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JULIO B. J. MAIER
Titular de Cátedra de la Universidad de Buenos Aires
Antología
EL PROCESO PEN
PROCESO AL
PENAL
CONTEMPORÁNEO
PALESTRA EDITORES
LIMA – 2008
4 Julio B. J. Maier
Impresión y Encuadernación:
GRÁNDEZ GRÁFICOS S.A.C.
Mz. E. Lt. 15 Urb. Santa Rosa de Lima – Los Olivos
ISBN: .....
Tiraje: 1000
Contenido
Presentación ..................................................................................................... 9
Presentación del autor ....................................................................................
ESCRITOS JUVENILES
PERÍODO DE DESARROLLO
Función normativa de la nulidad .................................................................. 209
¿Es la reparación una tercera vía del Derecho Penal? ............................... 821
ACTUALIDAD
¿Es la «inmediación» una condición de la condena penal?:
un aspecto parcial de la lucha entre Inquisición vs. composición ............ 841
Presentación
E
n noviembre último, en la ciudad de Trujillo, tuvimos el inmenso
honor de contar con la presencia del más grande exponente de la
ciencia procesal penal de habla hispana, el maestro Julio Bernardo
José Maier. El motivo de tan grata visita fue su colación como Doctor Hono-
ris Causa de nuestra Universidad Privada Antenor Orrego.
Los miembros del Instituto de Ciencias Penales (INCIPEN-UPAO), no
quisimos desaprovechar la oportunidad para organizar unas jornadas en su
honor, en las cuales nos acompañaron los más importantes representantes
de la ciencia procesal penal peruana, profesores Florencio Mixán Mass, César
San Martín Castro, Arsenio Oré Guardia y Pablo Sánchez Velarde, nuestros
queridos amigos Percy García Cavero y Luis Miguel Reyna Alfaro, así como
los ilustres juristas extranjeros Eduardo Montealegre Lynett (Colombia) y
Alberto Martín Binder (Argentina); vaya a todos ellos nuestro más profundo
agradecimiento por colaborar en dichas jornadas en honor al maestro.
Fue también en la intención de homenajear al maestro que le propusi-
mos la publicación por intermedio de nuestro Instituto de un libro que
contuviese los que, en su criterio, fueran sus artículos más importantes en
todos estos años dedicados en cuerpo y alma a las ciencias penales; por
fortuna accedió gustoso, entregándonos lo que es la —por él mismo deno-
minada— «Antología» que gracias a Palestra Editores se pone a disposición
del público peruano*.
de trabajar con él daban buena cuenta de ello; en esta breve visita en nues-
tra ciudad de Trujillo hemos tenido la oportunidad de confirmarlo. No nos
queda sino agradecerle infinitamente haber tenido la oportunidad de co-
nocerle personalmente, los días inolvidables que compartimos, el honor de
aceptar incorporarse a nuestro claustro de doctores honoris causa, lo mu-
cho que ha hecho por la ciencia procesal penal, por los sistemas de justicia
penal de nuestros países, el aceptar publicar este libro por intermedio de
nuestro instituto; pero sobre todo, que haya sido JULIO MAIER, el maes-
tro que tuvimos a la distancia y tanto admiramos desde nuestras primeras
aproximaciones a la ciencia procesal penal.
C
on motivo del injustificado homenaje que programó para mí la Uni-
versidad Privada Antenor Orrego, que se sumó a la colación del
grado de Doctor honoris causa, también inmerecido, se me requirió
que eligiera un buen número de trabajos para publicar, que representaran
mi vida como jurista. Algunos de mis discípulos realizaron esa labor que
aquí se presenta. Luego yo procedí a dividir esos trabajos en tres períodos:
en primer lugar coloqué el que corresponde a mis publicaciones de juven-
tud, algunas de las cuales fueron redactadas cuando yo era estudiante y
varias por incitación de quienes fueron mis maestros en la Universidad
Nacional de Córdoba (República Argentina); le sigue mi período de desa-
rrollo como jurista, sin duda el más intenso y de mayor dedicación en esa
tarea, que depende tanto de mi formación en universidades de la República
Federal de Alemania, como de mi labor docente y práctica en la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y en la justicia de esa ciu-
dad; por último, se presenta a mi pensamiento actual sobre el Derecho Pe-
nal, ya casi alejado de la profesión jurídica, al menos de la vida académica,
que mira con alguna nostalgia a mi vida pasada y arroja sobre los jóvenes
juristas, especialmente sobre aquellos dedicados al Derecho Penal, un háli-
to de pesimismo que ellos, quizás, no merecen. Recomiendo, por ello, la
lectura de la antología consignada con mucho cuidado, pues, como las me-
morias de una persona que ya ha vivido su vida, cumple sólo con la mitad
de su labor: expone los diferentes pasos de su desarrollo, sin representarla
totalmente.
Si se me pidiera un punto de partida tendría que nombrar al Código
procesal penal para la Provincia de Córdoba (República Argentina), sancio-
nado en 1939, obra que no está contenida en este libro porque no soy autor
de ella; si se me pidiera un punto de arribo tendría que mencionar una obra
tampoco contenida en este libro, de la cual sí fui autor, el Código procesal
14 Julio B. J. Maier
Julio B. J. MAIER
17
SUMARIO: I. Limitación de nuestro estudio.- II. Funciones.- III. Carácter.- IV. Posi-
ción subjetiva del juzgador con respecto a la verdad.- V. Motivación: 1. ¿Qué es la
motivación?; 2. ¿Cuál es la motivación exigida para el auto de procesamiento?.-
VI. Exquisitos formales. Principales defectos. VII. Redacción.
L
a comprobación de las deformaciones a que se ha llegado en la prác-
tica de nuestros Juzgados de Instrucción1 —que si bien no provocan en
general la nulidad del auto de procesamiento, atentan contra la clari-
dad de sus funciones— nos alienta para cumplir nuestra limitada tarea: nos
proponemos estudiar la forma que debe tener dicha resolución, tal como lo
quiere la ley ritual, para que cumpla las funciones que le corresponden en el
proceso penal.
No nos ocuparemos, pues, sino incidentalmente, del problema doc-
trinario referente al auto de procesamiento, y sólo mencionaremos aque-
2 Para un estudio doctrinario del problema pueden consultarse, entres otros: VÉLEZ
MARICONDE, Estudios, t. II, p. 213; CARNELUTTI, Francisco, Auto de Procesamiento, en Rev.
de Derecho Procesal (Bs. As.), VI (1948), p. 216; AGUILERA DE PAZ, Enrique, Comentarios a
la ley de Enjuiciamiento Criminal (2.ª ed.), t. III, p. 518.
3 VÉLEZ MARICONDE, Estudios, t. II, p. 213.
Forma del auto de procesamiento 19
III. CARÁCTER
Las consideraciones precedentes no significan, sin embargo, un lazo
que ahogue al juez y al Ministerio Público si, de la posterior investigación,
la plataforma fáctica se modifica o desaparece, surgen nuevas circunstan-
cias penalmente relevantes, o inclusive nuevos hechos. Si así ocurriera, se
deberá provocar un nuevo examen jurisdiccional en los primeros casos y
cuando surja un nuevo hecho, deberá promoverse por el Ministerio Público
la acción penal respectiva, indagar nuevamente al imputado (por el nuevo
hecho) y procesar si es el caso.
4 CARNELUTTI, F., Auto de procesamiento, en Rev. de Derecho Procesal (Bs. As.), VI (1948), p. 217.
5 Véase VÉLEZ MARICONDE, Estudios, t. II, p. 214.
20 Julio B. J. Maier
9 Contiene, en este artículo casi idéntica redacción que el Código de Mendoza, poste-
rior a él. «Cuando resultare con evidencia...», lo que afirma nuestra tesis.
10 Esta misión se ve, a veces, adulterada en la práctica, pues se espera reunir todos los
elementos de prueba y luego se procesa.
Forma del auto de procesamiento 23
V. MOTIVACIÓN
1. ¿Qué es la motivación?
Motivar una resolución significa exponer las razones de hecho y de derecho
que dan base al pronunciamiento; decir claramente el por qué de las conclusio-
nes fácticas y jurídicas que el órgano jurisdiccional afirma.
Existen, por lo tanto, dos motivaciones: una referente al hecho y otra al
derecho, aclarando desde ya que ambas están íntimamente unidas, lo que
aparece claro al observar que las normas jurídicas (abstractas) están siempre
constituidas, aunque no en su totalidad, por conceptos de hecho (reales).
a) Motivación con respecto al hecho. Es la explicación de la racional valoración
de la prueba pertinente y útil recibida en el proceso, de acuerdo con las reglas de la
lógica, la psicología y la experiencia, que justifica la conclusión de hecho afirmada o
negada en la resolución.
En esta definición están contenidas todas las exigencias de la motiva-
ción: 1.º) Debe basarse en los elementos de prueba recibidos en el proceso, eliminando
el sentimiento y conocimiento personal del juzgador, lo que equivale a decir que
dichos elementos deben haber ingresado en el proceso y por lo tanto ser
admisibles, no viciados de nulidad, pertinentes (referidos al hecho afirmado o
negado)11 e idóneos para fundar la resolución12. 2.º) Debe valorarse racional-
mente la prueba, es decir, acudiendo a las reglas que nos proporciona la
lógica, la experiencia y la psicología, evitando que la motivación sea ilógica
(contraria a dichas reglas) o contradictoria, al mencionar elementos opuestos
(que afirman y niegan el hecho) como corroborantes, al interpretar en dos
sentidos distintos un mismo elemento de convicción, o al no decidirse ni en
uno ni en otro sentido. 3.º) Debe explicarse en forma clara el razonamiento,
respetando para ello la reflexión del pensamiento. No hay nada más que
manifestar o exteriorizar lo pensado.
Las dos primeras exigencias son propias del sistema de la libre convic-
ción, mientras que la última es exclusiva de la motivación. Se ve así, clara-
mente, que la motivación sobre el hecho constituye la garantía efectiva del
sistema de la libre convicción; al exteriorizar los fundamentos de la resolución,
las partes controlan eficazmente la aplicación de este sistema por el órgano
jurisdiccional. La ausencia de este deber nos haría caer indefectiblemente
en el régimen de la íntima convicción.
11 NÚÑEZ, Ricardo, «El Contralor de las Sentencias de los Tribunales de juicio por vía de
la casación», en Temas de Derecho Penal y de Derecho Procesal Penal, Ejea, Bs. As., 1958, p.
88; llama a esta exigencia motivación concordante.
12 En la sentencia, por ejemplo, no se tienen en cuenta todos los elementos de convic-
ción recibidos en el proceso, sino solamente los incorporados al debate.
24 Julio B. J. Maier
13 Cfr. MANZINI, Vicenzo, Tratado de D.P.P., t. IV, Ejea, Bs. As., 1953.
14 Véase NÚÑEZ, Ricardo, ob. cit., p. 88.
Forma del auto de procesamiento 25
307; La Rioja, 32816; Mendoza, 309; Catamarca, 272; Salta, 309; San Juan,
305) que tienen que observarse al dictar el auto de procesamiento: a) la
identificación del imputado; b) la enunciación del hecho y, participación del impu-
tado en el mismo, y los motivos que se tienen para afirmarlo; y c) la calificación
legal de esa conducta delitiva.
Comienza el auto de procesamiento con la identificación del imputado de
acuerdo con los datos que obran en el sumario y la mención del delito que se le
imputa agregando una breve relación del hecho objeto del proceso, por el cual
se ha promovido la acción penal. Este último agregado, no, exigido por la ley,
tiene por finalidad que el juez mismo exprese el límite objetivo del proceso.
Después de ello, los considerandos, en donde se cumple con la exigencia
de relatar el hecho, la participación del imputado y la calificación legal de
su conducta, expresando los motivos que fundan la resolución.
Es aquí donde se notan las deformaciones prácticas y errores lógicos
ya anticipados. Se incluye normalmente dentro de los resultandos la descrip-
ción del hecho y la participación del imputado, y en los considerandos se dan
los motivos que inducen al juez a estimar la probabilidad o certeza de su
juicio. Con ello se perjudica la claridad del pensamiento del juzgador para
reconstruir históricamente el hecho acaecido a base de los elementos incor-
porados al proceso. Justamente, en la realidad, el juez razona a la inversa:
examina la prueba existente y sobre la base de las conclusiones que ella
presenta —testigos que declaran corroborando en todo o en parte sus afir-
maciones, documentos, pericias, etc.— va reconstruyendo paso a paso la
verdad histórica.
Por otra parte, se incurre en el error —más grave que el anterior— de
mencionar en conjunto los elementos probatorios que él juez ha valorado
para llegar a la conclusión «relatada en el resultando»17. Debe especificarse
qué es lo que prueba o a qué conclusión arriba el juez al examinar un ele-
mento o varios corroborantes, pues de lo contrario el auto no será fundado
y por lo tanto nulo.
A todos estos errores se llega por no seguir nuestra bien arquitecturada
inteligencia, que todo lo resuelve del modo más sencillo. La realidad de
VII. REDACCIÓN
Creemos también conveniente adoptar, en la redacción concreta de un
auto de procesamiento, un sistema extraído de la experiencia, de la vida
real y del desarrollo mismo del proceso. Un procedimiento se inicia18 por la
comprobación o presunción de un hecho delictivo, o más concretamente,
con la aparición del cuerpo del delito (una persona muerta, la desaparición
de una cosa mueble , etc.) y posteriormente se desenvuelve la investigación
en torno al hecho y la participación de algún individuo en el mismo; aunque
muchas veces desde un comienzo estos dos momentos aparecen reunidos
en un mismo acto (la denuncia, por ejemplo) pero conceptualmente separa-
dos, pues es preciso afirmar previamente el acaecimiento de un hecho que
«prima facie» constituya un delito, para luego imputárselo a una persona
determinada.
Por ello postulamos que se comience por examinar los elementos de
convicción que hacen probable o cierto el cuerpo del delito, enunciándolo
determinadamente. A continuación deben exponerse los motivos por los
cuales se fija el hecho que determinó la aparición del cuerpo del delito y la
participación del imputado. Y así se tiene reconstruido el acontecimiento
histórico sucedido.
Resta sólo cumplir con la actividad lógica de la resolución, o sea, poner
en relación ese acontecimiento ya descripto con el derecho; calificar legal-
mente la conducta del imputado como partícipe en un hecho delictivo.
Termina el auto de procesamiento en el dispositivo, en donde el juez
expresa su voluntad, mejor dicho, la voluntad de la ley, conclusión lógica
de su razonamiento anterior.
Y para dar fin a esta exposición cabe solamente ejemplificar lo que, a
mi juicio, debe ser la redacción concreta de un auto de procesamiento, guián-
donos de las consideraciones expuestas y aclarando que brevedad y concisión
son atributos de la resolución que nos ocupa, atendiendo que sólo implica
un juicio provisional y de probabilidad sobre la participación culpable del
imputado en un hecho delictivo. Para lograr ese propósito imaginaremos
un homicidio simple confeso, caso sencillo y práctico a la vez.
Córdoba, primero de febrero de mil novecientos sesenta y tres. Y vista: esta causa
que se sigue en contra de X. (nacionalidad), (estado civil), (ocupación u oficio),
(instrucción), (N.º de prontuario), (padres), (lugar y fecha de nacimiento), a quien
se le atribuye el delito de homicidio simple por haber dado muerte a Z. Y consideran-
do: I) Que de la partida de defunción de fs. 4 y autopsia de fs. 5 surge que Z murió
entre las diecinueve y veinte horas del día quince de enero del cte. año, a consecuencia
de golpes en el cráneo producidos con un elemento duro. II) Que de la confesión del
imputado en su declaración indagatoria (fs. 6), corroborada por las declaraciones
testimoniales de A y B (fs. 7 y 8 respectivamente resulta que el imputado, el día en
que acaeció el hecho, se encontraba en compañía de su novia (la víctima) y los testi-
gos A y B. En un momento de la reunión el imputado y la víctima se retiran a una
habitación contigua en la que momentos después, según propia manifestación de X,
por razones sentimentales que le produjeron un violento shock de nervios, atacaba su
novia con un hierro que había en la habitación. Al sentir los gritos, A y B concurren
apresuradamente, pudiendo observar los últimos golpes dados en la cabeza de la víc-
tima que cae al suelo, falleciendo, al parecer (autopsia), instantáneamente y a causa
de los golpes. El secuestro del barrote de hierro (fs. 10) y el desorden en que se encon-
traba la habitación teatro del hecho, que surge de la inspección ocular realizada (fs.
9), no dejan duda de la verdad de lo relatado. III) La acción delictiva del imputado en
el hecho así descripto encuadra en la figura de homicidio simple (art. 79 del C. Pe-
nal), correspondiendo ordenar su procesamiento como autor de ese delito. Por ello y lo
dispuesto por los arts. 336 y 339 del C. de P. P. resuelvo: ordenar el procesamiento
y prisión preventiva de X, ya filiado, como supuesto autor del delito de homicidio
simple (C. Penal, art. 79). Protocolícese y notijíquese.
29
La investigación preparatoria
del Ministerio Público
En la legislación argentina
y la Ordenanza Procesal Alentaría
I. INTRODUCCIÓN
S
i por un momento dejamos de pensar en el valor de las categorías
procesales de acción, jurisdicción y proceso, que se suponen, para admi-
tir la más amplia de procedimiento1, concordaremos en que el penal
moderno ha sido dividido en tres fases o etapas: una primera preliminar o
preparatoria que tiende a reunir los elementos necesarios para fundar el
requerimiento —acusación— base del juicio penal (stricto sensu) o, en caso
contrario, determinar el cierre del proceso; otra intermedia que tiene por
labor controlar si ese requerimiento guarda las relaciones de forma y
fundamentación necesarias para poder provocar el juicio; y una última y
definitiva que tiene por finalidad resolver plenamente todas las cuestiones
introducidas —objeto del proceso— declarando si tiene o no fundamento la
pretensión represiva ejercida. Las tres etapas se encuentran incorporadas
con mayor o menor vigor en las distintas legislaciones; las dos últimas pre-
sididas necesariamente por un juez o tribunal dotado del poder de decidir
(juzgar), la primera a cargo unas veces de un órgano jurisdiccional —juez
de instrucción— y otras del Ministerio Público con función requirente en el
1 Visión necesaria en el proceso penal puesto que su acto, por regla, es un órgano
público sujeto a ciertas disposiciones en su tarea de preparar su demanda de justicia.
30 Julio B. J. Maier
proceso penal2. Por otra parte, de las tres, resultan imprescindibles la pri-
mera y la última, ésta con carácter absoluto por su propia finalidad, aun en
los delitos de acción privada, y aquélla por lo menos cuando es un órgano
público el legitimado para el ejercicio de la acción penal (acción penal públi-
ca)3; la etapa intermedia puede omitirse4 o parecer trunca o no completa5.
Precisamente, aquí nos ocuparemos de la etapa preliminar del procedimiento
penal cumplida por el órgano de la acción penal pública, tal como la conci-
ben la legislación argentina y la alemana.
En todo proceso, el juez que decide el litigio debe mantenerse extraño
al conflicto planteado6 (ne procedat iudex ex oficio) por elementales razones
de equidad que informan los principios constitucionales del «juicio previo»
(nullum poena sine indicio) y de la inviolabilidad de la defensa7. Ello indica la
2 En ese sentido las legislaciones han dado diversas soluciones. El Derecho argentino,
en general, acepta la producción de una etapa preliminar pero siempre bajo la direc-
ción de un Juez de instrucción (Nacional, 32 y la mayoría de las legislaciones
provinciales), aunque los Códigos de Córdoba, Mendoza y San Juan introducen el
procedimiento preparatorio a cargo del Ministerio Público. El derecho continental
europeo, Alemania e Italia por ejemplo, acepta sin discusiones al Ministerio Público
como órgano del procedimiento preliminar aunque, a veces, aquél debe desarrollar-
se bajo la dirección de un juez.
3 Bueno es recordar, sin embargo, que durante la vigencia del sistema acusatorio puro, a
fines de la República romana —quaestio o acusatio o iudicium publicum— el acusador
popular elegido —editio— o sorteado sortitio— era investido legalmente o comisionado
por el Magisterio para la realización de una investigación preliminar tendiente a colec-
tar los elementos probatorios necesarios para fundar su pretensión (véase nota N.º 33).
4 Código Nacional, aunque es posible afirmar que la acusación puede ser objetada en
cuanto a su viabilidad, arts. 444, 445 y 446, por lo que la etapa definitiva o el plenario
se abre cuando se rechazan las excepciones opuestas o directamente se contesta la
acusación; CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Tratado de Derecho Procesal Penal, ed. Ediar, Bs. As.,
1960, t. 6, N.º 1528, p. 167.
5 Córdoba, 301 y ss., Mendoza 360 y ss., y normas respectivas de la legislación argen-
tina moderna, en razón de que sólo la voluntad del imputado o su defensa pueden
provocarlos, no es, en consecuencia, necesaria, y el órgano que la decide es el mismo
juez de la instrucción que, de esta manera, admite jurisdiccionalmente, en su caso, la
imputación en grado de acusación. CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., 6, 6, p. 110, quien
opina que no existe una verdadera etapa intermedia llamada a este momento de la
relación procesal «crítica instructoria». Como veremos, en la Ordenanza Procesal Pe-
nal alemana existe una faz intermedia real (Swischenverfahren) que no puede ser discutida.
6 Permítasenos esta licencia de vocabulario para el proceso penal donde la existencia
real de un litigio y conflicto ha sido discutida seriamente. En todo caso, désele un valor
puramente formal.
7 El proceso previo que consagra la Constitución Nacional (art. 18) nada significa si la
ley procesal que lo reglamenta ignora su estructura fundamental que la misma Carta
La investigación preparatoria del Ministerio Público 31
Magna impone (Cfr. COUTURE, E. J., Fundamentos del Derecho Procesal civil, cap. IV, § 3,
pp. 148 y ss., 3.ª ed., Bs. As., 1958; VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Estudios de Derecho Procesal
Penal, Córdoba, 1956, t. 2, pp. 15 y 101 y Acción resarcitoria, Córdoba, 1965, p. 22; CLARÍA
OLMEDO, Jorge A., «Derecho Procesal Penal», Bs. As., 1960, t. 1, N.º 178, p. 245) Por ello
se habla de debido» proceso previo.
8 La máxima es también al mismo tiempo, una exigencia constitucional a la persecu-
ción penal, en cuanto ella no puede partir del órgano con poder de decisión
(jurisdicción); rige para la instrucción dirigida por un juez (jurisdiccional) por lo que es
necesario requerirle su intervención limitada a un determinado objeto. Como lo
explicaremos posteriormente (infra IV, 3), la legislación alemana es aún más estricta
que la argentina en este sentido.
9 Los actos jurídicos por su naturaleza voluntaria y lícita permiten a los sujetos que los
otorgan precaverse desde su nacimiento de los elementos de convicción necesarios
que demuestren su efectiva realización necesarios que demuestren su efectiva reali-
zación en caso de eventuales desconocimientos o controversias sobre su sentido. No
sucede los mismo, sin embargo, en otra gran parte de las relaciones jurídicas priva-
das: los hechos ilícitos civiles, fuente también de obligaciones, y diversos conflictos
en los que generalmente está interesado el orden público, como los de familia y
especialmente, matrimoniales.
10 También la instrucción jurisdiccional propiamente dicha, o faz preliminar cumplida
obligatoriamente ante una autoridad jurisdiccional —Juez de instrucción— tiene
esos fines, aunque el requerimiento de ella signifique ya promover la acción penal,
es decir, pretender penalmente: precisamente ella tiene por finalidad solicita la ac-
tuación de la jurisdicción para reunir los elementos necesarios que permitan —o
no— pretender concretamente la condena y el castigo y se realiza ante un juez como
control y garantía de la legalidad del procedimiento contra el imputado.
11 A salvo, naturalmente, los delitos llamados de acción privada. Cfr. BELING, Ernest,
Derechos procesal penal, traducción GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ, Imprenta de la Univ. Nac. de
Córdoba, 1943,§ 18, II, p. 66.
32 Julio B. J. Maier
12 Lo mismo acaece en otros sistemas que consagran como público el interés por la
represión aunque no legitimen a un funcionario del Estado como pretensor penal;
verbigracia, el sistema de la acusación popular (actiocuivis ex populo).
13 Así lo establece la O.P.P. alemana §§ 152 II y 156 como regla general que reconoce
excepciones en donde triunfa la oportundiad: §§ 153, 153a, 153b, 153c y 154 (se refie-
ren especialmente a contravenciones y delitos leves sin consecuencia dañosa, hechos
cometidos en el extranjero, extradición por el mismo hecho) y el Código Penal ar-
gentino como principio absoluto: art. 71, seguido por las leyes rituales.
14 Aunque el sobreseimiento pueda, dictarse en algunos casos durante el juicio plena-
rio: Nacional, art. 460, pudiendo discutirse que se trate ya de la iniciación del plenario;
Córdoba, 389; Mendoza, 389; San Juan, 387.
15 Cfr. CLAIRÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º 1469, p. 23 y VÉLEZ MARICONDE, Alfredo,
Estudios..., cit., t. 1, p. 318, quienes agregan además la utilidad que presta como «eficaz
filtro con respecto a los elementos de convicción que deberán ser utilizados o con-
frontados en el juicio» y su valor al «circunscribir... la materia sobre la cual ha de
versar la acusación, la prueba, la discusión y la sentencia», pues «determina y delimi-
ta sustancialmente el objeto procesal». Para nosotros ambas inclusiones se resumen
en la función de sustento o preparación de la acusación.
16 Como dijimos, concebida como acto formal base del juicio plenario.
17 Desde el punto de vista penal, verdadera sentencia absolutoria anticipada, es decir,
absolución dictada sin agotar todas las fases de conocimiento de un proceso.
18 Código de Procedimiento Penal de la Provincia de Córdoba, Libro Segundo, Título
III; Proyecto de Código de procedimiento penal para la Capital Federal, de los Dres.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 33
23 Así llamados los códigos que responden al movimiento de reforma iniciado por el
«Código de Procedimiento Penal de la Provincia de Córdoba», sancionado el 22/8/
939, promulgado el 28 del mismo mes; y año y vigente desde el 1/3/940.
24 Cfr. los códigos y proyectos citados en las notas 18, 19, 20 y 22 que la aceptan; en contra,
dentro del movimiento legislativo surgido a partir del Código de Córdoba, los Códi-
gos de Santiago del Estero, Jujuy, La Rioja, Salta, Catamarca y La Pampa y el Proyecto
Tipo ((este paréntesis no cierra)surgido de la comisión designada por el III Congreso
Nacional de Derecho Procesal, Corrientes, 1962, CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Raúl E. Torres
Bas y Ricardo Levene (h.), quienes eliminan toda norma al respecto, excepto el «Códi-
go Procesal Penal de la Provincia de Salta que originariamente contenía la institución
y por decreto ley 163 del 25/7/1962 modificó su régimen manteniendo la brevedad y
simpleza del procedimiento pero alterando el órgano que la cumple, hoy el mismo
juez instructor. De los certámenes científicos podemos mencionar como contrarios el II
(1948), III (1963) y IV (1965) Congreso Nacional de Derecho Procesal; en virtud de estos
dos últimos se engendró y dio vida al Código Tipo ya citado. La institución fue apro-
bada en el I Congreso de Derecho Procesal (1939) y el Congreso sobre oralidad en los
juicios (1942). En la literatura jurídica argentina han defendido la institución VÉLEZ
MARICONDE, Alfredo, Estudios..., cit. (nota 19) y su reedición ampliada Derecho Procesal
Penal, de reciente aparición, ed. Lerner, Bs. As., 1969, t. 1, capítulo IX, 8, p. 409, y CLARIÁ
OLMEDO, Jorge A., Tratado..., cit. (nota 20); en contra, ALCALÁ Y ZAMORA Y CASTILLO, Niceto,
Derecho Procesal Penal ed. Kraft, Bs. As., 1945 (escrito en conjunto con Ricardo LEVE (h.),
pero la opinión que citamos pertenece al nombrado anteriormente según la discrimi-
nación de puntos y notas redactados por cada uno de los autores al final de cada tomo),
t. 1, capítulo VIII, nota 34, p. 387, t. II, capítulo IX, N.º 18 y capítulo XV, nota 84 y N.º 24
y nota 103. Hemos también tenido reciente noticia de la sanción de un huevo Código
para la Provincia de Córdoba, citado como Proyecto 1968 (VÉLEZ MARICONDE) que reem-
plazará al estudiado pero respetando las mismas ideas.
25 Específicamente véase infra II, 4.
26 Exceptuamos, por supuesto, la finalización por conversión; infra, II,4, C).
La investigación preparatoria del Ministerio Público 35
1. Procedencia histórica
El instituto ingresa en el Derecho argentino a través del Proyecto de
Código de Procedimiento Penal para la Capital Federal de Mario Antelo
(1933)27 y el Código de Procedimiento Penal para la Prov. de Córdoba, pero
reconoce su antecedente inmediato en la legislación italiana, Códigos proce-
sales penales de 1912 y 1930, coincidiendo en sustancia y sistema mucho más
con el primero de los nombrados28 y en alcance con el segundo29. No obstan-
te ello, existe en legislaciones europeas anteriores30, aunque con diferencia
de sistema31, pudiendo nombrarse entre ellas la que ocupa nuestra atención
27 Cfr. VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Bases de un nuevo proceso penal; el Proyecto de Mario
Antelo, y Comercio y Tribunales, Córdoba, 1937, pp. 12, 15, 97 y 98. Proyecto citado,
libro 2.º, título III, De la instrucción sumaria.
28 Así ha sido reconocido por uno de los autores del Proyecto cordobés, VÉLEZ MARICON-
DE, Alfredo, Estudios..., cit., t. I, p. 343; Cfr. CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º
1607, p. 339. La diferencia estriba en que el Código italiano de 1913 regula la institu-
ción prohibiendo al Ministerio Público la realización de ciertos actos —que debe
pedirlos al juez para que los practique mientras que el de 1930, al suprimir los precep-
tos de contralor de los actos definitivos e irreproductibles y no limitar las facultades de
coerción del órgano acusador, deja librado a las manos de éste todo el procedimiento;
reparase que algunos elementos del mismo pueden ser incorporados posteriormente
al debate (Cfr. MANZINI, Vicenzo, Derecho Procesal Penal, traducción de S. Sentís Melendo
y M. AYERRA REDÍN, E.J.E.A., Es.As., 1953, t. 4, p. 174 nota 2, y pp. 274 y 277; y LEONE,
Giovanni, Tratado de Derecho Procesal Penal, traducción de S. Sentís Melendo, E.J.E.A., Bs.
As., 1963, p. 95 y nota 26 al pie, sobre todo en lo que se refiere a la reforma de 1955
que, en este aspecto, significó un regreso al Código de 1913.
29 En el Código italiano de 1930 la instrucción jurisdiccional o formal es la regla y la
sumaria la excepción, tal como acontece en la legislación argentina vigente, mientras
que, en el Código de 1913 sucedía, precisamente, lo contrario. Cfr. MANZINI, Vicenzo,
ob. cit., t. 4, pp. 174 y 275.
30 Precisamente en Italia no se conoce este procedimiento dirigido por el Ministerio Públi-
co en la anterior legislación de 1865 (Cfr. MANZINI, Vicenzo, Derecho..., cit., p. 275, nota 3).
31 La mayoría de las legislaciones europeas regula la investigación preparatoria del
Ministerio Público como un procedimiento tendiente a la preparación de la acción
pública, se plantee posteriormente ésta como requerimiento de apertura de la ins-
trucción jurisdiccional o directamente por acusación para la apertura del juicio plenario
tal como sucede en la O.P.P. alemana que se examinará en el texto. Conviene advertir
que la legislación italiana también posibilita la realización de una investigación
preliminar del Ministerio Público —aparte de la instrucción sumaria— tendiente a
preparar el requerimiento promotor de la acción penal en sede instructoria (art. 232);
cfr. LEONE, Giovanni, Tratado..., cit., t. 2, p. 82, quien llaman al instituto instrucción
preliminar, aunque no estemos muy de acuerdo en cuanto a la forma de caracterizarlo
ni de buscar distinciones exactas entre este tipo de investigación y la de la instrucción
sumaria que permitan ubicar el paso de una a la obra su opinión deriva en definitiva
de la naturaleza jurisdiccional que reconoce a esta última (véase también p. 140).
36 Julio B. J. Maier
32 Ordenanza Procesal Penal alemana del 1/2/877, vigente desde el 1/10/879 (O.P.P.,
infra III, 1).
33 Para este menester, el ciudadano era autorizado legalmente o comisionado por el
Magisterio, autorización que comprendía los poderes necesarios para recibir testi-
monios, realizar secuestros y actos de comprobación, etc. El plazo para concluir esta
investigación preliminar lo fijaba el Magistrado de común acuerdo con el acusador
teniendo en cuenta la naturaleza, proporción y circunstancias del asunto y su término
coincidía con el comienzo del debate (dei dictio); al parecer el acusado no intervenía
para discutir el emplazamiento. El carácter público o secreto de la investigación para
el querellado, es decir, la posibilidad del acusado de seguir al querellante controlan-
do efectivamente la recepción de la prueba, no puede afirmarse con seguridad ya que
ha sido objeto de controversias (Cfr. Momsen, T., Derecho Penal romano, trad. del
alemán por P. Dorado, Madrid, Primera parte, p. 338 y VÉLEZ MARICONDE, Alfredo,
Estudios...., cit., pp. 32 y ss., quien cita las opiniones más autorizadas).
