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FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA

MAESTRIA EN FILOSOFÍA-UNQ

Clase 5: Adam Smith, y el origen de la Riqueza de las Naciones. Los fenómenos sociales, y
el final de la “Maldición Aristotélica”.

El mensaje central del F53, compatible con la filosofía de Karl Popper, es “las teorías no deben
juzgarse por el realismo de sus supuestos, sino por su capacidad predictiva en relación con el tipo
de fenómenos que se quieren ‘explicar’” Pero ¿cuáles son esos fenómenos? ¿Qué características
poseen los acontencimientos que figuran dentro del “tipo de fenómenos que la economía quiere
‘explicar’”?
La respuesta que vamos a explorar en esta clase es la siguiente. La economía no se ocupa
fundamentalmente de fenómenos naturales ni artificiales. Estudia “órdenes espontáneos” (el
término es de Hayek), a los que podemos llamar provisoriamente “fenómenos sociales”. En ellos,
los resultados obtenidos a partir de decisiones de personas limitadas y miopes, resultados que son
muchas veces indistinguibles de los que hubiera conseguido un Diseñador Inteligente, ocurren sin
que nadie los haya diseñado de manera consciente o racional. En otros términos, ocurren “a
espaldas” de las decisiones concientes de los individuos.
Como tantas otras facetas de la Economía, la idea de concebir a ciertos “fenómenos sociales” como
órdenes espontáneos suele generar suspicacias, para decirlo suavemente. Analizaremos cuáles son
los orígenes probables de esta actitud, en lo que llamaremos “La Maldición Aristotélica”. Hacia el
final, proponemos algunos ejemplos de “órdenes espontáneos”. La comprensión del concepto
requiere de una breve presentación histórica, en la cual presentaremos brevemente el problema
con el cual nace la Economía, y la solución, un tanto extraña si la juzgamos desde el sentido común,
que pergeña Adam Smith para dar cuenta de él. Comenzamos por esto último.

El problema

Alrededor de 1750, con el advenimiento de la Revolución Industrial, cambió Inglaterra y más tarde
el mundo. Algunos gráficos pueden ser útiles para tomar conciencia de la revolución que habría de
producirse a partir de entonces. Todos ellos muestran un evento disruptivo que divide a la
humanidad entre un antes y un después, entre una época de recursos limitados, y otra caracterizada
por una explosión en la cantidad de recursos. La Revolución Industrial representa el comienzo de lo
que muchos conocen como “capitalismo”.
El primer gráfico muestra el incremento en la poblacion mundial. Los datos figuran a partir del 1200.
Como podrán apreciar, el crecimiento demográfico de nuestra especie era realmente muy pequeño,
muy semejante al de las demás especies animales. En general, en épocas felices, abundantes en
recursos, los miembros de una especie tienden a reproducirse. Una mayor cantidad de individuos
genera una presión creciente sobre los recursos, lo que implica un progresivo endurecimiento en
las condiciones de vida. Finalmente, la miseria termina por impulsar una caída en la población. Es la
“trampa malthusiana”, donde la cantidad de individuos de una especie está limitada por los recursos
disponibles. Sin embargo, hoy somos cerca de 7500 millones de personas, y seguimos creciendo en
número. ¿Por qué?

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Población mundial, desde el
1200 hasta 2015. Noten el
cambio de tendencia que se
verifica a partir del siglo XVIII.

No solamente somos más, sino que somos cada vez más ricos. El segundo gráfico muestra la
cantidad de personas por debajo de la línea de pobreza extrema (es decir, gente que vive con menos
de 1 dólar diario, a precios actuales) Es un dato que en general suele pasar desapercibido, pero al
parecer en los últimos años la cantidad de personas que han entrado a la clase media creció
enormemente.

En el siglo XIX más del 80 % de la


gente vivía en condiciones de pobreza
extrema. Es decir ,vivían con lo que
HOY sería 1 dólar diario o menos. En
el siglo XXI, esa proporción ha caído
drásticamente -y continúa
disminuyendo a nivel global. Se
espera que llegue a cero para 2030.
De conseguirse ese logro, por primera
vez en la historia de la humanidad no
habrá personas en esa situación.

Una tercer figura es también llamativa. Representa el ingreso per cápita, y puede notarse el salto
luego de la Revolución Industrial.

Ingreso per cápita en términos


reales. Tengan en cuenta que la
medida es un promedio, por lo
que hay que mirarla con cuidado.
En particular, no nos dice nada
acerca de la equidad en la
distribución de ese ingreso.

Si leemos el Qujote, o el Lazarillo de Tormes puede notarse la importancia que se le asignaba hasta
hace poco tiempo a la comida. Las menciones a las distintas vituallas, o la ansiedad por saber cuál
iba a ser el próximo bocado, o las detalladas descripciones que se hacen los eventuales banquetes
dan la idea de lo central que fue para otras generaciones esa preocupación. Las famosas primeras

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líneas del Quijote comienzan señalando que el gasto en cosas como lentejas y sopa “consumía tres
cuartas partes de su hacienda”. Quienes han leído el Lazarillo recordarán episodios como el del ciego
y el vino, o los pobres hidalgos hambrientos, etc. Lo mismo sucede con la ropa. En ocasiones -a
diferencia de las novelas actuales- la vestimenta de los personajes se utiliza para identificarlos a lo
largo de varios capítulos (“el Marqués de la Capa Verde”, por ejemplo. ¿Por qué se lo describe así?
Sospecho que incluso un Marqués tenía una sola capa, o poco más, lo que habilitaba esta estrategia
literaria). Hoy cualquiera de nosotros tiene más ropa que una persona vinculada a la nobleza, como
un hidalgo o incluso un Marqués, en una época relativamente reciente.

Esto resulta problemático. Durante la mayor parte de nuestra historia como especie, fuimos
realmente pobres. Incluso las personas más poderosas y ricas del sistema previo al capitalista, como
Luis XV, llevaban una vida que ninguno de nosotros envidiaría. Sin dentista, o baño, ni agua
corriente, con mucha menos ropa a disposición que cualquiera de nosotros, y preocupado por
mantener a alguno de sus hijos con vida (tuvo 10, de los cuales solo uno logró sobrevivir y llegar a
la vida adulta). Hoy la mortandad infantil muestran una tendencia francamente descendente a nivel
mundial, y las mejoras no parecen deternerse:

La historia de la humanidad en el transcurso de los últimos dos siglos es notable. En 1870, la esperanza
de vida en Europa y el mundo era de 36 y 30 años, respectivamente. Hoy, son 81 y 72 años. En 1820,
el 90 por ciento de la humanidad vivía en condicinoes de extrema pobreza. Hoy, menos del 10 por
ciento lo hace. En 1800, el 88 por ciento de la población mundial era analfabeta. Hoy, el 13 por ciento
de la población mundial es analfabeta. En 1800, el 43 por ciento de los niños murieron antes de cumplir
cinco años. Hoy, menos del 4 por ciento lo hace. En 1816, el 0,87 por ciento de la población mundial
vivía en una democracia. En 2015, el 56 por ciento lo hizo. En 1800, el suministro de alimentos por
persona por día en Francia, que era uno de los países más avanzados del mundo, era de solo 1,846
calorías. En 2013, el suministro de alimentos por persona por día en África, el continente más pobre
del mundo, ascendió a 2.624 calorías. La esclavitud, que era desenfrenada en la mayor parte del mundo
en 1800, ahora es ilegal en todos los países. Finalmente, por primera vez desde el inicio de la
industrialización a mediados del siglo XVIII, la desigualdad global está disminuyendo a medida que
los países en desarrollo se ponen al día con el mundo desarrollado.

Mini paréntesis: ¿por qué no se conoce esto?


