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América Indícena. vol. XLVIII, núm. 1, cncro-marro de 1988. EL JARDIN DE COLIBRI.

PROCESOS DE TRABAJO
Y CATEGORIZACIONES SEXUALES ENTRE
LOS ACHUAR DEL ECUADOR 1

1. Este artículo es una versión corregida y aumentada de una ponencia presentada en el Co-
nege de France en febrero de 1981 dentro del seminario de la cátedra de antropología
social dirigido por el profesor C. Lévi·Strauss, organizado y promovido por M. Godelier
sobre el tema "El trabajo y 8U8 representaciones". Estoy muy agradecido a los partici-
pantes que, a través de sus comentarios. me han ayudado a precisar mis ideas y a Patrick
Menget por sus preciosas sugerencias sobre la presentación del manuscrito.
Philippe lJesCOlll*

El análisis de la representación de los procesos de trabajo entre los


indios achuar de la Amazonia ecuatoriana nos lleva a plantear los términos
de un problema cuya amplitud rebasa la explicación etnográfica de una
sociedad en particular, es decir, el de las representaciones contrastadas
de la caza y de la horticultura -y de aquellos y aquellas que las prac-
tican- en el universo cultural del Alto Amazonas. Aunque en apariencia
estrechamente reducido a los estudios amerindios, el interés por esta
cuestión se encuentra quizá menos circunscrito de lo que parece, puesto
que lo que se convoca con esta reflexión sobre un caso etnográfico es,
finalmente, la temática del fundamento y del modo de constituirse de
las representaciones de la praxis.
La literatura etnográfica sobre el Alto Amazonas presenta, por lo
general, a la caza y la horticultura como dos elementos claramente anti-
nómicos, incluidos dentro de una concatenación de dicotomías opuestas,
de uno y otro lado del eje de la división de sexos: el jardín y la selva, el

* PHILIPPE DESCOLA. Ecolc des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París, Francia.
Tnducido del francés por Paloma Bonfil S.

América Indícena. vol. XLVIII, núm. 1, cncro-marro de 1988.


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28 América [nd ígcna
célula familiar, y si bien ('S posibll- una cooperación entre caseríos dis-
grupo doméstico y los extranjeros, lo animal y lo vegetal, la depredación tintos para cierto tipo de adivida(ks, no es técnicamcnte indispensable.
de la naturaleza y la transformación de la misma, la muerte en la guerra Cada grupo doméstico es capaz, cn principio, de asegurarse todos los
y la caza, y la producción de la vida en el alumbramiento y la horticul- medios materiales necesarios para satisfacer sus necesidades a partir de
tura, la reproducción biológica y la reproducción social. Dentro de esta su sola fuerza de trabajo. La horticultura sobre chamicera, la caza, la
serie de antinomias, la dicotomía de la caza y la horticultura remite, por pesca y la recolección son las fuentes de producción alimentaria, la cual
lo general, a la horticultura y a las mujeres que la practican, al mundo se earacleri:¿a por su ahuudalll'ia, l'iU diversidad y su alto /-,'Tado de prooue-
profano y dcsvalorizante del trabajo arduo; mientras que la caza y la tividad, si "e toma eu ('lj('/lla la poca inversión de trahajo que f(~(ruier(~.
guerra aparecen como actividades lúdicas, car~adas de emotividad y peli- De csLa manera, cOlwc!lilllOl'i r:lcilmcnte que la división sexual del
gro, cuya realización requiere del conocimiento y de la utilización de trabajo sea el ejc ccnLral de esLt~ sistema de producción, donde hombres
técnicas rituales esotéricas. y mujercs se encuentran en una rdaeión eSLreeha y recíproca de depen.
Frente a este cómodo estereotipo, los achuar presentan, como ve- dencia y de complemenlaridad cn relaeión a las condiciones materiales
remos, ciertas modificaciones inesperadas, que invitan a cuestionar al- de su reproducción. EnLollccl'i, todo el asunto consiste en saber si la divi-
gunos de los presupuestos de la homotecia entre dicotomía sexual y sión sexual del trabajo es un operador quc permite una dicotomía resuel-
división del trabajo. Sin que se pretenda proponer un nuevo modelo °
ta de los procesos de trahajo si, por el contrario, la necesaria eomple-
de la división de los roles sexuales en la Amazonia, esperamos tan sólo mentaridad de las tareas masculinas y de las femeninas no es la que in-
que esta excursión etnográfica contribuya a rectificar la imagen, frecuen- duce a un sistema de representaciones más complejo, en euyo caso nos
temente idealizada, de estas sociedades amerindias, de las que a veces se será necesario desentrallar su ló~ica.
ha dicho que vivían un feliz destino basándose para ello en su rechazo Idénticos en este al'il}('c/o a la luayoría de las sociedades precapita-
al trabajo:! . listas, los achuar no dispollen de ningún t{~rmino o noción que sintetice
Sin embargo, los achuar, subgrupo dialectal del conjunto lingüísti- la idea del trabajo en gelleraL es Ikcir, la idea de un conjunto coherente
co y cultural jívaro, parecen presentar en primera instaneia el paradigma de operaciones técnicas de;;1 inadas a producir todos los medios materia-
de todos los rasgos dominantes de las sociedades selváticas del Alto Ama- les necesarios para su suh"i-.;Ielwia. La lengua no incluyc tampoco térmi-
zonas. La caza y la horticultura están hien distribuidas en una y otra nos que dcsignen cl proeeso de trabajo en un sentido amplio, como la
parte del ejc de la división de sexos y la extrema predilección de los hom- ca:¿a, la horticultura, la pesca o el artesanado y nos encontrarnos así,
bres por la guerra adquiere, todavía ahora, una forma espectacular que desde lue"o,n ' frente al ¡lrol,kma dI' la inleli"ibilidad
n de . categorías indí-
se ha hecho sumamente rara en la Amazonia3 • A primera vista, los achuar genas quc scccionan los procesos de trabajo en una forma totalmente
aparecen como una sociedad completamente atomizada y pulverizada, distinta a la nuestra. Esta 110 corrcspondencia de los campos semánticos
tanto en lo que respecta a su disposición espacial como cn su topografía obliga a lIna rápida exploraciólI dc fas regiones nocionales que se mani-
social. La ausencia de una jefatura, de grupos (11- unifiliación y de aldeas, fiestan, cn la lengua VITII,ícula, alf(~dl'dor de las prácticas productivas.
11 la extrema dispersión de los caseríos y la insti lucionali:wción de la ven· El lexema indígena cuyo call1po semántico cstá más próximo a uno
ganza, contribuyen a hacer aparecer el ;.,rrupo doméstico aislado como de los usos contemporáneo,..; de la palabra Lrallajo es takát. forma sustan-
,\ un microcosmos, replegado sobre sí mismo, cullivando su independencia tiva del verbo taká, que designa uI/a adividad física penosa, que re(luicf(~
"'!\liOi.....·.l y étonómica. dc un conocimiento técnico y d.·1 liSO de una herramienta. En su acepeión
upo doméstico aislado constituye una unidad de producción de realización, lakát casi sil'lIIprt, eslú asociado explícitamente a nocio-
o . autosuficiente, aunque no autárquica, compuesta por nes como la pena, cl sufriltlil'1I10 fí,..;ico y d sudor; y su campo de aplica-
geealmente poliginia, aumentada en ocasiones por hijos ción priviJ"giado es el Iral.ajo /101'1 íl'ola, ya sea masculino (deshroce) ()
,'.. . ··rt:&iden allí_mo. El maf(~O social del trabajo es pues la
","'¡"',;,iíi~""'''' ."''''' f'·· .b •
30 América Indígena El jardín de Colibrí 3]