34 Pese a ser claro que el procedimiento —judicial— está disciplinado siempre en los
códigos procesales penales, índice primario elocuente de que lo afirmado no encaja en
una realidad. Cfr. LEONE, Giovanni, ob. cit., t. 2, p. 32. En Italia, el Ministerio Público es
considerado un representante del Poder administrativo frente al Poder Judicial.
35 Es la opinión actual de LEONE, Giovanni, ob. cit., t. 2, p. 92.
36 Es la opinión de MANZINI, Vicenzo, ob. cit., t. 4, N.º 405, p. 274.
37 Así VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho..., cit., t. I, 2.ª parte, capítulo IX, 8, I, nota 48, p.
408 y t. 6, p. 414 y CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, capítulo tercero, sección 1.ª, en
especial N.º 1608, p. 343.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 37
38 VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho..., cit. (ver nota anterior). A lo sumo, la instrucción
no integrará el «proceso» de acuerdo a su significación no integrará el «proceso» de
acuerdo a su significación clásica, pues no podrá decirse que antes del requerimiento de
citación a juicio se promovió la acción penal solicitándole al órgano jurisdiccional que se
ponga en movimiento para la realización de todos los actos que le permitan concluir con
un juicio de mérito sobre el fundamento de la pretensión que se hizo valer.
39 CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit. (ver nota (37). La garantía jurisdiccional es obligato-
ria en aquellos actos que, precisamente, no tienen carácter preparatorio, o en los que
pueden afectar la libertad del imputado.
40 Cfr. LONGHI, Silvio, Commento dal Codice di Procedura Penale, Torino, 1923, Libro II, § 7,
p. 58.
41 Cfr. MANZINI, Vicenzo ob. cit., 6. 4, N.º 405, p. 273, y N.º 389, p 173; VÉLEZ MARICONDE,
Alfredo, Derecho..., cit., t. 1, capítulo IX, 4, p. 383; CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6,
N.º 1490, p. 71.
42 Córdoba, Mendoza y San Juan, en donde integra el Libro de la Instrucción (II), aun-
que ubicada luego de la instrucción jurisdiccional.
38 Julio B. J. Maier
43 Legislan como procedimiento especial los Proyectos Uniformes, para Córdoba (1968)
y Entre Ríos, cuyos autores y ubicación sistemática se mencionan en la nota 22.
44 Pero este argumento que se esgrime en contra es sólo formal y de poco peso. Hay
otros muy superiores que permiten concluir a favor de la validez constitucional de la
institución (infra II, 3).
45 Aclaramos que, de lege ferenda, la ubicación del instituto junto al capítulo de la acción
pública y como preparación de ésta nos satisface plenamente. Pero ello es sólo posible
en el Derecho alemán donde la investigación del M. P. es preparatoria de la promoción
de la acción pública, se ejerza inicialmente por requerimiento de instrucción jurisdic-
cional o acusado directamente, como lo veremos al explicar la legislación alemana.
46,47 No es posible aquí extendernos a debatir los intrincados problemas de la función
judicial del Estado en lo penal. Basta simplemente con anotar que ella no se agota en el
ejercicio de la jurisdicción sino que, en materia penal sobre todo, abarcar tareas dife-
rentes necesarias para realizar el derecho sustantivo. Por ser el Derecho Penal tutela
de intereses considerados públicos, ha impuesto al Estado no sólo la labor de juzgar
sino también, como regla, la de perseguir (obligatoriamente) provocando la inter-
vención del juzgador. Estas dos tareas, requeriente y jurisdiccional, son especies
puramente formales de una misma función del Estado: la judicial, división necesaria
para respectar el proceso previo querido por la ley fundamental, en cuanto se advierte
que para no violar la defensa es preciso que el juzgador condicione su actuación a una
excitación extraña (acción); la unidad sustancial salta a la vista al reparar en la igual-
dad de fines —averiguar la verdad histórica y actuar la ley sustantiva cuando
corresponda— comunes, por otra parte, a los del proceso. Es en este sentido que debe
La investigación preparatoria del Ministerio Público 39
3. Objecciones y réplica
Hemos tenido sólo a la vista la conclusiones de los certámenes nacio-
nales de Derecho Procesal y en algún caso la discusión plenaria48 que, la-
mentablemente para nosotros ausentes en ellos, no refleja la motiva discu-
sión sobre el punto en comisión a estar a las marchas y contramarchas que
los mismos congresos, cuerpos legales y proyectos ofrecen con respecto a
este instituto del rito penal49. Ello indica la necesidad de que la próxima
reunión nacional elimine del temario las bases que han obtenido la aproba-
ción de todos los congresos y consigne como puntos en debate los pocos en
que el acuerdo no es unánime para permitir una discusión amplia y sin
apresuramientos sobre ellos; uno de los primeros y principales, sin duda,
es la investigación preparatoria del Ministerio Público, con el fin de lograr
50 Esto deja traslucir CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Tratado..., cit., t. 6, N.º 1621, p. 371 y ALCALÁ
ZAMORA Y CASTILLO, Niceto, ob. cit., (véase nota 24), quien participa de la idea de que el
instituto confiere al M. P. funciones que no le son propias, verbigracia, las de decidir
correspondientes al órgano jurisdiccional; en el mismo sentido Ricardo LEVENE (h.),
Manual de Derecho Procesal Penal, Omeba, 2.ª ed., Bs. As., 1967, p. 206.
51 El «juicio previo» —en el sentido de proceso— que la Constitución quiere es aquél en
que se garantice la defensa de la persona imputada para lo cual es necesario que la
afirmación de su objeto y la pretensión punitiva partan de un órgano extraño al juez.
Como el Estado, por el moderno sistema de la acción pública, debe realizar no sólo
el poder-deber de jurisdicción sino también el de acción, creó, para respetar el acus-
atorio, al M. P. El «juicio previo» —en el sentido de sentencia— debe resultar de ese
proceso disciplinado legalmente y funda jurídicamente el castigo, cuando correspon-
da, en «ley anterior al hecho (objeto) del proceso»; antes de esa sentencia toda persona
es inocente del hecho imputado.
52 Quien los cumplirá por anticipado pero con prohibición del secreto para las partes
(infra II, 5, A), c).
La investigación preparatoria del Ministerio Público 41
te el contralor del juez sobre los actos de coerción personal del imputado53
llevando a límites no necesarios dogmáticamente el precepto constitucional
«Nadie puede ser arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad
competente», y no otorgan facultades decisorias al Ministerio Público al obli-
garlo a requerir al tribunal la resolución que cierra el procedimiento —deses-
timación de la denuncia o sobreseimiento— cuando no existan suficientes
elementos como para acusar solicitando la citación a juicio54.
Además, las provincias que introducen el instituto en su legislación
procesal penal han reconocido constitucionalmente al Ministerio Público
como funcionario judicial con la misma situación institucional que los jueces
(Constituciones: Córdoba, 116 inc. 8, 126 y 127; Mendoza, 150 y 151; San
Juan, 109, 112 y 113), es decir, como órganos del Poder Judicial del Estado.
Así le otorgan plena independencia externa y aseguran la objetividad en el cum-
plimiento de su función, reconociendo que la persecución penal pública es
una labor imparcial del Estado cuyo fin es la actuación justa del derecho
sobre la base de la averiguación de la verdad del acontecimiento sucedido.
Se disipan de ese modo todos los temores fundados en la parcialidad del
procedimiento y las objeciones de quienes hacen hincapié en la función de
«parte» del Ministerio Público, concepto ya perimido en el proceso penal55.
4. Procedencia
En nuestro derecho positivo se trata de más de una atribución de com-
petencia lato sensu— al Ministerio Público para realizar dentro de ciertos
límites58 el procedimiento preparatorio o preliminar tendiente a promover
4.1 Casos
De una manera positiva, a similitud de lo que sucede en Italia (Código
1930)66, pueden resumirse las hipótesis legales que prevén los códigos ar-
67 Al respecto CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º 1610, p. 347.
68 CP. art. 57; cfr. NÚÑEZ, Ricardo C., Derecho Penal argentino, Bibliográfica Omeba, 2.ª ed.,
Bs. As., 1965; la multa es más grave que la inhabilitación.
69 Con razón explica CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, p. 347, que con aclarar que, en
caso de penas de aplicación conjunta la pena de calidad más grave prevalece sobre la
de menor gravedad el punto estaba solucionado; cfr. el autor y ob. cit. sobre las razo-
nes para que así sea y ejemplos demostrativos de la sinrazón de la fórmula que
propuso el Código de Córdoba.
70 Artículo ya mencionado en los respectivos códigos.
71 En contra, CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., 6, N.º 1609, 3, p. 345, quien señala la
jurisprudencia cordobesa contraria: S. Trib. Córdoba, «Bol. Of.». 1945, p. 687.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 45
4.2 Excepciones
Sin embargo y para ser congruente consigo misma, la ley elimina la
posibilidad de que el Ministerio Público realice este procedimiento prepa-
ratorio previo a la citación a juicio cuando la causa se muestre demasiado
compleja o la duración de las diligencias a realizarse sea incompatible con,
este tipo de procedimiento al que llama sumario (Córdoba, 312; Mendoza,
369 inc. 2.º; San Juan, 366 inc. 1.º). Ello pese a que se den las condiciones o
79 La prórroga extraordinaria es la solución que otorgan los códigos modernos para el caso
de finalización de la investigación instructoria sin que los elementos de juicio permi-
tan elevar la causa a juicio ni sobreseer —siempre definitivamente— por falta de la
certeza necesaria para pronunciar esa resolución. Se solicita a la Cámara por el juez
48 Julio B. J. Maier
de instrucción y ésta la acuerda dentro del plazo máximo de 1 año (Córdoba, 309).
Para los códigos de Mendoza (344) y San Juan (341) es el mismo juez de instrucción
quien de oficio o por pedido fiscal acuerda la prórroga extraordinaria; pero el plazo
de la misma varía: para el primero de ellos el máximo es de seis meses; para el último
de los nombrados su posible duración abarca desde los seis meses a los tres años. En
cierta manera reemplaza al sobreseimiento provisional de los códigos antiguos que
siguen al Nacional (435) pero, entre otras, con la importante diferencia de que venci-
do el plazo ordenado por la Cámara o el juez de instrucción según los códigos, el
sobreseimiento —definitivo— es obligatorio para el juez si no se modificó la situa-
ción anterior aunque no se obtenga la certeza sobre los casos en que procede.
80 Córdoba, 336, Mendoza, 307; San Juan, 303. Es la resolución jurisdiccional de mérito
instructorio que, resolviendo el primer contradictorio del proceso, admite como
probable todos los extremos de una imputación jurídica delictiva. Sobre su significa-
ción y valor, recaudos necesarios para dictarlo; presupuestos formales y materiales
véase VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho..., t. 2, 3.ª parte, capítulo VIII, § IV, pp. 437 y
ss.; CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 4, libro 2.º, título 2.º, capítulo I, sección 4.ª, I, p.
351; DE LA RÚA, Fernando, voz «Procesamiento», Enciclopedia Jurídica Omeba, t. XXIII; y
nuestro trabajo, «Forma del auto de procesamiento», en Cuadernos de los Institutos, N.º
75 (correspondiente al IV.º del Instituto de Derecho Procesal Penal), Univ. Nac. de
Córdoba, 1963, p. 35.
81 Córdoba, 310; Mendoza, 347; San Juan, 343. La misma solución del texto en CLARIÁ
OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º 1619, 2, a), p. 365.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 49
82 Cfr. CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º 1619, 2,c), p. 367, quien, aunque para la
situación de la desestimación de la denuncia, advierte el problema.
83 San Juan, art. 27, Juez correccional.
50 Julio B. J. Maier
5. Desarrollo
Realmente convence para la explicación de este procedimiento la divi-
sión metódica del mismo en dos momentos: el práctico y el crítico88. Com-
prende el primero todos los actos de información y defensa que permiten
concluir el procedimiento de alguna de las maneras permitidas por la ley, y
el segundo, los particulares acto de valoración por los que se requiere una
decisión jurisdiccional en el sentido expresado anteriormente, con lo que se
cumple la función formal de parte en un proceso.
Respetando en sustancia la idea expuesta pero poniendo el acento en
la naturaleza de los actos que se cumplen, explicaremos primero los de
procedimiento89 para luego concertrarnos en los requerimientos conclusivos o
finales que son su consecuencia.
88 Lo emplea Jorge A. CLARIÁ OLMEDO con acierto, lo que permite agrupar y entender
perfectamente los actos que componen el procedimiento, Ob. cit., t. 6, parte 3.ª, capí-
tulo 3.º, sección 1.ª, pp. 350 y ss. Conviene aclarar también que el método se extiende
en la obra a la explicación de otros procedimientos.
89 Comprendido como camino que se recorre para llegar a una decisión, en este caso de
sentido requirente, y excluyendo, por esta vez, el camino o proceder de la resolución
misma. No ignoramos que los mismos actos finales pueden estar comprendidos por ello
en el procedimiento pero permítasenos dar a las palabras algún valor convencional.
52 Julio B. J. Maier
b. Facultades y forma
En principio el Ministerio Público puede realizar todos los actos per-
mitidos al juez en la instrucción jurisdiccional (Córdoba, 314; Mendoza,
371; San Juan, 368). Y vimos (supra II, 2) que los fines de la investigación
fiscal coinciden con los de la instrucción jurisdiccional por tratarse de un
procedimiento instructorio y, por ende, preparatorio. Los realizará en for-
ma más simple, «sin necesidad de observar las formas de la instrucción»
jurisdiccional (Córdoba, 314) previstas para cada acto y de por sí complejas,
con la única obligación de levantar un acta en donde consten suscintamente
las diligencias practicadas que deben firmar él y «en lo posible las demás
personas que hubieren intervenido» (Córdoba, 195, Mendoza, 195, San Juan,
192). Se trata de un procedimiento simple, cuya eficacia depende en grado
sumo de su sencillez y rapidez para concluir en sentido incriminatorio o
desincriminatorio, o, de otro modo, demostrando la necesidad de un pro-
cedimiento más complejo y prolongado para obtener los fines específicos
de toda etapa preparatoria.
Sin embargo, cuando los actos exceden la finalidad meramente prepa-
ratoria o se trata de la libertad del imputado la ley es mucho más exigente
para garantía de este último, estableciendo expresas excepciones que pasa-
remos a ver en las letras siguientes.
d. Coerción personal
El Ministerio Público cuando lleva a cabo el procedimiento prepara-
torio puede adoptar medidas de coerción personal previstas en la ley.
En cuanto al imputado, todas las podrá ordenar salvo la prisión preven-
92 Arts. 278 y 279 citados como fuente en el Código de Córdoba. Recuérdese que el
Código italiano de 1930 se aportó de esta senda permitiendo al M. P. la realización de
actos definitivos e irreproductibles; cierto es que la instrucción sumaria del Código
de 1930 no contiene diferencia formal con las mismas formalidades, al punto tal que
ello, entre otras cosas, ha permitido afirmar a LEONE, Giovanni (véase supra nota 35)
su jurisdiccionalidad; pero la ley citada olvida que, como lo afirma MANZINI (véase
supra nota 36), el procedimiento es de neto cuño acusatorio, es decir, cumplida por el
órgano público encargado de la persecución.
93 En el sentido que indica el texto sólo el Código de Córdoba redacta convenientemen-
te el precepto y ubica bien la sanción (art. 315). Los de Mendoza y San Juan confunden
el problema pues, por la ubicación de la sanción y la deficiente redacción del artículo,
parecen amenazar al acto del juez que no cumpla con las formas prevista para los
actos irreproductibles (arts. 327 y 369): ello no era necesario pues ya está sancionado
en los artículos correspondientes; lo imprescindible era fulminar los actos cumplidos
por el M. P. cuando no le era permitido hacerlo debiendo requerirlos. Sin embargo,
el sistema de la ley es claro y permite llegar fácilmente a la conclusión que irrepro-
chablemente admite la ley cordobesa.
54 Julio B. J. Maier
e) Indagatoria
La declaración del imputado integra los actos del procedimiento que,
bajo sanción de nulidad (Córdoba,. 324; Mendoza, 381; San Juan, 378), no
puede concluir mediante el requerimiento de citación a juicio sin habérselo
oído conforme a las reglas que rigen la declaración indagatoria. Por ser
ésta, en principio, un medio de defensa, la previsión constituye una garan-
tía a que obliga la cláusula suprema de la Constitución Nacional (art. 18).
Con ello se provoca la contradicción aun en el procedimiento preliminar
dirigido por el Ministerio Público, resultando sin sentido la afirmación de
no haber lugar al contradictorio en un «procedimiento de parte» si se re-
cuerda que el Ministerio Público es un órgano estatal en cumplimiento de
una función imparcial del Estado: la judicial95.
94 Sólo formalmente puede decirse que el Fiscal no someta a prisión preventiva. Mate-
rialmente significa lo mismo mantener la detención de un imputado después de haberlo
indagado pues ello, precisamente, importa encarcelarlo por un tiempo más o menos
prolongado que puede durar aun hasta la finalización del proceso. Constituye enton-
ces una medida mucho más estable que la simple detención, un verdadero estado de
prisión, de duración indefinida. Distinto hubiera sido si la ley en estos casos hubiera
obligado a requerir al juez la prolongación de la privación de la libertad.
95 Véase al respecto la nota N.º 46.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 55
a) Citación a juicio
Conforme lo venimos explicando desde el comienzo, la investigación
preparatoria del Ministerio Público tiene como fines, al igual que todo pro-
cedimiento instructorio, el dar base para una acusación o determinar el
sobreseimiento; en el caso del procedimiento típico que nos preocupa ello
significa preparar la acción penal pública para promoverla por alguno de
los requerimiento nombrados.
Si al analizar el mérito de la investigación llevada a cabo el Ministerio
Público concluye en que existen suficientes elementos como para someter a
juicio al imputado, así lo requiere al Tribunal de juicio97 promoviendo la
acción penal en sede plenaria (Córdoba, 323; Mendoza, 380; San Juan, 377)98.
En lo formal puramente, significa solicitar el dictado del decreto de cita-
ción a juicio con el que se abre el juicio plenario (Córdoba, 382; Mendoza,
382; San Juan, 379), pero, para ello, el requerimiento debe contener una
verdadera acusación, base ineludible del mismo, como lo indican sin lugar a
dudas los ordenamientos rituales citados. En este sentido la ley especifica
directamente (Córdoba, 323, Mendoza 380) o remitiendo al requerimiento de
elevación a juicio formulado para concluir la instrucción jurisdiccional (San
Juan, 377), las exigencias tanto formales como volitivas que condicionan
una acusación válida para iniciar el juicio plenario.
96 Sí lo hace CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N.º 1617, 2.º, p. 362, entre los requeri-
mientos negativos o deincriminadores aunque sus propias conclusiones —«si el juez está
de acuerdo, ordenará el archivo de la denuncia y no habrá proceso, quedando exclui-
do el non bis in idem»—, parecen darnos la razón.
97 Sea el Juez correccional o la Cámara Criminal, según las normas de competencia
específicas.
98 Aquí se marca una de las diferencias esenciales con el sistema de la O.P.P. alemana
como lo veremos a su turno, ya que el M. P. en ésta puede concluir incriminadora-
mente de la forma indicada en el texto o promoviendo la acción penal pública en sede
instructoria.
56 Julio B. J. Maier
b) Sobreseimiento
Si por el contrario a lo explicado, luego de cumplida la investigación
preparatoria, el Ministerio Público arriba a una conclusión de certeza sobre
los motivos de sobreseimiento99 será esta la resolución que solicitará al juez
de instrucción teniendo en cuenta que, según el sistema argentino, solamen-
te un órgano jurisdiccional puede decretarlo dado el valor que se le atribu-
ye como control de la regla de la legalidad e impedimento de persecución
posterior de la persona a favor de la cual se dicta —non bis in idem— (Córdo-
ba, 367; Mendoza, 339; San Juan, 335).
El pedido de sobreseimiento como mérito conclusivo de la investiga-
ción fiscal preparatoria debe ser fundado conforme lo explicáramos para el
requerimiento anterior. Sobre el efecto que provoca la disidencia de juez
de instrucción véase (supra 4, C) b.
c) Prórroga extraordinaria
Si terminada la investigación sumaria no se arriba al grado de certeza
necesario para solicitar el sobreseimiento ni tampoco al de probabilidad
suficiente para fundar una acusación y requerir la citación a juicio100, sólo
cabe el recurso de pedir al juez de instrucción una prórroga extraordinaria.
Ello implica la transformación de la instrucción en jurisdiccional acuerde o
niegue el juez la prórroga; solicitada (supra, 4, C), b).
La prórroga («ordinaria») del plazo de la investigación fiscal no es
materia que ahora nos preocupe ni asimilable a la prórroga extraordinaria,
ya que no tiene el sentido de requerimiento conclusivo del procedimiento
fiscal —aunque lo puede implicar (supra 4, C), a)— sino, muy por el contra-
rio, tiende a posibilitar la continuación exitosa de éste.
d) Conversión
Otra de las maneras de concluir la investigación preparatoria del Minis-
terio Público es por transformación e iniciación de la instrucción jurisdiccio-
nal. Ello puede producirse por requerimiento del Ministerio Público funda-
do en cualquiera de los motivos ya explicados (supra 4, C), caso en el cual no
contiene el mérito específico de la investigación en cuanto al fondo del asun-
to sino en cuanto a la procedencia del instituto de la citación directa101.
De otra manera la conversión se produce automáticamente por venci-
miento del plazo sin acordar él juez la prórroga de la investigación fiscal o
como consecuencia de su discrepancia con el requerimiento de
sobreseimiento (supra 4, C) por solicitarse la prórroga extraordinaria, tal
como fue explicado en las letras, anteriores.
En realidad, estos requerimientos del Ministerio Público que al pare-
cer no se refieren a la conversión, la contienen en miras a un pronuncia-
miento jurisdiccional de rechazo y es así que el Código de San Juan obliga a
requerir la instrucción jurisdiccional (374 párrafo 29).
6. Garantías
Ciertamente daríamos la razón a los detractores del instituto de la
preparación de la acción penal pública por vías de la investigación fiscal si
los ordenamientos rituales no previeran un sistema adecuado de garantías
100 Sobre la posición subjetiva del juzgador con respecto a la verdad véase lo que deci-
mos en la nota anterior.
101 Salvo para el Código de San Juan que exige el requerimiento de instrucción jurisdiccional
(supra II, 4, C), a).
58 Julio B. J. Maier
102 Por potra parte, tampoco prestaríamos nuestro apoyo a la institución si no pensára-
mos que el Ministerio Público es un órgano imparcial de justicia con deberes
sustancialmente idénticos a los que de un juez, averiguar la verdad y realizar el
Derecho Penal sustantivo, aunque formalmente diferentes; sus dictámenes tienen
siempre contenido requirente (véase nota 46), Este M. P. como órgano de la acción
penal es el previsto por la Constitución de la Prov. de Córdoba, arts. 60, 116 inc. 8.º,
126 y 127 y la de Mendoza, arts. 150 y 151, y San Juan, 109, 112, y 113. Cfr. VÉLEZ
MARICONDE, Alfredo, Derecho..., cit., t. 1, 2.ª parte, capítulo III, 6 y 7; pp. 250 y ss.
103 Cfr. CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., ob. cit., t. 6, N1 1615, 2, p. 358.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 59
ces dentro de los límites que la ley les acuerda: tienen carácter preparatorio,
útiles para fundar los requerimientos estudiados pero sin valor para el deba-
te y la sentencia104 salvo los rotulados definitivos e irreproductibles que re-
quirieron consideración especial. Dentro de esos límites conservan toda su
validez en caso de conversión del procedimiento preparatorio —instrucción
jurisdiccional— (Córdoba, 322; Mendoza, 379); salvo para el Código de San
Juan que exige para ello que los actos se hayan cumplido de acuerdo a las
prescripciones de la instrucción jurisdiccional (376).
104 Y no como sucede en el Código Nacional en que los actos instructorios conservan
toda su validez para el plenario.
105 Como capítulo final se traducen los párrafos correspondientes al procedimientos
preliminar en la O.P.P. Los demás parágrafos citados se traducen o indican en su
contenido en el texto o en notas al pie.
106 El proceso reformador arranca, como en toda Europa continental, en la Revolución
Francesa de 1789 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; se
introduce en Alemania con la dominación napoleónica y específicamente a través del
Code d’Instruction Criminelle de 1808, aunque puede apuntarse que aún a principios
del siglo xix persistió en Alemania el sistema inquisitivo algo reformado (preusische
Kriminalordnung del 11/12/805 y bayrische Prozessordnung de 1813). El proceso inquisi-
tivo recibe su golpe de gracia en Alemania con la proclamación de los Derechos fundamentales del
pueblo alemán» (Grundrechte des deutschen Volkes) por la Asamblea Nacional de Frankfurt
de 1848 que introducían definitivamente la publicidad y la oralidad del proceso, el
elemento popular en la tarea de juzgar (Schwurgericht) y condicionaban la actuación de
la jurisdicción a una excitación extraña (Anklageprocess —proceso acusatorio—), descen-
tralizando con ello las tres fuerzas del proceso —jurisdicción, acción y defensa— para
introducirlo en la dialéctica democrática a similitud de la descentralización de los
poderes emanados de la soberanía. En la ley del 27/12/948, relativa a los Grundrechte
des deutschen Volkes, se ordenaba: «In Strafsachen gilt der Anklageprocess». (En causas
penales regirá el proceso acusatorio). Luego la Ordenanza Procesal Penal alemana y la
Ley de Organización Judicial significaron la regulación legal plena de este mandato.
Puede nombrarse también como principal expositor y receptor de las ideas reforma-
doras que MONTESQUIEU (L’ eprit des lois, 17548) y BECCARIA (Dei delitti e delle pene, 1764)
habían anticipado, a Johann Anselm VON FEUERBACH , el cual, entre otras obras,
60 Julio B. J. Maier
111 En la legislación argentina no aparece con tanta nitidez la etapa intermedia entre la
instrucción y el juicio. Ayuda a ello que la etapa es meramente eventual dependien-
do su existencia en un proceso determinado de la voluntad particular del defensor
del imputado quien, producida la acusación (requisitoria fiscal de elevación de la causa
a juicio), puede oponer excepciones u oponerse a la elevación instando el sobresei-
miento (Córdoba, 302; Mendoza, 361; San Juan, 358; regulación idéntica a los demás
códigos modernos); por otra parte, el órgano jurisdiccional a cuyo cargo se encuen-
tra esta faz del proceso es el mismo juez que llegó a cabo la instrucción (Córdoba,
303; Mendoza, 363; San Juan, 359), es decir, un tribunal no diferenciado del que
cumplió la etapa anterior; mencionase también que el procedimiento no corres-
ponde cuando se requiere la citación directa a juicio (investigación preparatoria del
M. P.).
112 Cfr. SCHWARZ-KLEINKNECHT, Strafprozessordnung mit GVG u, Nebengezetzen, 24.ª ed., ed.
C. H. Beck’sche Munich y Berlin, 1963, p. 760; PETERS, Karl, Strafprozess, ed. C. F.
Müller, Kalsruhe, 1952, § 23, II, p. 128; HENKEL, Heinrich, Strafverfahrensrecht, ed. W.
Kohlhammer, Würzburg, 1953, § 39, I y II, p. 179; SCHMIDT, Eberhard, Los fundamen-
tos..., cit., capítulo I, C, II, N.º 87, p. 63, En contra, BELING, Ernst, Derecho Procesal Penal,
trad. Miguel FENECH, ed. Labor, Madrid, 1963, § 19, p. 58 y Derecho Procesal Penal,
traducción GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ, § 19, IV, p. 69, quien, sin embargo, admite (1.ª obra
citada, p. 57) que es una «autoridad especial de la justicia» y (2.ª obra citada, p. 69) que
«el derecho de los estados particulares determina si los demás funcionarios del M. P.
son funcionarios judiciales o no judiciales».
62 Julio B. J. Maier
116 SCHMIDT, Eberhard, ob. cit., capítulo II, 2.ª parte, B, p, 199, involucra la obligación de
objetividad como corolario de la «máxima de instrucción» y aclara (N.º 304, p. 207)
que «su verdadera tarea (del M. P.) consiste en que, junto con el Tribunal, aspira a que
se dicte una sentencia justa».
117 Cfr. KERN, Eduard, Gerichtsverfassungsrecht, 4.ª ed., C. H Beck’sche Ed., Tübingen,
1965, p. 221; PETERS, Karl, ob cit., § 23, II, 2, a, p. 129; HENKEL, Heinrich, ob. cit., § 27, I y
II, p. 121 y § 40, III, p. 186; SCHWARZ-KLEINKNECHT, ob. cit., GVG, título X, 3), p. 761;
EBERHARD SCHMDIT, ob. cit. (véase nota 55), N.º 99, p. 71. Interesante resulta la elabora-
ción de Ernest BELING, ob. cit., traducción FENECH, § 31 y en especial § 33, pp. 92 y 100,
quien concibe, al proceso penal como «proceso de partes» si este concepto se refiere
al de parte formal y no material, sin poder de disposición sobre el contenido del proceso,
contraponiendo así los enjuiciamientos acusatorios puros con Ios que llama semiacu-
satorios; aclara, eso sí, que el proceso por delito de acción privada es un verdadero
proceso acusatorio de partes a semejanza del proceso civil común.
118 Curioso y hasta risueño para nosotros resulta comprobar que el lugar (material) que
ocupa el M.P. en el debate es objeto en Alemania de una dura controversia que todos
los tratadistas reproducen. Se relaciona, precisamente, con la situación institucional
del M. P. y su función en el proceso. Actualmente él se sienta al lado de los jueces
(vocales) sobre un podium elevado, mientras que defensor e imputado toman ubica-
ción al mismo nivel de la sala de audiencia. Con ello quiere simbolizarse que el M. P.
es también un funcionario judicial. Pero quienes atacan esta práctica opinan que debe
ubicarse al Ministerio Público a la misma altura del defensor y el imputado, en la,
sala de audiencia y fuera del podium, judicial, para representar el proceso en el
sentido de un proceso igualitario de partes. Según Heinrich HENKEL, mucho más fácil
sería «elevar» al defensor, V que cumple también una función judicial obligatoria en
el proceso penal, que «descender» al Fiscal, como sucede según el orden establecido
en Hamburg en el que M. P. y defensor ocupan una plaza elevada a ambos lados de la
mesa de los jueces. Heinrich HENKEL, ob. cit., p. 187; Karl, PETERS, ob. cit., p. 129;
quienes mencionan los autores y obras que tomaron parte en la discusión.
64 Julio B. J. Maier
Por todo ello, para ser funcionario del Ministerio Público se exigen las
mismas condiciones que para ocupar el cargo de juez (§ 122 Deutsche
Richtergesetz, vigente desde» el 1/7962, anteriormente § 148 Ley de Oran.
Judie.), aunque la correcta separación de las funciones se garantiza aseguran-
do la independencia funcional (§§ 150 y 151 L.O.J.) y prohibiendo que una
persona desempeñe simultáneamente ambos cargos públicos (§ 151 L.O.J.).
No obstante lo explicado, el Ministerio Público no goza, en el sistema
alemán, de la misma independencia funcional y situación institucional que
los jueces118 bis. Internamente, por exigencia de la unidad del Ministerio Pú-
blico, los distintos fiscales que lo componen deben observar las directivas
de los funcionarios superiores (§ 146 L.O.J.)119 lo que constituye una obli-
gación meramente funcional que nadie puede utilizar en su provecho den-
tro del proceso para fundar derecho o recurso alguno. Por ello, está organi-
zado jerárquicamente (§ 147 L.O.J.)120.
Externamente, y esto resulta más difícil de explicar de acuerdo a los
criterios antes anotados, todo el Ministerio Público depende del Poder ad-
ministrador a través del Ministerio de Justicia (§ 147 L.O.J., véase nota 15)
y sus funcionarios son amovibles121. Sin embargo, no debe considerárselo
como perteneciente a la administración interna ni a sus miembros como
funcionarios políticos dependientes en forma absoluta del gobierno. Prue-
ba de ello es la forma de su nombramiento: «El procurador federal general
y los fiscales generales son nombrados por el Presidente de la República, a
propuesta del Ministerio Federal de Justicia, consentida por el Senado» (§
149 L.O.J.); los fiscales estaduales según el derecho estadual que contiene
similares preceptos.
Por otra parte, el poder del superior de impartir instrucciones está
gobernado también por los principios de legalidad, irretractabilidad y
objetividad, tal como lo hemos expuesto, y la obediencia del inferior res-
ponde sólo a la subordinación de la orden al derecho. Por eso se ha dicho
que el funcionario inferior está obligado a examinar la juridicidad de la
orden122 y que la facultad del superior de dirigir instrucciones encuentra
sus límites en los principios procesales de legalidad y objetividad123, acla-
rándose que las instrucciones impartidas al representante del Ministerio
Público asistente al debate para concluir (absolución o condena) luego de
la recepción de la prueba, valen sólo para el caso de que no se haya pro-
ducido ningún cambio con respecto a las comprobaciones del procedi-
miento preliminar (actas) y son antijurídicas en cuanto» no tienen en con-
sideración el principio procesal que sólo da valor para la sentencia al re-
sultado de los elementos probatorios introducidos válidamente al deba-
te124. La obediencia a una orden antijurídica puede acarrear consecuencias
penales: prevaricato § 336 Cód. Penal, privación ilegítima de la libertad
en ejercicio de la función pública § 341 Cód, Penal, persecución de inocen-
tes § 344 Cód. Penal, calumnias § 187 Cód. Penal, ejecución de penas no
realizables § 346 Cód. Penal, etc., lo que no hace sino asegurar la vigencia
de las reglas explicadas.
