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Re su m e n d el c on t en i do d e l a p ági n a: w ww .f q.u h . cu
Introducción
Antigüedad: la casualidad
Pá g i n as r el a c io n a d as
Página web de Alfredo Rella con una sección bastante abarcadora sobre Historia de la Química
http://rella.com.ar/historia.htm
Página web de Carlos Arturo Franco copn un artículo que abarca la Historia de la Química desde
el pensamiento griego hasta la Química del siglo XX.
http://www.galeon.com/labquímica/historiaqui.htm
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Antigüedad
Los aceites esenciales, especialmente los de olor agradable, fueron usados para proteger la piel
del sol en el Medio Oriente. Los perfumistas de la antigüedad extraían los aceites esenciales de
los pétalos de las flores y de las frutas, y los mezclaban con grasa de animales purificada. Las
pequeñas bolitas de grasa mantenían la fragancia ya que absorbían estos aceites esenciales, y
eran usadas para perfumar la cabeza de los participantes en fiestas y banquetes. También eran
obtenidos los perfumes presionando las flores o frutas en una bolsa de tela, e incluso mediante
un rudimentario proceso de destilación.
Ya el hombre primitivo se interesó por los metales debido a sus propiedades de resistencia,
durabilidad, ductilidad y maleabilidad, lo que permitía darles forma con mayor o menor
facilidad. El oro se empleaba fundamentalmente como adorno y en la fabricación de enseres
domésticos, pero en la medida en que la sociedad se divide en clases, se reserva su empleo como
medio de cambio. Se extiende su uso como moneda, debido a su fácil división, acuñación e
inalterabilidad. El empleo del oro como moneda data de Grecia en los siglos VIII y VII (a.n.e.).
Los métodos de purificación empleados por los hombres de estas antiguas civilizaciones no
permitían obtener el oro en estado puro, y habitualmente obtenían una aleación de oro y plata
que denominaban asem. También conocían una aleación natural de estos dos metales a la que
llamaban electrum. Estas aleaciones fueron consideradas por mucho tiempo como otro metal.
El tercer metal empleado por el hombre fue el cobre. El cobre aparece también en forma nativa
pero en mucha menos proporción que el oro y la plata. El descubrimiento del procedimiento de
obtener cobre a partir de sus minerales marca un hito en la historia de la humanidad conocido
por la Edad del Cobre. Se supone que piedras de malaquita, con un rico contenido de carbonato
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de cobre, calentadas en la hoguera y mezcladas con el carbón de la leña, permitieron la
obtención de este metal.
Se había pensado que el uso del bronce había tenido su origen en Asia Menor alrededor de los
3000 a.n.e., pero descubrimientos cercanos a Bang Chieng (Tailandia) muestran que la
tecnología de dicho metal era conocida allí hacia el 4500 a.n.e., unos centenares de años antes
del empleo del bronce en el cercano Oriente. Al principio esta aleación fue usada de forma
limitada, principalmente para objetos decorativos, pero posteriormente su dureza y propiedades,
permitió la fabricación de armas y diversos útiles.
La edad del bronce dio paso, alrededor del 1600 a.n.e., a la Edad del Hierro. Un último
producto conocido por las antiguas civilizaciones merece ser señalado: el vidrio.
Los siete metales mencionados junto al carbono y el azufre constituían los únicos elementos
químicos conocidos hasta el comienzo de nuestra era, aunque pequeñas cantidades de cinc
fueron obtenidas por los romanos. Las civilizaciones antiguas también distinguieron y utilizaron
compuestos de cinc, arsénico y antimonio. Conocieron álcalis como la potasa y el amoniaco que
obtenían a partir de la orina fermentada. También conocieron el betún que empleaban para
calafatear sus embarcaciones y el arte de embalsamar a sus muertos.
De todas las civilizaciones antiguas la más avanzada en las artes químicas fue la egipcia.
Todas estas técnicas eran guardadas con celo en el interior de los templos y asociados a la magia
y a la religión. Un iniciado en los ritos de obtención de metales o del vidrio raramente pensaba
en una explicación natural del fenómeno, ya que ello hubiese sido considerado como un
sacrilegio.
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Las primeras explicaciones naturalistas
La idea de una materia primigenia y la filosofía de contrarios son elementos de las primeras
especulaciones acerca de la naturaleza, que están presentes en las antiguas cosmovisiones
babilónica y egipcia. Estas ideas tuvieron una gran influencia en el pensamiento naturalista
griego.
Las especulaciones acerca del origen del mundo y las ideas filosóficas de los griegos, aunque
carentes de base experimental, estaban sustentada en observaciones acerca de la naturaleza.
Así en la escuela jónica se desarrolló y progresó una concepción del universo, que acogía
ideas acerca de su formación a partir de una materia prima y de su movimiento a partir de
fuerzas contrarias, que tendría una notable influencia en el pensamiento filosófico posterior. Su
debilidad básica era su carácter puramente cualitativo y descriptivo que entraba en franca
contradicción con el pensamiento matemático de la ciencia griega.
La escuela pitagórica marcó el pensamiento filosófico griego. A partir de ese momento se
observaran dos tendencias filosóficas opuestas en cuanto al origen del universo y la causa del
origen de los cuerpos: el idealismo y el materialismo.
La respuesta más eficaz a las tendencias idealistas anteriores fue dada por Demócrito de
Abdera, cuya teoría atómica influyó notablemente en la ciencia posterior. Demócrito imaginó un
universo compuesto por innumerables partículas indivisibles o átomos que se movían en el
vacío. Los átomos eran inalterables, tenían diversas formas geométricas, lo cual explicaba su
capacidad para combinarse y formar la diversidad de los cuerpos; y su movimiento explicaba los
cambios visibles. Debido a su carácter francamente materialista y dialéctico, tuvo una gran
oposición por parte de los filósofos de la reacción Platón y Aristóteles, lo que contribuyo a que
no fuesen aceptadas.
Con Sócrates se produjo un viraje de la filosofía en la Grecia antigua. El interés por el estudio
de la naturaleza es sustituido por el estudio del hombre. Este cambio de intereses acompaña al
derrumbe de la democracia en Atenas y el triunfo de la reacción aristocrática que profundizó el
carácter esclavista del estado griego y su expansión territorial. La tarea de la filosofía era
impedir que el mundo cambiara. Para Sócrates, el principal objetivo del hombre era la bondad
individual, o virtud, que resultaba del conocimiento. Este conocimiento era la intuición interna,
ya que las ideas están en la mente y sólo el método es capaz de descubrirlas. Sócrates y Platón
representan los principales exponentes del idealismo filosófico griego y sus ideas tuvieron
influyeron en Aristóteles. Aristóteles rompe con la contemplación e inicia una búsqueda en la
naturaleza de la esencia del universo, pero conservando la idea básica de que la perfección es la
esencia pura o propósito final del universo, y su búsqueda explica todo su mecanismo y
funcionamiento.
En su concepción del mundo, Aristóteles asume la teoría de los cuatro elementos de la escuela
jónica, con una interpretación peculiar que tuvo una gran influencia en el desarrollo posterior de
la alquimia. Para este pensador, existe una materia básica primaria indiferenciada, la prote hyla,
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que compone todos los cuerpos. Sobre esta materia se inscriben las cualidades que le confieren
a cada sustancia su forma y propiedades específicas. Las cualidades contrarias frío-calor,
húmedo-seco, combinadas adecuadamente generan los cuatro elementos. Así, el agua surge por
combinación de lo frío y lo húmedo; el fuego, por lo caliente y lo seco; el aire, por lo caliente y
lo húmedo y la tierra, por lo frío y seco.
Todas las sustancias estaban formadas por diferentes combinaciones de cualidades y en
consecuencia de elementos. Las propiedades observables de una sustancia, tales como el color,
la viscosidad, la dureza o la densidad eran cualidades secundarias que dependían de la
combinación particular y la proporción de las cualidades primarias presentes en el material. Por
ejemplo, las sustancias duras tenían un exceso de sequedad, y los materiales densos un exceso
de frío.
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La alquimia
En el siglo III a.n.e. ocurre un acontecimiento político de gran importancia, la conquista del
mundo antiguo por Alejandro Magno. Alejandro logra fundar el primer gran imperio universal,
dominando territorios tan vastos como Grecia, Egipto, Mesopotamia, Persia y la India.
El término alquimia proviene de la voz egipcia chem que quiere decir negro. No se conoce
exactamente si esta denominación se refiere a las tierras negras del Nilo, o a la asociación de las
prácticas alquimistas con la magia o el arte negro. Otra hipótesis acerca del origen de esta
palabra se remite a Zósimo, de la escuela de Alejandría y el más antiguo de los alquimistas del
que se tiene referencia, el cual plantea que los ángeles escribieron el libro Chema, revelador de
los secretos de la naturaleza y por lo que fueron arrojados del cielo. El prefijo al data de una
época posterior de la civilización árabe, que fue una gran cultivadora de la alquimia.
Los datos originales sobre los alquimistas provienen de los papiros de Leyden y de Estocolmo,
así como de los manuscritos de los enciclopedistas romanos como Plinio el Viejo. El papiro de
Estocolmo contiene recetas para la elaboración de mordientes y tintes, y para preparar gemas de
imitación. El papiro de Leyden se ocupa de la metalurgia y del mismo se deduce el dominio de
estos artesanos en la obtención de imitaciones del oro y la plata.
En los manuscritos que han sobrevivido aparecen los nombres de alquimistas, muchas veces
asociados a personas famosas o dioses con el fin de darle una mayor autoridad al texto. Así,
figuran entre ellos, Hermes Trimegistos, el tres veces grande, que no es más que Thot, el dios
egipcio de la ciencia, Moisés, Demócrito, Cleopatra, o María la Hebrea. Esta última
probablemente existió y a ella se le atribuye el famoso baño de María.
Los alquimistas que obtenían aleaciones metálicas con aspecto de oro, no dudaban que fueran
formas más o menos perfectas de este metal. La aplicación de la teoría aristotélica acerca de que
la finalidad del mundo era la perfección, inducía a creer que en los metales menos perfectos,
innobles, existía un esfuerzo hacia la perfección, hacia el oro. Se suponía que este tránsito
ocurría espontáneamente en la naturaleza y que podría ser logrado por los alquimistas.
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En la base de la trasmutación de los metales en oro estaba la idea de una materia prima
indiferenciada, común a todos los cuerpos, a la que se le podían eliminar las cualidades que la
convertían en plomo o hierro y fijarles las propiedades del oro.
Las tres etapas de la trasmutación
Más o menos en la misma época, posiblemente influenciados por la alquimia china, los
alquimistas comenzaron a usar el término de piedra filosofal. Originalmente se suponía que esta
piedra fuera una panacea para las enfermedades humanas, pero la idea fue transferida a la
transmutación de los metales. Los metales diferentes al oro estaban enfermos y la piedra
filosofal los curaba transformándolos en oro. La piedra filosofal se convirtió en el símbolo del
secreto de la transmutación y su búsqueda fue el objetivo de la alquimia durante siglos. El
proceso de la transformación de los metales no nobles en oro se conocía como la Gran Obra u
Opus Magnus.
La necesidad de guardar el secreto de las técnicas o procedimientos de la Gran Obra hizo que
los alquimistas recurrieran a un lenguaje hermético, e incluso que incluyeran el misticismo de
las civilizaciones orientales.
Por esa razón, la alquimia surge de la fusión de tres movimientos culturales: las prácticas
artesanales de los antiguos egipcios, la filosofía griega y el misticismo oriental, mezcla que pudo
producirse sólo gracias a la cultura helénica.
La filosofía del helenismo fue una filosofía moral que se ocupaba de reconciliar al hombre
con las incertidumbres de la vida. El esoterismo interpretaba las transformaciones de las
sustancias como alegorías y sus observaciones eran usadas para sus ideas religiosas. Los
resultados de la alquimia esotérica, por estas razones, eran encubiertas por un lenguaje
hermético, críptico y oscuro, que ha caracterizado a la alquimia por generaciones. Entender e
interpretar los escritos alquímicos es muy complicado debido a su significado místico y
religioso. Un pasaje críptico que ostensiblemente es una técnica para un proceso químico puede
encubrir una práctica religiosa.
Alquimia árabe
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formas de gobierno le daban una coherencia tal a la cultura helénica, que ella misma constituía
una muralla a las influencias provenientes de otras culturas antiguas como la china y la hindú.
Estos factores negativos que frenaban el desarrollo cultural fueron repentinamente destruidos
por la aparición y rápida difusión de una nueva religión: el islamismo, que se expandió por casi
todo el área de las antiguas civilizaciones, desde el Indostán hasta el Atlántico.
Esta vinculación de la ciencia con la clase dominante fue la fuente inmediata de su fuerza y
posteriormente de su debilidad, pues la ciencia se convirtió en elitista, sin la base popular que
ofrecieron a la ciencia alejandrina, los artesanos, orfebres y técnicos manufactureros del antiguo
Egipto. Esto llevó finalmente al rechazo de la ciencia, y los científicos se convirtieron en sabios
errantes, presos del fanatismo religioso del pueblo.
Una de las ramas de la cultura donde el islamismo hizo mayores aportes fue la Química, a
partir del conocimiento desarrollado por los médicos, perfumistas y metalúrgicos musulmanes.
La clave del éxito radicó en la superación de los prejuicios de la cultura clásica por los trabajos
manuales.
Los trabajos de los árabes demuestran un conocimiento de las técnicas de laboratorio para el
tratamiento y obtención de drogas a partir de plantas y animales, la obtención de sales y de
metales preciosos. Los primeros alquimistas árabes fueron místicos heredando así la tradición de
los alquimistas griegos. Estos alquimistas, al igual que los alejandrinos, escribieron tratados en
un lenguaje hermético llenos de revelaciones y que atribuyeron a grandes personalidades de la
antigüedad para conferirles autoridad. Entre estos escritos es posible citar la obra Agua de plata
y tierra de estrellas, una compilación de documentos realizado por Muhammad ibn Umail (900-
960 n.e.), con un marcado carácter místico.
El más conocido de los filosofos naturalistas islámico fue Ibn-Sina (980-1037), conocido por
su nombre latino Avicena. Fue poeta, científico, filósofo y también es considerado como el más
grande médico del Islam medieval.
A partir del siglo XI, el poderío del imperio islámico fue decayendo y la ciencia árabe frenó su
desarrollo. No obstante, los estudiosos islámicos habían trasladado su ciencia a Sicilia y a
España, especialmente al califato de Córdoba, y llevaron con ellos las traducciones de los
trabajos de la ciencia helenística, que circularon ampliamente por el mundo islámico. Los
trabajos de Jabir y Rhazes eran conocidos en España antes del año 1000. Alrededor del 950
existió un floreciente grupo de alquimistas y químicos en España, aunque sus nombres se
desconocen. La reconquista cristiana de España llevada a cabo entre 1085 y 1492, y la expulsión
de los moros, provocó una decadencia de la ciencia árabe en el territorio, aunque se conocen
algunos trabajos como: Acerca de los alumbres y las sales y Sobre el espíritu alquímico, que
datan de esta época.
Entre los siglos X y XII se traducen al latín multitud de obras árabes y griegas
fundamentalmente en el seno de los monasterios europeos, que acumularon en sus bibliotecas
manuscritos valiosos de la antigüedad. Por otro lado, existe un renacer del pensamiento
intelectual con el surgimiento en el siglo XII de las universidades, marcadas sensiblemente por
la escolática.
Toda esta situación económica y cultural que se da en la Edad Media tardía provoca el
surgimiento de las herejías, ya que el hombre podía acercarse al conocimiento sin mediación de
la Iglesia. La respuesta de la Iglesia no se hizo esperar: reprimir por la fuerza a los herejes,
mediante la Inquisición y las Cruzadas; y persuadir a través de la conciliación de la religión con
la razón, la filosofía y el nuevo saber que estaba socavando los dogmas religiosos.
En este período aunque no se impartía ciencia en las universidades hubo estudiosos que
trataron de recoger y sistematizar el saber científico, entre ellos el conocimiento químico y
alquímico, que se encontraba disperso en multitud de manuscritos. El primero de estos trabajos
enciclopédicos fue el compendio conocido como Liber de Propietatibus Rerum (Libro de las
Propiedades de las Cosas), escrito entre 1230 y 1244 por Bartolomé el Inglés, fraile de la
Universidad de París. El libro resume la mayoría de los trabajos griegos y árabes y tuvo una
enorme influencia entre filósofos clericales posteriores.
