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En esta estrategia ética se considera las “variables situacionales”, pero siempre se subordina
las circunstancias a “leyes” generales predeterminadas de moralidad. La ética legalista trata a
muchas de sus reglas de una manera idolátrica, convirtiéndolas en absolutos. En esta clase de
moralidad, calificada adecuadamente como legalismo o ética legal, es más importante la
obediencia a las “reglas de conducta” prefabricadas que la libertad de hacer decisiones
responsables (1967, p. 31).
Sería difícil subestimar las consecuencias catastróficas de esta descripción en el carácter moral de
la civilización humana. La ilustración que un predicador, profesor universitario y prominente
terapeuta familiar dio en una conferencia universitaria titulada “Adelantándose: Llevando a Su
Familia con Usted” (“Getting Ahead: Taking Your Family With You”), es típica del concepto erróneo
extendido que el “legalismo” tiene que ver con la atención exagerada de la obediencia completa:
Usted puede entenderlo cuando marca números telefónicos.... [T]iene que marcar alrededor de
dieciocho números para comenzar, y luego tiene que marcar dieciocho más— ¿sabe de lo que
estoy hablando? Y si marca mal, ¿qué pasa? Si marca UNO mal—solo UNO—comienza a decir cosas
malas de sí mismo, ¿no lo hace? Sí, porque sabe que arruinó todo el proceso. Es asombroso cuán
legalista es la compañía telefónica (Faulkner, 1992, énfasis añadido).
¿Qué es exactamente el “legalismo” según la Biblia? ¿Se debe igualar el “legalismo” con el
mucho interés por la obediencia? ¿Es el “legalismo” equivalente a una determinación ardiente de
guardar los mandamientos de Dios? Alguien que posee un enfoque equivocado del legalismo tiende
naturalmente a encubrir los “detalles” de la enseñanza del Nuevo Testamento, relegando varios
temas a “asuntos sin importancia”.
Muchos se sorprenderían saber que el término “legalismo” realmente no aparece en la Biblia. Sin
embargo, se ha creado muchas palabras extra-bíblicas para describir conceptos bíblicos (e.g.,
“providencia”). En su uso negativo clásico, “legalismo” implica confiar en la justicia personal.
El legalismo tiene que ver con la actitud de alguien acerca de su propia persona (i.e., tener un
sentido presumido de auto-importancia—Lucas 18:11-12; Proverbios 25:27; Romanos 12:3)
y práctica (i.e., pensar que se puede ganar o merecer la salvación por medio de la realización—
Lucas 17:10; Romanos 3:9-18,23; 11:35; 1 Corintios 9:16). El legalismo no está relacionado
a la corrección de las mismas prácticas. Dios siempre ha condenado a la persona que se
enorgullece de sus acciones obedientes, que confía en su propia justicia y que espera recibir la
gracia de Dios a causa de esas acciones (cf. Lucas 18:9et.seq.; Romanos 9:31et.seq.). Pero Él
siempre ha elogiado a la persona que mantiene fidelidad absoluta a los detalles específicos de
Sus mandamientos (e.g., Juan 14:15; Romanos 2:6-7; 6:16; Hebreos 5:9). La diferencia
entre lo primero y lo último es la actitud de la persona—un hecho que solamente Dios está en la
posición de percibir (Lucas 6:8). Es impertinente que un cristiano acuse a otro cristiano
simplemente porque el último exhibe lealtad meticulosa a la Palabra de Dios—como si el primero
fuera capaz de conocer automáticamente el motivo de su hermano, y por ende leer de alguna
manera su mente. Los promotores del error religioso a menudo redefinen términos que pudieran
ser buenos, tergiversando los términos y sometiendo inadvertidamente a los lectores a sus
doctrinas falsas. Los que tienen un enfoque liberal han redefinido el término “legalismo”,
cambiando el significado de la actitud auto-justificada a la realización de la obediencia
concienzuda ante lo completo de la Palabra de Dios.
Como prueba de esto, considere el ejemplo clásico de “legalismo” en el Nuevo Testamento: los
fariseos. ¿Por qué deberían ser los fariseos clasificados como legalistas? Para responder a
esa pregunta, debemos examinar en qué aspecto Jesús señaló sus faltas. Él les reprendió por tres
fallas centrales. Primero, ellos eran culpables de hipocresía. Pretendían ser devotos, y hacían lo
imposible para aparentar que eran justos, pero realmente no llevaba a cabo la obediencia
genuina y amorosa delante de Dios (Mateo 23:4-7,25-28). Segundo, ellos
atendían algunos asuntos bíblicos, pero descuidaban otros de mayor importancia (Mateo 23:23;
Lucas 11:42). Jesús hizo referencia a esta tendencia como colar el mosquito y tragar el camello
(Mateo 23:24). (Desde luego, Él no estaba apoyando o aprobando el trago del mosquito).
Tercero, ellos tergiversaban la Ley Mosaica (Mateo 5:17-48), e incluso imponían sus
interpretaciones erróneas, elevando sus tradiciones, leyes y doctrinas humanas al nivel de
escritura (Mateo 15:1-9; Marcos 7:1-13). Jesús censuró repetidamente a los fariseos por estos
tres males espirituales. Pero aunque adolecían de estos males, note que el “legalismo” de los
fariseos no tenía que ver con su atención ferviente de cumplir la “letra de la ley”. Los
fariseos no fueron condenados porque eran muy celosos en cuanto a su obediencia a la voluntad
de Dios. Ellos fueron condenados porque “dicen, y no hacen” (Mateo 23:3).
Sí, debemos evitar el “legalismo”. Si una persona tiene un sentido engreído de superioridad y
auto-suficiencia espiritual, se perderá eternamente (e.g., Lucas 18:9-14). Pero ¿quién hubiera
imaginado—o anticipado—que llegaría el día cuando se burlaría, ridiculizaría y apartaría la
demanda de Dios por obediencia, considerándola “legalismo”? ¡Los que fomentan este punto de
vista realmente están abogando por el “ilegalismo”! No debemos atrevernos a confundir
“legalismo” por la obediencia amorosa a la voluntad de Dios en cada faceta de nuestras vidas.
Debemos hacer cuidadosamente lo que se nos manda (Lucas 17:10), recordando las palabras de
Jesús: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Debemos
aferrar nuestras vidas a la gracia de Dios, pero luego debemos amarle y obedecerle, recordando
que “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3).