La Ordenanza Procesal Penal alemana ha erigido al Ministerio Público como
único órgano encargado de la persecución penal pública ante las autoridades
jurisdiccionales, dándole el monopolio de la acción penal pública (§ 152)125. Ade-
más, respetando la ley fundamental que le dio nacimiento (supra nota 106),
consagra el principio acusatorio (§ 151) prohibiendo la actuación de oficio
del órgano jurisdicción —ne procedat iudez ex oficio— en forma pura, ya que
del § 261128 que establece como única fuente de convicción de la sentencia los
elementos de prueba incorporadas al debate.
El procedimiento de investigación tiene como fines específicos las deci-
siones del Ministerio Público sobre si debe promoverse la acción penal o no
(cierre del procedimiento). La decisión afirmativa puede realizarse, según
los casos, requeriendo la instrucción jurisdiccional contra persona determi-
nada o mediante la presentación directa de la acusación para la iniciación del
procedimiento principal (§ 170)129. Por ello puede decirse que el carácter pre-
paratorio de la investigación fiscal en el sistema alemán no se refiere sólo al
procedimiento principal o juicio entre nosotros, sino más bien al ejercicio
inicial de toda acción penal pública, sea que se inicie en sede instructoria o
plenaria. Esto determina, además, junto al monopolio persecutor del Minis-
terio Público ya estudiado, que el procedimiento para preparar la acción pú-
blica siempre tenga lugar, por lo que nunca puede hablarse de su proceden-
cia, en comparación a la instrucción jurisdiccional, como lo hiciéramos al ex-
plicar el régimen argentino.
4. Desarrollo
Puede adoptarse la misma estructura para la explicación del desarro-
llo del procedimiento que la aplicada al estudiar el trámite en la legisla-
ción procesal argentina, lo que conviene no sólo al recto entendimiento
de la ley germana sino también a la meta final de nuestro estudio: la com-
paración entre ambos sistemas para extraer conclusiones positivas que
ayuden a adelantar criterios con miras a la modificación total de la orga-
nización judicial y régimen procesal penal de la Nación que tarde o tem-
prano arribará como lógica consecuencia del sistema perimido que aún se
aplica.
En ese sentido, estudiaremos primero los actos del procedimiento y
luego las decisiones conclusivas, llamadas así pues en el régimen de la Or-
denanza Procesal Penal, como se verá en detalle, el Ministerio Público pue-
de, sin más, cerrar el procedimiento sin perseguir jurisdiccionalmente.
130 Los modernos códigos argentinos regulan la denuncia dentro del Libro de la Instruc-
ción, como primer título: Actos iniciales, como medio típico de tomar conocimiento
del evento delictivo, pero se tiene en cuenta que ella no promueve la actividad
jurisdiccional sino que pone en movimiento un procedimiento tendiente a ese fin.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 69
b) Facultades y forma
Acaso la tarea más pesada del Ministerio Público radica en la dirección
del procedimiento para preparar la acción pública. Él es el único responsa-
ble por el éxito de esa labor y quien, en definitiva, decidirá sobre el mérito
de la misma, aun cuando la ley lo faculte a delegar la realización de diligen-
cias instructorias en la Policía (§ 161)133. Para ello cuenta con la colaboración
obligatoria de los funcionarios policiales, quienes no sólo obedecerán sus
órdenes (§ 161 última parte) sino que ejercerán su actividad persecutoria
espontáneamente y sin necesidad de excitación extraña (§ 163), remitiendo
luego el resultado de sus indagaciones al Ministerio Público. Asimismo se
consagra en la ley la obligación de colaboración inmediata de los demás
funcionarios públicos evacuando los requerimientos de informes que los
fiscales les dirijan (§ 161).
d) Coerción personal139
Pese a considerárselo un órgano judicial, el Ministerio Público no tiene
a su disposición ninguna medida de coerción personal de carácter durade-
ro, por lo que la situación personal del imputado, en este sentido y durante
El imputado tiene dos remedios optativos para oponerse a su prisión: apelar (Bes-
chwerde; apelación contra resoluciones no definitivas) al conocer la orden de prisión
(§ 115) o solicitar un debate sobre la causa de su prisión, o su reemplazo por una
caución (§ 114 c) en caso de prisión preventiva por crimen o delito. Ambos remedios:
son alternativos y el pedido de debate posterior a la interposición del recurso impor-
ta desistir de este último. No obstante ello y de oficio, mientras el imputado se
encuentra privado de su libertad, debe realizarse el llamado procedimiento (incidente)
de examen de la prisión preventiva (§ 115 a). Es una obligación del órgano jurisdiccional
que autorizó la prisión que se lleva a cabo por primera vez al mes de duración de la
prisión preventiva y se repite cada tanto en plazos,» precisos que fija el tribunal
cuando resuelve confirmar la prisión, plazos que no pueden ser menores a tres sema-
nas ni sobrepasar los tres meses. En el procedimiento debe oírse al imputado y su
defensor y sólo se cumple con debate oral si aquello solicita. Por supuesto, de haber
el imputado apelado la, orden de detención o hecho uso del derecho de solicitar el
debate oral, el plazo de un mes para el primer examen comienza a correr desde el
conocimiento de la resolución que confirmó la prisión (§ 115 a). Por otra parte, en el
procedimiento intermedio, si el Tribunal decide la apertura del procedimiento principal y el:
imputado se encuentra en prisión, debe resolver obligatoriamente, de oficio, sobre
la prolongación del estado de privación de la libertad, ordenando la continuación de
la prisión o su soltura (§207).
La prisión, cuando tiene por fundamento el peligro de fuga, puede ser reemplazada
por una caución en dinero, valores o cosas (libertad caucionada) qué garantice el some-
timiento del imputado al proceso (§ 117 y 118). Ello tiene lugar de oficio o a pedida de
parte según los remedios indicados anteriormente y la clase e importe de la caución se
fija por el tribunal según la libre apreciación de las circunstancia (§ 118 párrafo 2). El
imputado que no vive en el país está obligado a apoderar una persona con domicilio en
él con la que se entenderán las notificaciones correspondiente (§ 119).
Como refirmando el principio de inocencia el § 116 establece las reglas generales de
ejecución de la prisión preventiva, ordenando que el detenido durante el proceso no
debe ser recluido en el mismo lugar conjuntamente con condenados y que sólo son
posibles contra él aquellas limitaciones indispensables para el orden y seguridad de
la presión, admitiendo que por sus medios se procure comodidades especiales u
ocupaciones compatibles con el orden y seguridad ya expresadas. La celda enrejada o
de barrotes no está permitida y sólo puede ser llevado a ella fundado en la especial
peligrosidad de su persona y para protección de los demás, o cuando intentó o prepa-
ró su suicidio o fuga. Todas las disposiciones que autoriza el parágrafo deben ser
tomadas por el juez competente, responsable del cumplimiento de estas reglas, o, en
caso de urgente necesidad, por el funcionario respectivo, pero sus resoluciones están
supeditadas para su continuación a la autorización del juez.
Otra medida de coerción sometida a las mismas reglas es la internación provisional
establecimiento adecuado de la persona sobre quien, probablemente, recaerá la in-
ternación definitiva a causa de su imputabilidad o su imputabilidad disminuida (§
126 a) Su reemplazo por una caución es imposible.
Sobre la aprehensión provisional véase lo indicado en el texto.
74 Julio B. J. Maier
143 PETERS, Karl, ob. cit., § 41, II a 2 a, p. 259, SCHMIDT, Eberhard, ob. cit., nos, 92 y 93, pp. 66 y ss.
76 Julio B. J. Maier
e) Indagatoria
La declaración del imputado no está prevista como acto procesal obli-
gatorio durante el procedimiento de investigación del Ministerio Público,
por lo que podría afirmarse que la acción penal pública puede promoverse
sin haberse llevado a cabo144, aun en el caso de su ejercicio inicial por acusa-
ción para la apertura directa del procedimiento principal. Sin embargo, de
acuerdo a lo explicado anteriormente, resulta forzosa su realización en vir-
a) Acusación
Como base del procedimiento principal en todas sus fases, apertura,
debate y sentencia, su contenido formal está regulado rigurosamente (§
200): debe identificar al imputado perfectamente, determinar con exactitud
el objeto del proceso describiendo el hecho y sus circunstancias de interés
legal y exponiendo en lo esencial el resultado de la investigación instructoria
(de lo que puede prescindirse en las acusaciones ante el Juez Municipal que
actúa como tribunal unipersonal), mencionar la ley aplicable calificando ju-
rídicamente la conducta descripta, e indicar los medios de prueba utiliza-
bles y el tribunal competente para el debate.
La acusación está sometida a un control preliminar sobre su funda-
mento fáctico y jurídico en el llamado procedimiento intermedio que conclu-
ye por la apertura del procedimiento principal (Eröffnungsbeschluss) o, no
existiendo mérito para ello, por el cierre provisional del proceso149, que
evita el desarrollo de la etapa subsiguiente o proceso de conocimiento
pleno (procedimiento principal). Sin embargo es posible que, pese al pro-
greso de la persecución hasta alcanzar el grado de una acusación, cuando
ella ha sido interpuesta directamente sin haber tenido lugar la instrucción
jurisdiccional, el tribunal del procedimiento preliminar resuelva reabrir
nuevamente la investigación pero ante un juez de instrucción, tanto de
oficio como a solicitud del imputado. El tribunal puede ordenar de oficio
la apertura de la instrucción jurisdiccional o la continuación de la ya cum-
plida, como paso previo al procedimiento principal y para un mejor escla-
recimiento de la causa, rechazando de esa manera el pedido fiscal de aper-
tura de la etapa plenaria (§ 202). El imputado, asimismo, al corrérsele
traslado de la acusación, puede oponerse a la apertura del procedimiento
principal ofreciendo pruebas si es el caso, o solicitando se practique la
instrucción jurisdiccional la solicitud vincula al tribunal en las causas de
competencia del tribunal de jurados y debe, obligatoriamente, hacer lu-
gar a la petición; en las demás causas resuelve el tribunal teniendo en
cuenta la necesidad de una instrucción ante un juez en relación a los moti-
vos hechos valer para ello (§§ 178 y 201).
BELING, Ernest, ob. cit., traducción GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ, § 22, p. 78; FINI, Nicola, «Appunti
di diritto comparatto sul proceso accusatorio e sul proceso inquisitorio», en Criteri
direttivi per una riforma del processo penale, Ed. Giuffré, Varese, 1965, p. 6.
151 Ob. cit., traducción GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ, § 19, IV, p. 69; en igual sentido la traducción
de FENECH, ob. cit., § 19, capítulo V, p. 58.
82 Julio B. J. Maier
5. Garantías
La Ordenanza Procesal Penal conserva intacta la regla que impone mero
valor preparatorio a los actos cumplidos por el Ministerio Público durante
el procedimiento de investigación. No podía ser de otra manera sin grave
perjuicio del equilibrio procesal entre las partes y de la propia defensa del
imputado. Si así no sucediera, la máxima formal de la inmediación y sus
corolarios que aseguran el principio de que la sentencia sólo resulta de lo
sucedido en el debate, no tendrían ningún valor.
Por ello también se exige que en caso de actos definitivos o
irreproductibles se solicite su realización al Juez Municipal quien los cum-
plirá de acuerdo con las normas de garantía pertinentes (supra 4, A), c).
Al mismo tiempo, el Juez Municipal es el árbitro de toda medida de
coerción personal dirigida contra el imputado durante la investigación pre-
paratoria que cumple el Ministerio Público, permitiendo la sujeción inicial
del imputado a una medida de coerción, resolviendo el reemplazo de la
privación de la libertad por una caución y controlando, de acuerdo a los
procedimientos previstos, tanto la necesidad y viabilidad actual de la me-
dida como su ejecución (supra 4, A), d). La declaración del imputado ante el
juez resulta además, en estos casos, obligatoria.
De este modo, el Juez Municipal de la circunscripción ejerce el contralor
jurisdiccional de la investigación preparatoria del Ministro Público, garan-
tizando la defensa y libertad personal del imputado mediante el cumpli-
miento estricto de las reglas previstas al efecto.
152 Los funcionarios del Ministerio Público de los estados federados se rigen en esto por
el derecho público federal de cada estado pero, en verdad, desconozco si en alguno de
ellos poseen idénticas garantías que los jueces.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 83
156 Cfr. VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, «La función judicial en lo penal», en Cuadernos de los
Institutos, N.º 95 (correspondiente al VII del Instituto de Derecho Procesal), Universi-
dad Nac. de Córdoba, 1967, § 3, 2, pp. 76 y 77.
157 El Código Nacional permite la iniciación ex oficio por el mismo órgano jurisdiccional
(arts. 179 inc. 4 y 182) sin necesidad de excitación extraña, borrando todo nexo condicio-
nantes entre acción y jurisdicción, fórmula propia del sistema inquisitivo más puro.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 85
158 La infracción punible es esencialmente conducta, es decir, acción humana, y sólo a los
fines del estudio puede escindirse de diversas maneras, como lo hacemos actualmen-
te en hecho y participación por querer separar el acontecimiento en sí de las personas
que lo provocaron. Cfr. las dificultades que ya teníamos en «Forma del auto de
procesamiento», cit., II, p. 37.
159 Cfr. sobre el punto, CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., «La querella en delitos de acción de
ejercicio privado» publicado en DJA. N.º 3544 del 11/5/970, V a), quien menciona
también la ley alemana.
160 Cfr. MANZINI, Vicenzo, ob. cit., t. 1, parte 1.ª, capítulo I, 7, p. 52, quien explica el
problema en el proceso inquisitorio.
Para informarse sobre el sistema italiano de instrucción contra desconocidos, similar
al argentino, cfr. también MANZINI, Vicenzo, ob. cit., t 4, capítulo I, § 3, N.º 385, p. 143
y t. 2, capítulo IV, N.º 225, p. 384.
86 Julio B. J. Maier
Mendoza, 198; San Juan, 195) y consecuentemente con ello regulan como
una de las tareas del sumario la averiguación de los autores y partícipes
en el hecho delictuoso objeto del mismo (Córdoba, 204, Mendoza, 204
inc. 3.º; San Juan, 201 inc. 3.º). El requerimiento de instrucción formal
o jurisccional fija por lo tanto el alcance del sumario sólo objetivamen-
te —con respecto al hecho— prohibiendo por lo tanto que el juez asuma
de oficio el objeto procesal limitado al hecho, pero no impide que el órga-
no jurisdiccional fije la dirección subjetiva de la imputación extendiendo
la persecución a los individuos que considere sospechosos como partíci-
pes en la acción punible (Córdoba, 243; Mendoza, 294; San Juan, 291). Si
caemos en cuenta que el objeto procesal no está constituido sólo por el
acontecimiento sucedido sino también por su atribución a una determina-
da persona y por el mismo imputado como individuo —cuestión introdu-
cida a proceso—161, concluiremos en que parte del objeto procesal es asu-
mido directamente por el Juez de Instrucción. Ello se suele enunciar di-
ciendo que la acción, iniciada en sede instructoria, es objetivamente divisible
y subjetivamente indivisible, es decir, recurriendo a una ingeniosa variante,
que se dirige contra todos los partícipes en el hecho162.
La situación en la ley alemana es diferente. El principio acusatorio —ne
procedat iudex ex oficio— se respeta en toda su integridad (supra III, 2) al
limitarse el objeto del proceso, aun en la instrucción, al hecho y personas
determinados por el requerimiento fiscal (§155) y exigirse que éste conten-
ga los extremos citados (§ 179); el juez de instrucción, por lo tanto, no pue-
de extender la investigación a otrás personas —asumiendo de oficio la di-
rección subjetiva de la imputación— sin previa instancia del Ministerio Pú-
blico. Se ha borrado en la Ordenanza Procesal Penal todo rasgo inquisitivo
que haga referencia, aunque mínima, a las antiguas fases de la inquisitio
generalis y la inquisitio specialis163.
161 Caso de excepción ya examinado es el del § 413 (véase nota 147 y 125).
162 A nuestro juicio, el dirige la persecución contra persona determinada implica tam-
bién la afirmación de hecho o de una conducta expresa. Por ejemplo, iniciada la
instrucción jurisdiccional contra desconocido (in incertam persona) por homicidio, el
llevar a proceso a una persona como autor o partícipe significa afirmar de algún
modo la forma de actuación exterior; iniciada la instrucción contra el autor material
de la muerte de una persona sucedida a consecuencia de lesión con arma, su prolon-
gación contra el partícipe nos llevaría a afirmar, por ejemplo, que éste le alcanzó el
arma o que condujo a la víctima al lugar de la acechanza.
163 Y no como sucede muchas veces en nuestros tribunales, cuando la investigación es
compleja, en que el expediente prevencional es indescifrable en cuanto a su alcance,
o, por lo menos, depende en gran medida de la interpretación de ciertos actos por
falta de un requerimiento conclusivo que especifique debidamente el objeto por el
que la acción se promueve.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 87
168 Es nuestro propósito que el texto cumpla con los requisitos apuntados.
La investigación preparatoria del Ministerio Público 89
V. TRADUCCIÓN
Se traducen a continuación los parágrafos correspondientes al Libro
Segundo, Capítulos Primero y Segundo de la Ordenanza Procesal Penal
alemana que interesan fundamentalmente al tema. La traducción sin ser
ligera no pretende ser definitiva170 pues debe tenerse en cuenta que sólo
corresponde a una parte mínima del articulado de una ley que forma un
todo armónico y por lo tanto, está sujeta a variantes que guarden la debida,
correlación con el texto total171. Va agregada con la intención de una mayor
información para que el lector pueda apreciar por sí solo el sistema y así
suplir las omisiones y errores de apreciación en que podemos haber incu-
rrido, como también extraer sus propias conclusiones. Por otra parte, nos
parece que todo trabajo sobre legislación extranjera lleva implícita la tra-
ducción de los preceptos correspondientes para un mejor entendimiento de
la cuestión y para no someter autoritariamente al lector a los criterios utili-
zados por el autor.
Libro Segundo
PROCEDIMIENTO EN PRIMERA INSTANCIA
Capítulo primero
ACCIÓN PÚBLICA
151. Principio acusatorio.- La apertura de la instrucción jurisdiccional está
condicionada a la interposición de una querella.
152. Monopolio acusatorio del Ministerio Público.- La promoción de la acción
pública le concierne al Ministerio Público.
El está obligado a intervenir a consecuencia de toda acción punible y
perseguible judicialmente no bien tenga presente indicios materiales sufi-
cientes, y siempre que la ley no disponga otra cosa.
152 a. Inmunidad de los legisladores.- Los preceptos de las legislaciones
estaduáles sobre los presupuestos bajo los cuales puede iniciarse o
proseguirse la persecución penal contra un miembro de cualquier órgano
Capítulo segundo
PREPARACIÓN DE LA ACCIÓN PÚBLICA
158. Denuncia penal e instancia.- Las denuncias de acciones punibles e instan-
cias de persecución penal pueden ser hechas por escrito u oralmente al Mi-
nisterio Público, a los funcionarios o empleados policiales y a los jueces
municipales. De las denuncias orales se labrará acta.
En las acciones punibles cuya persecución sólo es admitida por instancia,
ella debe hacerse por escrito o en acta ante un Tribunal o el Ministerio
Público; ante otros funcionarios sólo por escrito.
94 Julio B. J. Maier
detenidas hasta la terminación del quehacer pero nunca más allá del día
siguiente.
165. Fiscal en caso de necesidad.- En peligro de demora el Juez Municipal tiene
el deber de practicar los actos instructorios necesarios de oficio.
166. Prueba de descargo.- Si el imputado es interrogado por el Juez Municipal
y durante el interrogatorio propone la recepción de medios de prueba
particulares para su descargo, el Juez Municipal tiene el deber de practicar
aquellas que considere pertinentes y útiles cuando la pérdida del elemento
de prueba es de temer o su recepción puede fundar la libertad del impu-
tado.
El Juez puede exhortar al Juez Municipal , de otra circunscripción cuando la
recepción de la prueba deba practicarse en él.
167. Persecución posterior.- En los casos de los §§ 165 y 166 le toca al Ministe-
rio Público la posterior persecución.
168. Instrumentación.- La instrumentación de los actos instructorios practi-
cados por el Juez Municipal y la colaboración de un actuario o de otro
secretario de actas se rige por los preceptos aplicables a la instrucción pre-
liminar.
168 a. Juez especial para el procedimiento de investigación preliminar del Supremo
Tribunal Federal.- En casos de competencia originaria del Supremo Tribunal
Federal la tarea del Juez Municipal en el procedimiento de investigación
preliminar puede ser encargada a uno o varios jueces especiales del Supre-
mo Tribunal Federal.
El Presidente del Supremo Tribunal Federal designa los jueces especiales
para el procedimiento de investigación preliminar y regula la división del
trabajo para la duración de un año judicial. Como juez especial al efecto
puede ser elegido cualquier componente de un Tribunal alemán y cualquier
Juez Municipal.
169. Participación de las partes.- Para la participación del Ministerio Público
en los actos jurisdiccionales son de aplicación los preceptos correspondien-
tes de la instrucción preliminar.
Idéntica disposición rige para el imputado, su defensor y los peritos por él
nombrados, si el imputado fue interrogado por el juez en ese carácter o se
encuentra en prisión preventiva.
170. Conclusión de la investigación. Si las diligencias de la investigación ofre-
cen motivos suficientes para la promoción de la acción pública, el Ministe-
rio Público la interpondrá mediante el requerimiento de instrucción preli-
minar jurisdiccional o por la presentación de la acusación ante el Tribunal
competente.
casó contrario, el Ministerio Público cierra el procedimiento. De ello da co-
nocimiento al imputado cuando ha sido interrogado en ese carácter o fue
96 Julio B. J. Maier
E
l procedimiento está formado por un conjunto de acciones ordenadas
hacia un fin unitario: lograr conocer cierto comportamiento humano
ya sucedido para actuar a su respecto el derecho material en deter-
minado sentido. Ese conjunto de acciones tiene su definición en el Derecho
Procesal y cumple en el procedimiento un rol determinado jurídicamente
para llevarlo hacia su culminación: iniciarlo, desarrollarlo y terminarlo.
De aquí surgen sus semejanzas y diferencias con la acción humana
en general y su regulación jurídica. Mientras el derecho material regula
—comúnmente— el valor jurídico de acciones aisladas (matar-no matar,
pagar-no pagar), el Derecho Procesal supone la acción de una persona in-
serta en un cúmulo de acciones de esa y otras personas que intervienen en
el procedimiento, acciones que concurren a desarrollar todo un proceso
combinadas de determinada manera prevista por la ley. La acción procesal,
por ello, casi siempre cuenta en su definición jurídica con la determinación
de una acción que debió cumplirse antes —presupuesto formal—, y ella es, a
la vez, presupuesto de una acción posterior —efecto procesal—. El derecho
* Las citas se refieren a las obras cuyo detalle se agrega al final de este artículo.
100 Julio B. J. Maier
1 Por ejemplo, COUTURE, Eduardo J., Fundamentos, nos. 34 y ss., pp. 57 y ss.; ALSINA, Hugo,
Tratado, t. I, cap. III, pp. 174 y ss.; CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Tratado, t. I, nos. 216 y ss., pp.
293 y ss.
2 KELSEN, Hans, Teoría pura del derecho, cap. VIII, 3, b, p. 122; Ricardo C. NÚÑEZ, La acción
civil, § 1, 2, p. 16.
3 SOLER, Sebastián, Las palabras de la ley, V, p. 46.
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 101
disciplina las acciones procesales que deben realizarse en una situación de-
terminada y las consecuencias jurídicas que de ella derivarán si se produce,
y hace saber también el efecto que producirá su omisión. El ejemplo
ambivalente de los recursos sirve para explicarlo: interpuesto el recurso
que la ley admite contra una decisión en tiempo y forma, él impedirá ordi-
nariamente (§ 316 I y 343 I, Ordenanza Procesal Penal alemana) que lo deci-
dido adquiera calidad de cosa juzgada y fuerza ejecutiva, mientras que
omitida esa acción la decisión adquirirá firmeza y podrá ejecutarse. Pero el
Derecho Procesal no sólo prevé eso, sino que también adosa a la inobser-
vancia de sus reglas una sanción: la acción cumplida sin observar las reglas
jurídicas procesales vale lo mismo que no cumplida. Pensemos en el mismo
ejemplo del recurso interpuesto fuera del plazo de actividad previsto para
él: provocará la declaración de inadmisibilidad del acto; la declaración del
imputado obtenida por medios coercitivos que anulan o limitan la libertad
del acto (§ 136, Ordenanza Procesal Penal alemana) desembocará en su nu-
lidad o en su inutilización como presupuesto formal de un acto posterior
que lo requiere, tornando inútil a este último (casación de la sentencia por
deficiencia de la declaración indagatoria, § 243 IV y 338, N.º 8, Ordenanza
Procesal Penal alemana). También hay momentos en que el Derecho Proce-
sal impide actuar previendo para la acción desarrollada cuando no debía
ser una sanción: es el caso claro de los plazos de inactividad, cuyo ejemplo
más característico es el plazo de citación para la audiencia del debate (§ 217,
Ordenanza Procesal Penal alemana)4, y corresponde también a ciertos he-
chos con valor jurídico, como la rebeldía, por ejemplo, ante los cuales el
Derecho Procesal prohíbe actuar erigiendo a la acción en una infracción a
sus reglas.
Los defectos que puede tener la acción según las reglas del Derecho
Procesal han sido comúnmente llamados vicios de la actividad procesal5. Es-
(C.Civil, libro 2.º, secc. 2.ª, tít. VI) y a toda sección del derecho en que, por
razones de técnica jurídica, deba fijarse el valor o efecto de hechos huma-
nos lícitos, estableciendo para el caso de que el hecho humano no se adecúe
a las previsiones legales, una sanción consistente en la ineficacia de la ac-
ción para producir los efectos determinados por la ley: la nulidad lato sensú.
Cada rama del derecho puede integrarse con las reglas del derecho común
o disciplinar su propio sistema de sanciones; para el caso, el Derecho Proce-
sal establece de ordinario una disciplina específica y, casi siempre, intenta
primero impedir que la acción viciada se incorpore al procedimiento pro-
duciendo efectos, caso en el cual recurre a la declaración de inadmisibilidad,
y una vez ingresada hace posible la declaración de nulidad para lograr su
ineficacia. Ambas formas, como se ve, responden a la única idea de sancio-
nar el comportamiento procesal irregular y pueden ser confundidos en una14
sobre la base de respetar la técnica de reacción en cada caso: la una para
evitar el ingreso de la acción procesal irregular, la otra para expulsar la ya
incorporada al procedimiento. La primera responde siempre a la labor de
control del juez sobre la actividad de las personas que intervienen en el
procedimiento, y así él rechazará la querella o la instancia deducida por
quien no está autorizado o cumplida en distinta forma de la determinada
por la ley, etc. La otra es consecuencia del ingreso viciado de la acción al
procedimiento y declara su pérdida de eficacia para determinar los efectos
queridos por la ley; por ello es que la acción del juez o tribunal sólo es
pasible de nulidad, ya que ingresa al procedimiento por su sola ejecución
sin más control que la voluntad del mismo juez o tribunal que la cumple.
Por otra parte, vale la pena aclarar que el sancionar una acción irregular no
significa negarla como acción-humana, sino sólo privarla de los efectos jurí-
dicos que la ley le determina y para cuya producción se cumplió: la querella
declarada inadmisible existirá, sin embargo, como trasmisión de conoci-
miento, eventualmente como denuncia en el caso de falta de legitimación
para querellar, y provocará así la iniciación del procedimiento penal, cuan-
do se trata de un delito de acción pública, aunque la persona que la produjo
no logre su propósito de intervenir en él; la sentencia declarada nula, si no
ha sido recurrida por el acusador, permitirá tenerla como límite máximo de
reacción en contra del recurrente, según la regla que prohíbe la reformatio in
peius (§ 331 y 358 II)15.
A destacar cómo funciona la sanción ante el vicio que contiene la ac-
ción en los ordenamientos procesales aquí comparados se dirigen los próxi-
19 No se dice «La sentencia no deberá contener...», sino «La sentencia deberá con-
tener...».
20 ALSINA, Tratado, t. I, cap. XIV, N.º 12, c. p. 722.
21 ALSINA, Tratado, t. I, cap. XIV, N.º 12, c. p. 722, aun para el C. Civil (nota 20), y CLARIÁ
OLMEDO, Nulidad en el proceso penal, IV, N.º 1, p. 99.
106 Julio B. J. Maier
Esto no significa afirmar que toda acción irregular debe llegar a la san-
ción. Así como quien no paga una deuda, aunque viola un precepto jurídico,
no es inevitable que llegue a precederse contra él a fin de ejecutar sus bienes
hasta el monto de la restitución, así tampoco quien actúa mal en el procedi-
miento provoca irremediablemente la invalidez de su acción. Esto no sólo
surge de comprobaciones empíricas, poco interesantes en este campo, sino
de la propia técnica que emplea la ley para la denuncia de la infracción: la
diferencia entre la mayoría de las normas del derecho privado y las del De-
recho Penal radica en el hecho de que, para este último, la actividad de un
particular no es condición para la sanción de las acciones que infringen sus
preceptos (delitos de acción pública), mientras que para el Derecho Civil —la
mayoría de sus preceptos— la acción de un particular persiguiendo una in-
fracción es «condición para la actuación de la voluntad de la ley» (Chiovenda).
La división interna en el Derecho Procesal Penal responde al mismo princi-
pio. Las leyes argentinas tildan de absolutas a aquellas nulidades que se decla-
ran de oficio, al advertir la existencia del vicio por cualquier medio y cual-
quiera que sea el estado del procedimiento, razón por la cual no son
convalidables o subsanables ni por la actividad de los mismos intervinientes
ni por el trascurso de un plazo (Córdoba, arts. 174, I, y 176; Sgo. del Estero,
117, I, y 119; La Rioja, 176, II, y 177; Mendoza, 173, 174 y 176; Salta, 173, II,
174 y 176; San Juan, 171, II, 172 y 174; La Pampa, 160, II, y 163). En este caso,
salvo la existencia del vicio que provoca este tipo de nulidad, no hay condi-
ción alguna para la efectivización de la sanción, en especial, la necesidad de
que el legítimo interesado reclame al tribunal la declaración del vicio y la
actuación de la sanción. Existen también para la ley argentina otros vicios
para cuya declaración y sanción es necesario el requerimiento del interesado
en tiempo oportuno, pues de otra manera el vicio no se sanciona y, por así
decirlo, se subsana o convalida; tal el caso de las nulidades relativas (los códi-
gos mencionados y los artículos citados). Como se ve, hay vicios que no
provocarán una declaración de nulidad ya por falta de interés, ya por inacti-
vidad del legitimado a denunciarlo, y todo ello se reduce a una técnica jurí-
dica específica para actuar la sanción, común a otros campos del derecho, que
consiste en hacer o no condición de la efectivización de la sanción al requeri-
miento y persecución de una persona extraña a quien la declara.
Lo anteriormente expuesto respecto de las leyes argentinas no signifi-
ca una petición de regreso al formalismo22 exagerado, puesto que no es pre-
22 Nombre del sistema con que se conoce el apego ritual a las formas que conoció el
Derecho romano y el germano y que se expresó, según el reglamento gregoriano,
párr. 408 (ALSINA, ob. y lug. cits.), como: «Toda contravención a la ley de procedimien-
to importa la nulidad del acto».
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 107
tado la doctrina alemana en forma inequívoca o por lo menos con una solu-
ción compacta, y siempre por el mismo motivo. En general se admite que el
juez o tribunal no puede tener por querella lo que no es una querella, o por
acusación lo que no es una acusación, etc., porque le faltan requisitos pre-
vistos por la ley para esas acciones; con ello se acepta la sanción de
inadmisibilidad, prevista para ciertos casos expresamente por la ley (O.P.P.,
§ 319, 322, 346 y 349), dedicada a impedir ab initio que las acciones defectuo-
sas de los intervinientes que no son jueces causen efectos jurídicos. Tam-
bién se admite que un juez o tribunal que debe realizar una acción controle
sus presupuestos de admisibilidad, y entre ellos las acciones procesales que
son su antecedente necesario (presupuestos formales) como, por ejemplo,
el auto de apertura del procedimiento principal para dictar sentencia (§ 207
y 208): si la acción antecedente (presupuesto) contiene defectos que la tor-
nan inválida no podrá realizarse la consecuente, sin ordenar la renovación
de la actividad mal cumplida; de otra manera se correrá el riesgo de anula-
ción de esta última acción por falta o invalidez de su presupuesto formal.
De similar manera se resuelve cuando una acción defectuosa, pese a no ser
presupuesto formal de otra, concurre a formarla, caso en el cual el juez o
tribunal puede llevar a cabo la acción dejando de lado la acción defectuosa
o utilizándola de la manera prevista por la ley sin el defecto: así, por
ejemplo, al testigo que se le ha recibido juramento en infracción al § 60
puede sólo valorárselo como declaración no juramentada o al testigo que
se le ha recibido declaración pese a su abstención correcta de declarar (§
52 a 53a) no puede tenérselo en cuenta en la sentencia como elemento de
prueba. Esta clase de defectos son los que parecen operar la nulidad ipso
jure (absolutas), no otorgando la posibilidad de convalidación de la acción
viciada, por la posibilidad que ofrecen de ser declaradas de oficio por el juez
o tribunal.
Sin embargo, de la forma genérica de operar la sanción que hemos
descrito no debe extraerse sin más que las acciones sean ineficaces ipso jure.
