INSTITUCIONES
Constanza Salgado
Profesora, Universidad Adolfo Ibáñez
1
Una de las razones de esta influencia tiene que ver con la dimensión distributiva de la
justicia que Rawls rescata como parte crucial de una teoría liberal de la justicia. Como se
sabe, Teoría de la Justicia ha dado lugar en Estados Unidos a una vasta tradición
denominada “liberalismo igualitario”, tradición que se inicia con Rawls (aunque quizá un
poco antes, con el no tan famoso pero sí importante trabajo de Bernard Williams "The
Idea of Equality" (1962) pero que a la vez nutre sus fuentes iniciales con los trabajos de
Dworkin, “What is equality? Part 1: Equality of welfare” y Part 2: Equality of resources”
(1981) y luego en Sovereign Virtue (2000) y con los trabajos de Amartya Sen (especialmente
con su trabajo "Equality of What?" en The Tanner Lectures on Human Values, 1980). Con
posterioridad, un sinnúmero de autores han participado de la discusión “liberal igualitaria”
y de lo que se denominó “igualitarismo de la suerte” (cuyo punto de referencia también
puede ser encontrado en Teoría de la Justicia). Uno de los trabajos mejor logrados respecto a
esta discusión y que por lo demás comparto en términos generales, es el de Elizabeth
Anderson: “What is the point of equality?” (1999). Por supuesto, en este pie de página no
pretendo dar cuenta de todas las discusiones en torno a la igualdad a las que Teoría de la
Justicia dio inicio, que son bastantes y que en muchos casos siguieron sus propios rumbos,
independizándose de los términos planteados por Rawls. Lo que sí es que Rawls, sin duda
alguna, abrió el espacio para la pregunta por la igualdad (y la justicia distributiva) al interior
de la filosofía política estadounidense, principalmente.
2
El neoliberalismo de Friedrich Hayek se plasmaría durante esa misma década (1970) en
Law, Legislation and Liberty, un libro publicado en tres volúmenes sucesivos: Rules and Order
(1973), The Mirage of Social Justice (1976) y The Political Order of a Free People (1979).
3
Rawls (1995) 17 (énfasis agregado). Según Rawls, en la posición original las personas
rechazarían el principio utilitario en pos de otros principios de carácter deontológico.
4
Se trata del contractualismo de la tradición que se remonta a Hobbes y Locke como sus
más populares exponentes. El “contrato” que todos estos autores imaginan y que ha de
pactarse en la posición original (o “estado de naturaleza”, como lo llamarían Hobbes y
Locke) es más bien un recurso metodológico que opera como hipótesis y no una situación
real o histórica. A mi juicio, se trata de una premisa racionalista cuyo objeto es mostrar
qué es lo que sería racional pactar en determinadas condiciones.
5
Rawls (1995) 67-68. En general sobre los principios acordados, capítulo II.
6
Como se sabe, según Rawls (1995) estos principios han de ser lexicográficamente
ordenados, es decir, “habrán de ser dispuestos en un orden serial dando prioridad al
primer principio sobre el segundo. Esta ordenación significa que las violaciones a las
libertades básicas iguales protegidas por el primer principio no pueden ser justificadas ni
compensadas mediante mayores ventajas sociales y económicas” (68).
de modo tal que a la vez (a) vayan en mayor beneficio de los menos
aventajados y, (b) se vinculen a empleos y cargos asequibles a todos7.
1. El principio de la diferencia
7
Nótese que la desigualdad sólo es aceptada cuando se trata de la distribución de recursos,
mas no cuando se trata de la distribución de libertades políticas. Como señala Norman
Daniels, las teorías liberales se caracterizan por considerar una distribución igual de
libertades políticas (Hobbes, Locke, Mill) mas no una igual distribución de ingresos o
riqueza. Las teorías liberales, de las que Rawls no escapa, no consideran como una
cuestión relevante la desigualdad en la distribución de ingresos, riquezas, poder y
autoridad. Según Norman Daniels el planteamiento de ambos principios es inconsistente:
nuestra experiencia nos ha mostrado que la desigual riqueza y el desigual poder que la
acompaña, tiende a producir desigual distribución de libertad. Por ejemplo, el sufragio
universal garantiza al rico y al pobre igualdad en el voto. Sin embargo, según Daniels, el
rico tiene más posibilidades que el pobre de elegir candidatos, incidir en la opinión pública
e incluso influenciar a quienes posteriormente son democráticamente elegidos. Véase
Daniels (1989) 253-81.