Roger Bacon (c. 1214-1294), "Doctor Mirabilis" (el "Doctor Admirable"), a diferencia de los
estudiosos medievales buscó la confirmación de sus conocimientos mediante la
experimentación. Escribió el Opus Maius, donde trataba la necesidad de reformar las ciencias
por medio del estudio de las lenguas y de la naturaleza, con la ayuda de diferentes métodos. A
pesar de su elevado conocimiento, Bacon aceptaba algunas de las creencias de su época, como la
existencia de la piedra filosofal y la eficacia de la astrología. Aunque se le han adjudicado
numerosos inventos, muchos de ellos fueron, sin duda alguna, extraídos de sus estudios sobre
los científicos árabes. Sus escritos aportaron una nueva e ingeniosa visión sobre la óptica, en
concreto de fenómenos como la refracción, el tamaño aparente de los objetos y el aparente
aumento de tamaño experimentado por el Sol y la Luna en el horizonte. También descubrió que
con azufre, salitre y carbón vegetal, se podía producir la pólvora, sustancia capaz de causar
explosiones, aunque en la actualidad se sabe que la pólvora había sido antes utilizada por los
árabes, que probablemente habían conocido de su fabricación en la antigua China. Bacon
consideró que las matemáticas y la experimentación eran los únicos medios de llegar al
conocimiento de la naturaleza. Sus ideas avanzadas, muchas de ellas opuestas a los dogmas
religiosos lo llevaron a prisión.
Otro hecho experimental de importancia fue la preparación de los fuertes espíritus del vino, a
partir de las mejoras en el proceso de destilación. Los árabes aunque destilaron el vino y
probablemente cerveza, sólo obtuvieron disoluciones muy diluidas de alcohol, ya que carecían
de condensadores o refrigerantes. Se desconoce realmente quien realizó la obtención de alcohol
por vez primera, pero probablemente ocurrió en la Escuela de Medicina de Salerno, Italia,
alrededor de 1167. Fue usado ampliamente en la Edad Media tardía como antiséptico y
anestésico, pero para el alquimista, el artesano o el farmacéutico su importancia radicó en sus
propiedades como disolvente, ya que permitía obtener disoluciones de muchas sustancias
orgánicas como aceites, ceras, lacas y perfumes. El término alcohol proviene de la palabra árabe
al-kuhl, o kohl, un polvo fino de antimonio que se utiliza para el maquillaje de los ojos. En un
principio, el término alcohol se empleó para referirse a cualquier tipo de polvo fino, aunque más
tarde los alquimistas de la Europa medieval lo reservaron para designar las esencias obtenidas
por destilación, estableciendo así su acepción actual. La destilación del alcohol puede
considerarse la primera industria química y exigió la fabricación de destiladores, y el desarrollo
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del serpentín y el condensador complementaron al alambique y la retorta como equipos de
laboratorio.
Uno de los grandes avances técnicos de mayor importancia ocurrido durante este período fue
el perfeccionamiento del procedimiento de obtención del vidrio. Mediante el método de ensayo
error, purificaron las materias primas, usaron mayores temperaturas, introdujeron colores y
obtuvieron un vidrio más transparente y resistente. Este material permitió construir los vitrales
de las grandes catedrales y fabricar recipientes para el laboratorio.
Los siglos XIV y XV, a diferencia de los tres siglos anteriores, no fueron notables por sus
avances científicos, a excepción de la enorme expansión alcanzada en el conocimiento de la
tierra por los grandes viajes y descubrimientos. A la Química no le faltó actividad, se centró en
la producción de más manuscritos alquímicos y copias de otros ya célebres, que la hicieron
entrar en descrédito.
La Reforma religiosa prendió en muchos países encarrilados ya en por las vías capitalistas.
Estos se separaron de la Iglesia Católica Romana, se negaron a reconocer al papa como jefe de
la Iglesia y sometieron a ésta a la fiscalización de las autoridades seglares. La doctrina cristiana
se adaptó a las necesidades de la burguesía, por Juan Calvino, que fue el principal teólogo de la
Reforma protestante.
Todos los cambios económicos, políticos y sociales ocurridos en los siglos XVI y XVII
exigieron el cambio de las ideas científicas. La revolución científica derrumbó todo el edificio
de presupuestos intelectuales heredados de los griegos y convertidos en dogmas por los teólogos
de la Edad Media y fueron sustituidos por una nueva visión del mundo en la que la mecánica y
el atomismo sustituyeron a la escolástica y a las ideas aristotélicas. El proceso de creación de la
ciencia moderna, que acompaño al capitalismo como sistema económico social, permitió
grandes avances en el campo de la matemática, la astronomía y la física, pero no encuentra una
expresión significativa en el desarrollo de la Química, que queda atrás, prisionera aún de viejas
pretensiones alquímicas y de nuevas concepciones flogísticas.
Los adelantos más importantes en una primera fase tuvieron lugar más en la técnica que en la
ciencia. Los avances en la navegación dieron lugar a conocimientos en el campo de la
astronomía, el desarrollo de máquinas al surgimiento de la mecánica, la fabricación de ramas a
la dinámica; y la práctica vinculada con la minería, la metalurgia y con la medicina a la química.
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El estudio del movimiento de las estrellas adquirió una importancia vital para los marinos. No
fue casual entonces que fuera precisamente en la astronomía donde se produjera la ruptura con
el antiguo modo de pensamiento. Nicolás Copérnico Tycho Brache Johannes Kepler Galileo
Galilei (1564-1642). Los trabajos de Galileo fueron el soporte imprescindible para el desarrollo
posterior de la obra de Isaac Newton, creador de la mecánica.
Un aporte importante de Galileo a las ciencias fue el empleo del método experimental, como
método de trabajo, utilizando el péndulo y el plano inclinado para verificar mediciones precisas
de la caída de los cuerpos.
Otra aportación importante al establecimiento de la Física como ciencia en este período fue el
estudio experimental del magnetismo realizado por William Gilbert en 1600, los estudios de
Torricelli acerca del vacío en 1643 que le permitieron la invención del barómetro, y la
demostración experimental realizada por Otto von Guericke en 1656.
La existencia del vacío fue una de las grandes hipótesis científicas cuya demostración tuvo un
gran impacto en el desarrollo ulterior de la ciencia, ya que entraba en contradicción con la idea
de la continuidad de la sustancia sostenida por los científicos griegos entre ellos Aristóteles. La
aceptación del vacío permitió la introducción del atomismo primero en la física y luego en la
química. Las ideas atomistas de Gassendi aunque erróneas fueron la punta de lanza de una
nueva concepción acerca de la estructura de la sustancia. Gassendi estimaba que los átomos se
movían en el vacío, y procuró explicar las propiedades de la sustancia en función del tamaño y
de la forma de estos átomos.
La mecánica de Newton dio paso a una nueva visión del mundo que sustituyó la visón estática
del universo que había satisfecho a los antiguos, por una visión dinámica, mucho más acorde a
los cambios que había experimentado el mundo. Ya desde la obra de Descartes, el Discurso del
Método, se evidenciaba la propuesta de un nuevo método de trabajo en la ciencia y una nueva
visión del mundo físico. El modelo mecánico de Newton, de comprender al universo mediante
leyes matemáticas, mostró su validez y sirvió de fundamento para elaborar las leyes de la
electricidad y el magnetismo, y la posterior teoría atómica fue la consecuencia directa de las
especulaciones atómicas de Newton.
Una característica importante de la nueva era científica que comenzó en los siglos XVI y
XVII, fue el proceso de institucionalización de la ciencia. Comenzaron a crearse sociedades
científicas formadas por grupos de filósofos naturalistas que tenían similares concepciones e
intereses. Los científicos de este período fueron hombres independientes económicamente,
comerciantes, propietarios, médicos, abogados y algunos clérigos. Los intercambios entre
académicos se hicieron frecuentes, se mostraron mutuamente los experimentos, se
intercambiaba correspondencia, se realizaban discusiones. La práctica de la comunicación quedó
establecida y las publicaciones científicas, al principio informales, se convirtieron en una
necesidad.
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La iatroquimia
A diferencia de las otras ramas científicas, durante los siglos XVI y XVII, la Química continua
avanzando lentamente en una acumulación de saberes sobre las sustancias y sus
transformaciones, logra establecer métodos de trabajo basados en la observación y la
experimentación, pero no alcanza a dar un salto cualitativo en la conformación de un sistema de
conceptos, leyes y teorías, que le permitiese consolidarse como ciencia.
Uno de los iatroquímicos de mayor relevancia en este periodo fue Paracelso. Philippus
Theophrastus Bombastus von Hohenheim, se nombraba a sí mismo Paracelso para demostrar su
superioridad sobre Celsus, el gran médico de la antigüedad. Fue una personalidad muy
controvertida, de carácter violento, que tuvo grandes disputas con sus contemporáneos.
Creyó en la resistencia natural del cuerpo humano para evitar la infección de las heridas y que
el mejor tratamiento era mantener ésta limpia mientras la naturaleza ejercía su influencia.
Aceptó lo que la mayoría de sus colegas negaba, que las plagas, la sífilis, el cólera y otras
enfermedades se propagaban por el contacto entre las personas. La enfermedad no era en
consecuencia una condición normal del cuerpo, sino una invasión de algún agente demoniaco.
Trasladó a la medicina la creencia alquimista de que los metales crecían a partir de gránulos, y
razonó que las enfermedades derivaban del crecimiento de una semilla. Según Paracelso como
cada enfermedad procedía de una semilla específica, tenía una cura particular mediante una
determinada medicina, rechazando la idea de una quintaesencia o panacea universal. Esta idea lo
hizo entrar en contradicción tanto con los médicos con los alquimistas, que creían en la
existencia del elixir de la vida.
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No obstante, como alquimista, aceptó la teoría aristotélica de los cuatro elementos, y la idea
helenística de que los metales estaban compuestos por azufre, principio de la combustibilidad
que representaba el alma, y por mercurio, principio de la volatilidad que representaba el espíritu
de la inteligencia, a los que añadió como un tercer elemento, la sal, principio de la solidez . Este
tercer elemento fue rápidamente aceptado por los alquimistas. En consecuencia todos los sólidos
estaban constituidos por azufre, mercurio y sal.
Esta teoría de la tria prima fue trasladada a la medicina. El cuerpo humano estaba compuesto
por estos tres elementos y cada órgano tenía su propia composición y su propia función
específica. El enfoque de Paracelso acerca del funcionamiento del cuerpo humano animista.
Todas las funciones del cuerpo eran realizadas por distintos espíritus o archeus que gobernaban
a los órganos, idea que proviene de la filosofía de Galeno. El sistema de órganos en su conjunto
era controlado por el Grand Archeus, que regulaba las actividades de sus subordinados. La
enfermedad ocurría cuando un archeus malévolo entraba en el organismo desde el exterior y
atacaba su contrario. El remedio a la enfermedad tenía que tener en cuenta estos archeus
contrarios, y debía encontrarse en un mineral o en una planta.
Los remedios prescritos por Paracelso generalmente contenían sales de metales pesados que
actuaban como bactericidas. Tratamientos de antimonio y bismuto se emplean aún en la
actualidad para desordenes intestinales. El empleo del mercurio mostró cierta efectividad en el
tratamiento de las lesiones de la piel provocadas por la sífilis, enfermedad traída a Europa por
los marinos de Colón, y en la cual las hierbas medicinales habían sido ineficaces, y en la cura de
la anemia resultó ser eficaz el uso de sales de hierro.
La obra de Paracelso fue decisiva para transformar el objeto de estudio de la Química. Muchos
médicos probaron sus tratamientos y muchos fueron persuadidos por los resultados. Los
remedios galénicos resultaron totalmente ineficaces contra las enfermedades infecciosas que
desvataban a Europa, mientras que la teoría de Paracelso acerca de la causa externa de las
enfermedades puso la práctica médica sobre bases más racionales. Los médicos comenzaron a
buscar relaciones causa efecto. La preferencia por drogas de un solo componente dio a los
médicos un método para probar la efectividad de un remedio dado. Finalmente su énfasis en las
dosis controladas no solo salvo muchas vidas, sino que permitió a los médicos comprender el
estrecho límite entre el beneficio y el daño de un medicamento.
Otro de los representantes de la iatroquimia, ya en el siglo XVII fue Basilio Valentín, quien en
1604 escribió una monografía dedicada al antimonio, Triumph Wagen Antimonii (El carro
triunfal del antimonio) donde se describe con claridad el uso terapeútico del antimonio y sus
sales.
La Química práctica
La Iatroquimia no fue la única orientación de los conocimientos químicos en esta época. Una
importancia crucial para el desarrollo de la Química, lo tuvo el auge de la minería y la
metalurgia durante este periodo. Distintos autores comenzaron a escribir libros de práctica
tecnológica, especialmente acerca de ensayos o análisis de minerales. Estos primeros analistas
químicos eran escépticos y racionales, y describían sus métodos cuantitativos sin prestar
atención a los aspectos teóricos. Los mineros descubrieron nuevos metales como el cinc y el
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bismuto, perfeccionaron métodos de análisis y técnicas de separación y concentración, así como
obtuvieron y manipularon gran cantidad de sustancias químicas.
En este periodo se imprimen y circulan ampliamente los libros Ein Nutzliches Bergbuchlein
(Un útil libro sobre minería) y Probierbuchlein ( Libro sobre ensayos), los cuales tenían un
lenguaje claro y eminentemente práctico, sin trazas de hermetismo alquímico o referencias
crípticas entendibles solo por los iniciados. La información en ellos contenida no era nueva,
probablemente había circulado por los distritos mineros, primeramente de forma oral, luego
manuscrita y finalmente impresa.
Sin embargo, una importante pauta sentó De Re Metallica (acerca de los metales), escrito por
Jorge Bauer Agrícola, en 1550. En este libro Agrícola discute acerca de los métodos empleados
en minería, el análisis de minerales y menas, la concentración y extracción de metales de sus
menas y las técnicas de copelación, Describió otros procedimientos químicos como la
disolución del plomo con ácidos minerales, la formación de amalgamas con mercurio, y la
obtención de alumbre, vitriolo (ácido sulfúrico), azufre, bitumen y vidrio. El estilo empleado en
el libro y su descripción acerca de la preparación de las sustancias químicas influyó
notablemente en los autores que lo sucedieron.
Uno de los últimos químicos prácticos del siglo XVI fue Jean Beguin (1620). farmacólogo
seguidor de Libavio, quien publicó en 1610 el libro Tyrocinium Chymicum (Química para
Principiantes). Para Beguin, la Química no era una ciencia sino un arte, por lo cual se preocupó
poco de los principios de carácter filosófico relacionados con la constitución de la materia. Su
libro es una colección de técnicas y recetas escritas de forma clara, de modo que puedan ser
fácilmente preparadas, organizadas de acuerdo a las operaciones fundamentales: destilación
disolución y coagulación o precipitación.
Otros manuales de química médica fueron editados durante el siglo XVII, siendo el más
importante Cours de Chymia (Curso de Química), publicado por Nicolas Lemery (1645-1715)
en 1675, el cual fue traducido a numerosos idiomas y usado en toda Europa.
En el siglo XVII, la Química continuó su orientación práctica y iatroquímica, pero se hizo sentir
la influencia de los cambios científicos ocurridos en otras disciplinas. Comenzaron las primeras
especulaciones acerca de la constitución de las sustancias químicas, pero sobre todo el método
experimental se hizo indispensable en el trabajo de laboratorio.
Entre 1617 y 1618, Angelo de Sala publicó una serie de trabajos experimentales donde
demostraba que los compuestos químicos estaban formados por otras sustancias que
continuaban existiendo en los productos finales, lo cual era una aproximación al principio de
conservación de la materia. Sala planeó y llevó a cabo experimentos para probar su hipótesis.