Mucho más ello depende de una adecuada interpretación y combinación de
los preceptos legales, que algunas veces establece ciertos requisitos de una
acción en interés exclusivo de una persona interviniente, única que puede
reclamar la sanción al vicio que contiene la acción defectuosa. Ejemplo evi-
dente de ello es el plazo de inactividad previsto en el § 217, para una ade-
cuada preparación del debate por el imputado y su defensor; tanto es así
que ante el comienzo del debate, dentro del plazo allí previsto (infracción)
se otorga un derecho al imputado para pedir la suspensión de la audiencia,
derecho que tiene que ser ejercido dentro de cierto plazo, cuyo trascurso
sin su ejercicio resta sancionabilidad al vicio. En estos casos se habla de
subsanación o convalidación de la acción, pero nótese que se trata, en reali-
dad, de una extinción del poder de perseguir la sanción por el trascurso del
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 113
nes del derecho común33. Lo que resulta claro para el Derecho argentino es
rechazado por la doctrina alemana, que niega expresamente la aplicación
de las reglas que al respecto contiene el Código Civil alemán por razón de
la especialidad del Derecho Procesal34, pese a reconocer la carencia de re-
glas sobre el particular en la O.P.P.; todos los autores, sin embargo, recono-
cen y explican la influencia del error, el engaño y la coacción como causas
de invalidez de la acción procesal35.
objeto del delito o reparación del daño ocasionado por él— según el libro
5, cap. 3, de la O.P.P. y los códigos argentinos que admiten el ejercicio de la
acción civil ex delicio. Esta extensión admite una ampliación del objeto pro-
cesal penal a comprobaciones específicas con importancia para el Derecho
Civil (daño privado causado o tercero civilmente responsable en nuestros
códigos) y algunas limitaciones que instituyen los preceptos del procedi-
miento penal para no llevar más allá de lo útil dicha extensión (ej.: la limita-
ción de incluir al tercero civilmente responsable para la ley alemana, O.P.P.,
§ 403, o la referente a la única consecuencia patrimonial de la reparación del
daño, § 403). Para el Derecho argentino, incluso, en cierto momento del
procedimiento penal el objeto procesal puede tener sólo importancia desde
el punto de vista civil: en el originario Código de Córdoba (art. 16) y los
que lo siguieron (Sgo. del Estero, 12; La Rioja, 22), después del decreto de
citación a juicio el procedimiento seguía, aunque la persecución penal se
hubiere extinguido, para la resolución de su objeto respecto de la eventual
sanción civil; desde el Código de Mendoza (art. 16; Salta, 16; San Juan, 16;
La Pampa, 17) la solución es más estrecha, pues sólo se autoriza al tribunal
a pronunciarse en la sentencia sobre la cuestión civil, pese a la absolución
penal, y a tramitar los eventuales recursos contra esa decisión.
En el procedimiento penal el objeto procesal a conocer está integrado
también por la misma persona imputada, ya que los preceptos que regulan
la adecuación de la pena o las medidas de seguridad exigen saber circuns-
tancias personales de ella (C. Penal argentino, 41), incluso su comporta-
miento anterior desde el punto de vista del Derecho Penal.
Ya no se concibe más el objeto procesal penal como la totalidad de la
conducta de una o varias personas, vale decir, al proceso penal como la in-
vestigación de su vida entera37. Hoy el objeto de conocimiento está suficien-
temente limitado para el juzgador a una acción u omisión singular de una
persona que se reputa punible. Esto no quiere decir que no se puedan tratar
varias acciones punibles, pero, en todo caso, ellas deben estar suficientemen-
te diferenciadas y constituirán un proceso con pluralidad de objeto. De este modo
se asegura eficientemente la defensa eficaz del individuo imputado.
No debe creerse que del objeto procesal puede predicarse con validez
universal. Su configuración y sobre todo sus límites responden a un dere-
cho positivo determinado. Precisamente, estas líneas pretenden demostrar
las diferencias existentes entre la legislación argentina y la alemana. Para
37 BELING, trad. FENECH, § 28, II, 2, p. 84. Ésta era la meta del procedimiento inquisitivo:
saber si una persona era mala o buena, más que conocer si había infringido el derecho
mediante un acto singular de su vida adecuado al precepto penal.
116 Julio B. J. Maier
39 Córdoba, arts. 426, I, y 429, I; Sgo. del Estero, 344 y 347; La Rioja, 432 y 433, 5.ª; Mendoza,
427, I, y 430, I; Salta, 427, I, y 430, I; San Juan, 424, I, y 427, I; La Pampa, 367, I, y 370, I.
40 Córdoba, art. 174, I; Sgo. del Estero, 117, I; La Rioja, 176, II; Mendoza, 173, Salta, 173;
II; San Juan, 171, II; La Pampa, 160, II. En el sistema de estos códigos no se puede decir
que se respeta la intervención del imputado cuando la sentencia hace caso omiso del
hecho atribuido por la acusación a una persona determinada e intimado a ésta para
que pueda defenderse; en realidad, aunque la intervención exista, ha sido burlada,
pues ella no ha tenido en cuenta o no ha podido conocer todas las circunstancias que
se tratarán en la sentencia para defenderse correctamente. Cuánto más valor tendrá
ello cuando la sentencia se refiere a otra persona que la denunciada en la acusación.
41 Córdoba, art. 409; Sgo. del Estero, 329; La Rioja, 412; Mendoza, 409; Salta, 409; San
Juan, 406; La Pampa, 350.
118 Julio B. J. Maier
42 BELING, trad. FENECH, § 28, III, p. 86; ver notas a los § 264, 265 y 266. Un hecho que agrava
la situación del acusado, referido al mismo núcleo histórico de la acusación, no
necesariamente tiene que ser una circunstancia agravante del tipo penal imputado,
como por ejemplo, la muerte del lesionado que provoca la inclusión del comporta-
miento atribuido en otro título delictivo. Incluso, como ya lo vimos, la nueva
circunstancia incluida puede acaecer con posterioridad a la acusación, el mismo ejem-
plo se presta para ello.
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 119
43 SCHMIDT, Los fundamentos..., nos. 98 y 99, pp. 71 y ss.: seudoproblema carente de importan-
cia, aunque reconoce que el proceso penal no es un proceso de partes y el concepto
resulta inútil en esta materia; ver en BELING, trad. FENECH, § 31 a 36, pp. 92 y ss., cómo
rechaza la analogía del concepto con el que impera en el Derecho Procesal civil y el
valor meramente formal que le atribuye en el Derecho Procesal Penal.
44 Algunos fallos (C.C.C. en pleno, «Grossman, M.», «L.L.», t. 133, p. 878) han atribuido
importancia capital a este concepto en el procedimiento penal, negando la posibili-
dad de defensa del imputado, mientras no sea «constituido en parte» por un acto del
juzgador que sitúan en el llamado a prestar declaración indagatoria; el error consiste
en no darse cuenta de que la garantía constitucional (art. 18) «es inviolable la defensa
en juicio» rige desde el mismo momento que a una persona se le atribuye la comisión
de una infracción punible ante alguna de las autoridades encargadas de la persecu-
ción penal, cualquiera que sea el grado de serie de la imputación; agréguese a ello
que el procedimiento penal se pone en movimiento aun antes de la intervención del
juez o tribunal y que resulta un contrasentido afirmar que es el juez quien constituye
en parte al imputado reconociendo que aquí se trata de un proceso de partes (ver: MAIER,
Julio B. J., El imputado y sus derechos).
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 121
45 LOIÁCONO, Virgilio J., Los jueces naturales y el ámbito de aplicación temporal de la nueva ley
de competencia, IV, pp. 199 y ss.
46 Ausnahmegerichte sind unzulässig. Niemand darf seinem gestzlichen Richter entzogen wer-
den. El § 16, L.O.J., repite la formula.
47 Gerichte für besondere Sachgebiete können nur durch Gesetz errichtet werden.
48 Die Richter sind unabhängig und nur dem Gesetze unterworfen. El § 1, L.O.J., repite el
postulado con una fórmula similar.
Una traducción completa de la Ley Fundamental de la República Federal de Alema-
nia (Bonn, 1949) puede verse en el libro de PINA, Rolando E., Cláusulas constitucionales,
pp. 115 y ss.
122 Julio B. J. Maier
49 SCHWARZ-KLEINKNECHT, p. 760; PETERS, § 23, II, p. 128; HENKEL, § 39, I y II, p. 179; SCHMIDT,
N.º 87, p. 63. En contra: BELING, trad. FENECH, § 19, p. 58, y trade. GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ,
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 123
§ 19, IV, p. 69, basado en la afirmación de su amovilidad, aunque admite (1.ª obra citada,
p. 57) que «es una autoridad especial de la justicia» y (2.ª obra citada, p. 69) que «el
derecho de los Estados particulares determina si los demás funcionarios del Ministe-
rio Público son funcionarios judiciales o no judiciales».
50 § 23, II, 2, a, p. 128; los subrayados de la traducción en el texto son nuestros.
51 Nótese que el Ministerio Público puede utilizar los recursos e instar la revisión a favor
del imputado (§ 296, II, y 365).
52 BELING, trad. FENECH, § 19, VI, 2, p. 58; trad. GOLDSCHMIDT-NÚÑEZ, § 19, VI, 3, p. 70.
124 Julio B. J. Maier
60 La forma en que intervienen estos sujetos eventuales puede verse en NÚÑEZ, Ricardo
C., La acción civil, cap. IV, pp. 97 y ss., y VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Acción resarcitoria,
capp. IV, V y VI, pp. 89 y ss.
La acción, el objeto y los sujetos procesales en el Derecho Procesal Penal 127
SUMARIO: I. Introducción.- II. Fundamento Constitucional.- III. Las normas que prohíben
o limitan la libertad provisional.- IV. Remedios.
E
ste trabajo pretende resumir y sintetizar anteriores meditaciones ex-
puestas en esta misma revista jurídica con motivo de dos fallos que
tuvimos oportunidad de anotar (JA 9-1970-414 y 12-1971-518).
Más allá de esta motivación personal, pretende también dar a conocer
la reacción actual de los tribunales de justicia frente a preceptos legales que
creemos evidentemente contrarios a lo dispuesto por la Constitución Na-
cional, la que no por silenciosa y tranquila deja de ser importante a los ojos
del atento observador del proceso directamente dirigido a la superación
de esquemas legislativos inservibles. Pero aún queda en nuestra intención
el rendir homenaje a la doctrina más caracterizada que se ocupó a fondo
del tema resolviéndolo con evidente acierto, lamentablemente desoída por
prácticos y políticos del Derecho Penal en nuestro país, por lo que nuestra
preocupación se dirigirá más que a exponer ideas personales a revivir los
trabajos excelentes en los que aprendimos y formamos nuestra opinión.
Entre ellos no puedo dejar de recordar —por maestro y por amigo— a
quien más luchó por encauzar los procedimientos penales por el rumbo que
nuestra Constitución Nacional imponía y, específicamente en el tema, a quien
hizo más que nadie por explicar las medidas de coerción personal dirigidas
contra el imputado a la luz del instrumento de dignidad humana que consti-
tuye nuestra Constitución Nacional en su primera parte: Alfredo VÉLEZ
MARICONDE. Desde sus primeros trabajos en la materia, La situación jurídica del
imputado, IV, Coerción personal (en Revista de Derecho Procesal, 1945 — año III, 1.ª
130 Julio B. J. Maier
parte, p. 273) hasta los últimos que le conocemos, La coerción personal del impu-
tado (en «Revista Argentina de Derecho Procesal», 1968 — I, p. 95 y en Cua-
dernos de los Institutos N.º 101, VIII del Instituto de Derecho Procesal, Univ.
Nac. Córdoba, 1968, p. 13), pasando por sus Estudios y Derechos Procesal Penal,
conversaciones y correspondencia particular, muestran una línea definida
que ha guiado permanentemente nuestras afirmaciones. Nuestra modesta
incursión carecerá hoy, sin embargo, de su aprobación o reproche, en fin, del
calor humano que le infundía para mí su cariño de maestros y amigos.
Como se verá, nuestro enfoque intenta ser puramente dogmático, como
la enuncianción del tema lo requiere; nada tiene que hacer aquí el punto de
vista político, pues no se tata de saber que es lo que conviene regular para la
actividad coercitiva en el proceso penal, sino qué es lo que se debe discipli-
nar jurídicamente en este campo y cuáles son los límites impuestos por nues-
tro orden jurídico. Tampoco intentamos sistematizar el derecho que es en
nuestro país, muchas veces acertado y otras desviado de su cauce constitu-
cional, sino determinar cuál es el marco fundamental que en este campo
impone el derecho positivo argentino, en ese caso nuestra ley suprema.
Mencionamos a veces a título de ejemplo la legislación procesal particular y
cuando nos referimos al Código de Mendoza lo hacemos en nombre de
todos los códigos modernos surgidos, precisamente, de la mano de Alfredo
VÉLEZ MARICONDE.
Por último, nos place dejar constancia de la colaboración que nos pres-
tó el estudiante de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Univer-
sidad de Buenos Aires, Rodolfo Gerardo Ricotta, no sólo en la tarea mate-
rial del trabajo, sino también en el estudio y crítica de los diversos aspectos
que abarca.
I. INTRODUCCIÓN
Coerción significa utilización de la fuerza para lograr determinados fi-
nes. En el caso del derecho pareciera claro que, en general, se utiliza la
fuerza pública para sancionar el incumplimiento al deber que impone una
norma jurídica determinada1, rasgo que, precisamente, lo caracteriza fren-
te a la moral. De este atributo gozan todas las normas jurídicas, cualquiera
4 VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho Procesal Penal, ed. Lerner, Bs. As., 1969, t. 2, cap. VIII,
§ V, 1, p. 475.
5 MANCINI, Vicenzo, Derecho Procesal Penal, trad. Sentís Melendo-Ayerra Redin, ed. Ejea,
Bs. As., 1951, t. 3, N.º 344, p. 553, CLARIÁ-OLMEDO, Jorge A., Tratado de Derecho Procesal
Penal, ed. Ediar, Bs. As., 1966, t. 5, N.º 1066, p. 204; y las mismas legislaciones positivas
como el CPrCr. nacional, libro 2.º, títulos XVII y XX; Mendoza, libro 2.º, títulos IV y
libro 5.º, título III, cap. 2.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 133
del estado jurídico de inocencia de que goza el imputado12. Ellas tienen el fin
de evitar el daño jurídico que se ocasionaría al perder la posibilidad de
reconstruir correctamente el acontecimiento histórico que es tema del pro-
ceso o hacer fracasar el procedimiento mismo o la sanción que pudiera re-
caer por la fuga del imputado. Son, por ello, de naturaleza cautelar y no son,
por lo contrario, anticipos de la pena posible, pese a la similitud del efecto
privativo de libertad de ambas formas coactivas.
En síntesis, una vez reconocido que el imputado es inocente hasta la
sentencia firme de condena que hace nacer el poder sancionatorio penal del
Estado, debe reconocerse también que la custodia preventiva y las medidas
de coerción ejercidas contra el imputado en general, sólo pueden tener como
objeto asegurar o hacer posibles los fines del proceso penal —averiguar la
verdad y actuar la ley penal— y ser aplicadas en la medida de la más estric-
ta necesidad; cualquier exceso que tienda a convertirlas en una pena antici-
pada, trasladando a ella los fines de prevención general y especial que ca-
racterizan a ésta, atenta contra la inocencia admitida del imputado mien-
tras el castigo no le sea impuesto jurisdiccionalmente.
Y tal fórmula existe no por un capricho del legislador constitucional,
sino más bien porque responde, por una parte, a un interés histórico y
político definido y, por la otra, a un canon lógico, sin el cual, lo confesamos,
nos sería imposible admitir el Derecho Procesal Penal, según ya lo observá-
ramos13. Vigente el sistema acusatorio en la antigüedad (Grecia, Roma —
acusatio, quaestio, iuditíum publicum— Derecho germano), rara vez el acusa-
do era privado de su libertad permaneciendo libre durante el proceso por-
que no se lo consideraba culpable, así como al demandado no se lo obliga a
pagar antes de la condena, aunque eventualmente pueda restringirse la
libertad de disposición de sus bienes para garantizar el fin del proceso
civil. Pero Roma misma pone los gérmenes del procedimiento inquisitivo al
trasformar, en el imperio, la acción popular, condición necesaria para la per-
secución de los delitos, en persecución oficial, cumplida incondicionada y
obligatoriamente por órganos estatales; es la época de la cognitio extra nrdinem,
que encarna en materia penal el legado más característico que el Derecho
Romano hizo a la posteridad y que llega aún hasta nuestros días: la perse-
cución penal pública. Afortunadamente, en Roma ejerció un contrapeso el
profundo humanitarismo de sus sabios jurisconsultos, creando una serie de
reglas que permitieron conservar aún la figura del imputado como un ver-
12 Que no necesita demostrar sino que debe ser destruido por los órganos del Estado
encargados de la persecución penal para someterlo a una pena.
13 MAIER, Julio B. J., La privación de libertad en el proceso penal y la Constitución Nacional, JA 9-
1970-414.
140 Julio B. J. Maier
14 Véase varios de los aforismo en este sentido que menciona VÉLEZ MARICONDE, Alfredo,
Derecho..., cit., t. 1, cap. II, § 2, 6, p. 46, llegados hasta nuestros días.
15 MANZINI, Vicenzo, Tratado..., cit., t. 1, p. 51.
16 Véase, para Italia, MANZINI, Vicenzo, ob. cit., t. 1, ap. I, 7; para Alemania, HENKEL,
Heinrich, Stratverfahrensrecht, Stuttgart, 1955, § 8 y 9, y como cuerpo legal la «Consti-
tutio Criminalis Carolina» (1532); para Francia, A. Esmein, «Histoire de la procedure
criminelle en France», París 1882, première partie, titre deuxième, capp. II y III y
deuxième, titre première, capp. II, y como cuerpo legal la Ordenanza francesa de
1670; para España, VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho..., cit., t. 1, cap. III, t.
17 El movimiento reformador del enjuiciamiento penal dio a la luz como cuerpo orgá-
nico en Francia con el Code d’instruction criminelle de 1808, que provocó el cambio
de todas las legislaciones europeo continentales; en Italia, el Código de 1865; en
Alemania, los Grünrechte des deutschen Volkes (1848) y la Ordenanza procesal penal
de 1877; en España, la Ley de enjuiciamiento penal de 1882, coincidiendo este movi-
miento con la unificación nacional de los diversos pueblos.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 141
18 BELING, Ernst, trad. FENECH, ed. Labor, Barcelona, 1943, Derecho Procesal Penal, § 8, VI, p.
23, quien habla de una «reglamentación legal cuidadosa, un legismo procesal» men-
cionando a VON IHERING.
142 Julio B. J. Maier
19 Manual de procedimiento, ed. La Ley, 5.ª ed., 1941, t. II, XX, p. 201.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 143
22 GONZÁLEZ, Joaquín V., Manual de la Constitución argentina, Bs. As., 1959, N.º 180 p. 190.
23 PETERS, Karl, Strafprozess, ed. C. F. Müller, Karlsruhe, 1952, § 46, p. 323. HENKEL, Henri-
ch, Strafverfahrensrecht, ed. W. Kohlhamner, Stuttgart U. Köen 1953, § 74 I y II, p. 311;
MANZINI, Vicenzo, ob. cit., t. 3, N.º 345, p. 554.
24 Cuadernos de los Institutos N.º 89, VI, p 86, Universidad Nac. de Córdoba, 1966.
25 Revista Argentina de Derecho Procesal, año 1968-I, 95.
26 LL 132-1433.
27 Bs. As., 1954, libro II, cap. 2, VIII.
28 Ob. cit., N.º 41.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 145
29 Nuevamente VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho..., cit., t. 2, cap. VIII, § V, p. 475; CLARIÁ
OLMEDO, Jorge A., Tratado..., cit., t. 5, N.º 1266, pp. 203, 267 y ss. 209 y ss.
30 Fallos 254-288.
31 Fallos 7-371; 16-88; 64-352.
32 Fallos 7-371; 54-273.
33 Fallos 102-225.
34 Fallos 254-288.
146 Julio B. J. Maier
35 Sala 1.ª, 30/7/70, Malezana de Méndez, Solina L, y otros y Elida E. Rodríguez, del 3/
6/71, publicado en Mundo Jurídico N.º 30, octubre 1971, Mendoza, respectivamente.
36 Diaro La Nación, 17/11/68, p. 18.
37 OVIEDO, José y otros, s/hurto calificado (de ganado mayor), 26/8/67.
38 Sala 1.ª, 30/8/61, citado por Rubianes, ob. cit., p. 113.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 147
cual sirven. Esto y no otra cosa es lo que hacen las leyes destinadas a
prohibir la excarcelación por ciertos delitos, según puede verse en sus
mismas exposiciones, de motivos. Y la injusticia es tan notoria por con-
fundir los fines de la pena con los del encarcelamiento preventivo que a
diario se producen casos como el del autor del hurto de una vaca con
respecto al estafador de una suma millonaria. Ello echa por tierra tam-
bién, en muchos casos, aquéllos en que precisamente el legislador penal
ha querido evitar la privación de libertad efectiva mediante el instituto
de la condena de ejecución condicional, pues, en los casos en que procede,
aquélla se habrá operado sin remedio durante el procedimiento mediante
la prohibición de excarcelación para el delito imputado.
La ley 2828 de Mendoza, art. 2 (1961), incorporó como párrafo 2.º del
art. 319 GPrCr. un caso curioso de limitación a la libertad caucionada: cuan-
do se imputa uno de los delitos previstos en el art. 302 CP., supuesta la
posibilidad de excarcelación, la caución sólo puede consistir en «el depósito
del valor íntegro de la libranza, más los gastos y costas, apreciados estos
por el juez». Esta disposición, en principio, no imposibilita el derecho del
procesado a obtener su libertad cumpliendo con las obligaciones que el
proceso le impone, ni el poder del juez de decidir sobre la procedencia de
la libertad caucionada; pero, obsérvese, pretende limitar en forma absoluta
la determinación de la caución correspondiente, al caso y para ello no obe-
dece al único fin de la caución: asegurar que el imputado se someta a la
persecución penal. Así visto, no cabe duda que el precepto constituye una
restricción indebida a la libertad locomotiva de las personas, atendiendo a
la explicación que hemos dado de los principios constitucionales que la per-
miten. Piénsese que cuando una persona quiere librar un cheque y como en
toda acción que realiza observa las consecuencias previstas por el derecho
para el incumplimiento de conductas que le son debidas, se representará no
sólo la pena de prisión que le puede corresponder sino el encarcelamiento
obligatorio, aunque se someta a las obligaciones del proceso penal no bien
carezca de dinero para abonar el cheque y las costas del juicio. Esto, sin
duda, es una sanción puesto que no depende del cumplimiento de la obli-
gación de someterse a la persecución penal, sino del hecho mismo de librar
el cheque. La «sanción» está administrada por la ley procesal fuera del ámbito
que constitucionalmente le es propio y en la época en que fue dictada (año
1961) no guardaba ninguna relación con la amenaza máxima de la ley penal
(seis meses de prisión) y lo querido por ésta en cuanto al cumplimiento
efectivo de la pena (condena de ejecución condicional). Sin embargo, el
legislador quiere a veces algo y la ley dispone; aun dentro del Código de
Mendoza, sin acudir al reproche de inconstitucionalidad, el precepto se
inserta en un cuerpo organizado de normas siendo influenciado, como toda
nueva ley por las disposiciones vigentes; para el caso, el art. 322 inc. 2 que
148 Julio B. J. Maier
permite aun la caución juratoria cuando el juez estime imposible que aquél
(el imputado) por su estado de pobreza, ofrezca caución real o personal, y
haya motivos para creer que, a pesar de ello, cumplirá sus obligaciones»,
bien complementado por los arts. 3 y 4 que obligan a ser benignos en la
interpretación de la ley (interpretación restrictiva) y la apreciación de las
circunstancias de hecho que justifiquen la libertad caucionada.
El peligro de las disposiciones de los códigos procesales que prohíben
o limitan la libertad caucionada apartándose de los preceptos constitucio-
nales respectivos no es ficticio como pareciera inducirse de la relativa
desaprensión que prácticos y juristas muestran por la ley procesal. Habla-
remos nuevamente por boca de personas autorizadas, que han sufrido se-
guro más que nosotros desviaciones jurídicas del tipo de las comentadas,
para insistir en que: «Por esta importantísima influencia del punto de vista
político, el objetivo del proceso penal está en un peligro constante de ser
apartado de su finalidad de verdad y de justicia, y de ser puesto al servicio
de propósitos políticos autoritarios. Las ideologías políticas y las palabras
ingeniosas en ninguna; materia son tan peligrosas como en el Derecho Pro-
cesal Penal (subrayado nuestro)39. No olvidemos tampoco el epígrafe, re-
petido en él texto, que James GOLDSCHMIDT40 colocó a uno de sus capítulos
«El proceso penal de una nación, es el termómetro de los elementos corpo-
rativos o autoritarios de su constitución».
IV. REMEDIOS
Las legislaciones positivas permiten apelar el auto que niega la excar-
celación (Mendoza, 331). Pero, como vimos, es posible que una ley que
disciplina este aspecto de la situación del imputado no se acomode a los
principios previstos por la Constitución; en tal caso, la ley no es válida en el
sentido de que es rechazada por una norma superior base a su existencia41.
Nuestro particular sistema jurídico hace, sin embargo, dependiente su
inoperatividad de una declaración judicial producida en el caso concreto a
que pretende aplicación. De no subsanar el defecto los jueces inferiores el
recurso típico es el de inconstitucionalidad —llamado extraordinario de
apelación en el orden nacional— que acuerda competencia a un Tribunal de
39 SCHMIDT, Eberthard, Los fundamentos teóricos y constitucionales del Derecho Procesal Penal,
trad. José Manuel NÚÑEZ, ed. Bibl. Arg., Bs. As., 1957, ap. II, 1.ª parte, N.º 275, p. 190, de
cuyo libro conviene la lectura de todo el capítulo.
40 «Problemas jurídicos y políticos del proceso penal» en Principios generales del proceso,
II, Ejea, Bs. As., 1961, § 4, N.º 30, pp. 109 y 110.
41 KELSEN, Hans, ob. cit., cap. IX, 4, pp. 142 y ss. y 5, pp. 147 y ss.
La Constitucional Nacional y los medios de coerción... 149
42 Corte Sup. Nac., Fallos 145-140 ó JA 18-403; 234-450; 246-120; 254-288; 255-261 ó JA
1963-IV-538, entre muchos otros.
43 IMAZ, Esteban y Ricardo E. REY, El recurso extraordinario, Bs. As., 1943, p. 182; ALSINA,
Hugo, Tratado... Derecho Procesal civil, cap. XXX, N.º 28, d. p. 647; Corte Sup. Nac. Fallos
217-48 (ver p. 59) o JA 1951-II.546 que menciona el agravio irreparable como justifica-
ción para tener por definitivo un fallo interlocutorio, aunque el caso concreto que
trata no parece acceder al razonamiento genérico.
44 La Corte Suprema de la Nación ha reconocido «raigambre constitucional» a todo lo
relacionado con el encarcelamiento preventivo y no sólo en los fallos que citamos en
el punto anterior, sino en algunos más modernos. Véase punto 13 in re Todres, Isaac,
10/8/71, JA 12-1971-518/526.
150 Julio B. J. Maier
L
a República de Costa Rica ha reformado toda su legislación penal. Y
lo ha hecho, precisamente, siguiendo los modelos recomendados en
Latinoamérica para la reforma o unificación de su legislación. En el
Derecho Penal material siguió de cerca al Código Penal Tipo, mientras que
en materia de derecho formal tomó como modelo al Código de Procedi-
mientos Penales para la Prov. de Córdoba —y la legislación que él inspiró
en diversas provincias de la República Argentina—, modelo recomendado
como núcleo y punto de partida para un Proyecto de Código Tipo en el
último Congreso continental reunido en Colombia. De allí que la legisla-
ción penal costarricense nos toque tan de cerca, demostrando incluso a los
espíritus poco emprendedores y evolucionados de nuestro país el atraso
casi increíble que sufre la ley procesal penal que rige en la Capital de la
República, Territorio Nacional y Justicia Federal y la existencia de modelos
internos suficientes para desarrollar su reforma.
El Código de Procedimientos Penales de la República de Costa Rica se
sancionó por ley 5377, de fecha 19 de octubre de 1973; su art. 549 ordenaba
el comienzo de su vigencia para seis meses después de su publicación, pero
finalmente comenzó a regir el 1 de enero de 1975, al reformarse el precepto
mencionado por ley 5499, del 22 de abril de 1974. La ley 5712, del 11 de
julio de 1975, introdujo reformas sin importancia .mayúscula para el siste-
ma —arts. 5, 163, 297, 370, 535, 683 y se agregaron disposiciones transito-
rias—, en su mayoría equivocadas. Complementa al Código la ley 5711, de
152 Julio B. J. Maier
pal de que sus actos sólo tienen como fin fundar el cierre anticipado de la
persecución penal (sobreseimiento) o, en caso contrario, la acusación sobre
cuya base (objeto y límite) se llevará a cabo el juicio penal, evitando de esa
manera que esos actos sirvan para fundar la sentencia con la cual éste cul-
mina; b) la regulación de los actos definitivos e irreproductibles (arts. 191 y 353),
que por su naturaleza pueden ser incorporados al debate y se realizan con
anterioridad a él, como actos formales presididos por un juez y controla-
dos por el defensor y el acusador, con anticipo posible de la regla de la
inmediación; y c) la apertura de la instrucción a la defensa y al contradicto-
rio con fuerte limitación del secreto y del rigor inquisitivo que la caracteri-
zaba históricamente (arts. 193 a 195).
El Código acepta, con razón, el ejercicio de la acción civil que emana
del delito en el procedimiento penal (arts. 56 a 79), lo que significa econo-
mía jurisdiccional y procesal como lo reconoce la actual legislación compa-
rada. Disciplina también los procedimientos especiales necesarios, un juicio
correccional para delitos leves similar al juicio común aunque simplificado,
al que llama juicio ante el juez penal (arts. 415 a 422) por la característica de
realizarse ante un juez unipersonal en lugar de ante un colegio de jueces
como el juicio común, un juicio de faltas y contravenciones (arts. 423 a 427) ya
muy simple y breve, en donde el reconocimiento de la culpabilidad, algo más
que la confesión y menos que el allanamiento, juega un papel preponderan-
te, y un juicio por delito de acción privada (arts. 428 a 446) con sus característi-
cas particulares emanadas de la utilización del sistema de las acciones para
la persecución penal. Prescindimos aquí de la citación directa, a la que se
ubica erróneamente en este título, como lo hace la última legislación argen-
tina, para responder falsamente en el ámbito nacional a una opinión que
critica la institución con argumentos aun más falsos.
Los recursos —revocatoria (arts. 460 a 462), apelación (463 a 470), ca-
sación (arts. 471 a 485) y revisión en favor del condenado (arts. 490 a 499)—
vienen precedidos por disposiciones generales (arts. 447 a 459) que conforman
una verdadera parte general sobre el tema, disciplinando sin olvidos el
acto de interposición (forma, plazo y contenido), su rechazo o
inadmisibilidad por la invalidez del acto como tal, la extensión de la com-
petencia del tribunal que decide el recurso y sus efectos. El libro V se dedi-
ca fundamentalmente a la ejecución penal, destacándose la intervención del
defensor en todos los incidentes de ejecución, pero contiene también las
disposiciones relativas a la ejecución civil y a las costas.
Los defectos que se observan pueden clasificarse en tres estratos dife-
rentes: a) las carencias o falta de previsiones legislativas, b) los estructura-
les o sistemáticos, y c) los de contenido o materiales. Entre los primeros
surge nítida la ausencia de un procedimiento principal (juicio) destinado a
discutir la procedencia de una medida de corrección o seguridad para aquellos
La reforma del procedimiento penal en Costa Rica 155
nes con la ley material —a cuya materia pertenecen propiamente estas dis-
posiciones—, que normalmente establece un deber más amplio, del que la
declaración durante el proceso sólo constituye un caso particular. La solu-
ción es la facultad de abstenerse, regulada en los artículos anteriores. Peor,
en este sentido, es aún la decisión que sigue sobre el bien jurídico al esta-
blecerse que la liberación de guardar el secreto por el titular obliga al testi-
go a declarar, solución que, aunque pueda compartirse, implica nuevamen-
te tomar decisiones que no corresponden a la ley procesal.
En el sobreseimiento (arts. 318 y ss.) existe una descoordinación en el
texto que hace imposible su inteligencia, por lo menos para un extraño. Se
habla de dos tipos de sobreseimiento, el total y el parcial (art. 318) y se
aclara que el total «cierra irrevocable y definitivamente el proceso con rela-
ción al imputado a cuyo favor se dicta» (art. 319); luego se establecen los
motivos del sobreseimiento total (art. 320) y sus efectos (art. 324). ¿Qué
significa el sobreseimiento parcial?, ¿cuál es su valor?, ¿cuáles sus motivos y
efectos?
Los defectos del procedimiento intermedio (arts. 338 y ss.) son comu-
nes a la legislación de recepción. No existe un tribunal independiente que
juzgue sobre la seriedad de los fundamentos y la corrección formal de las
conclusiones del Ministerio Público sobre el mérito que le ofrece la investi-
gación preliminar, sino que es el mismo juez de instrucción el que toma la
decisión al respecto, con lo que la etapa se transformará, irremediablemen-
te, en un motivo de demora del procedimiento sin otra utilidad práctica,
como ya lo ha demostrado la praxis argentina. Por este motivo se ha redu-
cido considerablemente el fin del procedimiento intermedio limitado a cen-
surar solamente la acusación, y no el pedido de sobreseimiento. Esto trae
aparejado, prácticamente, al decidir sobre el sobreseimiento el superior je-
rárquico en la vía del Ministerio Público (art. 347), otorgar al acusador fa-
cultades decisorias formales que le son extrañas, con lesión de la regla del
control jurisdiccional de la legalidad de sus actos. Se excluye del control a
los requerimientos conclusivos de la citación directa, justamente cuando,
por falta de censura jurisdiccional previa, el procedimiento sería más útil
para evitar juicios que no partan de una acusación formalmente válida y
seriamente fundada.