En general, no es lo que se piensa. En lo personal, creo que no se debe a un tema ideológico, o al
menos no completamente. El mismo Marx reconoce, en el Manifiesto Comunista, que con el
capitalismo se han creado fuerzas productivas “más colosales que todas las demás generaciones
previas tomadas conjuntamente”. Sin embargo, la narrativa que se ha impuesto en la
posmodernidad nos habla de creciente pobreza, un mundo de recursos escasos y sobreexplotados,
habitado por una humanidad egoísta destinada a desaparecer pronto en una suerte de Apocalipsis.
Sobrevuela una sensación de profunda injusticia. Los datos y gráficos precedentes son poco
conocidos, incluso entre científicos sociales, en mi experiencia. El desconocimiento de la situación
resulta llamativo, y varios son los intentos por explicarlo. Reproduzco algunos.
En parte, existen razones objetivas que dan lugar a ideas pesimistas. Existe un vínculo entre
crecimiento y desigualdad a corto plazo que resulta claro. Si mi vecino abre una empresa y le va
bien, o inventa un producto revolucionario, habrá a nivel agregado un crecimiento económico, pero

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la situación de mi vecino ha mejorado de una manera desproporcionada en relación con la mía, lo
que comprensiblemente puede percibirse como injusto. Por otra parte, empresas con muchísimo
poder pueden elegir en qué país instalarse, y dentro de cada país, en cuál región. Esta libertad
explica la competencia entre países y regiones para proveer de condiciones impositivas ventajosas
a las grandes empresas. Los impuestos que terminan pagando multinacionales gigantes son muchas
veces irrisorios en relación con personas que no poseen ese poder de negociación, lo que da lugar
también a un justificado descontento.
Por otra parte, heredamos factores culturales que nos hacen pensar en el comercio, base del
sistema actual, como algo negativo. Recuerden la imagen de los mercaderes que Platón nos regala
en “La República”. Allí los pinta como personas despreciables, y les niega la entrada a la Sociedad
Ideal. El ciudadano de “La República” tiene estrictamente prohibido el comercio, y si lo ejerce la
pena inmediata es la prisión por “avergonzar a su familia”. También Aristóteles pensaba en la
economía como un “juego de suma cero” donde las ganancias de unos son obtenidas a expensas de
otros, y por supuesto esto lo llevó a considerar indigno al comercio. Este hecho, pensar a la
economía como un “juego de suma cero” también es central, me parece, y merece una sección
propia, más abajo.

El empresario tal como suele percibirse, en la herencia de Platón o Aristóteles.

Pero además, la Revolución Industrial, como cualquier fenómeno social, no ha tenido únicamente
efectos positivos. En la mente de muchos de nosotros está permanentemente asociada con las
penurias de la clase trabajadora, retratada por Dickens (en novelas como “Tiempos Difíciles”), o las
injusticias flagrantes que cuenta Marx en el primer libro de “El Capital”. Un par de ejemplos:

"Presidiendo una asamblea, celebrada en el salón municipal de fiestas de Nottingham el 14 de enero de 1860, Mr.
Broughton (…), declaró que en el sector de la población urbana que vivía de la fabricación de encajes reinaba un
grado de tortura y miseria desconocidos en el resto del mundo civilizado... A las 2, a las 3, a las 4 de las mañana,
se sacan a la fuerza de sus sucias camas a niños de 9 a 10 años, y se les obliga a trabajar para ganarse un mísero
sustento hasta las 10, las 11 y las 12 de la noche, mientras su musculatura desaparece, su figura se va haciendo
más y más raquítica, los rasgos de su cara se embotan y todo su ser adquiere un pétreo torpor, que con sólo
contemplarlo hace temblar. (…) Es un sistema de esclavitud desenfrenada en todos los sentidos, en el social, en
el físico, en el moral y en el intelectual... ¿Qué pensar de una ciudad en la que se celebra una asamblea pública
para pedir que la jornada de trabajo de los hombres se reduzca a 18 horas al día!?... Nos hartamos de clamar contra
los plantadores de Virginia y de las Carolinas. Pero, ¿es que sus mercados de negros, aun con todos los horrores
del látigo y del tráfico en carne de hombres, son más abominables que esta lenta carnicería humana que se ha
montado aquí para fabricar velos y cuellos de encaje en provecho del capitalista?"
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La manufactura de cerillas data de 1833, en que se inventó la aplicación del fósforo a la cerilla. A partir de 1845,
esta industria comienza a propagarse rápidamente por Inglaterra, difundiéndose por los sectores más densos de
población de Londres y por Manchester, Birmingham, Liverpool, Bristol, Norwich, Newcastle, Glasgow, etc.,
(…) La mitad de los obreros de esta industria son niños menores de 13 años y jóvenes de menos de 18. La
manufactura cerillera tiene tal fama de malsana y repugnante, que sólo le suministra niños, "niños andrajosos,
hambrientos, abandonados y sin educar", la parte más desamparada de la clase obrera, viudas medio muertas de

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hambre, etc.De los testigos de esta industria examinados por el comisario White (1863), 250 tenían menos de 18
años, 50 menos de 10, 10 menos de 8, y 5 no habían cumplido aún los 6 años. Jornadas de trabajo de 12 a 14 y 15
horas, trabajo nocturno, comidas sin horas fijas y casi siempre en los mismos lugares de trabajo, apestando a
fósforo. En esta manufactura, el Dante encontraría superadas sus fantasías infernales más crueles. (K. Marx,
“El capital”, libro I, cap. VIII, sección 3, subrayado propio)

Es cierto que, se podría argumentar, el trabajo infantil o las jornadas de trabajo infinitas se han
revelado como efectos circunstanciales, y más tarde han sido en gran medida -pero no
completamente- corregidos, pero de todos modos conviene no desconocerlos ni perderlos de vista.
El proceso de cambio drástico que logró tantas mejoras (de las que disfrutamos sin haber padecido
sus consecuencias inmediatas más penosas) no estuvo exento de enormes sufrimientos, y todavía
existe un amplio margen de mejora.
Otras razones que se han explorado tienen que ver con un desvío cognitivo que nos hace enfocarnos
en las noticias negativas, las cuales solían ser durante siglos mucho más importantes para nuestra
supervivencia, y por ende resultan hasta el dia de hoy más llamativas. Por otro lado, los cambios
reseñados son graduales. El aumento en el ingreso por persona, la disminución de la mortandad
infantil, la caída de la pobreza, se pueden ver en gráficos de largo plazo, y resulta difícil reconocer
su impacto en la vida concreta. Apenas se notan en el lapso de vida de un hombre, pero resultan
súbitos y llamativos en plazos seculares.
Todo estos factores contribuyen, sin duda, para que nuestra visión del mundo sea sesgadamente
apocalíptica. Una nota en The Times aparecida hace unos meses, habla del fenómeno en los
siguientes términos:

Casi por definición, las malas noticias son repentinas, mientras que las buenas noticias son graduales y, por lo
tanto, menos notables. Las cosas explotan, se derriten, estallan o se estrellan; hay pocas buenas noticias
equivalentes. Si un país, una política o una empresa comienza a funcionar bien, pronto desaparece de los noticieros.

Esto distorsiona nuestra visión del mundo. Hace dos años, un grupo de investigadores holandeses hizo una simple
pregunta a 26.492 personas en 24 países: en los últimos 20 años, la proporción de la población mundial que vive
en la pobreza extrema:

Se incrementó un 50%?
Se incrementó un 25%?
Permaneció igual?
Disminuyó un 25%?
Disminuyó un 50%?

Solo el 1 por ciento obtuvo la respuesta correcta, que era que había disminuido en un 50%. El objetivo de las
Naciones Unidas para el Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad la pobreza mundial para 2015 se cumplió cinco
años antes.

En suma, todos los datos indican que somos más personas en el mundo, somos más ricos (lo que,
incidentalmente, va en contra de la idea según la cual la riqueza es un juego de suma cero), vivimos
más tiempo y estamos mejor educados. Pero ¿por qué?