Pesó una cierta cantidad de cobre y lo disolvió en ácido sulfúrico concentrado y caliente, al
añadir agua obtuvo el vitriolo azul o sulfato de cobre pentahidratado. Posteriormente sometió el
vitriolo azul obtenido a calentamiento transformándolo a óxido de cobre; finalmente redujo
nuevamente el óxido a cobre metálico. Comparando la masa del cobre inicial con la obtenido
después de este proceso observó que esta apenas había variado.
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Sala diseño su experimento para probar que el cobre mantenía su identidad en el vitriolo azul,
pero preso de sus concepciones alquimistas, no vio lo que señalaban sus resultados
experimentales: la imposibilidad de la transmutación y lo falso de la teoría aristotélica de los
cuatro elementos o de la Tría Prima.
Robert Boyle representa la expresión más cabal de un científico en el sentido que le damos
hoy día al término. Dirigió su propio laboratorio, donde trabajó como su ayudante Robert
Hooke, quien más tarde realizaría sus aportes propios a la ciencia. Fue miembro de la Royal
Society, publicó sus trabajos e impartió conferencias y sostuvo correspondencia con colegas de
toda Europa, enviándoles reportes sobre sus experimentos y examinando los que éstos le
remitían.
Siglo XVIII
En el campo de la industria química este proceso tiene una gran importancia. Una de las
producciones de mayor demanda era la de jabón, empleado no sólo en la higiene personal, sino
en grandes cantidades por la industria textil. La producción de vidrio para la fabricación de
copas, vasos, botellas, espejos y otros objetos suntuarios se incrementa. Tanto la industria
jabonera, como la del vidrio, exigen grandes cantidades de álcalis, por lo que la producción
industrial de estas sustancias se incrementa. La cerámica incrementa en calidad y cantidad y se
requieren pigmentos para pinturas y barnices. Gran demanda tienen los utensilios de hierro
estañados, más resistentes a la corrosión, necesitándose para su fabricación ácido sulfúrico, lo
cual conlleva a la mejora del proceso de obtención por el método de la cámara de plomo 81. La
industria química, ya de importancia en este siglo, va a florecer en el siglo XIX y XX.
17
A pesar de todo el conocimiento químico acumulado. a comienzos del siglo XVIII, no existía
una teoría capaz de explicar la constitución de las sustancias, ni la causa de sus reacciones.
Tampoco se contaba con una clasificación efectiva de los compuestos químicos, ni de un
método eficaz en la búsqueda de nuevas sustancias y propiedades útiles. No obstante estaban
dadas las premisas para que apareciera la primera generalización teórica y el método analítico
fuera el procedimiento químico de indagación acerca de la composición de las sustancias.
Uno de los problemas que más interesaba a los químicos del siglo XVII y XVIII era el proceso
de combustión y su recíproco, la reducción. La causa estaba en el auge de la industria
metalúrgica, principalmente del hierro, que tenía lugar en diferentes países europeos. Era
conocido por los químicos y metalúrgicos, el incremento de peso que experimentaban los
metales durante su calcinación, lo cual fue interpretado por Boyle, sobre la base de ideas
atomísticas, suponiendo que partículas de fuego atravesaban el cristal del recipiente y se
incorporaban al metal produciendo la cal.
Por otro lado, la idea de que el aire es un elemento necesario para la combustión estuvo ya
presente en la obra de Paracelso, y el propio Boyle demostró que era imposible quemar azufre
en ausencia de aire.
Sin embargo, todas estas ideas no se consolidaron en una teoría que diese plena explicación a
los hechos experimentales, y en su lugar prevaleció la idea observada en la práctica que durante
la combustión algo se escapaba en forma de llama. Prueba de ello eran las ligeras cenizas que
quedaban al quemarse la materia orgánica.
Así, para Stahl, cuando el metal se transformaba en cal, liberaba flogisto, el cual se dispersaba
en el aire. Retomando a Van Helmont, Stahl consideraba que el aire era sólo el medio en el que
la reacción tenía lugar.
La teoría flogística explicaba también el proceso contrario: la reducción que ocurría cuando se
calentaba una sustancia deficiente en flogisto con otra capaz de suministrarlo. Así por ejemplo,
la oxidación del plomo cuando se calienta al aire era explicada aduciendo que el plomo libera
flogisto y se transforma en litargirio. Si se calienta litargirio (óxido de plomo IV), con carbón, el
primero recupera la cantidad necesaria de flogisto y se convierte nuevamente en plomo
metálico. Para Stahl, el carbón era flogisto prácticamente puro.
La teoría flogística tuvo una amplia repercusión entre los químicos de la época debido a su
carácter explicativo sobre los procesos de combustión y reducción empleados en la industria
metalúrgica. Aunque errónea, la idea de que algo se transfería de una sustancia a otra fue un
principio útil en la explicación de los fenómenos observados, a pesar de las evidentes
inconsistencias experimentales.
18
El incremento de peso ocurrido durante la calcinación de los metales fue obviado por Stahl por
carecer de importancia. Adeptos a la teoría del flogisto adujeron que el flogisto tenía masa
negativa. De modo similar, la necesidad del aire para el proceso era explicado por el hecho de
que el flogisto se combinaba con parte del aire.
La teoría del flogisto fue ampliamente aceptada por la mayoría de los químicos del siglo
XVIII, y a la luz de la misma fueron explicados muchos fenómenos incluyendo aquellos que
debían contribuir a su destrucción. Según Engels, la teoría del flogisto fue la salida en falso de la
Química como ciencia.
En su tesis "Deliberaciones acerca de las causas del calor y el frío" también crítica las ideas
de Boyle acerca de que el incremento de peso que experimentaban los metales durante la
combustión se debía a las partículas de fuego que incorporaban. Lomonosov sostiene la
hipótesis de que el incremento de masa de los metales se debía a su combinación con el aire que
lo rodeaba. Así le escribió en 1748 al matemático Euler: 87 "No hay la menor duda de que las
partículas de aire, pasando continuamente sobre el cuerpo que se calcina, se combinan con él e
incrementan su peso."
La teoría del flogisto perduró como generalización teórica en la Química hasta fines del siglo
XVIII.
La teoría del flogisto no fue la única idea elaborada por los químicos para explicar las
transformaciones de las sustancias. Junto a esta hipótesis se desarrolló la teoría de la afinidad.
El término afinidad fue ya empleado por Alberto Magno en el siglo XIII, para describir el hecho
de que algunas sustancias reaccionaban preferentemente con algunas tipos de compuestos.
Geber incluye en sus escritos listas de metales ordenados en cuanto a su diferente afinidad por
los ácidos y otros reactivos, mientras que Glauber, químico practico del diecisiete, empleó el
término afinidad en la explicación de las reacciones de neutralización entre ácidos y bases para
formar sales, y en las reacciones de desplazamiento que ocurrían entre algunos ácidos y sales,
llegando a percibir la diferente fortaleza de los ácidos.
La concepción mecánica del funcionamiento del universo, derivada de los trabajos de Newton,
penetró también en la Química. La aceptación de las ideas mecánicas llevó a suponer que en
toda partícula material existía una fuerza atractiva causante de sus reacciones químicas. Así,
Boyle explica la afinidad entre las sustancias químicas sobre la base de las fuerzas mecánicas de
atracción y repulsión.
19
Los estudios sobre la afinidad química, de
forma cualitativa primero, y posteriormente
con algunos intentos de medición, fueron el
antecedente de las tablas de equivalentes
químicos y de los primeros avances en
cinética química, tareas ambas de los
químicos del siglo XIX.
Los conocimientos teóricos sobre las sustancias y sus transformaciones en los primeros tres
cuartos del siglo XVIII estaba sustentado sobre una base errónea, que no permitía el progreso de
la Química desde el punto de vista de la elaboración de un sistema conceptual. No obstante, en
el aspecto empírico, la química prosiguió acumulando conocimientos y datos experimentales. El
cúmulo de hechos prácticos puso de relieve la contradicción con las concepciones teóricas
dominantes, y fue lo que en definitiva permitió, que a fines del siglo, se elaborase una teoría
consistente acerca de la combustión, con un mayor carácter explicativo, y el establecimiento de
un sistema de leyes que se manifestaban en la composición de las sustancias químicas y en sus
reacciones.
La teoría del flogisto y los conceptos relativos a la afinidad química fueron, no obstante, el
marco teórico en el que se desarrollaron múltiples experimentos, entre ellos, aquellos que
provocaron el derrumbe de las falsas concepciones. Los errores en la ciencia también juegan un
papel en el desarrollo del conocimiento. El proceso del conocimiento no es rectilíneo, su
progreso conoce de errores, retrocesos, desvíos que retrasan su avance. Estos errores tienen un
rol gnoseológico importante, pues en su contexto se desarrollan experimentos e investigaciones
que acumulan conocimientos.
En un estadío del desarrollo los hechos experimentales pueden parecer que confirman las
hipótesis o ideas predominantes, ya que los científicos son personas que trabajan con
determinadas concepciones teóricas, formados a la luz de una tradición, escuela o estilo de
pensamiento, y los resultados de sus investigaciones, los interpretan a través de su prisma
teórico o conceptual. No es de extrañar pues que durante todo este periodo, se desarrollasen un
gran número de descubrimientos químicos, muchos de los cuales fueron interpretados a la luz
del flogisto, y que posteriormente fueron reinterpretados bajo el nuevo sistema conceptual.
20
Éxitos de la química analítica
El descubrimiento de nuevos metales no fue el único éxito del nuevo método analítico en el
laboratorio. El siglo XVIII fue escenario de importantes hallazgos en el capo de la Química
Pneumática.
Los gases ya constituían objetos de estudio para los químicos desde los siglos XVI y XVII. Van
Helmont, estudio el chaos y Boyle estableció la ley que lleva su nombre. Los físicos también se
interesaron por los gases debido a sus propiedades de compresibilidad y expansión, ya que eran
una demostración de las ideas atomísticas y de la existencia del vacío que comenzaban a
penetrar en el campo de la ciencia.
La historia de la química en los tres primeros cuartos del siglo XVIII, muestra una brillante
confirmación del complejo carácter del proceso del conocimiento: las leyes de la naturaleza no
se revelan de modo simple e inmediato al hombre. Formando parte de la estructura esencial de la
realidad, estas leyes se expresan a través de manifestaciones muy diversas algunas de las cuales
21
contribuyen a enturbiar su aprehensión progresiva. Pero no sólo eso, el hombre llamado a
desentrañar lo esencial del proceso, es un sujeto educado en una sociedad dada, de la cual ha
asimilado un modo de comprender el mundo que le es típico a ella, razón por la cual, los
paradigmas vigentes, con toda su carga de verdad y error, lo conducen en su actividad científica
y en ocasiones lo desvían del camino correcto.
Revolución de la Química
A fines del siglo XVIII, el método analítico cualitativo y cuantitativo comenzaba a rendir sus
frutos. El descubrimiento de diferentes elementos químicos, y nuevos compuestos hacía
imprescindible la búsqueda de la composición. La teoría del flogisto y las ideas sobre la afinidad
química, aunque erróneas, dominaban la mente de los químicos, pero las inconsistencias
experimentales, cada vez más numerosas, entraban en franca contradicción con el saber
establecido. Las condiciones habían madurado para el surgimiento de una nueva hipótesis que
permitiera la explicación de los fenómenos químicos, en especial el de la combustión. Esta fue
la obra de Lavoisier.
Una revolución científica, no es sólo el derrumbe y rechazo de las viejas concepciones que
dominan en una disciplina dada, y su remplazo por nuevas hipótesis de mayor carácter
explicativo. Significa también reconsiderar, a la luz del nuevo paradigma, todos los principios,
leyes y teorías vigentes. Otra característica de una revolución científico natural, es que los
nuevos conocimientos deben tener un carácter metodológico, lo que implica una ruptura en el
método de investigación y en el sistema lógico del pensamiento naturalista. Producto de la
revolución científica se produce entonces una ampliación del saber acerca de la naturaleza en
aspectos de la realidad que hasta ese momento habían sido inaccesibles para los científicos.
Todos estos aspectos se dan en la Química en su tránsito del empirismo al establecimiento de su
primer sistema conceptual, gracias al método analítico.
22
La obra de Lavoisier.
Antoine Lavoisier fue un investigador brillante. No sólo resaltó por la exactitud y precisión con
que realizaba sus experimentos, sino por toda la metodología empleada en sus investigaciones, y
por la claridad de sus conclusiones e interpretación de los hechos experimentales. Su espíritu
científico comprendió la necesidad de la medición exacta para el reporte de las conclusiones
experimentales. Realizaba cuidadosas revisiones bibliográficas para planificar, y no dudaba en
repetir una y otra vez, los experimentos de sus contemporáneos para verificar sus resultados.
Lavosier funda la termoquímica, al establecer la ley que lleva su nombre, y según la cual el
calor absorbido durante la descomposición de una sustancia es el mismo que el que se desprende
en su formación.
La obra de Lavoisier fue recogida en el texto Traité èlementaire de chimie, (Tratado Elemental
de Química) publicado en 1789, el cual resultó una combinación de los reportes de sus
investigaciones, un libro de texto y a su vez, manual de laboratorio. En el tratado aparece la
primera tabla de elementos químicos.
Lavosier no escapa a consideraciones erróneas de los fenómenos como la luz y el calor, los
que considera como corpusculares, y así su tabla de elementos comienza justamente con el
calórico. Otra hipótesis equivocada de Lavoisier fue considerar que todos los ácidos contenían
oxigeno, idea que fue refutada por su colega Berthollet.
23
Lavoisier incursiona también en la fisiología por sus estudios acerca de la respiración animal y
vegetal, que realiza junto a Laplace y a Seguin, esclareciendo el papel del oxígeno en la
combustión de los compuestos de carbono de los organismos vivos.
Al sistema conceptual de la Química sólo le faltaba la explicación teórica de todas estas leyes
empíricas, la teoría atómica elaborada por John Dalton. Desde el siglo XVII, era aceptada por la
Física, la existencia de átomos como las últimas partículas constituyentes de los cuerpos. La
hipótesis corpuscular adoptaba diferentes formas, según el científico que la sustentaba, pero no
fue hasta Dalton en que se erige en una verdadera teoría científica, mediante la cual podían
explicarse los fenómenos naturales observados, en particular las leyes ponderales.
Dalton no era químico sino meteorólogo. Su interés en la Química surge por la composición
de la atmósfera y estudiando las mezclas gaseosas logró encontrar la ley de las presiones
parciales o Ley de Dalton.
Sólo es posible conjeturar acerca de cómo Dalton llegó a su teoría atómica en una época en
que no se conocían las fórmulas químicas ni los pesos atómicos. Dalton suponía que átomos de
la misma clase se repelían entre sí, por lo que intuyó que sólo eran posible escasas
combinaciones entre dos tipos de átomos. Los postulados de la teoría atómica de Dalton eran las
siguientes:
24
Tabla de elementos químicos de Dalton
En 1808, Gay Lussac observa que cuando un volumen de oxígeno se une con dos volúmenes
de hidrógeno forman dos volúmenes de vapor de agua medidos en las mismas condiciones de
presión y temperatura. Esta ley conocida como la ley de los volúmenes de combinación resultó
de gran importancia dado el gran interés por las sustancias gaseosas. La teoría atómica no podía
explicar la ley de Gay Lussac de los volúmenes de combinación, ya que según Dalton la
combinación de un átomo de hidrógeno y uno de oxígeno daba lugar a una partícula de agua de
fórmula HO, idea que llevó a Dalton a rechazar las conclusiones de Gay Lussac, por inexactas.
Se debe a Amadeus Avogadro la reconciliación de estos dos hechos al sugerir, en 1811, que
los gases elementales estaban formados por moléculas diatómicas, y que en volúmenes iguales
de todos los gases, medidos en las mismas condiciones de presión y temperatura existían igual
número de moléculas.
Sin embargo, la hipótesis de Avogadro fue rechazada enérgicamente por Berzelius, pues según
las ideas acerca de la afinidad química la unión de dos átomos iguales era imposible. Las ideas
de Avogadro no fueron reconocida hasta 1860, en el I Congreso de Química de Karlruhe,
cuando fue defendida brillantemente por Stanislao Cannizaro, y no fue hasta entonces que se
aceptó la existencia de las moléculas diatómicas.