La deliberación y votación escalonada en la sentencia de un tribunal
colegiado (art. 393) llega a resultados absurdos cuando la mayoría obliga a
la minoría a seguir votando pese a que la última ya arribó a la absolución
por una cuestión anteriormente tratada (por ejemplo, el hecho es atípico);
en la próxima cuestión puede suceder que uno de los miembros de la ante-
rior mayoría coincida con la absolución aunque por otro motivo (afirman-
do, por ejemplo, que la acción no es antijurídica) y, sin embargo, el antiguo
miembro en minoría que ya había arribado a la absolución no comparte
La reforma del procedimiento penal en Costa Rica 159
SUMARIO: I. Derecho Penal y Derecho Procesal Penal.- II. Política criminal y Derecho
Penal.- III. Política criminal y Derecho Procesal Penal.
1
. En el mundo jurídico de habla castellana se ha generalizado la ten-
dencia de dislocar el Derecho Procesal Penal del Derecho Penal y,
antes bien, unirlo a las demás ramas del Derecho Procesal en procura
de una teoría unitaria del Derecho Procesal o del proceso. Tal tendencia, a
veces muy profunda1, tiene sus raíces en los comienzos del Derecho mo-
dad de la defensa, ne bis in idem, y con toda una estructura del procedimien-
to penal que procurando una semejanza formal lo más estrecha posible con
el sistema acusatorio de la antigüedad6, sirve a los fines que le propone el
Derecho Penal: la comprobación —o su negación— de la infracción culpable
de un mandato o una prohibición impuestos por la ley bajo amenaza de una
sanción. Esos fines y esa estructura subsisten actualmente; su grado de in-
fluencia puede comprobarse con claridad en la audiencia del debate,
estructurada para exponer ante el tribunal todos los elementos para llegar
al fallo fundado sobre la culpabilidad: el Derecho Penal de acto y el Dere-
cho Penal retributivo iluminan todo el esquema del Derecho Procesal Penal
actual7.
3. ¿Cuál de ambos puntos de vista es determinante para la ubicación,
estructura y funciones del Derecho Procesal Penal? La respuesta a esta pre-
gunta conforma, a mi juicio, un problema que requiere una minuciosa tarea
de delimitación que sólo abordaremos aquí en sus líneas más generales
según el objetivo de este trabajo.
En principio, resulta de fundamental importancia conservar el punto
de vista político-criminal como directriz que informa el contenido sustan-
cial del Derecho Procesal Penal. Esto, expresado de manera positiva, lo
incluirá como parte del Derecho Penal (lato, sensu), de una unidad de fines
en la política social8 en necesaria relación de complementación con el De-
recho Penal9; dicho de manera negativa, lo alejará de errores muy fre-
cuentes en el pensamiento procesal que pretende sin más el trasplante de
instituciones y asimilación de teorías de uno a otro tipo de proceso (sobre
todo del Derecho Procesal civil al penal). Unos pocos ejemplos servirán
para ilustrar la relación. Si en el Derecho Penal se trata de retribuir una
lesión o el menosprecio de un comportamiento concreto a una norma, se
necesitará un Derecho Procesal que estructure el procedimiento conforme
a ese Derecho Penal de acto, esto es, un procedimiento apto para lograr la
decisión sobre la imputación de un acto a una persona y su culpabilidad,
10 Las dos técnicas jurídicas para la realización de las normas de derecho material, el
derecho de los individuos o la función (deber) del Estado, encarnan dos tipos comple-
tamente diferentes, absolutamente inidentificables entre sí (cfr. KELSEN, Hans, Reine
Rechtslehre, 1.ª ed., Leipzig y Wien, 1934, p. 48; 2.ª ed., Wien, 1960, p. 141; sin necesidad
de compartir la identificación de los derechos subjetivos por medio del sistema de
166 Julio B. J. Maier
allí, armar el esquema fundamental del proceso penal; sólo así son explicables,
por lo demás, la serie de derechos y garantías individuales en favor del
imputado: ellos pretenden quitarle al procedimiento inquisitivo —fundado
sobre la base de la persecución penal pública y adoptado en esencia— todas
las formas de realización ignominiosas que fueron su consecuencia, salva-
guardando así ciertos valores superiores a la persecución penal misma que
conforman lo que hasta hoy conocemos como el mínimo de la dignidad
humana11.
Este punto de vista debe dominar la ubicación, comprensión y estructu-
ra del Derecho Procesal Penal. La tensión entre el interés estatal por la perse-
cución penal y el interés individual por la seguridad y dignidad rige, como
es sabido, todas las soluciones normativas del Derecho Procesal Penal12.
Obrar de otra manera a la indicada en los ejemplos sería dislocar un
sistema penal en tres miembros sin funciones coordinadas —Derecho Penal
en sentido estricto, Derecho Procesal Penal y derecho de ejecución penal—
que se obstaculizarían mutuamente en el logro de fines pretendidamente
distintos o, por lo menos, autónomos; por supuesto, así tampoco se lograría
la realización de ningún fin común del Derecho Penal o del sistema penal en
general.
4. Para el plano estrictamente normativo resta una zona aparentemen-
te pequeña pero de mucha importancia y, precisamente, no muy bien desa-
rrollada hasta el presente. Se trata aquí de lo que podemos llamar el «fun-
cionamiento interno» de las reglas jurídicas procesales. La estructura de los
actos procesales, su validez y las consecuencias jurídicas que acarrean y, al
contrario, la nulidad, como forma de aclarar su inidoneidad para provocar
esos efectos jurídicos, serán investigados principalmente desde este punto
de vista. Esto liga al Derecho Procesal Penal no sólo con las demás ramas
del Derecho Procesal sino también con un campo de la experiencia jurídica
muy vasto, comprensivo de todas las reglas jurídicas que regulan lo que los
sujetos de derecho pueden hacer (permisiones o potestades) para lograr
ciertas consecuencias jurídicas; si estas reglas son sólo integrantes —des-
acciones). Es claro, empero, que la persecución penal pública, mejor llamada realiza-
ción penal pública para abarcar incluso la otra cara de la moneda, esto es, a las causas
que inhiben el ejercicio del poder penal del Estado, significa todo lo contrario a la
acción «como condición de la actuación de la voluntad de la ley». La llamada «preten-
sión punitiva» —mejor denominada poder o función penal del Estado— encarna así
un concepto completamente diferente del erróneamente supuesto como paralelo en
el proceso civil (KERN-ROXIN, ob. cit., 1, D, i, p. 5).
11 Un intento de explicación similar en MAIER, Julio B. J., ob. cit., § 2, pp. 13y ss.
12 VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, ob. cit., t. II, cap. 1; KERN-ROXIN, ob. cit., § 1, B, pp. 3 y s.
Política criminal, Derecho Penal y Derecho Procesal Penal 167
13 Ver: THON, August, Rechtsnorm und subjektives Recht, Weimar, 1878, pp. 8, 12/13, 345 y
ss.; BIELING, Ernst R., Zur Kritik der juristischen Grundbergriffe,II, Gotha, 1877, pp. 7 y 21;
KELSEN, Hans, Hauptprobleme der Staatsrechtslehre, Tübingen, 1911, p. 238, y Reine Rechts-
lehre, 1.ª ed. cit., pp. 25 y ss. 2.ª ed. cit., pp. 15 y 73; KAUFMANN, Felix, Logik und
Rechtswissenschaft, Tübingen, 1922, pp. 89 y ss.; SOMLÓ, Felix, Juristische Grundlehre, Lei-
pzig, 1917, pp. 204 y ss.; BINDING, Karl, Strafrechtliche und strafprozessuales Abhandlungen,
München y Leipzig, 1915, I, pp. 522 y ss.; Die Normen und ihre Übertretungen, I, pp. 101 y
ss.; KAUFMANN, Armin, Lebendiges und Totes in BINDINGs Normentheorie, Göttingen, 1954,
pp. 259 y ss., REINACH, Adolf, Zur Phänomenologie des Rechts, München, 1953; BÜRCKHARDT,
Walter, Methode und System des Rechts, Zürich, 1936, 2.ª parte, cap. II, pp. 226 y ss.; HART,
H.L.A., El concepto de derecho, Bs. As., 1968, capp. III, pp. 33 y s., y V, pp. 99 y ss.
14 Cfr.: KAUFMANN, Armin, Lebendiges und Totes... cit., Vorbemerkungen, p. X, con pres-
cindencia de la afirmación de estructuras a priori.
168 Julio B. J. Maier
ca criminal y la dogmática penal15, tarea que excede los límites de este trabajo
y presupondría una investigación minuciosa de dudosos logros prácticos para
el objetivo que nos proponemos, sino de alcanzar algunos criterios prácticos
que orienten las soluciones del sistema penal y eviten disfuncionalidades,
logrando una cooperación armónica entre las distintas ramas del Derecho
Penal. Política criminal puede encararse desde dos posiciones muy diferen-
tes: observarse retrospectivamente desde el plano de la dogmática jurídico-
penal para alcanzar aquellos criterios rectores de un ordenamiento jurídico
determinado e, incluso, poner de relieve sus disfuncionalidades internas16 o
abordarse prospectivamente, esto es, para construir un sistema de criterios
basilares de un ordenamiento jurídico-penal moderno a los cuales deben re-
ferirse los distintos sectores del sistema penal. Este último horizonte, al cual
apuntamos ahora, es el que tradicionalmente define a la política criminal como
«formulación de fines» para ser acuñados jurídicamente y realizados por el
Derecho Penal17 frente a la interpretación teleológica de la ley, designación
que la hermenéutica jurídica ha reservado para la recepción —al menos par-
cial— del primero de los fenómenos.
Pero para que la política criminal no sea una ciega transposición de
fines políticos a la legislación, con lo cual se trasforma en pura represión y
colabora en la producción de los problemas que quiere remediar18, es preci-
so que ella parta de las comprobaciones que cada vez con más intensidad y
perfección nos remiten las ciencias empíricas. De aquí una segunda exigen-
cia: los argumentos con los cuales se defiende el empleo de la coacción
como —hasta ahora única— posibilidad de solucionar conflictos sociales y
el carácter que debe asumir esa coacción, deben provenir de una seria in-
formación brindada por las ciencias empíricas y no procurarse por medio
de oscuras fórmulas de simulación idiomáticas. Nosotros entendemos la
función de la política criminal —en sentido estricto— como la crítica de los
conceptos jurídicos vigentes fundada en los resultados prácticos que ellos
producen en el mundo real y la proposición de otros nuevos que los reem-
placen o corrijan mediante la investigación previa de los resultados que
ner penas a sus autores, desde este punto no partirá el exceso autocrático ni
la pretensión de utilizar al Derecho Penal como instrumento moralizante.
El Derecho Penal surge en el marco de la organización social para encami-
nar la reacción social e individual ante el comportamiento desviado que
lesiona o pone en peligro bienes jurídicos que están ubicados en la base de
la convivencia social, desterrando de esta manera la reacción arbitraria y la
venganza. Sin embargo, no puede evitarse que él, en esa transferencia de la
reacción al Estado o a la sociedad organizada, cree un poder —el de pu-
nir— cuya utilización provoca nuevas tensiones y menos que su utilización
arbitraria, incluso bajo la ilusión de que él «cura todo», nos lleve a la comi-
sión de «crímenes en forma de leyes penales»; el principio de culpabilidad,
empero, nada tiene que ver aquí31: al contrario, él intenta, entendido en su
perspectiva histórica, limitar una vez más la punibilidad.
3. No es el Derecho Penal de culpabilidad lo que provoca hoy tensio-
nes ni se aclararán mejor esas tensiones recurriendo a otro principio abs-
tracto fundamentador de la pena, como parece indicar la tendencia, siem-
pre intentando descubrir desde arriba —deductivamente— un principio
del cual hacer depender todo el sistema. Son instrumentos concretos que
utiliza hoy el Derecho Penal los que han entrado en crisis, y en ello las
ciencias empíricas juegan, y jugarán en la política criminal, un rol funda-
mental.
Dos son, a mi juicio, los instrumentos cuestionados: la pena privativa
de libertad y la circunscripción de los comportamientos sometidos a una
pena, designados así en el orden de importancia que les corresponde. El
planteo no es nuevo y se ha repetido a lo largo de la historia del Derecho
Penal. Ya BECCARIA lo planteaba así32, y la evolución que siguió la pena de
muerte hasta su abolición definitiva como medio de reacción del Derecho
Penal lo certifica, para tomar dos ejemplos relativamente modernos de cri-
sis sufridas por el Derecho Penal. El último de los ejemplos, todavía hoy
debatido en el ámbito periodístico y popular y aún vivo en algunos pue-
blos, es aleccionador: comenzó por discutirse la forma de realización cruel
y sin sentido de la pena de muerte en procura del sufrimiento lento para la
expiación del pecado hasta lograrse la mera privación de la vida casi instan-
tánea —visión que no por ello es hoy menos horrorosa—, se prosiguió limi-
tando su aplicación a un reducido número de delitos y, por último, se pro-
hibió su utilización como medio de reacción penal desde la base misma de
la organización jurídico-social, esto es, en cuerpos jurídicos que predomi-
nan sobre el Derecho Penal33. Este camino no sólo se recorrió con la ayuda
de concepciones filosóficas y éticas, sino también con la decisiva coopera-
ción de comprobaciones empíricas que demostraron la idoneidad de la pena
de muerte para cumplir alguno de los fines a que ella estaba destinada, y de
allí que no era necesaria34.
a) ¿No es éste el camino que ha comenzado a recorrer la pena privativa
de libertad? Si el juspenalista observa hacia atrás el panorama de muertes y
sufrimientos que yacen al pie de su Derecho Penal, ¿no alcanzará aproxima-
damente una visión del futuro que le revelará lo que las generaciones veni-
deras pensarán sobre nuestro modo de reacción hoy característico, la pena
privativa de libertad, y sobre nosotros mismos como seres humanos?
La sospecha de un proceso de «prisonización» que torne al condenado
más o menos incapaz para su vida posterior en libertad35, o del deterioro
mental que puede provenir de su internación en un establecimiento carcela-
rio36 y, ya desde el punto de vista de la efectividad, la elevada cuota de
40 Aun los estudios criminológicos parten de esta circunstancia: cfr. los citados Deterio-
ramento mentale..., Presentazione, p. V. y Strafvollzug und Rückfülligkeit (KERNER), p. 186.
41 El trabajo no pretende tratar estas posibilidades ni menos agotarlas, sino poner de
relieve el fin político-criminal aconsejable para describir luego las necesarias co-
nexiones en el procedimiento penal y los medios de que él dispone.
42 Cfr. GOFFMANN, Erving, Asylums, New York, 1961.
43 Desde la secularización del derecho natural por la teoría del contrato socia pudo
superarse todo fin trascendente del Derecho Penal para fundar la punibilidad sólo en
motivo provenientes del hombre y la realidad social en la cual vive, el daño social
que provoca el comportamiento desviado. La caída de la teoría del contrato social y
del derecho natural hizo posible el regreso de ideas trascendentales a la explicación
del fenómeno Derecho Penal-pena (KANT, Die Metaphysik der Sitten, en ob. cit., § 49, E,
I, pp. 452 y ss.; HEGEL, Grundlinien der Philosophie des Rechts, 4.ª ed, Hamburg, 1955, § 93,
98 a 103, pp. 91 y ss.) Dentro ya del Derecho Penal se producen nuevos intentos de
describir la función que él cumple y el fin de la pena con relación a su utilidad social
178 Julio B. J. Maier
(Franz VON LISZT representa la prevención especial Der Zwech der Strafe, «ZStW», 3, V
y VI, pp. 33 y ss.; Anselm VON FEUERBACH la prevención general, Lehrbuch des gemeinen
in Deutschland gültigen peinlichen Rechts, § 16, pp. 20/1, Giessen, 1818).
44 WELZEL, Hans, Deutsches Strafrecht, 11.ª ed., Berlín, 1969, § 1, I, p. 4. La traducción de la
voz alemana «Gesinnung» es más que imperfecta: después de KANT ella da a enten-
der, en lenguaje filosófico, la conciencia individual sobre ciertos valores éticos en
relación con el mundo práctico. BUSTOS-YÁÑEZ la traducen como conciencia en WELZEL,
Hans, Derecho Penal alemán, Editorial Jurídica de Chile, 1976, 2.ª ed., p. 15.
45 ROXIN, Claus, «Sinn und Grenzen staatlicher Strafe», en Strafrechtliche Grundlagenpro-
bleme, Berlín, 1973, B, I, 1, p. 13; CALLIES, Rolf-Peter, Theorie der Strafe im demokratischen
und sozialen Rechtsstaat, Frankfurt am Main, 1973, 2.3.1, p. 130.
46 El § 175 reprimía hasta hace poco la relación homosexual entre adultos y un privado
que pretendió conservar el Pr. 62 (cfr. ROXIN, Claus, ob. cit., p. 15, y allí el ejemplo
jurisprudencial —«BGHSt», 17, 20— de interpretación extensiva o analógica en vir-
tud de una idea moralizante). La sobreprotección de ciertos bienes jurídicos como la
propiedad, con la inclusión «moralizadora» de cierta idea de conformación futura de
comportamiento mediante la amenaza de la pena, se nota, por ejemplo, en los § 123,
142, y 315 c. El primero —violación de dominio— abarca en su tipo tanto por su
verbo definitivo como por los lugares objeto de la prohibición (morada privada y
local comercial, lugares cercados y no cercados, oficinas públicas y medios de tras-
porte, muebles o inmuebles) un sin número de comportamiento y formas de comisión,
como, por ejemplo —para no imaginar casos peores—, el ingreso en un jardín sin
cerco a buscar una pelota que ha caído en él o la prohibición de entrar en un local de
comercio a cierta clase de personas. El segundo reprime con pena el «alejamiento
prohibido de lugar del accidente», delito contra el patrimonio según la doctrina
abrumadoramente dominante (Schönke-Schröder, p. 996, I), ya que un levísimo daño
patrimonial lo pone en funcionamiento (sólo así se explica la condena a un médico
que no esperó al dueño del automóvil que dañó levemente —36 marcos— cuando
Política criminal, Derecho Penal y Derecho Procesal Penal 179
poder penal del Estado sólo allí donde otros medios no puedan obtener
similares o mejores resultados en la protección de bienes jurídicos. La protec-
ción de la vida del feto —el problema del aborto— representa un ejemplo
actual de esta última proposición.
El Derecho Penal tiene a su disposición diversos medios para variar su
situación actual. En primer lugar, la eliminación de tipos penales inútiles en
el sentido expresado o su trasformación en injustos civiles; luego, la limita-
ción de los propios tipos por reducción de su objeto y modo de lesión; por
último, la supresión de la persecución penal pública para un relativamente
vasto campo —en comparación con el actual— de injustos menores o en los
cuales la persecución penal pública puede lesionar aun más allá de la infrac-
ción el bien jurídico protegido. Ello puede, a su vez, contribuir a aliviar la
situación de la administración de justicia penal, hoy sobrecargada de tareas
en todos los países, de tal manera que pueda ocuparse más profundamente
con los asuntos de real importancia que llegan a sus manos.
49 Cfr., entre otros, VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho Procesal Penal cit., t. II, capítulo 2.º.
Política criminal, Derecho Penal y Derecho Procesal Penal 181
que caerán bajo su modelo. Una tarea dogmática que consista en precisar lo
más claramente posible este concepto de la adecuación social encontraría por
este camino la vía de realización más efectiva y menos arbitraria. Porque-si
un hecho no debe ser punible por su adecuación al sentimiento generalizado
del buen proceder, o del obrar fuera de la zona del comportamiento social-
mente desviado, no es necesario que ello se exprese en una sentencia de
absolución sino mucho más equitativo y práctico que se evite la persecución.
Se logra así una efectiva «descriminalización» de comportamientos y un con-
trol sobre los criterios que hoy rigen la selección.
Otros de los criterios que pueden operar desde un comienzo —sin
esperar a la sentencia para prescindir de aplicar la pena— son aquellos refe-
ridos al autor, como el reproche de una «mínima culpabilidad», o el aparta-
miento ocasional de las reglas de convivencia social que no lo tornen un
sujeto antisocial, o el haber sido afectado en tal medida por los resultados
del hecho de manera que la «ansiada retribución» se haya producido natu-
ralmente; todos estos criterios se discuten hoy sólo desde el punto de vista
que conduce a prescindir de la pena.
Son conocidas, por lo demás, las soluciones tendientes a hacer depen-
der de la víctima o del «interés público» la efectiva persecución penal, me-
diante la instancia penal, la acción privada o la decisión de alguna autori-
dad pública. Convendría añadir para algunas clases de delitos la culpa con-
currente de la víctima.
Como ya advertimos, toda limitación tendría también como consecuen-
cia visible una efectiva concentración de la actividad estatal de persecución
penal allí donde es necesaria e imprescindible. Criterios eminentemente po-
líticos, como la no persecución de determinados autores para, a cambio, per-
seguir con éxito otros comportamientos que revelan un grado mayor de des-
viación social (por ejemplo, el extorsionador y su víctima), entran aquí tam-
bién en consideración. Además, una efectiva disminución de las causas sin
importancia que deben tratar los tribunales penales contribuiría no sólo a
acentuar su concentración en aquellas que merecen atención, como también a
reducir el tiempo excesivo de duración de los procesos. En este sentido, el
principio de oportunidad resulta efectivo cuando permite prescindir —por
lo menos temporariamente— de la persecución de algunos hechos que no
tienen relevancia alguna en relación a la consecuencia final, como se revela,
por ejemplo, cuando un autor debe ser juzgado por un hecho grave y un
sinnúmero de infracciones menores sin importancia, o cuando se torna posi-
ble prescindir de un sinnúmero de normas penales que entran en considera-
ción al examinar determinado comportamiento, para abordarlo desde su punto
de vista esencial o relevante para la consecuencia final.
3. Mientras en el Derecho Penal persista la pena privativa de libertad y
para trasformarla se acuda a la pena «tratamiento», modelo consistente en
184 Julio B. J. Maier
54 Sobre ello, las dificultades y críticas a que tal objetivo de lugar, BERGALLI, Roberto,
Readaptación social... cit.
Política criminal, Derecho Penal y Derecho Procesal Penal 185
55 Ha llegado hasta más de seis meses en el sistema británico: GRÜNHUT, Max, «Die
Bedeutung englischer Verfahrensformen für eine deutsche Strafprozessreform», en
Festschrift für Hellmuth von Weber, Bonn, 1963 III, p. 365.
56 Cfr. aquí también GRÜNHUT, Max, ob. cit. III, p. 365: según la experiencia inglesa, entre el
4,4 y el 10% de los casos merecieron un tratamiento posterior de la cuestión de la pena.
186 Julio B. J. Maier
58 Así podía interpretarse desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciu-
dadano de la Revolución Francesa, 1789.
59 A la manera, por ejemplo, de la Ordenanza Procesal Penal alemana, § 121 y 122.
188 Julio B. J. Maier
Límite temporal
del encarcelamiento preventivo
SUMARIO: I. El problema y sus aristas.- II. Derecho comparado.- III. El Derecho argen-
tino.- IV. La jurisprudencia de los tribunales nacionales.- V. Fundamento de la
limitación temporal del encarcelamiento preventivo.
N
o sólo en el Derecho Penal se problematiza y cuestiona el encierro
institucionalizado de la persona humana1 como inadecuado a los fi-
nes que pretende cumplir y desfavorable para su desarrollo2. Pero
en el Derecho Penal el cuestionamiento actual de la pena privativa de liber-
tad es general y más serio porque, desaparecido el argumento de legitima-
ción del encierro fundado en el aislamiento del delincuente para seguridad
de los individuos libres, la privación de libertad parece fracasar por varias
razones como método para lograr una disminución sustancial de los delitos
que se cometen3 o para lograr la adecuación futura de la persona que delin-
1 Se entiende por ello la necesidad de que el hombre, por reglas preexistentes —no
necesariamente jurídicas—, tenga que vivir recluido y aislado de la sociedad común,
sometido a una autoridad y a un plan rígido que gobierna toda la persona, necesida-
des y procesos vitales de los internos, para satisfacer determinados fines, con enorme
sacrificio de su libertad física natural. Hospitales, asilos, internados, etc., son ejemplo
de «organización total» que no suponen el empleo del Derecho Penal ni los fines que
éste persigue. Cfr. GOFFMAN, Ervin, Asylum, New York, 1961: síntesis crítica en KAUF-
MANN , Hilde, Kriminologie III, Strafvollzug und Sozialtherapie, K OHLHAMMER , W.,
Stuttgart-Berlin-Köln-Mainz, 1977, p. 53 (traducción castellana de Juan Bustos Ramí-
rez, Criminología. Ejecución penal y terapia social, Depalma, Bs. As., 1979, pp. 70 y ss.
2 Cfr. GOFFMAN, Ervin, Asylum cit.
3 Cfr. JESCHECK, Hans-Heinrich, «La crisis de la política criminal», en Doctrina Penal,
1980, N.º 9, pp. 47, 49, 61 y ss.
190 Julio B. J. Maier
4 Cfr. BERGALLI, Roberto, ¿Readaptación social por medio de la ejecución penal?, Universidad
de Madrid, 1976; «La recidiva postpenitenziaria», en Quaderni dell’Ufficio Studi e Ricer-
che della Direzione Generale per gli Instituti di Prevenzione e di Pena, N.º 6, Ministerio de
Gracia y Justicia, Roma, 1973, estudio comparado sobe el problema (Italia, Francia,
Bélgica); Hans-Jürgen KERNER, «Strafvollzug und Rückfälligkeit», en Kriminologisches
Journal, 3/1976, pp. 184 y ss.; Hilde KAUFMANN, ob. cit., pp. 204 y ss. (traducción castella-
na cit., pp. 330 y s.).
5 Cfr. «Prisonitation», en The sociology of punishment and correction, New York, 1962, pp.
148 y ss., o The prison community, New York, 1968, pp. 298 y ss.; KAUFMANN, Hilde, ob.
cit., pp. 82 y ss. (versión castellana cit., p. 119), o Principios para la reforma de la ejecución
penal, Depalma, Bs. As., 1977, III, p. 50; «Deterioramento mentale da detenzione», en
Quaderni dell’Ufficio... , cit., Roma, 1976.
6 KERNER, ob cit., p. 186, ni aun partiendo de posiciones ciertamente extremas para el
momento.
7 Cfr. por todos JESCHECK, Hans-Heinrich, «El marco internacional de la reforma pe-
nal», en Doctrina Penal, 1979, N.º 7, pp. 471 y ss., y «La crisis de la política criminal», en
Doctrina Penal, 1979, N.º 7, pp. 471 y ss., y La crisis de la política criminal, en «Doctrina
Penal», 1980, N.º, pp. 59 y ss.
8 Cfr. VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho Procesal Penal, Lerner, Bs. As., Córdoba, 1969,
t. II, pp. 477 y ss.; CAFFERATA NORES, José I., La excarcelación, Lerner, Bs. As.-Córdoba
1977, pp. 18 y ss., 35 y ss., 45; Julio B. J. MAIER, «La Constitución nacional y los medios
Límite temporal del encarcelamiento preventivo 191
12 Ver el caso en MAIER, Julio B. J., «La privación de libertad en el proceso Penal y la
Constitución nacional», en J.A., serie contemporánea, sec. jurisprudencia, Bs. As.,
1971, t. 9, p. 414.
13 Encarcelamientos preventivos que superan los dos años de duración son, sin duda,
universalmente repugnantes a la idea del Estado de derecho, salvo casos especiales.
194 Julio B. J. Maier
17 Art. 145, Code de Procédure Pénale. Antes de la reforma del 14 de julio de 197 el plazo
regía para crímenes y delitos, es decir, en genérico; después de la reforma citada surte
implícita la solución expuesta por comparación entre el art. 145, que impone la limi-
tación para los delitos, y el art. 146, que respecto de los crímenes, nada expresa; al
parecer la reforma, por retrógrada en el sentido del Derecho Penal liberal, prefirió
no expresar claramente la solución. Cfr. Roger Merle-André Vitu, Traité de droit crimi-
nel, Procédure pénale, Cujas, 12.ª ed., París, 1973, p. 383.
18 § 121 y 122, Ordenanza Procesal Penal alemana; salvo excepción, el examen de oficio
o a petición de los presupuestos del encarcelamiento preventivo recae, después de la
prolongación, también en el tribunal de casación estadual y tal examen se realiza de
oficio como máximo dentro de los tres mees. Cfr. ROXIN, Claus, Strafverfahrensrecht, C.
H. Beck, 15.ª ed., München, 1979, p. 167.
19 Art. 272, Código de Procedimiento Penal italiano, texto según la reforma de 1955.
Cfr. Giuseppe Bettiol, Instituciones de Derecho Penal y procesal penal, trad. Faustino
GUTIÉRREZ-ALVIZ Y CONRADI, Bosch, Barcelona, 1977, pp. 225 y 236; LEONE, Giovanni,
Tratado de Derecho Procesal Penal, trad. Santiago SENTÍS MELENDO, E.J.E.A., Bs. As., 1963,
p. 293.
20 Que se trata de una garantía o, si se quiere, del refuerzo en la reglamentación de una
garantía —y no algo así como una sanción a la negligencia de los órganos de adminis-
tración de justicia—, presidida por el estado de inocencia reconocido al acusado, es
claro que todos; cfr., entre otros, LEONE, ob. cit., p. 292; Bettiol, ob. y lugar cits.
196 Julio B. J. Maier
tribunales superiores del Estado21, tema que hoy no nos convoca, pero que
también es «motivo de preocupación actual22.
24 Cám. Crim. y Corr., Sala 5.ª, 17/2/67, causa «Herrero, Juan C., s/ excarcelación».
25 Cám. Crim y Corr., Sala 3.ª, 9/11/62, causa «Motta, M., s/ excarcelación» (más de cinco
años de duración del procedimiento); Cám. Crim. y Corr, Sala 1.ª, 18/6/68, causa
«Gandarillas, L.E.G., s/ excarcelación», y 2/10/70, causa «Paino, S. H., s/ excarcela-
ción»; Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, 22/12/72, «Rossetti Serra, S., s/ excarcelación»;
Cám. Crim. y Corr., Sala 4.ª, 7/10/75, causa «Mazzantini, E. J., s/ eximición de prisión».
26 Cám. Crim. y Corr., Sala 5.ª, 15/4/66, causa «Virgilio, H. A., s/ excarcelación»; Cám.
Nac. Fed., Sala Crim. y Corr., 18/10/66, causa «Todres, I., s/ excarcelación»; Cám.
Nac. Fed., Sala de feria, 15/1/74, causa «Martínez, J. E., s/. excarcelación».
27 Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, causa «Motta, M., s/ excarcelación» (cinco años y seis
meses de encarcelamiento preventivo sufrido hasta el momento de la decisión);
Cám. Crim, y Corr., Sala 5.ª, 15/3/66, «Virgilio, H. A., s/ excarcelación» (dos años y
medios de prisión preventiva sufrida); Cám. Nac. Fed., Sala Crim. y Corr., 18/10/66,
causa «Todres, I., s/ excarcelación» (30 meses de encarcelamiento preventivo sufri-
do); Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, 22/12/72 causa «Rossetti Serra, S., s/ excarcelación»
(5 años y 5 meses de prisión preventiva sufrida); Cám. Nac. Fed., Sala de feria, 15/1/
74, causa «Martínez, J. E., s/ excarcelación» (19 meses de prisión preventiva sufridos);
Cám. Crim. y Corr., Sala 4.ª, 7/10/75, causa «Mazzantini, E. J., s/ eximición de pri-
sión» (4 años y un día de encarcelamiento preventivo sufrido).
28 Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, 9/1/62, causa «Motta, M., s/ excarcelación», Cám. Crim. y
Corr., Sala 5.ª, 15/4/66, causa «Virgilio, H. A.»; Cám. Crim. y Corr., Sala 1.ª, 18/6/68,
causa «Gandarillas, L.E.G., s/ excarcelación»; y 2/10/70, «Paino, S. H., s/ exarcelación»,
recordándose que en esa fecha el criterio aplicado (cumplir en detención la pena reque-
rida por el acusador) no estaba incluido en los motivos que habilitaban la excarcelación;
Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, 22/12/72, causa «Rossetti Serra, S., s/ excarcelación»; Cám.
Crim. y Corr., Sala 4.ª, 7/10/75, causa «Mazzantini s/. excarcelación».
29 Ibídem, nota anterior, pero, en especial, la primera y última sentencias citadas que
dejan expresada esta interpretación a la letra.
Límite temporal del encarcelamiento preventivo 199
30 Ver el encabezamiento del voto del Dr. Ure en Cám. Crim., y Corr., Sala 5.ª, 15/4/66,
causa «Virgilio, H. A., s/ excarcelación»: el encarcelamiento preventivo no parece ser
allí una medida meramente cautelar aplicada a un inocente, sino una medida que se
merece o no se merece, en alusión directa a la culpabilidad aún no verificada o a los
fines de la pena aún no impuesta.
200 Julio B. J. Maier
por sentencia»31 (esto es, impuesta a una persona tenida aún por inocente)
y por la apelación al vago concepto de «equidad»32 para justificar la solu-
ción apuntada, concepto que precisa de un determinado contenido ideoló-
gico para materializarse y tener algún sentido, precisamente, la ideología
liberal que exponen los fallos.