femenino (siembra, recolección y desmerbe). En este sentido, takát4 re- esas empresas (abrir a filo de machete pistas para las líneas de sondeos
sulta bastante cercano a la palabra griega ponos y a la latina labor, en sísmicos). No obstante, takát les parecía totalmente inapropiado para
cuanto a que designa menos una categoría definida de actividades que un designar una tarea basada en el intercambio mercantil y en la cual ellos
modo de realizar ciertas tareas. no controlaban la finalidad, en otras palabras, una tarea que con frccuen-
En efecto, takát significa también tocar, manipular, y conlleva la cia hacía aparecer en toda su crudeza la exterioridad recientemente ad-
idea de una acción directa sobre la naturaleza, dirigida a transformarla o quirida de su fuerza de trabajo. Entre aquellos pocos achuar que habían
a reorientar su finalidad. Esto último resulta muy claro en las connota- vivido esta experiencia había, pues, una coexistencia implícita de dos
ciones sexuales del término, puesto que se emplea la misma expresión representaciones contrastadas de un mismo tipo de actividad técnica: el
takámchau (no trabajada) para designar tanto a una joven virgen como a takát, "trabajo-calidad", y el trabajo "trabajo-mercancía"; esta coexis-
una zona de la selva que nunca ha sido desbrozada. Aqu í takát se enri- tencia sólo ha sido posible a través de la utilización de dos términos per-
quece con una determinación aproximadamente equivalente a la del es- tenecientes a léxicos distintos y que remiten a dos tipos de realidad in-
pañol atarearse, donde la idea es que las virtudes productivas de la mujer compatibles.
y de la selva no son nada sin el trabajo de socialización que permite tanto No existe un término aehuar que designe la cualidad de ser un buen
a una como a la otra desarrollar sus potencialidades. Del mismo modo trabajador, pero podríamos precisar su contenido deduciéndolo de la
que para los achuar la mujer es un receptáculo pasivo, que debe ser edu- figura antónima postulada, naki (el pcrezoso). La pereza es, en efecto,
cada y fecundada al mismo tiempo por el trabajo socializante de la sexua- definida como el cumplimiento mediocre de ciertas obli~aeiones que
lidad; la fcrtilidad inútil de la tierra selvática debe desviarse a fines útiles incumben a todos: un hombre es perezoso si va raramente de caza y
a través del trabajo hortícola. Contrariamentc a una de las connotacio- hace rozas pequeñas; una mujer, por su parle, es perezosa si cultiva mal
nes tradicionales del trabajo, muy común en Europa a partir de la Grecia su jardín y fabrica poca cerVeza de mandioca. La pereza confiere un
clásica, takát designa no el trabajo del parto, sino cl de la fecundación. status social desvalorizado, probablemente aun el único status social
El takát es pues un modo de la práctica donde la horticultura aporta explícitamente desvalorizado, en el seno de esta sociedad, por otro lado
el modelo sin agotar sus significados; pero es también una cualidad perso- extremadamente igualitaria. Cuando una persona se halla afligida por
nal, desigualmente repartida.entre los individuos y dotada, al parecer, de su consorte, hombre o mujer, púhlicamente reconocido como perezoso,
una cierta autonomía. En efecto, puede decirse winia takátrun takáawai resulta perfectamente lícito abandonarlo, ya que se considera que no ha
(mi trabajo trabaja; en el sentido de estoy impelido al trabajo, yo obro cumplido con su papel dentro de la necesaria complemcntaridad de las
por mi calidad de trabajador), dando a entender con esto que, de cierta tareas productivas.
forma, el agente no se sitúa dentro del terreno de la voluntad. Sin embargo, la pereza es poco frecuente y si bien es cierto que es
Esta concepción del trabajo como atributo de la persona se deriva desvalorizante, en compensación ningún status por sí mismo está ligado
naturalmente de una situación en la cual no puede separarse conceptual- al hecho de ser un buen trabajador o una buena trabajadora, puesto que
mente el trabajo y el trabajador, puesto que el trabajo no es objeto de ello consiste, simplemente, en efectuar las tareas asignadas por la división
un intercambio comercial y no puede, por tanto, concebirse como una sexual del trabajo. En otras palabras, las cualidades positivamente valori-
,entidad autónoma. También resulta interesante notar que, en aquellos zadas dentro del orden de la complementaridad de los sexos no se refie-
excepcionales de indios achuar que han trabajado como obreros ren a un inverso simétrico de la pereza, es deeir, no se refieren solamente
~dos para compañías petroleras, estas personas hacen referencia a la intensidad del trabajo o a la (:antidad invertida en el mismo, sino que
dad -.alariada utilizando el término español trabajo en vez del se basan en la evaluación de las aplitudes en las que el trabajo-takát no
kdt t$n elQbargo, cubre de manera adecuada el campo es sino un componente menor. 1)e esta forma, las cualidades de una
'.dí1ItiC" dé péraciólia técnicas que ellos realizaban al servicio de "buena esposa" incluyen tamLihl su capacidad de criar buenos perros de
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,3 '> América Indígena J') pnlill de Colibrí :u
caza o de ser experta en el tejido y la alfarería, así como la obligación de fuesen los hombres 1II1i"IIt'o dedllarall las siembras soplando sobre los (,sqlH'jes
proporcionar a su esposo cerveza de mandioca en abundancia. Conccbida y los culLivos, y yo hubi"ra 'lllnido, lalllbi,"Il, 1I1l(' fueran losltolllbrpslllli"lles
desde el punto de vista de las cualidades con las que ella contribuye a la deiihierbaran soplando sol ....· la" 1I1alas y(·rhas. pero pllesto lIue Wavlls 1lH' Ita
reproducción doméstica, una "buena esposa" será calificada por su marido desohedecido, en addalllí' l'I d"shro,'" ('onsli lllirá un takát Iwnos;, para los
hombres, mientras (ltH' la si"1Il11f<1 y d desltif'rbe serán un takát fali¡.!;oso para las
con el epíteto de umiu (obediente, en el sentido de quien no trata de elu-
mujeres. Todos a(¡ucllos 'ltH' no ha~an g-randps rozas y todas al¡uellas lIU1' no
dir sus obligaciones). Entre los consortes posibles, la mujer deseable se deshierl.en bil'n s',rán objl'/o d,· n'l,rof,a.. i,'m Ill'J!.lica", Para "Hlp,'orar las eosas,
definirá tanto por esta virtud de conscntimienLo tácito ante las obligacio- ColilJrí (,sparce (,11 los jardilll's IIl1"dlOlI('S de Sil bozo '¡lIe se eOllvi"rlt', al iuslall-
nes a su cargo, como por su conformidad con los cánones indígenas de te, en malas yerbas,
la belleza f ísiea. De igual manera, y para una mujer, el penlre aislllnank,
(hombre completo), es aquel que no solamenLe satisface las necesidades Este mito sin telilla adllliraltlernenk las n~prcscntaeiones indí~('nas
biológicas de su esposa (sexuales y carnales) sino que también contri- del takút, al proporeionar IIna I'slH'cie de fundamento, así eomo la inau-
buye, con su valor guerrero, a establecer el prestigio de toda su familia. guración del tahút hort íeola y su división adual entre los S(~XoS, momen-
El takút tiene pues un status amLi~o: por una parte, no es particu- to doble en el ({ue la rcspOlHaltilidad n,cae sohre el celo ;~xe(~sivo de una
larmente valorizado, ya que es sinónimo de pena y sufrimiento, y no re- mujer. Este celo ha t(~nido por eonstTllencia la instauraciólI de las dos
presenta la condieión exclusiva de una apreciación positiva de las capaci- tareas más penosas que las mujeres Licnl'f¡ tlue asumir actualnH'ntc -sicm-
dades individuales; pero, por otra parte, el no-takút está fuertemente bra y deshierbe-, faenas de las {(llI' hubieran podido dispensarse ya que,
desvalorizado cuando es sistemático y toma la forma, socialmente defi- en un principio, les eorrespond ía a los hombres. De esta manera, vemos
nida, de la pereza. Curiosamente, el takút resulta así muy próximo a una que el oprohio colectivo, '1111' S(' rdaciona con los pere7,OSOH, es corn'/a-
representación contemporánea del trabajo como un mal necesario pero tivo al surgimiento deltrahajo rudo.
sin el cual nadie podría pasarse sin rebajarse. Este mal necesario no ha Este mito --que traernos a I'olaciún aqu í únieamcnk en su SI'III ido
existido siempre y la mitología nos enseña (PW fue el exceso de celo en explícito, es decir, en su fllllCiúlI (1«- "carla social ".- no es, por 01 ro
el trabajo lo quc valió a los humanos la maldición del takút penoso. Una lado, más (IUC un demclILo ('·11 (·1 sello de UII conjunto mudlo más vas Lo
secuencia del mito de Co~brí, que presentarnos aquí en forma resumida, cuya temáLica es la del cdo illl('lllPl'slivo, insLaurador de una actividad
resulta sumamente instructiva al respecto: fatigosa que sin aquél no bubiera (enido raúm de ser. Es el caso, parti-
cularmente, de la cOllstrueeiúlI de casas y dI, la fahrieaei{m de pira~uas,
Habiendo realizado Colibrí una gran roza, las dos hennanas, Wayus (Illex sp.) dos actividades (Iue huhieran podido reali.,;ars(~ por sí solas Hi IOH hom-
y Mukunt (Sickingia 'p.. Rubiácea) decidieron hacer sus siembras; y volvieron hres, al entrometerse, no Ind,ieran provocado una maldición (Iue les
así con haces de esquejes de mandioca. ¡\J descubrirlas, Colibrí declara: obligue, en adelante, a grandes esfueri\os.
"¡Es inútil sembrar! ¡Dejen los esquejes en la tierra! Me bastará con soplar por
Del mismo modo, el mito del ori~en de las pl.lntas cultivadas intro-
encima para que todo quede sembrado en un instante", y después abandona el
terreno. Muy escéptica en cuanto a la capacidad de Colibrí para cumplir su
duce una secuencia tcmporal en (n,s momentos, diferenciados por la
promesa, Wayus se apodera de una estaca para cavar y se pone a remover la presencia o la ausencia del lllt.-úl horL íeola. En la época preah'T ícola,
tierra ante8 de sembrar. Al primer golpc de la estaca, ésta es bruscamente aspi- cuando la aljmentación se haslba en la recolección, la vida era difícil
rada por el 8uelo y Wayus, que no la había soltado, se encuentra con la cabeza no tanto porque fuera ncce"ario Irahajar duro, sino porque la ~ente ten ía
~terrada, impo8ibilitada de liberarse. En a(llId momenlo regresa a sus rozas hambre constantemente. Ilespllt'.,', ~r;H"i;ls a Nunkuj, espíritu de 10H jardi-
. rí, (Iwen comprende de inmediato que \Vayus le ha desobedecido y que,
neH, los homhres pudieron ul ili.,;ar las plantas cultivadas y alluél fue un
da ~ su celo, no creyó en su promesa tic semhrar sin esfuerzo. Así, la
a1nnlfonnane en 8U homónimo ve~dal (una planta cultivada exclu- periodo de ahundancia y de n'poso, puesto (l'w bastaba eon llamar a las
loIt
te por homlfta) y muy enfadado, declara: "Yo hllhiera querido que plantas por su nomhre para (!lH, {'slas aparecieran. Finalmente, despu{~s
América Indígena FI jan! ítl ¡j(, Coli/,rí

