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I
Como si viniera de romperme algo, la cabeza,
como si viniera regresando de lo más hondo
de mi vida: después de un solo instante
que creí para siempre,
del mismo modo aquí me faltan nombres: Ausencia.
Voy cuidando las palabras: porque son serias,
porque he aprendido, a punta de experiencia,
que el riesgo es grande,
porque, aunque escasas, duelen,
ciñen, rajan,
¡y transforman!, aunque por momentos
ya no duelan
ni transformen: aunque por momentos no parezcan otra cosa
que palabras. Y sin embargo el riesgo es grande,
y quien llegare a plantearse no morirse
de experiencia,
debe cuidar, ante todo,
de esto: de que no lo encuentren
las palabras: las mismas que alguna vez rajaron
su aburrimiento, su alegría o su tristeza.
El dolor desaparece,
las circunstancias se olvidan, casi siempre
porque sí, porque la Naturaleza
es piadosa… Pero no: no el dolor,
porque a pesar de todo
quedan las palabras, allí,
brillando oscuras, en medio o luminosas: renacen
desde el fondo del abismo, que recobra, de un momento a otro,
su nombre en ellas
y nada más que en ellas.