Al contrario, los votos emitidos en disidencia en algunos de los fallos
publicados que llegan a la solución sólo por mayoría, o no tienen ningún
fundamento expreso para contradecir la tesis de la mayoría33, o adolecen de
un vicio común en este tipo de decisiones que ponen en juego principios
límites del Derecho Penal de ideología liberal: intentan extraer de la afirma-
ción de una garantía individual una regla de autorización o de necesidad de
aplicación del poder penal del Estado, utilizando así la garantía individual en
contra del protegido por ella34. Los ejemplos de esta forma de proceder son
múltiples. Se. explica, por ejemplo, que el nullum crimen, en tanto manda
penar sólo en aquellos casos en que una ley previa defina el comportamiento
como antijurídico y lo someta a una amenaza penal, implica, a la inversa, que
todo comportamiento adecuado a una figura penal descrita en la ley penal
previa debe ser penado indefectiblemente, intentando así excluir el principio
de oportunidad en la persecución penal e implantar el de legalidad en forma
absoluta, o impedir aquellos institutos modernos que permiten al juez pres-
cindir de aplicar pena en algunos casos o que crean para otros causas de
exclusión de la punibilidad por no considerar ciertos comportamientos
merecedores de pena, pese a la comprobación de la infracción culpable de un
deber penal. Más claro aún es la aplicación de las garantías procesales en
contra del imputado para anular un acto o una resolución favorable a él. Por
ejemplo, si el imputado declara o es interrogado bajo juramento o, incluso, es
torturado para que diga la verdad, con total prescindencia del valor del com-
portamiento de quienes procedieron así, resulta difícil y artero anular una
declaración que lo favorece —en la que se defiende y cita para demostrar su
inocencia— o una sentencia final absolutoria con el argumento de la infrac-
31 Cám. Crim. y Corr., Sala 3.ª, 9/11/62, causa «Motta M., s/ excarcelación»; Sala 4.ª, 7/
10/75 causa «Mazzantini E. J., s/ eximición de prisión».
32 Cám. Crim. y Corr., Sala 1.ª, 18/6/68, «Gandarillas, L.E.G., s/ excarcelación»; Sala 1.ª,
2/10/70, causa «Piano, s. H., s/ excarcelación»; Sala 3.ª, 22/12/72, causa «Rossetti
Serra, S., s/ excarcelación».
33 Cám. Crim. y Corr., Sala 5.ª 15/4/66, causa «Virgilio, H. A., s/ excarcelación» (voto
del juez Dr. Fernández Alonso); Sala 3.ª, 22/12/72, causa «Rossetti Serra, S., s/ excar-
celación» (voto del juez Dr. Vera Ocampo).
34 Cám. Crim. y Corr., Sala 4.ª, 7/10/75, causa «Mazzantini, E. J., s/ eximición de pri-
sión» (voto del juez Dr. Martínez).
Límite temporal del encarcelamiento preventivo 201
35 Cám. Cim. y Corr., Sala 2.ª, 30/3/79, causa «Penela, S.A.» (voto de la mayoría),
sentencia no publicada aquí porque no versa sobre el tema específicamente tratado.
36 Voto de juez Dr. Martínez en el fallo mencionado en la nota 33.
37 Cám. Nac. Fed., Sala Crim. y Corr., 18/10/66, «Todres, I., s/ excarcelación».
202 Julio B. J. Maier
nadie encontrará una regla que mande algo similar en el Código de Pro-
cedimientos en Materia Penal que rige para los tribunales nacionales, para
el cual, a decir verdad, o la multa y la inhabilitación no existen como
amenaza penal o, de otra manera, los delitos sólo amenazados con esas
penas no constituyen excepción al encarcelamiento preventivo38. La ex-
cepción se funda, precisamente, en el principio de proporcionalidad ya
examinado, porque es preferible que algún imputado se fugue o pervierta
la averiguación de la verdad que mantenerlo encerrado durante el proce-
dimiento en que únicamente se persigue un delito no amenazado con pena
privativa de libertad, pues, de otro modo, la persecución penal tendría
consecuencias más graves que las previstas como sanción a la infracción
material investigada en él: un verdadero despropósito. Recuérdese que el
mismo orden de argumentos es el que requiere la fundamentación de una
limitación temporal del encarcelamiento preventivo, y que algunas limita-
ciones en este sentido ya se han hecho efectivas mediante ciertas refor-
mas que admiten la excarcelación cuando ha trascurrido cierto tiempo de
duración de la prisión preventiva en relación a la pena concreta que se
espera y su ejecución, o porque aun un mínimo período de prisión pre-
ventiva resulta irrazonable en virtud de la pena que se espera (379, C. Pr.
Crim. nacional).
En otro orden de cosas no es totalmente cierto que el intérprete carez-
ca absolutamente de reglas en la ley procesal que le sugieran cierta limita-
ción temporal de la coerción procesal. El indicio claro de la solución se
encuentra en el art. 699 del Código nacional, como los fallos citados lo
apuntan, que textualmente establece el deber de terminar «toda causa pe-
nal en el término de dos años» sin computar en el plazo las demoras origi-
nadas en los planteos de los intervinientes o cualquier trámite necesario
cuya duración no dependa de la actividad del tribunal. Conforme a nuestra
organización institucional tienen cierta razón aquellos que observan que el
plazo es puramente ordenatorio39, es decir, su fin principal es regular los
deberes personales de los funcionarios de la persecución penal, especial-
mente del juez de la causa, y, de esta manera, no impide la persecución
penal posterior, pues las causas de su extinción son (arts. 59 y ss.) y deben
ser fijadas por el C. Penal, entre ellas la extinción por el trascurso del tiem-
38 Si existe regla expresa, por ejemplo, en el procedimiento especial para los delitos de
calumnia e injuria (art. 596), evitando el encarcelamiento preventivo, salvo excepcio-
nes allí reguladas, de lo que debería deducirse, atado a una interpretación mezquina,
que no existe otra excepción.
39 CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Tratado de Derecho Procesal Penal, Ediar, Bs. As., 1964, t. IV, p.
129, quien también los denomina meramente conminatorios siguiendo a MANZINI.
204 Julio B. J. Maier
40 Por persecución penal efectiva entendemos el tiempo real que una persona es perse-
guida; ello deja de lado el lapso que va desde la comisión del delito imputado hasta
la época en que comienza efectivamente la persecución penal de una persona deter-
minada y los períodos posteriores en los cuales no hay actividad persecutoria pese a
encontrarse pendiente (rebeldía del imputado, sobreseimiento provisional, etc.) y,
por expresa solución del art. 699 del C. Pr. Crim. nacional, deberían incluirse aun
aquellos períodos de demora no imputables al órgano que dirige la persecución.
41 Nunca encontré cuestionadas las reglas que limitan a cierto tiempo la duración del
embargo preventivo o ejecutivo sobre bienes, después del cual caduca la orden.
Límite temporal del encarcelamiento preventivo 205
I. EL PROBLEMA
D
os teorías jurídicas importantes, la teoría de los imperativos
(Imperatibheorie) y la teoría pura del derecho (Reine Rechtslehre), que
intentaron aclarar el funcionamiento de todo el sistema jurídico,
arribaron al resultado práctico de que el «injusto» (dar Unrecht), esto es, el
hecho humano que viola la norma, es el tema central del derecho; con otras
palabras más adecuadas, de que todas las reglas jurídicas propiamente di-
chas (normas) se dejan reducir a, o formular como prohibiciones y manda-
tos, o, lo que es lo mismo, establecen siempre deberes u obligaciones stricto
sensu1.
En ello juega un papel principal la determinación del concepto de nor-
ma, palabra utilizada con tantos significados distintos y aun sin especifica-
8 KELSEN, Hans, Hauptprobleme der Staatsrechtslehre, 2a ed., Tübingen, 1923, pp. 227/228,
236 y ss.; ver especialmente nota 1, p. 238; Reine Rechtslehre, 1.ª ed., Leipzig und Wien,
1934, pp. 25 y ss.; 2.ª ed., Wien, 1960, pp. 45 a 59; KAUFMANN, Felix, Logik und Rechtswis-
senschaft, Tübingen, 1922, pp. 89 y ss.
9 KELSEN, Hauptprobleme, p. 237. Lo que exactamente significa Rechtssatz en los Hauptpro-
bleme de KELSEN es dudoso: se tiene la tentación de equiparar ese concepto al de norma
(Norm), que él también utiliza con frecuencia, pero él mismo en alguna oportunidad
ha aclarado que su valor es el del proposición jurídica (General theory of law and State,
New York, 1961, 1.ª parte, D., a p. 45), en el sentido de la afirmación (Aussage) que
alguien hace sobre la existencia de una norma. Nosotros traducimos regla jurídica no
tanto para ajustarnos al sentido literal sino, antes bien, para dejar la cuestión abierta,
para ser neutros.
10 KELSEN, Hauptprobleme, p. 240.
11 KELSEN, Hauptprobleme, p. 238, nota 1.
12 Por ejemplo, SOMLÓ, Félix, Juristische Grundlehre, Leipzig, 1917, pp. 1 y ss. y 204.
13 Wien, 1960, pp. 15/16, 55/59, 73.
212 Julio B. J. Maier
Pero este «monismo» extremo, que sólo descubre normas o reglas jurí-
dicas en la zona de lo antijurídico (Unrecht), ha sido objeto también de duras
críticas, todas ellas fundadas, en definitiva, en el simple argumento de que el
derecho positivo ofrece algo más que mandatos y prohibiciones. Un punto
de vista que partiera de una afirmación totalmente contraria a la anterior-
mente expuesta —también «monista»— ni carecería de sentido ni estaría des-
acreditado por su propia formulación. Precisamente el derecho internacional
en sentido estricto —interestatal— ofrece hoy un ejemplo de existencia sobre
la base de reglas que confieren potestades —o «normas de competencia»—,
mientras su «derecho de sanciones», por llamarlo de alguna manera, es muy
promitivo o en algunas zonas no existe o carece de significado y eficacia18.
Y, de la misma manera, nadie parece querer asumir que la Grundnorm de KELSEN sólo
puede ser, básicamente, una norma potestativa, que otorga validez y significado a un
acto, y no una regla de obligación; HART lo asume con su regla o reglas de reconocimiento
(ob. cit., pp. 116 y ss.).
19 Gesammelte Abhandlungen, Rechtsnorm und subjektives Recht mit Beziehung auf das gleich-
namige Werk von A. Thon, pp. 376/378.
20 BINDING, Karl, Zu Thon Rechtsnorm und subjektives Recht, en Strafrechtliche und strafpro-
zessuale Abhandlungen, t. 1, pp. 522 y ss., y Die Normen und ihre Übertretung, t. 1, § 15, 2,
pp. 101 y ss.
21 Retoma modernamente la expresión y la crítica KAUFMANN, Armin, ob. cit., pp. 259 y
ss. (hay traducción castellana de BACIGALUPO y GARZÓN VALDÉS, publicada en Buenos
Aires, 1977, ed. Depalma, bajo el nombre de Teoría de las normas).
22 Zu Thon..., cit., p 533; el subrayado es nuestro.
23 Ob. cit., cap. 5.º, B, II, b, pp. 261/264.
Función normativa de la nulidad 215
24 KAUFMANN, ob. cit., p. 271: «No hay juicios jurídicos de valor, v. gr. reglas jurídicas,
sobre los cuales no se erijan —directa o indirectamente— normas de acción».
25 KAUFMANN, ob. y lugar cits. en nota 24. Para comprender el análisis de Armin KAUF-
MANN es preciso saber que él concibe a los juicios de valor sobre bienes jurídicos,
sobre sucesos y sobre actos humanos (en esa sucesión como primer, segundo y
tercer escalón valorativos) como reglas jurídicas («De todo ello se siguen que los
juicios de valor jurídicos son reglas jurídicas por la misma razón y de la misma manera
que también lo son las normas» —p. 262—) que «tienen que preceder a las normas
por necesidad lógico-objetiva» (p. 261), aunque compartan el mismo objeto («1. A
cada norma le precede un juicio de valor. 2. Este juicio de valor y la norma tienen el
mismo objeto. 3. Las normas están construidas a partir de juicios de valor sobre
actos» —p. 77, c, donde resume su examen del problema–). El esquema se completa
cuando sostiene que las reglas distributivas, tanto estáticas (aquellas que adjudican
un bien a un sujeto: «La adjudicación del objeto b al sujeto A es adecuada al dere-
cho» —p. 265—) como dinámicas (aquellas que permiten que ese orden de
adjudicación sea modificado, ya por determinación voluntaria de los sujetos de
derecho, el negocio jurídico, o por nueva distribución de la ley según otros criterios
de adjudicación), las reglas organizativas o de competencia y los derechos subjeti-
vos pertenecen a la esfera de los juicios de valor: a) «En estas reglas, que ponen en
conexión valores objetivos con personas (naturales o jurídicas), se trata de juicios de
valor» (p. 264); b) «Pero cuando hablamos de «normas organizativas» —refiriéndo-
se a Burckhardt, Methode und System des Rechts, Zürich, 1936— se trata sólo de un
sector parcial de la gran zona de los juicios de valor, que preceden a cada norma» (p.
268); y c) «En el ámbito de los juicios de valor tienen también su lugar los derechos
subjetivos» (p. 268). Resta sólo aclarar que en la terminología de KAUFMANN «regla
jurídica» (Rchtssatz) es el gentilicio que abarca tanto los juicios de valor como las
normas, ambos reglas jurídicas, en tanto las normas, según se dijo, se reservan
como expresión de los mandatos y prohibiciones.
216 Julio B. J. Maier
contenido de la «Österreiche Zeitschrift für öffentliches Recht», vol. XIII, 1964, éste
cit. también por ROSS).
Aquí no se trata de resolver este problema, sino otro mucho más sencillo y cerrado —
diríamos interno del orden jurídico supuesto como válido— atinente a la forma y
función que asumen las reglas jurídicas. Pero, por representar un problema límite de
toda teoría jurídica, a donde se reconducen en definitiva todos los demás problemas,
nos parece necesario intentar un esbozo sintético para que el lector nos ubique en la
discusión. En principio es claro que cualquier intento de reducir la fuerza vinculante
u obligante (vigencia o validez) de un sistema de normas a un primer (o último) funda-
mento (como la norma fundamental o la efectividad) que no carezca en absoluto de
contenido, es decir, que no sea puramente formal para poder trabajar intrasistemáti-
camente una vez que se ha aceptado un sistema dado o pensado, sólo representa,
como dijo ROSS, «una cobertura ideológica» ajena en sí misma al conocimiento cientí-
fico o, más simplemente, una decisión ético-política; de otra manera caemos en un
regressus in infinitum, dado que la validez del principio, al tener que comparecer ante
otra instancia, nos guía a una cadena sin fin que sólo puede concluir con una toma de
posición constitutiva de la validez (Dios, ciertos principios inherentes a la naturaleza
humana, la efectividad de cierto orden que se impone por la fuerza, por el reconoci-
miento general o individual). Que algunas teorías aferren (rompan) esta cadena
demasiado lejos, donde todo procedimiento de verificación que no dependa de la
subjetividad de quien habla resulte imposible, y otras, como la teoría pura, por
ejemplo, la aferren más cercad el hombre y su mundo, esto es, en el derecho positivo
como expresión de lo que el hombre ha creado y ha impuesto arbitrariamente, no
cambia el resultado del juicio teorético sobre el problema. Ésta es la parte negativa
de la cuestión, pero lo cierto es que el hombre, en su necesidad cada vez más creciente
de vivir asociadamente, esto es, en una sociedad que no se caracterice por la guerra
abierta y física del uno contra el otro para imponerse sus intereses o ideas, se ve
precisado a esta toma de posición constitutiva de la validez, lo cual, en realidad,
significa intentar ciertos modelos o proyectos para el ordenamiento de la vida social
que parten de la base de fijar valores y normas heterónomas a la voluntad individual
de los sujetos que componen la sociedad. De allí las diversas teorías que intentan
justificar estos modelos positivos. Las hoy dominantes, resumidas esquemáticamen-
te, fundan la vigencia del orden jurídico en el poder de imponer sus normas como
obligatorias (en su realización coactiva), en el reconocimiento individual. De allí
también que todas ellas tengan su lado flaco, representado siempre por concesiones
o excepciones en favor de algunas teorías vecinas: Hans KELSEN, por ejemplo, parece
fundar la positividad: vigencia del derecho en una combinación de los dos primeros
puntos de vista (cfr. sobre el punto, en general, WELZEL, Hans, Die Frage nach der
Rechtsgeltung, Köln und Opladen, 1966, y ,en especial sobre KELSEN, pp. 13/6-27/8). En la
teoría política actual predomina hoy, por lo menos como base confesada aunque no
siempre practicada, la doctrina del reconocimiento general que ha dado lugar al principio
de la mayoría con limitaciones que pretenden asegurar, no sólo los intereses de la mino-
ría, sino también y en principio un mínimo de seguridad y dignidad individual frente
al poder. Algunas constituciones van más allá e intentan, aun cuando muy restringida-
mente, hacer valer de alguna manera la teoría del reconocimiento individual por medio de
cláusulas que autorizan, por ejemplo, al desconocer un deber establecido más o menos
genéricamente (casi siempre el servicio militar armado) en salvaguarda de un deber
Función normativa de la nulidad 221
de conciencia superior para el individuo o, de otro modo, impiden llevar a cabo este
deber o reaccionar coactivamente contra su trasgresión o lo trasforman compatible-
mente, cuando la falta de reconocimiento individual se funda en un deber moral
superior (art. 4, III, Ley Fundamental de la Rep. Fed. de Alemania); hasta se ha posi-
tivizado —aunque no represente lo mismo, pues los valores a defender están
expresados heterónomamente— el derecho individual a alzarse contra aquel que
pretenda subvertir el orden constitucional fundamental (división de poderes; legis-
lativo, ejecutivo y judicial; poder popular expresado en elecciones libres; poderes
ejecutivo y judicial sometidos a la ley), incluso si ha logrado éxito y constituye, total
o parcialmente, otro orden social, siempre que no exista otro medio eficaz al efecto
(derecho de rebelión en aso de necesidad, art. 20 IV, Ley Fundamental de la Rep. Fed.
de Alemania). La doctrina del mero poder como fundante de la obligatoriedad del
derecho no es defendida hoy por la teoría política abiertamente, pero, lamentable-
mente, si aplicada con frecuencia. En el derecho internacional (interestatal), por
ejemplo, aunque el reconocimiento de un Estado y su gobierno parezca depender de
una mixtión entre el poder que se realiza y el reconocimiento general, lo cierto es
que el peso queda radicado en el primer argumento, salvo que se entiendan ambos
como sinónimos o como diversas manifestaciones del mismo fenómeno; una teoría
del reconocimiento general que quiera servir para algo debe fundar la legitimidad
de la vigencia del derecho en algún modo de expresión de los súbditos, y no sólo en
el sometimiento resignado por el ejercicio práctico del poder y la imposibilidad de
alzarse contra él. El lento desarrollo del derecho internacional ha traído como conse-
cuencia ya visible ciertas determinaciones de derechos humanos limitantes del puro
poder impuesto, las cuales, si bien hoy no juegan ningún rol práctico en el reconoci-
miento de los Estados y sus gobiernos, permiten guardar esperanzas de que en un
mañana puedan presupuestar tal acto.
De tal manera, es posible fundar la legitimidad —que de otra cosa no se habla— de la
vigencia de un sistema jurídico en cualquier argumento ideológico y desde allí,
proceder en consecuencia sosteniendo la vigencia de la reglas que integran el sistema
razonando intrasistemáticamente —lo que ha dado en llamarse en nuestro tiempo y
con referencia a la reformulación del derecho positivo, con razón, dogmática jurídi-
ca; cfr. Nino, Carlos S., Consideraciones sobre la dogmática jurídica, Unam, México, 1974,
cap. II, pp. 17 y ss., con importantes consideraciones acerca de la ideología del positi-
vismo jurídico y de la dogmática; pero, a nuestro juicio, parciales—; es posible
también, pese a sus dificultades, la investigación empírica (histórica o sociológica)
del argumento legitimante de la validez de un sistema. Lo que no es posible es elevar
a la categoría de verdad (que excluye sus opuestos) el argumento mismo, haciendo de
esta cuestión un problema gnoseológico. Lo que también es posible es decir de qué
manera las normas jurídicas, fundadas en cualquier sistema que legitime su vigencia,
pueden cumplir óptimamente la función a que están destinadas, ya que cualquier
sistema de normas, que pretenda ser positivo, deberá dirigirse a la praxis humana.
Así, la propuesta de WELZEL (ob. cit., pp. 29 y ss.) que como expresión racional exige, al
lado de la positividad del derecho (poder de legislar y reconocimiento de las normas), la
necesidad de que él reconozca la responsbilidad del ser humano (más exactamente: al ser
humano como persona responsable en sí misma) y se dirija a ella es aplaudida por
nosotros (dejando de lado ahora el difícil problema de determinar el contenido del
222 Julio B. J. Maier
contrario, para intentar poner de relieve la imposible meta final a que llega,
que contradice, incluso, aquella base inicial de la teoría, lado opuesto que
ha tenido bastante éxito en la literatura jurídica, del cual surgen
graciosamente teorías antinormativistas y por el cual es siempre más efecti-
vo examinar críticamente una teoría29. Se trata, entonces, de mostrar que la
teoría pura del derecho: a) no es tan «pura» como lo afirman su fundador y
sus partidarios, b) que la construcción «dinámica» del derecho en la que la
teoría desemboca es un completo fracaso, y c) que en último término no es
posible prescindir de un punto de vista material. Por ello no se nos debe
incluir erróneamente como adversarios de KELSEN, no sólo por la simple
afirmación de que no estamos a su altura, sino porque, como se podrá ver,
intentamos seguir construyendo sobre el fundamento de la teoría pura, sin
renegar de sus postulados iniciales30, pero tratando de superar sus afirma-
ciones, a nuestro juicio, erróneas. Por lo demás, por su rigor lógico y siste-
concepto y las consecuencias prácticas de tal razonamiento), pero nos resulta por el
momento imposible trasformar tal punto de vista racional en verdad gnoseológica.
Se nos etiquetará ahora como «nihilista de los valores», por fieles al postulado de la
escuela de fuente escandinava, o, quizá, como partidario de un «relativismo» ético.
Esto es cierto siempre y cuando no se opere la grosera confusión personal que ROSS
destaca y repudia (Lógica... cit., pp. 67 y ss.) —indiferentismo moral o amoralidad—,
y que se capte que creemos en la posibilidad de establecer un sistema de valores
heterónomos —u objetivos— siempre y cuando no se pretenda que su fundamento
último —de validez o vigencia— tenga el carácter de una verdad conocible o afirma-
ble desde un punto de vista normativo. Así, nos parece que se resguarda mejor la
disparidad entre el ser y el deber ser, la realidad y la exigencia, que cuando se pretende
fundar la verdad del último fundamento de validez en afirmaciones matafísicas con
pobre apariencia de objetividad o, para evitar este procedimiento, en afirmaciones
empíricas vagas sin comprobación previa.
29 En efecto, siempre me ha parecido que el último fundamento de una teoría depende
en gran medida de cierto punto de partida ideológico (concepción del mundo, etc.)
imposible de suprimir. Él es por sí mismo, sin embargo, incapaz de hacer daño y casi
siempre sólo criticable por apelación a otro argumento ideológico tan frágil como
aquél. Lo realmente importante son los efectos prácticos que de allí se desprenden,
esto es, aquellos aplicables a la vida práctica o, dicho peyorativamente, el sistema
que se pretende fundar. La teoría del contrato social del iluminismo, por ejemplo, es
imposible de sostener con argumentos de «verdad», y sólo tiene explicación apelan-
do a argumentos metafísicos en los cuales uno puede o no creer y que no dañan a
nadie; el sistema de organización social a que ella dio lugar es, con todo, aun hoy
muy importante universalmente. Incluso puede prescindirse del contrato social y
fundarse el sistema en alguna otra idea plausible racionalmente o en ninguna y, al
contrario, utilizarse la teoría del contrato social para fundar otro sistema.
30 Las superposición entre neokantianismo —por la radical separación entre mundo
natural y normativo— y positivismo —por rechazo de la fundamentación metafísica y
Función normativa de la nulidad 223
mático, siempre ha sido entre nosotros más importante la teoría pura que la
de los imperativos; ella representa en la cuestión que tratamos, además,
una versión más extrema o un paso más allá del monismo normativista, por
lo que confiamos que en su tratamiento se podrá advertir sin dificultad la
errónea unilteralidad de la última, a más de que la teoría pura se encargó
ya hace tiempo de desnudar en general sus defectos.
Ya vimos que para el creador de la teoría pura la esencia del derecho
consiste en la imposición de deberes y el medio para cumplir esa función
son las normas jurídicas. Las normas jurídicas propiamente dichas son en
esencia, sólo la expresión de la voluntad del Estado de emprender deter-
minada acción propia, y esta acción consiste, en este contexto, en punir o
ejecutar forzosamente. No debe confundirse allí «voluntad» con ninguna
realidad psíquica o con una abstracción de esta realidad; ella es, antes bien,
la ley del deber ser jurídico en contraposición a la casualidad natural, la que
permite imputar a un sujeto un determinado deber de obrar o de abstener-
se de hacerlo, en nuestro caso, al Estado la obligación (que cumplen deter-
minadas personas, los funcionarios) de penar o ejecutar, v. gr., «ningún pro-
ceso real» sino «una construcción llevada a cabo con el fin de imputar» que
«tiene que asociar un tipo externo con un sujeto»31. Cuando se presenta a la
norma jurídica como expresión de la voluntad del Estado se alude, enton-
ces, a un principio constructivo base de la ciencia jurídica para la teoría
pura, esto es, a la imputación de un determinado comportamiento al Esta-
do por medio de sus órganos (funcionarios), dadas ciertas condiciones. Por
otra parte, se acentúa el concepto de propia acción como objeto de la volun-
tad intentando separar claramente la voluntad (el querer) del deseo (de-
sear un comportamiento ajeno): «Si se observa a la voluntad en sentido
ético-jurídico como una construcción efectuada a los fines de la imputación
y se divisa en la voluntad del Estado en especial el punto de imputación
común para la actividad de sus órganos calificada como acciones del Esta-
do, surge entonces por sí mismo que el Estado no puede querer otra cosa
que sus propias acciones»32. Éste es el núcleo exacto del cual depende la
réplica de KELSEN a la teoría de los imperativos. Que este obrar del Estado
es para KELSEN por principio pena o ejecución (v. gr., coacción), no precisa
33 Citas de Reine Rechtslehere, 2.ª ed., p. 93. Cfr. también Hauptprobleme, 2.º libro, capp. IV
a IX, pp. 97 y ss.
34 Citas de Hauptprobleme, p. 207.
35 KAUFMANN, Félix, Logik und Rechtswissenschaft, ed. Mohr., Tubingen, 1922, cap. V de la
segunda parte, pp. 89 y s.; citas p. 91.
35 bis Cfr. el argumento de Alf ROSS (Lógica de las normas cit., pp. 87/88), contra la teoría
de la sanción, fundada en el regressus in infinitum que representa la cadena necesaria-
mente infinita de normas en esa teoría. Hans WELZEL ha desarrollado muy bien esta
crítica (quis custodiet cutodes ipsos?) en Macht und Recht (p. 293) y Gesetz und Gewissen
(p. 299), en Abhandlungen zum Strafecht und zur Rechtphilosophie, Ed. Walter de Gruyter,
Berlin, New York, 1975.
Función normativa de la nulidad 225
casi siempre por el orden jurídico, de tal manera que él mismo puede ingre-
sar otra vez como norma primaria en una regla jurídica nueva»36, exigencia
que, para nosotros, es una necesidad lógica si se quiere mantener estricta-
mente ese esquema: ¿qué sería de la norma secundaria si su sujeto no fuera
determinado por el orden jurídico en la norma primaria de otra regla jurí-
dica imponiéndole el deber de realizar cierto comportamiento bajo la ame-
naza de un comportamiento estipulado en una norma secundaria?, y así
sucesivamente. Debe notarse, sin embargo, que esta construcción se aparta
considerablemente de la concepción de KELSEN. KAUFMANN mismo hace no-
tar dos diferencias: la primera consiste en referir el principio de imputación
a un comportamiento humano, como concepto común para designar la acción
y la omisión, pero con total prescindencia de toda causalidad y, con ello, de
la voluntad como causa de origen psíquico, el cual, de tal manera, constitu-
ye el objeto de la imputación; la segunda radica en aclarar —según él expli-
ca, KELSEN es siempre consciente de esta concepción y consecuente con ella—
la irrelevancia del concepto de sanción (pena o ejecución) como mal o des-
ventaja que tiene como destinatario a aquel que menosprecia su deber, ya
que, de otra manera, ingresan a la teoría pura puntos de vista materiales
que deberían ser ajenos a ella. Por último, en este esquema estructural el
deber o la obligación ingresa muy directamente a formar parte de la regla
jurídica o, dicho de otra manera, la norma que designa el deber es determi-
nada directamente por la regla jurídica, puesto que la norma primaria de
esta doble norma, según él mismo explica, impone determinado deber a un
sujeto, mientras que la norma secundaria se encarga de describir el com-
portamiento con el cual reacciona el derecho ante el menosprecio de ese
deber, apareciendo aquí recién el «infractor» como «punto de referencia»
(objeto) de este segundo deber. Félix KAUFMANN no ha extraído de estas
afirmaciones las consecuencias posibles y necesarias, de bastante importan-
cia para dilucidar las cuestiones sobre la «impureza» de la teoría pura del
derecho y sobre el destinatario de las normas jurídicas. En este último sen-
tido, aunque el autor no lo desee y por más que la cuestión para él no tenga
sentido en la contemplación formal de la norma jurídica como juicio hipoté-
tico, lo cierto es que, para quien le interese, el problema del destinatario
puede cambiar de «dirección», pues la descripción del deber, como se nota,
también integra la norma jurídica y ya no es una pura construcción que se
desprende de un juicio condicional entre presupuesto y sanción según apun-
tábamos en KELSEN.
39 Hauptprobleme, p. 217.
40 Ibídem, p. 218.
228 Julio B. J. Maier
embargo, esto sucede porque esas normas no son sólo seguidas por los
ciudadanos sino porque son aplicadas y puestas en prácticas por la organi-
zación al infligir una consecuencia jurídica del injusto, ser penado o ejecuta-
do, al individuo que se ha comportado antijurídicamente, que ha lesionado
los bienes de los conciudadanos. Sólo ahora estas normas, que por su con-
tenido —esto es, conforme a su fin— coinciden con aquellas de la moral y la
costumbre, quieren exigir como éstas el mismo comportamiento, han llega-
do a ser normas jurídicas...»; para terminar afirmando: «Si se tiene a la vista
las normas que instituyen un deber para los súbditos (y, para KELSEN, por
principios, no debieran existir otras en estricto sentido), entones debe re-
conocerse incondicionalmente el principio: no hay derecho sin tribunal. El
tribunal como símbolo de la organización exterior es tan esencial para el
derecho que de aquellas normas bajo cuyo dominio está una comunidad,
sólo pueden reconocerse como normas jurídicas aquellas que son aplicadas
por los tribunales, o bien también, en un Estado de naturaleza más compli-
cada, por otros órganos estatales. La aplicación por el tribunal consiste en
la imposición de perjuicios, originariamente sólo la pena, más tarde tam-
bién la ejecución. Si la norma debe poder ser aplicada —y ella sólo es norma
jurídica porque puede ser aplicada por el tribunal, porque es norma judi-
cial— tiene que contener formalmente la pena y la ejecución»43.
Citar esta concepción en forma crítica no significa desconocer la im-
portancia que puede tener la organización judicial para la caracterización
del concepto del derecho, esto es, el establecer un método por el cual se
solucionarán con autoridad los conflictos que surgen en el seno de una
comunidad jurídica y los órganos encargados de llevarlos a cabo, sino, muy
al contrario, se intenta prevenir contra la desviación a que da lugar esta
tesis así expuesta; v. gr., la tendencia —en algunos meditada y en otros
ingenua— de reducir el derecho a actos de autoridad sin otro aditamento,
a «lo que los jueces dicen que es»44 o a decisiones concretas en casos indivi-
duales. Sin llegar a un «realismo» ingenuo, es preciso indicar que este pun-
43 Ibídem, pp. 235/236. En estas dos páginas se afirma tan rotundamente esta teoría
que conviene leerlas sin interrupción. A fuerza de no encontrar párrafo con desper-
dicio de palabras la cita es extensa, pero, aun así, lo que convencionalmente de dejó
de lado es tan importante como lo trascrito. Quiera el lector interesado recurrir a la
fuente.
44 De expresiones equivalentes está llena de famosa obra de Gray, John Chipman,
The nature and sources of the law. Cfr. SOLER, S., La interpretación de la ley, cit., pp. 66 y
89, y Las palabras de la ley, cit., pp. 141 y 59. Allí puede leerse la famosa frase
atribuida a E. Hughes: La constitución de los Estados Unidos es lo que la Corte
Suprema dice que es.