Otra hipótesis acerca de la constitución de los elementos que surgió en esta época fue la
hipótesis unitaria de Prout quien en 1815 sugiere que todos los pesos atómicos podían
expresarse por números enteros tomando como unidad el peso atómico del hidrógeno y que los
átomos de todos los elementos debían estar formados por agregados más o menos complejos de
átomos de hidrógeno. La idea de Prout tuvo al principio gran aceptación, pero fue el propio
Berzelius quien demostró mediante métodos analíticos más exactos, la existencia de pesos
atómicos que divergían indudablemente de números enteros, lo cual llevó al rechazo de la
hipótesis unitaria.
25
Un químico brillante pero falible: Jöns Jacob Berzelius
La historia del establecimiento del primer sistema conceptual en la Química que relaciona las
propiedades de las sustancias con su composición no puede estar completa sin mencionar la
figura de Jöns Jacob Berzelius. Berzelius, analista sueco, fue sin lugar a dudas el químico de
mayor influencia de la primera mitad del siglo XIX. Su labor dentro de la Química lo llevó a
describir numerosas sustancias y reacciones y a caracterizar muchos minerales. Descubrió
cuatro nuevos elementos: el cerio en 1803, el selenio en 1818, el silicio en 1823 y el torio en
1828, y es el primero en aislar el calcio, estroncio, bario, tántalo, vanadio y circonio.
Se debe a este científico la simbología química moderna. Berzelius propuso utilizar, en vez de
signos arbitrarios, la primera letra del nombre latino del elemento, o en todo caso, la primera
letra seguida de otra representativa del sonido característico del nombre al ser dos o más los
elementos cuyos nombres empezasen por la misma letra. El tomar como base el nombre latino,
pues el latín era entonces la lengua internacional utilizada en la terminología científica, hizo que
la proposición de Berzelius fuese universalmente aceptada.
La teoría dualista, según la cual todo compuesto estaba formado por una parte positiva y otra
negativa, fue fecunda en la comprensión de los fenómenos electrolíticos, explicaba la naturaleza
de las fuerzas de afinidad que mantenían unidas las sales y otros compuestos, y era posible
entender a partir de ella, las reacciones de neutralización, y de intercambio. De ahí su aceptación
por los químicos de la época.
La hipótesis de Avogadro no fue la única idea científica rechazada de plano por Berzelius. Se
opuso a los trabajos de Faraday acerca del equivalente electroquímico, al confundir las
magnitudes de cantidad de electricidad e intensidad de corriente, y como se verá con
posterioridad, también rechazó la teoría de los radicales en el campo de la Química Orgánica por
ir en contra de su hipótesis dualista.
Berzelius publicó sus ideas en un texto de Química del cual se realizaron cinco ediciones entre
1808 y 1848, y contribuyó a la publicación del primer anuario de Química el Jahresbericht über
die Fortschritte der physischen Wissenschaft.
26
El caso Berzelius es otro ejemplo más de la influencia de determinados paradigmas teóricos en
el análisis de los resultados científicos, y del hecho cierto de que la historia de la Química,
conoció de avances, retrocesos, errores, aciertos, y no avanzó por un camino triunfal de
verdades inequívocas.
Siglo XIX
Sin embargo, éste no fue el único campo de trabajo para los químicos decimonónicos. Buscar
la causa de las propiedades de las sustancias aproximó los estudios químicos a los físicos,
surgiendo una nueva rama científica la Química Física, que dio sus primeros pasos en el XVIII
con los estudios acerca de la afinidad química y la naturaleza del calórico. La cinética, la
termodinámica y la electroquímica sientan cátedra en la historia de la Química.
No obstante, durante el siglo XIX se descubre que las propiedades de las sustancias dependen
no solamente de su composición sino también de la estructura. El desarrollo de la Química
Orgánica, con el derrumbe de la teoría vitalista, el establecimiento del sistema conceptual
asociado a este tipo de sustancias, el descubrimiento de los nuevos métodos de síntesis, marcan
otro hito, que puede considerarse como una segunda revolución en la Química.
El comienzo del siglo XIX puede considerarse entonces como una encrucijada a partir de la
cual se abren diferentes caminos para el desarrollo de la Química
27
Contexto económico, político, científico y tecnológico en el siglo XIX y primeras décadas
del XX
Las revoluciones burguesas ocurridas en los siglos XVII y XVIII hacen que el siglo XIX vea la
luz en un contexto favorable al desarrollo del capitalismo industrial. El aumento de la
productividad del trabajo, gracias a la introducción de la máquina de vapor y a otras
innovaciones técnicas, provoca un aumento de la producción de bienes de consumo. Este auge
productivo requiere de expansiones territoriales de países industrializados, como Inglaterra y
Francia, que permitan obtener nuevas fuentes de materias primas en las colonias y mercados
para sus producciones.
Desde el punto de vista industrial, el siglo XIX fue un periodo de grandes logros: el barco de
vapor, el ferrocarril, los grandes convertidores de acero, la electricidad, la turbina, el pararrayos,
el teléfono y el telégrafo y la radio fueron productos del desarrollo científico técnico alcanzado.
Todo este desarrollo tecnológico promueve la enseñanza de la ciencia. Surgen las escuelas
científicas que rompen la enseñanza tradicional en las universidades. Ejemplo en Francia son las
escuelas militares, la escuela normal superior, la escuela de medicina y la politécnica; las
Technischen Hochschulen alemanas, y el Birkbeck College y el Royal College en Inglaterra. En
las universidades, el profesor universitario asalariado devino en una nueva profesión y
encarnaría un nuevo tipo de científico, y las escuelas y los departamentos se convirtieron en
centros de investigación. El Estado y las industrias comienzan a subvencionar las
investigaciones científicas. Las sociedades científicas de carácter general, que habían sido
suficientes para el intercambio académico en los siglos anteriores, no pueden abarcar el saber
especializado que se ha ido creando en todos los campos de la ciencia. En los países más
industrializados se fundan sociedades químicas, geológicas, astronómicas, físico-matemáticas,
contando cada una con su correspondiente publicación. Los ingenieros, también representan una
nueva profesión.
El siglo XIX es pues un siglo de avances notables en ciencia y tecnología. Si en el siglo XVIII
la ciencia aun no puede considerarse el motor impulsor del desarrollo industrial, ya que las
innovaciones tecnológicas ocurren en la propia industria, ya a mediados del siglo XIX, la
ciencia comienza a incidir en el progreso técnico.
Este estímulo productivo, científico y técnico hizo también florecer la filosofía. Por un lado
surge la filosofía positivista de Comte, Spencer y Mill que tendía a justificar en términos de
lógica y ciencia, la libertad de empresa privada y a afirmar, que el hombre había encontrado
finalmente el camino más acertado. Surge el marxismo como ideología de la clase obrera,
desentrañando la esencia del sistema capitalista de producción, sentando las bases para una
comprensión científica del mundo y ofreciendo un método científico para la aprehensión de la
realidad.
El siglo XIX conoce del encuentro de dos disciplinas científicas que hasta ese momento habían
conocido un desarrollo independiente. La Física, con un sólido sistema conceptual basado en las
leyes de la mecánica y la gravitación establecidas por Newton habían influido poderosamente en
la visión del mundo de todos los científicos, que trataban de comprender al universo a través del
28
paradigma mecánico. Los químicos hasta el siglo XIX prestaron poca atención a los fenómenos
físicos, pero la explicación de los fenómenos químicos pasaba necesariamente por un
entendimiento de la energía y sus diversas manifestaciones, así como de la naturaleza eléctrica
de muchas reacciones químicas.
Una de las grandes preocupaciones de los químicos del siglo XVIII fue la búsqueda de una
explicación sobre la afinidad química. Los primeros trabajos cualitativos de Geoffreoy y
Bergman a principios del siglo dieron paso a trabajos cuantitativos como los de Homberg
(1700), Wenzel (1777), Kirwan (1781), Cavendish (1766), y Richter (1792). Dentro de estos
trabajos se destaca el realizado por Wenzel intentó medir la afinidad observando la velocidad
con que los metales se disolvían en ácidos de distinta concentración, el cual constituyó el primer
estudio sobre las velocidades de reacción.
Sin embargo, el nacimiento de la cinética química como disciplina científica se ubica en el año
1850, cuando Ludwig Wilhelmy investigó la inversión del plano de la luz polarizada durante la
reacción de hidrólisis de la sacarosa en glucosa y fructosa en medio ácido, encontrando que la
disminución de la sacarosa en el tiempo era proporcional a su concentración [S]:
Estudios cinéticos de este tipo fueron realizados también por Berthelot y St Gilles quienes
estudiaron en 1862, la influencia de la concentración de los cuerpos reaccionantes en los
procesos químicos al estudiar la esterificación de ácidos y alcoholes. También pueden
mencionarse los trabajos realizados en 1867 por A.V. Harcourt y W. Esson.
En la misma época, Williamson observó que cuando una reacción química produce sustancias
con una velocidad definida, y a su vez estas sustancias reaccionan de nuevo, también con
velocidad determinada, para regenerar los materiales de partida, debe llegar un momento en que
se alcance un equilibrio dinámico. También van´t Hoff encontró ejemplos de reacciones
reversibles que llegan al estado de equilibrio.
La ley de acción de masas es hoy en día la base de la cinética formal y en su expresión actual
plantea: La velocidad de una reacción química es proporcional al producto de las masas activas
de las sustancias reaccionantes, entendiéndose que por masa activa la concentración de las
especies reaccionantes. Desde su establecimiento hasta nuestros días, se han estudiado la
fenomenología de un gran número de sistemas reaccionantes tanto en fase acuosa como
condensada, en fase homogénea como heterogénea, catalizadas o no, empleándose para la
determinación de los cambios de concentración tanto las técnicas de análisis químico, como las
técnicas basadas en propiedades físicas.
29
Poco a poco fueron clarificándose los distintos conceptos para que la cinética química
alcanzase su cuerpo teórico. En 1877, van´t Hoff clasifica las reacciones de acuerdo al número
de moléculas reaccionantes, definiendo el concepto de orden de reacción y ayudando a
esclarecer el de mecanismo de reacción.
Las primeras ideas acerca de la interacción entre las moléculas reaccionantes se basaban en las
colisiones efectuadas entre éstas y las características del intercambio energético en las mismas.
Un paso determinante fue dado por Svante Arrhenius cuando observó que no todas las
colisiones entre las moléculas eran efectivas y establece el concepto de energía de activación y
de moléculas activas. Arrhenius postuló la hipótesis de la existencia de un equilibrio entre
moléculas normales y moléculas activas, y de este modo logra estudiar la dependencia de la
velocidad de las reacciones químicas con la temperatura y encuentra la ecuación que lleva su
nombre.
La catálisis es también un fenómeno cinético que comenzó a estudiarse durante el siglo XIX.
En 1806, Desormes y Clement estudiaron el método de las cámaras de plomo para obtener ácido
sulfúrico y sugirieron que los óxidos de nitrógeno catalizaban la reacción formando un
compuesto intermedio, quedando al final inalterada la cantidad de ácido nítrico.
Otros estudios catalíticos contemporáneos fueron los realizados por Kirchoff acerca de la
hidrólisis del almidón en presencia de ácidos, los de Davy sobre la oxidación de compuestos
orgánicos sobre superficies metálicas y los de Dobereiner sobre la acción catalítica del platino
en la síntesis del agua.
Berzelius en 1836 propuso una teoría sobre la acción catalítica sobre la base de sus ideas
acerca de la afinidad química. Sugirió que una fuerza, a la que denominó fuerza catalítica
actuaba sobre los reaccionantes acelerando la reacción. Debido a la vaguedad de las ideas de
Berzelius, sobre el origen de la catálisis, la idea de la formación de intermediarios continuó en
30
las explicaciones químicas sobre los diversos fenómenos catalíticos. Así, Williamson, en 1850,
explicó sobre esta base la formación de éter a partir de alcohol, en presencia de ácido sulfúrico.
Por otro lado, la importancia de la energía en los procesos químicos había ido ganando terreno
con el desarrollo de la termodinámica, como se vera más adelante, y el primer análisis
energético de los procesos catalíticos la realizó Wilhelm Ostwald en 1894. Los puntos de vista
de Ostwald sobre la catálisis relacionaron definitivamente este fenómeno con la cinética
química.
En el siglo XIX surge también la termodinámica como rama de la Química Física con
antecedentes que datan de la antigüedad. La termodinámica se desarrolla primero en el campo
de la Física, y finalmente penetra en la Química con personalidad propia.
Entre las primeras observaciones que el hombre realizó sobre la naturaleza están las
sensaciones de calor y de frío, percibiéndolas en los cambios climáticos, en el fuego, en las
fiebres y escalofríos durante las enfermedades. Estos conceptos intuitivos estaban presentes en
las cosmovisiones más primitivas babilonias y egipcias, pasando por la filosofía de la naturaleza
desarrollada por los griegos y por supuesto en las grandes generalizaciones renacentistas.
Las primeras mediciones del calor proceden de la medicina. En el siglo XVIII, esta necesidad
comienza a manifestarse en la ciencia cuando ésta aborda el estudio de los gases. Galileo
construye el primer termómetro basado en la dilatación del aire y que se usó para observar
variaciones climáticas.
El desarrollo de los conocimientos sobre el calor hay que analizarlo en dos planos que se
avanzaron paralelamente: sus aplicaciones prácticas y sus aspectos teóricos.
Los primeros conceptos acerca de la naturaleza del calor provienen del siglo XVI. Kepler
consideraba el calor como una luz inmaterial, mientras Francis Bacon la concibió como una
forma de movimiento.
Durante los siglos XVII y XVIII, el calor era interpretado como una sustancia material como
consecuencia de las ideas que sobre la naturaleza de la materia, penetraron en la Ciencia durante
las revoluciones científicas de los siglos XVI y XVII. Para Boyle, el fuego estaba constituido
31
por pequeñas partículas materiales en movimiento que eran capaces de atravesar el vidrio de las
retortas y responsables del incremento en masa de los metales durante su calcinación. Black,
químico flogicista, que paradójicamente distinguió entre cantidad de calor y temperatura, y
desarrolló las ideas de calor especíco y calor latente, empleó el término de materia de calor. Aun
Lavoisier, ya a fines del siglo XVIII, y en el marco de su teoría sobre los fenómenos de
combustión, se mostró de acuerdo con esta idea y su tabla de elementos comienza con el
calórico.
No obstante, la teoría cinética del calor penetró nuevamente en la Química a principios del
siglo XIX. Ya a fines del siglo XVIII, Benjamín Thompson, conde Rumford y Humphrey Davy
realizaron sendos experimentos para demostrar que el calor era movimiento y no el fluido
imponderable llamado calórico. Thompson demostró la posibilidad de convertir la fuerza
mecánica en calor al observar que al perforar un cañón se producía una cantidad indefinida de
calor, mientras que Davy realizó un experimento en cual observó que dos pedazos de hielo en el
vacío se fundían más rápidamente cuando uno se frotaba contra otro. En 1812 Davy se percata
que este experimento refutaba la idea del calórico y conducía a pensar en el calor como una
forma de energía.
Las ideas y experimentos de Rumford y Davy no fueron continuadas por otros investigadores
hasta cuarenta años después cuando el principio de la conservación y transformación de la
energía fue estudiado por hombres como Mayer, Joule y Helmholtz.
Mayer observó el cambio de color de la sangre en los países cálidos y templados, explicándolo
a partir que el nivel de combustión en los países cálidos para obtener la energía requerida por el
organismo era mucho menor. También le llamó la atención la analogía que existía entre la
energía que adquirían los cuerpos al caer por gravedad y la que lo gases adquirían por
compresión. De ahí derivó la idea de la conservación de la energía.
Joule arribó a una conclusión semejante a partir de experimentos que realizó para averiguar si
el motor eléctrico era susceptible de convertirse en una fuente práctica de energía, determinando
cuantitativamente la equivalencia entre trabajo y calor. Es curioso señalar que la Royal Society
se negara a publicar sus trabajos, obligándolo a demostrar con experimentos más precisos las
conclusiones de su trabajo.
Por otro lado las mejoras introducidas en la máquina de vapor aumentaron su rendimiento y
eficiencia, empleándose menos carbón para realizar el trabajo mecánico, llevaron a estudiar la
interconversión del calor en trabajo y a analizar la posibilidad del movimiento perpetuo. El
primer trabajo sobre este tema apareció en París en 1824. Consistía en un pequeño estudio de
aproximadamente unas cien páginas titulado "Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego".