8
Rawls (1995) no utiliza el término “lotería social”, pero se refiere a ella cuando habla de
que la clase social o las contingencias sociales no han de determinar distribuciones
desiguales. Sin embargo, lo más innovador en este punto es su referencia a la “lotería
natural”, ya que “aun si funcionase a la perfección eliminando la influencia de las
contingencias sociales, de todas maneras permitiría que la distribución de la riqueza y del
ingreso fuesen determinadas por la distribución natural de capacidades y talentos. Dentro
de los límites permitidos por las condiciones subyacentes, las porciones distribuidas se
deciden conforme al resultado de una lotería natural; y desde una perspectiva moral este
resultado es arbitrario” (79).
9
Rawls (1995) 106 (énfasis agregado).
10
Rawls (1995) 106 (énfasis agregado).
11
Nótese aquí que Rawls no propone un criterio que restrinja o limite las desigualdades
que el principio de la diferencia admite. Tal como Norman Daniel (1989) lucidamente
señala, “Rawls no ofrece argumentos que desde el punto de vista de las ciencias sociales
sea capaz de demostrar o incluso esté diseñado para demostrar que las grandes y
significativas desigualdades siempre fracasarán en satisfacer el segundo principio” (254).
12
Véase las notas 21 y 23.
13
Esta es una idea que Rawls ya había trabajado en 1955 en uno de los artículos, en mi
opinión, más importantes acerca de instituciones, reglas y su aplicación a casos
particulares. El artículo al que me refiero es “Two concept of rules”, publicado en Rawls
(1955).
14
Rawls (2005) 264-5 (énfasis agregado).
15
Rawls (1995) 20.
16
En ese libro, Hayek señala que, después de una cuidadosa consideración, ha llegado a la
conclusión de que la diferencia entre el enfoque de Rawls y su propio enfoque es más
terminológico que sustancial. Pese que a primera vista esto no pareciere así, según Hayek,
si uno se fija bien, ambos estarían de acuerdo en el punto central (de hecho, a Hayek le
parece que Rawls ha sido ampliamente mal entendido en este punto). Hayek es en
extremo parco en explicar cuál es el punto de acuerdo, pero básicamente sería que ambos
entienden que la tarea de seleccionar sistemas distributivos específicos debe ser
abandonada, no sólo por incorrecta sino que también por ser una tarea imposible. Para
Hayek los principios de justicia de Rawls establecen determinadas restricciones que ciertas
instituciones han de satisfacer y que si se satisfacen, las distribuciones resultantes,
cualesquiera que sean deben ser aceptadas como justas o en otras palabras, que no hay
queja válida respecto a las mismas. Véase Hayek (1998) 100.
fría17. Pese a dichos méritos (y a todos los que sus seguidores podrán añadir),
el principio de la diferencia es un principio cuyo objeto no es eliminar la
desigualdad sino más bien eliminar o reducir la pobreza, es decir, ayudar a quienes
están peor18. Porque nótese que, de acuerdo al principio de la diferencia, la
desigualdad siempre está justificada si es que a través de ella mejoran los más
pobres (aunque mejoren mucho menos de lo que se benefician quienes
están mejor): sobre esta base, está justificada, por ejemplo, la renta del
capitalista si es que a través de su producción empresarial aumenta la base
imponible sujeta a impuestos (los que como veremos han de ser bajos, para
que tenga incentivos en seguir produciendo), y dicha recaudación impositiva
después se transforma en políticas públicas focalizadas en quienes están
peor. Así, Rawls neutraliza de alguna forma la demanda de igualdad con “un
17
Estados Unidos estaba en deuda frente a una Europa bienestarista, social demócrata,
que había avanzado en “justicia social” sin caer en los “socialismos reales”.
