilidad. La arquitectura posterior a la segunda GM tiende a mostrarnos un molde negativo para nuestra
experiencia de la permanente movilidad. El espacio que antaño era capaz de desencadenaren el usuario experiencias
en el vacío, en la abstracta sinestesia de la percepción dinámico-temporal parece haberse vuelto menos proyectivo.
La calidad de la obra de arte y por tanto también de la arquitectura ya no puede medirse ni con un patrón objetivo ni
por la fuerza de la invención, de la novedad o de la peculiaridad del sujeto. De poco sirve hacer un diagnostico de la
situación actual si carecemos de una idea de salud compartida. La única tarea de la crítica es la de medir con toda la
precisión que sea posible el estado de cosas en el que nos hallamos. Publicar la cartografía de la arquitectura actual
es la única posibilidad de someterla al juicio de cualquiera, en cualquier tiempo y lugar.

LUGAR, PERMANENCIA O PRODUCCIÓN La noción de espacio como una categoría propia de la arquitectura es una
noción moderna. Como una estable determinación del universo tridimensional en el que nos movemos. A partir de
que el espacio puede ser considerado como una categoría de nuestra organización puede aceptarse como un dato
fijo ligado a anchura, altura y profundidad, entra en crisis una concepción del espacio y por tanto del lugar. La teoría
de la relatividad modificó la moderna noción de espacio, asociándola a la del tiempo. En el Cubismo las nociones de
espacialidad y la temporalidad estaban interrelacionadas.

Para la arquitectura la noción de espacio está ligada al desarrollo de la cultura moderna. Nuestras visiones lejanas y
próximas crean situaciones distintas en la experiencia de cualquier obra de modo que es el espacio percibido el que
finalmente determina dicha experiencia. Voluntad artística significaba que las obras de arte a lo largo de la historia
eran tales por una voluntad, un deseo de manifestar una visión del mundo no solo a través de símbolos sino de
nuevas y cambiantes experiencias espaciales. El espacio no era un dato inicial sino que resultaba de una proposición
arquitectónica. No eran la causa sino la consecuencia. Esta creatividad espacial debía producirse a través de
mecanismos psicológicos, ligada a la explotación de los mecanismos perceptivos del sujeto humano. El clima cultural
posterior a la segunda GM cambia la noción de espacio e inicia un proceso de revisión basado en el retorno a los
datos empíricos. La arquitectura está referida a las condiciones particulares concretas de cada situación dada en un
espacio y un tiempo preciso. No hay esencias universales sino existencias históricas, particulares y concretas. El
cambio que las filosofías existenciales introducen en la arquitectura europea y americana es mucho más radical que
lo que se pensó en aquellos momentos. La obra de Alvar Aalto, la de los nuevos fenomenólogos del Team X y del
historicismo italiano, significaban la entrada triunfal de la historia, de la complejidad estructural, del ambientalismo,
de la atención a las cualidades particulares por encima de los enunciados generales. Christian Norberg Schulz ha sido
el historiador y crítico que más claramente ha caracterizado esta posición. La arquitectura es vista desde la noción
central que encuentra en ella una actividad destinada a señalar lugares. La tarea de la arquitectura está siempre
anclada a algo previamente existente. La geografía y la historia se dan la mano en el lugar que determina la idea
general de espacio y tiempo. Con la noción de lugar como categoría central para la definición de la arquitectura han
pensado de forma central personas como Aldo Rossi o Robert Venturi. El primero ha teorizado la arquitectura como
un continuo retorno de arquetipos, de formas permanentes que constituyen su identidad mas allá de los cambios
solo aparentes. Ha habido una trivialización de los estilos históricos, y ésta es la parte mas banal de la cultura
posterior a la crisis existencialista, pero ha habido en Europa y en America un retorno sincero de los lenguajes ya
dados por el tiempo y la historia que ha producido una cultura conservadora de la ciudad, comprometida con
cualquier idea de recuperación, permanencia y rememoración del genio del lugar. Hoy la situación parece haberse
modificado. Estamos en la experiencia de una cultura mediática en la que las distancias se acortan hasta convertirse
en instantáneas y en la que la reproducción de las imágenes hace que éstas ya no estén ligadas a un lugar,
deambulan a lo largo y ancho del planeta. Al mismo tiempo la sociedad ha producido sentimientos de extrañeza
(“somos extranjeros de nuestra propia patria”). Somos bárbaros en lugares en los que se supone que deberíamos ser
ciudadanos. El fenómeno del deconstructivismo ha sido ilustrativo. Descomposición, distorsión, desplazamiento y
ambigüedad son valores comunes. Es una reacción al orden estructuralista, a la presencia de los arquetipos y a la
continuidad como valor primordial en el espacio. Las arquitecturas deconstructivistas han sido el correlato de una
situación cultural en la que cada vez mas la ausencia de principios se convierte en una experiencia sólo soportable
desde manifestaciones privadas de rechazo e individualismo. El formalismo de este fenómeno arquitectónico es más
un reflejo del vacío y del nihilismo cultural que una manifestación estética. En la arquitectura de estos últimos años
no hay lugares. Los monumentos para la memoria son arqueología. La noción de lugar aparece indisolublemente
ligada a la noción de tiempo. Los lugares de la cultura histórica han sido desafíos al tiempo, monumentos que
acumulan la memoria combatiendo el olvido. El lugar como fundamento, pertenece a culturas que encuentran la
identidad contra el paso del tiempo. Pero hay también una cultura del acontecimiento, capaz de generar momentos
energéticos, de tomar algunos de sus elementos para construir, desde el presente, hacia el futuro, un nuevo pliegue
en la realidad múltiple.

El acontecimiento es también un punto de encuentro. Finalmente el acontecimiento es una aprehensión, el


resultado de la acción de un sujeto que atrapa los acontecimientos que más le atraen para retenerlos. Este
pensamiento apunta hacia la idea de una arquitectura del acontecimiento. En un mundo consumidor de imágenes
existe, sin embargo, el acontecimiento arquitectónico. En los tiempos modernos, lo “sublime” constituye otra forma
de experiencia estética la cual es, de nuevo, un puro acontecimiento: que suceda algo nuevo, que se produzca un
mundo paralelo. Desde mil lugares distintos sigue siendo posible la producción del lugar. No como desvelamiento de
algo existente sino como la producción de un acontecimiento. No se trata de proponer una arquitectura efímera. El
lugar contemporáneo ha de ser un cruce de caminos que el arquitecto tiene el talento de aprehender. Es una
fundación coyuntural, un ritual del tiempo yen el tiempo, capaz de fijar un punto de intensidad propia en el caos
universal de nuestra civilización metropolitana.

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