Riqueza y “pensamiento de suma cero”


Un juego de suma cero es un juego como un campeonato de fútbol, o de truco, en el cual no pueden
ganar todos los participantes simultáneamente. Hay un solo premio, y para que alguien lo gane, los
demás deben necesariamente perder. Y existe una tendencia a pensar que la riqueza tiene esta

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características. Es una herencia de tiempos precientíficos -en particular, del Mercantilismo. Se la
llama “pensamiento de suma cero”, y se puede definir así:

"Un sistema de creencias general sobre la naturaleza antagónica de las relaciones sociales, compartido
por las personas en una sociedad o cultura y basado en el supuesto implícito de que existe una
cantidad finita de bienes en el mundo, en el que el triunfo de una persona convierte a los demás en
perdedores, y viceversa. Es una convicción relativamente permanente y general de que las relaciones
sociales son como un juego de suma cero. Las personas que comparten esta convicción creen que el
éxito, especialmente el éxito económico, solo es posible a expensas de los fracasos de otras personas".

Lo que hace difícil discutir este pensamiento, me parece, es que es cierto en muchas circunstancias.
Por ejemplo, si los recursos son fijos entonces lo que una persona consume o utiliza no puede ser
consumido o utilizado por otra. En el almuerzo familiar, no podés llevarte todas las milanesas.
Competimos por un puesto laboral, o por la atención de una persona que nos interesa. Todas estas
son situaciones de suma cero. Pero otras no lo son. Bajo ciertas reglas, y en algunas instituciones
educativas, todos pueden mejorar sus calificaciones, y con el advenimiento de internet, todos
podemos aprender más. Acá no hay “suma cero”.
¿Por qué es tan difíl de asimilar la idea según la cual la riqueza no es un juego de suma cero? Bueno,
recordemos hasta hace muy poco tiempo, en términos de nuestra especie, realmente los recursos
estaban bastante fijos. Miren de nuevo el gráfico.

Durante la mayor parte de


nuestra historia como especie,
los recursos estaban fijos. Bajo
estas circunstancias, “mi
ganancia es tu pérdida": la
riqueza es un juego de suma
cero.

De manera compatible con el gráfico, la emergencia de la mentalidad de “suma cero” pudo haberse
forjado por razones evolutivas, como sugiere Rubin:

En términos causales, el “pensamiento de suma cero” podría ser un legado de la evolución humana.
Específicamente, podría entenderse como una adaptación psicológica que facilitó la competencia por
recursos en un entorno primitivo donde los recursos (como los compañeros sexuales, el status y la
comida) eran perpetuamente escasos. Por ejemplo, Rubin sugiere que el ritmo de crecimiento
tecnológico fue tan lento durante el período en que los humanos modernos evolucionaron que
ningún individuo habría observado ningún crecimiento durante su vida: "Cada persona viviría y
moriría en un mundo de tecnología e ingresos constantes. Por lo tanto, no había ningún incentivo
para desarrollar un mecanismo para comprender o planificar el crecimiento ". (…) El pensamiento de
suma cero podría entenderse como la forma predeterminada en que los humanos piensan acerca de
los recursos, que podría ser mejorada, por ejemplo, mediante una educación en economía básica"

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Hace unos años apareció un artículo en Forbes que incluía al “pensamiento de suma cero” como
parte de la “Peor Enfermedad del Mundo”:
No es cáncer ni SIDA ni gripe aviar; Es una idea monstruosamente defectuosa. El pensamiento más
enfermo, y la fuente de la mayor parte de la miseria humana a lo largo de los siglos, se basa en las
siguientes creencias:
(…) • La riqueza es un juego de suma cero.
La historia refuta abrumadoramente estas ideas; de lo contrario, la humanidad seguiría viviendo en
cuevas, afilando lanzas para la caza. Nuestras vidas serían brutales y cortas, con una duración
promedio de aproximadamente 30 años. No disfrutaríamos de libros, películas o iPods; no
conduciríamos automóviles (…) [si la riqueza económica] no hubiera estado creciendo todo el tiempo.

Si aceptamos que la riqueza ha crecido, que somos más y con más bienes y servicios a nuestra
disposición, resta la pregunta obvia ¿Por qué? ¿Cuál es la causa de tal incremento en los recursos
disponibles? ¿Por qué el mismo planeta, que durante miles de años había sido capaz de albergar
una masa casi fija de aproximadamente 200 millones de seres humanos, ahora sustenta una masa
creciente de casi 7500 millones?

Mi primera conjetura -antes de estudiar economía-, era que obviamente los avances tecnológicos
explicaban ese crecimiento en la capacidad productiva de la humanidad. Los científicos habían
inventado maquinarias, pensaba, como el telar mecánico, o el motor a vapor, maquinarias que
convenientemente utilizadas generaban un aumento en la productividad. Pero esta no es la
respuesta de Adam Smith.

La extraña hipótesis de Adam Smith

Adam Smith. Se comenta que


vivía con la Madre, a la cual
estaba muy apegado. Era
muy amigo de David Hume.

El problema de Adam Smith, que vivió justamente en los comienzos de este cambio, es determinar
la causa del súbito del aumento de riqueza y la mejora en las condiciones de vida (una mejora que
el solamente alcanzó a vislumbrar, si miran nuevamente el gráfico y ubican el año de 1776). Escribió
un libro, llamado “Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la Riqueza de las Naciones”.
Lo que encontró, básicamente, es que el aumento de riqueza no ha sido resultado de la tecnología,
o de los avances científicos, ni de que nos volvimos súbitamente más inteligentes, o más
colaboradores, ni que los empresarios de pronto son más buenos o eficientes. Es la extensión del
mercado, propone Adam Smith, la que posibilita, bajo el sistema de precios, el fenómeno de división
del trabajo. Y la división del trabajo es la causa detrás del impresionante aumento en la
productividad a la que Adam Smith asistía. Para comprender esto, conviene hacer algunas
aclaraciones preliminares. Primero, y quizás sorprendentemente, la riqueza no es dinero.

Mr. Burns sorprendido: la riqueza no es dinero

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¿Qué es la riqueza?

La economía como ciencia comienza con Adam Smith, y -de manera muy semejante a la biología o
la fisica- aparece en escena dándole un sonoro bofetón al sentido común. El sentido común nos dice
que obviamente los avances tecnológicos son la causa principal de la Revolución Industrial, pero
también nos dice que obviamente la Tierra está inmóvil (y parece ridículo pensar que gira a unos
1000 km/h), y que obviamente emerge vida, como gusanos y moscas, de la materia inerte, y nos
dice además que la riqueza consiste obviamente en dinero o metales preciosos, o que obviamente
constituye un juego de suma cero.
Pero la economía como ciencia proporciona una explicación alternativa. Emerge justamente en
1776, con la obra de Adam Smith, en contra del mercantilismo, una doctrina basada en el sentido
común. Como lo señala el estudio preliminar:

Aunque hubo pensamiento económico desde la más remota antigüedad, la economía no se desarrolla
como disciplina científica hasta el siglo XVIII. [La Riqueza de las Naciones] fue publicada en dos
volúmenes en Londres a comienzos de marzo de 1776, es una suerte de partida de nacimiento de la
ciencia económica. No sólo fue la referencia fundamental de la escuela clásica de economía, que agrupa
a figuras como Malthus, Say, Ricardo, John Stuart Mill e incluso Karl Marx. Desde entonces hasta hoy
los economistas lo han leído y existe un amplio consenso en que el primero y más ilustre de sus colegas
fue el escocés Adam Smith, el autor de Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las
naciones —tal el título completo de la obra.

Y más adelante:

“(…) [En] la Riqueza de las naciones la conducta económica fundada en el propio interés desencadena a
través de la mano invisible del mercado, siempre que haya un Estado que garantice la paz y la justicia,
un resultado que no entraba en los planes de cada individuo: el desarrollo económico y la prosperidad
general.”