18
Al respecto, cabe hacer dos precisiones conceptuales. En primer lugar, como se señaló,
de acuerdo al principio de la diferencia, las desigualdades se justifican en la medida en que
vayan en mayor beneficio de los “menos aventajados”. El término que utiliza Rawls,
entonces, es “menos aventajados” o “menos favorecidos”. Con ánimo de precisión pero
sin profundizar Rawls (1995) señala que los menos aventajados son “aquellos que son los
menos favorecidos por cada una de las tres clases principales de contingencias. Siendo así,
el grupo incluirá a las personas cuyo origen familiar y de clase es más desventajoso que el
de otros, a quienes sus dotes naturales (realizadas) les permiten vivir menos bien, y
aquellos a quienes en el curso de su vida la suerte y la fortuna les resultaron adversas”
(100). En este trabajo vinculo a los “menos aventajados” con los más pobres y por eso, en
muchas partes, me refiero a los “más pobres” en vez de a los “menos aventajados”. Sin
embargo, se puede afirmar que “ser pobre” es una consecuencia directa de ser “menos
aventajado”, a menos que se afirme que “ser pobre” puede tener como causa la mera
flojera (por lo demás, en términos de Rawls, ser “flojo” es carecer de ciertas habilidades
que azarosamente distribuye la “lotería natural”). Por supuesto, el concepto de “menos
aventajado” es más amplio que el concepto de “pobre” y también más neutral. En
segundo lugar, el objeto de referencia del principio de la diferencia es identificado por
Rawls en general con los ingresos y la riqueza, pero también con otros bienes primarios.
Sin embargo, Rawls no es del todo claro acerca de cuáles bienes primarios han de formar
parte de una teoría de la justicia. Pareciera, en todo caso, que Rawls excluye lo que llama
bienes primarios naturales cuando señala que “otros bienes primarios tales como la salud y
el vigor, la inteligencia y la imaginación, son bienes naturales; aunque su posesión se vea
influida por la estructura básica, no están directamente bajo su control”. Véase Rawls
(1995) 69.
19
Atria (2010) 53.
20
Atria (2010) 54.
21
Rawls (1995) incorpora en el principio de la diferencia, el principio económico del
“óptimo de Pareto”, llamándolo “principio de la eficiencia”. Rawls señala “existen muchas
configuraciones eficientes de la estructura básica. Cada una de ellas especifica una división
particular de las ventajas de la cooperación social. El problema es escoger entre ellas,
encontrar una concepción de la justicia que seleccione una de estas distribuciones
eficientes como también justa” (76, énfasis agregado). Por esta razón, Rawls incorpora al
óptimo de Pareto su segundo principio de la justicia, ya que “el principio de eficiencia no
puede servir por sí solo como concepción de la justicia. Por tanto, deberá ser
complementado de algún modo” (77). No es el tema de este trabajo la vinculación entre
ambos principios. Pero, puede notarse que hay al menos un sentido en que el principio de
la diferencia niega el óptimo de Pareto. Esto sucede cuando Rawls, a la luz del principio
de la diferencia, niega ciertas distribuciones (posibles) que benefician a los más
favorecidos y que no mejoran la posición de los menos aventajados. Esto supone una
comprensión más bien fuerte del principio de la diferencia; una que niega desigualdades
que se fundan en la mejora de los más aventajados pero que dejan en la misma posición a
los peor situados.
22
Nótese que la distribución 35X para A y 35X para B es una cuyo producto final es
menor (70X) que la distribución 50X para A y 50X para B, que da una producción final de
100X. La razón de la diferencia es que, bajo un sistema económico capitalista, la forma de
26
Atria y Michelon (2007) 217 (énfasis agregado).
27
Rawls (1995) 104.
28
Rawls (1995) 106 (énfasis agregado).
29
Según Cohen (2001) “la desigualdad no sólo está justificada, sino que es justa, para
Rawls, cuando (y porque) es necesaria para ese fin, en virtud de la influencia benigna que
sobre la motivación productiva tienen los incentivos materiales asociados a la desigualdad
económica. Rawls presenta eso como justificación normativa de la desigualdad […] (pero,
como argumentaré) el caso rawlsiano de la desigualdad está mejor caracterizado como una
defensa meramente fáctica de tal desigualdad” (164-5).
