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Legalismo

La preferencia de rechazar la ley, la restricción y la limitación es un fenómeno cultural


predominante en la sociedad norteamericana. La “libertad” ha llegado a conceptualizarse
gradualmente como la libertad de restricción. Los que no abrazan una actitud relajada, casual
y abierta ante los valores morales y el comportamiento ético son calificados como “intolerantes” e
“insensibles”. Incluso en los círculos cristianos, enfatizar la necesidad de conformarse
estrictamente a la voluntad de Dios en todos los temas de fe y práctica puede causar que una
persona sea calificada como “fundamentalista”. Esta persona es separada como alguien
inadaptado, inmaduro y farisaico que simplemente no ha “crecido” al punto de entender el
verdadero espíritu de Jesús. Él es “perjudicial” y le hace falta “comprensión”. Y, sí, es “legalista”.

Al escuchar cuidadosamente a la mayoría de aquellos que usan el término “legalista”, pronto


llega a ser aparente que ellos entienden que el término hace referencia a la demasiada atención
de los detalles legales. En la década de 1960, Joseph Fletcher, el “Padre de la Ética
Situacional”, señaló la noción popular del “legalismo”:

En esta estrategia ética se considera las “variables situacionales”, pero siempre se subordina
las circunstancias a “leyes” generales predeterminadas de moralidad. La ética legalista trata a
muchas de sus reglas de una manera idolátrica, convirtiéndolas en absolutos. En esta clase de
moralidad, calificada adecuadamente como legalismo o ética legal, es más importante la
obediencia a las “reglas de conducta” prefabricadas que la libertad de hacer decisiones
responsables (1967, p. 31).

Sería difícil subestimar las consecuencias catastróficas de esta descripción en el carácter moral de
la civilización humana. La ilustración que un predicador, profesor universitario y prominente
terapeuta familiar dio en una conferencia universitaria titulada “Adelantándose: Llevando a Su
Familia con Usted” (“Getting Ahead: Taking Your Family With You”), es típica del concepto erróneo
extendido que el “legalismo” tiene que ver con la atención exagerada de la obediencia completa:

Usted puede entenderlo cuando marca números telefónicos.... [T]iene que marcar alrededor de
dieciocho números para comenzar, y luego tiene que marcar dieciocho más— ¿sabe de lo que
estoy hablando? Y si marca mal, ¿qué pasa? Si marca UNO mal—solo UNO—comienza a decir cosas
malas de sí mismo, ¿no lo hace? Sí, porque sabe que arruinó todo el proceso. Es asombroso cuán
legalista es la compañía telefónica (Faulkner, 1992, énfasis añadido).

Es completamente incomprensible que los que profesan abrazar el cristianismo consideren la


misma idea de obedecer a las leyes de Dios como negativas, y luego denuncien a esta
obediencia como “legalismo”. Esta postura socava la misma fundación de los estándares
nacionales de la moralidad, y provoca indisciplina en el comportamiento moral. Pero ¿no es esto lo
que le ha estado sucediendo a la civilización norteamericana en los 40 años pasados?

¿Qué es exactamente el “legalismo” según la Biblia? ¿Se debe igualar el “legalismo” con el
mucho interés por la obediencia? ¿Es el “legalismo” equivalente a una determinación ardiente de
guardar los mandamientos de Dios? Alguien que posee un enfoque equivocado del legalismo tiende
naturalmente a encubrir los “detalles” de la enseñanza del Nuevo Testamento, relegando varios
temas a “asuntos sin importancia”.

Muchos se sorprenderían saber que el término “legalismo” realmente no aparece en la Biblia. Sin
embargo, se ha creado muchas palabras extra-bíblicas para describir conceptos bíblicos (e.g.,
“providencia”). En su uso negativo clásico, “legalismo” implica confiar en la justicia personal.
El legalismo tiene que ver con la actitud de alguien acerca de su propia persona (i.e., tener un
sentido presumido de auto-importancia—Lucas 18:11-12; Proverbios 25:27; Romanos 12:3)
y práctica (i.e., pensar que se puede ganar o merecer la salvación por medio de la realización—
Lucas 17:10; Romanos 3:9-18,23; 11:35; 1 Corintios 9:16). El legalismo no está relacionado
a la corrección de las mismas prácticas. Dios siempre ha condenado a la persona que se
enorgullece de sus acciones obedientes, que confía en su propia justicia y que espera recibir la
gracia de Dios a causa de esas acciones (cf. Lucas 18:9et.seq.; Romanos 9:31et.seq.). Pero Él
siempre ha elogiado a la persona que mantiene fidelidad absoluta a los detalles específicos de
Sus mandamientos (e.g., Juan 14:15; Romanos 2:6-7; 6:16; Hebreos 5:9). La diferencia
entre lo primero y lo último es la actitud de la persona—un hecho que solamente Dios está en la
posición de percibir (Lucas 6:8). Es impertinente que un cristiano acuse a otro cristiano
simplemente porque el último exhibe lealtad meticulosa a la Palabra de Dios—como si el primero
fuera capaz de conocer automáticamente el motivo de su hermano, y por ende leer de alguna
manera su mente. Los promotores del error religioso a menudo redefinen términos que pudieran
ser buenos, tergiversando los términos y sometiendo inadvertidamente a los lectores a sus
doctrinas falsas. Los que tienen un enfoque liberal han redefinido el término “legalismo”,
cambiando el significado de la actitud auto-justificada a la realización de la obediencia
concienzuda ante lo completo de la Palabra de Dios.

