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Nota del autor.- El siguiente texto forma parte de un apartado del Libro I (El
Nacionalismo como Filosofía política del Estado moderno), que forma parte del ensayo
NACIONALISMO Y REVOLUCIÓN. El Estado nación y el paradigma de la Revolución
Integral, de próxima publicación. Pero la actual situación de autogolpe del Estado
nacionalista español, bajo la excusa de“salvar al pueblo” (todos los Estados, cuando
aplican medidas totalitarias coercitivas, siempre lo hacen para salvar al pueblo),
requiere reflexión y acción por parte de todos aquellos que consideremos que hay que
ponerse, verdaderamente, del lado del pueblo y de la transformación completa de esta
mundo. Cuando la mayoría de los portavoces del Estado, los que hacen las severas
advertencias, anuncian las medidas represivas y someten a un terror psicológico a la
gente común, son generales del ejército y de la guardia civil, dirigidas políticamente por
las élites ideológicas de la izquierda pro-china y pro-rusa del PSOE y Podemos, no
podemos por menos que pensar en que ya estamos en un nuevo mundo. Es una nueva
guerra, del Mundo Feliz prometido con el Estadio de bienestar, estamos pasando ya a
1984, y las experiencias“revolucionarias”del pasado solo sirven para aprender, por
negativas. El siguiente texto fue terminado de redactar en diciembre 2019, salvo alguna
pequeña matización, a consecuencia de la entrada en la Nueva Era del Miedo.
El mundo existió antes que el hombre y seguirá cuando éste se extinga, más tarde o más
temprano. Sin embargo, en nuestro momento histórico lo decisivo no es el drama de la
crisis ecológica, con su gravedad. En el catastrofismo ecológico quien insiste es el
Estado, cuyo interés no va más allá de tratar de “meter en cintura” a las masas asustadas
y consumistas. Es cierto que el sistema biofísico del planeta no resiste la huella del
poder y del Estado (y no tanto por el efecto de los seres humanos, en sí, puesto que los
mitos de la superpoblación o la escasez se encuentran en declive), pero lo que hace el
Estado es ver en ello una oportunidad para hacer más negocios, para mejorar los
sistemas de dominio y alienación, a fin de perpetuar el control sobre los seres ya infra-
humanos. Y ahí cabe casi de todo, desde el control ciber de las conciencias, la
modificación genética, la tecnología nano, los coches eléctricos sin conductores, e
incluso, voladores, como ya hacen los chinos y la manipulación de los alimentos, de tal
forma que terminaremos comiendo como cerdos, una especie de pienso hecho a base de
polvo de insectos. Simplemente hemos llegado al umbral de 1984 y el Mundo Feliz, en
perfecta combinación. Todos los intelectuales y filósofos de la historia citados
solamente describen las tendencias de la alienación y la necesidad de domesticación de
los seres humanos, como ya pronostica Sloterdijk, con sus visiones neo-nihilistas, post
nietzscheanas y antropotécnicas, Pero, ¿y las soluciones? Esa parte no está escrita, y le
corresponde a la gente común, a los pueblos y comunidades. Si no nos dotamos de esa
perspectiva, nos quedaremos paralizados en el derrotismo y esperando la “salvación”
1
En referencia a la poética, y profundamente pesimista, de la descripción del mundo que hace Walter
Benjamin en su descripción del Ángelus Novus de Paul Klee.
por el Estado como animales de granja que han perdido al granjero. La única
propensión, visión, propuesta e iniciativa posible para apostar decisivamente, como
posibilidad, es que los pueblos sean capaces, previamente autoconstruidos,
autoconscientes y autoorganizados, de implementar una forma de convivencia
comunitarista, sin Estado, sin nación y sin capitalismo. El proyecto de la ilustración, y
su objetivo centrado en la modernidad, con su promesa de libertad y bienestar, sufre un
derrumbe que es ya evidente. Lo que está por decidir es si el camino a emprender por
los humanos en el presente y el futuro inmediato: o se está a las premoniciones de la
posmodernidad, es decir, en el dominio de esa visión del mundo donde no solamente
debamos asumir la muerte de dios, sino lo que es peor, aceptar también la muerte del
carácter único divino o natural del hombre, transformado éste en un producto
finalmente técnico. O bien, coger la historia en nuestras manos directamente, y
construir un mundo convivencial y natural.
No hay salidas fáciles para problemas complejos. Se debe impugnar toda una
cosmovisión y construir otra nueva, no solamente del proyecto de la modernidad, sino
también de las previsiones futuras de una visión posmoderna del mundo directamente
irracional y demencial. El mundo del horror nuclear del siglo XX, con su real
posibilidad de destrucción del todo (incluso, del propio Estado y del capitalismo), hizo
que los anhelos de dominio del poder cogieran por “otro camino”, el de la
monstruosidad técnico-científica2 del siglo XXI, donde no desaparece el poder,
precisamente, sino la esencia concreta humana y un planeta vivible.
Y esa es una de las razones que dan sentido a los capítulos siguientes. En definitiva, se
trata de enfrentar los dogmas de las ideologías de la modernidad con los fundamentos
reales del poder y del Estado, y comprender en ese contexto la necesidad de superar el
paradigma de la nación, definiendo una nueva forma de pensar y de realizar la libertad
de los seres humanos, de las comunidades y pueblos, pero sabiendo de antemano que
ese trabajo solo será una parte mínima, porque lo que se tiene que derrumbar es el
edificio entero de la ideología de la modernidad, en que el nacionalismo es solo una
2
Desde la biogenética, el Big Data, la alienación cibernéticas mediante las redes, la total deconstrucción
de los seres humanos con las políticas genocidas de género, tráfico de migrantes, unificación de lenguaje,
culturas y etnias y la asunción interiorizada del sufrimiento humano, que ya no será “castigo de Dios”, ni
siquiera de la “injusticia social”, o la destrucción del planeta, sino que debe ser asumido como algo
inevitable, como si de un meteorito se tratara, provocando la sumisión y el suicidio social de la gente.
parte. La concepción del mundo de la religión trajo consigo el espejismo de una visión
divina del hombre y del mundo; la muerte de dios de la modernidad, pretendió ser
compensada con el ideal del bienestar y la felicidad corpórea. Hoy, superadas ya con
creces esas dos visiones, el sistema de poder (bajo la versión posmoderna) nos acerca
directamente a la necesidad de asumir “idea” de la “realidad”, que aceptemos que el
infierno está en la Tierra, donde lo monstruoso ha ocupado el lugar de lo divino.
Volvemos a Hobbes.
Karlos Luckas
3
Op. Cit., M.A. Cabrera (2015).