30
Lizárraga (2011) 118 (énfasis agregado).
31
Rawls (1995) 83.
32
Como se señaló al inicio, el principio de la diferencia se determina bajo dos condiciones:
la posición original y el velo de la ignorancia. Sin embargo, la pregunta interesante es por
qué las personas pactarían (en esas circunstancias) este principio y no otro, de carácter más
igualitario. En términos generales, la razón que se propone en este trabajo es que este
principio sería pactado porque refleja la conducta racional y desinteresada que tienen los
agentes en las circunstancias en que se ha de determinar qué principios de la justicia
pactaríamos. Para Rawls es racional y forma parte de la subjetividad humana básica el que
las personas requieran incentivos para producir, uno de los cuales, por supuesto, es
llevarse la parte más grande de la producción. Nótese en todo caso que lo importante no
es lo que las partes pactarían realmente o lo que debieran pactar idealmente, sino que lo
que es racional, en términos económicos, pactar. Como señala Rawls (1995) “Se podría
pensar que el ideal de los individuos sería el deseo de servir unos a otros, pero dado que
suponemos a las partes mutuamente desinteresadas, su aceptación de estas desigualdades
económicas e instituciones equivale tan sólo al reconocimiento de las relaciones de oposición
en las que se halla el hombre en las circunstancias de la justicia” (148, énfasis agregado).
33
Rawls (2005) 263-4 (énfasis agregado).
34
Levine (1993) 185.
35
Nozick (1999).
36
Como señala Cohen (2001) “La desigualdad no sólo está justificada, sino que es justa,
para Rawls, cuando (y porque) es necesaria para ese fin, en virtud de la influencia benigna
que sobre la motivación productiva tienen los incentivos materiales asociados a la
desigualdad económica” (163).
37
Stiglitz (2000) 112 y ss.
38
Wittgenstein (2002) párrafo 217.
39
Rawls (1995) 126-9.
40
Rawls (1995) 126.
41
Rawls señala además que se trata de individuos que son semejantes en capacidades
físicas y mentales (ninguno puede por sí solo dominar al resto), y que son además
vulnerables ante el ataque de los demás.
42
Rawls (1995) 127.
43
Rawls (1995) 26 (énfasis agregado).
44
Según Rawls y Cohen, para Marx sólo cuando se vean derrotadas las circunstancias objetivas de la
justicia, es decir, sólo cuando la escasez sea superada, será posible la igualdad. Por esta razón, Rawls y
Cohen afirman que el comunismo (en su fase superior) es una sociedad que está “más allá
de la justicia”. Ambos autores imputan a Marx una confianza excesiva en un futuro de
abundancia. En efecto, según ellos, lo que prevé el marxismo es que existirá un excedente
tan masivo que la lucha de clases expirará por falta de razones para su existencia. Cohen
cifra estas críticas, principalmente, en un texto de 1990, “Self-ownership, communism and
Equality” y cinco años más tarde en su libro Self-ownership, Freedom and Equality. Rawls, por
su parte, cifra este análisis de Marx en sus Lectures on the History of Political Philosophy. A mi
juicio, esta comprensión de Marx es del todo incorrecta. No hay en la Crítica al Programa
de Gotha, que es el texto donde Rawls y Cohen creen ver un excesivo optimismo en la
abundancia, nada que induzca a pensar que el comunismo en su fase superior sólo será
posible si es que no existe escasez. Una notable explicación sobre la comprensión de la
abundancia en Marx es posible encontrar en Geras (1989).
45
Cuando Rawls trata la posición original (capítulo III) trata, una a una, las condiciones
que caracterizan la situación inicial: las circunstancias de la justicia, las restricciones
formales del concepto de lo justo, el velo de la ignorancia y la racionalidad de las partes
contratantes.
46
Rawls (1995) 128 (énfasis agregado).
47
Rawls (1995) 129 (énfasis agregado).