Función normativa de la nulidad 231
45 Cfr. Rechtsdogmatik oder Theorie der Rechtserfahurng, Wien u. Leipzig, 1921. Que de una
teoría normativista, como en principio hay que calificar a la de KELSEN, surja una
antinormativista parece cosa de brujos. Ya veremos que esto es posible, pero pecaría-
mos por deshonestos si dejáramos de señalar que la crítica ensayada contra la teoría
pura sólo tiene por objeto aquel descubrir destinos incorrectos a donde van a parar
algunos de sus postulados y esa manera empecinada de ver el derecho sólo por su
negación. Para quien quiera interpretarla auténticamente, pese a rechazar algunas de
sus afirmaciones, la teoría pura es todo lo contrario a un antinormativismo, y KELSEN
mismo se encargó de aclararlo en su disputa con Sander (cfr. «Rechtswissenschaft und
Recht Erlendigung eines Versuches zur Überwindung der Rechtsdogmatik», en Zeits-
chrift für Oeffentliches Recht, vol. III, pp. 103 y ss., nueva impresión, Wien, 1968, del
original 1922/1923). Sin embargo, que KELSEN —por así decirlo— lo haya deshereda-
do no cambia la circunstancia de que Sander fue uno de sus discípulos e incluso le
dedicara su primer trabajo científico designándolo como creador de la teoría de la
experiencia jurídica. Pero KELSEN también se encargó de acentuar el origen de Sander
y su teoría: «Precisamente en defensa de mi teoría contra ataques que le eran dirigi-
dos a la «joven escuela austríaca» por parte de ese naturalismo ha publicado SANDER
—como portavoz de esa escuela— su primer artículo: Rechtswissenschaft und Natura-
lismus», para endilgarle posteriormente que en su libro Das Faktum der Revolution,
«hace de tal manera, como si él no tuviera en absoluto ningún predecesor», refirién-
dose a Stammler, Cohen y a él mismo (Rechtswissenschaft..., cit. supra, p. 104), lo que
se repite en la página siguiente al referirse al ideal de una ciencia jurídica liberada de
conceptos históricos, sociológicos y políticos a que dio lugar la joven escuela austría-
ca, «originariamente defendida por él» (Sander). En la increíble —por lo dura—
disputa, no exenta de anécdotas sobre la vanidad de los teóricos del derecho, volvería
a acentuar KELSEN (In eigener Sache, «Zeitschrift für Oeffentliches Recht», vol. III, p.
501) que Snder perteneció al círculo de sus discípulos. Luego sus mismos discípulos
que le fueron fieles, en carta de desagravio donde lo reconocen como cabeza de la
joven escuela austríaca (ob. cit., p. 502), aclararon que «el profesor Sander, como
todos los componentes de nuestro círculo, ha bebido de esa fuente (refiriéndose a
KELSEN), que él ahora está empeñado en negar, los más ricos impulsos en su trabajo
científico». Y esta circunstancia, por último, la certificaría un tribunal académico (ob.
cit., pp. 699/700) ante la autodenuncia de KELSEN por la imputación de plagio en
relación al paralelo de ideas Dios-Estado que le dirigió Sander privada y pública-
mente. Con todo ello, Sander nunca abjuró de este origen, aun remarcando que en
muchas afirmaciones se distanció de la escuela y de su creador; basta para ello leer el
prólogo de su obra posterior (Allgemeine Gesellschaftslehre, Jena, 1930, p. IX), donde
expresa su reconocimiento a KELSEN y al círculo de Viena.
232 Julio B. J. Maier
A. La norma individual
La posterior afirmación de la teoría pura sobre la «norma individual»,
tanto en la primera como en la segunda edición del libro de KELSEN, vuelve
sobre el mismo problema en el capítulo V, donde se trata de una «observa-
ción dinámica del derecho», y así justifica la crítica, en especial, cuando se
pronuncia consecuentemente por el «carácter constitutivo de la decisión
judicial». Aquí aparece nuevamente la vieja cuestión de unificar dos fenó-
menos distintos por medio de un nombre genérico sin distinguirlos sufi-
cientemente o sin acentuar en absoluto su necesaria diferenciación; el con-
cepto genérico es aquí la «norma», y los conceptos específicos que se des-
prenden de él la «norma general» y la «norma individual»51. Asi, se cons-
siglo; es, también, el origen de donde parten alguna exageraciones sin medida de su
teoría (cfr. S. SOLER, ob. y lugar cit. supra en nota 46, en el mismo sentido BULYGIN,
Eugenio, «Sentenza giudiziaria e creazione di diritto», en Rivista Internazionale di
Filosofia del Diritto, Milano, 1967, pp. 169 y 173, publicado en castellano en La Ley,
Buenos Aires, 1966 N.º 124, Sentencia judicial y creación de derecho), que incluso, aun en
la doctrina alemana, terminan por sacar al derecho del mundo normativo; no conta-
mos con bibliografía nacional suficiente para tratar el problema en los ególogos
argentinos por la razón apuntada en el prólogo; y, por fin, es él, como puede notarse,
que ha dado pie a nuestro esfuerzo para demostrar que no todo el derecho es sanción
(prohibición y mandato) y a quien, sin embargo, pese a discutirle ciertas afirmacio-
nes, permanecemos, en el fondo, fieles, según entendemos.
Función normativa de la nulidad 235
cia (aun cuando ella pueda revelarlo) sino en la norma (general) que le sirve
de fundamento. La increíble discusión, que tanta tinta ha costado y costará,
se ha planteado, precisamente, por lo que constituye el tema de este traba-
jo: no distinguir categóricamente los conceptos de validez (o vigencia), por
un lado, y de deber (u obligación), por el otro56. El orden jurídico trabaja con
ambas categorías, pero no las confunde ni intenta reducirlas a una unidad.
En cambio, la teoría ha seguido frecuentemente un camino distinto; en bus-
ca de una unidad explicativa inexistente ha preferido la reducción, ya a la
validez (por ejemplo, Sander y su teoría de la experiencia jurídica), y al deber
(por ejemplo, el punto de partida de la teoría pura), o a ambas categorías a
la vez confundidas (la explicación dinámica del derecho en KELSEN). El pro-
blema se ve claro si contemplamos con cierto espíritu analítico los ejemplos
enormes de normas que nos presenta KELSEN: «La regla jurídica que descri-
be este objeto reza —aproximadamente en el caso de la aplicación de una
norma de Derecho Penal de un orden jurídico democrático--: si el Parla-
mento elegido constitucionalmente ha decidido mediante el procedimiento
establecido por la Constitución y como consecuencia de él, que determina-
do comportamiento debe ser penado de determinada manera, y si el tribu-
nal ha verificado que determinado ser humano ha realizado ese comporta-
miento en tal momento, entonces el tribunal debe imponer la pena determi-
nada por la ley»; para proseguir más adelante: «Pues la regla jurídica no
reza: si determinado ser humano ha cometido un asesinato debe serle im-
puesta una pena; sino: si el tribunal competente ha verificado en un proce-
dimiento determinado por el orden jurídico que determinado ser humano
ha cometido un asesinato, el tribunal debe imponerle a ese ser humano
determinada pena»57. El esquema aun podría seguirse hacia arriba y hacia
abajo, pero importa en sí una grave confusión categorial y un uso más que
confuso, descuidado, de la imputación y del deber. Nótese, en principio,
que la norma de deber para el ciudadano —no matar— que constituye, en
realidad, el centro del esquema (aun para KELSEN), queda como atrapada y
escondida detrás de una maraña de reglas potestativas o de autorización
que la rodean (reglas de competencia y procedimiento). Pero lo más grave
del caso es que se han introducido otras normas de deber no especificadas
mediante el simple expediente de ocultar el deber del ciudadano —no ma-
tar—, en el caso supuestamente como trasgredido y que se agota para ese
caso con la trasgresión, trasladándolo como deber del juez —«debe imponer(le)
la pena»—, quien ahora aparece como centro de la imputación. Raro proce-
56 Aquí SOLER, aunque intuye el problema (ibídem, pp. 248 y ss.), no lo resuelve adecua-
damente.
57 Reine Rechtslehre, 2.ª ed. cit., pp. 243/244 y 246.
238 Julio B. J. Maier
dimiento, pues él supone que hay normas que instituyen el deber del juez
de imponer la pena, normas que de ordinario existen para coordinar la
reacción estatal ante la violación de un deber y que han dado lugar a la
afirmación de que el ejercicio de la función judicial es un poder-deber, pero
que no tienen por qué presuponerse58. Toda esta confusión terminaría pro-
poniéndose separar muy bien los conceptos ya nombrados, deber y vali-
dez, y, como consecuencia, las reglas que los regulan, funciones ambas siem-
pre existentes en un orden jurídico.
No diremos más por ahora. Basta acotar, en forma práctica, que la
sentencia tiene —o no tiene— validez, pero no establece ningún deber. En
efecto, la sentencia —la decisión en general. Como acto humano es
confrontable con cierta reglas que la regulan —tanto procesales como ma-
teriales por medio de otras reglas procesales que las imponen como único
fundamento normativo de la sentencia— para averiguar si vale o no vale,
eso es, si de ella se desprenden ciertos efectos jurídicos que le son caracte-
rístico; incluso el carácter de definitiva (cosa juzgada) que el ordenamiento
jurídico atribuye a algunas de ellas es derivable de una confrontación simi-
lar, problema de cuya explicación ha derivado la necesidad de muchos teó-
ricos de encontrarle cierto carácter jurídico existencial —per se— a la sen-
tencia, cuando, en realidad, para responder a la pregunta sobre cuál es la
sentencia definitiva nos fijamos en ciertas reglas que la identifican. Éste es
el sentido objetivo con el cual los juristas expresan que la acción del juez
que se llama sentencia debe ajustarse a normas jurídicas o, lo que significa
lo mismo, que es criticable según reglas jurídicas, el mismo sentido con que
el comportamiento humano en general, para conseguir ciertos efectos jurí-
dicos deseados o evitar ciertas consecuencias desagradables, también debe
ajustarse a la clase de acciones u omisiones prevista en abstracto en una
norma. La sentencia es, en sí, un hecho humano valorable jurídicamente
frente a un cúmulo de reglas que predican sobre su validez59. Sólo así, con-
reglado para ello, e incluso, con cierto contenido limitado, todas condiciones regula-
das por una norma potestativa frente a la cual comparece el acto para ser afirmado
como válido o inválido. Aparentemente fundado en esta similitud objetó el can. jur.
señor Norber Frenz, cuando expuse una versión resumida de este trabajo en alemán en
el Seminario de Filosofía Jurídica de la Universidad de Bonn dirigido por el profesor
KAUFMANN, que el corte del mundo normativo en la decisión aparecía como arbitrario.
A mi juicio, se deja de lado aquí, en principio, que los actos no son válidos e inválidos
en sí, sino siempre con referencia a cierta consecuencia, y esto es así porque el derecho
es un ordenador de la vida práctica, y no sólo un parámetro ideal para recrear el
pensamiento. Si se repara en ello se verá que el mismo derecho conecta la validez de la
ley con efectos jurídicos distintos de los de la sentencia, y de allí la distinta función del
legislador y el juez: el uno dicta normas generales y abstractas y el otro resuelve casos
particulares. De allí resulta que se expresen de distinta manera conforme a su función.
El legislador: «a quien matara a otro se le aplico tal sanción»; mientras el juez se
expresará así: «Ticio mató a otro y le aplico tal sanción». Esta diferencia no sólo es
notable sino que es insuperable. No hay sólo una diferencia de extensión, cuantitativa,
y no cualitativa, como KELSEN, según veremos, afirmó, sino una diferencia de plano en
el cual nos movemos, de sentido en el que nos expresamos (cfr. S. SOLER, La llamada norma
individual, cit., 6, p. 225), como la que hay entre la afirmación de que el objeto real que
tenemos ante nosotros es un automotor o un ser humano y la descripción del concepto
de automotor o de ser humano. Este tránsito de lo universal a lo particular, del concep-
to general al objeto concreto, de la idea al hecho, es siempre dificultoso —mejor sería
decir utópico si con ello no se mentara la praxis humana sino la perfección divina—,
porque implica un cambio radical del plano en que nos movemos y en esta caracterís-
tica radica el escepticismo ante los conceptos generales —entre ellos las normas— que
llega a negarlos. Pero también es indiscutible que este «salto» es absolutamente para la
vida humana —no sólo la jurídica— y que funciona aceptablemente bien dentro de
ciertos límites, como también la geometría euclidiana nos ha ayudado a progresar
bastante, pese a que su concordancia con la realidad es más que discutible.
240 Julio B. J. Maier
to; sin esta necesidad práctica nunca ha expresado que estas sentencias sean
infalibles sino, solamente, que son válidas definitivamente; al contrario, cuenta
con la falibilidad humana y, por ello, se ve precisado, como regulador prác-
tico de la conducta, a fijar un límite autoritario a la discusión y, con ello, a la
validez60. Discutir sobre la falibilidad o infalibilidad no tendría sentido sin
confrontar a la sentencia con reglas pesupuestas, pues es sólo respecto de
ellas que el juez puede errar o inobservarlas maliciosamente; si el derecho
es la sentencia, mal puede el juez equivocarse61. Quizá haya contribuido a la
confusión entre el orden del deber y el de la validez, que las reglas jurídi-
cas constituyen, la inadvertencia de que en la regulación de la actividad del
juez confluyen, de ordinario, dos normas: una es aquella que fija la validez
del acto que cumple, entre otras cosas por referencia a las normas como
parámetro fundamentador de la valoración del comportamiento individual
que ha verificado, y la otra es una norma de deber, según la cual el juez que
se aparta voluntariamente de fundar su sentencia en normas preexistentes
viola una obligación personal (prevaricato).
Volvamos ahora al ejemplo antes trascrito de KELSEN. Él ha querido
explicar, a lo sumo, la norma de deber para el juez de imponerle una pena a
quien comete un delito, con la falsa pretensión de describir la norma de
deber que exigía algo del ya constituido por su acción en trasgresor y, de esta
manera, fundar el carácter constitutivo de la sentencia. Para ello ha llenado
su norma de condiciones de validez de la decisión, trasformadas ahora en
la descripción de la situación de vida en la cual surge para el juez el deber
de obrar. Pero no sólo ha logrado ello sino que su norma se parece ahora a
una decisión, ya del mismo juez que actúa razonando sobre su comporta-
miento debido, ya de otro que juzga sobre cómo debió comportarse aquél.
El lenguaje mismo lo ha traicionado, pues toda su norma aparece descrita
en condicional pasado, como si dijera: si se da el caso que... etc., etc., debe
ser tal acción, con lo cual sólo ha logrado definir la situación en la que para
60 Tiene razón SOLER al caracterizar el derecho como finito (desde el punto de vista de su
validez) no solamente «porque no puede retroceder más allá de la Constitución sino
también porque no puede avanzar más allá de la cosa juzgada» (ibídem, p. 252, cfr.
también La interpretación de la ley, cit., cap. X, pp. 92 y ss.). El problema del último
fundamento de validez anterior a la Constitución positiva ya lo vimos (nota 28), el
del límite inferior lo observamos ahora. Cfr. también, HART, El concepto..., cit., pp.
177/178. La definitividad de la sentencia es, por lo demás, sólo parcial, contemplada
desde el punto de visa normativo que estamos tratando, pues la mayoría de los
ordenamiento jurídicos permiten revistar aun la cosa juzgada cuando el error versa
sobre la reconstrucción del comportamiento que motiva la aplicación de las normas.
61 HART, ibídem, p. 179.
Función normativa de la nulidad 241
65 Esto es tan absurdo que, siguiendo la tesis, tendría que sostenerse que el condenado
a pena de muerte que se suicida, cumple voluntariamente la obligación que le impo-
ne la sentencia, y quien lo instiga a ello no sería punible conforme al tipo de instigación
al suicidio sino que, muy al contrario, habría realizado una acción jurídicamente
valiosa, deberíamos aplaudirlo fervientemente.
244 Julio B. J. Maier
B. La sentencia constitutiva
KELSEN66 acentúa el carácter constitutivo de la sentencia judicial en to-
das las direcciones posibles: en la obtención de la norma general a aplicar,
porque ella sólo alcanza «vigencia» cuando el juez, necesariamente, resuel-
ve la pregunta sobre la vigencia o validez de la norma por regreso hacia su
fundamento de validez, la Constitución, la primera Constitución o la nor-
ma fundamental, en la constitución del hecho condición de la sanción, pues
no es el hecho real acontecido la condición de la consecuencia jurídica san-
ción, sino el hecho de que determinado órgano mediante determinado pro-
cedimiento reglado por ese orden jurídico lo haya verificado, por supues-
to, con «efecto retroactivo» para salirle al paso a críticas «temporales» que
contra la teoría se han hecho valer; y, por fin, en la constitución de la san-
ción mediante la norma individual que estatuye que a determinado indivi-
duo debe serle aplicada una sanción determinada. Dejemos hablar a KELSEN.
«Una decisión judicial no tiene, como se supone a veces, un carácter mera-
mente declarativo»67. Y respecto de la obtención de la norma —general—
nos dice, no sin algún cuidado: «El tribunal no tiene sólo que buscar y
declarar un derecho ya estatuido con anterioridad en forma fija y comple-
ta, cerrado en su creación. La función del tribunal no es mera «búsqueda»
del derecho o «dicción» del derecho en este sentido declarativo. Búsqueda
del derecho hay sólo en la determinación de la norma general aplicable al
caso concreto. Y aun esa determinación no tiene un mero carácter declara-
tivo sino uno constitutivo. El tribunal que tiene que aplicar las normas ge-
nerales vigentes de un orden jurídico a un aso concreto, tiene que decidir la
cuestión de si la norma aplicable por él es constitucional, esto es: fue creada
por vía del procedimiento legislativo determinado por la constitución o
por la vía de la costumbre delegada en virtud de la constitución. Esta cir-
cunstancia determinable por el tribunal es asimismo una condición de la
sanción a estatuir por él en el caso concreto, al igual que la circunstancia a
determinar por el tribunal de que fue cometido un delito»68. «Sólo en vir-
tud de la determinación resultante de la decisión judicial de que una norma
general aplicable por el tribunal al caso que tiene ante sí está en vigencia —
y ella está en vigencia si fue creada constitucionalmente—, llega a ser esa
norma aplicable en el caso concreto y, en razón de ello, crea para ese caso
una situación jurídica que no estaba dada antes de la decisión»69. A este
contexto pertenecen los ejemplos de normas que trascribimos en el punto
anterior. Pero, además, «también la comprobación del hecho del delito es
una función absolutamente constitutiva del tribunal»70, «constitutiva en todo
sentido»71. «La condición —de la sanción— estatuida por el orden jurídico
no es el hecho en sí de que un ser humano ha cometido un asesinato, sino el
hecho de que un órgano competente según el orden jurídico en un procedi-
miento determinado por el orden jurídico ha comprobado que un ser hu-
mano ha cometido un asesinato»72. Finalmente, «que la disposición de la
67 Ibídem, p. 243.
68 Ibídem.
69 Ibídem, p. 244.
70 Ibídem.
71 Ibídem, p. 245.
72 Ibídem, p. 245: la aclaración es nuestra, tomada del párrafo anterior de KELSEN.
246 Julio B. J. Maier
73 Ibídem, p. 244.
74 Ibídem, p. 247.
Función normativa de la nulidad 247
75 SOLER, S., La interpretación de la ley, cit., p. 84; BULYGIN, Eugenio, Sentenza guidiziaria..., cit., pp.173
advierte incluso tres significados da la palabray ss., advierte incluso tres significados da la
palabra «validez» en KELSEN —a más de los explicados sinónimos de obligatoriedad—, lo
que ha llevado a las mayores confusiones, incluso a sus seguidores, por el lugar central
que ocupan esos conceptos en la teoría pura.
248 Julio B. J. Maier
que no nos es posible dilucidar aquí y que precisa una investigación espe-
cial78. Quien parta de la base de la necesaria vaguedad semántica del len-
guaje y, por ende, de las expresiones que utiliza el derecho79, observará
que no sólo la sentencia, sino también la tarea que ha dado en llamarse
dogmática jurídica (y hasta el simple ciudadano que se sirve de la norma),
cumplen una función necesaria de definición de conceptos, sobre todo en
aquellos casos límites que caen dentro de la llamada «zona de penumbra»;
como explica HART, el saber lo que es un vehículo puede ser muy claro en
algunos ejemplos que conforman el núcleo significativo o se acercan a él (el
automóvil, el camión, etc.), pero cuanto más nos acercamos a la zona de los
objetos excluidos, mayor es la duda sobre si el objeto observado está inclui-
do en o excluido de la clase de objetos mentados. La jurisprudencia y la
doctrina cumplen en ello un rol considerable; baste observar que entre no-
sotros la mayoría de los «sumarios» jurisprudenciales bien hechos rezan,
por ejemplo, «la persona que desempeña tal cargo es funcionario público en
el sentido del art. 75 del Cód. Penal»; «en las costas del proceso están com-
prendidos tales gastos». Por otro lado, quien sostiene la existencia de lagu-
nas en el sentido de que el derecho positivo puede no proporcionar una
solución normativa para un caso dado genéricamente —una clase de com-
portamiento determinado-80, observará que el juez, en ese caso, crea la nor-
ma «general» en que funda la decisión del caso concreto. En este sentido se
dirá que aquí la norma (general) que otorga validez normativa al acto no
está puesta por el ordenamiento jurídico positivo (creada por un acto de
voluntad de aquellos necesarios para dar origen a tal tipo de premisas de
una sentencia), sino tan sólo supuesta por quien la aplica (pensada por él sin
posible fundamento normativo anterior), a la manera de como KELSEN nos
explica la norma básica, «ya que ella no puede ser establecida por una autori-
dad cuya competencia debería apoyarse en una norma superior»81, con la
78 En este tema, excelente, aun cuando pueda discreparse total o parcialmente con la
opinión allí vertida, ALCHOURRÓN-BULYGIN, Introducción a la metodología..., cit., pp. 61 y ss.,
157 y ss., y 179 y ss., y cap. VIII, pp. 202 y ss.
79 Cfr. HART, H. L. A., El concepto..., cit., cap. VII, pp. 155 y ss.; entre nosotros se destaca
Genaro R. CARRIÓ, Notas sobre derecho y lenguaje, Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1964,
y Algunas palabras sobre las palabras de la ley. Ed. Abelado-Perrrot, Buenos Aires, 1971, en
su célebre polémica con Sebastián SOLER, polémica que es, a mi juicio, un lujo de nuestra
producción jurídica, comprendidas allí, por supuesto, las obras de S. SOLER al respecto.
80 Sobre las diferentes clases de lagunas, tan confundidas en la literatura jurídica, remi-
to nuevamente al excelente trabajo de ALCHOURRÓN-BULYGIN antes cit., capp. I y II, pp. 29
y ss., y capp. VI a IX, pp. 145 y ss.
81 Reine Rechtslehre, 2.ª ed., p. 197.
Función normativa de la nulidad 251
82 BULYGIN, E., Sentenza giudiziaria..., cit., pp. 177/178, sólo le quita el carácter de jurídica,
para lo que exige algo más, su predicción hacia futuros comportamientos, el hecho de
que sienten «jurisprudencia» y sean así fuente de derecho, lo cual, en el plano pura-
mente teórico, coincidiría con nuestra exigencia para que fueran normas; la dirección
hacia el futuro es lo que decide el nacimiento de una entidad normativa, aunque ella
no llegue a operar en la realidad, en el futuro. Norma es una exigencia de comporta-
miento posible, y no sólo un supuesto lógicamente necesario para resolver un caso.
Además, a nosotros nos parece que si la «jurisprudencia» no es obligatoria por una
norma general existente, por ejemplo, comprendida como fuente de derecho positi-
vo en la Constitución (sin discutir ahora si una norma de este tipo que no sea
constitucional tiene valor en el sistema argentino), resulta imposible apoyar la vali-
dez o vigencia jurídica de esas «normas» en otra superior que autorice el procedimiento
y el órgano de creación y, eventualmente, la materia sobre la cual versa, concepto de
validez o vigencia normativa que hemos extraído, como dijimos, del uso más correc-
to que generalmente adopta KELSEN. Hace mucho, casi en nuestra época de estudiantes,
sostuvimos que la caracterización de la función judicial, por oposición a la legislati-
va, impedía en el sistema argentino que leyes generales dispusieran la obligatoriedad
de ciertos fallos.
252 Julio B. J. Maier
está constituida por el juez, pues, como la condena, no existía antes de ese
proceso de «individualización», según acostumbran llamar los penalistas.
Pero si con ello quiere expresarse una creación originaria del juez, sin
presupuestos ni precedentes, se yerra feo: la pena en sí no la crea el juez, él
sólo la cuantifica, y ello únicamente dentro de ciertos límites previstos
por la ley en los órdenes jurídicos modernos, y con fundamento, a su vez,
en pautas normativas. Convengamos, además, en que no todas las deci-
siones adoptadas en virtud de normas de las llamadas «generales» termi-
nan en una sanción cuantificable, sino que, de ordinario, jueces y funcio-
narios administrativos hacen efectivas ciertas consecuencias jurídicas, o
bien fijas (no cuantificables), o bien sin carácter de sanción. El campo rela-
tivamente limitado de aquellas decisiones cuya consecuencia no está de-
terminada de manera fija en la norma que le sirve como fundamento (como
ejemplos claros: prácticamente todo el Derecho Penal, el derecho privado
de indemnización y algunas «penas de orden» del Derecho Procesal, enu-
meración no taxativa en homenaje a la claridad y consecuencia de nuestra
ignorancia en algunas regiones jurídicas), tiene la particularidad de ser
cuantificable con relación a alguna medida unitaria, el tiempo o el dinero
en la mayoría de los casos. Más aún, las pautas que establecen la cantidad
de unidades que corresponden en el caso concreto, más simplemente: la
medida de la consecuencia en el caso concreto, están dadas, aunque a
veces sin demasiada exactitud, por otra regla general; así, por ejemplo, la
escala penal de un tipo delictivo es un marco con límites bien determina-
dos dentro del cual el juez se debe mover con referencia a ciertos criterios
de orientación fijados en la ley penal. El razonamiento, por muy inseguro
e inexacto que aparezca en ciertos casos y por muy descuidado que haya
sido en la legislación, la teoría y la práctica, es un razonamiento normati-
vo porque el juez no podrá fundar la fijación de la sanción en el azar o en
la mejor o peor disposición con que inició el día en que decidió, etc. (aun-
que la influencia de factores ajenos a la norma en el dispositivo sea legíti-
mamente investigable y comprobable), sino en las pautas de orientación
que le otorgan esas reglas generales. Como expresa BULYGIN (ver nota 77),
en todo este tema no se trata de la prioridad temporal o psicológica —la
pregunta sobre si el juez tomó la decisión y luego buscó la norma que la
justificara—, sino de la prioridad lógica del fundamento respecto de la
decisión. Nótese que una decisión así tomada —conclusión fija de ante-
mano y búsqueda posterior del fundamento normativo que la justifique—
es válida o inválida con referencia a la exactitud del fundamento, y no en
relación al proceso psicológico del juez. En estos casos, que la doctrina
jurídica y las leyes reúnen muchas veces bajo el rubro «libre apreciación
judicial» (normativa para no confundirla con el sistema de libre convic-
ción en la valoración de la prueba sobre un hecho), sucede que la ley ha
Función normativa de la nulidad 253
84 La idea, sospechada casi inconscientemente por mí, me fue confirmada con más clari-
dad de la que dispongo por el profesor Enrique BACIGALUPO en Bonn, durante el
transcurso de una conversación totalmente informal, extraída de su experiencia prác-
tica como abogado. Los trabajos de Genaro CARRIÓ sobre La garantía de la defensa en
juicio durante la instrucción del sumario (en «Revista de Derecho Penal y Criminología»,
La Ley, N.º 2, Buenos Aires, 1968, pp. 7 y ss.) y La Corte Suprema y las garantía constitu-
cionales del imputado (en «Nuevo Pensamiento Penal», «Ed. Depalma, nos. 13/14,
Buenos Aires, 1977, pp. 77 y ss.), y el de Fernando Barrancos y Vedia sobre Recurso
extraordinario y «gravedad institucional» (Buenos Aires, 1969, Ed. Abeledo-Perrot), dan
quizá la medida de esta afirmación. De la doctrina de la gravedad institucional me
ocupé en un artículo jurisprudencial que versaba sobre La privación de libertad en el
proceso penal y el recurso de inconstitucionalidad nacional («Jurisprudencia Argentina», t.
12, pp. 318/324, Buenos Aires, 1971), una forma arbitraria —sin apoyo legal— de
abrir la instancia ante la Corte Suprema en casos previamente elegidos.
85 SOLER, S., La llamada norma individual, cit., p. 273, dice al culminar su trabajo: «Ese
sistema puede ser muy rudimentario y consistir en una sola norma que faculte a un
cacique o a un Führer a hacer lo que quiera. Aun en ese caso, hay diferencia entre ese
precepto y los actos concretos de autoridad que aquél ejecute». La afirmación tuvo,
aunque no lo parezca, inusitada vigencia práctica en Alemania luego de la segunda
guerra mundial, cuando se trató de resolver el problema de los delincuentes nazis
que habían obrado (asesinado) por orden del Führer o de algunos de sus adláteres. Se
puede comprobar que ni el mismo Hitler pudo trasformar en normas jurídicas todos
sus deseos, órdenes y acciones, ni tuvo la valentía de hacerlo (cfr. WELZEL, Hans, Die
Frage nach der Rechtsgeltung, cit., pp. 5 y ss.).
Función normativa de la nulidad 255
86 KELSEN, Reine Rechtslehre, 2.ª ed., N.º 46, pp. 350/351. Cfr. una solución similar en ROSS,
Alf, Sobre el derecho y la justicia, cap. IV, pp. 105 y ss., aunque con la diferencia de su
confesada profesión de fe realistas y con menos afirmaciones extremas que la tesis
kelseniana.
256 Julio B. J. Maier
no era vigente o que una no vigente regía el caso. Ello, según la teoría pura,
tiene la siguiente explicación90 que impide hablar tanto de decisiones judicia-
les ilegítimas (en el sentido de no fundadas en normas vigentes) como de
leyes inconstitucionales (en el sentido de leyes no emanadas del órgano, o no
respetuosas del procedimiento o del contenido limitado que la Constitución
prescribe), expresiones erróneas de la teoría tradicional que sólo mientan la
posibilidad de una queja para que la sentencia o la ley sean anuladas, esta
última con relación al caso concreto o en general según los distintos
ordenamientos jurídicos positivos. Tanto la ley como la Constitución conten-
drían, en realidad, una alternativa para el órgano de aplicación que crea la
norma inferior (legislador o juez); tal alternativa reside en que ellos pueden
decidir conforme al contenido de la norma que determina previamente la
solución del caso particular o la sanción de leyes o crear para su decisión una
norma individual contraria a aquélla, según la cual obran. «Ambas normas
constituyen una unidad»91 y el orden jurídico sólo estaría recomendando
una solución o un camino a alguien que, pensado como último órgano de
aplicación, está frente a una elección92. Refiriéndose a la sentencia, KELSEN
90 KELSEN, Reine Rechtslehre, 2.ª ed. cit. N.º 35 j., pp. 271 y ss.
91 Ibídem, p. 273.
92 Ibídem, p 278: lo que aquí se dice como válido para un caso particular es extensivo, sin
mengua alguna, a todo el razonamiento KELSENiano. Se trata del caso en que la Cons-
titución positiva prevé determinado órgano y procedimiento para la sanción de
leyes y deriva al mismo órgano la decisión sobre si sus propias leyes son «constitu-
cionales», esto es, vigentes, o, para formularlo más radicalmente, impide el juicio
posterior sobre la constitucionalidad de ley. Presupuesto, conforme a la última for-
mulación, que nos referimos a la sucesión histórica según la cual el mismo órgano
legislativo compuesto por las mismas o por otras personas examina ante una queja la
validez de una ley anteriormente sancionada, y que una mínima capacidad de exa-
men debe necesariamente reconocerse a cualquier órgano que aplique la ley, por lo
menos para verificar que emana exteriormente del órgano legislativo competente, el
caso es la renovación de la paradoja que existe cuando se regla un procedimiento y un
órgano al cual, al mismo tiempo, se le reconocen aptitudes soberanas para juzgar
sobre la validez de lo que hace, por ejemplo, el órgano y el procedimiento de forma
constitucional (cfr. ROSS, Alf, Sobre la autorreferencia y un difícil problema de derecho
constitucional, en El concepto de validez y otros ensayos, Buenos Aires, 1969, pp. 47 y ss.);
en realidad, allí se le está diciendo «haz lo que quieras», siempre que el caso se
mantenga normativamente dentro de esos límites estrictos. Pero en el razonamiento
de KELSEN tal caso se extiende hasta su norma individual, pues el último tribunal
competente, luego de cuya intervención la sentencia tendrá inevitablemente autori-
dad de cosa juzgada, está en los mismos términos frente a una elección definitiva: o
se funda en el derecho vigente o prefiere afirmar su opinión particular: la extensión
de la «paradoja» hacia abajo es algo que la teoría jurídica puede y debe evitar, según
ya lo hemos aclarado anteriormente.
Función normativa de la nulidad 259
explica que «el hecho de que el orden jurídico otorgue carácter de cosa juzga-
da a una decisión judicial de última instancia significa que no sólo es vigente
una norma general que determina anticipadamente el contenido de la deci-
sión judicial, sino también una norma general según la cual el tribunal puede
determinar por sí mismo el contenido de la norma individual creada por él.
Ambas normas conforman una unidad; puesto que el tribunal de última ins-
tancia está autorizado o a crear una norma jurídica individual, cuyo conteni-
do esté predeterminado por una norma general creada por vía de la legisla-
ción o de la costumbre, o a crear una norma jurídica individual cuyo conteni-
do no esté predeterminado de esta manera, sino que deba ser determinado
por el mismo tribunal de última instancia»93. De allí que para la teoría pura
—según ya lo aclaramos—, «la tarea de la ley: obtener la única sentencia
correcta o el único acto administrativo correcto, es en esencia la misma que
aquélla: en el marco de la constitución lograr las únicas leyes correctas. Tan
imposible como obtener de la constitución por interpretación las únicas leyes
correctas, es obtener de la ley por interpretación las únicas sentencias correc-
tas. Ciertamente existe una diferencia entre ambos casos, pero ella es sólo
cuantitativa, y no cualitativa, y ella consiste en que el vínculo del legislador,
desde un punto de vista material, es mucho menor al vínculo del juez, en que
aquél, en la tarea de crear derecho, es relativamente mucho más libre que
éste. Pero también éste es un creador de derecho y también él es relativa-
mente libre en esta función»94.