de una ofensa que las gentes infligieron a Nunkui, ella les retiró el privile- lo que nosotros com~eLimos (II-nlro de nuestro universo mental corno
gio de la ociosidad y los condenó a trabajar para cultivar sus jardines. un proceso técnico unitario, Hamado horticultura itinerante sobre cha-
Así, pues, vemos que cl takát hortícola y la maldición que lo ins- miceras, es percibido por los aclluar como una sucesión de dos procesos
taura no están desligados de esta concepción occidental del trabajo, en- bien distintos.
raizada en el cristianismo y en cl Antiguo Testamento, que lo consideran Si nos volvemos ahora hacia el universo semántico de la caza, po-
como un mal necesario engendrado por una transgresión. Sin embargo, demos constalar que no se (~ncuenlra, ciertamente, representada dentro
en este caso, la lransgresión es de un ordcn diverso y el exceso de celo de la categoría del lakát y que siempre se emplean para designarla expre-
sirve de contraste al principio normativo de la moderación y del control siones vagas y polisémica,; como "ir al hos(lue", "ir a buscar" y hasla "ir
de sí que, como veremos más adelanle, sc cncuenlra cn el fundamento a pasearse". Es decir, (¡tI(' la ca:l.a no se id('ntifica, en el idioma, con un
de las re1aeiones armónicas con la naturaleza. Si hay pues, una marca in- lexema autónomo que permitir ía conferirle una especificidad unívoca.
dudable del takát por la horticultura, podelllos constatar, no obstante, Su cspecificidad lingüística le viene, de algún modo, a través de la caren-
(Iue ni el lakát ni la horticultura están tolalrllente a cargo de las mujeres cia, eu la medida en que, por razones que veremos más adelante, la caza
y que, dentro de la configuración indígena de los valores, el peso dcl es la única de las actividades qne se practican en la selva quc no se anun-
lrabajo difícil no es exclusivamente fen\Cnino. cia explícitamente antes de f(~aLi:l.arse. Las expresiones mismas, que se
Alesti;.?;uado mitológicamente, el repart o del lakát hortícola entre utilizan para dcsibrnar metafóricamente la caza, indican 'Iue ésta no se
los sexos ilHliea muy bien que, en el espíritu de los achuar, la horticul- concibe como una tarea IlCllosa, aun cuando la observación participante
tura constituye una actividad compuesta qne supone la eomplementari- ponga al etnólogo en un serio dikma para distinguir porqué la actividad
dad entre el trabajo masculino y el trabajo femenino. Concretamente, física de la cacería sería menos ardua que la del desmonte. Cercar un
esta eomplemcntaridad se ejerce en el transcurso de dos fases distintas, pecarí a través de las ciénagas y los arbustos espinosos no es cn ahsoluto
la roza y la siembra, divididas a su vez en dos momentos simétricos, el un descanso y, sin embargo, nin6rún hombre admitiría jamás, al regresar
desbroce (lue precede a la roza y el deshierbe que sucede a la siembra. La de la cacería, su fatiga, mientras que sí lo haría, y espontáneamcnte, tras
primera fase es exclusivamente de orden masculino y consiste en destruir algunas horas de manejar el hacha.
la vegetación natural, miootras que la se/:,'lmda, esencialmente de orden Uno de los aspectos placenteros de la caza, desde el punto de vista
femenino, consiste en criar y mantener una vegetación controlada en el de los achuar, se deriva de que ésta ofrece tradicionalmente la mejor oca-
mismo lugar y en sustitución de la antigua vegetación natural. El des- sión para un intercambio sexual lícitos. En efecto, si bien es cierto que
hierbe de las plantas adventicias, incansablemente realizado por las muje- son los hombres quienes detentan el monopolio del cercamiento, la bati-
res, viene a tomar el relevo de la primera supresión de las plantas natura- da y la muerte de los animales, son casi siempre acompañados y secunda-
.les, inaugurada por los hombres. dos por sus esposas, quienes transportan la presa de caza y controlan los
Conceptual y técnicamente, la roza praetieada por los hombres es . perros. Preciosos auxiliares-especialmente para la caza común-, y alta-
tan indispensablc como la siembra y la cosecha realizadas por las mujeres; mente valorizados, los perros pertenecen a las mujeres y sus cualidades
no es pues una casualidad que' el jardín se llame aja (tala, del verbo ajá, cinegéticas dependen de la capacidad de manejo simbólico de sus amas.
tumbar árboles), lo cual denota una necesaria prioridad del desmonte Para que sus perros tengan olfalo e instinto de caza, las mujeres han de
sobre el. cultivo. Es cierto que si el jardín se define léxicamente como un establecer buenas relaciones con un cspíritu tutelar, representado como
espacio roturado por los hombres más que como una plantación realizada el ama de los perros y que responde al nombre de Yampani Nua (la mujer
por laS mujeres, en los I;l.echos la cantidad de trábajo aportada por los Yampani).Queda pues, bien claro que, si nosotros nos reprf'>8entamos la
s4;~/ . ..... en la roza es mucho menor que la consagrada por las mujeres en caza como un proceso de trabajo unitario, esquemáticamente definible
,;Qi}\"" ~a y el mantenimiento de los huertos. Cualquiera que sea el caso, como el conjunto de operaciones por medio de las cuales se aprovisiona
;'::'l,";"",t:;tt~.$'".$i'"'!f"
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el grupo doméstico de animales salvajes destinados a la alimentación, este Por otra parte, no existe, propiamente hablando, una valorización o
proceso de trabajo, al igual que la horticultura, exige de la complementa- desvalorización cspecíficas en el seno de las diversas actividades producti-
ridad de los sexos. Y esta complementaridad resulta mucho más marcada vas, sean ellas realizadas por hombres o por mujeres. Unicamente el
en este caso, donde está físicamente reafirmada por la sexualidad. no-trabajo ya sea masculino o femenino, es socialmente condenado. Un
Tampoco la pesca está representada bajo una categoría unitaria, buen cazador puede acumular presti¡.,rio ciertamente, p"ero una mujer ex-
sino que se encuentra atomizada dentro del léxico en tantas expresiones perta en horticultura lo puede hacer de igual manera y sus competencias
como técnicas diferentes de captura de peces: arpón y red, anzuelos y rccíprocas son complementarias e interdcpcndicntes en el seno de la uni-
pesca por envenenamiento. De todas estas técnicas, la última es la que dad doméstica. Desde esta perspectiva, resulta difícil concehir un buen
mejor ilustra la complementaridad de los sexos. Entre los achuar, como cazador casado con una mala cultivadora y viceversa. Su estrecha comple-
ocurre en la mayor parte del área amazónica, únicamente los hombres mentaridad se manificsta tanto en una especie de emulación recíproca
tienen el derecho de maIÚpular y poner en el agua el veneno vegetal que invertida en sus propias e"feras de acción como en la necesaria combina-
provoca la asfixia de los peces; en esta circunstancia, las operaciones ción de sus competenciaH para eiertas actividades, tales como la horti-
masculinas pueden equipararse a alguna forma de caza -neutralización del cultura. Ciertamente, las mujere" comparan a veces su suerte con la de los
pez por medio del uso del veneno-, mientras que la actividad femenina hombres, hacicndo notar (Iue éstos disfrutan de la mejor parte de la exis-
se aproxima más a una forma de recolección --recolección de los peces tencia; pero con ello, no quieren d(~eir que la horticultura esté desvalori-
asfixiados que surgen a la superficie-o A semejanza de otras sociedades zada en relación a la caza, sino (lue resulta físicamente más dura.
amerindias, los achuar consideran, además, la pesca por envenenamiento Así, nos encontramos confrontados a un problema de articulación
como una relación sexual metafórica, que para ser eficaz debe estar pre- lógica. Si nada dentro de las eategor ías manifiestas de la lcngua permite
cedida por un periodo de abstinencia. La pesca no se concibe nunca el desglose de los procesos de traLajo y si, por otra parte, esta carencia
como un takát fatigoso, sino más bien como una distracción agradable de reificación léxica se CIlClwntra confirmada empíricamentc por la apa-
que viene a romper la monotonía cotidiana. La pesca por envenenamien- rente complementaridad de los sexos en ciertos procesos de trabajo, ¿qué
to, en particular, se desarrolla dentro de una atmósfera general de buen es lo que permite a los aehuar --y al etnólogo que los observa- concebir
humor y de emulación recíproca, que corta de manera singular con el la relación entre la caza y la horticultura en términos de dicotomía
formalismo que reina por ío regular en las relaciones públicas entre los sexual'( ¿Qué es lo quc autoriza, cn definitiva, postular que los achuar
sexos. categorizan sus actividades productivas cn procesos de trabajo claramen-
Fl análisis del campo léxico y de las ideas de otras actividades, como
te diferenciados?
la recolección, la alfarería, la cestería o la confección de textiles, no hará
sino confirmar lo que se ha dicho hasta ahora. Hay varias constataciones Esta dificultad lógica desaparece si tomamos conciencia de que los
que se imponen evidentemente. En primer lugar, es muy claro ~~e.,el aehuar se representan la difl'fcnciación de los procesos de trahajo de una
léxico indígena de las actividades productivas no establece una diVlslOn forma casi exclusivamcnlt' impl íeita, no corno una serie de cadenas de
clara y bien diferenciada entre las tareas masculinas y las femeninas, y operación concretas, sulhumillas cada una dentro de una categoría lin-
v que resulta extremadamente vago en lo que concierne al desglose de los güística singular, sino en función de I<Js distintas precondiciones especí-
ltprocesos de trabajo, que son o bien atomizados en una multitud de ope-
ficas necesarias para la realización de cada una de ellas.
~,raciones singulares, o bien quedan ocultos dentro de términos sumamen·
rl~~es. Así, categorías como takát o najána (fabricar, rea~zar un En efecto, los achuar eOllcilwu el trabajo no como lo hacemos noso-
j~~~i~ forma) no designan en modo alguno procesos de trabajO espe- tros, es decir, hajo la forma de la deducción y de la transformación de lo
:;fe_~~) formas de efectuar el trabajo, tipos diferenciados de la acti· que en la naturaleza permite sati,.:faecr las necesidades materiales, sino
.·.!j~~~ana. como un comercio perrnanenV' con un mundo dominado por f'spírit""
J:.'J~~~lM¡'~~t~~W~
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a los que es necesario seducir, constrefíir o apiadar por medio de técnicas Aun cuando los achuar tiC hayan dado cuenta rápidamente de la su-
simbólicas apropiadas. El conocimiento técnico está pues indisoluble- perioridad del fusil con baqueta sobre la lanza, como arma guerrera, en
mente ligado al conocimiento simbólico y estos dos campos no están el caso de la caza no es sino un mediocre sustituto de las armas tradicio-
analíticamente separados en el espíritu de los achuar. Así, esos espíritus nales. El poco alcance de ('sbls armas de fuego, el caráeter caprichoso dI:
controlan cada una de las esferas particulares dc la praxis humana y exi- su funcionamienlo, y su coslo, illlpc1en lodavía a la mayor parte de los
gen, a cambio, un trato personalizado y adecuado a su campo de influen- cazadores a preferir sus cerlJalanas. Para distinguir a la presa, previamente
cia. Ello significa que un cierto número de procesos dc trabajo, que ni localizada por el sonido, hay (lue aproximarse mucho, a tal grado que
siquiera se distinguen como prácticas autónomas dentro del discurso co- puede matársele tanto con un dardo envenenado con curare como eon
tidiano, tampoco se definen con gran precisión a través de los manejos un fusil arcaico.
simbólicos y rituales que ordenan su realización. Pero llega a suceder que los animales se escapen obstinadamente del
Al no tener una existencia en el léxico, las cadenas de operaciones cazador, que su huella, hasta entonees tan clara, desaparezca inexplica-
técnicas emergen en tanto categorías latentes de representaciones a tra- blemente, y que la flechilla, por más bien ajustada que haya estado, falle
vés del sistema coherente de sus precondiciones. De todas maneras, es su objetivo. El arte del cazador es, pues, un requisito necesario pero no
solamente a los ojos del etnólogo que aparecen como tales -es decir, suficiente para neutralizar lo aleatorio de la caza; y el conocimiento sólo
como elementos separados de lo que condicionan- ya que para los es eficaz cuando se le combina con respecto a dos series de condiciones:
achuar constituyen parte integrante de lo que posibilitan. Es decir, los unas constituyen lo previo y apremiante de la práctica cinegética en ge-
achuar no conciben los procesos de trabajo sino bajo la perspectiva de neral; las otras, de naturaleza má:5 contingente, son indispensables para
la especificidad diferencial que marca sus precondiciones de realización. el éxito puntual de cada expedieiún de caza.
La unicidad del campo de representaciones de un proceso de trabajo se Para poder cazar eficazmente, todo hombre debe establecer relacio-
encuentra así manifiesta por la unicidad de las representaciones de sus nes estrechas con un grupo de eSI~íritus llamados kuntiniu nukuri (las
condiciones de posibilidad. madres de la presa), que ;-:1' cree ejercen sobre la presa el mismo tipo de
Así, con la notable excepción dc la recolección, todas las formas control que los humanos licnen l:'obre sus hijos o sobre sus animales do-
de producción alimentaria hacen depender estrechamente su realización mésticos. Este consorcio tutelar de las madres de la presa está consti-
y su éxito de un complejo conjunto de exigencias propiciatorias. Ante tuido por diversas cla:5es de esp íritus, muy distintos en cuanto a su mor-
la imposibilidad de examinar todas ellas, nos limitaremos a analizar aquí fología y a su forma de comportamiento con respecto a los hombres.
sólo las fIue conforman las precondiciones de la caza y de la horticultura. Las tres variedades predominantes de espíritus protectores del animal
El corredor de los bosques no podría concebir su relación con los son: shaám. personaje de apariencia humana pero que lleva su corazón
animales salvajes de otra manera que no fuera bajo el modo de lo singu- con correas (hectopw conlis) y habita en las zonas más impenetrables
lar. Al despreciar el cómodo artificio de la batida, el cazador achuar debe de la selva; amasank, repf(~senlado comúnmente como un hombre que
ser capaz de dcscubrir, identificar y abatir La presa apoyándose en los caza tucanes y cuyo háhilal es la base de los grandes árboles; y juríjri,
recursos de su experiencia y habilidad. A decir verdad, lo esencial de su un blanco barbado, caníbaL y políglota que mora bajo la tierra.
arh~ se despliega en las acciones preliminares a la muerte del animal: la A pesar de su heterogeneidad aparente, estos espíritus tienen en
localización, el seguimiento de la pista, el acorralamiento y la captura, común una ambigüedad fundamental: son a la vez cazadores y protec-
son la ocasión para practicar el conocimiento nacido de una prolongada tores de Los animales. 1'01' lo tanto, se comportan con respecto a los
familiaridad con las costumbres de la presa. Una vez que el animal está animales salvajes de la misma malina en que lo hacen los humanos con
;a too.¡;e ha hecho ya lo más difícil, puesto que la densidad de la vegeta- respecto a sus animales dom{·;,;Li,·os. A semejanza de los achuar, que
",¡~obli~a a una observación cercana y casi infalible. matan y consumen sus ave" al tiempo que las protegen de los animales
40 América Indígenll {':/ jardín de Colibrí 41

