Está en la página 1de 3

PALABRAS PARA JULIA

I
Como si viniera de romperme algo, la cabeza,
como si viniera regresando de lo más hondo
de mi vida: después de un solo instante 
que creí para siempre,
del mismo modo aquí me faltan nombres: Ausencia.
Voy cuidando las palabras: porque son serias,
porque he aprendido, a punta de experiencia,
que el riesgo es grande,
porque, aunque escasas, duelen, 
ciñen, rajan,
¡y transforman!, aunque por momentos
ya no duelan
ni transformen: aunque por momentos no parezcan otra cosa
que palabras. Y sin embargo el riesgo es grande,
y quien llegare a plantearse no morirse 
de experiencia, 
debe cuidar, ante todo,
de esto: de que no lo encuentren
las palabras: las mismas que alguna vez rajaron
su aburrimiento, su alegría o su tristeza.
El dolor desaparece,
las circunstancias se olvidan, casi siempre
porque sí, porque la Naturaleza
es piadosa… Pero no: no el dolor,
porque a pesar de todo
quedan las palabras, allí,
brillando oscuras, en medio o luminosas: renacen
desde el fondo del abismo, que recobra, de un momento a otro,
su nombre en ellas 
y nada más que en ellas.

Pero acaso no siempre


del mismo modo: quizás alguna vez
de otra manera: un metro más abajo: 
en el amor, y como nunca; y te mira de tal forma
que el pecho se te vuelve 
imposible, y uno por uno te arden los despojos, y presientes
sólo esto: apenas
algo: peso ingrávido, irreal, y sin embargo apenas
irreal: ni tan siquiera
nada, como ya lo quisiera el espíritu.

Pero el dolor sigue su curso: un poco más allá


del extremo, y así también el pecho
en la oscura falta de nombres: 
apenas tú, aquí: hacia abajo
un paso adelantándote.

Porque son ojos los que brillan


demasiado cerca: la cercanía 
de un cuerpo: un instante en la boca,
en los pies, en la cintura. Entonces algo
puede ser alegre:

entonces algo puede ser


su nombre propio: alguien, como nunca:
como siempre 
aquí:
en la más ingrávida incerteza.
II
Yo venía oscuro, sin nombres,
adelantándome a todo,
con la mirada puesta
en lo imposible, y nada más
que en lo imposible.

Así de pobre andaba cada día


por Santiago, por Berlín: a paso firme,
indiferente, sin nada a cuestas:
yo venía oscuro, y más que oscuro,
venía sobre todo
sin un nombre.

Y de pronto, tan de pronto,


que no es posible imaginar
otro tiempo posible; tan feliz de pronto,
como cuando nos parece
que todo lo anterior no ha sido nada,
o más bien desolación que irrumpe repentina
como un nunca más, como un ahora,
así, yendo yo sin nombres, de pronto
uno solo basta, uno solo,
para que tantas cosas vuelvan
a su nombre, para que no haya nada
indiferente, para que cada paso vibre, y tiemble,
y desvanezca 
en Santiago, en Berlín,
en Buenos Aires;
para que todas las ciudades 
de este mundo
se parezcan tanto a ti 
como mi pecho,
como tu terrible ausencia,
como la alegría que despunta y amenaza
con un rostro, una boca, una palabra,
con nada más que una mano
en medio de otra mano.

Yo venía oscuro, sin nombres,


hasta que de un momento a otro
de pie, y sin quererlo:
frente a frente me encontré contigo.

También podría gustarte