Como prueba de esto, considere el ejemplo clásico de “legalismo” en el Nuevo Testamento: los
fariseos. ¿Por qué deberían ser los fariseos clasificados como legalistas? Para responder a
esa pregunta, debemos examinar en qué aspecto Jesús señaló sus faltas. Él les reprendió por tres
fallas centrales. Primero, ellos eran culpables de hipocresía. Pretendían ser devotos, y hacían lo
imposible para aparentar que eran justos, pero realmente no llevaba a cabo la obediencia
genuina y amorosa delante de Dios (Mateo 23:4-7,25-28). Segundo, ellos
atendían algunos asuntos bíblicos, pero descuidaban otros de mayor importancia (Mateo 23:23;
Lucas 11:42). Jesús hizo referencia a esta tendencia como colar el mosquito y tragar el camello
(Mateo 23:24). (Desde luego, Él no estaba apoyando o aprobando el trago del mosquito).
Tercero, ellos tergiversaban la Ley Mosaica (Mateo 5:17-48), e incluso imponían sus
interpretaciones erróneas, elevando sus tradiciones, leyes y doctrinas humanas al nivel de
escritura (Mateo 15:1-9; Marcos 7:1-13). Jesús censuró repetidamente a los fariseos por estos
tres males espirituales. Pero aunque adolecían de estos males, note que el “legalismo” de los
fariseos no tenía que ver con su atención ferviente de cumplir la “letra de la ley”. Los
fariseos no fueron condenados porque eran muy celosos en cuanto a su obediencia a la voluntad
de Dios. Ellos fueron condenados porque “dicen, y no hacen” (Mateo 23:3).

De hecho, Dios siempre ha estado completamente interesado en el hecho que aquellos que


quieran agradarle se ocupen diligentemente en obedecer los detalles particulares de Sus
instrucciones (e.g., Levítico 10:1-3; 2 Samuel 6:1-7; 1 Crónicas 15:12-13). Jesús incluso
igualó esta actitud obediente al amor por Él (Juan 14:15; 15:14). Muchos que poseen una
actitud frívola e indiferente ante la obediencia rígida, piensan que están evitando el síndrome
“legalista”; sin embargo, realmente están demostrando debilidad espiritual relajada e infidelidad.

Por definición, la “fidelidad” es la confianza obediente o conformidad leal con las estipulaciones de


la voluntad de Dios (Santiago 2:17-26). Por definición, la justicia es hacer lo correcto (Hechos
10:34-35; 1 Juan 3:7). Abraham entendió esto (Génesis 26:5; Hebreos 11:8). Moisés
entendió esto (Deuteronomio 4:2; 6:17; 10:12; 11:8,13,22,27-28). Josué entendió esto
(Josué 23:6,11; 24:14-15). Juan entendió esto (1 Juan 5:3). También Pablo (Romanos 6:16).
En realidad, las protestas de “legalismo” son una excusa para justificar la desviación de la fe, y
encubren una agenda que busca introducir innovaciones no-bíblicas de adoración en el cuerpo de
Cristo. No se equivoque: existen hipócritas en la iglesia, como también personas de corazones
enfermos cuyas demandas de conformidad surgen a causa de la arrogancia auto-justificativa. Pero
la amenaza mayor que enfrenta el pueblo de Dios hoy es el problema perenne de la humanidad:
una propensión obstinada y rebelde hacia la desviación y/o apostasía, i.e., una indisposición a
someterse humildemente a las directivas de Dios (e.g., Génesis 4:7; 1 Samuel 15:22-23;
Eclesiastés 12:13; Miqueas 6:8; Mateo 7:13-14; Romanos 3:10-12; 6:16; 10:21; 2
Tesalonicenses 1:8). Por esta razón, después de reprender a los fariseos por descuidar los
“asuntos principales de la ley” (i.e., la justicia, la misericordia, la fe y el amor a Dios; cf. Juan
5:42), Jesús reiteró: “Esto [los asuntos principales— DM] era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello [los asuntos menores—DM]” (Mateo 23:23; Lucas 11:42, énfasis añadido). Por esta
razón Jesús también declaró: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos
mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el
reino de los cielos.... Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:19-20). Él quiso decir que la atención
cuidadosa a todos los mandamientos de Dios—incluyendo aquellos que son considerados
“menores”—demostraba un respecto concienzudo por agradar a Dios. Sea en el judaísmo antiguo
o en el reino de Cristo actual, es primordial obedecer a Dios con una actitud humilde. Los que
relegan algunos asuntos doctrinales al estatus de “menor importancia” (e.g., adorar a Dios sin
adiciones humanas—como la música instrumental, los coros, los solos o la dedicación de bebés), y
que enseñan a otros a participar en estas innovaciones no-escriturales, pensando que Dios no es
“quisquilloso” en cuanto a estas cosas “menores”, enfrentarán tragedia eterna.

Sí, debemos evitar el “legalismo”. Si una persona tiene un sentido engreído de superioridad y
auto-suficiencia espiritual, se perderá eternamente (e.g., Lucas 18:9-14). Pero ¿quién hubiera
imaginado—o anticipado—que llegaría el día cuando se burlaría, ridiculizaría y apartaría la
demanda de Dios por obediencia, considerándola “legalismo”? ¡Los que fomentan este punto de
vista realmente están abogando por el “ilegalismo”! No debemos atrevernos a confundir
“legalismo” por la obediencia amorosa a la voluntad de Dios en cada faceta de nuestras vidas.
Debemos hacer cuidadosamente lo que se nos manda (Lucas 17:10), recordando las palabras de
Jesús: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Debemos
aferrar nuestras vidas a la gracia de Dios, pero luego debemos amarle y obedecerle, recordando
que “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3).

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