A veces las ideas erróneas poseen consecuencias geopolíticas. Por ejemplo, recién mencionamos a
la idea mercantilista según la cual la riqueza estriba en la posesión de oro y metales preciosos. Para
que una nación tenga metales preciosos, debía asegurarse una balanza comercial favorable (es
decir, cada nación debe exportar más bienes de los que importa) De esa manera, se creía, el oro se
iba a ir acumulando indefinidamente al interior de esa nación, lo que lo volvería más “rico”, y más
pobres a las demás naciones. Para lograr una balanza comercial favorable, y la consecuente
acumulación de oro, resulta necesario tomar una serie de medidas de política económica -y es aquí
donde las ideas, que parecen tan abstractas e inocentes, comienzan a tener efectos en el mundo
real. El proteccionismo por un lado, y la posesión de colonias o colonialismo por el otro. El
proteccionismo aconsejaba imponer elevadas tarifas a los bienes extranjeros, para que se
produzcan dentro de las fronteras nacionales, y de esa manera “proteger” a la industria nacional. El
colonialismo aseguraba mercados (a los que habitualmente se prohibía comerciar si no era con la
nación colonial), y eventualmente la entrada de materia prima. Lamentablemente, estas medidas
de política están también asociadas a conflictos bélicos. El juego de obtener la mayor cantidad

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posible de oro y metales preciosos es, esta vez sí, un juego de suma cero. Lo que obtiene una nación
se lo debe arrancar a otro, y la mesa para el inicio de las temibles guerras está así servida.

Viñeta que resume uno de los aspectos centrales del mercantilismo: el colonialismo

La concepción mercantilista es vista con suspicacia a partir de Adam Smith. Tanto él como David
Hume formaban parte de una tradición increíble que se denomina “Ilustración escocesa”, y
comprendía lo problemático de las doctrinas mercantilistas. La riqueza, en primer lugar, no consiste
en dinero o metales preciosos. El oro y la plata no se pueden comer, ni beber, ni nada por el estilo.
Más bien, la riqueza consiste en cosas “reales”, como lápices, computadoras, ropa, comida, y
alfileres. Por otro lado, la entrada de oro a un país no puede continuar indefinidamente en el tiempo,
porque a medida que se incrementa la cantidad de “dinero” en una economía, los precios internos
comienzan a aumentar, lo que termina por hacer imposible sostener la balanza comercial favorable.
Pero entonces, ¿por qué somos tan ricos?

La división del trabajo


Como mencioné más arriba, la primero que se nos ocurre para explicar el aumento en la riqueza es
el cambio tecnológico que aparece junto con este incremento en los estándares de vida.

¿La causa de la riqueza de las naciones es la tecnología posibilitada por la ciencia?

Pero ¿por qué se inventan máquinas justo en la Revolución Industrial? Es cierto que eso sucede,
como la invención del telar, o mejoras varias, pero otras máquinas ya habían sido descubiertas
antes, como la de vapor, sólo que no se utilizaban para producir. ¿Entones? ¿Existe alguna respuesta
alternativa?

Imaginemos 10 hombres, cada uno muy laborioso y capaz. Supongamos que los empleamos en
hacer alfileres. Cada uno de ellos, por separado, sería capaz de hacer un alfiler por día. Tendriamos
entonces 10 alfileres por día. Pero ahora, imaginemos que descomponemos las operaciones
requeridas en la manufactura de alfileres -estirar el alambre, cortarlo, sacarle punta, etc-, y esos
mismos 10 hombres se especializan en una sola de estas actividades. ¿Cuántos alfileres podrían
hacer? Veamos lo que dice Adam Smith (pp. 35 a 43):

(…) Tomemos como ejemplo una manufactura de poca importancia, pero a cuya división del trabajo
se ha hecho muchas veces referencia: la de fabricar alfileres. Un obrero que no haya sido adiestrado
en esa clase de tarea (convertida por virtud de la división del trabajo en un oficio nuevo) y que no esté
acostumbrado a manejar la maquinaria que en él se utiliza (cuya invención ha derivado, probablemente,
de la división del trabajo), por más que trabaje, apenas podría hacer un alfiler al día, y desde luego no
podría confeccionar más de veinte. Pero dada la manera como se practica hoy día la fabricación de

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alfileres, no sólo la fabricación misma constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios
ramos, la mayor parte de los cuales también constituyen otros tantos oficios distintos. Un obrero estira
el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un
quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza: a su vez la confección
de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los
alfileres, otro, y todavía es un oficio distinto colocarlos en el papel. En fin, el importante trabajo de
hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas, las cuales son
desempeñadas en algunas fábricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre
desempeñe a veces dos o tres operaciones. He visto una pequeña fábrica de esta especie que no
empleaba más que diez obreros, donde, por consiguiente, algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres
operaciones. Pero a pesar de que eran pobres y, -por lo tanto, no estaban bien provistos de la maquinaria
debida, podían, cuando se esforzaban, hacer entre todos, diariamente, unas doce libras de alfileres. En
cada libra había más de cuatro mil alfileres de tamaño mediano. Por consiguiente, estas diez personas
podían hacer cada día, en conjunto, más de cuarenta y ocho mil alfileres, cuya cantidad, dividida entre
diez, correspondería a cuatro mil ochocientas por persona. En cambio si cada uno hubiera trabajado
separada e independientemente, y ninguno hubiera sido adiestrado en esa clase de tarea, es seguro que
no hubiera podido hacer veinte, o, tal vez, ni un solo alfiler al día; es decir, seguramente no hubiera
podido hacer la doscientas cuarentava parte, tal vez ni la cuatro-mil-ochocientos-ava parte de lo que
son capaces de confeccionar en la actualidad gracias a la división y combinación de las diferentes
operaciones en forma conveniente.

He aquí la respuesta al aumento de la riqueza, es decir de la cantidad de bienes y servicios -como


alfileres, remeras, tazas o computadoras- que tenemos alrededor. Es la división del trabajo, la cual
permite la especialización, de tal manera que cada persona está en posesión de un conocimiento
que no es “científico” (universal y necesario), sino que es más bien un conocimiento circunscripto
y particular. Ese conocimiento, disperso entre millones de individuos que no se conocen entre sí, se
comunica, como veremos, por medio del sistema de precios. Dentro de una fábrica de alfileres, la
comunicación es verbal, pero ¿cómo saben allí que conviene producir alfileres en lugar de, digamos,
clavos o jarras de metal? ¿De qué manera se comunica esa información?

Más adelante, Adam Smith señala los canales por medio de los cuales la división del trabajo genera
más productividad. El tercero de ellos nos interesa, porque contradice mi hipótesis juvenil, así que
lo resalto en negrita:

Este aumento considerable en la cantidad de productos que un mismo número de personas puede
confeccionar, como consecuencia de la división del trabajo, procede de tres circunstancias distintas:
primera, de la mayor destreza de cada obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que
comúnmente se pierde al pasar de una ocupación a otra, y por último, de la invención de un gran
número de máquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor
de muchos.

La invención de maquinaria no es la causa de la riqueza, nos dice Adam Smith, sino que ambos son
el efecto de la división del trabajo.

(…) [Todos] comprenderán cuánto se facilita y abrevia el trabajo si se emplea maquinaria apropiada.
Sobran los ejemplos, y así nos limitaremos a decir que la invención de las máquinas que facilitan y
abrevian la tarea, parece tener su origen en la propia división del trabajo. El hombre adquiere una