depredadorcs, cstos cspíritus matan y consumcn a las prcsas a la vez que deseos del cazador, hay, sin cmLargo, algunos adaptados específicamente
las prott;gen de los depredadores humanos. Así, para que la caza sea posi- a cada una dc las situaciones quc se encucntran en la caccría, desde los
ble, es nccesario encontrar una forma de convivencia con estas madres cantos quc permitcn volver a encontrar una pista interrumpida hasta
de la presa y establecer con ellas un acuerdo tácito. aquéllos (lue logran (lue un mono herido, pero todavía agonizante en
Un achuar no puede sustraer una presa del singular rebaño controla- la copa de un árbol, pucda dejarse caer a los pies del cazador. Los anent
do por los espíritus tutelares sino a condición de respetar dos reglas: por son considerados como discursos del alma que se dirigcn dircctamcnte,
una parte, debe ser siempre moderado al momento de cobrar sus piezas, hajo n:::J forma vocativa, a las ahnas de las prcsas y a las dc sus protecto-
-es decir, nunca debe matar más animales de los que necesita-; por otro res; mientras más (Lf!('1I1 ("Ollozea UII ca1.aJor, más posihiliJades tendr:l
lado, ni (~l ni su familia deben faltar el rcspeto a los animales que ha ma- dc atraer a lal> primcras y convencer a lo:; segundos. La carga poética
tado. Este último punto adquiere un gran valor enfático cuando se trata uc cstos cantos dc encantamiento es desi¡!;ual y su eficacia, erccmos,
del mono lanudo (Lagothrix cana), que aparcce claramentc como el pa- depende íntimamcnte de su poder dI' :;edueeión.
radigma dc la prcsa. Aquellos cazauores incapaccs de dominarsc, ya sea Una segunda condición, útil pero no indispensable, para el ejercicio
porque les dé risa o por un exceso de eelo, están amcnazauos por una de la ca1.a es la posesión <Ic- cinlos sortile¡.~ios entre los cualcs los más po-
inversión de los papeles: ser devorados por los jnríjri, csos espíritus caní- dcro¡,;os son los hezoares Ita mados IIl1rnur (test ículos). Su característica
bales encargados de vigilar particularmentc a los simios. Una sanción tan principal el> que su forma de funcionamiento obedece a una cspecic de
drástica, atestiguada por la mitología, rcsulta cicrtamente poco proba- (luiasma entre su origen y su destino. En efecto, los bezoares encontrados
blcpara muchos cazadores. Estos confían en el hecho de que las madres dentro de los pescaJos s(~ eotlsideran como (tarnur de caza, mientras quc
de la presa disponen de numerosos medios de represalia menos dramáti. los (¡ue se encuentran Cll los malll ífcro:; se consideran como (tamur de
eos, siendo el más frecuente la mordida de serpiente. Incidentalmente, pesca. Estos namur, que el cazador lkva consigo encerrados en un peque-
vemos aquí la reaparición del tema de la condena al celo y al exceso, ño recipiente herméticarnclILc scllado, cstán dotados de una espccie de
leitmotiv de la enseñanza moral que se transmite por los mitos. Si la caza vida autónoma y atraen a la presa un poco como si fueran señuelos.
es representada como una forma de pasco, las madrcs de la presa están A estas condiciones ;.':enlTa/es s(~ aúnan albrunas condiciones contin-
allí para recordar que no 'Se trata de un acto gratuito. gcntes, particulares a cada eXlwdición de caza y que, por lo tanto, deben
Las madrcs de la presa por lo gencral no son visibles más quc para rcnovarse periódicamente. La rnús importante es la del sucño premonito-
los chamanes, los cuales no obtienen ninguna ventaja particular en la ca· rio. Para los achuar, el suelío es un viaje ud alma cn el curso del cual
cería; por lo tanto, el común de los hombres sólo se relaciona con estos ésta se relaciona con las alm... s de los espíritus, de los animales y de las
espíritus tutelares a través de los cantos de encantamiento que les dedi- plantas. De esta manera, la interpretación de los sueños pcrmite delimi·
tar con precisión las condieioncs en las eualcs un proyecto es realizable
can. Estos cantos, llamados anent, son aprendidos y transmitidos en
o no, con hasc cn la informaClon recabada durante las excursioncs del
forma secreta, generalmente de padre a hijo y dc suegro a yerno, y cada
alma. LOI> achuar difcrellcian entre varios tipos de sueños premonitorios,
individuo dcbe conocer un buen númcro de ellos a fin dc poder enfrentar
según la naturaleza de los hecho:; quc anuncian, pero no me ocuparé
todas las situaciones donde su uso es necesario: la caza, la guerra, las rela- aquí más que de uno solo, llamado /wntuknar.
ciones amorosas.... Los anent de caza toman la forma uc encantamien· El principio del kUlltukuar es el mismo que el de los namur; funcio-
tos destinados, ya sea a uno de los espíritus madres de la presa, ya sea na generalmente según un (luiasma sistemático de los campos de repre-
directam('nte al animal cazado, el cual generalmcnte se rcprescnta en la sentaciones. Sin embargo, la distrihución de las inversiones simétricas
~nción l~omo un cuñado. Aún cuando los anent sean de un estilo pro- es aquí mucho más compkja que en el caso de los namur, y se ejerce
,~ndáJIwllt(' m(·tafóriC9. y no expresen nUllca de manera explícita los sobrc un registro sumamenlc amplio. Una primera categoría de ku,ntuk-
42 América Indígena n jardín de Colibrí

nar reproduce exactamente el quiasma entre contenido y destino que una mujer, soñar que se lleva una canasta repleta de raíces de mandioea
opera en los encantamientos: cuando un hombre sueña que está pescan- significa (lue muy pronto tendrá que cargar los despojos de un pecarí
do, estc hccho aparccc como un prcsagio favorablc para la ca~a m~~nor ~ muerto por su marido, mientras que soñar que enhebra cuentas de vidrio
viceversa. Siempre soñado por los hombres, e~tc tipo de experIenCIa om- significa que próximamentc lavará los intcstinos de un animal cazado. La
rica se fundamenta, pues, en la equivalencia simétrica dc dos proccsos intcrpretación se basa, a(lu í también, cn homologías evidentes, pero los
dc trabajo difercntcs, pero insertos siempre en el campo de las prácticas campos invertidos oponen claramente, entre las tareas femeninas, lo que
masculinas. concie!"~e únicamente a la e,Jera de las mujeres (manejo y tratamiento
Una segunda categoría se aplica a la inversión entrc el mundo dc los dc la mandioca, fabricación de cierto tipo de collares) y lo que depende
scres humanos y el mundo de los animales. Sc trata de un sistcma bipolar del universo masculino (transporte y manejo de los animales cazados por
en el que los comportamientos de los atúmalcs se antropomorfizan y los los hombres).
comportamientos humanos se naturalizan, y donde esta rcgla dc transfor- Un análisis detallado del sistema augural achuar no cabe dentro dI'
mación constituye el principio interpretativo que hace del sueño u~a los propósitos de este trabaju y aun el estudio profundo de los kuntuknar
prcmonición. Así, soñar con encontrarse un grupo, de gu~rreros en .~1C rebasaría considerablemenfc Iluestros objetivos. Sin embargo, quizá no
de guerra es un buen presagio para la caza de p~canes (la mt~rprctacIOn resulte inútil precisar desde ahora cierLas especificidades dignas de men-
indígena se hasa en la homología del comportamICnto y el pclIgro m~rtal ción acerca de los presagios que se refieren a la caza. En primer lugar, los
que significa uno y otro grupos). Soñar con divisar un grupo de mUjeres kUlItllkllar no son privilegio de los hombres, ya que las mujeres, los perros
y de niilos llorosos es un buen augurio para la (:aza de los m~nos lanudos y los anima1cs depredadores (felinos, anacondas, águilas... ) también son
(sc trata, aquí también, de unahomología dd comportanllento basada visitados por sueiíos premonitorios del mismo tipo. Los achuar no
en la dese:-;Iwraeión que parecen manifestar las hembras de una manada pretenden conocer el contenido exacto de los kuntuknar de una anacon-
de monos cuando uno de los machos es alcanzado). O también, soñar da; pero, sin embargo, s í afirman que, al igual que entre los humanos,
con una mujer desnuda y rolliza, que ofrece y consientc el acto sexual, cstos sueños constituyen la condición necesaria y previa para que los ani-
constituyc otro indicio favorable para la caza de los pcearíes (la ho~olo- males depredadores puedan atrapar a sus presas. Por otra parte, a falta de
gI'a , una vc'!. más , es entre la
• imaO'en
b dc una Illujer acostada expomendo
. un kuntuknar soilado por un hombre, el ensueño premonitorio de su
su sexo, y la imagen del cuerpo del animal destripado). Por el contrarIO, esposa -aunque estadísticamente menos freeuente- será considerado
rcsulta interesantc señalar que los sueños premonitorios de mesékrampra como un presagio suficientemente explícito para autorizar una partida
(enfrentamicntos armados) se basan en la interpretación de situ~ciones de caza. La misma práctica de los kultlllknar no es pues suficiente en sí
oníricas que rcpresentan el mundo animal. De csta forma, por cJemplo, misma para ver en la caza un proceso de trabajo cuya precondieiones
soilar con encontrarse una horda de pecar íes furiosos es la señal de una señalaran tan sólo la esfera dI' las representaciones masculinas. En cam-
próxima escaramuza con una banda de gucrreros, según un quias~a ex~c­ lIio, si se examina atentamente ei contenido de los kuntuknar femeninos,
tamente simétrico al de los kuntuknar de ca'!.a y basado cn la mIsma m· puedc pcrcibirse que están basados en una serie de desplazamientos que
terpretación homóloga. . . oponen, por pares, las prácticas femeninas de distinto orden. Parcce
Finalmcnte, una tercera categoría dc kUlltllknar se dIstIngue de las pues que pudiéramos percibir, por la muestra en la interpretación de los
dos precedentcs en que los sueños premonitorios son exclusivamente fe- klllltuknar fcmeninos, un principio lógico de diferenciación de los con-
L meninos. El modo de operación del sistema au~ural está igualmente basa- tenidos que indica, metafóricamentc, la oposición entre práctica autó-
\~+en la inversión, pero los quiasmas entre contenido y ~es~no se org~ni­ noma (horticultura) y práctica subalterna (caza), principio que nosotros
';:;"'¡C.' eRelltc Cll8O, en el seDO mismo del campo de las practicas femenmas consideramos constituye ulla de las manifestaciones de la categorización
~plic;m a una dialéctica entre lo autónomo y lo subalterno. Así, para de los procesos de trabajo.
;~~:k
44 América Indígena /,;/ jurd in di' (;uliIJr¡ 45