En este estudio, el joven ingeniero Sadi Carnot señalaba que el calor no podía producir trabajo
sin el empleo de dos focos térmicos de temperaturas distintas, y empleando erróneamente el
término calórico, planteaba que era la caída de éste, desde la fuente caliente hasta la fuente fría,
lo que producía el trabajo. Carnot enunció por vez primera el concepto de ciclo y demostró el
principio de la imposibilidad de un perpetuum mobile, demostrando que solo una fracción del
32
calor podía convertirse en trabajo útil. Carnot muere y los resultados de su trabajo no se conocen
hasta muchos años después.
Diez años después Clapeyron desarrolla analíticamente las conclusiones de Carnot y las hizo
más comprensibles a través de los diagramas P-V o de Clayperon. Este trabajo fue publicado en
el Journal de L' ecole Polytechnique en 1834.
Fue por este articulo que William Thomson, Lord Kelvin, conoce de las ideas de Carnot y
percatándose de su importancia trata infructuosamente de encontrar el original en las librerías de
París sin éxito alguno, pues cuando nombraba a Carnot, los libreros le mostraban las obras
políticas de sus familiares. Una vez en poder del trabajo original trata de demostrar la relación
entre la ley de conservación de la energía y el principio de Carnot. El establecimiento de una
concordancia entre el primer principio y el descubrimiento de Carnot resultó en extremo difícil
por la situación rudimentaria en que se encontraban los estudios sobre el calor en la época. Fue
Clausius quien con sólo 28 años resolvió las dificultades de Thomson, al plantear que cuando se
realizaba un trabajo podía suceder que una parte del calor se consumiera en este trabajo y otra
parte se transfiriera del cuerpo caliente al frío. Tanto Clausius, como Thomson formularon
enunciados del segundo principio de la Termodinámica sobre la base de la conservación de la
energía. En 1845, Clausius enuncia nuevamente la segunda ley de la Termodinámica, esta vez
en función del concepto de entropía.
Estas leyes permitieron la interpretación de las propiedades de los gases, desde un punto de
vista macroscópico. Durante el periodo de 1860-1875, los trabajos de Clausius, Boltzmann y
Maxwell indicaron cómo explicar la ley de los gases ideales en términos de una teoría cinética
de la materia. Específicamente Boltmann introduce la mecánica estadística y establece la
relación S= k ln P, que sirve de puente entre la termodinámica clásica y la termodinámica
estadística.
Fue Berthelot quien propone los términos exotérmico y endotérmico para designar los dos
tipos de procesos y creyó encontrar en el calor de reacción una medida de la afinidad química,
cuestión que preocupaba a los químicos desde el siglo XVIII. Berthelot expresa que: "Todos los
cambios químicos que tienen lugar sin intervención de energía exterior tienden a producir
cuerpos en cuya formación se libera más calor". La ley de Berthelot provocó una gran polémica
al ser rechazada por Helmholtz y por Nernst. Este último demostró en la tercera ley de la
termodinámica que el principio de Berthelot era válido sólo en las cercanías del cero absoluto.
La diferenciación entre cinética y termodinámica fue llevada a cabo por v'ant Hoff al
demostrar que el trabajo máximo exterior producido en una reacción química reversible podía
servir como una medida de la afinidad química, preocupación de los químicos en todo el siglo
que le precedió. Este trabajo máximo, o energía libre, restringido por Lewis al trabajo máximo
útil, ha representado desde entonces el criterio de espontaneidad de las reacciones químicas.
El químico físico alemán Walther Nernst, que enunció en 1906 el tercer principio de la
termodinámica, aportó una última contribución al estudio de las propiedades físicas, de las
estructuras moleculares y de las velocidades de reacción.
En 1745 se inventa el primer condensador, la botella de Leiden, que permitió llevar a cabo
reacciones químicas como la síntesis del agua realizada por Cavendish. Sin embargo, la
corriente eléctrica generada por este aparato resultaba insuficiente para estudiar la naturaleza
eléctrica de muchas reacciones.
En 1786, el médico italiano Luigi Galvani, en sus estudios sobre anatomía, descubre
accidentalmente las contracciones del anca de una rana suspendida de un gancho de cobre en un
balcón de hierro. Investigando sin éxito este fenómeno llega a la conclusión errónea de la
existencia de electricidad animal. Volta rebatió tal hipótesis demostrando que era necesaria la
presencia de dos metales diferentes para que se generara electricidad y en 1793 construye la pila
o celda galvanica. La pila de Volta suscitó un gran interés en todo el mundo científico por la
posibilidad de generar la electricidad.
En 1805 Grotthuss, aplicando la teoría dualista de Berzelius intentó dar una explicación a la
conducción eléctrica en la pila galvanica sugiriendo la formación de cadenas de moléculas, con
polo positivo y negativo, que transportaban la carga a los electrodos.
La observación de las reacciones químicas que ocurrían sobre los electrodos metálicos de la
34
pila galvánica o voltaica fue observada por Michael Faraday quien en 1830 estudió
cuantitativamente la relación entre la cantidad de electricidad que pasa por el circuito y la
cantidad de sustancia transformada en cada uno de los electrodos, estableciendo así las leyes de
Faraday. Fue Faraday en colaboración con Whewell, quien acuño los términos electrolito,
electrodo, ion, ánodo, cátodo, anión y catión. Hasta 1840 los químicos prestaron poca atención a
las implicaciones de los trabajos de Faraday. Sólo Daniell extiende las ideas de los conductores
electroliticos de Faraday al plantear que las sales estaban formadas por iones, estableciendo una
hipótesis muy avanzada con respecto a la Química de la época, de predominio orgánico.
Aún sin una teoría electroquímica consistente, la industria empleó los conocimientos de esta
rama de la Química, fueron desarrolladas varias baterías para la generación de corriente, entre
ellas el acumulador de plomo y se registran las primeras patentes para recubrimientos
electrolíticos.
Ya a mediados del siglo XIX, Williamson y Clausius por separado, habían comprendido que
en una disolución existía una combinación y disociación constante de los electrolitos. Clausius
critica la idea de Faraday de que la corriente eléctrica descompone la molécula en iones y
postula que aquella sólo guía lo que ya está momentáneamente libre.
Las anomalías encontradas en las propiedades coligativas de los electrolitos encontradas por
v'ant Hoff y Raoult, y los valores elevados de la conductividad eléctrica que presentaban sus
disoluciones, llevaron a Arrhenius a establecer, entre los años 1883 y 1887, su teoría de la
disociación electrolítica. Para explicar sus resultados propuso que las disoluciones electrolíticas
estaban formadas por iones de carga contraria en todo momento, aún sin la aplicación de una
diferencia de potencial. La disociación del electrolito en iones era un proceso reversible,
pudiendo asociarse los iones para formar nuevamente el compuesto, por lo que en la disolución
existe un equilibrio entre las moléculas no disociadas y los iones. Únicamente a dilución infinita
el electrolito estaría totalmente disociado. A partir de las medidas de conductividad eléctrica,
Arrhenius puede calcular el grado de disociación del electrolito y su constante de equilibrio.
La teoría electrolítica de Arrhenius no tuvo una aceptación inmediata, Los químicos no podían
aceptar fácilmente que en sustancias como el cloruro de sodio, los iones pudieran existir
separadamente. Fue Ostwald, que estudiaba a la sazón la velocidad de la hidrólisis del acetato de
metilo y la inversión de la sacarosa, al conocer la teoría de Arrhenius, hizo experimentos con
más de treinta ácidos y correlacionó las velocidades de la reacción con la conductividad del
ácido empleado. De esta forma demostró la veracidad de la teoría de la disociación electrolítica.
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Para dar una interpretación más certera de los procesos electroquímicos, explicar los puntos
fallidos de la teoría de Arrhenius y completar el cuadro de las disoluciones electrolíticas es
necesario esperar hasta la década del veinte del siglo pasado cuando Debye y Hückel desarrollan
su teoría de la interacción iónica o teoría de la doble capa eléctrica.
Los métodos analíticos empleados por los químicos desde el siglo XVII, habían dado como
fruto el descubrimiento de muchas sustancias y elementos químicos. A mediados del siglo XIX
habían sido aislados alrededor de 60 elementos químicos. Sin embargo, los elementos más
activos o aquellos que estaban en muy pequeña cantidad en las fuentes naturales, no habían
podido ser aislados por la vía tradicional. El empleo de la electrólisis a comienzos del siglo XIX
y el uso del método espectroscópico permitió el descubrimiento de nuevos elementos.
Los hidróxidos y las sales de los metales alcalinos y alcalinos térreos se conocían de antaño.
Lavoisier en su Tabla de Elementos incluyó la cal y la magnesia y Dalton en su Tabla de Pesos
Atómicos incluye la sosa y la potasa, pues a pesar de que se tenía conocimiento de la naturaleza
compleja de estas sustancias no habían podido ser descompuestas en sus elementos
constituyentes.
Fue H. Davy quien en 1807 se le ocurre fundir la potasa anhidra y realizar la electrólisis del
álcali fundido. En el electrodo negativo aparecieron unos pequeños globulillos con intenso brillo
metálico, que se asemejaban al mercurio. Algunas de esas pequeñas gotas se quemaban al
instante produciendo una explosión y un fuego brillante, otros no se quemaban sino que se
recubrían de una película blanca. Davy escribe: "Numerosos experimentos mostraron que esos
globulillos eran la misma sustancia que buscaba yo, y era la base inflamable de la potasa
cáustica". De este modo Davy obtuvo por vez primera el potasio. Los resultados obtenidos lo
llevaron inmediatamente a realizar experimentos similares con la sosa y poco tiempo después
pudo aislar el sodio. Aunque algunos científicos dudaron del carácter elemental de las nuevas
sustancia, el estudio de sus propiedades realizadas por Gay Lussac, el barón de Thenard y el
propio Davy demostraron que eran sustancias simples.
El descubrimiento del magnesio y el calcio, también por Davy, siguió en poco tiempo a los
metales alcalinos.
Entre l859 y 1860 los científicos alemanes R. Bunsen y G. Kirchoff observaron la aparición de
líneas espectrales no conocidas al estudiar por el método espectral la composición química de
diversas aguas minerales. Llegaron a la conclusión de que se trataba de una sustancia simple
desconocida con características semejantes a los metales alcalinos. Habían descubierto el cesio.
Sólo un año más tarde, ambos investigadores analizando una muestra de lepidonita, mineral que
ya había sido estudiado por Klaproth, detectaron la presencia de otro metal alcalino, el rubidio.
También por la vía espectral, Crookes descubre en 1861, analizando el polvo de las chimeneas
de una fábrica de ácido sulfúrico, una nueva línea de color verde brillante y la atribuye a un
nuevo elemento el talio (del griego thallos, rama verde). Richter y Reich descubren el indio, en
1863, al observar dos nuevas líneas espectrales índigo violáceas al observar a la llama el mineral
blenda (ZnS).
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El estudio de las sustancias químicas por las diversas vías, analítica, espectroscópica,
electroquímica, que disponían los químicos del siglo XIX , dio lugar al conocimiento de un
grupo cada vez más numeroso de elementos químicos. Estos elementos, una vez descubiertos
eran caracterizados a partir de su peso atómico y de sus propiedades físicas y químicas,
encontrándose analogías y diferencias entre ellos. La existencia de grupos o familias de
elementos, como es el caso del cloro, el bromo y el yodo, típicos no metales, o el sodio y el
potasio, metales típicos, ya era conocida a mediados del siglo XIX. Esto indujo a los químicos a
buscar una clasificación de los elementos.
En 1862, Chancourtois propuso ordenar los elementos poen orden creciente de pesos atómicos
sobre un cilindro helicoidal, de forma que los elementos semejantes caían en una misma
vertical, observándose una cierta repetición periódica de las propiedades.
Hacia 1869, Lothar Meyer estudió la relación entre el peso atómico de los elementos y sus
propiedades físicas, y realizó una representación gráfica de los volúmenes atómicos, fusibilidad,
volatilidad, entre otras propiedades. en función de los pesos atómicos de los elementos. Meyer
propone entonces una tabla periódica de los elementos, similar a la de Mendeleiev, pero algo
más complicada y mucho menos audaz. La Tabla de Meyer fue conocida con posterioridad a los
trabajos de Mendeleiev.
El sabio ruso Dimitri Mendeleiev, publica también en 1869, una tabla con los 63 elementos
conocidos, ordenados en orden creciente de su peso atómico, pero de forma que los elementos
de una misma familia aparecían situados en una misma fila horizontal. Para el ordenamiento de
los elementos, Mendeleiev no tuvo en cuenta solamente el peso atómico, sino todas las
propiedades físicas y químicas conocidas de los mismos, en especial la valencia. Convencido
del carácter general de su ley, Mendeleiev no dudó en invertir el orden de algunos elementos, ya
que de acuerdo a los pesos atómicos conocidos, el teluro (128), debía preceder en la tabla al
yodo (127).
En 1875, seis años después de que Mendeleiev publicara su tabla periódica, Lecoq de
Boisbaudran, informa acerca del descubrimiento de un nuevo elemento químico por vía
espectral, al que denominó galio. Al conocer del descubrimiento del elemento, Mendeleiev
anuncia la probabilidad de que fuera el eka-aluminio, de ser así, sería una confirmación de la
veracidad de la ley periódica. El estudio de las propiedades del nuevo elemento coincidieron con
exactitud con las predicciones hechas por Mendeleiev.
Una situación semejante ocurrió con los descubrimientos del escandio, realizado por Nilson en
1879 y con el germanio en 1885, aislado por Winkler.
Aparte de esa triada clásica y ampliamente conocida, Mendeleiev predijo la existencia de otros
elementos desconocidos, aunque en estos otros casos fue mucho más cauteloso en predecir sus
propiedades ya que existían muy pocos elementos conocidos cerca de ellos.
En 1892, J.W. Strutt, Barón de Raleigh encontró que al separar el nitrógeno del aire su
densidad era mayor que cuando este gas se obtenía de sus compuestos. Ramsay prestó atención
a esta discrepancia y sospechó que se trataba de un nuevo gas. Ramsay y Raleigh aislaron en
1894 el nuevo gas, el argón, elemento que no se combinaba con ningún otro elemento.
El descubrimiento del argón produjo a Mendeleiev una gran contrariedad, ya que el nuevo
elemento no tenía un lugar adecuado en la tabla periódica. El aislamiento del helio en la tierra
(ya se conocía su existencia en el sol, de ahí su nombre permitió suponer la existencia de una
nueva familia, los gases inertes, lo que se confirmó con posterioridad con el descubrimiento,
realizado por Ramsay y colaboradores, de los restantes miembros de ese grupo de la tabla
periódica: el neón, el criptón y el xenón. El último miembro de la familia de los gases nobles, el
radón fue descubierto en 1900 y se le atribuye a diferentes científicos.
38
otras sustancias orgánicas, mientras que el procedimiento de la cristalización posibilitó la
purificación del ácido tartárico y sus sales.
Ya en 1777 se hizo evidente una diferenciación entre las sustancias inorgánicas o minerales y
las sustancias de naturaleza orgánica. Fue el químico analista alemán Bergmann quien primero
realizó esta clasificación.
No obstante estos avances, el conocimiento de que las calizas o carbonatos contenían también
carbono no permitió a estos investigadores llegar a concebir la Química Orgánica como la
Química de los compuestos del carbono.
El hecho de que todas las sustancias orgánicas conocidas hacia fines del siglo XVIII, habían
sido aisladas de plantas o animales, o obtenidas a partir de otra que tenía su origen en los
organismos vivos, hizo pensar a los químicos que la síntesis de las mismas requería de una
fuerza vital o vis vitalis.
Los análisis orgánicos cuantitativos realizados por Berzelius y Thenard en las primeras
décadas del siglo XIX, permitieron determinar las primeras fórmulas de este tipo de
compuestos. La imprecisión de los métodos empleados provocó la afirmación de Berzelius
acerca de que estos compuestos se diferenciaban de las sustancias inorgánicas o minerales ya
que aparente no obedecían las leyes estequiométricas. sólo hacia 1830, Liebig al introducir
mejoras en los métodos de análisis orgánico, pudo demostrar lo equivocado de esta aseveración.
Vale recordar que no fue hasta 1860 que el concepto de molécula, rechazado por Berzelius, no
se estableció firmemente entre los químicos, al reconocerse ampliamente la hipótesis de
Avogadro, luego de su defensa por Cannizzaro en el Congreso Internacional de Química de
Karlruhe.
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existir en estado libre. Aunque errónea, la teoría de los radicales inspiró numerosos estudios
posteriores que intentaron establecer la estructura de los compuestos orgánicos.
Entretanto, se fue acumulando variada información sobre las sustancias orgánicas. En 1814,
Gay Lussac observó que la fórmula empírica del ácido acético y la celulosa era idéntica: tres
gramos de agua por dos gramos de carbono, denotando en su publicación que estos dos
compuestos tan diferentes contenían no sólo los mismos elementos sino que éstos estaban en
idéntica proporción. Gay Lussac estableció claramente que las propiedades de las sustancias
orgánicas dependían no solo de su composición, sino del ordenamiento de los átomos en algún
tipo de estructura interna, confirmando así aparentemente la teoría de los radicales.
En 1816, el propio Gay Lussac descubrió que existían dos variedades de ácido estánnico con
la misma composición pero diferentes propiedades. En 1823 Liebig determinó la composición
del fulminato de plata, y un año más tarde, Wöhler analizó el cianato de plata, encontrándose
que ambos compuestos tenían igual composición. Aunque Gay Lussac interpretó este hecho
como un ejemplo de su hipótesis acerca del diferente reordenamiento de los átomos en las
sustancias, Berzelius rechazó en principio su interpretación ya que él consideraba a los radicales
como grupos inmutables. No obstante, la evidencia de otros compuestos con características
similares permitió la entrada del concepto de isomería en la Química, y fue el propio Berzelius
quien acuño este término.
Este experimento refutaba la teoría de la fuerza vital y Wöhler le escribe a Berzelius una carta
en donde expresa: "Debo decirle que puedo preparar urea sin emplear riñones ni siquiera
animales enteros, sean hombres o perros."
Debe señalarse que ya antes de Wöhler, Eugene de Chevreul había aventurado el criterio de
que los compuestos orgánicos se comportaban de forma similar a los inorgánicos al demostrar
que las grasas eran el producto de la reacción de un ácido orgánico con la glicerina, que esta
reacción era similar a las reacciones de neutralización inorgánicas, y que los jabones eran las
sales de los ácidos orgánicos.
En el medio de esta confusión, en 1828, Dumas y Boullay proponen la teoría de las eterinas
(etileno), comparando las reacciones de adición de este compuesto con las del amoniaco. Dumas
interpretó la eterina (etileno) como un radical.
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Aunque la teoría de la eterina fue rechazada ya que el etileno no presentaba las propiedades
básicas frente al agua características del amoniaco, ni formaba sales frente a los ácidos.
Aunque la existencia del radical benzoilo pareció comprobar la teoría dualista de Berzelius,
basada en las ideas de Lavoisier acerca de la naturaleza de los oxiácidos, el establecimiento de
radicales que no contenían oxígeno era un argumento contrario a las ideas de la atracción
electrostática que mantenían unidos al radical con el resto del compuesto.
Un hecho importante comenzó a socavar la teoría de los radicales. Ya desde 1823, Gay Lussac
había observado que en el cianógeno, el hidrógeno podía ser reemplazado por cloro. Entre 1833
y 1834, Dumas reportó la sustitución de hidrógeno por cloro en algunos hidrocarburos, e incluso
que el oxígeno también podía ser sustituido por aquel elemento. Su discípulo Laurent por su
parte logró clorar, bromar y nitrar compuestos aromáticos por reacciones de sustitución. Laurent
insitió repetidamente en la idea de que los hidrocarburos eran radicales fundamentales de los
que se podían obtener radicales derivados mediante reacciones de sustitución. Los trabajos de
Dumas y Laurent abrieron el paso a la teoría unitaria de la sustitución, tesis doctoral de este
último.
Los experimentos de Dumas y de Laurent socavaban de la teoría de los radicales, sobre todo la
idea de la existencia de grupos inmutables en los compuestos orgánicos y provocó que tanto
Liebig, como Berzelius atacaran duramente los trabajos de ambos. Del primero se escribió que
robaba los resultados de otras personas y el segundo fue tildado de ignorante de los principios de
la investigación científica. Como consecuencia del hostigamiento Dumas se retrotrajo de la
teoría de la sustitución y Laurent se vio obligado a abandonar París. Curiosamente poco después
Dumas publicó la primera teoría de los tipos, que difería muy poco de la teoría de la sustitución
de Laurent.
A pesar de los aspectos erróneos de la teoría de los radicales, ella aportó dos aspectos de
importancia al conocimiento de la estructura de las sustancias orgánicas:
• la existencia en las moléculas de grupos de átomos o radicales con cierta inercia a la reacción
• el reconocimiento de que las principales transformaciones se producen en puntos activos de la
molécula, de una forma similar a las de las sustancias inorgánicas.
La teoría de la sustitución sólo tenía en cuenta una parte de las propiedades de las sustancias
orgánicas y olvidaba por completo el concepto de radical que lograba explicar un conjunto de
reacciones. Laurent, y sobre todo Gerhardt, quien colaboraba con Laurent y lo sustentaba
económicamente, abandonaron la teoría de la sustitución en su forma extrema y combinaron
ambas representaciones. En 1839, Gerhardt propone una nueva teoría de las reacciones
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orgánicas llamada Teoría de los Residuos, que esencialmente planteaba que las reacciones
orgánicas procedían por doble descomposición. Tratando de demostrar su teoría y de lograr una
generalización de la forma en que transcurrían las reacciones orgánicas, Gerhardt publica un
conjunto de artículos, en donde esboza el concepto de homólogo basándose para ello en los
pesos moleculares de las sustancias. De acuerdo a sus ideas, en las series homólogas las
propiedades de las sustancias eran similares y escribió "Es solamente necesario conocer las
reacciones de cualquiera de ellos (en la serie) para predecir las de los restantes."
Gerhardt encontró una dificultad: en una serie homóloga no debían existir una sustancia con
dos pesos moleculares diferentes, hecho muy común en la época por la confusión que existía
entre peso molecular y peso equivalente. Esta dificultad fue solucionada por Laurent, quien en
1846 publicó un importante artículo en el que se distinguían ambos conceptos y en el cual
establece que si el peso equivalente de una sustancia era variable, los pesos moleculares no
podían ser hallados por vía química, sino que debían determinarse con ayuda de propiedades
físicas. Aplicando estas ideas Laurent demostró que los gases elementales como el nitrógeno y
el oxígeno, estaban constituidos por moléculas diatómicas.
A partir del año 1850 Kolbe volvió a retomar la teoría de los radicales, en sus trabajos sobre la
constitución de los ácidos grasos, realizándole algunas modificaciones de tal forma que es
posible hablar de una nueva teoría de los radicales. Kolbe reconoce la existencia del radical
acetilo en el ácido acético, pero en el mismo reconoce que el grupo metilo, puede ser sustituido
por otros grupos, etilo, propilo, sin que se afecten su carácter ácido.
A pesar de estos avances, la nueva teoría de los radicales no pudo lograr un esclarecimiento de
la estructura de los compuestos orgánicos, por lo que en la década del cincuenta del siglo XIX,
surge una nueva teoría, la teoría de los tipos, ó nueva teoría de los grupos, desarrollada por
Wurtz, Williamsom y Gerhardt.
La teoría de los tipos, tiene su origen en los trabajos que de forma independiente y y casi
simultánea, realizaron Wurtz y Hoffmann, de que el hidrógeno en la anilina y el amoniaco puede
ser sustituido al reaccionar con halogenuros de alcohilo. Los productos de la reacción siguen
teniendo propiedades básicas y pueden ser agrupados como compuestos tipo amoníaco.
Williamsom, encontró un nuevo tipo de compuestos, los compuestos tipo agua, al comprobar
que en la reacción de los alcoholes con los halogenuros de alcohilo se producen éteres,
esclareciendo así la relación entre los alcoholes y los éteres. Entre estas sustancias tipo agua, el
propio Williamsom incluyó posteriormente los ácidos y los anhidridos de ácido.
Poco a poco fueron surgiendo otros tipos de sustancias como, las tipo sulfhídrico, tipo
clorhídríco, tipo hidrógeno y tipo metano.
La teoría de los tipos fue un gran paso adelante en el esclarecimiento de las relaciones
estructurales y genéticas entre las diferentes familias de los compuestos orgánicos. No obstante,
las relaciones formales que se establecían en ocasiones, entre compuestos que no la tenían, llevó
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a que se propusieran tipos mixtos, que provocaron más confusión que claridad en el
conocimiento de las estructuras.
Otro paso importante que se dio en la época hacia el establecimiento de un sistema conceptual
relacionado con la estructura y las propiedades de las sustancias orgánicas fue la teoría de la
capacidad de saturación de los elementos (valencia), propuesta por Frankland. En un principio el
concepto de valencia se empleó para esclarecer la estructura de las sustancias inorgánicas y sólo
fue utilizado para explicar compuestos sencillos de carbono, como el metano o el dióxido de
carbono. Fue Kekulé, quien en 1858, postuló la idea de que en las moléculas orgánicas los
átomos de carbono podían enlazarse entre sí mediante la saturación de una valencia por átomo.
Así en un compuesto con dos átomos de carbono, dos valencias se empleaban para la saturación
recíproca de los átomos de carbono y las seis restantes se saturaban con hidrógeno, u otros
átomos como el oxígeno o el nitrógeno. Esta teoría permitió explicar la existencia de las series
homólogas.
A través del concepto de tetravalencia del carbono y la saturación recíproca de los átomos de
carbono presentes en el compuesto fue posible abandonar la teoría de los tipos y escribir las
primeras fórmulas. La teoría estructural de Kekulé fue completada por el químico ruso Butlerov,
a quien se debe el término estructura, y que planteó en 1861que sólo había una fórmula
estructural para cada sustancia, estableciendo así claramente la relación entre las propiedades y
la estructura del compuesto.
Al aceptarse la teoría estructura, químicos como Couper y Wurtz desarrollaron las fórmulas
estructurales de muchos compuestos. A Couper se le deben las formulas estructurales como hoy
las conocemos. En 1865, Kekulé resuelve la estructura de los compuestos aromáticos como el
benceno, y sólo bastaron unos hechos más: el descubrimiento de los dobles y triples enlaces por
Erlenmeyer, la introducción del concepto de tautomería, la isomería óptica, la estereoquímica,
etc. para formar el cuadro estructural de las sustancias.
El desarrollo de la Química Orgánica en la segunda mitad del siglo XIX como consecuencia
del establecimiento del sistema conceptual y de los métodos de síntesis orgánica puede
significarse con sólo unos ejemplos, la síntesis del acetileno a partir de sus elementos en 1858,
del ácido salicílico en 1860, del primer azúcar en 1861, del ácido acetilsalicílico, la preparación
de alcoholes secundarios y terciarios, entre otros. Especialmente la síntesis de colorantes y la
obtención de nitrocompuestos tuvieron una especial repercusión social.
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Perkin emprende en Alemania la fabricación industrial del colorante que un año después se
vendería al mismo precio que el platino.
Rápidamente se sintetizaron otros colorantes: el índigo por Baeyer, y el rojo turquía por
Graebe y Liebermann.
Los estudios sobre los colorantes, realizados por Baeyer, trajeron como consecuencia la
síntesis de muchas sustancias que sirvieron como medicamentos. El primer fármaco sintético
fue la acetofenidina o fenacetina. Sólo dos años después comenzó a producirse la aspirina. La
aspirina o ácido acetilsalícilico, fue sintetizado en los laboratorios Bayer por el hijo del profesor
Hoffmann, a petición de su padre, quien tomaba ácido salícilico, sustancia analgésica que se
extraía de la corteza del sauce, pero que era amarga e irritante.
Ya desde el siglo XVIII se obtenían muchos productos químicos de forma industrial, como el
ácido sulfúrico y el carbonato de sodio. y otras muchas que sustentaban la industria metalúrgica,
textil, y del jabón.
En el transcurso del siglo XIX se desarrollan otros muchos procesos químicos para obtener
sustancias de gran utilidad para el hombre, diversificándose la industria química.
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ocurrió durante todo el siglo XIX, en el marco de una ciencia académica principalmente
universitaria.
La industria química alemana acabo de consolidarse con el desarrollo, en 1909, del método
Haber que permitía sintetizar amoniaco, a partir del nitrógeno del aire, reemplazando a los
nitratos como materia prima. La obtención del amoniaco, permitió a los alemanes obtener ácido
nítrico y otros compuestos nitrogenados, para la fabricación de explosivos y fertilizantes.
La Química se convierte ella misma en una fuerza productiva directa por sus múltiples
aplicaciones y en impulsora de avances tecnológicos importantes. El empleo de la Química en
bien o en perjuicio del hombre y la sociedad abre el cuestionamiento de importantes problemas
éticos en el campo de la ciencia.
Siglo XX
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Contexto económico, político y social
El desarrollo del capitalismo durante el siglo XIX dio lugar a una nueva fase de estas forma de
relaciones de producción: el imperialismo. En la esfera económica esta etapa se caracteriza por
una gran concentración de la producción y del capital en monopolios. Los trusts y consorcios
más fuertes asimilan las empresas pequeñas y débiles adueñándose de las posiciones más
importantes de la industria. Por ejemplo, en los primeros años del siglo pasado, en los Estados
Unidos de América, el consorcio petrolero Standard Oil, controlaba casi un 90% de la
producción de crudos y la United Steel Corporation más de un 60 % de la producción de acero.
En Alemania, la Siemens-Haslske y la AEG se repartieron casi dos tercios de la industria
electroténica, mientras que en Francia, en la industria química, ejercían el mando dos grandes
consorcios Kulhmann y Saint Gobain. Un proceso de concentración similar ocurrió en la banca.
Otra característica del imperialismo es la estrecha vinculación del capital financiero con el
industrial.
Toda esta situación provoca que las grandes potencias se adueñaran de determinados mercados
y fuentes de materia prima, luchando entre sí por un reparto del mundo favorable a sus intereses,
lo que provocó guerras de carácter imperialistas, ya desde finales del XIX, como la intervención
norteamericana en nuestra guerra de independencia contra España en 1898, con la consecuencia
de que los Estados Unidos se adueñaran de la Lousianna, Puerto Rico, y Filipinas, y convirtieran
a Cuba en una neocolonia.
A fines del XIX, otras potencias como Japón asfixiaba Corea e intentaba apoderarse de China;
Italia anexarse a Etiopía, Portugal intentaba sujetar a sus colonias en Africa, Inglaterra mantenía
su dominio sobre la India, Egipto y otros territorios ultramarinos, y Francia algunas colonias en
América, el norte de Africa e Indochina. Sin embargo, hay países industrializados como
Alemania, y Bégica, que habían llegado tarde a este reparto territorial del mundo y requerían de
una expansión de capitales para su desarrollo. El reforzamiento de la expansión colonial, la
encarnizada competencia por los mercados, la lucha por nuevas fuentes de materia primas y por
las esferas de influencia, provocaron la Primera Guerra Mundial. Países como Inglaterra,
Francia y Rusia formaron el pacto de la Entente, el cual se enfrentó con la coalición alemana de
la que formaban parte Austria-Hungría, Italia, y Turquía.
La Primera Guerra Mundial no resuelve los problemas inherentes al sistema capitalista. Las
crisis económicas, especialmente la de 1929-1933, la paulatina recuperación de Alemania y sus
aliados, el peligro que representaba parea los países capitalistas la existencia de la Unión
Soviética, la guerra nipo-china, la guerra nacionalista del pueblo español, fueron creando
condiciones políticas para el estallido de la II Guerra Mundial de 1939-1945, por un nuevo
reparto del mundo.
Aunque la II Guerra Mundial tuvo un alto costo, sobre todo humano, tuvo como consecuencia
la creación del campo socialista, bloque que integraron países como la RDA, Checoslovaquia,
Polonia, Rumania, Bulgaria, Mongolia, la República Popular China, Yugoslavia, entre otros. La
existencia del campo socialista marcó la segunda mitad del siglo, como una época de guerra fría
entre ambos bloques políticos pero también sirvió de muro de contención a las apetencias
imperialistas de dominio mundial
La segunda mitad del siglo XX, conoce una intensificación de los movimientos de liberación
nacional en Asia y Africa. Muchos países africanos alcanzaron su independencia en los años 50
y 60, pero se mantuvieron las condiciones de extrema pobreza y subdesarrollo, así como la
dependencia económica de las grandes potencias. Se establecen nuevas formas de dominación
colonial.
Las últimas décadas del siglo XX han planteado un nuevo estadío de desarrollo del sistema
capitalista. En los años 90, y debido a mal manejo de la dirección de la economía y la política
interna, se derrumba el campo socialista, y con ello el bloque de contención del capitalismo.
Este adquiere una nueva forma, donde los grandes monopolios adquieren un carácter
transnacional, que abarca todo el mundo. Los procesos de globalización de la economía, el
neoliberalismo, la existencia de entidades como el banco mundial y el Fondo Monetario
Internacional, las nuevas tecnologías de las comunicaciones, confieren a las relaciones
internacionales un nuevo cariz, agravando las diferencias entre países pobres y ricos,
concentrando el capital en unos pocos y extremando la penuria, el desempleo, los problemas en
la educación, la salud y provocando explosiones sociales y guerras de una violencia no conocida
hasta el momento.
El Laboratorio de Cavendish en Cambridge, fundado en el siglo XIX, hizo época no sólo por
la relevancia de sus investigaciones fundamentales para la determinación de la estructura
atómica, sino por la excelencia mostrada por sus directores científicos, J.J. Thomsom y Ernest
Rutherford, que lograron con su liderazgo que siete investigadores asistentes del Laboratorio
alcanzaran el Premio Nobel de Física. Este laboratorio también fue escenario de grandes
descubrimientos relacionados con la estructura de las proteínas que también condujeron al
Nobel a varios de sus miembros.
En la década del 40, se crea en Nuevo México, el Laboratorio Nacional de los Álamos,
verdadera empresa científica multinacional, con el objetivo de dar cumplimiento al llamado
Proyecto Manhattan para la fabricación de la bomba atómica.
El empleo de la bomba atómica en la II Guerra Mundial abrió un amplió debate ético sobre la
ciencia. Con anterioridad a Hiroshima y Nagasaki, los científicos de todo el mundo intentaron
aunar esfuerzos para detener a Hitler en el empleo del arma nuclear, a posteriori, la gran
mayoría de la comunidad mundial reaccionó contra el desarrollo de las armas de exterminio en
masa y abogó por el uso pacífico de la energía nuclear. Einstein, por ejemplo luchó a favor del
desarme internacional, pero no faltaron, sin embargo aquellos que consideraron oportuno
continuar la espiral armamentista, y entre éstos se contó con el arquitecto principal de la bomba
de Hidrógeno, el físico húngaro, nacionalizado estadounidense, Edward Teller. El nivel de
desarrollo de la Ciencia y la Tecnología y el uso que se haga de los avances de las mismas,
afecta a la sociedad en su conjunto y pasan a un primer plano de discusión, problemas como la
función social de la Ciencia, la responsabilidad social de los científicos, el humanismo y la ética.
La Revolución Científico Tecnológica de fines del siglo XX, barre con la antigua clasificación
disciplinar de la ciencia, al desarrollarse los conocimientos de forma inter y multidisciplinaria y
en los espacios frontera. Pero, la Revolución Científico Tecnológica es más que eso, implica un
nuevo modo de hacer Ciencia, que está caracterizado porque las investigaciones científicas se
realizan en el contexto mismo de su aplicación, desdibujándose la división entre ciencia pura y
ciencia aplicada. Los nuevos conocimientos, interdisciplinares por su contenido, están
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sometidos a una evaluación constante de la calidad, lo que provoca una gran movilidad del
saber. Estos cambios y transformaciones profundamente revolucionarios que están ocurriendo
en Ciencia y Tecnología, tienen un impacto importantísimo en la sociedad, los conocimientos
científicos ejercen una decisiva influencia en las relaciones económicas, políticas y sociales de
un país determinado, en todas las esferas de la vida social.
• La estructura atómica.
En 1870, William Crookes realizó experimentos con un tubo de descarga que contenía un gas
a muy baja presión. Al aplicar una diferencia de potencial alta entre los electrodos notó la
existencia de un haz de rayos que emergía del cátodo y que se movía hacia el ánodo. La
dirección del movimiento llevó a Crookes a suponer que los rayos debían tener carga negativa.
Observó además que estos rayos eran capaces de impulsar el movimiento de una pequeña rueda
de paletas interpuesta en el camino, por lo que dedujo que estaban compuestos por diminutas
partículas que se movían muy rápidamente, de modo que la gravedad no tenía influencia sobre
ellas. Goldstein los denominó rayos catódicos.
En 1886, Goldstein continuó los estudios de estos rayos con el tubo de Crookes, y observó que
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si practicaba unos orificios en el cátodo se detectaba una descarga eléctrica detrás de él, con la
aparición de unos rayos de carga positiva, que a diferencia de los rayos catódicos, sus
propiedades dependían del material empleado. Estos rayos positivos fueron denominados por el
propio Goldstein como rayos canales.
En 1895, Roentgen descubrió en el tubo de descarga otro tipo de radiación al recubrir con un
papel negro el tubo y observar que compuestos de bario casualmente cercanos al tubo se
tornaban fosforescentes. Los rayos de Roentgen, capaces de atravesar ciertos materiales y de
proyectar una sombra con otros materiales mas densos, y no ser desviados por campos ni
eléctricos ni magnéticos, fueron denominados rayos X por resultar incomprensible su naturaleza
para los investigadores de aquella época.
Unos años más tarde, en 1897, otro científico británico, J.J. Thomson, realizó otros
experimentos para elucidar la naturaleza de los rayos catódicos, detectando que éstos eran
deflectados tanto por un campo magnético como por uno eléctrico. Midiendo con precisión estas
desviaciones pudo determinar la relación carga-masa de esas partículas. Ya con anterioridad
Stoney había propuesto la denominación de electrón para la unidad de carga eléctrica y fue éste
el nombre que se adoptó para estas partículas.
En 1902 Philip Lenard, mediante el llamado efecto fotoelectrico, demostró que los electrones
que componían los rayos catódicos porvenían del metal que formaba el cátodo y no de la fuente
de corriente, por lo que quedó evidenciado que el electrón era una partícula subatómica. Los
trabajos de Millikan, realizados entre 1904 y 1911, condujeron a la determinación de la masa del
electrón, la cual resultó increíblemente pequeña.
Los estudios de los rayos emitidos por los elementos radioactivos fueron estudiados por
Rutherford, que encontró que estaban constituidos por dos tipos de partículas: las partículas a las
que denominó alpha α y beta β. Más tarde otro fueron descubiertos un tercer tipo los rayos
gamma γ. Rutherford estudió la dispersión de las partículas α, que eran átomos de helio de los
cuales habían sido removidos los electrones. Hizo bombardear con ellas láminas muy finas de
oro, encontrando un resultado sorprendente: sólo una partícula alpha entre 20 000 rebotaba
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contra la lámina. Según las propias palabras de Rutherford: "Era un resultado tan increíble como
si disparara un proyectil de quince pulgadas a un pedazo de papel de seda y éste rebotara y lo
golpeara".
Para explicar sus resultados Rutherford diseñó un nuevo modelo atómico, el modelo nuclear,
donde la carga positiva debía estar localizada en un núcleo muy pequeño en comparación con el
tamaño del átomo. Los electrones se encontraban en la envoltura del núcleo ocupando un
espacio relativamente grande.
Ya hacia 1920 estaba formada la imagen de un átomo nuclear, en el que el núcleo formado por
protones cargados positivamente, y los electrones girando a su alrededor, pero no había
explicación para la existencia de los isótopos, ni para justificar que la masa de los átomos era
mayor que la suma de las masas de los protones y electrones. Rutherford predijo entonces la
existencia de partículas con masa semejante a la de los protones pero sin carga. En 1932, el
físico británico Chadwick logró probar la existencia de la nueva partícula subatómica, a la que
denominó neutrón.
En 1913, Niels Bohr propuso un modelo atómico para explicar estos espectros de líneas
basado en la hipótesis cuántica de Planck. En el modelo de Bohr, los electrones se movían en
órbitas circulares planas con valores cuantizados de energía. El átomo de Bohr era capaz de
explicar el espectro de emisión del hidrógeno pero no el de los átomos multielectronicos, ni era
capaz de explicar la existencia de los estados estacionarios del electrón. Los científicos
continuaron buscando información que permitiera entender la compleja estructura del átomo, la
evidencia experimental mostraba que las leyes de la física del macromundo no eran aplicables
en el micromundo.
Aún cuando Thomson sugirió, a modo de tentativa, que el enlace químico es una consecuencia
de la atracción electrostática entre estructuras atómicas dotadas de cargas opuestas, resultantes
de la trasferencia de electrones de unos átomos a otros, las primeras hipótesis definidas acerca
del papel de los electrones en la formación de los enlaces químicos fueron las de Kossel y Lewis
en 1916.
Sólo unos años después, en 1932, Hund, Mullikan, Hückel y Jones, proponen la teoría de los
orbitales de los orbitales moleculares que parte del postulado de que al formarse la molécula se
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forman nuevos orbitales que se extienden a toda la molécula. El resultado es particularmente útil
en el estudio de los sistemas no saturados.
El estudio estructural de las sustancias prosigue de forma indetenible tanto desde el punto de
vista teórico como de las técnicas que se emplean.
La química de los compuestos de coordinación se inicia a principios de siglo con los trabajos
de Werner. Werner estaba profundamente interesado con uno de los problemas básicos de la
Química, la naturaleza de la afinidad y la valencia, y comienza a estudiar un grupo de
compuestos cuya estructura molecular era inexplicable en ese momento, las metal-aminas, las
sales hidratadas, las sales dobles. Sus hipótesis acerca de la coordinación abrieron un nuevo
campo en la química inorgánica e incluso encontraron aplicación en la Química Orgánica, la
bioquímica y la Química Industrial. Werner fue el primero en demostrar que la estereoquímica
es un fenómeno no limitado a los compuestos del carbono, y sus puntos de vista sobre la
valencia y el enlace químico estimularon las ulteriores investigaciones en estos tópicos. La
teoría de la coordinación de Werner, y sus conceptos de número de coordinación, valencia
primaria y secundaria, las configuraciones octaédricas, cuadrado planas y tetraédricas, no solo
fueron una explicación lógica de compuestos de coordinación conocidos, sino que permitieron
predecir el descubrimiento de una serie de estos compuestos. Werner caracterizó y nombro
diferente tipos de isomería inorgánica y aventuró explicaciones para la formación de complejos
polinucleares, la hidratación de iones metálicos, y la hidrólisis de muchos compuestos. Aunque
la Química de los compuestos de coordinación ha avanzado mucho después de estos trabajos
pioneros, y han aparecido nuevas teorías como la del campo cristalino, Werner ha sido
reconocido como el Kekulé de la Química Inorgánica.
En estos trabajos de inicio de siglo, también se destacan los estudios acerca de la estructura de
los sólidos cristalinos, a partir de técnicas de difracción de rayos X, que permitieron calcular
distancias interátómicas y ángulos de enlace de muchos compuestos tanto inorgánicos como
orgánicos.
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Aparecen los polímeros
Materiales como el cuero, la lana, la madera, el algodón y otras fibras naturales, la goma, la
resinas, el papel, son polímeros naturales que el hombre aprendió a utilizar en diferentes
estadios de la civilización.
Los químicos e industriales del siglo XIX alcanzaron éxitos moderados en la mejora de las
propiedades de las fibras naturales, el caucho y las resinas. Así en 1844, John Mercer mejoró la
extensión y teñilibilidad del algodón, mediante su inmersión en una disolución de hidróxido de
sodio, proceso que se conoce como mercerizado y Macintosh fabricó en 1823 un impermeable a
base de algodón y caucho natural.
En 1839, Charles Goodyear amplió la utilidad del caucho natural mediante la vulcanización.
Este proceso fue descubierto accidentalmente cuando un trozo de caucho tratado con azufre
cayó en un horno caliente, y se observó que el calentamiento a alta temperatura, alteraba las
propiedades del caucho y éste se volvía insensible a las variaciones de temperatura. Años más
tarde, en 1851, Nelson Goodyear fabricó el primer plástico comercial, el caucho duro o ebonita
aumentando la proporción de azufre.
Otros polímeros sintéticos fueron obtenidos en esa centuria gracias al desarrollo de los
métodos de síntesis. Desde 1845 se conocía la reacción de nitración de la celulosa, lo que
permitió que en 1884 Chardonnet obtuviera fibras de seda artificial a partir de la nitrocelulosa.
Esa fibra altamente inflamable fue reemplazada en 1892 por el rayón de viscosa, que se obtuvo
haciendo pasar el xantato de celulosa por disolución de ácido sulfúrico.
En 1860, un joven tipógrafo, llamado John Wesley Hyatt, leyó en Albany, estado de Nueva
York, una convocatoria de la empresa Phelan and Collander, productora de bolas de billar, en la
cual se prometía un premio de diez mil dólares a quien consiguiera un material capaz de sustituir
al marfil natural en la fabricación de las bolas, por cuanto la materia prima natural estaba
escaseando. A partir de 1863, Hyatt se dedicó completamente a la investigación del marfil
artificial u otro material capaz de satisfacer las demandas de la industria. Tuvo éxito en otra
dirección, al desarrollar en 1869, un método de procesamiento a presión de la peroxilina, un
nitrato de celulosa plastificado con alcanfor y una mínima cantidad de alcohol. Nacía así el
celuloide, patentado el 12 de julio de 1870. La primera fábrica que produjo este nuevo material
fue la Albany Dental Plate Company, fundada en el propio año 1870. Su nombre se explica
porque una de las primeras aplicaciones fue la obtención de huellas dentales experimentada por
dentistas. Dos años más tarde esta industria se transformó en la Celluloid Manufacturing
Company. Si bien Hyatt no ganó el premio ni fabricó bolas de billar, su producto se empleó en
la industria de la fotografía y el cine, teniendo un notable éxito comercial.
La condensación del fenol con el formaldehido en una masa resinosa fue obserbada por
Baeyer en 1872, quien abandonó su estudio al no poder obtener una sustancia cristalina, En
1909, el doctor Leo Bakeland logró desarrollar un proceso para la obtención de esta resina
fenólica que despertó un gran interés debido a sus propiedades. Este producto podía moldearse a
medida que se formaba, era duro al solidificar, no conducía la electricidad, era resistente al agua
y a los disolventes, pero fácilmente mecanizable. La bakelita se empezó a obtenerse
industrialmente en 1910 por la Bakelite Corporation. Bakeland nunca supo que en realidad había
obtenido lo que hoy conocemos como un copolímero, con un alto grado de entrecruzamiento en
su estructura molecular que lo convierte en un plástico termofijo.
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La obtención y empleo de este tipo sustancias naturales o sintéticas era casual o accidental
hasta comienzos del siglo XX. Si bien a mediados del siglo XIX algunos científicos trataban de
caracterizar la composición y estructura de este tipo de sustancias y de sistematizar algunas de
sus propiedades físicas particulares, como la viscosidad y la elasticidad, existía una gran
confusión acerca de la naturaleza de estas sustancias, que hoy conocemos como polímeros. Los
químicos orgánicos ponían como base de toda consideración estructural, la condición sine qua
non de obtener o aislar compuestos puros, preferiblemente cristalinos, con los que se pudiera
obtener con confianza las mediciones de composición centesimal, propiedades físicas, etc. La
obtención de resinas, no destilables y poco solubles despertaba poco interés y desconfianza en
cuanto a considerarlas compuestos químicos bien definidos. Aunque el análisis elemental de
estas sustancias naturales y sintéticas arrojaba fórmulas empíricas semejantes a la de pequeñas
moléculas, los elevados pesos moleculares que se obtenían a partir de las propiedades
coligativas de sus disoluciones hizo prevalecer la opinión de que sustancias como el almidón, la
celulosa y la goma, eran sistemas coloidales formados por la asociación de partículas más
pequeñas.
Otros polímeros sintetizados antes de 1940, y que tuvieron una gran importancia comercial ya
que diversificaron la disposición de materiales plásticos para la fabricación de los más disímiles
objetos, fueron: el poliestireno, el acetato y el cloruro de polivinilo (PVC) y el polimetacrilato
de metilo. Las resinas de poliestireno se caracterizan por su alta resistencia a la alteración
química y mecánica a bajas temperaturas y por su muy limitada absorción de agua, propiedades
que lo que hacen muy adecuada para aislamientos y accesorios a baja temperatura; el
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polimetacrilato de metilo, conocido como plexiglass, es muy útil por sus excelentes propiedades
ópticas, el PVC empleado en tuberías y recubrimientos de cables eléctricos. La Segunda Guerra
Mundial, tanto para los Aliados como para las fuerzas del Eje, fue una fuerza impulsora de estos
nuevos materiales. Los poliésteres se emplearon como blindajes y Alemania, que perdió sus
fuentes naturales de látex, inició un gran programa que llevó al desarrollo de un caucho sintético
utilizable, llamado BUNA, por las materias primas empleadas, butadieno catalizado por sodio.
Por otro lado, llegó a ser evidente que las cadenas moleculares eran flexibles y podían
reordenar su forma por estiramiento. Esta era un explicación simple y cualitativa de la
elasticidad de la goma y otros elástómeros. La teoría formulada por Mark, que está detrás de los
problemas del entrecruzamiento y la cristalización fue reconocida claramente y con ello la
existencia de los sistemas termoplásticos y termofijos.
Desde este bing bang, la ciencia y la tecnología de los polímeros se ha desarrollado en una
amplia corriente que se mueve hacia delante y fertiliza un territorio cada vez mayor. Pero aún
ocurren aún descubrimientos inesperados.
Una innovación inesperada y de gran alcance teórico y práctico fue la síntesis de los polímeros
en bloque. En 1957 Michael Swarc, mediante un mecanismo de polimerización aniónica, obtuvo
por vez primera los llamados polímeros vivientes, que mantienen vivos los centros activos,
posibilitando la adición de otros monómeros a la cadena original. Este tipo de polímeros
permitió obtener nuevas clases de gomas, como los elastómeros termoplásticos. Desde el punto
de vista teórico, la ausencia de reacciones de terminación en los polímeros vivientes dio lugar a
polímeros con distribuciones de masas moleculares muy poco dispersas, que posibilitaron los
experimentos acerca de la viscosidad de las disoluciones poliméricas y la reología de los
polímeros.
El premio Nobel Paul John Flory, quien denominó el siglo XX como la "era de los polímeros",
predijo que: "el futuro pertenece a los tecnopolímeros y polímeros especiales que serán
producidos a lo mejor en cantidades un poco reducidas pero que serán esenciales para el
progreso de la humanidad".
Química de la vida
Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha mostrado un gran interés por los productos naturales
y los ha empleado en su provecho. Con el desarrollo de la ciencia y de los métodos de
indagación de la realidad, la investigación de la composición y la estructura de estos compuestos
ha dado lugar a un nuevo campo de trabajo para los químicos, que es interdisciplinar por las
propias características del objeto de estudio.
Si bien el rol que juegan muchas sustancias químicas en el funcionamiento de los organismos
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vivos de sustancias, tales como las vitaminas, las hormonas, las enzimas, las proteínas y muchas
otras, atañe específicamente a la Bioquímica, los químicos han desempañado un papel decisivo
en el estudio de estos compuestos y en la síntesis de homólogos para su empleo en beneficio del
hombre.
En conexión con esta gravitación hacia los compuestos bioactivos se encuentra el desarrollo
de una novedosa generación de fármacos prototipos para cumplir una misión reiteradamente
planteada ante los químicos desde la legendaria Casa de la Sabiduría de Bagdad en el medioevo,
pasando por Livabius y Paracelso en el Renacimiento europeo, hasta alcanzar con Erlich en el
siglo XIX el antecedente inmediato de la Quimioterapia.
Las vitaminas son un grupo de compuestos bioactivos cuya estructura fue dilucidada a
comienzos de siglo. Aunque el estudio científico de su estructura es relativamente reciente, su
necesidad fue apreciada durante cientos de años.
Desde finales del XIX, distintos investigadores estudiando enfermedades carenciales como el
beriberi, el escorbuto, el raquitismo y la pelagra, lograron determinar la existencia de sustancias
activas en distintos alimentos, que permitían curar esas enfermedades. En 1911, Funk aísla de la
cascarilla del arroz una sustancia muy activa que con solo unos centigramos podía curar el
beriberi a polluelos y palomas. Por creer que se trataba de una amina vital para el organismo, fue
denominada vitamina (B). La presencia de sustancias similares en otros alimentos fue dando
lugar al reconocimiento sucesivo de la vitamina A, C, D, E., K, etc.
Así, Richard Kuhn, químico del Instituto Wilhelm Kaiser de Alemania, obtuvo importantes
resultados sobre la estructura de las vitaminas B2 y B6, sintetizando esta última más tarde.
Alexander Todd estudió las estructuras químicas y los métodos de síntesis de las vitaminas B1 y
E. La vitamina C fue aislada en 1928 por el químico húngaro Szent-Gyorgyi, y sintetizada por
Haworth. Paul Karrer estudió flavonoides, carotenoides y la vitamina A y B6. La gran mayoría
de las vitaminas han sido sintetizadas químicamente.
La presencia de sustancias en las plantas, con actividad fisiológica, capaces de actuar como
estimulantes, calmantes, drogas o venenos, era ya conocida desde la antigüedad.
El término alcaloide fue establecido por el farmaceútico alemán Serturnner, quien aisló el
principio activo del opio, la morfina, en 1806, para denotar sus propiedades básicas. La morfina
fue el primer alcaloide aislado. En 1820, el químico francés Joseph Pelleterier preparó el
alcaloide activo de la corteza de quina y lo llamó quinina. Después de ese logro aisló varios
alcaloides más, entre ellos la atropina (obtenida de la belladona) o la estricnina (obtenida de la
nuez vómica). La cocaína fue aislada por primera vez en 1855. En el siglo XIX fue sintetizado
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también el primer alcaloide la coniína, que se encuentra presente en la cicuta y en 1898, fue
realizada la transformación química de la morfina en heroína. Sólo las técnicas estructurales
establecidas en el siglo XX, permitieron el descubrimiento de la disímil estructura química de
estas sustancias. En la década del 30, Robert Robinson realiza importantes estudios la estructura
química de los alcaloides, por lo que recibió el Premio Nobel en 1947. La síntesis de los
alcaloides o la transformación química en derivados más potentes, ha sido ampliamente
estudiada por su grandes aplicaciones en la medicina. Desgraciadamente, los efectos de estas
drogas han propiciado su producción inescrupulosa provocando una de las mayores pandemias
de la actualidad: la drogadicción.
El estudio de los pigmentos vegetales, como la estructura de la clorofila, los flavonoides y los
carotenoides tuvieron lugar en las primeras décadas del siglo XX. Investigaciones
trascendentales sobre la constitución de la clorofila fueron realizadas por el célebre químico
orgánico alemán del Instituto "Kaiser Wilhelm" Richard Willstätter, mientras que su colega
Richard Kuhn, en un período de veinte años, descubrió ocho nuevos tipos de carotenoides, y fue
capaz de analizar su constitución. Estos estudios le permitieron a Kuhn emprender los trabajos
sobre las vitaminas. Willstätter también logró aislar y sisntetizar otros pigmentos vegetales del
grupo de las antocianidinas.
Solo una década después, en 1914, Kendall aísla la tiroxina a partir de la glándula tiroides, y
en 1927 es sintetizada químicamente. El propio Kendall aísla en 1935 la cortisona, y su síntesis
tiene lugar en 1944.
La historia se repite con la insulina, en este caso una hormona de naturaleza proteica La
insulina, fue aislada primeramente del páncreas de animales nonatos por Grant y colaboradores
en 1921. Frederick Sanger determina su estructura molecular en 1955, siendo la primera
proteína cuya secuencia de aminoácidos logra ser descifrada, En 1965, diez años después, la
insulina fue sintetizada. Al conocimiento de la estructura tridimensional de la insulina
contribuyeron los trabajos de la química británica Dorothy Crowfoot Hodgkin que empleó, a
esos efectos, durante largos años, el análisis de rayos X.
La obtención de todas estas hormonas por aislamiento y más tarde por síntesis, sin duda
constituye un triunfo de la Química en el tratamiento de enfermedades como el bocio, el
cretinismo, la artritis y las fiebres reumáticas o la diabetes mellitus.
Entre 1960 y 1966, tienen lugar las investigaciones que descifran el código genético que
utilizan todas las células vivas para traducir la serie de bases de su ADN en instrucciones para la
producción de proteínas. Una posición relevante en estas investigaciones ocupan los trabajos del
químico hindú Har Gobind Korana (1922- ). Sus estudios contribuyeron a comprender que el
código genético viene determinado por el orden que ocupan las bases adenina, timina, guanina y
citosina en la escalera de ADN.
Un paso trascendental hacia la comprensión íntima de la acción de los anticuerpos fue dado
por el bioquímico inglés Rodney Robert Porter (1917 – 1985) al descubrir la estructura de su
cadena peptídica. Porter que había investigado la química de las proteínas y alcanzado su
doctorado en Cambridge bajo la supervisión del Dr. F. Sanger, inició los estudios de los
anticuerpos en 1948 y poco después debió interrumpirlos hasta poder reanudarlos en 1959 y
coronarlo tres años después mientras laboraba en la célebre institución St. Mary's Hospital
Medical School de Londres.
Hace varias décadas que la ciencia aplicada viene intentando fabricar líneas de anticuerpos
puros en forma artificial, es decir, inmunosueros capaces de detectar y enfrentarse a una parte
específica del antígeno con la esperanza de poder vencerlo. Para César Milstein (1927- 2002 ),
químico argentino radicado en Inglaterra, esta posibilidad se fue convirtiendo en una obsesión a
partir de la sugerencia de Fred Sanger, en el Laboratorio de Biología Molecular de Cambridge,
de cambiar su campo de investigación de las enzimas a los anticuerpos. Milstein y su colega
George Kohler (1946 – 1995) entre 1973 y 1975 lograron describir la técnica del hibridoma para
producir anticuerpos monoclonales, de una pureza máxima, y por lo tanto con mayor eficacia en
cuanto a la detección y posible curación de enfermedades. Este gran hallazgo le valió a Milstein
el Premio Nobel de Medicina (compartido con Kohler) de 1984 y produjo una revolución en el
proceso de reconocimiento y lectura de las células y de moléculas extrañas al sistema
inmunológico.
Los anticuerpos monoclonales pueden dirigirse contra un blanco específico y tienen por lo
tanto una enorme diversidad de aplicaciones en diagnósticos, tratamientos oncológicos, en la
producción de vacunas y en campos de la industria y la biotecnología. En cuanto a sus
posibilidades de diagnosis para la realización de trasplantes, el uso de los monoclonales
permitiría establecer el grado de afinidad entre los órganos y el organismo receptor, de tal modo
de diagnosticar de antemano si el órgano trasplantado sufrirá o no rechazo.
Al otro lado del Atlántico, a partir de la década del treinta, en la institución que más tarde se
convertiría en Universidad de Rockefeller se incubaba un fuerte movimiento en el campo de la
Química de los compuestos naturales que, luego de la segunda guerra mundial, se convertiría en
liderazgo de la ciencia estadounidense. Uno de los iniciadores de este movimiento es John H.
Northrop (1891 – 1987), premio Nóbel en 1946, por su contribución al aislamiento y
determinación estructural de las importantes enzimas digestivas proteolíticas, tripsina y pepsina.
En esta Institución transcurren las trascendentales investigaciones de William H. Stein (1911 –
1980) y Stanford Moore (1913 -1982) que representan una contribución decisiva a la
comprensión de la relación entre actividad catalítica y estructura de los sitios activos de la
ribonucleasa; así como los estudios de nuevas rutas en la síntesis de péptidos y proteínas en una
matriz sólida conducidos por Robert B. Merrifield (1921- ).
Las prostaglandinas son derivados de los ácidos grasos que se encuentran en casi todos los
tejidos del cuerpo humano, interviniendo en variadas funciones esenciales. En particular, John
R. Vane (1927- ), químico por formación inicial y farmacólogo por inclinación, premio Nóbel
de Medicina en 1982, demostró que las prostaglandinas intervienen en los mecanismos
neurológicos del dolor y que las múltiples aplicaciones médicas de la aspirina se derivan de su
capacidad para bloquear la producción de ciertas prostaglandinas. Vane a partir de 1973 trabaja
en los Laboratorios Wellcome bajo la dirección del químico hondureño Salvador Moncada. En
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el Departamento de Investigación de las Prostaglandinas se descubrió la prostaciclina y su
farmacología fue desarrollada.
En las décadas de los setenta y los ochenta ha aparecido en escena un nuevo tipo de
neurotransmisor de origen proteico, las endorfinas. Roger Guillemin francés – estadounidense,
ha estudiado la producción de este tipo de hormona péptidica del cerebro y los mecanismos de
su acción. Por lo visto se ha descubierto el tipo de sustancia que desempeña importantes roles en
los mecanismos conducentes a la aparición de las emociones placenteras relacionadas con el
sentimiento de felicidad. Guillemin ha merecido el Premio Nóbel de Fisiología en 1977.
Los avances en este sector de la Biorgánica, junto con los extraordinarios progresos de la
Fisiología, la Bioquímica, la Medicina y las técnicas de Computación han promovido una
revolución en el ámbito de la Quimioterapia.
En el diseño de fármacos una posición especial han ocupado desde los mismos orígenes de la
Quimioterapia, los compuestos naturales. Ellos han sido una de las grandes fuentes de fármacos
prototipos. Sirva citar como ejemplos de este grupo, los glicoesteroides, con propiedades
cardiotónicas, las hormonas de mamíferos (insulina, corticoides, hormonas sexuales), y otros
productos endógenos como las prostaglandinas, vitaminas o neuropéptidos.
En 1929, Alexander Fleming (1901 – 1955) descubrió un hongo de la especie Penicillium que
inhibía el crecimiento de determinadas bacterias. Esta trascendental observación no contó con el
necesario soporte para estudiar su posible aplicación clínica. No fue hasta la Segunda Guerra
Mundial, con su arsenal de heridos inundando las salas de “infecciosos”, que se desempolvan
los resultados de Fleming y aparece el financiamiento que posibilita las investigaciones dirigidas
entonces por Florey que terminan con el aislamiento y producción de la penicilina cristalina de
poder antibiótico potenciado.
Un hecho al parecer aislado pero que se inserta en las investigaciones contra los virus es el
descubrimiento de la ciclosporina realizado en 1969 por el biólogo belga Jean Francois Borel
(1933- ).Con el aislamiento de la ciclosporina A, un metabolito undecapéptido del hongo
Tolypocladium inflatum, se creyó disponer de un prototipo para una nueva generación de
agentes antivirales, pero su demostrada actividad inmunodepresora, al interferir la biosíntesis de
la linfoquina, tuvo un gran impacto en la cirugía de trasplantes, a fines de los setenta, al
disminuir notablemente el rechazo al órgano injertado.
Ya a la altura de la tercera década, teniendo como base el éxito de Erlich con el azul de
metileno sobre el paludismo, G. Domagk (1895 – 1964), premio Nóbel de Medicina en 1938,
desarrolla un amplio programa de evaluación de colorantes azoicos que concluyen en 1935 con
el descubrimiento de la eficacia del prontosil, un azo derivado que por reducción metabólica
libera la sulfanilamida, el verdadero compuesto responsable de la acción antibiótica. El
programa de búsqueda de mejores sulfamidas bacterianas, mediante el estudio de miles de
compuestos portadores del grupo -SO2N- condujo a espectaculares aperturas en otros sectores
de los fármacos, tales como diuréticos (sulfonamidas y disulfonamidas), hipoglucemiantes
(sulfonilureas), leprostáticos y antituberculosos (sulfonas).
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