La sabiduría es un fenómeno que encontramos en todos los pueblos y en todos
los tiempos. Sin embargo, hasta hace algunos decenios, la sabiduría bíblica había sido poco tomada en consideración. La razón de esta escasa consideración por la corriente sapiencial bíblica se explica en parte por el hecho de que la cultura occidental, en la cual se ha desarrollado sobre todo el cristianismo, concedió mayor atención a la filosofía y a las ciencias, mientras que la sabiduría popular, que también en Occidente se expresa en proverbios y otras formas, ha permanecido en el estadio de transmisión puramente oral. Pero lo hacían como sabios, como observadores atentos e imparciales de esta parte de lo real, más que como defensores de tradiciones éticas y teológicas, cuya responsabilidad incumbía a los sacerdotes y a los profetas, con el rey.
El fin primero de la sabiduría es comprender, es el saber. El mundo en el que
vivían los antiguos lo ignoraba mucho más que nosotros, que nos beneficiamos de siglos de observación y análisis que llegan hasta las ciencias contemporáneas en todos los campos. El primer fin de los sabios era obviamente el de conocer este mundo en toda su complejidad: el mundo físico, el mundo de los animales, y sobre todo el del hombre con su comportamiento, sus tendencias y su capacidad. Estaban convencidos, como nosotros, de que el hombre, ante la multiplicidad de los fenómenos y su variedad, es capaz de poner el dedo en lo que es permanente, en lo que se verifica siempre; en definitiva, en una ley que gobierna lo real hasta en los detalles. Por tanto, estaban implícitamente convencidos, como nosotros, de que lo real está gobernado por leyes precisas y estables. Pretendían conocer el sentido de lo real, en lo cual admitían la existencia de un orden .