En segundo lugar, conviene insistir en el hecho de que la teoría co~ceb~mos. Estas operaciolH~s (k ordenación cosmológica se haccn aquí
achuar de los presagios -o mejor dicho, la parte de esc sistema que con- mas eVIdentes que por lo (~orllÚJl ponlU<~ tienen un fundamento onírico
cierne a la caza- está caracterizada por su aspecto a la vez sistemático y y porque el principio general del código del inconsciente, en términos
automático: el sueño es siempre presagio de algo y constituye siempre de un pro~eso primario, confiere al sueño esta característica de trabajar
la condición inicial de la acción. Ningún hombre se aventurará a una sobre los SIstemas de relaciones del sujeto con su entorno físico y social,
cacería si él o su esposa no han tenido un kuntuknar favorable la noche y no sobre el contenido empírico de csas relaciones (Batcson 1972:138-
anterior. Por otro lado, las interpretaciones están sumamente normali- 143). El quiasma de las representaciones, cn los encantamientos o en los
zadas: a cada situación onírica específica correspondería un presagio sueños, no tiene pues intcr(~s para nosotros más que en la medida en que
particular. Según un principio bastante común en el universo cultural ordena claramente los términos que invierte, permitiendo así identificar
" paque tes" h.omogencos
' de representaciones, simétricamente equivalen-
amazónic0 6 , la interpretación de los kuntuknar se basa, por lo general,
en la inversión o el cambio, en ocasiones simétrico, de polos nocionales tes. Ahora hlen, como vimos anteriorlll(~/lte en el caso de los kunluknar
dicotomizados, ya sea por el eje fundamental de naturalezafe'dtura (hu- femeninos, estos "paquetes" de represeIltaciones son unidades discretas
manos-animales), ya sea por las oposiciones más discretas en el seno qu~ define~ el campo de extensión dI' las prácticas específicas, y estas
mismo de la praxis humana (caza-guerra, caza-pesca, horticul- umdades solo aparecen en cuanto tah's ponlue se ponen en contacto.
tura-+caza, sexualidad-+caza). La caza, la pesca o el trabajo con las pIalltas cultivadas afloran así a un
Al estudiar los presagios de los apinaye, Da Matta ha interpretado nivel i.mplíc~t? -y no incom;cicnte~ corno procesos de trabajo espeeífi-
esta regla de transformación, que humaniza la naturaleza y naturaliza eos, s~ adI~lItrmos que estas práctica,.; conforman núcleos permutables
la cultura, como el medio de comprender la yuxtaposición súbita, en en cl mtenor de la esfera de las rejlrcsentaciollcs de sus condiciones de
posibilidad.
el sueño, de rasgos que pertenecen normalmente a dos mundos totalmen-
te diferenciados. Y es esta conjunción la que, según él, engendraría el , ~a última condición, (~n el orden eronoJó~co, indisp(~nsable para
carácter premonitorio del sueño, en la medida en que es accidental y el eXlto. en la ca:ta es el ocultamiento de las intenciones del cazador,
excepcional; así lo insólito que se produce no puede ser interpretado ocultamiento (Iue se haee nccc,-;ario por la presencia supuesta de una rc-
a menos de que se proye($te al futuro la discontinuidad experimentada s~r~a de malevolencia envidio:-a } (k,.;personalizada que se cristalizaría
durante el sueño (Da Matta 1970). Ahora bien, entre los achuar no pare- s~L~tameIlte en el cazador, e/l caso de tille (;st(~ hiciera cxplícitos sus pro-
ce que la inversión entre contenido del suelto y su mensaje postulado se PO,SItOS. Ahora comprendemos lIIejor porqU/; la ca:ta no puede designarse
perciba como la señal de una conjunción anormal, introducida por una mas que con ~lusiones" ya ~luC 1'1 ('lIlpll'o de cualquier término que la
homología bizarra. En efecto, lejos de ser excepcionales, los kuntuknar denotara preCIsamente Implicar ía de iumediato el fracaso de la partida
son casi cotidianos y anuncian, en lo esencial, un resultado positivo y dI' caza. proyeet~da .. Existe., por el contrario, una expresión de uso muy
deseable que no es susceptible de interpretarse como una discontinuidad. generalIzado, shtmpumkaYl, quc significa exactamente: "vuelvo con la"
Ciertos tipos de presagios, especialmente aquellos que anuncian una manos vacías porque manifesll' llIuy ahiertamente mi decisión de ir a
cazar".
muerte violenta, podrían sin duda analizarse dc acuerdo con la hipótesis
propuesta por Da Matta; por el contrario, la sistemática augural que se ~na oLservación incidcntal IHTlllit irá cerrar el capítulo de las repre-
denota en los kuntuknar es de un orden mucho más general. Los despla- sentaCIOnes. de la caza. Contrarianlf'ntl' a lo que pudiéramol'i suponer, las
zamientos ¡\imbólicos, que se operan en las interpretaciones de los kun- rcprese~~acIOlles de la eaza } las d(' la ;.';tH'rra /10 son completamente
~, son asignables a los modos elementales (homología, inversión, homotetlcas. La comparación de los diferentes cantos de encantamiento
• 'la. ..), según los cuales el pensamiento indígena organiza el univer- anent, utilizados en una y otra ('ircllnstaneia es muy reveladora a est;
requieren, por lo tanto, de una explicación como nosotros la respecto. En <nuLos casos, los c/lcmig(),.; y la presa suelen presentarse con
46 América Indígena /','/ janlin de ColilJrí 47
frecuencia como afines: cuñado para la presa y nuasuru (dador de mujer)
la horticultura requiere de un conjunto de preeondieiones normativas
para los enemigos. Pero, mientras en la guerra la fisura introducida por la
si bien queda entendido que nosotros consideramos aqui por horticul-
alianza se consuma de manera irreversible a través de la muerte de los
tura todo lo que es de la sola incumbencia de las mujcres, a saber, el
afines, en la caza la alianza se mantiene a través de una especie de contra- manejo y tratamiento dc las principales plantas cultivadas.
to implícito establecido con las madres de la presa. Este tratamiento dife-
, A semejanz~ dc la caza, la condición absoluta para una práctica
renciado de la representación de los seres que se matan -representación
efIcaz de la hortIcultura descansa en un comercio directo y armonioso
de un objeto ideal, hemos de precisar, ya que, en la práctica, llega a suce-
con lo sobrenatural. El espirilu tutelar de los jardines cs un ser del sexo
der que se maten consaguíneos clasificatorios con la ayuda de sus afines-
femenino, Nunkui, cuyo hábitat favorito cs la capa superficial de la
se manifiesta particularmente en los anent de guerra, donde el cantor se
tierra cultivada. Al revés de lo que ocurre con los diversos espíritus que
identifica con un felino listo a saltar sobre su presa, símil metafórico que
conforman el grupo de madres de la presa, parece ser que Nunkui no
no encontramos jamás en los anent de caza. La guerra se vuelve así una
existe más que en un solo ejemplar; se le hablará pues en singular, aún
actividad idéntica a la depredación animal, en cuyo salvajismo quedan Cuando su don de ubicuidad le permita, de hecho, multiplicar sus aparicio-
abolidas las obligaciones acostumbradas en una alianza. La caza, por el
nes y cstar prescnte simuItálH:amente cn todos los jardines donde sus ser-
contrario, se basa en un gentlemen's agreemcnt (acuerdo entre caballe-
vicios son explícitamente rCflueridos. Esta contradicción aparente, entre
ros), e implica una seducción de los afines animales a quienes, cualquiera la unicidad del ser y la multiplicidad de sus manifestaciones concretas,
que sea el caso, se les reconoce por lo menos una existcncia social que: es absolutamentc caracÜTística de la idea que los achuar se hacen de la
por otra parte, se niega a los enemigos humanos. R~con~c~remos aqUl existcncia de los seres miticos.
una inversión del campo de representaciones -ya IdentIfICable en el
, Nunkui es la creadora y la madre dc las plantas cultivadas; por ello,
quiasma entre sueño de caza y sueño de guerra-: según el cual. cierto e!erce sobre ellas una autoridad parcntal indiscutible, que las mujeres
tipo de relacioncs humanas aparecen como relaCIOnes entre ammales, sIempre dcben tener el! cuenta en rl momento de cultivar sus jardines.
mientras que una relación de los humanos con los animales aparece como Por otro lado, numerosas plantas cultivadas poseen un alma y, exacta-
una relación entre humanos. Ni la caza ni la guerra se perciben como un mente como ciertos animales salvaje,.;, establecen entre cllas relaciones
trabajo, sino que los pr~tocolos ideales de matar son los que las distin- de sociabilidad concebidas con base en el modelo humano. Este aspecto
guen esencialmente. Como extensión de la esfera doméstica de la presa,
de la vida social de los cultivos es ohjeto de interpretaciones diver~cntes
la caza se vive, con base en el modo de la simbiosis literaria, como una , 1 . f 7
se/:,'Un os In ormantes , parccc SfT, (~n todo caso, que las plantas tienen
forma afectuosa de endo-canibalismo. Por medio de la expulsión del ene-
un sexo y que la formación de lo,.; retofíos a partir de la planta-madre se
mirro a la anomía animal, a través de su aplazamiento periódico a la alte-
rid:d de la naturaleza, la guerra se concibe como el paradigma ideal de considera, igual que en la a:,.rronomía popular occidental, como una rela-
un entre s í sutil, imposible de encontrar, de las obligacioncs de la alianza. ción madre-hijos. La armonía quc reina entre las plantas cultivadas está
N revés de lo que ocurre en la caza, la horticultura parece ser una garantizada por la presencia de Nunkui en el jardín y se manifiesta con-
actividad no aleatoria, dotada de una alta productividad, constatable re- cretamente en el grosor de los tubúeulos, la abundancia de las cosechas,
rular y empíricamente. Así, no podemos dejar de sorprendernos al ver ~a beIle~a de las plantas, y la longevidad de su vida productiva. Es pues
: los achuar representarse la rutina cotidiana de los trabajos en el jardín Imperativo para una mujer asegurarse la presencia permancnte de Nunkui
como una empresa azaro,sa y llena de pelibrros. Distinguiéndose en est~ en su jardin y realizar todo lo ncce,.;ario para no disgustarla, a fin de pro-
punto de la gran mayoría de las sociedades amazónicas, los achuar conSI- tegerse cO~lt,r~ el terrible riesgo, re,.;paldado por la mitologia, de una súbi-
~deran que: el cultivo de la mandioca debe e.'-;lar rodeado de una densa red ta dcsapanclOn de las plantas cultivadas o de su transformación en plan-
" auciones rituales. Con este objeto y al igual que ocurre en la caza, tas silvestres.
";"I';,.;~l~i_
48 América Indígena FI jardín de Colibrí

Nunkui, cuyo nombre se deriva de nunka (tierra), se concibe tam- rrollall a expensas de los rt'l(J¡-,o" 'Iumanos. La mandioca tiene, cn efecto,
bién como una especie de amplificador de la fertilidad potencial de los la reputación de ehupar la S;lIl!-"T dI' los IllIlIlanos y particularnH'nte ele
diversos tipos de suelos en los que establece Sil residenci~. Sin emb~go, los Jadanlcs, sangre que lH'n'siLI dlll'anl/' la fase inil~ial de Sil crecilllienLo
los achuar cstán conscientes de la variabilidad cdafológlca y admIten, y que saca así, suhrepti c i;llll"IlI¡', dI' "liS rivall~s. Por medio dl~ los I//u'nl
sin problemas, que Nunkui no tenga un rendimiento ~an ~ficaz en .un apropiados, la madre pl'lId('J¡(e ddlt' lIIanl/'ner un eonLado l:on"Lank
suelo ferroso, evidentemente mediocre, como en una rIca tierra alUVIal. con las plantas de maudioc¡¡: I'~/;I" nialmas desnaturalizadas l' imprevisi,
Para atraer a Nunkui a un jardín, para que se qucde allí y tcnga una bies IIU(~ anWflazau sil propia ('\í,~(I'II('i<¡ y la de su (kscendeneia humana.
acción benéfica, las mujeres disponen de los mismos medios que los hom- A pesar de Sil apreeiaJ)1c a¡¡<¡ricllcia, el jardín, tan familiar, ~uarda Lantas
bres con respecto a las madres de la presa, cs decir, cucntan co~ los amenazas COIllO la selva Ijuc lo rodea. y para subyugarlo es necesario ser
anent, que se cantan en el jardín, sotto voce o mentalmente. Al Igual muy capaz. Criar hijos froJldo.~os re,.,ulla ser, en la práctica, tan aleatorio
que los anent de caza, los anent hortícolas constituyen secretos muy como el lIIallf:jo ue los I'O'I.S¡¡II:";1.I í,wos. Ik esLa manera, el jard ín plantl:a
valiosos, que son celosamente guardados, transmitidos por lo general dc un proble/lla simétrico 1: inverso al de la eaza, ya (lue una mortanda,<J
madre a hija, y cuya capacidad de seducción se considera abs~lut~~ente animal en exceso atrae la all(CllaZa eau íbal, mientras que nn crecimie.nto
desigual. Aquí también es necesario poseer un exten~o y dIversIfI~ado exeesivo de la mandioca sc logra. IIf:cesariamente, en detrimento de la
repertorio, adaptado a cada una de las principales especlCs.que se cultIvan vida humana.
y a cada una de las fases de la horticultura, desde la SIembra hasta el Los peligros del jart1ín :-,(' ,I(TITi(:nLall además con el uso ue sortile-
deshierbe. gios horLieolas llamados Ill/Iltar, dolados también de propiedades vampí-
Mientras que los anent de caza funcionan con base en la conniven- ricas. Corno los namur, los //lIIt/1I1" son pieuras, en ocasiones bezoares, pero
cia implícita cntre el cazador y las madres de la presa, los anent de l~ ho.r- la mayor parle de las veces IW'lul'/íos :..;uijarros rojizos que las mujercs hn-
ticultura dan a entender que la mujer vive su relación con Nunkm baJO eucntran en d jardín, en silios IjLH: les son revelauos por Nunkui duranfc
la forma de identificación postulada. A semejanza de lo que ocurre en la al:..;ún sneño. El poder fl'('undador Ik estos I/I/fltar es proporcional a su
caza, algunos anent se dedican, ya no al espíriLu tutelar, sino dir~ct~mcn­ nocividad y existe, I~II principio, lllla vari(:dad para cada una de las priIH~i­
te al alma dc las plantas C!lltivadas, invitándolas a creccr y multIplicarse. pales especies cultivadas por las IIllljl'n:s. La asi~nación exaela de un nantar
y al igual que el mono lanudo es el paradigm~ de las presas, ~ que por a una especie en particular es pn:eisada por Nunkui en el transcurso del
ello se le consagran numerosos anent, la mandiOca dulc~ (Nlamhot escu- sueño que precede al deseul,rimicnLo. ";"LossorLilehriostielwnla propiedad
lenta, Crantz) aparece como paradigma de la plantas cultIvadas y es a ella dc uesplazarse por sí mismos y, debido al peligro ({ue representan para las
a la que, sin nombrarla jamás, dedica la mujer la mayor. parte de. sus en- jóvenes crías de los perros (h~ e;n;a. Sl~ les aprisiona dentro dc reeipientcs
cantamientos. No obstante, identificándose con Nunkm, la hortIcultora de harro cocido enterrauos cn el jardín. Finalmente, al i~ual que una
considera a las plantas cultivadas no como cuñados a quienes hay que mujer suella para que su marido tcnga un kuntuknar de caza, de la misma
halagar, sino más bien como niños a los que hay que ha~lar con u~a mallera un homhre puede recibir una eomunicación onírica de Nunkui
cierta autoridad. El tono de los anent hortícolas resulta asI mucho mas que le revela el sitio cspecífico ('/1 que su esposa deberá buscar para en-
imperativo que el de los anent de caza, puesto ~u~ la h~rticultura se des,a- contrar un talismán hortíeoIa.
rrolla dentro del universo de una consan~rmmdad Ideal donde estan Algunos animales se considera/l ayuuantes de Nunkui y Sil pn~sencia
~f' ausentes las susceptibilidades que el hombre ha de manejar en su relación eOIJLinua cn el jaruín ticlw dlTlos lH'ndil'os id(~IIticos a los dc los /lllntar,
ti'
i~; .n loa aliados. aUIHluC sin la:; contrapartes negativas Ik cstos últimos. Los más notorios
I~¡r;,1'¡¡ . •Pt:ae a todo, esta consanguinidad no está exenta de amenazas ya son: la scrpiente wapau (Trac/¡ ylJ()(l lJOulc'ngerii) y el pájaro mama ikiaTl-
,.¡~¡fór,una transferencia bastante lógica, los retoños vegetales se desa- chím (cucú dc la mandioca, COC('YZltS melacoryphos y Coccyzus lansber-
50 América jnd ígena Hl jlln! ín de Colibrí 51

