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El ejercicio del derecho por parte de los abogados se encuentra integrado a un

determinado contexto, por lo cual nos preguntamos si es posible ser un hombre de Fe y


ejercer la profesión.

El interrogante surge de la apreciación de un modo de vida actual de la sociedad alejado


de valores humanos fundamentales y más aún de Dios, fenómeno que se refleja en
nuestras instituciones y que vemos avanzar en forma cada vez más creciente.

Ante esta triste realidad, un primer paso para lograr el ejercicio de la profesión sería
hacernos fuertes en nuestros valores, volver al origen de nuestras creencias para
fortalecer nuestra Fe, transitando el camino de la fenomenología de la Fe, entendida esta
como el proceso humano que va desde la fe-confianza a la fe religiosa, primero tratando
de entender cómo a partir de la experiencia cotidiana, que parte en confiar en el otro y en
los otros, familiares, amigos, sociedad, para llegar a comprender la fe en Dios, la fe como
respuesta al llamado de Dios.

En este camino debemos partir de la convicción intima, personal, aquella de donde nace y
se asienta el objeto de nuestra creencia, formada por diferentes modos de conocimiento,
ya sea conocimiento científico, conocimiento intelectual, conocimiento experiencial,
conocimiento personal-relacional, lo que nos lleva a una forma original de conocer, que es
“creer”.

“No podemos vivir sin creer en lo que dicen los demás. La fe-confianza es importantísima
en la vida de cada día. Esta confianza es la base de la sociedad y por eso la mentira es
algo grave en la vida social. La franqueza es la primera forma de honradez.”1

A la formación de este “creer-confiar en los otros” debemos sumarle el “creer-confiar en


los valores”, todos nosotros tenemos discernimiento, es decir, sabemos qué está bien y
qué está mal y tendemos hacia lo bueno.

Ninguno de nosotros puede vivir sin un mínimo de valores. Hay cosas que me
deshonrarían ante mis propios ojos si yo las hiciera. Aunque a veces sea débil y atente
contra ciertos valores, mi juicio sobre esos valores sigue siendo claro. Sé de ese modo
que no debo mentir, aunque a veces diga algunas mentiras.

De este modo, todo valor al que estoy obligado, se convierte en objeto de un acto de fe.

1
Cfr.Franco Ardusso, Aprender a creer, 25
Ahora bien, hemos transitado esta parte del camino de la fenomenología de la fe, hasta
aquí podemos concluir que el acto de creer es un acto esencial de la condición humana.
Querer prescindir de él no sólo sería una contradicción existencial, sino en cierto modo
una pérdida de sustancia con respecto a lo que somos.

De esta forma podemos decir que hemos realizado una especie de reseteo en nuestro
creer personal, afectado por la crisis de la sociedad en cuanto a valores establecidos,
logrando remarcar a fuego ciertos valores humanos en nuestra persona, ergo estamos
listos para inmiscuirnos de lleno en nuestra actividad profesional, pero ¿qué sucede con el
contexto? ¿Cómo hacemos para cambiarlo? ¿Cómo hacemos para imponer valores?
¿esta bien imponer valores?, es obvio decir que el cambio deseado empieza por uno
mismo, pero no es suficiente, para lograrlo buscaremos respuestas en un próximo paso
de la llamada fenomenología de la fe, el paso de la fe confianza a la fe religiosa.

Seguros de nuestro creer como acto humano de conocimiento, pasaremos a desarrollar


nuestro creer religioso, aquel que es fruto de una experiencia religiosa enteramente
original, interpretada como un don gratuito ofrecido por Dios.

Don gratuito no significa don ofrecido solo a unos pocos. Un don no es menos gratuito
porque sea ofrecido a todos: Dios ofrece la fe a todos los hombres y mujeres, sus hijos.
Pero muchos factores derivados de la historia y de la experiencia personal, familia,
ambiente social, pueden impedir, en cierta medida, percibir el regalo de Dios. El acto de
creer puede comportar momentos decisivos, pero como todo dialogo nos afecta a lo largo
del tiempo continuamente hay que reavivarlo y mantenerlo.

“La fe es entregarse en manos de Dios (Gen 15,6); es la aceptación de la promesa de


Dios de liberación (Ex 4,31); es la actitud compleja del pueblo ante los signos salvíficos,
donde se mezclan sensaciones de temor, asombro, reverencia, confianza, obediencia; es
renuncia a los apoyos humanos y confianza solo en Dios en los momentos de crisis (ls
7,9)2

“La fe es fundamento de realidades que se esperan; prueba de realidades que no se ven”3

2
Cfr. B. MARCONCINI, “Fe”, en Rossano P.- Ravasi G.- Girlanda A., Nuevo diccionario de Teología Biblíca. Ed.
Paulinas, Madrid 1990, 653-655
3
Heb 11,1
El acto de fe considerado en su integridad debe traducirse necesariamente en actitudes y
decisiones concretas. Una fe entendida en sentido pleno no es un elemento abstracto,
separado de la vida, abarca todas las dimensiones de la persona, todo el contexto.

La fe es luz para la razón y una enorme ayuda para poder llegar a la verdad. La fe
proporciona a la razón una iluminación que le descubre el sentido profundo de cada cosa.
Las verdades que podemos conocer por el razonamiento natural, al ser iluminadas por la
luz de fe se hacen vida en nosotros, nos pone en relación directa con el Señor.

La fuerza del creyente para continuar el camino hacia la verdad le viene de la certeza de
que Dios lo ha creado como un explorador, cuya misión es no dejar nada sin probar a
pesar del continuo chantaje de la duda. ”Apoyándose en Dios, se dirige, siempre y en
todas partes, hacia lo que es bello, bueno y verdadero”4

De este modo, podemos responder al interrogante del principio de que si, a través de la fe
religiosa, de la fe en que Dios todo lo puede, de la fe en que Dios quiere lo mejor para sus
hijos, lograremos transitar esta importante parte de nuestras vidas más allá del contexto
desfavorable, nuestro camino como profesionales del derecho.

4
(FR 21,b)

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