Inmediatamente salta a la vista que el «relativo» cuidado con que KELSEN
procede en el último párrafo citado mediante la utilización de adverbios
como «cuantitativo» y «relativamente» y adjetivos como «relativo», no se
compadece con la cláusula alternativa tácita en toda norma antes fundada.
Conforme a ella habría que haber reconocido con valor y consecuentemen-
te que la tarea judicial es —a secas— idéntica a la legislativa, que no hay
diferencias entre ellas y menos en el grado de libertad, y ello traería apare-
jado, por lo menos para los sistemas positivos que persiguen tal diferen-
cia, que su intento es absurdo, ya que la tarea de meditar un caso concreto
—real, singular— acaecido para valorarlo conforme a ciertos parámetros
normativos previos a él resulta ser idéntica a la de establecer esos parámetros
abstractamente con la pretensión de regular acontecimientos aún no
sucedidos. Lo que en realidad sucede, sin que KELSEN nos informe clara-
mente sobre ello, es que el concepto de validez o vigencia, antes un concep-
to relacional que representaba la concordancia de un hecho con una norma
que prescribía sus efectos jurídicos en un retroceso hasta la Constitución y,
93 Ibídem, p. 273.
94 Ibídem, pp. 350/351.
260 Julio B. J. Maier
96 Cfr. HARTMANN, Nicolai, Möglichkeit und Wirklichkeit, 2.ª ed., Meisenheim, 1949, seccio-
nes V y VI, pp. 223 y ss., en especial, N.º 33, b y c, pp. 259 y ss.
97 Ver nota 60.
262 Julio B. J. Maier
trar la solución normativa correcta sea difícil y hasta utópica en cierta me-
dida, como todo tránsito de lo general a lo particular, no justifica la opinión
de que las normas no sirven para nada98.
En este límite a que hemos llegado se observa con claridad el peligro
que encierran los «monismos» jurídicos. Ellos, en principio, no diferencian
entre deber y validez sino que reducen un concepto al otro, o viceversa, en
cualquiera de las dos direcciones ya indicadas con los efectos antes exami-
nados. En segundo lugar, como HART99 lo pone de manifiesto, confunden el
carácter definitivo de una decisión, que sólo establece el límite de la discu-
sión sobre su validez conforme a necesidades prácticas insoslayables, con
su infalibilidad, como si este concepto tuviera razón de existir sin referencia
a otra instancia respecto de la cual se mide, es decir, respecto de la que uno
puede «acertar» o «equivocarse»100. Con ello pretende por lo menos dejar-
se de lado la verdadera función que las normas jurídicas cumplen como
metro —más o menos perfecto y perfectible y sin alusión a su contenido
político— del comportamiento humano, metro que utilizamos tanto noso-
tros como el juez para medir nuestra obra y la de nuestros semejantes o
que, por lo menos, está allí con la única pretensión de que se utilice de esa
manera. Frente a la afirmación de una decisión autoritaria que no responde
ante una instancia fundante previa, ninguna suerte de adivinación nos ayu-
da para averiguar el valor de nuestro comportamiento, ni ella tan siquiera
es idónea para despejar la incógnita de quién es esa autoridad y cuándo
está decidiendo. Lo que se evita, en realidad, no es la contradicción posible
entre norma y decisión, sino la explicación del fenómeno de que nosotros
nos movemos —bien o mal— conforme a normas que quien decide tiene la
obligación de aplicar, y la existencia de sentencias definitivas factiblemente
erradas respecto de este principio, como se observa claramente en la crítica
kelseniana que pretende como falsas las sentencias «decisión judicial ilegíti-
101 Ver los ejemplos relativos a las reglas de un juego que proporciona H. L. A. HART,
ibídem, pp. 176 y ss.
264 Julio B. J. Maier
102 No es que con ello quiera afirmarse la existencia de estructuras lógico-objetivas, presu-
puesto del cual parte de la concepción de la acción finalista o cibernética de Hans
WELZEL (Deutsches Strafrecht, 11.ª ed., Berlín, 1969 § 8, I y II, pp. 33 y s.; Naturrecht und
materiale Gerechtigkeit, 2.ª ed., Berlin, 1955, pp. 197/198, 4.ª ed., p. 244; «Naturrecht und
Rechtspositivismus», en Abhandlungen zum Strafrecht und zur Rechtsphilosophie, pp. 283 y
ss., cfr. también STRATENWERTH, Günther, Das rechtsteoretische Problem der Natur der Sache,
Tübingen, 1957), seguida por Armin KAUFMANN en su Teoría de las normas (título de la
edición castellana, Buenos Aires, 1977, traducción de E. Baciglupo y E. Garzón Valdés
de Lebendiges und Totes..., cit.), o se quiera afirmar alguno de los intentos más o menos
logrados estudiados por E. Garzón Valdés en su análisis sobre la línea de desarrollo de
la filosofía jurídica alemana contemporánea en Derecho y «naturaleza de las cosas», Cór-
doba (Arg.), 1970, pero lo cierto es que estas investigaciones parten, sin abrir juicio
sobre su mérito o demérito, de la legítima pretensión de encontrar un marco de refe-
rencia para la normas. Entre nosotros, por ejemplo, Sebastián SOLER (Las palabras de la ley,
México, 1969) intentó también establecer este marco de referencia y el plano óntico en
que se mueven las normas jurídicas y, con ello, los límites del razonamiento normativo
y del derecho en particular. No pretendemos juzgar el acierto de estas teorías en su
conjunto, sino mostrar algunos puntos de partida que nos permitan resolver los pro-
blemas que se nos presentan. Si se nos preguntara en dónde reside el punto común de
estos intentos modernos, supuestos que ellos pretenden por lo menos eludir una férrea
vinculación axiológica del derecho a ciertos criterios de valor materiales, respondería-
mos que los resultados finales del positivismo jurídico y de la teoría pura como su
investigación más lograda en el ámbito continental europeo no son satisfactorios, a la
vez que la aparición práctica del fascismo, sobre todo del oprobioso régimen nazi en
Función normativa de la nulidad 265
107 COSSIO, Carlos, Teoría egológica y teoría pura (Balance provisional de la visita de KELSEN
a la Argentina), 5, c, en ob. cit. (nota 104), pp. 146 y ss.
108 Ibídem, p. 151.
109 Interpretación de la ley, cit., p. 85.
268 Julio B. J. Maier
110 Resulta claro que KELSEN nunca sostuvo este punto de vista. Su última exposición de la
teoría pura no contiene una respuesta específica sobre este problema, seguramente
porque él, desde sus comienzos, lo consideró superfluo en la teoría jurídica según su
concepción de la norma jurídica (voluntad del Estado de emprender determinada ac-
ción propia si se dan ciertas condiciones) y la vinculación de la cuestión con la
Función normativa de la nulidad 269
introducción de ciertos puntos de vista materiales en la teoría jurídica, aquí juega un rol
importante su crítica contra la teoría jurídica; aquí juega un rol importante su crítica
contra la teoría de los imperativos, la cual, como vimos, parte de la base de que la norma
jurídica sólo puede tener como destino al mismo Estado (Hauptprobleme , p. 395, y cap.
XVI, pp. 395 y ss.). Pero en los Hauptprobleme su negativa a considerar como destinatario
a los órganos del Estado resulta bien clara (cap. XIII, pp. 378 y ss.). Su posición crítica
respecto de IHERING y MAYER, principales expositores de la teoría que identifica en los
órganos del Estado el destino de las normas jurídicas, lo demuestra. Si el concebir la
publicación de las disposiciones jurídicas como destinada a que los ciudadanos tomen
conocimiento de sus deberes es una ficción, y lo único que ese acto significa (sin consi-
derar su razón de ser histórica) es la última condición del procedimiento legislativo
tendiente a lograr el texto auténtico de la ley (MAYER), ¿por qué ha de valer el argu-
mento sólo para los ciudadanos y no para los órganos del Estado para quienes la
afirmación de que conocen la ley por su publicación constituye una ficción similar?;
por lo demás, aun desde el punto de vista del fin de un orden jurídico, cuando se concibe
como momento esencial la amenaza de una pena o la ejecución forzada (IHERING), es
claro que representar a las normas como indicaciones para los órganos del Estado en
caso de trasgresión provoca la consecuencia inaceptable a partir de esa concepción, de
incluir como normas (imperativos) sólo a esas indicaciones y como deberes sólo a los
de los órganos estatales, excluyendo a las que fundan los deberes de los demás súbditos.
111 La contraposición no es propia; cfr. SOLER, S., Las palabras de la ley, VII, p. 66. Algo similar
ocurre con la apelación al sistema de súbdito y al sistema del juez para explicar la obligación
del juez de ajustar su decisión a normas preestablecidas en ALCHOURRÓN-BULYGIN, Intro-
ducción a la metodología..., cit., pp. 208 y ss., aunque, como se verá, la afirmación aquí es
más radical, pues aun el sistema del juez puede verse desde los dos atalayas menciona-
dos, esto significa que también él constituye el sistema del súbdito.
112 Lograr un nuevo estado de cosas o impedir que él se produzca (acción), dejar que el
mundo permanezca en el mismo estado o consentir que se produzca un nuevo estado
sin su intervención (omisión), los cuatro casos elementales, de VON WRIGHT, Georg H.,
Un ensayo de lógica deóntica y la teoría general de la acción, trad. E. Garzón Valdés, Méjico,
1976, p. 45.
270 Julio B. J. Maier
115 Las reglas de un juego, de las cuales nosotros nos aprovecharemos posteriormente,
proporcionan pese a su relativa neutralidad axiológica, un excelente material para el
desarrollo de esta tesis según puede comprobarse en innumerables trabajos que se
ocupan del problema; como ej. en nuestra literatura, la crítica —no siempre justa— de
SOLER a ROSS en Las palabras de la ley, cit., pp. 150 y ss.
116 Mérito de Nicolai HARTMANN (Ethik, 3.ª ed., Berlin, 1949 sección IV, pp. 170 y ss.) es
haber explicado esta dirección de los valores en general, pensados como deber ser,
hacia el futuro, esa tendencia hacia su realización y la posición del hombre como el
único que puede superar su consistencia ideal, ponerlos en acto y trasladarlos al
mundo real, como intermediario entre la exigencia ideal y el mundo real, de modo
que también el deber ser puede determinar el mundo real, si bien de un modo distinto
a la casualidad natural, pues obedeciendo a la bipolaridad de los valores esta instancia
intermedia (el hombre) puede seguirlos o desconocerlos. En el Cód. Civil argentino,
art. 3, desapareció, después de su reforma de 1973, la petición de principio que rezaba:
«La leyes disponen para lo futuro». Puede considerarse que era superfluo decirlo. Sin
embargo, su inclusión en el título que conforma una verdadera parte general de nues-
tro orden jurídico, no sólo evitaba ciertas confusiones sino que conformaba una clara
definición del concepto que nuestro orden jurídico otorgaba a la palabra «derecho».
272 Julio B. J. Maier
117 Cfr. BULYGIN, E., Sentenza giudiziaria..., cit., nota 10, p. 169, quien levanta esta objeción
frente a S. SOLER cuando éste afirma que los conceptos jurídicos están definidos con la
precisión de los conceptos geométricos.
118 HARTMANN, N., ibídem, y Möglichkeit un Wirklichkeit, 2.ª ed., Meisenheim, 1949, VI nos.
33 y 34, pp. 257 y ss.
119 Como dijimos, esta concepción se apoya en la construcción de N. HARTMANN, Ethik,
cit., sección VI, «De la esencia del deber ser», pp. 170 y ss. Resulta clara su descripción
del proceso: «1) la proposición previa del fin por el sujeto, el salto sobre el transcurso
del tiempo, el adelantarse y sobrepasar al orden temporal sólo posible para la con-
ciencia; 2) la determinación retroactiva, propiamente final, del fin, comenzando por
el último medio, el más próximo al fin último hacia atrás hasta el primer medio en el
presente, al que se conecta el sujeto, en donde el eslabón anterior (así, en marcha
retroactiva, el posterior) tiene por fin el posterior (en marcha retroactiva, el anterior)
y es determinado —respectivamente escogido— por él, 3) la realización del fin, su
devenir real a través de una serie de medios, en donde la relación ininterrumpida,
previamente determinada retroactivamente, de medio y fin se trasforma en una rela-
ción igualmente ininterrumpida, continuadamente corriente, de causa y efecto» (p.
1949. Es preciso no confundir existencia con realidad (HARTMANN, N., Zur Grundlegung
Función normativa de la nulidad 273
der Ontologie, 2.ª parte, pp. 88 y ss.). El derecho, sin duda, existe; su modo de ser, sin
embargo, no consiste en lo mismo que las cosas o los hechos concretos, individuales,
es decir, reales.
120 Introducción a la metodología..., cit., nota 111. El parte de distinción contrapuesto sistema
del súbdito-sistema del juez es feliz aplicado al fenómeno que ellos pretenden explicar:
la obligación del juez de fundar sus decisiones en normas preexistentes; es necesario,
sin embargo, advertir sus limitaciones pues no hay que olvidar que el sistema del
juez es también del súbdito, no solo en el sentido de que el súbdito también lo utiliza
para calcular su acción, sino en el más claro de que el juez-súbdito lo utiliza para
calcular la suya, según explicaremos, a lo que en el fondo han querido referirse los
autores citados.
274 Julio B. J. Maier
acepte que el juez tiene la palabra definitiva y que él puede equivocarse por
falsa apreciación de las circunstancias fácticas o errónea interpretación y
aplicación de las reglas. Cuando quienes hemos jugado rugby en la Repú-
blica Argentina leíamos antes de entrar al campo de juego la advertencia:
«El árbitro tiene razón y más cuando no la tiene», dirigida también a quie-
nes presencian el juego (dejando a un lado que la formulación de la regla es,
en sí misma, defectuosa, pues favorece, incluso, la posición que rechaza-
mos, por lo que más adecuado sería expresar aproximadamente: «acate las
indicaciones del árbitro aun cuando se equivoque»), nunca creímos que
nuestro juego era el azar de las decisiones de un juez «creador» de las
reglas, sino que seguíamos o desobedecíamos reglas que conocíamos de
antemano, sabiendo que el juez debía aplicarlas aunque, como reza el princi-
pio, también éramos conscientes de la posibilidad de error de parte del
árbitro y, ¿por qué no?, hasta de la posibilidad de que él menospreciara las
reglas como nosotros lo hacíamos en algunas ocasiones, algo natural del
plano en que se mueven las reglas y de su tensión con los hechos concretos.
Este sistema tiene algún sentido aun contando con la falibilidad del ser
humano y con la posibilidad de que él menosprecie las reglas; el otro carece
de sentido, como no sea el deleite en el ejercicio del mero poder o de la fuerza
pura.
Pero lo curioso es que el llamado sistema del juez funciona de la misma
manera que el sistema del justiciable. Una persona llamada a decidir un caso
investiga si puede decirlo, por qué vía debe decidirlo y cuál es el acto
que tiene valor de decisión, refiriendo siempre su comportamiento futu-
ro —anticipado mentalmente— al conocimiento de instancias normativas
previas. Si el hombre a quien llamamos árbitro en nuestro juego imaginario
tampoco tuviera ninguna regla, estaría antes los mismos dilemas de los
jugadores. Y, más aún, con estas reglas del llamado sistema del juez juegan
también los jugadores que esperan de él cierta actividad y ciertas decisio-
nes y critican ambas cuando no se ajustan a las reglas.
Si se rechaza esta presentación del derecho, ello significa también que
se renuncia a una de las funciones más importante del derecho como medio
de control social.
Así creo que el problema del plano óntico en que se mueven las nor-
mas y de su destinatario queda resuelto. No es que se trate de imperativos
—apoyados o no por sanciones— dirigidos una vez a a los ciudadanos en
general, otra a los funcionarios que deben aplicar las consecuencias jurídi-
cas establecidas, sino, al contrario, de reglas cuyo esquema lógico es el de
conectar la descripción abstracta de una clase de acciones u omisiones con
alguna consecuencia jurídica y que van dirigidas genéricamente al compor-
tamiento futuro de todos quienes integran una sociedad bajo determinado
276 Julio B. J. Maier
MAYER), los ataques contra esta posición derivan del hecho de observar al
individuo particular como destinatario desde el acto que él lleva a cabo,
esto es, desde la falsa apreciación del punto de vista que hemos llamado ex
post. Se pregunta así fácticamente si tal individuo ha recibido el mensaje de
la norma, o está en condiciones de recibirlo en un tiempo y lugar determi-
nados o tiene capacidad para recibirlo, y así, desde ese punto de vista, se
argumenta correctamente que la publicación de la ley, relativa al conoci-
miento real de los súbditos, es una ficción (jurídicamente sólo representa
una condición más para la existencia con fuerza vinculante de una ley) o se
excluye con razón a los inimputables por alteración morbosa de sus faculta-
des mentales, a los niños, a los beodos, a quienes duermen, etc.125, y, ¿por
que no?, a quienes no leen el diario o el boletín oficial donde se publican las
leyes, o no escuchan la radio o son ciegos y sordos. Se confunde así el
verdadero problema identificado bajo la palabra «destinario». En princi-
pio, lo que ha dejado de lado esta crítica es la función permanente de la
norma; para compararla con una moderna máquina de escribir diremos que
no se trata aquí de la letra que se repite continuamente desde que se presio-
nó la tecla hasta que quien la escribe deja de presionarla (derogación). No
se trata entonces de averiguar quiénes han recibido el mensaje de la norma,
sino de precisar para quiénes va emitido y pueden, eventualmente, recibirlo.
La confusión con el acto real de la publicación —que sucede una vez— y su
toma de conocimiento, o con el acto real de la recepción, es evidente. Si se
tratara de una estación de radio que permanentemente se dirigiera a todos
los habitantes repitiéndoles el estado actual de la legislación, no cabe duda
de que las personas cuyo aparato se haya descompuesto (los impedidos
temporalmente, quienes duermen, los beodos, etc.) o las que no tienen ra-
dio (los inimputables por perturbación morbosa, los niños hasta cumplir las
edades que los tornan responsables, etc.) o quienes tengan el aparato des-
conectado (aquellos que obran con error acera de la significación jurídica
del acto) no recibirían el mensaje en determinado tiempo y lugar, aunque
nada se puede decir sobre su posibilidad de recepción futura, siempre po-
sible no bien reparen su aparato, adquieran una radio o simplemente la
conecten126. Por aquella posibilidad o comprobación fáctica de que en de-
terminado momento o lugar no pueden recibir el mensaje no diríamos que
la emisión no estaba destinada a todos, lo que se comprueba por la posibi-
lidad futura de recibir el mensaje. El cambio del punto de vista es patente.
La respuesta a la pregunta sobre quién ha recibido el mensaje es un juicio
existencial, fáctico, que en derecho, cuando interesa (por ejemplo, en el De-
recho Penal para averiguar la posibilidad de haber sido o podido ser moti-
vado por la norma en relación con el actual concepto de culpabilidad), se
averigua a partir del hecho que se juzga, de la persona concreta que obró o
dejó de obrar, y por medios probatorios que no intentan inquirir lo que es
una norma sino indagar la circunstancia real de si ella fue o pudo ser cono-
cida por el autor individual; la solución a la pregunta es una decisión indi-
vidual que comprueba o no como existente esa circunstancia real. Al con-
trario, nuestra pregunta por el destinatario tiene que ver con el conocimien-
to teorético, con el plano en que actúa el derecho y con su función127. Cuando
Jehová pronunció los Diez Mandamientos en el Sinaí, ¿debe entenderse que
habló para sí mismo (teoría pura del derecho), que se dirigió a Moisés (úni-
co que pudo escucharlo), que lo hizo para el pueblo judío (al cual Moisés le
trasmitió escritas las Tablas de la Ley) o que se dirigió a todos en general y
hacia el futuro, dando por sentado, de hecho, que algunos no podrían ente-
rarse (circunstancia que funcionalmente, y aun apelando a cierto sentido de
justicia, tiene que tener relevancia el día del Juicio Final)?
La cuestión se esclarece aun más si se escinden los problemas particula-
res que han sido tratados desde siempre bajo el rubro genérico del destino
de las normas128. Una cosa es preguntar por la norma en sí misma, constitui-
da por conceptos necesariamente generales (abstractos), y otra muy distinta
es averiguar a quién obliga o faculta en una situación dada, en un tiempo y
lugar determinados. Este concepto de obligación o de facultad así especifica-
do sólo se obtiene por el camino de la concretización de la norma en un
individuo determinado. Diríamos que de la forma abstracta mediante el cual
una proposición sobre una norma describe su objeto a fin de tomar conoci-
miento de ella, pasamos, en posesión de ese conocimiento, a formular un
juicio existencial sobre un deber o facultad concretos, sobre si determinado
individuo en determinada situación está facultado para u obligado a com-
portarse de determinada manera129. Esta última operación depende de la
existencia de determinados presupuestos fácticos que fundan la obligación o
5. Norma y orden
Se podría argumentar todavía que una orden o la comunicación de un
permiso, como la dada por el oficial a un soldado para que dispare o pueda
salir del cuartel, cumple con el mismo esquema y , sin embargo, carece, en
cierta manera, de abstracción. El argumento les caería de perillas a aquellos
130 Refiriéndose a las circunstancias que describen la calidad de funcionario, dice Kauf-
maNN, Armin, ob. cit., p. 136: «Ellos son, entonces, en expresión abstracta, elementos
conceptuales de la calidad de funcionario como sujeto normativo especial, son ele-
mentos de la autoría» (Tätermerkmale).
Función normativa de la nulidad 281
131 Esta necesaria dependencia de la orden de una norma ha sido reconocida por ROSS,
Alf, Lógica de las normas cit., 22 d, p. 97. En lo demás, la crítica de esta posición referente
a la sentencia del juez y la actividad del ejecutor fue efectuada ya en 2, b, I, por lo que
resulta innecesario volver sobre la situación.
132 Aquí el sentido verdadero —y la demostración— que para mí tienen las mismas
palabras de Hans WELZEL, Naturrecht und materielle Gerechtigkeit cit., p. 189: «la coac-
ción fuerza pero no obliga».
133 El concepto de derecho cit., cap. II, 2, pp. 26 y ss.
282 Julio B. J. Maier
134 ROSS, Alf, Lógica de las normas cit., III, 9 a 15, distingue entre los directivos personales, dentro
de los cuales se encontraría tanto el deseo como la orden, y los directivos impersonales,
dentro de los cuales los que llama cuasi-mandatos (heterónomos) representan a las
reglas jurídicas. Él es también consciente de la exclusión de muchos directivos del
concepto de norma por su vigencia momentánea, «aplicable a todos los directivos
nacidos de una situación que no es más que un hecho pasajero», concluyendo en «que
el concepto de «norma» no puede ser identificado con el concepto «directivo» (p. 80), la
diferencia entre orden y norma por esta característica de su vigencia momentánea en
uno y permanente en otra se expresa claramente cuando se dice que «no hay, pro
tanto, razón para concebir el directivo como existente, o como vigente independien-
temente de su efectividad en una situación concreta» (p. 96). Esta concepción condicio-
na la inclusión sólo (por extensión) convencional del concepto de normas singulares en el
más amplio de norma, pues «hemos asumido que una norma es una regla» (p. 97).
Nosotros no hemos aceptado que la decisión judicial sea una orden o un mandato
(supra, 2, b, I), pero aun siendo éste el caso, creemos que ahora se nos admitirá judicial
o administrativa. Con palabras de ROSS, la sentencia es o no es efectiva y su efectivi-
dad singular nada tiene que ver con la vigencia de la norma, ésta, al contrario, rige o
no rige (vigencia permanente o duradera). Aquí la verdadera ubicación de la distin-
ción entre validez y vigencia —la sentencia vale, la ley tiene vigencia— que propugna
S. SOLAR (La llamada norma individual cit., pp. 250 y ss.).
Función normativa de la nulidad 283
136 Cfr. KAUFMANN, F., Logik... cit., p. 91, En las meras prohibiciones (no matar) es discuti-
ble que, desde el punto de vista puramente abstracto, exista la descripción de la
situación de hecho en que se debe dejar de actuar, pero lo cierto es que para que la
norma se concrete en deber, ello sólo puede ocurrir en referencia a un individuo en
una situación dada, obsérvese que él no sólo tiene que tener la posibilidad física de
infringir la norma, sino también que otros preceptos (causas de justificación, por
ejemplo) impiden que la norma se concrete en deber. La norma primaria de F. KAUF-
MANN, de todos modos, describe la obligación ya concretizada. El problema, sin mayor
importancia para nuestra actual especulación, se obviaría si a esta clase de prohibicio-
nes latas se las describe: en cualquier circunstancia en que se tenga la posibilidad de...
137 A los no familiarizados con el Derecho Penal o procesal penal les bastará conocer que
este principio permite al Ministerio Público o al juez o, en su forma amplia, a ciertos
funcionarios administrativos, no perseguir o dejar de perseguir penalmente ciertos
comportamientos que en sí constituyen un delito o falta por diversas razones que no
viene al caso enumerar aquí. Incluso en ciertos órdenes jurídicos este principio, con-
trario al de legalidad (persecución obligatoria) que rige en nuestro Derecho Penal,
asume el carácter de una regla casi sin excepciones.
286 Julio B. J. Maier
138 El primero que observó este fenómeno, que sepamos, fue Paul Johan Anselm Feuer-
bach, quien en sus trabajos iniciales (Versuch über den Begriff des Rechts, Journal einer
Gesellschaft teutscher Gelehrten hrg. von Professor Niethammer, cuaderno 6, y Über die
einzig möglichen Beweisgründe gegen das Dasein und die Gültigkeit der naturlichen Rechte,
Leipzig y Gera, 1975), al tratar de diferenciar derecho y moral —en lo que también
fue un pionero, incluso anterior a la Metaphysik der Sitten de Kart., ya advertía que la
facultad o potestad (Befugnis) era un concepto propio de lo jurídico y extraño al
mundo moral, aunque siempre lo refirió a la facultad o derecho subjetivo del sujeto
de derecho de hacer uso directo de la fuerza o la coacción para impedir intromisiones
ajenas (cfr. su tesis Kritik des natürlichen Rechts als Propädeutik zu einer Wissenschaft der
natürlichen Rechte, Hildesheim, 1963, edición sin cambios de la 1.ª ed. en Altona, 1796,
en especial, pp. 214, 238 y 250).
Función normativa de la nulidad 287
determinan quién, en qué casos y de qué manera lleva a cabo las tareas o
asuntos del Estado. Del ámbito de lo jurídico se especifica aquí toda acción
que tiene alguna consecuencia jurídica.
Observadas desde su función sería totalmente falso confundir esta re-
glas con las referidas a una sanción (mejor dicho: a un deber). Las últimas
cumplen la función de separar los comportamientos antijurídicos de los jurí-
dicamente libres138 bis. Ellas limitan la libertad natural del ser humano, v. gr.,
las diversas posibilidades de obrar o de no obrar, imponiendo deberes de
una u otra clase, es decir, obligando. Para cumplir esa función ellas prohíben
y mandan ciertas acciones y declaran a los comportamientos contrarios como
ilícitos (antijurídicas). En cambio, las reglas potestativas separan el campo de
lo jurídico —conforme a derecho o jurídicamente libre— conectando deter-
minadas clases de acciones a una consecuencia jurídica. Ellas posibilitan el
ejercicio de la libertad jurídica restante en lugar de limitar la libertad natural.
Quien lesiona estas reglas, lo que ya es una manera incorrecta de referirse al
fenómeno (no observa sería más adecuado), no comete ningún ilícito sino, a lo
sumo, lleva a cabo una acción inválida que no puede alcanzar su finalidad139.
138 bis Cfr. ROSS, Alf, Sobre el derecho y la justicia, 4.ª ed., Eudeba, Buenos Aires, 1977, cap. V,
XXXIII, pp. 158 y ss. Allí se observa el mismo fenómeno, esto es, la diferencia entre lo
que estrictamente llamamos permitido (= no prohibido — permisión C = no prohibi-
ción C) y lo que algunas veces llamamos permitido para aludir a la exclusión de la
acción del campo de las normas de deber (permisión C + no obligación o prescrip-
ción C = libertad). Sobre esa base se asienta la distinción entre el mundo de lo jurídico
y el de lo antijurídico. ROSS categorializa al primer universo con la voz «libertad», que
define como acción no prohibida y no obligada, porque advierte, precisamente, que,
en sentido estricto, la acción mandada nos está también permitida, esto es, que la
permisión, stricto sensu, sólo puede definirse como ausencia de prohibición. Desde el
punto de vista de la función de las diferentes clases de normas la distinción es impor-
tantes, pues tantos mandatos como prohibiciones cumplen la misma función, limitar
el campo de la libertad natural imponiendo deberes, según lo veremos en el texto,
trazando así la frontera entre lo jurídico y lo antijurídico. Lo único que nos separa de
ROSS en su afirmación de que todo lo que ingrese en el ámbito de libertad es jurídica-
mente indiferente, mientras nosotros distinguimos allí reglas que seccionan, a su vez,
este mundo, separando las acciones jurídicamente indiferentes de las que tienen
algún valor o significado jurídico, función propia de las reglas potestativas. Quizá
ROSS ha llegado a esta conclusión por su reducción anterior (pp. 155 y ss.) de las reglas,
que llama «de competencia» (similares a las llamadas potestativas por nosotros), a
normas «de conducta» (o de deber).
139 También en esto P. J. A. VON FEUERBACH fue un pionero. La explicación, más clara
imposible, se halla en Revision der Grundsätze und Grundbegriff des positiven peinlichen
Rechts, Aalen, 1966, reimpresión de la edición originaria de 1799, t. I, p. 71. Allí
incluso se puede leer, entre otros, el ya trillado ejemplo del testamento con todas sus
derivaciones: quien no cumple con las solemnidades prescritas no comete un ilícito,
288 Julio B. J. Maier
fútbol penan ciertas acciones, las prohíben y permiten así las restantes, y
otras prevén para ciertas acciones determinados efectos, no se esconde nin-
guna uniformidad más que la de hacer posible el juego del fútbol. No se
podría entender el juego del fútbol ni en un mínimo, si, por ejemplo, se
afirmara que todas las reglas sirven sólo para establecer una sanción.
Consecuentemente, no se tiene otra posibilidad que representar el dere-
cho como una combinación de normas de deber (prohibiciones y mandatos)
y normas potestativas142, a las cuales se agregan aún otras reglas de autoriza-
ción o meras permisiones (y hasta algunas definiciones de conceptos que
cumplen la tarea secundaria de determinar mejor el alcance de las demás
reglas); ello nos daría por resultado la siguiente imagen conceptual143 referi-
da a la función de las reglas jurídicas, pues desde el punto de vista del signo
de las acciones, la representación varía, ya que la acción mandada es, a la vez,
permitida:
normas de deber
ámbito del
mandatos prohibiciones
deber
123456789012345678901234567890121
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normas de mero permiso u auto-
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rización (causas de justificación)
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normas potestativas
ámbito de
indiferencia jurídica libertad
144 Cfr. ROSS, Alf, Lógica de las normas, cit., p. 114: «Las normas de permiso tienen la
función normativa de indicar, dentro de un sistema, cuáles son las excepciones a las
normas de obligación del sistema» (ver también p. 116).
145 Cfr. VON WRIGHT, G. H., Un ensayo de lógica deóntica y la teoría general de la acción, cit., pp.
27 y ss., quien distingue seis conceptos de permisión condicionales o relativos, tam-
bién correlativos a otros tantos de obligación = prohibición; entre nosotros
ALCHOURRÓN-BULYGIN, Introdución a la metodologia..., cit., pp. 171 y ss., distinguen entre
permisión fuerte y débil, pero tampoco expresan totalmente la idea que nosotros verti-
mos en el trabajo, salvo en lo que se refiere a la diferencia existente entre lo permitido
(débil) por inferencia —proposicional— negativa del resto de lo prohibido (ausencia
Función normativa de la nulidad 291
de una norma prohibitiva) y lo permitido (fuerte) por la presencia de una norma que
expresamente regula el acto con este carácter deóntico (p. 186, nota 31), por ejemplo, las
causas de justificación; es la tesis de VON WRIGHT en Norm and Action, London, 1963, V, 13,
pp. 85 y ss.; cfr. ROSS, Alf, Lógica de las normas, cit., § 27, pp. 111 y ss., y § 28, pp. 123 y ss.,
quien, pese a haber advertido claramente la distinción entre lo que llama norma de
competencia (potestativa) y norma de conducta (de deber) —ver p. 123— y, por otra parte,
permisiones puras (ver nota 144), cree, en definitiva, que todo es reducible o expresable
por una norma de conducta, esto es, al fin, por el operador deóntico obligación (pp. 113/
114), culminando así, por lo menos teóricamente, en un monismo lógico; de este modo
no logra traducir en su sistema de lógica deóntica la diferencia y las importantes
distinciones que advierte entre ambos tipos de normas y ellas se tornan en cierta
manera contradictorias con su reducción monista a la obligación. No es nuestra inten-
ción fundar un sistema de lógica deóntica que atrape estas diferencias, para lo cual no
estamos habilitados, sino sólo mostrarlas para identificar, en definitiva, la función que
cumple la nulidad en un ordenamiento jurídico.
146 Lo advierte WELZEL, H., Die Frage nach der Rechtsgeltung, cit., p. 14.
147 HART, H. L. A., ob. cit., p. 41.
148 «Constituyen pautas o criterios de conducta (standards)...», dice HART, ibídem.
292 Julio B. J. Maier