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mayor aptitud para descubrir los métodos más idóneos y expeditos, a fin de alcanzar un propósito,
cuando tiene puesta toda su atención en un objeto, que no cuando se distrae en una gran variedad de
cosas. Debido a la división del trabajo toda su atención se concentra naturalmente en un solo y simple
objeto. Naturalmente puede esperarse que uno u otro de cuantos se emplean en cada una de las ramas
del trabajo encuentre pronto el método más fácil y rápido de ejecutar su tarea, si la naturaleza de la
obra lo permite. Una gran parte de las máquinas empleadas en esas manufacturas, en las cuales se halla
muy subdividido el trabajo, fueron al principio invento de artesanos comunes, pues hallándose ocupado
cada uno de ellos en una operación sencilla, toda su imaginación se concentraba en la búsqueda de
métodos rápidos y fáciles para ejecutarla. Quien haya visitado con frecuencia tales manufacturas habrá
visto muchas máquinas interesantes inventadas por los mismos obreros, con el fin de facilitar y abreviar
la parte que les corresponde de la obra. En las primeras máquinas de vapor había un muchacho
ocupado, de una manera constante, en abrir y cerrar alternativamente la comunicación entre la caldera
y el cilindro, a medida que subía o bajaba el pistón. Uno de esos muchachos, deseoso de jugar con sus
camaradas, observó que atando una cuerda en la manivela de la válvula, que abría esa comunicación
con la otra parte de la máquina, aquélla podía abrirse y cerrarse automáticamente, dejándole en libertad
de divertirse con sus compañeros de juegos. Así, uno de los mayores adelantos que ha experimentado
ese tipo de máquinas desde que se inventó, se debe a un muchacho ansioso de economizar su esfuerzo.
Esto no quiere decir, sin embargo, que todos los adelantos en la maquinaria hayan sido inventados por
quienes tuvieron la oportunidad de usarlas. Muchos de esos progresos se deben al ingenio de los
fabricantes, que han convertido en un negocio particular la producción de máquinas, y algunos otros
proceden de los llamados filósofos u hombres de especulación, cuya actividad no consiste en hacer
cosa alguna sino en observarlas todas y, por esta razón, son a veces capaces de combinar o coordinar
las propiedades de los objetos más dispares. Con el progreso de la sociedad, la Filosofía y la
especulación se convierten, como cualquier otro ministerio, en el afán y la profesión de ciertos grupos
de ciudadanos. Como cualquier otro empleo, también ése se subdivide en un gran número de ramos
diferentes, cada uno de los cuales ofrece cierta ocupación especial a cada grupo o categoría de filósofos.
Tal subdivisión de empleos en la Filosofía, al igual de lo que ocurre en otras profesiones, imparte
destreza y ahorra mucho tiempo. Cada uno de los individuos se hace más experto en su ramo, se
produce más en total y la cantidad de ciencia se acrecienta considerablemente. La gran multiplicación
de producciones en todas las artes, originadas en la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien
gobernada, a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo. Todo obrero
dispone de una cantidad mayor de su propia obra, en exceso de sus necesidades, y como cualesquiera
otro artesano, se halla en la misma situación, se encuentra en condiciones de cambiar una gran cantidad
de sus propios bienes por una gran cantidad de los creados por otros; o lo que es lo mismo, por el
precio de una gran cantidad de los suyos. El uno provee al otro de lo que necesita, y recíprocamente,
con lo cual se difunde una general abundancia en todos los rangos de la sociedad.

Es la división del trabajo la explicación del aumento en la productividad, en la explosión de bienes


y servicios. Pensemos un instante qué sabemos hacer nosotros. Si son como yo, la respuesa es
desalentadora. No saben hacer prácticamente nada. De todos los bienes que tengo frente mío,
desde la computadora hasta el café, o la remera que tengo puesta, no sé hacer nada.

Homero haciendo un café

11
Pero un momento… ¿No sabés hacerte un café? Bueno, si me dan un paquete de café, y me
proporcionan algo para calentar agua, y tengo a mano también varios recipientes, y una fuente de
calor, o mejor, una máquina de café, entonces claro que sé “hacer un café”. Pero esto simplemente
desplaza el problema, porque no tengo idea de cómo hacer todos esos bienes que se necesitan para
hacer café.

Imaginemos por un momento que el mundo esté compuesto por personas muy parecidas a
nosotros, limitadas, prejuciosas, y que no saben hacer prácticamente nada (salvo “hacer café”,
“prender la compu”, etc) ¿De dónde emergen los bienes y servicios que tenemos alrededor?

Cada uno de nosotros se ha especializado en un campo muy (pero muy) pequeño. Por ejemplo, para
hacer el envoltorio del café que tengo enfrente, supongo que hubo alguien especializado en diseñar
las letras impresas allí. Esa persona conoce cómo usar, sospecho, un programa de diseño, o quizás
cinco o seis programas, pero si le preguntáramos si conoce todos los programas que existen en su
campo, nos miraría con extrañeza. Tampoco conoce, me parece, de qué manera diseñar otras cosas.
Si le pidiéramos que dibuje una figura humana para ilustrar el envase de un nuevo tipo de café, por
ejemplo, quizás nos diría que ella se especializa en letras, y que para el diseño de figuras humanas
se requiere de otro especialista. Como diría Nietasche, somos “Concienzudos del Espíritu”.

–¿Entonces tú eres acaso el conocedor de la sanguijuela? –preguntó Zaratustra– ¿y estudias la sanguijuela hasta
sus últimos fondos, tú concienzudo?
–Oh Zaratustra –respondió el pisado–, eso sería una enormidad, ¡cómo iba a serme lícito atreverme a tal cosa!
En lo que yo soy un maestro y un conocedor es en el cerebro de la sanguijuela: ¡ése es mi mundo!"

Hace unos días hablaba con un amigo que se hizo un tatuaje. Al parecer, hay distintos tipos de
tatuadores (algo que yo desconocía). Unos se especializan en tatuajes tribales, otros en tatuajes
abstractos, otros en dibujos realistas, etc. Es un mercado muy específico, y sin embargo la
especialización allí es sorprendente -al menos para mí.

Entonces, supongamos por un momento que el mundo esté compuesto por presonas como
nosotros. Nadie saber hacer sino algo muy pequeño y específico, como dibujar una clase de tatuaje,
o emplear cierta clase de programas, o estirar un alambre, etc. La primer pregunta es, por supuesto,
¿cómo es posible esto? ¿cómo alguien puede especializarse en algo tan diminuto y específico?
Bueno, claramente un primer factor es el numérico. Somos muchos. El tatuador es capaz de emplear
su tiempo para especializarse en letras góticas, digamos, porque hay miles de millones de personas
con las que “colabora” inconscientemente, que se han especializado de tal manera que puede tener
remeras, pantalones, herramientas y tintas para trabajar, y un techo encima de su cabeza. Eso
permite que seamos relativamente buenos en algo (“la división del trabajo es la madre del talento”,
dirá Adam Smith), pero esto sólo es posible si hay millones de personas conectadas entre sí.

Un ejemplo mental. Supongamos que ocurre una epidemia zombie, y que el 99% de la humanidad
desaparece. ¿Sería el 1% de sobreviventes más rico? Pensemos un momento: cada una de esas
personas dispondría ahora de una cantidad de “dinero” y “bienes” enorme. Y sin embargo, como lo
muestran las películas de zombies, la humanidad retrocedería probablemente al grado de una

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pobreza espantosa, porque ¿cuántos dentistas, o médicos, o mecánicos tendríamos? ¿Quien sabe
arreglar algo? ¿Para qué podría ser útil mi limitado conocimiento de Economía, o de Filosofía?

En una epidemia zombie el nivel de vida se desploma

Es posible que gran parte de la relativa prosperidad que disfrutamos se la debamos a una cuestión
numérica, a que somos muchos (cerca de 7500 millones), y además -este es el segundo factor- hay
una institución cuyas leyes estamos intentando comprender, que se llama “mercado”. Adam Smith
llamaba a esto “extensión del mercado”, y muestra que limita la medida en la cual es posible la
división del trabajo. En suma, si Messi puede dedicarse a patear pelotas prácticamente desde su
nacimiento, es porque existen millones de individuos, tan especializados como Messi, que hacen
todas las demás cosas necesarias para la vida, y además hay un medio no verbal que posibilita la
comunicación de ese conocimiento especializado.
La riqueza podría ser una función no del conocimiento científico, sino más bien de la
extensión del mercado (es decir, somos muchos,y vivimos conectados por el “mercado”, un
sistema de precios que comunica información dispersa). La extensión del mercado es la
que abre las puertas de la especialización, del aumento en la productividad, y de la
explosión de bienes y servicios de la cual hoy disfrutamos.

Dos videos! Son cortos, y si les prestan atención, me parece que van a poder acceder a la manera
en la cual el economista promedio “ve” el mundo.

