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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

La oración colecta propone la escucha de la Palabra como mandato de Dios


para alimentar nuestro espíritu, una escucha que, particularmente, terminará por
hacernos ver su rostro. La cuaresma es tiempo para abrir el corazón como signo
de confianza al decir de Dios.
En Génesis (12,1-4a), Dios habla por primera vez a Abrahán, al cual invita a
salir del país en donde mora, de la parentela de la vida, de la casa paterna, a un
espacio desconocido. Debe dejar todo a la edad de 75 años, etapa en la que se
vive de lo obtenido para entrar en el descanso. Pero Dios nunca pide para quitar,
si pide es para dar: Él hará de Abrahán una nación grande, su nombre será
conocido, será bendición. ¡Es imperativo dejar para ser! Confiar es entrar en el
espacio de la gratuidad divina que traspasa los muros de las seguridades
paternas. Y Abrahán marcha: poco a poco dejará de vivir de lo que tiene, para
vivir de la confianza en el don prometido por su Señor.
El salmo 32 justifica el valor de la confianza: puesto que la Palabra de Dios
es verdadera y justa, el ser humano puede sentir certeza. El salmista sabe que,
cuando confía, el mirar compasivo de Dios se posa en él. Confiar, por tanto, es
esperar en la misericordia que llena la tierra pues, al final de la vida, esta nos
encuentra. Se puede esperar en Dios capaz de ofrecer misericordia, incluso a
quien no la merece. De hecho, en la Segunda Carta a Timoteo (1,8b-10), san
Pablo le recuerda a su discípulo que el amor de Dios no tuvo en cuenta los
méritos de nadie, porque el Señor hizo de la misericordia un acto gratuito.
Al escuchar el Evangelio de Mateo (17,1-9), recibimos la solicitud de Dios
de dilatar nuestro corazón en la escucha o, lo que es lo mismo, en la confianza.
Jesús sube a lo alto de la montaña acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Allí
se deja ver envuelto en luz, una claridad que revela a otros dos personajes,
protagonistas en la historia de la Salvación: Moisés que experimentó la
incomparable compasión de Dios por Israel y Elías, el profeta que reconciliará
a padres con hijos. Todo esto hace sentir a Pedro el querer permanecer en lo alto
de la montaña. Mientras habla, es interrumpido por una nube luminosa que hace
sombra: así Dios se hacía presente a Israel en el Horeb. La sombra y la luz
coexisten en esta escena ante la cual los discípulos caen espantados, el miedo
no les deja estar en pie y, desde la sombra, oyen una voz clara y cierta como la
luz: Dios presenta a Jesús como Hijo amado, a quien se debe escuchar. La
escena reclama nuestros momentos inciertos, oscuros, que espantan y
desequilibran, instantes en los cuales Dios parece escondido, períodos que
requieren, aún más, la confianza en Él. En medio de todo, una voz para los
discípulos de aquel entonces, voz para nosotros, en este tiempo de
incertidumbres, en esta Cuaresma, cuando al recordar nuestras culpas podremos

Por Juan David Figueroa Flórez – juandavidfigueroaflorez@gmail.com


sentirnos acogidos por la misericordia de Jesús que dice: «levántense, no tengan
miedo”. ¿Escucharemos? ¿Confiaremos?

Por Juan David Figueroa Flórez – juandavidfigueroaflorez@gmail.com

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