gi). Existen anents específicos para inducir a una wapall a venir al jardín, vez responder a las exigl'lleias perversas de la mandioca y prevenirse
y esta serpiente tiene la reputación de cantar anents incomparables para contra su tendencia al vampirismo, proporcionándole, por adelantado,
el crecimiento y el embellecimiento de la mandioca. Finalmente, hay una generosa ración de sanwe. Los demás ritos de siembra son todavía
otros que tienen la sola función de "llamar" un sueii.o que revelará la menos espectaculares, y parece adecuado colocarlos dentro de esta cate-
guarida de una wapau, con lo que bastará con ir a buscarla para instalar- goría e~ la que los anent conforman el modelo, que engloba al conjunto
la cn el jardín. En este caso también, el que sueña podrá ser un hombre, de medIOS para controlar directamente la existencia antropomorfizada
aun cuando el anent que se invoca para suscitar un suei'io sea siempre ~e seres natu~a!es e influir sobre ellos. Por ello, la ausencia de manejos
cantado por su esposa. ntu¿~les espeClfIcos para la Caza no reviste significación particular, si se
Las mujeres deben proteger constantemente su jardín contra la en- admlt~ ,que los ancllt y los sortilegios de caza pueden considerarse, por
vidia, pero no una envidia vaga, como la que trae mala suerte a un caza- cxtensIOn, como formas de operar ritualmente sobre la naturaleza. ~
dor dcmasiado explícito, sino aquélla, directa e individualizada, a través . . Much~ más notable, por el eontrario, resulta la larga lista de prohi-
de la cual se manifiesta el fracaso de otra sembradora celosa. Esta envidia IncIOnes alimentarias que limitan los trahajos del jardín. En verdad, exis-
toma la forma de un encantamiento, transmitido por medio de anent es- t~n algu~os tabúes alimentarios relacionados con la caza, pero no condi.
pecíficos, que hacen que se pudran o se s(~quen las plantas cultivadas. eIOnau dIrectamente una partida dI: eaza en particular, y se aplican sobre
Una mujer con un jardín tan amenazado deLe defenderse de acuerdo t~do a las condiciones generales d.el uso de instrumentos de matanza (por
a una t{~cnica chamániea clásica, que consiste en regresar el encantamien- ejemplo, la prohihición permanente quc pesa sobre los hombres de comer
to al jardín de la atacante a través de anent apropiados. miel con el fin de no tener para nada los pulmones "pegajosos" al mo-
Existe pues un paralelismo notable, a nivel formal, entre la mayor mento de soplar la cerbatana). Ninguna restricción alimentaria se impone
parte de las precondiciones destinadas a asegurar la eficacia de la caza para cazar con éxito algún animal en especial, incluso cuando el consumo
y de la horticultura. Hay, empero, una asimf'tría mucho mayor que romo de ciertos. animales y, por end.e, su sacrificio, sí están prohibidos por
pe con este sistema de correspondencias formales ya que, además de las otros mOÍlvos. Por el contrario, la sicmbra de los cultígcnos másimpor.
precondieiones enumeradas anteriormente, la práctica dc la horticultura tantcs no debe, en ~rincipio, su éxito sino a la práctica del ayuno y al
requiere de la realización de ciertos rituales y del acatamiento a nume- respeto de una amplia gama de tabúes alimentarios. Estos tahúes están
rosos tabúes alimentarios, unos y otros considerados indispensables para basados .en la idea e~ásica d(~ que el consumo de un animal o una planta
cllogro de las semillas y de las siembras. caractenzados por CIertos atributos originales provocará la transferencia
Los manejos rituales que exige la horticultura son, a decir verdad, de esos atributos a la planta flue se siembra de manera concomitante.
tan modestos y discretos que parecería casi incongruente considerarlos As.í, se recomienda ahstenerse dc comer las larvas de palmera si no se
como condiciones propiciatorias. Dada su importancia simbólica, resulta qUIere que el maíz recién plantado se agusane.
lógico que la mandioca reciba una atención ritual especial más allá de la El carácter original de estas prohibiciones alimentarias desde el
siembra; antcs de meter los esquejes en la tierra, cada mujer los rocía ~unto dc vi.sta que nos interesa afluí, es que no sólo se aplica~ a las eul-
abundantcmente con una mezcla de agua y de bija machacada (Bixa ore- hvadoras, smo a todo el conjunto de la célula doméstica, incluidos los
llana), en ocasiones aderezada con cáscaras raspadas del bulbo de ciertas hombres. La siembra de al~·UIlOS cultígenos reservada a los hombres está
plantas silvestres. Esta agua enrojecida por la bija se relaciona explícita- asociada asimismo a una serie de restricciones alimentarias que se extien-
mente Con la sangre, sustancia necesaria para el crecimiento de la man- den a toda la familia. El éxito dc las siembras y las sementeras se consi.
,Goea. Mientras que la mujer derrama esta sangre metafórica sobre los ~era, pues, como dependiente estrechamente de la autodisciplina fami-
ll8CI!'IejE"~., exhorta a la mandioca a beber hasta la saciedad. Este rito se har, ya que la menor infracción, aun accidental, de cualquier miembro de
~lCiJ:lC entre 108 achuar como un ejercicio sustitutivo, que permite a la la unidad doméstica se reputa con consecuencias desastrosas. Esto último
52 América Indígena U jardín de Colibrí

es importante, ya que confirma una vez más que las condiciones simbóli- ca difiere de la devoraeión (sic) por parte de las madrcs de 1,
1 . , a presa en
cas que gohiernan la buena marcha de un proceso de trahajo no están que e pnm~ro es un hecho cotidiano incontrolable (suele atrihuirsele
completamente hajo el control de aquéllos o aquéllas que lo realizan con frecuencia la muerte de los niJ10s de pecho), mientras que la se6'lJn-
cn la práctica. En efecto, si hien la relación con los espíritus tutelares, da aparece, a los .ojos d,e los achuar, como algo totalmente hipotético.
dc que depcnde el resultado de la caza y la horticultura respectivamentc, No hay pu.es e.qUlvalencla alguna entre los riesgos inmediatos de putw-
está claramente individualizada y dicotomizada en sus condiciones de mar (ane~~a), Imputados al manejo de la mandioca, y la muy poco pro-
cjercicio, es distinto lo que ocurre con ciertas forma." de establecer esa hable sanClOn que acarrearía una matanza excesiva de animaleR.
relación, que rcsultan estar estrechamente subordinadas a la colaboración Aun cuando su carácter aleatorio esté simétricamente invertido al-
entre los sexos. Este es el caso de los encantamientos de cacería namur, rededor de dos polos (presencia deseada de la presa/ausencia temida de
por cjcmplo, que por su sola naturaleza de bezoares, son necesariamente las plantas; autor de la matanza/víctima del vampirismo), caza y horti-
conseguidos por las mujeres para los hombres, ya que son siempre ellas cult~ra son.' .emper~, concebidas como empresas arriesgadas, de resulta-
quienes vacían los pescados y lavan las entrañas de los animales matados dos Impre~~slbles. H caso ~tchuar ofrece, incidentalmente, una brillante
en la caza. Asimismo, es el caso de los sueños premonitorios, de los que ~emostraclOn a contrario (sic) del carácter falaz de esta teoría funciona-
ya hemos visto que se relacionan más a las condiciones generales de reali- lista que pr.etende que sólo las actividades realmente aleatorias y/o pcli-
zación de un proceso de trabajo que el sexo del que sueña. En efecto, grosa~ reqUIeren ?e un aparato ritual y simbúlico compensatorio (v(~ase,
los hombres pueden soñar por sus esposas -revelación de la localización por eJemplo~ Whlte 1959:272). y es por medio de este axioma general
de un nantar o de una serpiente wapau - y las mujeres por sus maridos que en oca~lOnes se ha (~xplieado la abundancia de los ritos d(~ cacería
(/wntuknar). Por último, también es posible concebir la mala voluntad y ~a au~eneIa correlativa de ritos lIortícolas en el área amadmiea (C:'lr-
que hace fracasar una cacería o que devasta los jardines como la forma nel~o 197~: 129). ~hora bien, la horticultura no es, objetivamente, ni
" ' t()' (J'l~
extrema de la incidencia incontrolable de los otros sobre las prccondi- peligrosa aleatona, y los aellUar dominan J'erfectamente
di ' m.. ,,' 1,,18, con-
,
ciones de realización de un proceso de trabajo. Se trata aqu í, de alguna , elOn~s teemeas que permiten obkner de cIJa un rendimiento úptirno.
manera, del modelo de lo que puede producir la no-colaboración cuando ....1 caraeter az~roso del manejo Ih~ las plantas cultivadas es pues función
toma la forma de una animosidad sistemática. de.un con~pleJo cultural, (lue ticnde a introducir los factores de azar Y
Tratemos ahora de tematizar los elementos constitutivos de la cohe- pehgro ~hl donde no los h~y. Las condiciones rituales y simbólicas (Iue
rencia interna de las concepciones respectivas de la caza y de la horticul- se presentan como necesarIas para el {'xito de la hor'tl'cllltur '
t d " / / a son, sm
tura, a fin de justificar nuestras pretensiones dc caracterizarlas como dos ~ u a ~lguna, respuestas funcionales, pero estas respuestas buscan rniti ar l1
cate<rorías claramcnte diferenciadas dentro del sistema indígena de repre- Ulcerhdumbres imaginarias 8 • b
'"
sentaciones. Los achu.ar no se hacen de la caza una idea muy diferente de El carácter arriesgado de 1''
1 CaZ'l
" y' de la ¡lOr t'ICU lt ura CXl"e
. pucs que
la nucstra, puesto que la conciben como una cmpresa cuyo objetivo con- se ,estahlezca. un comercio J)('r~n~/I(~nte c individual con los e:p íritus tu-
sistc en descubrir los seres que se ocultan y matarlos para comerlos. Por telares, que controlan las condlclOncs respectivas de su actualización Sil
el contrario, el cultivo de los jardines ticnc por objeto mantener presen- e~bargo, la~ .modalidades dc cstl' comercio son bien distintas scgú'r: s~
tes a seres que podrían desaparecer súbitamente, evitando a la vez ser trate de csp lI:tus de la selva o del csp íritu del jardín. El vínculo señalado
matados por ellos antes de poderlos comer. Podríamos juzgar artificial- ent~~ una mu]e,r, y Nunkui es fundamentalmente una relación de identifi-
mente esta simetría invertida entre el cazador, que toma la vida de los e.aclOn; la relaclOn que se instaura cntre esta mujer y las plantas que cul-
ammales, y la mandioca, que toma la vida de los seres humanos, si recor- ~va de~e cn.tcnderse como un duplicado del vínculo de matcrnida(f que
<a.Imosqut~ el cazador excesivo está igualmente amenazado por el caniba- Nunku~ sostIe~e con sus hijos vegetales. La maternidad efectiva -Nunkui
'~~ embar~o., es necesario señalar que el vampirismo de la mandio- fue qUlen creo las plantas cuitivada:>-- se plantea como efTlIlvafl'ntl' :l 1"
54 América lnd ígena j·;1 j(/rdin de Colibrí