1-Cómo hacer una tostadora de cero: h ttp s://yo u tu .b e/5 O D zO 7 Lz_ p w


2-El lápiz: h ttp s://w w w .yo u tu b e.co m /w a tch ? v= D 4 C lIV s5 cY s

El papel del sistema de precios: transmitir información dispersa

Los precios (no los precios absolutos, que vemos en el supermercado, sino los precios relativos, el
hecho de que una cosa esté más cara o más barata que otra) son centrales para la economía porque
transmiten información dispersa. Por ejemplo, una de sus funciones es trasladar información útil
acerca de qué producir desde los consumidores a los eventuales productores. Quizás un ejemplo
pueda ser útil para comprender el punto.

Hace unos años, comenzaron a aparecer artículos periodísticos que resaltaban las maravillosas
propiedades de la quinua, un pseudo cereal consumido tradicionalmente por algunas comunidades
andinas. Por supuesto, luego de leer varios de esos artículos, yo también quería comer quinua. Sin
embargo, cuando fui a comprarla me encontré con que el kilo costaba algo así como 500$.
Obviamente, me retiré con las manos vacías, pensando en que el mundo era un lugar injusto, etc.

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Publicidad acerca de los beneficios de la quinua o quinoa

Pero ¿por qué estaba tan cara la quinua? Podría ser el caso de que “formadores de precios” hayan
conspirado para llenarse de dinero, pero también es concebible pensar que muchos jóvenes
influenciables como yo hayan ido en masa a comprar quinua, y eso haya hecho aumentar su precio.
¿Por qué aumenta el precio? Bueno, supongamos que la “situación normal” es que todos los meses
se produzcan 10 manzanas, y todos los meses hay 10 personas que compran cada uno una manzana
a 1$, de manera tal que todos pueden llevarse una a la casa. Y ahora pensemos qué sucedería si las
manzanas se ponen de moda, y el próximo mes aparecen 30 señores a comprar manzanas. La
competencia entre esas 30 personas, cada una de las cuales quiere comer una manzana, pondría al
vendedor en una situación ventajosa, y rápidamente se daría cuenta que, movido por su propio
interés, puede aumentar el precio de las manzanas. Eso desalentaría a algunos de la compra (como
yo), y quizás las manzanas ahora hayan aumentado a 2$. Pero al hacerlo, siguiendo su propio
interés, el comerciante acaba de poner en marcha un sistema de información muy complejo y
preciso. Volvamos a la quinua.

Luego de que el precio aumenta, *pasan cosas*. Efectos que, en principio, nadie ha querido.
Supongamos que, a miles de kilómetros, hay gente que no me conoce a mí, y a la que yo no conozco.
Estas personas se dedican pacíficamente a cultivar maíz o trigo. Al momento de llevar su producción
al mercado, y encontrar el enorme precio de la quinua, afrontan poderosos incentivos para dejar de
cultivar maíz, y comenzar a cultivar quinua. No lo hacen porque me tengan aprecio, todo hay que
decirlo. Recordemos que ni siquiera me conocen. Lo hacen simplemente porque quieren ganar
dinero, y les resulta conveniente pasar de la producción de un bien a otro.

Por supuesto, el derrame de efectos no se detiene aquí. Algunos son quizás negativos, y como el
anterior, no fueron “deseados” ni previstos en principio por nadie. Comunidades que se
alimentaban de quinua ahora, con los nuevos precios, ya no pueden pagarla, o si la cultivan prefieren
venderla al mercado. De nuevo, cuando fui a comprar quinua, mi intención era probar algo a lo que
publicitaban como casi milagroso, no desproveer a comunidades tradicionales de su alimento
secular. Este efecto, podríamos decir, ocurre como un fenómeno social: nadie lo ha buscado
conscientemente, pero emerge como consecuencia de las acciones de miles de personas concretas.

Avancemos un paso más. La cantidad producida de quinua responde al aumento de precios, y ahora
tenemos a muchísima gente que está trabajando afanosamente en ese cultivo. Finalmente, cuando
todo ese caudal de quinua llega al mercado, el comerciante está en una situación un tanto distinta
a la previa, porque ahora la cantidad disponible es más grande a la que la gente desea comprar a
ese precio. Y en la medida en que haya muchas opciones a disposición del comprador para adquirir
la quinua, se inicia un proceso de competencia que impulsa al precio a la baja. El comerciante querría
por supuesto no bajar el precio, pero comienza a ver que otro vendendor comienza a hacerlo, y eso
no es bueno para la reputación, por ejemplo, del negocio. Finalmente, miren lo que ha ocurrido con

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el precio de la quinua hoy. Está considerablemente más bajo que antes, a pesar de la inflación que
atravesamos en este país.

La forma abstracta del proceso que acabo de describir, se puede diagramar así:

La gente desea un productoà el producto sube de precioà Otra gente, en otros lugares del mundo,
comienza a producirloà El producto llega al mercado, y eventualmente el precio disminuyeà La gente
puede comprar el producto que desea

En suma, son los movimientos de precios (y en particular, los precios relativos) los que comunican
información a lo largo del sistema económico, entre gente que no se conoce entre sí, y que actúa
siguiendo su propio interés. Esa gente, como dice Friedman en su video, podría odiarse quizás si se
conociera, por prejucios o lo que sea. Pero el sistema de precios los obliga a colaborar, por supuesto
sin que ellos sean conscientes de eso.

El orden espontáneo

En economía pueden reconocerse dos concepciones acerca de cuál es la naturaleza de lo social.


Ambas son visiones “metafísicas”, me parece, porque no arrojan predicciones (o al menos yo no
sabría de qué manera contrastarlas). Son dos respuestas o cosmovisiones que surgen más o menos
explícitmente a la hora de responder a la pregunta ¿cómo es el mundo social?

• Un primer grupo tiende a verlo como un mecanismo estable sobre el cual podemos operar
científicamente para obtener resultados deseables.

• Un segundo grupo lo ve como un orden espontáneo formado por personas limitadas, con
concimientos dispersos que se conectan mediante el sistema de precios.

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Hacia los 60 y 70, se había impuesto en Economía la primer visión (de ahí el simpático hippie),
vinculado a lo que se conoce como “keynesianismo”. Se nos enseñaba por ejemplo que existían
ciertos “mecanismos” en la economía, y que la tarea del economista, en su rol de policy maker, era
básicamente generar pleno empleo, moviendo convenientemente ciertas “palancas” para activar
una suerte de motor que sería el sistema económico. Más tarde hubo un cambio, hacia finales de
los 70’, vinculado con la emergencia de inflación a nivel mundial. Esto lo estudiaremos en la semana
11, pero lo importante por ahora es que el nuevo escenario resulta más compatible con la segunda
concepción, vinculada a la idea de orden espontáneo.

Voy a concentrarme en esta idea de orden espontáneo. Antes, una advertencia: nadie la quiere
demasiado. Para mostrar por qué, déjenme contar una breve historia en tres actos o estadios.

El estadio animista: la comunión del hombre y la naturaleza

Si rememoran obras como la Ilíada, resulta notable de qué manera los fenómenos humanos
aparecen llamativamente entrelazados con los naturales. Recuerdo una escena en la cual Aquiles es
“atacado” por un río (creo que era el Escamandro), o de qué manera se podía conjurar a ciertos
dioses para que generen fenómenos atmosféricos -niebla, tormentas- e influir de esta manera en
las batallas. Lo mismo sucedee en antiguas sagas nórdicas, en la literatura cosmogónica hindú, o
precolombina. En algún libro de antropología leí alguna vez que esta etapa, en la cual no se hace
una diferencia entre el ámbito del acontecer humano y ciertas cuestiones naturales, es denominada
“animismo”. Y se caracteriza porque no hay diferenciación entre eventos o fenómenos “naturales” y
artificiales.