48
Atria y Michelon (2007) 224.
49
Ibidem.
50
Como se verá hacia el final de este trabajo Rawls no solo toma como dadas las
motivaciones de las personas sino que también las principales instituciones que forman
parte de la estructura social, a saber, la propiedad privada (en su extensión actual, sobre,
casi todas las cosas, pero en especial los medios de producción) y el mercado.
51
Bertram (2008) 105.
52
Cohen (2008) 116. Una frase similar, en Cohen (2011): “los principios de justicia
distributiva -es decir los principios sobre la distribución justa de beneficios y cargas en la
sociedad- se aplican, allí donde lo hacen sobre aquellas opciones de la gente que no son
obligatorias desde un punto de vista legal. Afirmo que esos principios se aplican sobre las
opciones que la gente realiza dentro de estructuras que son coercitivas desde un punto de
vista legal y sobre las que, como todo el mundo estará de acuerdo, se aplican (también)”
(166).
53
Lizárraga (2011) 116.
54
Cohen (2001) 173.
55
Cohen (2001) 174.
56
Cohen (2001) 181-199. Pero de hecho, el mismo Rawls (1995) lo reconoce cuando
señala que “reconozco que el concepto de estructura básica es algo vago. No está siempre
claro qué instituciones o cuáles de sus rasgos deberán ser incluidos” (22).
57
Cohen (2001) 184.
58
Rawls (1995) 62 (énfasis agregado).
59
Rawls (1995) 99 (énfasis agregado).
60
Cohen (2001) 186.
61
Cohen (2001) 186.
62
Rawls (1995) 20 (énfasis agregado).
63
Rawls (1995) 244.
personas que desean ser estos integrantes, así como la clase de personas
que ya son. La estructura social también limita las ambiciones y
las expectativas de las personas de diversas maneras; porque,
con toda razón, se verán a sí mismas, en parte, según su
posición en esa estructura y tomarán en cuenta los medios y
oportunidades que pueden esperar en forma realista”64.
En este sentido, un régimen económico, por ejemplo, no es sólo un
esquema institucional para satisfacer deseos y aspiraciones que ya existen,
sino que también determina el tipo de aspiraciones y deseos que las personas
tendrán en el futuro, porque, de alguna forma,
“[...] el cómo los hombres trabajan en conjunto para
satisfacer sus deseos presentes afecta los deseos que tendrán
después, la clase de personas que serán. Estos aspectos son
perfectamente obvios y han sido siempre reconocidos por
destacados economistas tan diferentes como Marshall y Marx.
Como los esquemas económicos tienen estos efectos, y deben
tenerlos, la elección de estas instituciones supone una
concepción del bien humano y de los proyectos de las
instituciones para conseguirlo”65.
Si esta es la imagen que Rawls tiene de las instituciones, de su poder y su
fuerza en la formación del “tipo de personas que somos” y del “tipo de
personas que seremos”, no puede sino parecer extraño que luego asuma los
incentivos como parte del principio de la diferencia sin una cláusula de
reserva (relativa a su transitoriedad) o bien no acote su teoría a sociedades
con formas de vida que favorecen la existencia de tales incentivos. Porque
como hemos visto, indudablemente, Rawls tiene razón en su explicación de
la importancia de las instituciones. La razón es que las instituciones no sólo
forman parte sino que configuran en gran medida nuestras formas de vida y
de interacción.
El segundo error de Rawls es sentar su teoría de la justicia sobre la base de
las instituciones actualmente existentes, ignorando la posibilidad de otros arreglos
64
Rawls (1995) 253 (énfasis agregado).
65
Rawls (1995) 244.
66
Polanyi (2007) 87 (énfasis agregado).
67
Rawls (1995) 249.
68
Rawls (1995) 249.
69
Morris Cohen (1927) en un interesantísimo trabajo devela cómo el dominio sobre las
cosas puede transformarse en imperio sobre los demás seres humanos.