maternidad sustitutiva; en otras palabras, la autoridad "natural" del geni- mismo tipo de eficacia, ni el mi"fl1o origen, ni tampoco el mismo (1 t
tor es captada aquí por la autoridad de tutela que se abroga la cultiva- ] . 'di . L" es mo.
~os me os sun ohcos para estahlecer relaciones con lo sobrenatural h
dora. Este pequeño mundo de la consanguinidad se basa pues en un eje Sido tomados del mismo repertorio limitado. Pero si bien es cierto q a:
madre-hijos, que ofrece el modelo ideal de la sociabilidad mujer-plantas todo.s los sortilegios son formalmente idénticos, que todos los anent s~n
cultivadas. La industriosa Nunkui es mucho más una hipótesis que el canClOnes con la misma c:,tructllra melódica y que tod I _
. . , os os suenos son
vehículo de interccsiones devotas. V1aJe~ dcl alma, no están por dIo menos diferenciados por caraeterísticas
Para la caza la cuestión es totalmente distinta, pues ah í la práctica propIas. de .acuerdo a los cafllOO" simbólicos en donde seemp1can.
.... r •
exige la int~racción de tres elementos: el hombre, las madres de la presa bn dehmtlVa, el matar animales salvajes y la horticultura están bien
y los animales cazados. La relación de connivencia y de seducción que el repr~senta~los c,o~o dos procesos (Iue distinguen sus precondiciones res-
cazador estahlece con las madres de la presa (~s semejant~ a la que preva-
lece en sus relaciones con los cuñados animales. Por otra parte, y a dife-
':J
r:CC~lva~. anahsls de estas precondiciones permite, por otra parte, re-
c.onstCUtr el modelo coherente dI' a(lueHo a lo (l·ue remite' l"t
. .. ' . n lmp lel amen-
rencia de lo que ocurre en la horticultura, la amenaza caníbal no provie- te, o tiea, el Sistema partIcular de las interacciones con lo sobrenatural ~
ne de los seres que se consumen sino de sus protectores, a quienes, por ~obre el. ,cual se basa cada uno de estos dos procesos. Estos modelos de
lo tanto, es imperativo tratar con miramientos. Estos protectores tienen, mteraCClOn .no conforman representaciones canónicas repartidas entre
con respecto a sus rebaños, una actitud sumamente ambigua, en tanto todos los sUJctos, ! no constituyen totalidades sino a los ojos del obser-
que su maternidad es literalmente voraz. Mientras que el modelo de so- :a~o~, que es qU1e~ las reconstruye pieza por pieza, a partir de los
ciabilidad de la horticultura se construye alrededor de dos relaciones mdlelOs q.uc. ~st.e Sistema de prccondiciones le proporciona. Así pues
idénticas dc consanguinidad con respecto a un mismo objeto (Nunkui- es neee,s~'lO dlshIlb'Uir entre las modalidades implícitas del comercio eo~
plantas cultivadas y mujer-plantas cultivadas), el de la caza se articula los espmtus tutelares, que definen precisamente la esfera de intera c"
alrededor de dos relaciones idénticas de afinidad con respecto a dos obje- . b 'l' . c lOn
Slm
,.
o lca
.
aSignada
,. .
a cada
• "
uno de. .los "('xOS , vJ las condl'c'lOnes con t'mgen-
• ",
tos distintos (cazador-madres de la presa y caf;ador-prcsa), quc se encuen- te:; y cxplIcItas de pOSibIlIdad de este comercio que si bien formal ' t
tran ellas mismas, dentro de una relación de consanguinidad. Así, mien- 'f d 'men e
espeel. lea as por la propia naturaief;a de sus medios, dependen con fre-
tras que Nunkui constituye el paradigma con el cual uno puede identifi- cucnCIa de la colaboración entrc los sexos. En otras palabras el análi '.
carse, las madres de la presa son intermediarios con quienes uno negocia. de las d' . d i ' SIS
. precon lClOnes e a horticultura pone de manifiesto que sólo una
Esta oposición, relativamente tajante entre las representaciones de
las modalidades de la relación con los cspíritus tutelares, se redobla en la
diferenciación de los medios simbólicos que hacen posible esta relación,
mUjer puede establecer una relación simbólica de matcrnidad c
plan~as cultivada~, calcada de la dc Nunkui, pero que algunos ~;
mediOS que autonzan esta relación no son forzosamente de la sol .
1: I

b . f . a mcum-
según si se destine a Nunkui o a las madres de la presa. El sueño de caza enCla ~~enma. Así pues, tenemos aquí un proceso por medio del cual
es la condición inmediata para una práctica efectiva, pero su contenido las condiCiones materiales dc realización de los procesos de trabajo que-
no es nunca explícitamente idéntico a la práctica que anuncia. Por el dan transpues~as al plano de las condiciones ideales, ya que la necesaria
contrario, el sueño de horticultura es la .seiíal directa de una condición c~mple~ent,a~ldad de los sexos en el cumplimiento de algunas preeondi-
de la práctica (localización de sortilegios), sin constituir por sí mismo clO~es slmbolicas d~ los proccs~s de trabajo no es más que una llamada
esta condición. Los anent de caza y los anenl hortícolas tienen el mismo de la eomplementandad requcnda en la realización concreta de esos pro-
tipo de eficacia y de origen, pero están claramente difcrenciados tanto cesos.
, r su destino como por el sexo de aquéllos y aquéllas que los utilizan. ., Contrariamente. a lo que ocurre en muchas otras sociedades, la divi-
ente, los nantar y los namur son condiciones útiles para la práeti- sl~n sex~al del trabajO no se encuentra aquí hasada en una teoría diserí-
·~'no~I."milll1fta naturaleza material pero que nc. tienen ni el mmatona, que vendría a demostrar la incapacidad de las .
mUJeres para Cazar
36 Arhérica lndígcrlfl 1.1 jllrd íll dt· Colibrí

y la indignidad de que un hombre se dedicara a las tareas hortíeolas, sino ideas "ideológicas" que, al lI11smo tiempo, plantea obstáculos objetiva-
en la idea de que cada sexo no puede realizar plenamente sus potenciali- mente inexistentes al dcsarrullode (~sta estrategia y propone medios
dades a menos de que lo haga dentro de la esfera adecuada en su campo específicos para sortearlos. Esla dislinciún entre ideas "instrumentales"
de manejo simbólico. Aunque aparentemente tenue, esta diferencia cs e ideas "ideológicas" no tiene, evidentemente, existencia en el pensa-
importante, ya que la representación achuar de la división del trahajo miento indígena y nosotros la introducimos aquí por cuestiones de cla-
no implica así ninguna concepción de desigualdad jerarquizada entrc ridad analítica y con el fin de eSIH~eificar mejor el problema que sc plan-
los sexos. No solamente la horticultura no está desvalorizada en relación tea al término de nucslro análü;is. Las alamedas de este problema han
a la caza sino que la capacidad de las mujeres de reproducirse simbólica- sido recorridas abundantemenle, en los dos últimos siglos, por caminan-
mente como cultivadoras es muy independiente del control masculino. tes muy capaces, y no pretendemos sino mostrar una pequeña vereda
Divididos, a través de las configuraciones ideales de sus prácticas respec- adoptada por los achuar.
tivas, hombres y mujeres se encuentran empero en los espacios comple- La interpretación funcionalista, se¡.,rún la cual el sistema de ideas
mentarios donde se realizan esas prácticas: en la selva, dentro de la con- "ideológico" sería un instrumenlo (~ompensatorio para controlar las con-
junción inmediata de una búsqueda llena de erotismo; y en el jardín, diciones azarosas de la producción, ha sido desmentida por el hecho d~
dentro de la conjunción sucesiva de las etapas que llevan a la domestica- que e"as condiciones no son akalorim:i, mucho menos en la awieullura.
ción vegetal. Otra respuesta cl[lsica ha sido propuesta por la interpretaeión althusse-
Séanos permitido, a guisa de conclusión, sacar una moraleja provi- riana de la ll~oría marxisla lk la ideología, ([UC afirma la (~xistencia nece-
sional de estas fábulas sobre el trabajo. Fábulas para nosotros, evidente- saria de una relación imaginaria de los individuos con sus condiciones
mente, que creemos en otras fábulas. Nueslra incapacidad para concebir reales de existencia. Ahora I¡ien, esla definición de ideología sólo se
las condiciones simbólicas de la puesta en práctica de la cacería y la hor- aplica, sq.?;ún Althusser, a sociedades "hislóricas", es decir, dotadas de
ticultura como requisitos objetivamente indispensables para la realización una estructura de e1ases (!\ltlllts:-wr 1970). t.Serán acaso los aeltuar una
de estos procesos no se encuentra pues manchada con ninguna burla ni sociedad de clases disfrazada y el sislema de ideas "idcolúgicas". servirá
menosprecio. Lo que para nosotros es invención, imaginación, para los para encubrir algún tiplJ de dorninae.ión masculina cn el ejercicio de la
achuar es una necesidad. y existe ohjetivamente. Por lo tanto, no puede reproducción de la fuerza lit: lra ha jo'~
ser inútil desplazar el campo de los cuestionamientos e interrogarse pru- Los aehuar conforman ulIa de las sociedades más igualitarias que
dentemente sobre el porqué, después de haber tratado de dar una idea cxisten, y ningún individuo o grupo de individuos puede siquicra obte-
del cómo. ner para su beneficio la ulilizaeiún y asignación de los factores de pro-
En efecto, nosotros hemos tomado como objeto central de nuestro ducción. El asunto resulta mucho más difícil dado el extremo atomismo
análisis las representaciones del trabajo en una sociedad particular, y no de un hábitat unifamiliar, la casi autarquía de las unidades domésticas
las modalidades según las cuales el trabajo socializado en un sistema de aisladas, y la ausencia de instituciones políticas suprafamiliares que
producción definido está dado en la representación de los actores sociales impiden toda centralización de un eventual poder de dccisión. Estamos
en el seno de este sistema. Así, nos hemos abstenido hasta aquí de pre- aquí en una situación que nos recuerda la descripción que da Marx de la
guntarnos el porqué los aehuar han creído necesario pensar la relación "comunidad germánica". Los homhres no están ociosos, no viven pues
con sus medios materiales de existencia combinando espontáneamente del trabajo de las mujeres ya que, al nivel de las unidades domésticas poligi-
dos registros aparentemente bien diferentes: por un lado, un complejo neas, la inversión en trabajo (en el tiempo real y en gasto de energía) es
,:¡ailtema de ideas "instrumentales" (taxonomía, agronomía, edafología, más o menos equivalente para unos y otras. El análisis cuantitativo de los
. . ía animal. •.) extremadamente bien adaptadas a su estrategia de tiempos de trabajo no hace sino confirmar, por otra parte, el sentimien-
~l~to,óptimo de los recursos; y, por otro lado, un sistema de to, generalmente manifestado por los aehuar, de que no existe una desi-
58 América Indígena fi jard ín tIl' Colibrí S9