Las ventajas del animismo resultan obvias. Acontecimientos terribles, como tsunamis, terremotos,
o pestes, se pueden intervenir mediante acciones concretas. Por ejemplo, con sacrificios humanos
el animista es capaz de morigerar las lluvias:

Cerca del año 1450, el pueblo Chimú sacrificó alrededor de 270 niños, y los enterró con llamas jóvenes. El ritual buscaba que
estas ejecuciones de niños y crías de llamas convenzan a los dioses de que pusiesen fin a un ciclo de lluvias que estaba
arruinando a la nación.

También el animista encuentra posible generar lluvias, por medio de ciertas danzas o sacrificios. Por
otro lado, estas intervenciones, a diferencia de muchas de las intervenciones médicas actuales,
poseen un éxito definitivo. No se dejaba de danzar hasta que llovía. A veces tardaba meses en lograr
el objetivo, pero finalmente los dioses eran convencidos.

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Estas son, en suma, las notables ventajas del animismo. Los fenómenos que hoy llamamos
“naturales” no escapan de la esfera de la acción humana, y pueden ser convenientemente
influenciados. La desventaja es que no es cierto. Es decir, hubo un cambio al respecto, y nosotros ya
no somos animistas, en general. Solemos separar los fenómenos naturales de los fenómenos
artificiales. Cuando hay un terremoto nos entristecemos, o nos desesperamos, pero no buscamos
culpables.

Quien rompió, o contribuyó a romper esta agradable conexión entre el hombre y la naturaleza, no
fue otro que Aristóteles. Esto nos lleva a una segunda etapa, a la que voy a llamar “La maldición de
Aristóteles”.

Platón y Aristóteles discutiendo acerca de los universales

El estadio aristotélico: hombre y naturaleza se separan

En efecto, podemos distinguir, inspirándonos vagamente en Aristóteles, entre fenómenos naturales


y fenómenos artificiales.

Brevemente establecido, los fenómenos naturales están tajantemente separados del hombre, o de
entidades antropomórficas como dioses o espíritus. El tsunami o el terremoto se va a producir,
pensamos, haya seres humanos o no, y no hay un “espíritu” que haya decidido producirlo para
enviarnos un mensaje. Un bosque, o el aire que respiramos son también fenómenos naturales, y
hasta podría argumentarse de manera convincente que prosperarían si no hubiera seres humanos.
En suma, nadie diseñó deliberadamente cosas como el aire, o el terremoto. Simplemente “ocurren”
sin que ninguna inteligencia creadora, como dioses o superhombres, tengan nada que ver al
respecto, y no cumplen ninguna finalidad ulterior.

Esto es duro de admitir, porque ahora si no llueve por mucho tiempo hay que resignarse, mientras
que en la etapa animista al menos teníamos herramientas de intervención. En fin, la vida es dura!

Si los fenómenos naturales no dependen del hombre, parece que estamos obligados a distinguir
entre dos esferas independientes. Por una parte, esos fenómenos sobre los cuales no tenemos
ingerencia, y por la otra los fenómenos que podemos llamar “artificiales”. Pensemos en la
computadora que tenemos enfrente, o en la silla sobre la que nos sentamos. Claramente son cosas
diferentes de un volcán o la marea. Primero, si no hubiera seres humanos, no existirían sillas o mesas
o computadoras. Los fenómenos artificales requieren de la presencia de seres humanos. Segundo,
alguien diseñó de manera deliberada la silla, o la computadora. Cumplen fines específicos, y se
crearon con esa finalidad en mente.

Fenómeno natural/Fenómeno Artificial

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Resumiendo:

La Maldición Aristotélica
La “maldición
Fenómenos Naturales Fenómenos Artificiales aristotélica” es la idea
según la cual esta
Independientes del hombre Dependen del hombre clasificación es
exhaustiva y excluyente
No diseñados deliberadamente Diseñados deliberadamente

La “Maldición Aristotélica” nos fuerza a ver sólo estas dos clases de fenómenos. Este es un punto
central, y quisiera resaltarlo. Todos los fenómenos que vemos ahora a nuestro alrededor pueden
clasificarse en una u otra categoría. El aire, el crecimiento de las plantas del jardín, la luz que entra
por la ventana son todos fenómenos naturales. Son independientes del ser humano, y ningún dios
o entidad humanoide ha decidido conscientemente que estén o sucedan. La lapicera, el celular, la
taza, una casa por el contrario, son artificiales. Miren a su alrededor ¿Hay algún fenómeno que no
entre en esta clasificación? ¿No es por lo tanto una clasificación exhaustiva y excluyente? ¿Qué
podría fallar?

Intentemos coneptualizar ahora con esta clasificación dual un fenómeno como la inflación. ¿Es un
fenómeno natural? Bueno, claramente no, porque no es independiente de los hombres. Debe ser
entonces un fenómeno artificial. Si no hubiera seres humanos, después de todo, no existiría
inflación. Pero entonces, pregunta suspicazmente el joven aristotélico, poseído por la Maldición,
¿quién ha diseñado deliberadamente la inflación? ¿Quién ha decidido que haya inflación?

Por supuesto, estas preguntas llevan por su propio impulso a postular entidades semejantes a las
homéricas, en el sentido de que poseen poderes distintos a los nuestros (al menos a los míos;
recuerden que yo no sé hacer prácticamente nada). Y de ahí, creo, que mucha gente acepte teorías
conspirativas para intentar dar cuenta de algo que pareciera ser obvio. La presunta obviedad reside
en que fenómenos que dependen de los seres humanos, deben haber sido diseñados deliberamente
por alguien.

Estadio del Fin de la Maldición Aristotélica

No se me ocurrió otro nombre! La distinción Aristotélica es muy útil, y en general se puede vivir
cómodamente con ella, postulando teorías conspirativas para algunos casos que parecieran
resistirse a entrar en la clasificación binaria. Pero pensemos un momento. ¿Qué sucede con
fenómenos el lenguaje? ¿Quién diseñó deliberadamente el castellano, o el francés, o el portugués
a partir del latín? ¿Hubo un conjunto de sabios que fueron modificando paulatinamente las
estructuras del latín para dar lugar a lenguajes completamente diferentes, en los cuales por ejemplo
ya no existen casos o declinaciones sino preposiciones? En nuestra etapa animista podiamos
explicar la creación de diversos lenguajes a partir de la voluntad consciente de una deidad, destinada
a favorecernos o castigarnos, como sucede en la historia bíblica de la Torre de Babel. Pero luego de

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Aristóteles ese tipo de explicación nos está vedada, y además no es tan sencillo aceptar una teoría
conspirativa para este caso.

Fenómenos como el lenguaje claramente dependen de los seres humanos -si no hubiera personas,
no existiría el castellano. En este sentido, se parecen a los Fenómenos Artificiales. Pero nadie ha
diseñado de manera consciente o deliberada las reglas que subyacen al castellano. Este rasgo los
comparte con los Fenómenos Naturales. Pero entonces, ¿el lenguaje es un fenómeno artificial o
natural? Tiene características de ambas categorías!

Es aquí donde tenemos que romper la Maldición Aristotélica, y reconcer una tercer esfera, formada
por fenómenos cuyas carácterísticas o reglas no son diseñadas por nadie, pero que dependen sin
embargo del hombre. Un economista diría aquí: son fenómenos que emergen a espaldas de las
intenciones conscientes de los hombres. Podemos llamarlos “fenómenos sociales”, aunque
sospecho que esta categorización es problemática. La voy a utilizar con comillas, para indicar que es
un término que podría resultar engañoso. La familia, el lenguaje, y el sistema de precios, o también
la inflación serían, bajo esta nomenclatura, “fenómenos sociales”, o también “ordenes
espontáneos”. Espero que se vean aquí el aporte de Adam Smith.