70
Para un marxista toda exhortación fundada en la moral es irrelevante, porque como se
sabe, el problema no está en el nivel de la consciencia sino que en el de la existencia. El
problema no es que las personas actúen inmoral o injustamente a nivel individual, sino
que el problema es la estructura económica, de la cual deriva el sistema moral. El
marxismo es un sistema de pensamiento materialista, es decir, no funciona en base al
razonamiento moral.
71
Cohen (2001) 152.
72
Cohen (2001) 17.
73
Atria (2000) 20.
Cohen crítica los incentivos que exigen los aventajados pero no se detiene a
pensar cuáles son las circunstancias que los hacen probables, ni tampoco a
observar que hay ciertas motivaciones, actitudes y relaciones sociales que se
ven favorecidas e incluso premiadas bajo las principales instituciones que
forman nuestro sistema social y económico.
Cohen tiene razón en que el principio de la diferencia se ha de aplicar a
prácticas sociales, pero la vía para hacerlo es bajo un entramado de
instituciones de ciudadanía, que hagan posible y probable que nos
entendamos como iguales, no a través de una prédica que nos recomiende
hacerlo, pese a que ciertas condiciones institucionales lo hagan improbable.
74
Eagleton (2011) 94 (énfasis agregado).
75
Eagleton (2011) 95.
76
Atria (2000) 18.
77
Atria (2014) 126.
78
Como se sabe, el sistema educativo chileno se estructura sobre la base de la libertad de
los oferentes de servicios educacionales de poder cobrar por los mismos y la libertad de
los padres de pagar la cantidad de dinero que corresponda a sus ingresos y su riqueza.
Esto se observa cuando vemos que(i) Los establecimientos educacionales cobran a los
estudiantes por la provisión de educación que ofrecen; correlativamente los estudiantes y
sus familias pagan el precio que, por supuesto, más se ajuste a su capacidad económica; (ii)
los establecimientos educacionales pueden elegir a quienes ofrecer sus servicios y a
quienes excluir; (iii) los dueños de los establecimientos educacionales pueden operar
respecto a estos como si se tratase de un emprendimiento económico, es decir, como un
negocio que permite su enriquecimiento. Como se ve, esta no es sino la forma básica de
operación que tiene el mercado. Pero como hay algunos que no pueden pagar nada
(realmente significativo) por educación, y se trata de un bien importante, es el Estado el
que tiene el deber de subsidiarlos para que puedan hacerlo. De esta forma, quienes no
tienen cómo pagar por educación asisten a escuelas municipales, donde reciben una
educación equivalente a la subvención base (es decir, entre 50 y 60 mil pesos
aproximadamente); quienes pueden hacer algún aporte monetario, asisten a las escuelas
particulares subvencionadas que exijan el nivel de aporte que esos padres pueden pagar; y
finalmente quienes pueden pagar enteramente por la educación de sus hijos, los cuales
asisten a colegios particulares pagados. Algo equivalente puede decirse respecto a la salud.
En Chile el sistema de salud se estructura bajo dos subsistemas: un subsistema privado de
salud que permite a toda persona (que tengo cierto nivel de renta) acceder al mercado para
comprar seguros de salud individuales, adecuados a su capacidad de pago, y un subsistema
público, para quienes no son capaces de contratar en el mercado seguros privados. Esto
lleva a que el sistema público reciba al sector de la población más riesgoso y de los
quintiles más bajos (ya que los seguros privados no tienen obligación de aceptar ni a
quienes presentan riesgos serios ni a quienes no pueden financiar el seguro). Por su parte,
los más ricos y menos riesgosos aseguran sus riesgos a través de contratos privados con
las aseguradoras, denominadas Isapres.
Las instituciones que encarnan las exigencias que los derechos sociales nos
plantean son un buen ejemplo del tipo de instituciones que favorecen una
imagen igualitaria y no individualista de nuestra vida en común. La razón es
que los derechos sociales contienen no sólo un reclamo de bienestar en
ciertos ámbitos esenciales (educación, salud, vivienda, previsión, etc.) sino
que una demanda de igualdad que ha de plasmarse, precisamente, en esos
ámbitos.