gualdad cuantitativa en el reparto de tareas. Desde este punto de vista, las formas de la división dd trabajo no propone ninh'lmajerarqu ía estatu-
la idea expresada por ciertas mujeres de que la caza es menos penosa que taria. En las representaciolles 111-1 I rabajo, el sistema de las ideas "id(~oló­
la horticultura es sólo, probablemente, un efecto en la conciencia de la gicas" produce U1l prirwipio de ordcn de la misma naturale:t.a que el
dualidad señalada de los campos semánticos que connotan estas dos prác- conjunto de las taxonomías que sirven para normar los modos de soóa-
ticas (horticultura masculina y femenina: takát/caza:paseo). Finalmente, lización de la naturaleza.
en el plano cualitativo, hemos podido apreciar que nada en las concep- Esta vi~ión idílica de una sociedad igualitaria, donde homhres y
ciorw8 ind ígenas del trabajo viene a instaurar la idea de que una desigual- mujeres sc complementan armoniosamcnte, puede parecer -evidente-
dad estatutaria entre hombres y mujeres pudiera ser inducida por la divi- mcntc-- muy sospechosa a los ojos cseépticos de los observadores d(~ la
sión del trabajo, ya que la horticultura se representa, contra lo que naturaleza humana; sin contar con que la moraleja de la fábula se siga
pudiéramos imaginar, como una actividad tan riesgosa y peligrosa como haciendo esperar, ya que las representaciones del trabajo no sirven mani-
la caza. Así, el que el sistema de las idcas "idcológicas", que aparece en fiestamente para justificar una dominación. Así pue-s, ya es tiempo de
la representación de los procesos de trabajo, sea un añadido imaginario revelar que, en la representación achuar, la ausencia de una escala de va-
en relación con las condiciones técnicas mínimas de estos procesos, no lores de las diversas tareas definidas por la división sexual del trabajo no
implica pues, en lo absoluto, que se trate de un mecanismo destinado implica, por otro lado, la aUticneia de una dominación efectiva de las
a enmascarar una hipotética desigualdad entre los sexos en sus apropia- mujeres por los homhres. Pero nta dominación, en ocasiones extremada-
eÍones respectivas de las condiciones de trabajo. mente brutal, no se expresa ni cn las formas concretas de la división del
¿ Esta división, entre ideas "ideológicas" e ideas "instrumentales", trabajo, ni cn las rcprecntaciones que de ellas se hacen los actores socia-
correspondería entonces a una eventual división de la "parte ideal" de les. El lugar estratégico del poder masculino es, en efecto, cxterior al pro-
los procesos de trabajo entre un cuerpo de representaciones, que sirve ceso de producción.
para organizar las formas específicas quc toman estos procesos, y un Los hombres achuar posI'en el monopolio absoluto dc la conduc-
euerpo de representaciones que sirve para legitimar el lugar y el status ción de la:; "relaciones exteriores", es d"cir, de esa esfera de las relacio-
de los individuos en el seno del sistema productivo (Godelier 1978)'? nes suprafamiliares que rige la reproducción social. Correlativamente,
Difícilmente podríamos so.stener esto, ya que la justificación indígena también ejerccn un derecho de tutela sobre sus esposas, sus hermanas
de la asignación de las tareas no es producto de una teoría explícita. y sus hijas y son, por tanto, los únicos que deciden en el proceso general
En efecto, la división del trabajo está legitimada, entre los aehuar, por de la circulación de las mujercs, ya sea bajo la forma pacifica de inter-
el sistcma de ideas "ideológicas" que no hace sino organizar las formas cambio con los aliados, o hajo la forma bélica del reparto a los enemigos.
de los procesos de trabajo, al definir las modalidades coneretas de las Minoritarios en su propio hogar, rodeados de numerosas co-esposas, gene-
"conductas simbólieas" propias a la caza y la horticultura. La mitología ralmente solidarias y decididas, los hombres no pueden justificar su pre-
define muy bien, como ya lo hemos visto, la distribución del trabajo eminencia más que a travós del monopolio ejercido sobre todas las for-
hortícola entre los sexos, pero no propone, a diferencia de lo que ocurre mas de intcrcambio: intercambio de mujeres, intercambio de bienes,
en otras sociedades amazónicas, un dogma oribrinal que legitime la divi- intercambio de signos, intercambio de muertos. Al controlar la asigna-
sión sexual del trabajo en su conjunto. Nosotros no hemos podido hacer ción de las mujeres, los hombres controlan en parte la reproducción
aparecer aquello sobre lo que se basa implícitamente la justificación social de la fuerza de trabajo, pero (~sto no les confiere, por otra parte,
¡indígena de la división del trabajo -a saber, la asignación de las formas un beneficio material tangible del mismo ordcn que el que se produce
'~das de interacción simbólica con lo sobrenatural- más que en por la situación histórica llamada "explotación del hombre por el hom-
l'!,,:," .... de un análisis detallado de las precondiciones de cada uno de bre"..El privilegio masculino dc autoridad -que llega hasta el derecho
.~)S ,de trabajo. En definitiva, esta lebritimación interiorizada de de arrebatar la vida a su propia esposa- no se traduce para nada en la
60 América Indígena ""/ jard ín de Colibrí 61

esfera de las representaciones de la división doméstica del trabajo que, para los achuar del Perú, que habitan a varias centenas de kilómetros de nuestra región de
estudio. Son muchos quienes nos han brindado su confianza y apoyo; reciban aquí, por
por el contrario, acentúa la relativa autonom ía de los sexos.
este medio, todos ellos nuestro agradeeimie.nto y, muy particularmente, el profesor C.
Por un ardid del pensamiento salvaje, la legitimación de las relacio· Lévi-StrauRS, sin su apoyo nuestro trahajo sobre los aehuar nunca hubiera podido reali.
nes de dominación se opera en otros campos del sistema de representa- zarse.

ciones, diferente al que define la asignación respectiva de los sexos en el 4. A riesgo de hacer más denso el texlo, }",rnos preferido utilizar los términos indígenas siem-
proceso de producción. Es imposible realizar aquí un análisis sobre este pre que los términos en fra/l(~"·s pudieran preslarMe a malinterpretaciones. La transcrip-
ción utilizada se basa en la fon{~tiea del español y se adecua a la escritura estandarizada
punto que, por otra parte, no cabe dentro de los objetivos propuestos del jívaro f[Ue se aeoslumbra "n Ecuador.
para este estudio. Será suficiente pues eon indicar que las representacio-
nes que justifican la dominación masculina aparecen aquí y allá como 5. En la medida en que el ho~ar adUlar ahri~a con frecuencia varias co-esposas y no ofrece
ninguna posihilidad matt'rial dI' aislamif'llto, las relacioOl'R sexuales conyugaleR tienen gene-
sombras discretas que descansan sobre la categorización simbólica de los ralmente a la oclva corno ('seenario. Por el ("(mtrario, cuando las parejas adúlteras quieren
procesos de trabajo. Así, por ejemplo, los modelos implícitos dc sociabi- encontrarse dallllestinamente, lo ha""1\ miis hien escondiéndose en los jardines.
lidad, que hemos esbozado como paradigmas de la caza y de la horticul-
6. Sobre, I~ inver~ión en la interpr.-t,wióll de los sueños premonitorios, véase, para la zona
tura, no son tan neutros como parecen de buenas a primeras, puesto que amazoruca, fteld 1978:15 (maku) y Damatta 1970:95 (apinaye).
encierran a hombres y mujeres dentro de mundos cuidadosamente dife-
7. Estoy muy agradecido a Anne Christine Taylor [1979) por la información concerniente a
renciados. Cada sexo disfruta allí de una autonomía propia, pero de tras- las representaciones específicas que las mujeres achuar se hacen sobre el trabajo y el
cendencia muy distinta. Prisioneras consintientes de un universo domés- mundo de los jardines. Las inlerprelaeioncs aquí prescntadas se deben, en mucho, a nues-
tras conversaciones comunes y a sus propias investigaciones.
tico, las mujeres alcanzan su plenitud en cl mito de una consanguinidad
ilusoria que lleva la complacencia hasta remitirla a las plantas cultivadas. 8. Este al"b'Urnento también ha sido desarrollado, con ~an pertinencia. por M. Brown y M.
A los hombres, seductores y decepcionadores (sic) de los cuñados anima- van Bolt (1 IJlIO), en su amilisis de la ma,da hortícola de los aguaruna, grupo dialectal jívaro
muy próximo culturalmcntc a los aehuar.
les, les son dados los azares de la afinidad, las acechall'l,as de la negocia-
ción y el privilegio del juego con la muerk. En suma, los instrumentos BIlIUOGRAFIA
del poder. Althusscr, L.
1970 Idéologic et appareiJs idéologiques d'Etat (notes pour une reeherche). La Penséc
NOTAS 151 :3-:18.
Bateson, G.
1. Este artículo es una versión corregida y aumentada de una ponencia presentada en el Co· 1972 Stel's to au ecolo!,'Y of mind. New York: Ballantine BOOM.
llege de France en febrero de 1981 dentro del seminario de la cátedra de antropología Brown, M. y M. van Bolt
social dirigido por el profesor C. Lévi-Strauss, organizado y promovido por M. Godelier 19110 Aguaruna jivaro gardenin~ m"l4ic in the Alto Rio Mayo, Peru. Ethnology XIX
sobre el tema "El trabajo y 8U8 representaciones". Estoy muy agradecido a los partici. (2):169-190.
pantes que, a través de sus comentarios, me han ayudado a precisar mis ideas y a Patrick Carneiro, R.
Menget por sus preciosas sugerencias sobre la presentación del manuscrito. 1974 lIunting and hUl1ting llIagie alllong the amahuaea of the Peruvian Montaña. E.n
P. Lyon, ed. Pp. 122-I:I2. Nativc Soutll America: Ethnology oc" the Least Known
2. P. Uastres (1974:167), por ejemplo: "Las sociedades primitivas son, como lo escribiera Continent. Hoston: LiUle, Brown & ey.
J. Lizot a propósito de los yanomani. sociedades de rechazo al trabajo". Clastres. P.
1974 La societé eOl1tre r Elal. París: Ed. tic i\Iinuit.
3. Los datos etnográficos en los que se apoya este cnsayo han sido recopilados en colabora-
Da Matta, R.
ción con A.C. Taylor, durante el transcurso de una inve¡¡tigación de dos años (1976·1978)
~ los achuar del Alto Pataza, en Ecuador. La misión fue financiada con recur_ del 1970 Les présages apinayé. Jo:r¡ ./. Pouillon y P. i\laranda eds. I. Pp. 77-99. Echanges et
. ~ National de Recherche Scientifique (CNRS), a través del Laboratorio de Antropo- communieations. Mélan~es offerts a Claude Lévi-Strau88 a l'occasion de son 60e
'Iocía Social. Habiendo lIido realizada nuestra investigación, entre los achuar del Ecuador, allniversaire. París-La lIaya: I\louton.
V4e1lemoe precisar que, dada la variabilidad local de las características culturales de los Godelier, M.
J{ttro. llUeItro8 lAÍ1iIi8 IObre los achuar del Alto Pastaza no son necesariamente válidos 19711 La part id{'e1le du r{·d. Fssai sur r ¡t1(.ü!ogiqUt,. L ' Ilommc XVlll (3-4):155-1 no.
62 América lnd ígcna

Reid, If.
1978 Dreams and their interpretation among tlle lIupdu Maku Indians of Braúl.
Carnhridge Anthropology 4(3 ):2-28.
Taylor, A.C.
[19791 Sorne aspects of the system of gender relations and ils transformations among
the ":euadorian Achuar. Trabajo presentado en el XLIII Congreso Inlernacional dc
Americanislas. Vancouver, agosto de 1979.
Whitc, L.
1959 The evolution of culture: The devc10pmcnt of civilization lo the faII of Rome.
New York: Mac Graw 11ill.

SUMMARY

COLIBRl':-; C;ARDEN: WORK PROCESSES ANI) ~EXlJAL CATE(;OIUZATIONS


AMONC TI lE ECll ADORIAN Aellll AR. Through UII analysis of the representations
of work amonff the Jivaroan Achuar -an Upper JÍrllazonian soeiety of hunters and
.nvidden horlieulturists- the author explores the relationship between the sexual
tlivision of lalJuur, on the one hand, and the systetns of eategorization of praxis,
on the other. He shows that the ideational ddimit(ltion of the two main work proces-
ses -huntín!! und hortieulture-- and their adscription, respectively, to men and
women are rlOt based on a native theory pertainíng to the valorizing potential of
different ta..~ks, but ruther on a dichotomy of the ma~ieal preeonditions that govern
the effectivity of lhe two work processes. This dlllllity of preeonditions refers in
turn to the duality of the spheres of symbolie actillities autonomously eontrolled
by eaeh sexo The inequality between men and women -very evident at other levels
of the social practiee among the Aehuar- is not, therefore, a funetion of the hierar-
ehieal valorization of statuses through the modes of soeialization of nature.

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