Bajo esta concepción, las lenguas romances surgieron espontáneamente, sin que nadie los haya
diseñado, a partir del latín. Quizás el rol de las academias como la RAE no sean imponer cambios
desde arriba, sino tomar nota de cambios “espontáneos” que se producen en el lenguaje. Esos
cambios espontáneos podrían surgir a partir de personas como nosotros, personas limitadas que se
levantan, miran el celular o las noticias, trabajan, estudian y a la noche se van a dormir. Nadie
pretende cambiar el lenguaje, pero el lenguaje cambia, y el resultado no es un caos sino todo un
conjunto de reglas autónomas y precisas.
La Maldición Aristotélica
Fenómenos Naturales Fenómenos Artificiales
Independientes del hombre Dependen del hombre
No diseñados deliberadamente Diseñados deliberadamente

Fenómenos Sociales?

Hace algún tiempo, Adam Smith rompió con la Maldición Aristotélica. Porque nos dice que la
Riqueza de las Naciones no emerge por la decisión consciente de un grupo de sabios, que
implantaron las instituciones “correctas”. Nadie decidió de manera deliberada implantar las
precondiciones para la Revolución Industrial, y nadie diseñó el sistema de precios.

Un par de ejemplos de órdenes que nadie planificó quizás venga a cuento. Los tomo del reino
animal, para que sean menos controversiales (espero).

Piensen un momento en un cardumen de peces.

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Podemos llamar a la forma semi esférica que adopta una suerte de orden, que además posee reglas
(por ejemplo, reglas de reacción ante la aparición de un predador) La analogía que me gustaría
sugerir es la siguiente. Los peces que lo componen no dicen “hey muchachos, organicémonos para
conformar una esfera, porque eso maximiza nuestras probabilidades de supervivencia”. No existe,
tampoco, un Pez Planificador Central que le diga a cada compañero en dónde ubicarse. Alguna vez
leí (pero sugiero que no tomen esta explicación muy seriamente) que la formación del cardumen se
explica porque cada pez busca ubicarse hacia el centro cardumen. Es el lugar más seguro, y
considerando los peligros del mar, no parece una decisión injustificada. El orden que percibimos es
una suerte de propiedad no intencional, un emergente de la conducta individual “egoísta”, por así
decirlo.

Un segundo ejemplo, esta vez con simpáticos cachorros, muestra la conformación de un molinete
formado también “a espaldas” de las intenciones de los individuos que lo forman. Cada uno de ellos
busca maximizar el acceso a los recursos -la leche- y ninguno es, creo, consciente del orden del cual
forma parte.

Una conjetura de la Economía es que nuestra especie podría no ser tan diferente. Formamos parte
de un enorme sistema humano, que posee reglas propias, y la mayoría de nosotros ni siquiera
necesita ser consciente de su existencia, ni de sus propiedades.

Van los cachorros! Están en los primeros minutos del video.

Video Cachorros: https://youtu.be/vQbgQUCoY68

¿Por qué hay barrios segregados?

Voy a finalizar con un ejemplo moderno. La segregación racial ha sido siempre un problema social
en Estados Unidos. Aunque se han tomado varias medidas para integrar escuelas y comunidades,
ese país continúa siendo una nación segregada, tanto por raza como por estratos económicos. ¿Por
qué resulta tan difícil erradicar este problema? Si me preguntaran a mí, hubiera contestado que en
ese país hay una historia de racismo, y que eso explica una cultura bajo la cual ciertas carácterísticas
son consideradas indeseables, y la gente de color es expulsada más o menos abiertamente de
algunos barrios de gente caucásica. Esa es, en general, la clase de explicación que favorecen muchas
ciencias sociales. Involucran la historia, la cultura, y la idiosincrasia para dar cuenta de los
fenómenos sociales. Pero no es la manera de entender el mundo social típica de la Economía.
Thomas Schelling, un economista norteamericano, nos ofrece una explicación alternativa. En 1971

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crea un modelo que podría ayudar a explicar por qué el fenómenos de barrios segregados resulta
tan dificil de combatir. Una versión simplificada del modelo es la siguiente.

Supongamos una ciudad habitada por personas abiertas y tolerantes, que prefieren la diversidad.
Por simplicidad, supongamos además que existen dos “tipos” de personas, X e Y, y que ambos
“tipos” son abiertos y tolerantes. A todos ellos les gustaría vivir en lugares con gente heterogénea.
Sin embargo, se sienten un tanto incómodos cuando están rodeados de gente del otro “tipo”, y
prefieren no estar en abierta minoría. Ahora, imaginemos que los distribuimos al azar sobre una
serie de “barrios”. ¿Cuál sería el resutado?

Alguna vez escuché que Schelling hacía lo siguiente para mostrarlo. Tomaba un tablero de ajedrez,
y arrojaba encima un puñado de fichas negras y blancas. En cada casillero quedaban fichas diversas
distribuidas azarosamente. Por ejemplo, en el primer escaque había tres fichas negras y una blanca;
en la siguiente, dos blancas y dos negras, etc. A continuación, pedía que se moviera a las fichas de
acuerdo a la regla “no quiero estar en minoría”. La solitaria ficha blanca de la primer casilla se movía
a la de al lado. Las dos fichas negras ahora tenían tres “vecinas” blancas, y comenzaban a sentirse
incómodas. Pronto una de ellas se trasladaba a un casillero aledaño, diverso pero donde no estaba
en minoría. Finalmente, como se imaginarán, luego de varias iteraciones el “tablero” queda
acomodado con barrios perfectamente segregados por color.

Experimento computacional típico del modelo de Schelling. Al final se ve el patrón de “barrios” segregados.

Qué nos muestra este “modelo”? Una opción es pensar lo siguiente. El patrón de barrios segregados
que observamos, por ejemplo, en algunas ciudades de Estados Unidos, quizás no se deba al deseo
consciente de personas racistas por construir vecindarios homogéneos. Por el contrario, en un
mundo habitado por personas como nosotros, gente en general con preferencias por ciudades
abiertas y diversas, pero que sin embargo no quieren estar en franca minoría, obtendríamos como
consecuencia no deseada el mismo resultado final de barrios homogéneos y segregados. En suma,
el resultado final emerge aquí sin que ninguno de los participantes lo desee de manera intencional.
O en términos de Adam Smith, ocurre “a espaldas” de las decisiones conscientes de los individuos.

Robert Lucas, premio nobel en 1978, lo dice de la siguiente manera:

“Creo que la visión básica de la economía que introdujeron Hume, Smith y Ricardo, tomando a las personas como
básicamente iguales, persiguiendo objetivos simples de una manera bastante directa, dadas sus preferencias, donde
se intenta explicar las diferencias en el comportamiento por las diferencias en la situación en la cual las personas
se encuentran, en lugar de diferencias en su cultura, (…), su raza, lo que sea, su clase, solo piensan en las personas
como personas y luego tratan de explicar su comportamiento en términos de cómo están respondiendo a su

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entorno, éste es el punto central para la economía. Obtuvimos esa visión de Smith y Ricardo, y nunca ha habido
nuevos paradigmas o cambios. Tal vez lo habrá, pero en doscientos años; todavía no ha sucedido”

En la clase 7 volveremos sobre este tema, al que Karl Popper llamaba “la lógica de la situación”, que
es central para la comprensión de la Economía.

Comentarios finales

Dijimos al comienzo de la clase:

el mensaje central del F53, compatible con la filosofía de Karl Popper, es “las teorías no
deben juzgarse por el realismo de sus supuestos, sino por su capacidad predictiva en
relación con el tipo de fenómenos que se quieren ‘explicar’” Pero ¿cuáles son esos
fenómenos? ¿Qué características poseen los acontencimientos para figurar dentro del “tipo
de fenómenos que la economía quiere ‘explicar’”?

Ahora podemos contestar esas preguntas. Son en gran medida “fenómenos sociales”, que ocurren
“a espaldas” de las intenciones conscientes de los individuos. O, de manera más precisa, fenómenos
de orden espontáneo. Como veremos en la próxima clase, existe un vínculo con la biología
evolucionista que es muy interesante. Charles Darwin, de hecho, encontró el mecanismo evolutivo
leyendo a un economista, Thomas Malthus (a quien le debemos justamente la “trampa
malthusiana”).
Recuerden ver los videos con atención. Nos vemos la próxima!

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