En palabras del sociólogo inglés Thomas Humphrey Marshall en su famoso
ensayo Ciudadanía y Clase Social, los derechos sociales pueden entenderse (y
se han entendido), básicamente, de dos formas distintas. Por una parte,
“[...] los derechos sociales eran mínimos y no estaban
integrados en el edificio de la ciudadanía. El objetivo común
del esfuerzo legal y voluntario era aliviar la molestia de la pobreza
sin alterar el modelo de desigualdad, del que la pobreza era el
resultado más obviamente desagradable”79.
Por la otra, según Marshall, “ [...] la reducción de las diferencias de clase es aún la
meta de los derechos sociales, pero ha adquirido un nuevo significado, porque no
se trata sólo de acabar con la miseria obviamente desagradable de los
79
Marshall (1992) 51 (énfasis agregado).
80
Marshall (1992) 52 (énfasis agregado).
81
Marshall (1992).
82
Marshall (1992).
83
Atria (2014) 55.
recursos disponibles”84. Los derechos sociales son así, precisamente, una forma
de enfrentar la escasez radicalmente distinta a la que el mercado propone.
Los derechos sociales, entonces, contienen un criterio de distribución
igualitario, paralelo al mercado. Los mismos exigen el diseño de
instituciones que encarnen nuestro igual status. ¿Qué instituciones permiten
esto? La respuesta, nuevamente, no es novedosa (al menos en la tradición
social-demócrata): se trata de instituciones configuradas como sistemas
prestacionales universales, financiadas con impuestos (generales o
específicos). En este sistema, el acceso y calidad de las prestaciones no está
condicionado a la capacidad de pago, sino a la necesidad de quienes las
requieren. Esto, por supuesto, no significa afirmar que todos tienen derecho
a todo, negando así la escasez. Es evidente que tratar a algo como un
derecho social no implica que cada uno tenga derecho a todas las
prestaciones que desee. Lo que quiere decir es que las prestaciones no han
de distribuirse entre todos según lo que cada uno pueda dar a cambio, sino
según un criterio cuya aplicación sea consistente con reconocer a todos el mismo
derecho. Así también, que el criterio descanse en el igual derecho de todos no
implica, por supuesto, que se debe dar a todos lo mismo, sino que todos han
de tener el mismo acceso a las prestaciones según sus necesidades.
Lo que es interesante notar es que los derechos sociales redefinen la
comprensión que tenemos de los impuestos, y por tanto, redefinen su
justificación. Ésta ya no se encuentra en el interés individual de quien los
paga85: los impuestos ahora se justifican porque hacen posible los derechos
84
Atria (2014) 55.
85
Esta justificación de los impuestos opera sobre la base de lo que se denomina “principio
del beneficio”: los impuestos se justifican en atención al beneficio personal que recibe por
parte del Estado quien los paga. Esta comprensión de los impuestos es parte del sentido
común si se observa que la entrega de prestaciones sociales a quienes lo necesitan se
justifica en el hecho de que éstas también van en beneficio de los que si bien las financian,
no las reciben directamente. Si miramos alrededor, nuestros impuestos financian no solo
bienes públicos en sentido estricto, sino también varias instituciones, prestaciones y
transferencias que confieren beneficios sociales esenciales a quienes no tienen capacidad
de obtenerlos en el mercado. Ahora bien, ¿por qué habrían de proveerse dichas
prestaciones con cargo a impuestos? La comprensión común de los impuestos logra dar
una respuesta. En principio no hay problema con que el Estado asegure a todos ciertos
mínimos sociales que protejan contra la pobreza, si estos van en el interés de la propia
estabilidad del Estado. De esta forma, hay espacio para derechos a un mínimo para los
más pobres porque así se hace posible exigirles el reconocimiento de la autoridad del
Estado. Nótese en todo caso que la lógica es que esos beneficios sociales se entregan a los
pobres en la medida en que dicha entrega beneficia a los ricos: los beneficia porque
permiten la subsistencia del Estado, y especialmente el resguardo de los intereses
particulares de los más aventajados. Véase Salgado y Atria (2014) 64-65.
86
Para el argumento general de la relación entre derechos sociales e impuestos, véase
Salgado y Atria (2014) 53-80.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS