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He notado que en mi cuarto hay mucho polvo. Es una cantidad impertinente de polvo.

Se posa
en las teclas de mi computador y no tengo má s remedio que limpiarlo con las manos o con un
trapito rojo para las gafas. Pobre trapito: cumple su tarea y sin embargo es infinita. Es una
ilusió n eso de “limpiar” el polvo. No es limpiar, es cambiarlo de lugar. El polvo, como entidad,
se compone de muchas partículas: es un universo en si mismo. Tal có mo dice ese dicho de que
no hay dos gotas de agua que sean iguales, así es cada partícula de polvo, distinta de la otra.
Con ayuda de un microscopio sería posible, si uno quisiera, hacer una taxonomía de las
partículas de polvo. Se encontraría que hay varios tipos de partícula. Unas má s grandes, otras
má s pequeñ as, unas alargadas, y otras de otras formas. Podría escribirse un tratado acerca del
polvo: analizar de dó nde viene y a dó nde va, cuá les son sus trá nsitos. Analizar cuá les son las
mejores condiciones para producir polvo, o mejor, para que este surja. El polvo es gratis, está
ahí para ser tomado. ¿Hay algú n posible uso para el polvo o solamente existe y ya? ¿Es posible
la creació n de energía eléctrica a partir del polvo? Todas esas preguntas quedarían resueltas
en el tratado. Habría que ser cauteloso, quizá s hay personas que no está n interesadas en que
se difundan los valiosos secretos y propiedades del polvo. Pero, ¿por qué? Qué les importa a
ellos si el polvo está en todas partes. Mi hipó tesis es que ellos se sienten amenazados por el
polvo porque es ubicuo. Se sienten rodeados por el polvo. El polvo está en todas partes y
acompañ a nuestras presencias. ¿Un mundo sin polvo? Pensar eso no tiene sentido ni siquiera.
Se alteraría todo el equilibrio có smico. Polvo eres y en polvo te convertirá s: nunca mejor
dicho.

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