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NATURALEZA ÉTICA DEL SALARIO

El salario es un elemento trascendental en la vida del trabajador y representa un costo


importante para la empresa. Por ello, en este tema expondremos, desde la perspectiva ética,
una serie de aspectos íntimamente relacionados con el mismo y su incidencia en la vida de la
organización, del trabajador y de la comunidad en general.

1. LA JUSTICIA
Es necesario meditar, en este tema, sobre una de las virtudes que por su trascendencia
y por sus consecuencias, debe practicar permanentemente el ser humano, interiorizándola y
haciendo de ella un hábito constantemente ejercitado: LA JUSTICIA.
Si bien en todas sus actuaciones el administrador debe ser justo, es lamentable que
sea en la materia salarial en donde se suelen cometer las mayores injusticias.
La remuneración del trabajador debe enmarcarse dentro de lo equitativo -ni más ni
menos, y es un imperativo moral que debe asumir responsablemente quien en la empresa
tiene la singular misión de establecer el justo valor del trabajo.
Mucho, y desde hace siglos, se ha reflexionado y se ha escrito sobre esta virtud. Por tal
motivo, amigo lector, no pretendemos aquí ser exhaustivos, sino tan sólo ofrecer una visión
muy general sobre la justicia, haciendo énfasis +como es lógico- en aquellos aspectos que
son de interés para nuestro trabajo.
Aristóteles en su Gran Ética por ejemplo, dice lo siguiente sobre esta virtud:
1) "Relacionando a nuestros semejantes el justo es, hablando en general, el igual,
porque lo injusto es lo desigual; pues cuando la gente asignase más bienes para sí y menos
males, no procede con justicia, y en tal caso considérase que se hace y sufre injusticia. Por
eso es evidente que, pues la injusticia supone desigualdad de cosas, la justicia y el justo
radican en la igualdad de los convenios. De manera que salta a la vista que la justicia estará
entre el exceso y el defecto, entre la abundancia y la escasez. Porque el injusto, al proceder
malamente, posee más y su víctima, al ser perjudicada, tiene menos, mientras el medio entre
eso es lo justo."
Y, ¿quién no conoce la definición del Ulpiniano: Dar a cada uno lo que le corresponde,
concepto que ampliamos recurriendo a las palabras de C. Van Gestel:
"El terreno propio, el objeto formal de la justicia, es el derecho (IUS), o sea, todo cuanto
un ser humano, sujeto de derecho, puede reivindicar como suyo.
El derecho exige la igualdad entre la demanda y la satisfacción, entre lo que se debe y
lo que se recibe, entre la demanda y el pago. Cuando se ha logrado esta igualdad, se ha
hecho justicia; aquello que es justo se ha realizado. Esta igualdad es objetiva, real: no
depende de una estimación o apreciación subjetiva. Por naturaleza, pues, la justicia se
cumple mediante actos externos que tienden a realizar esta equivalencia objetiva. Los actos
exteriores representan el orden de la justicia y, por lo tanto, la materia del orden jurídico. Pero
si el orden jurídico puede limitarse a actos exteriores, el orden moral requiere también de
rectitud interior: la virtud de la justicia es, ante todo, una disposición interior del alma que nos
inclina de un modo constante a dar a cada cual lo que se le debe.
Nos encontramos, aquí, con la característica de la igualdad como una condición
intrínseca a la justicia. Pero, en realidad, en términos generales, en materia de sueldos, sólo
podremos encontrar (o deberíamos) la igualdad en trabajos de similar naturaleza, siendo
aceptable que, desde el punto de vista de la justicia, su valor sea relativo. En otras palabras,
debe existir armonía entre el salario y las tareas, las responsabilidades y las exigencias
académicas o de otra naturaleza del puesto que se desempeña. Esta concepción está
presenteen nuestra Carta Magna, en su artículo 57:
"Todo trabajador tendrá derecho a un salario mínimo, de fijación periódica por jornada
normal, que le procure bienestar y existencia digna. El salario será siempre igual para trabajo
igual en idénticas condiciones de eficiencia ..."
Una disposición semejante se incluyó en la Declaración Universal de Derechos
Humanos: artículo 23, numeral 2:
"Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo
igual”
Que también se establece en la legislación paraguaya.
Por consiguiente, la remuneración equitativa, conlleva, en forma explícita, el problema
de las justas proporciones: moralmente estoy en la obligación de aceptar, honesta y
honradamente, que mi salario debe corresponder a mi aporte laboral a la empresa, de
acuerdo con las actividades que ejecuto y según lo que éstas exijan de mí.

2. LOS DIFERENTES TIPOS DE JUSTICIA:


Ya, con Santo Tomás de Aquino, se emplea una división de la justicia que nos parece
acertado dar a conocer, con el fin de que nuestras próximas ideas sean más comprensible s:
Las relaciones entre las personas o los grupos particulares: éstas se regirán por la
justicia conmutativa.
- Las relaciones entre la sociedad y sus miembros: se fundamentan en la justicia
distributiva.
- Las relaciones de los miembros de la sociedad entre sí, considerados como
ciudadanos, descansan en la justicia general (legal o social).
Todas tienen como fin último el bien común y, derivada de éste, la justicia social,
conceptos que ampliamos de la siguiente forma:
a. La justicia conmutativa
Se origina en las relaciones entre las personas (o grupos), cuando, por ejemplo, como
ocurre con el trabajo, quien presta un servicio espera a cambio una retribución que sea
proporcional al esfuerzo y al tiempo invertido.
Procura, este tipo de justicia, por decirlo así, un equilibrio perfecto (hasta donde esto es
posible) entre lo que se da y se recibe. Es fundamental esta actitud sincera, para una feliz
=rmonía en las relaciones obrero-patronales.
b. La justicia distributiva
Significa que, por ser el hombre un ente social por naturaleza, tiene el deber ético de
contribuir, con su aporte material y espiritual, acorde con sus posibilidades, al bien común: es
un reparto proporcional, entre los miembros de la comunidad, de las cargas y los beneficios
sociales.
c. La justicia social y el bien común
Este tipo de justicia, en donde el interés de la comunidad priva sobre el interés
particular, comprende a las antes mencionadas, y, en una relación dialéctica, produce una
justicia de rango superior -destacando en ella la solidaridad-, por cuanto está orientada hacia
el bien general -bien común- de la sociedad.
"Esta justicia arrastra otras muchas virtudes; modera nuestra sed de los bienes
terrenos; nos enseña a imponernos privaciones por el bien de la comunidad. Nos saca del
círculo estrecho de nuestros intereses personales o particulares y nos lleva a la solidaridad
que abarca a todos los demás; nos incita al esfuerzo, al sacrificio, acompaña a los mejores
hasta el heroísmo en el servicio de la comunidad"
El bien común, y por tanto, la justicia social, adquieren, en nuestra época, una singular
importancia, por cuanto hemos venido superando la concepción del hombre como un
individuo, en el original sentido del término, resaltándose, en su lugar, a la persona como
parte integrante, primero, de una organización y, segundo, como ente social por naturaleza. Y
es nuestro criterio, paciente lector, que esta orientación cuenta con suficientes bases
racionales que la justifican y la hacen necesaria, por cuanto la comunidad, como conjunto de
seres humanos que comparten un destino común, nos entrega, cotidianamente, una serie de
bienes y servicios: materiales, intelectuales y morales, de los cuales disfrutamos y nos
facilitan nuestro desarrollo como seres humanos, enriqueciéndonos vitalmente. Es justo, por
consiguiente, que con nuestra participación, como trabajadores y como ciudadanos,
retornemos a ella, al menos, una parte de lo que nos brinda.
El bienestar social, en los últimos años, se ha fortalecido, primordialmente con la
intervención estatal, el que, al legislar sobre salarios mínimos, seguros sociales, jornadas de
trabajo, seguridad e higiene, etc., ha liberado esos actos del sentido peyorativo de una
caridad mal entendida a criterio de los patronos, logrando, al menos parcialmente, una
distribución más equitativa de la riqueza y una protección más clara para los desposeídos de
la fortuna, riqueza que, de alguna manera, todos hemos contribuido a crear con nuestro
trabajo. Como afirmaba Adam Smith:
"El precio real de cualquier cosa, lo que realmente cuesta al hombre que ha de
adquirirla, es la fatiga y el trabajo de su adquisición. El trabajo, pues, fue el precio primitivo, la
moneda original adquiriente que se pagó en el mundo por todas las cosas permutables. No
con el oro, no con la plata, sino con el trabajo se compró originariamente en el mundo todo
género de riqueza, y su valor, para los que la poseen y tienen que permutarla continuamente
por nuevas producciones, es precisamente igual a la cantidad de trabajo que con ella puedan
adquirir de otro"
d. La justicia legal
Representa las demandas del bien común, indispensables para una adecuada
convivencia entre los ciudadanos. Se concreta en leyes dictadas por la autoridad competente
(ley positiva) con fundamento en la ley natural y conforman la estructura jurídica dentro de la
cual se desenvuelve la comunidad.
Es, asimismo, una condición sine qua non (necesario) del acto justo la imparcialidad, la
que incluso se ha representado simbólicamente como parte de las imágenes que desde el
medioevo simbolizan la justicia: en ellas observamos la balanza, con el significado de
ponderación; la espada, expresión del poder penal; y los ojos vendados, indicándonos que
todos los actos deben ser totalmente imparciales, sin consideración de raza, credo, color,
posición económico-social, o cualesquiera otras circunstancias particulares que diferencien a
los hombres entre sí: es lo que denominamos igualdad ante la ley, uno de los derechos
supremos del ser humano.

3. ETICA, ECONOMIA y TRABAJO:


a. La vida económica del trabajador
Es un hecho que por su claridad no necesita demostración, el que el trabajador, por
medio del trabajo y el salario que percibe por él, satisface una serie de necesidades, propias y
de su familia.
Es evidente, de igual forma, que la persona experimenta o se ve sometida a la
demanda de gran cantidad de necesidades y de muy diversa naturaleza. Algunas son
imprescindibles para su subsistencia, tales como las fisiológicas: alimentación, vestido, sexo,
etc., y otras, más bien superfluas, producto del medio social en donde se desarrolla, que no
tienen incidencia en su proceso vital.
En el mundo de hoy, empero, para bien o para mal, es muy importante la propiedad
privada y el status social que con ella podemos alcanzar. Y no es que constituya un acto
inmoral la posesión de bienes adquiridos honestamente, con nuestro esfuerzo y sacrificio.
Todo lo contrario. Pero sí es vituperable convertir esa actitud en un fin en donde los medios
que se utilicen no sean honrados.
Deseamos aclarar, antes de seguir, amable lector, que aquí nos referimos a la
posesión de aquellos bienes que el progreso y la técnica ponen a nuestro servicio para hacer
nuestra vida más cómoda, y no a tener o ser copropietarios de los medios de producción (el
capital). A ello nos referiremos luego.
Sin embargo, ¿qué ha sucedido con este derecho del hombre en el mundo
contemporáneo? Nos parece que se ha tergiversado su finalidad y que el hombre ha
desacralizado el trabajo y lo ha convertido en una simple vía (olvidando incluso su vocación y
realización personal) para adquirir bienes que son tan sólo símbolos de status, de la posición
socioeconómica que ocupa entre los restantes mortales, y, lo que es peor, se emplean como
criterio de valor: éres más si tienes más.
"Todo cuanto es bueno y provechoso para la Humanidad en su conjunto e incluso para
el individuo, se está olvidando ya bajo la presión de la competencia entre humanos. Una
mayoría abrumadora de los hombres contemporáneos valoran solamente lo que sea
apropiado y eficaz en la despiadada competencia para aventajar al prójimo. Todo medio
utilizable con tal fin parece representar capciosamente un valor en sí. Aquí cabe definir el
yerro aniquilador del utilitarismo como la confusión del medio con el fin. Por ejemplo, el dinero
ha sido desde sus orígenes un medio, según lo refleja todavía el lenguaje coloquial cuando
dice: 'Ese tiene sobrados medios' (...) Uno se pregunta ¿qué causará más daño al espíritu de
la humanidad actual, si la codicia cegadora o el apresuramiento agotador?"
Así, el trabajo no es realizado por vocación y con sincero gusto y aprecio, sino que, por
el contrario, se le toma como un mal imprescindible, primero, para subvenir a las necesidades
vitales, y, segundo, una vez conseguido esto, luchar por mayores beneficios para ubicamos
"decentemente" en la sociedad con los símbolos que demuestren a nuestros conciudadanos y
familiares nuestro "valor", nuestro "éxito": una lujosa residencia, el automóvil(es), la cuenta
bancaria, los viajes al exterior, la clase de ropa, etc., etc.
El conseguir dinero se convierte, así, en una obsesión que nos atrapa en sus ruedas:
cuanto más "elevado y elegante" es nuestro "estilo de vida", más dinero necesitamos y mayor
es el esfuerzo que debemos realizar para mantener nuestro "nivel": especie de círculo del cual
es muy difícil escapar.
La posesión del dinero per se no es lo que causa placer -excepto en el caso del avaro
al trabajador de nuestro tiempo, sino que éste se constituye en un poderoso medio ético,
psicológico y social, para alcanzar la satisfacción de las necesidades que cada uno valora
más. Así, se anhela poseer dinero para gastarlo en el casi infinito número de opciones que
nos ofrece la industria contemporánea, incluso actuando irracionalmente, pues se compra
para estar a la moda o porque el vecino tiene "uno igual" y no podemos (ni debemos) ser
"menos".
Es curioso e interesante -salvo contadas excepciones- cómo las virtudes denominadas
sobriedad y ahorro han perdido el valor que poseían no hace muchos años. Hoy somos
sobrios -si en verdad lo somos- por la fuerza de las circunstancias: nuestros medios
económicos y el crédito de que podemos disfrutar, nos restringen un consumo más extensivo.
La pobreza, otra condición económica, hoy no es considerada como una posible vía
para ingresar al reino de Dios: "Le es más fácil a un camello pasar por el hueco de una aguja
que a un rico ingresar en el reino de los cielos". Son muy pocos ascetas religiosos que hacen
votos de pobreza- quienes practican la sobriedad o una pobreza digna en forma consciente.
Es un medio despreciado y no apto, incluso desde el punto de vista puramente laico, para
lograr un poco de paz espiritual en este mundo, sumido en el consumismo, el permisivismo y
en la vida fácil y cómoda, en donde impera la ley del menor esfuerzo.
La actitud que hemos venido comentando, es reforzada, lamentablemente, por algunos
estados paternalistas que brindan a sus ciudadanos programas de asistencia social, los
cuales son aprovechados para dejar de trabajar y dedicarse al ocio improductivo, generador
de vicios y de otros males sociales que sólo perjuicios causan a la comunidad.
Otra actitud curiosa -muy humana por cierto y que nos demuestra la calidad negativa
de la persona- es la de hacer ostentación de la riqueza: es quizá uno de los placeres más
gratificantes asociados a ella.
"Si el lujo se concibe como signo de riqueza, del mismo modo consideramos la miseria
como expresión de la pobreza y, si es útil o conveniente exhibir la primera, también lo será
ocultar la segunda. Por consiguiente, al revés que en el caso del lujo, no queremos ser pobres
ni tampoco parecerlo. Esta doble preocupación por huir de la pobreza y lograr la riqueza, este
temor a la miseria junto al afán de lujo son los más fuertes estímulos de la vida económica
individual. Nuestra vida económica se desarrolla al impulso de esos dos factores psíquicos
que potencian la actividad humana hasta el punto de contrarrestar victoriosamente la ley
biológica del mínimo esfuerzo"
Es una característica esencial de la psicología y de la ética del hombre contemporáneo,
desde sus primeros años de vida laboral -aún cuando apenas dé sus primeros pasos en un
puesto determinado-, pretender alcanzar con prontitud una vida cómoda, exenta de los
problemas de la escasez y, si es posible también, labrarse un camino, dentro de la
organización, que le procure el poder, mayores ingresos, por ende, y una vida más cómoda,
aun cuando no posea la experiencia que exige un cargo de dirección y jefatura o, lo que es
más serio, no posea las cualidades que tales posiciones exigen. Se anhela pertenecer al
grupo de los que mandan y dirigen -y, si es posible, a la clase de los propietarios-, por cuanto
de esa forma el papel por desempeñar será más sobresaliente y remunerador.
"Las diferencias ideológicas entre patrones y asalariados son también muy profundas.
Los primeros se consideran libres dentro del campo de su actividad; los segundos se creen
esclavos. Unos piensan que todas sus ganancias son lícitas; otros que cualquier salario es
insuficiente. Los primeros sostienen que su papel es el más importante; los segundos están
convencidos de que su misión es la principal. Los patronos desean que subsista el régimen de
salarios; los asalariados pretenden substituirlo al menos por el sistema de la participación en
los beneficios de la empresa en que trabajan. Aquellos se clasifican entre los bienhechores
sociales puesto que dan trabajo a mucha gente librándola de la miseria, éstos se consideran
explotados por el egoísmo patronal. En consecuencia, los patronos son conservadores y los
obreros revolucionarios”
Es innegable, por tanto, que, según sea el lugar que se ocupe en el mundo económico,
de él se derivará una visión de mundo, que incluso nos lleva a valorar . a pre-juzgar las
acciones de los individuos, dependiendo del lugar que ocupe en la línea jerárquica de la
organización.
No deseamos ser pesimistas con este punto de vista, ni juzgar a toda la humanidad con
la misma medida, pero sí es conveniente, amable lector, que cuando nos veamos en la
necesidad de emitir juicios de valor, lo hagamos objetivamente y que no influya en nuestro
criterio la posición socio-económica de la persona que tratamos de evaluar.
b. El justo valor del trabajo
Quizá parezca un poco pretencioso el título que encabeza esta sección, pues, si algo
ha producido y sigue produciendo polémicas, es, precisamente, encontrar principios éticos y
métodos técnicos que permitan alcanzar, justamente, esa meta, sobre todo en la actualidad,
en donde la población asalariada ha aumentado vertiginosamente: cada día es mayor el
número de hombres y mujeres que dependen de un sueldo para, al menos, satisfacer sus
más elementales necesidades: las primarias o fisiológicas.
Hoy, el trabajador, profesional o no, brinda sus servicios a una empresa vinculándose a
ella por medio de lo que se denomina el "contrato de trabajo" (según la ley) en el cual se
estipulan las condiciones en que la persona prestará sus servicios a la organización,
entregando a ésta, a cambio del pago respectivo, su tiempo, su esfuerzo: físico o intelectual o
ambos, y comprometiéndose a acatar el ordenamiento imperante en ésta.
Antes de la intervención de la Iglesia, especialmente la Católica, y del Estado, los
trabajadores -en su mayoría- eran explotados sin misericordia, con largas jornadas de trabajo,
en condiciones ambientales infrahumanas y por un sueldo de hambre.
Se hizo indispensable, entonces, proteger al trabajador al momento de suscribir el
contrato de trabajo y en otros aspectos de su vida laboral.
Históricamente, la búsqueda de la justicia para determinar eljusto valor del trabajo ha
pasado por varias etapas -de carácter ideológico, primordialmente-, por lo que se hará
referencia a las que se considera como las principales.
b1. La teoría liberal del salario
Nuestro enfoque, por el fondo del asunto que tratamos, hará énfasis en los aspectos
del liberalismo económico, más que del político. Con esta aclaración, veamos las ideas de
esta doctrina con respecto al trabajo y al salario.
Al fructificar la Revolución Industrial, con los inventos mecánicos que le dan origen, se
produce un cambio social y económico de hondas repercusiones: la fábrica y el libre comercio
se convierten en la primera fuente de riqueza y nace una clase social propietaria de los
medios de producción y del capital: la burguesía.
El campesino es desplazado a la ciudad, y la fábrica sustituye al trabajo artesanal
realizado en el pequeño taller. Así, aparece, también el proletario: la persona que vende o
alquila su tiempo y sus fuerzas por un salario. Es la época de las largas jornadas de trabajo,
de los ambientes miserables, de los salarios calculados para que el obrero apenas subsista, y
de la explotación de las mujeres y de los niños.
"Hay empresarios que creen que los adultos ofrecen demasiados problemas, y
prefieren contratar niños desde los siete años de edad; para evitar que se alejen del lugar de
su tarea, los niños son encadenados a la máquina y hasta llegan a limarles los dientes para
que coman menos. En las minas hay hombres que no conocen el sol: fueron concebidos y
nacieron y mueren dentro de las galerías. La gente que mora allí -monstruosas hormigas de
un oscuro mundo infernal- pierde hasta la costumbre de vestirse. Hombres y mujeres andan
poco menos que desnudos. Una de las ocupaciones que se considera adecuada para las
mujeres es la de arrastrar las vagonetas en que se saca el carbón. Pero ingeniosos
empresarios han descubierto que es más barato hacer galerías de apenas un metro de altura:
las vagonetas son también bajas; las mujeres que las arrastran deben, pues, ir caminando a
gatas. Por supuesto, no hay leyes sociales. La abundancia de gente que busca empleo
permite a los empresarios rebajar constantemente los salarios (basta con echar al obrero que
gana más y tomar a otro por menos, salvo que el primero se avenga a la rebaja).
Es la época en donde impera la ley de la oferta y la demanda, cuando se acuña por el
fisiócrata francés Gournay la inmortal frase que permitió, con la conciencia tranquila, cometer
grandes desmanes e injusticias: "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar). Es el
lema de una lucha sin cuartel contra cualquier tipo de intervencionismo estatal, en procura de
vía libre para la iniciativa y la contratación sin cortapisas. De tal forma, el contrato de trabajo
tiene plena validez desde el momento en que es suscrito por la voluntad libre de los
suscribientes.
Desde luego, en un momento histórico en que la mano de obra es abundante, el
trabajador no tiene más remedio que aceptar el sueldo que el patrono desee pagarle. Y la
finalidad del patrono, en estos casos, es la de reconocer al trabajador una suma apenas
indispensable para que éste no muera por inanición. No encontramos, en estas convenciones,
ninguna concepción moral y humana sobre el trabajo, debido a que, en realidad, la libertad del
obrero para contratar es puramente teórica: el trabajo es una simple mercancía más y ganará,
en el trato, el más fuerte.
Ante este panorama, y con el fin de devolverle al trabajo su dignidad humana y ética,
se inician algunos movimientos en varias partes del mundo, cuyo fin primordial será el de
rescatar al obrero de su miserable condición. Entre ellos sobresalen los emprendidos por la
Iglesia Católica y, en el plano económico, por el marxismo (según veremos más adelante).
Así, en 1883, en Alemania, la Asociación libre de hombres político sociales católicos
aboga por un salario mínimo para el obrero, que le permita a éste, dotado de una fuerza
media, trabajando el tiempo normal y sin extralimitarse, ganar su propia subsistencia y la de
su familia, y constituir ciertas reservas para los períodos de paro. Esta asociación resuelve:
"El aumento del salario encuentra su justa medida en lo que el trabajador aporta y
rinde. Veamos cuáles son los principales elementos de apreciación:
1. El tiempo, la fuerza, la habilidad y la inteligencia que exige el trabajo pedido;
2. La experiencia adquirida y la destreza del obrero, en razón a su importancia dentro
del trabajo pedido;
3. La responsabilidad eventual que incumbe al obrero;
4. El daño causado a la salud o a la vida del obrero por el trabajo pedid"
Son de suma importancia estos principios con su abundante contenido ético y por tanto
objetivo y humanitario, por cuanto, según luego tendremos oportunidad de analizarlo, se
constituyen en factores para, por medios técnicos, determinar, con mayor certeza, el justo
valor del trabajo.
b2. La teoría marxista del salario
La filosofía marxista, a nuestro criterio, hace del trabajo el fundamento de sus ideas,
aun cuando algunos piensen que es más importante su teoría política.
Carlos Marx y Federico Engels son los forjadores de esta doctrina que tantas
controversias ha causado en los últimos años.
Algunos pensadores opinan, incluso, que esta filosofía refleja nuestra realidad
contemporánea -conjuntamente con el existencialismo-, por cuanto el trabajo se ha convertido
en el centro alrededor del cual gira la vida del hombre, como medio de realización personal y
suceso que permite satisfacer sus necesidades.
En el marxismo nos vamos a encontrar con dos acepciones diferentes sobre el valor de
las cosas: el valor de uso y el valor de cambio. El primero de ellos (valor de uso o cualitativo)
es aquél que el individuo concede a un objeto, a un bien, de acuerdo con el interés o la
utilidad que éste le reporte (una edición rara de un libro para un bibliófilo, por ejemplo). El
segundo (el valor de cambio o cuantitativo) es el objeto o el bien que podemos intercambiar
por otros que necesitamos; tiene, así, un valor positivo (ej. cambiar carne por verduras,). Esta
forma de valor tiene sus fluctuaciones en el mercado, por lo que, al igual que el primero, no
son un parámetro seguro para determinar el valor de una mercadería. Al respecto nos dice
Marx:
"El señor Proudhon se propone explicarnos ante todo la doble naturaleza del valor, 'La
distinción dentro del valor', el proceso que convierte el valor de uso en valor de cambio.
Tenemos que detenermos con el señor Proudhon en este acto de transubstanciación. He aquí
cómo se realiza este acto, según nuestro autor. Hay gran número de productos que no se
encuentran en la naturaleza, son obra de la industria. Puesto que las necesidades rebasan la
producción espontánea de la naturaleza, el hombre se ve precisado a recurrir a la producción
industrial. ¿Qué es esta industria, según la suposición del señor Proudhon? ¿Cuál es su
origen? Un hombre solo que necesite gran número de objetos 'no puede producir tantas
cosas'. Muchas necesidades a satisfacer suponen muchas cosas a producir: sin producción
no hay productos; y muchas cosas a producir suponen la participación de más de un hombre
en su producción. Ahora bien, en cuanto se admite que en la producción participa más de un
hombre, es admitida ya una producción basada en la división del trabajo (...) Admitiendo la
división del trabajo, se admite también el intercambio y, en consecuencia, el valor de cambio
(...) Por último, llegó un momento en que todo lo que los hombres habían venido considerando
como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el momento en
que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban, se
daban pero nunca se vendían, se adquirían pero nunca se compraban, tales como virtud,
amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio Es el
tiempo de la corrupción general de la venalidad universal, para expresamos en términos de
economía politi ea, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor venal, es
llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor."
El trabajo no escapa a este fenómeno y se convierte, por tanto, en una mercadería más
en el mercado laboral, denigrándolo y denigrando al hombre que lo ofrece ante una fuerte
competencia y ante patronos inescrupulosos.
El trabajo tiene tanta importancia para el marxismo, que en éste encontramos la idea
de que todo acto de autorrealización del hombre se verifica y está condicionado por su vida
laboral. Yeso no es todo. Sus ideas van más lejos: el trabajo es el motor de la historia de la
humanidad, ya que los medios de producción (el capital, la maquinaria, las herramientas,
etc.), establecen o imponen la forma en que los hombres trabajan en conjunto, lo que origina
una determinada estructura económica (infraestructura), la cual a su vez sirve de fundamento
a la estructura cultural (supraestructura) del pueblo: sus formas jurídicas, filosóficas,
religiosas, éticas, etc.).
Retornando a lo que antes analizábamos, ni el valor de uso ni el valor de cambio
permiten establecer el justo valor del trabajo, por lo que Marx recurre al expediente de afirmar
que lo que define el valor de los productos es el trabajo humano que ha sido necesario para
producirlos: "El valor es una simple 'cristalización' del trabajo humano". Luego, el trabajo se
mide en unidades temporales: una hora, una semana, etc., o sea, el tiempo que requiere un
obrero de eficiencia normal para producir un bien (un par de zapatos, por ejemplo).
El trabajo, en estas condiciones, adquiere el rango de una mercadería que es vendida
o alquilada al patrono por el obrero. Pero -afirma Marx, el patrono sólo pagará una parte del
trabajo invertido en la producción del bien. …si el obrero trabaja doce horas cuyo valor real es
de seiscientos colones, el trabajador recibirá, gracias a su libremente célebre contrato de
trabajo, trescientos colones, embolsándose el propietario los trescientos restantes. Esta
diferencia de trabajo no pagado es la plusvalía, o sobre-valor, que obtiene el propietario del
esfuerzo del obrero. Además, los salarios están fijados de manera que constituyen un
minimum vital, aquello que apenas permite al obrero subsistir en forma precaria y miserable.
Es precisamente, por los motivos expuestos, que Marx propone "un nuevo orden
social", en el cual se hagan desaparecer esas injustas diferencias, y los obreros, mediante la
lucha de clases y una verdadera revolución, pasen a ser los propietarios de los medios de
producción.
Empero, con el progreso tecnológico, las leyes sociales y los cambios que en materia
laboral se han producido en los últimos tiempos a favor del obrero, del proletario, es, ya, muy
difícil un cambio tan radical como el pretendido por Marx. Hoy los trabajadores disfrutan de
una serie de ventajas que ni Marx ni Engels soñaron, por lo que -aun cuando por desgracia en
algunas partes se sigue explotando al trabajador- hoy éste, mejor organizado, está en
capacidad de defender sus derechos, derechos protegidos por la ley.
b3. La doctrina social de la Iglesia en materia salarial
La Iglesia Católica no podía continuar indiferente, por un imperativo moral y religioso
consustancial a su misión, ante la problemática que estaba viviendo el trabajador asalariado.
Si bien ya había propuesto algunas ideas para corregir tan injusta situación, su actitud era,
antes de 1891, tímida y conservadora.
Fue el Papa León XIII, con su Encíclica Rerum Novarum (sobre las cosas nuevas),
emitida en el año de 1891, quien asume, con valentía, una posición más clara y firme sobre la
problemática del trabajo y el proletario.
En primer lugar, hace una fuerte crítica a las teorías liberal y marxista, por cuanto han
sido incapaces de resolver el problema obrero. En segundo lugar, pone de manifiesto el
problema moral de la cuestión, solicitando que los salarios se apeguen estrictamente a la
justicia conmutativa. Pide, con una extraordinaria luz intelectual y espiritual, que los salarios
que se otorguen sean suficientes para que un obrero sobrio y honesto y su familia puedan
disfrutar de una existencia digna, como corresponde a un ser humano creado a imagen y
semejanza de Dios. Y, lo que para la época también era muy importante, aboga por evitar la
lucha de clases, primordialmente el enfrentamiento entre patronos y trabajadores, según lo
proponía el marxismo:
"Hay en la cuestión que tratamos, un mal capital, y es defigurarse y pensar que unas
clases de la sociedad son por su naturaleza enemigas de otras, como si a los ricos y a los
proletarios los hubiera hecho la naturaleza para estar peleando unos contra otros en perpetua
guerra. Lo cual es tan opuesto a la razón y a la verdad que, por el contrario, es cierto que, así
como en el cuerpo se unen miembros entre sí diversos, y de su unión resulta esa disposición
de todo el ser, que bien podríamos llamar simetría, así en la sociedad civil ha ordenado la
Naturaleza que aquellas dos clases se junten concordes entre sí, y se adapten la una a la otra
de modo que se equilibren. Necesitan la una de la otra enteramente; porque "sin trabajo no
puede haber capital, ni sin capital trabajo."
En este mismo documento, León XIII sugiere varios principios éticos, tanto para los
patronos como para los trabajadores, con el fin de conseguir una armonía justa entre ambos.
1°) Para los obreros
- Poner de su parte, íntegra y fielmente, el trabajo que libre y equitativamente se ha
contratado.
- No perjudicar en manera alguna el capital ni hacer violencia personal a sus amos. Al
defender sus propios derechos, abstenerse de la fuerza, y nunca armar sediciones ni hacer
juntas con hombres malvados que mañosamente les ponen delante desmedidas esperanzas y
grandísimas promesas, a las que sigue casi siempre un arrepentimiento inútil y la ruina de sus
fortunas.
2°) Para los patronos
No considerar a los obreros como esclavos. Respetar en ellos la dignidad de la persona
y la nobleza que a esa persona añade, lo que se llama carácter cristiano. Hacer que a su
tiempo se dedique el obrero a la piedad. No exponerlo a los atractivos de la corrupción, ni a
los peligros de pecar, ni en manera alguna estorbarle el que atienda su familia y el cuidado de
ahorrar. No imponerle más trabajo del que sus fuerzas puedan soportar, ni tal clase de trabajo
que no lo sufra su sexo y su edad. Dar a cada uno 10 que es justo.
En este documento, además, el Sumo Pontífice insta al Estado para que promueva y
defienda los bienes de los obreros, tanto los espirituales como los materiales, desarrollando y
fortaleciendo, de esa forma, el bien común, respetando la libertad del individuo y la de su
familia.
Este es un fin primordial de la soberanía que el Estado está en la obligación de ejercer,
practicando el principio moral que impone la administración de los bienes públicos en favor de
los administrados y no en favor de los que ejercen el poder.
Acerca del salario para el trabajador, nos dice:
"Luego, aun concedido que el obrero y su amo libremente convienen en algo, y
particularmente en la cantidad de salario, queda, sin embargo, siempre una cosa, que dimana
de la justicia natural y que es de más peso y anterior a la libre voluntad de los que hacen el
contrato, y es ésta: que el salario no debe ser insuficiente para el sustento de un obrero frugal
y de buenas costumbres. Y si acaeciese alguna vez que el obrero, obligado por la necesidad
o movido del miedo de un mal mayor, aceptare una condición más dura, que contra su
voluntad tuviera que aceptar por imponérsela absolutamente el amo o el contratista, sería eso
hacerle violencia y contra esa violencia reclama la justicia."
La Carta Quadragésimo Anno, vio la luz pública el 15 de mayo de 1931, con el objeto
de conmemorar el cuarenta aniversario de la promulgación de la Rerum Novarum. En ella, Pío
XI retorna y reafirma (encíclica: en círculo) la filosofía ética de su predecesor sobre el trabajo
humano.
En su segunda parte, que tiene como título "La autoridad de la Iglesia en materia social
y económica", deja en claro el derecho, dado por Dios a esta institución, de intervenir con
autoridad, no en las cosas técnicas, para las que no tiene medios adecuados, pero sí en todo
aquello que toca a la moral de la sociedad y de los individuos: en este caso, la economía y la
moral, cada una en su área especial, tienen principios propios, y las denominadas leyes
económicas inciden directamente en la comunidad humana.
Al igual que su predecesor, por tanto, retorna a la defensa de la propiedad privada,
derecho inalienable otorgado por la naturaleza al hombre, con el fin de que cada quien pueda
atender a las necesidades propias y a las de su familia, así como de contribuir al bien común
en general.
Resalta Pío Xl, en esta Encíclica, la fundamental participación que ha tenido el obrero
en la formación de los capitales:
"A él se aplica principalmente lo que León XIII dijo ser cosa cierta, a saber: "que la
riqueza de los pueblos no la hace sino el trabajo de los obreros". ¿No vemos acaso con
nuestros propios ojos cómo los inmensos bienes que forman la riqueza de los hombres salen
y brotan de las manos de los obreros, ya directamente, ya por medio de instrumentos o
máquinas que aumentan su eficiencia de manera tan admirable? No hay nadie que
desconozca que los pueblos no han labrado su fortuna, ni han subido desde la pobreza y
carencia a la cumbre de la riqueza, sino por medio del inmenso trabajo acumulado por todos
los ciudadanos, trabajo de los directores y trabajo de los ejecutores."
Pío XI, refiriéndose al salario, propone tres razones de profundo contenido moral, que
deben tomarse en cuenta al momento de fijar el valor del trabajo:
1°) La subsistencia del obrero y de su familia
Es conveniente y deseable que otros miembros de la familia contribuyan a acrecentar
las rentas que perciben afirma-o Esto, empero, debe hacerse sin daño para los valores
esenciales del hogar. Por tanto, es indispensable realizar todo el esfuerzo posible porque el
padre de familia reciba una remuneración suficientemente adecuada para que la madre pueda
dedicarse a la crianza de los hijos, y para que los niños no deban desgastarse
prematuramente en un trabajo para el cual no están preparados ni física ni espiritualmente.
2°) La situación de la empresa
Al fijarse el valor del trabajo, debe tenerse muy en consideración la realidad económica
de la empresa -la verdadera, sin subterfugios del empresario que la coloca al borde de la
quiebra, lo que es un delito grave de engaño-, por cuanto no es justo ni honesto exigir salarios
desmesurados que lleven a la ruina a la compañía. Desde luego nos recuerda el Santo Padre,
no es causa legítima para abonar bajos salarios al trabajador, la negligencia, la pereza, el
descuido o la mala praxis de quien administra la compañía y no la mantenga a la altura de la
evolución del progreso técnico y administrativo.
3°) La necesidad del bien común
Es preciso que exista un adecuado equilibrio en los salarios que se pagan: ni
demasiado altos ni demasiado bajos. Esto por cuanto cualesquiera de los extremos es causa
innegable de problemas, los cuales se materializan, finalmente, en el paro y el desempleo.
Los primeros hacen subir los precios de los artículos y disminuyen el consumo; los segundos
reducen el poder adquisitivo de las personas y se refleja en una baja en la producción. En
ambos casos, entonces, tendremos el fenómeno del despido de personal. Es pertinente
indicar que dentro del justo término en que se valore el trabajo, el sueldo debe facilitarle al
trabajador efectuar un ahorro que le permita formar un modesto capital -al menos-, que le
haga factible adquirir los bienes que requiere para vivir (una casa, por ejemplo), como para
contar con fondos para épocas de crisis.
Luego, con firmeza, Pío XI nos dice:
"Contribuye a lo mismo la justa proporción entre los salarios; con ella se enlaza
estrechamente la razonable proporción entre los precios de venta de los productos obtenidos
por las distintas artes, cuales son: la agricultura, la industria y otras semejantes. Si se guardan
convenientemente tales proporciones, las diversas artes se aunarán y combinarán para
formar -un solo cuerpo, y, a manera de miembros, mutuamente se ayudarán y perfeccionarán,
ya que la economía social estará sólidamente constituida y alcanzará sus fines, sólo cuando
todos y cada uno se provea de todos los bienes que las riquezas y subsidios naturales, la
técnica y la constitución de la economía pueden producir. Esos bienes deben ser
suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades y proporcionar un honesto
bienestar y elevar a los hombres a aquella condición de vida más feliz, que, administrada
prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la favorece en gran manera. "
En el año 1981, Juan Pablo II emite otra Encíclica dedicada enteramente al trabajo
humano, al cumplirse el noventa aniversario de la Rerum Novarum, la cual denominó
Laborem Exercens. Documento de gran interés por su contenido y del cual deseamos resaltar
los puntos de mayor relevancia.
Se inicia este documento con la definición del trabajo como toda acción que es
ejecutada por el hombre (ser libre y responsable). Por consiguiente -afirma-, el trabajo es una
de las principales características que distinguen al hombre del resto de las criaturas que
pueblan la tierra.
Para este Pontífice, el problema clave de la ética social reside, precisamente, en la
justa remuneración por el trabajo ejecutado, hecho fundamental para cumplir con honestidad
las relaciones que tienen su origen en la vida laboral y que se producen, indefectiblemente,
entre el trabajador y el empresario.
"De aquí que, precisamente, el salario justo se convierta en todo caso en la verificación
concreta de la justicia de todo el sistema socioeconómico y, de todos modos, de su justo
funcionamiento. No es esta la única verificación, pero es particularmente importante y en
cierto sentido, la verificación-clave.
Sobre el salario mínimo, nos dice Juan Pablo II que no siempre cumple con el precepto
de la justicia conmutativa, máxime en un momento histórico en donde los precios evolucionan,
usualmente, con inusitada rapidez. Luego analizaremos algunos procedimientos y algunas
técnicas objetivas que puede emplear el administrador para evaluar y establecer el justo valor
del trabajo. Entre tanto, continuemos con algunas de las ideas que nos ofrece la Iglesia, para
aliviar, en parte al menos, la insuficiencia del salario mínimo.
1°) Los subsidios familiares
El objetivo es complementar, con una ayuda adicional, el ingreso familiar. La misma
sería el producto de la contribución del patrono conjuntamente con un subsidio del Estado. Se
ha considerado difícil de poner en práctica por la gran variabilidad en el número de los
miembros que componen una familia (además de lo complejo de su equitativa administración).
El objetivo ético-social sería, en este caso, el de ofrecer a las familias numerosas, y de
poca solvencia económica, un mejor nivel de vida.
2°) La seguridad social
La Iglesia insiste en los regímenes de seguridad social que permitan proteger al
trabajador en casos de enfermedad, invalidez, vejez y muerte, y una pensión digna para su
retiro. Se fundamenta en la justicia distributiva, por la cual todos contribuimos con una parte
de nuestra renta -el Estado también- para aliviar el sufrimiento de nuestros semejantes.
3°) El contrato de sociedad
Con esta propuesta, lo que se pretende es "humanizar" e contrato de trabajo,
brindando a los trabajadores, debidamente organizados, la posibilidad de participar en la
gestión, en los beneficios y en la propiedad de la empresa.
Al respecto, Pío XI, atinadamente, reflexiona de esta manera:
"Juzgamos que, atendiendo las circunstancias modernas del mundo, sería más
oportuno que el contrato de trabajo se suavizara algún tanto por medio del contrato de
sociedad, tal como ya se ha comenzado a hacer en diversas firmas con no escaso provecho,
así para los obreros como aún para los mismos patronos. Así es como los obreros y
empleados llegan a participar, ya en la propiedad, ya en la administración, ya en cierta
proporción de las ganancias logradas"

4°) La copropiedad de los medios de producción


Si se pusiera en práctica esta modalidad económica, es un hecho indubitable que el
trabajo y el capital lograrían una amplia cooperación. Así, los trabajadores se convierten en
asociados de la empresa a la cual entregan su tiempo y sus energías: los empleados, en
forma individual o en conjunto, poseerían acciones de la compañía y participarían,
directamente, en los beneficios y en los riesgos que toda actividad económica lleva implícita.
"Nadie puede negar las inmensas ventajas de un régimen tal, que permita al trabajador
su integración no sólo en la empresa como comunidad de trabajo, sino además en la empresa
"unidad económica", ésta viene a ser su negocio propio y los intereses de la empresa son
también los suyos. De esta forma el trabajo conduce naturalmente a la propiedad y se ve
restaurado en su función y en su finalidad propia.
El fenómeno económico actual, empero, ha propiciado la acumulación de riquezas en
unas pocas manos, dando origen a enormes poderes, poderes que descansan no en los
dueños de producción (el capital), que pueden ser miles de accionistas sin ninguna ingerencia
en la administración empresarial, sino en una clase de directores o gerentes que cada día se
distingue por recibir abundantes ingresos económicos y otros beneficios. Esta acumulación de
riquezas, a su vez, produce o genera tres tipos de hechos conflictivos, cuya influencia se
extiende no sólo a nivel nacional, sino que también alcanza el ámbito internacional.
En primer término, se lucha por alcanzar la riqueza; en segundo término, se pretende el
poder político con el fin de dominar, desde ciertos puestos, los procesos económicos de una
nación; y, por último, se aspira a llevar esa hegemonía al ámbito internacional, muchas veces
con el único fin de favorecer a cierta empresa o actividad económica, produciéndose una
competencia en ciertas áreas productivas, dura, cruel e implacable.
Se vive por consiguiente, en un mundo donde el lucro y el éxito son consideradas
verdaderas "virtudes": nos hemos vuelto codiciosos y egoístas, en pugna por aumentar
nuestro capital en el menor tiempo con el menor esfuerzo posible, sin que importen, muchas
veces, los medios para alcanzar tal fin, la meta suprema de nuestra vida.
De esa forma se pisotean los derechos del prójimo y se infringen las leyes éticas -
religiosas y civiles-, con el objetivo de saciar ese anhelo desmesurado de riqueza y de bienes
temporales.
La responsabilidad de los hombres se diluye en el caos consumista y se observa -con
impasible tranquilidad, como si fuese la cosa más natural del mundo- de qué forma descarada
se especula en el mercado, se cometen fraudes y cómo se traicionan los más sagrados
derechos de los débiles.
"Así, el trabajo, que estaba destinado por Dios, aun después del pecado original a
labrar el bienestar material y espiritual del hombre, se convierte a cada paso en instrumento
de perversión: la materia inerte sale de la fábrica ennoblecida mientras los hombres en ella se
corrompen y degradan"
Como bien lo dice la Iglesia, no es un delito -con el trabajo honrado- aumentar los
bienes materiales. Pero debe tenerse en cuenta, por todos aquellos que posean las riqueza'),
la actitud caritativa como ley de la Iglesia.
Muchas veces la justicia conmutativa no basta, y es necesario que los miembros de la
comunidad comprendan que forman parte de una misma familia, y actuando caritativamente,
sin ofender los sentimientos del prójimo, presten una sincera atención a los desposeídos de la
fortuna, cambiando esa indiferencia habitual por una actitud solidaria, que les impulse y
motive a distribuir más de los bienes materiales que lo que manda estrictamente la justicia
conmutativa. Entonces se puede afirmar con orgullo: "el hombre vale por lo que es y no por lo
que tiene"

4. ¿QUIEN Y COMO DEBE ESTABLECER EL VALOR DEL TRABAJO?:


Ha sido demostrado por la experiencia -y de acuerdo con lo que hemos tratado de
explicar en líneas anteriores- que la libertad para contratar, entre empleado y patrono, como lo
pretendía el liberalismo, no garantiza, de ninguna manera, que se acuerde un salario justo:
por un lado tenemos al obrero que necesita trabajar para subsistir, y, por otro, al patrono que
trata, en todo momento, de bajar los costos de producción.
Por tal motivo, se han diseñado algunas técnicas que contribuyen a fijar, con mayor
objetividad, el valor del trabajo. Si bien no es esta obra la indicada para un desarrollo amplio
de las mismas, con gusto remitimos al lector a la bibliografía que le permitirá conocerlas más
a fondo.
Si bien es cierto, y es algo que deseamos dejar en claro desde ahora, ellas no
constituyen métodos o recetas infalibles para establecer los sueldos: permiten, eso sí, contar
con parámetros objetivos en el crucial momento de establecer el valor del trabajo, momento
en el que toda ayuda es bien recibida.
Estas técnicas procuran evaluar las tareas y establecer los sueldos base de los
puestos, y es nuestra intención mencionarlas brevemente, resaltando aquellos hechos que, de
una u otra forma, se relacionan con el objetivo de esta unidad didáctica.
Como lo indicáramos supra, lo que se busca con estas técnicas es, hasta donde la
presencia del juicio humano lo permite, un máximo grado de objetividad, de imparcialidad, al
momento de establecer el justo valor del trabajo. Nos ayudan a actuar dentro de los
postulados de la justicia conmutativa: es objetivo, por tanto, el reconocimiento que se haga a
otro de lo suyo, actuando imparcialmente, y no guiados por la simpatía, por la belleza, o por
cualesquiera otros impulsos emocionales, sin sustento racional, científico o técnico.
En el acto de establecer los sueldos, asimismo, debe considerarse el principio de
"proporcionalidad" (no olvidemos esto que es muy importante), lo cual significa que, al
momento de fijar un salario, éste debe ser acorde o "proporcional" a las tareas que conforman
el cargo, lo que nos permite pagar más a quienes las tareas exigen más esfuerzo, mayores
condiciones académicas y una responsabilidad superior.
Y es nuestro criterio, desde luego, que la armonía en la organización, se fortalecerá en
forma indiscutible si en todos los actos -sobresaliendo la materia salarial se trabaja con el
norte de la objetividad y la justicia, como virtudes insoslayables.
De acuerdo con lo que hemos venido justificando en líneas anteriores, por tanto, para
definir lo que podría ser considerado como un salario justo, debemos atender a tres razones
principales:
- El sustento del trabajador y el de su familia.
- La situación financiera de la empresa.
- El bien común y la justicia social.
Estos conceptos ya fueron comentados en su oportunidad, por lo que aquí haremos
referencia a las técnicas empleadas, hoy día, para definir el valor del trabajo.
a. Los métodos cualitativos
- El de clasificación jerárquica, alineamiento o jerarquización.
- El de las categorías predeterminadas. - El de las aptitudes de base.
Todos ellos enfocan el puesto en forma global, por lo que no hay un análisis detallado y
profundo de sus factores o características principales. Lo anterior significa que el elemento
subjetivo está presente en gran medida y, por consiguiente, el proceso técnico es mínimo. En
estos casos el evaluador se guiará por su conocimiento general del trabajo, lo que puede
inducirlo al error -inconscientemente o de buena fe-, l0 cual, indudablemente, perjudicará a
uno o a varios trabajadores, o bien a la empresa (subvalorando o sobrevalorando la
actividad). Usualmente, por tanto, los juicios que se emiten, suelen estar cargados, por
ejemplo, de los gustos, las preferencias, los prejuicios y otros factores emocionales que le
restan objetividad al procedimiento. Por motivos como los señalados, son poco empleados por
las empresas.
b. Los métodos cuantitativos
- El método de valoración por puntos.
- El método de comparación de factores.
- El método H.A.Y.
Tal como lo señala su denominación, son procedimientos más cercanos a la ciencia y a
la técnica, por cuanto emplean métodos mensurables: mediante cantidades
convencionalmente establecidas, se puntualizan las relaciones que permiten jerarquizar no ya
los puestos como una totalidad, sino los diferentes factores que los componen:
responsabilidad, condiciones de trabajo, estudios, experiencia, etc. Los valores individuales
de cada uno de los factores, posteriormente se resuelven en una totalidad y permiten
establecer, con mayor exactitud y objetividad, el valor de un trabajo determinado.
Con estas técnicas se efectúa el análisis del puesto en el sentido cartesiano del
término: descomponer el cargo en sus partes integrantes con el fin de adquirir un
conocimiento más profundo y claro del mismo.
Estos procedimientos, además, obligan al evaluador a efectuar un acto de abstracción,
separando del puesto a la persona que lo ocupa, haciéndose, así, su juicio más imparcial, y,
por ende, más justo, si se tienen presentes estos dos principios:

1°) El principio de equidad


Si en todos los actos de nuestra vida debemos, como hábito, guiamos por este
principio, al aplicar algunas de las técnicas arriba mencionadas, es imprescindible, por ética,
que no lo olvidemos al desarrollar el proceso de establecer los salarios de los puestos.
La equidad, para nuestros efectos, significa el sentimiento de justicia que experimenta
el trabajador al comparar lo que aporta a la organización y lo que a cambio recibe de ella.
Esta circunstancia puede ser vista desde dos perspectivas: la primera, si el trabajador percibe
(o se entera por comparación) que su salario es inferior a los aportes que hace a la compañía,
sufrirá sentimientos de frustración e inconformidad que le harán actuar de forma poco ética,
en un intento por racionalizar su inconformidad: ajustando su productividad a lo que según su
criterio es 10 justo de acuerdo con 10 que recibe de la organización, faltando al trabajo sin
causa seria que lo justifique, tratando de organizar un sindicato o de transmitir su
inconformidad a sus compañeros, etc.
En segundo lugar, podemos encontrar la situación contraria: el trabajador percibe que
su salario es superior a lo que aporta a la organización. Aparecen en él, entonces,
sentimientos de culpa e inconfonnidad, al considerar que su remuneración es excesiva, se
vuelve consciente de que tiene una situación privilegiada sin merecerlo y trata de elevar su
productividad (si le es posible) o de convencerse a sí mismo que la paga es equitativa.
Empero, en el trabajador honesto, el malestar persiste.
Por tanto, tal y como lo hicimos ver al hablar de la justicia conmutativa, los salarios
deben ser estrictamente equitativos, acción a la que pueden contribuir las técnicas
mencionadas en último término.
2°) El principio de paridad
Este principio, por su importancia, ha sido incluido -ya la mencionamos en páginas
anteriores, pero valga la reiteración- en las constituciones políticas de muchos países y en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos: "A trabajo igual, realizado en idénticas
condiciones de eficiencia, corresponde un salario igual."
Uno de los efectos más desmoralizadores para el trabajador, lo encontramos en el
hecho de que en la organización, para puestos semejantes, se paguen salarios diferentes
(excepto que haya motivos especiales: como antigüedad, productividad, premios por
puntualidad y asistencia, carrera administrativa, etc.).
Esta circunstancia, que demuestra que existe el desorden, la injusticia y el subjetivismo
para determinar los salarios, debe, en aras de la moral, evitarse a toda costa.
Y el fenómeno puede deberse a factores internos o externos. Veamos. En el primer
caso, por ejemplo, supongamos la siguiente situación: dos secretarias que hacen el mismo
trabajo, no existen diferencias entre ellas en cuanto a la antigüedad, la eficiencia, etc. Una
puede recibir un salario más alto, por cuanto su jefe es amigo del gerente y obtuvo para ella
un incremento -sin ningún motivo técnico que lo justifique- de su sueldo. La secretaria que no
está en la misma situación, al comparar los salarios, notará, de inmediato, que tal proceder no
es justo, y la empresa tendrá, de inmediato, a una trabajadora desmotivada, que pedirá el
mismo trato, resentida y una posible, o casi inevitable, fuente de conflictos, si esta situación se
repite con otro personal de la empresa.
En el segundo caso, la paridad externa, tiene una estrecha relación con el mercado de
trabajo, o, en otras palabras, con los salarios que pagan otras empresas similares, o no, para
puestos semejantes.
Es prácticamente un imperativo ético el que la empresa que desea ser justa con los
salarios que paga, conozca el valor del trabajo en el mercado.
Lo anterior por cuanto, si está reconociendo salarios inferiores a los de la competencia
(o del mercado en general) estará expuesta a una fuga constante o a la inconformidad de los
trabajadores, rotación que, como tendremos oportunidad de analizar, resulta muy onerosa
para la compañía. Asimismo, si los sueldos que está reconociendo son superiores a los de
aquéllas, sus costos de producción aumentarán y le será difícil competir con sus productos en
el mercado.
Para evitar esta situación, existe una técnica denominada encuesta de salarios, cuyo
fin primordial es el de conocer en qué relación (igual, superior, inferior) se encuentra la
empresa, en lo que a su estructura salarial se refiere, con las del medio industrial. Esta
técnica, por los procesos estadísticos que emplea, es bastante objetiva y debe ser aplicada
periódicamente por la empresa para mantenerse actualizada, salarialmente, en relación con el
mercado, actitud de indudable orientación ética.
3°) Los salarios para los puestos profesionales, científicos y de los ejecutivos
- Los salarios para los ejecutivos
Es indiscutible que la determinación de los salarios para este tipo de puestos, desde el
punto de vista ético, presenta una serie de problemas, que difieren de los que hemos venido
analizando. Señalaremos los más sobresalientes.
Circunstancialmente, en estos casos, la objetividad no nos será de gran ayuda al
evaluar este tipo de cargos. Ello, por cuanto, más que las tareas que conforman el cargo, es
indispensable prestar atención al individuo: su experiencia profesional, su curriculum
académico; a los éxitos que haya obtenido, a su prestigio en el medio empresarial, etc.
Factores todos subjetivos, que no se prestan a la mensurabilidad. Lo indicado, debido a que,
llámesele gerente, ejecutivo, administrador, director, etc., ocupa una posición clave en la
organización (trátese del ámbito público o privado) y será responsable ante los niveles
políticos o las más altas autoridades (incluso los accionistas), por su exitosa gestión
empresarial, y de él se espera que supere con creces las expectativas previstas para su
cargo.
Otro aspecto de interés, que impone el mundo de hoya este tipo de trabajadores, es la
circunstancia de su formación académica: tendrá más posibilidades de progresar en la
empresa, o será más solicitado en el mercado laboral, el ejecutivo que posea una mayor
formación académica: estudios de postgrado o de postdoctorado, dominio de uno o más
idiomas, conocimiento de las técnicas computacionales, etc., (se ha fallado en brindarles una
formación cultural más amplia, más humanista, pero esto será objeto del próximo Tema), y su
capacidad de adaptación organizacional, derivada de su formación científica y de su
experiencia.
En fin, y concretando ¿qué es lo que se valora, realmente, para determinar el valor de
este tipo de trabajo?, veamos algunos ejemplos:
- Formación académica y técnica.
- Aptitud para hacer planes, a cierto plazo, previendo las posibles variaciones que
presentará el medio ambiente en que se desenvuelve la empresa.
- Habilidad para establecer contactos externos y gran aptitud para la comunicación social
y las relaciones humanas, tanto interna como externamente.
- Una personalidad que inspire respeto y confianza, tanto por su capacidad técnica como
por su don de gentes, sinceridad, flexibilidad y comprensión.
- Aptitud para descubrir las potencialidades de la gente con la cual trabaja y para
ubicarla, así, en aquellos puestos donde puedan ser más productivos y encuentren una
mayor satisfacción personal. Un grado adecuado de inteligencia técnica y social, y una
mente abierta y dúctil para aceptar propuestas y sugerencias y para aprender de la
experiencia.
- Un alto grado de autoconfianza para desplegar sus habilidades, para arriesgarse y
lograr un buen porcentaje de éxitos.
- Capacidad para trabajar bajo presión y soportar el estrés.
- Habilidad para hacer frente a situaciones imprevistas, gran integridad moral, capacidad
para tomar decisiones con un porcentaje aceptable de aciertos.
- Disposición para hacer sacrificios personales cuando la empresa lo requiera: horario
extra, viajes, atención a problemas de éxito dudoso, etc.
Actualmente, en relación con los puestos gerenciales, (y con otros puestos de la
organización, según tendremos oportunidad de comentarIo en los próximos capítulos), la
teoría de "Los dos factores" de FrederickHerzberg se realiza claramente. Esto significa que,
como en el caso de los ejecutivos, habiéndose alcanzado un nivel salarial elevado y
satisfechas las necesidades vitales, un incremento en el sueldo ya no es significativo como
factor motivador. Consideremos algunas razones:
- Hoy el ejecutivo busca y necesita dedicar más tiempo a su familia. Es evidente que,
en muchas ocasiones, se sufre un vivo conflicto de conciencia cuando se deben anteponer las
exigencias empresariales a las legítimas demandas familiares. De tal forma, un trabajo mejor
remunerado, pero que, a su vez, implique compromisos que le alejen de la familia (viajes, más
horas de trabajo, etc.), resulta cada vez menos atractivo.
- Para muchos ejecutivos, dado su nivel de ingresos, es más estimulante un puesto
que les permita una realización plena como personas, más que como simples máquinas
productivas, siempre llenas de compromisos "impostergables".
- En cierto momento de su vida, el ejecutivo considera que sus ambiciones
profesionales están satisfechas, y desean, por consiguiente, más tiempo para dedicarlo a
otras actividades que les son atractivas.
En fin, es nuestra conclusión que, para este tipo de puestos, las empresas usualmente
dejan de lado el mandamiento ético de la objetividad y utilizan las evaluaciones subjetivas,
con un margen de negociación para definir salarios que es manejado discrecional mente, de
acuerdo con las circunstancias y con la necesidad de este tipo de personas en la empresa en
un determinado momento histórico de su evolución.

- Los profesionales
En la sociedad contemporánea asistimos a un fenómeno que afecta directamente a la
clase de los profesionales: ingenieros, químicos, abogados, economistas, sociólogos, etc., y
en mayor medida a los científicos que se dedican a la investigación.
El fenómeno consiste en la reducción del espacio en el mercado laboral, en el que el
profesional ejercía libremente su profesión (entendiendo por este concepto, en forma llana, la
posibilidad que tenía el médico, de ser su "propio patrono", sin ningún tipo de ligamen laboral
con una empresa o institución).
Hoy, los graduados universitarios -sin importar el título académico que ostenten- se ven
obligados a formar parte del grupo de la población asalariada, a pesar de sus credenciales
académicas.
Además, era muy humano pensar, cuando éramos estudiantes, que, con nuestro título
bajo el brazo, pronto lograríamos abundantes ingresos y una "lógica" posición social. No
entraba en nuestros cálculos la feroz competencia por los pocos puestos disponibles, ni el que
nuestros rivales posiblemente tendrían una superior preparación académica. Ante esta
circunstancia, entonces, nos enfrentamos de lleno a la ansiedad, a la frustración y a un
sentimiento de minusvalía que nos afectará psicológicamente y nos producirá conflictos éticos
de fracaso y de la inutilidad de nuestro esfuerzo.
En realidad, vemos cómo, en cierta forma, se vuelve a vivir lo que significó para el
artesano la invención de la máquina: inseguridad laboral, subempleo y, por consiguiente, una
disminución relativa de las rentas que planeábamos percibir.
Y, aun si se logra obtener una colocación más o menos lucrativa, el valor del trabajo
también sufrirá el proceso de depreciación a que están sujetos los salarios del resto de los
trabajadores (los no profesionales). Será una obligación, entonces, (porque así lo impone el
medio) formar asociaciones o sindicatos para defender y exigir, ante el empleador, el respeto
del derecho a una remuneración digna, que al menos compense el esfuerzo dedicado al
estudio.
En otras palabras, el trabajo profesional se ha burocratizado por la tendencia del
Estado a asumir mayores funciones y a socializar los servicios que antes estaban en manos
particulares: todo debido a la política de justicia social que ronda por el mundo, un hecho
consumado que se debe aceptar como inevitable y con el cual hay que aprender a convivir.
Además de lo anterior, muchas organizaciones tienen diseñado un sistema salarial y
una carrera administrativa que obliga a un profesional o a un científico a aceptar, en un
determinado momento, un ascenso que lo llevará a la jefatura de una unidad, con el fin de
incrementar su salario, hecho que, si no se poseen las condiciones personales y las aptitudes
para programar, coordinar y, lo que es más complejo, dirigir personal, el profesional sufrirá un
trastorno evidente (la organización también, no cabe duda), éticamente negativo,
cumpliéndose entonces el adagio: "Se pierde un excelente científico y se gana un pésimo
administrador".
Y, el conocido como el "Principio de Peter": "En toda jerarquía, todo empleado tiende a
ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia."
El cual complementa el autor con las siguientes palabras:
"Para todo puesto de trabajo que existe en el mundo, hay alguien, en algún lugar, que
no puede desempeñarlo. Dado un período de tiempo suficiente y suficientes ascensos, llegará
finalmente a ese puesto de trabajo y permanecerá en él, desempeñándolo chapuceramente,
frustrando a sus compañeros y erosionando la eficiencia de la organización”
Es evidente y justo, por tanto, que una estructura salarial (varias categorías para un
mismo puesto, por ejemplo, ya sea en forma vertical u horizontal), debe permitir, aparte de los
aumentos inevitables que debe efectuar la empresa para compensar el incremento en el costo
de la vida, un progreso salarial al trabajador, sin que para ello sea necesario ofrecerle un
ascenso a un puesto para el cual no tiene condiciones, con el único objetivo de aumentar su
sueldo.
Mucho se insiste sobre la necesidad de establecer el valor del trabajo ligándolo
estrechamente a la capacidad productiva del trabajador: actitud moralmente correcta. Empero,
también desde el punto de vista ético debemos analizar la factibilidad de tal propuesta, con el
fin de establecer si en todos los casos es posible cumplir con el principio de objetividad, que,
como ha quedado expuesto, es fundamental para una actuación honrada e imparcial en esta
materia.
- El salario para las mujeres
Todos somos conscientes de que en diversas partes del mundo, incluido nuestro país,
se discrimina a la mujer en alguna forma laboral, siendo el salario uno de los elementos más
utilizados para tan vituperable hecho.
Es, desde cualquier punto de vista que se lo analice, absolutamente incomprensible
cómo patronos inescrupulosos abusan de la condición femenina para establecer un nivel
inferior al valor del trabajo de la mujer, aun cuando éste sea ejecutado en las mismas
condiciones de calidad y cantidad que el de los hombres.
Si bien es cierto que la Iglesia Católica ha venido reiterando la necesidad de
establecer, para el cabeza de familia, un salario tal que le permita, con cierta holgura,
sustentar a su familia sin que la madre trabaje, la realidad es que la situación económica
actual (aparte del derecho que posee la mujer para realizarse profesionalmente) exige con
frecuencia la ayuda económica de la mujer para obtener una vida relativamente digna. Juan
Pablo II nos dice, puntualizando, al respecto:
"La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las
funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de
cuidados, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y
religiosamente maduras y sicológicamente equilibradas. Será un honor para la sociedad hacer
posible a la madre -sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicolágica o práctica, sin
dejarle en inferioridad ante sus compañeros- dedicarse al cuidado y a la educación de los
hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas,
por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la
sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión
materna (...) Es un hecho que en muchas sociedades la mujer trabaja en casi todos los
sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus
funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los
que están capacitadas, pero sin, al mismo tiempo, perjudicar sus aspiraciones familiares y el
papel específico que le compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. La
verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba
pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia
en la que como madre tiene un papel insustituible. "
Desde luego, ya son muchos los avances que se han logrado en el tema, tan
controversial, de la protección a la mujer en todos los ámbitos laborales. Son varios los países
que han plasmado en sus leyes la prohibición discriminativa, primordialmente en aquellos en
donde existen leyes sobre el servicio civil, y en documentos emitidos por organismos
internacionales, de los cuales es un ejemplo el "Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales" de las Naciones Unidas, que en su artículo séptimo, inciso i), dispone:
“Un salario equitativo e igual por trabajo de igual valor, sin distinciones de ninguna
especie; en particular, debe asegurarse a las mujeres condiciones de trabajo no inferiores a
las de los hombres, con salario igual por trabajo igual”
En realidad, es sumamente difícil y escabroso el tema que hemos venido abordando en
este capítulo. Estamos conscientes de que toda la problemática no está agotada, y de que,
siempre, el hecho salarial será objeto de debate y de conflictos, hasta que la sociedad no
encuentre otros medios para remunerar al trabajador.
Las afirmaciones anteriores tienen su sustento en la circunstancia (como lo
exploraremos en la próxima sección), de que el sueldo está inevitablemente ligado a la
persona y a sus expectativas como trabajador. Según hemos insistido, por tanto, y valga la
pena repetirlo, en todo proceso de esta naturaleza debemos buscar la objetividad para
conseguir un grado ético mayor que si fijáramos los salarios sin el empleo de una técnica
determinada. Estas, principalmente las cuantitativas, poseen una adecuada confiabilidad, y
nos permiten, por ende, actuar con la justicia que merecen y esperan los trabajadores.

5. EL SALARIO DESDE LA PERSPECTIVA DEL TRABAJADOR.


Al suscribir un contrato de trabajo con una organización, no nos cuestionamos,
generalmente, el monto del salario que se nos ofrece, y aceptamos la propuesta que se nos
hace (a menos que tengamos el poder de negociar si se trata de un trabajo especializado o de
un puesto para ejecutivos). Partimos del supuesto de que la remuneración es justa. Empero,
esto no ocurre siempre.
Por ello hemos insistido en que la empresa cuente con una adecuada estructura
salarial que la distinga por su justicia en esta materia. Lo anterior constituye, dentro del plano
ético, un imperativo categórico, debido a que cada vez son más los asalariados para los
cuales el sueldo es el único medio de participar en la riqueza de un país, con una vida digna y
con la posibilidad de adquirir algo de propiedad privada. Y, cuando nos referimos a ella, no
queremos significar algunos bienes instrumentales para vivir (los electrodomésticos, por
ejemplo), sino también a otros de mayor relevancia: una casa o bien un pequeño capital
ahorrado con esfuerzo.
Aún más, la propiedad privada es un derecho de todo ser humano (obtenida con
honradez y honestidad), que le haga partícipe de los bienes naturales y económicos de la
sociedad.
Es evidente, así, que los principios económicos que se apliquen en un país por más
técnicos y esotéricos que se' n, no pueden ni deben dejar de lado las implicaciones éticas que
de su puesta en práctica puedan resultar, primordialmente sus repercusiones en el bien
común y en la justicia social: al fin y al cabo, todos tendrán incidencia directa en el salario de
los trabajadores y podría, aparte de otros males, estar negándoles el acceso libre y racional a
la propiedad privada, que como seres humanos se merecen.
Y decíamos que es un derecho del hombre poseer bienes, por cuanto éste, con su
razón y libertad, imprime a las cosas materiales un fin objetivo: la consecución de su bienestar
y el de su familia. Además, es propio del principio de solidaridad, y parte esencial del bien
común, el que la riqueza no se acumule en unas cuantas manos solamente, aumentándose
de tal forma la masa de los indigentes. Ello atenta contra los más fundamentales preceptos de
la moral, primordialmente contra la igualdad y la justicia. ¿Qué fin tiene acumular capital, sin
límite, que exceda el necesario para la satisfacción de nuestras necesidades? Por tanto, se
suele afirmar que es inconcebible la libertad humana (uno de los pilares fundamentales de la
ética), sin la libertad económica que libre al hombre de sus necesidades primordiales (las
fisiológicas.) y lo haga más digno como persona y como ser humano.
Es lógico (excepto en el caso de los ascetas) en el hombre, su deseo de poseer cosas
que le hagan más llevadero su peregrinar por este mundo, aspecto que ya está siendo
comprendido con más claridad por los propietarios de los bienes de producción, por lo que
existe una tendencia a la copropiedad de esos bienes. En otras palabras, se les brinda a los
trabajadores la posibilidad de adquirir acciones de la compañía, convirtiéndose así en
propietarios y de participar en las ganancias y en los riesgos que toda inversión económica
implica.
El patrono que explota a sus empleados pagándoles sueldos miserables, se expone a
un peligro que puede ser muy oneroso para la empresa: la corrupción (luego volveremos
sobre este asunto con mayor detalle). Es fácil, para un trabajador con un salario que no
satisface sus aportes a la empresa, caer en la tentación del robo, del latrocinio, del soborno,
etc., con el fin de "redondearse" un ingreso más "decente". Estos actos, reprobables desde el
punto de vista ético, y penados legalmente, pueden ser alentados por la organización si los
sueldos que reconoce no son justos, si no diseña algunos mecanismos para incentivar
económicamente a sus trabajadores (por productividad, por ejemplo), e incluso, por qué no,
para distribuir parte de sus ganancias, ganancias obtenidas gracias al esfuerzo de sus
empleados.
Nos enfrentamos ahora, amigo lector, a una problemática que es consustancial al
mundo moderno: el ansia desmedida, sin fronteras, de poseer cosas. En realidad, nos vemos
comprometidos, consciente o inconscientemente, a una competencia despiadada con
nuestros semejantes, por abarcar y poseer cada vez más
cosas: si más tengo, más valgo, y, por tanto, soy más. ¡Qué triste equivocación!
Nuestro salario, con esa actitud, siempre será insuficiente, y estaremos haciendo
esfuerzos adicionales (dos o tres trabajos, tiempo extraordinario), para mantener un nivel de
vida, sin tiempo, sin el preciado ocio que nos permita disfrutar de los bienes acumulados:
situación paradójica y absurda.
El tener se ha convertido en la meta de nuestra vida y nos hemos olvidado de ser, del
acto de vivir puro y limpio, a plenitud, sin preocuparnos por competir ostentando el lujo que
supuesta, pero equivocadamente, nos confiere más valor como personas. ¡Cómo es que no
aceptamos el hecho de que la posesión de bienes es temporal! Nos creemos inmortales y
acumulamos riquezas, algunas veces en forma indebida, creyendo que disfrutaremos
eternamente de ellas, máxime si las mismas nos brindan poder, un poder que nos permite
dominar, en una especie de círculo que sólo termina con la muerte, a la cual llegamos
desnudos, como vinimos al mundo.
El ser, el vivir, en contraposición al tener, es una actitud ética de gran significado para
el arte de vivir. Debemos damos tiempo para disfrutar de las cosas que nos ofrece la vida, y
no conceder tanta importancia a la acumulación de riquezas. Debemos darnos tiempo a
nosotros mismos, ser más considerados con nuestra persona y no hacer esfuerzos
extraordinarios para llenarnos de bienes materiales que muchas veces son inútiles.
Desde luego, el problema es más gra e si el trabajador, con un bajo salario, desea
alcanzar un status social que no le corresponde, e intenta esconder su pobreza y demostrar
un lujo o un nivel de vida no acorde con sus posibilidades económicas. Esta actitud, desde
luego, demuestra poca integridad moral, por cuanto no se acepta una situación real y se
pretende llevar una vida ficticia e irreal, que no es sincera ni honrada, con el cúmulo de
problemas que ello implica.
El ahorro, como virtud, entonces, debe ' ser retornado en su concepción original por el
trabajador de hoy, acompañado de otra virtud no menos importante: la frugalidad. Por
supuesto, requiere esfuerzo y disciplina, debido a que el ahorro exige la privación temporal de
ciertos bienes y placeres -no esenciales, por supuesto para mantener una reserva económica
para el futuro o para no dilapidar el dinero en objetos inútiles. Desde luego, en esto, como en
muchas otras cosas de la vida, se debe tener el cuidado de no exagerar privándose de los
bienes esenciales para acumular un capital cuya utilidad, por proyectarse al futuro, es incierta.
Más bien, nos referimos al ahorro como el cuidado que debe tener el trabajador en el manejo
del dinero. Es la actitud de no sacrificar lo esencial por lo accesorio y superficial, y por invertir
en cosas o bienes de verdadera utilidad.
Con estas reflexiones, amigo lector, no deseamos pontificar en exceso ni llevar las
cosas al extremo. Pero es triste comprobar cómo el salario, aun siendo poco, se derrocha en
placeres o en productos que no tienen ningún significado esencial para la vida del trabajador.
Por tanto, debemos ser cuidadosos con nuestros ingresos y aprovecharlos de la mejor
manera posible: ello es un principio, una virtud y un valor que no debemos olvidar. No nos
permitamos caer en un grosero hedonismo o en un utilitarismo en los cuales prive la
sensualidad y el goce desmedido de los bienes materiales, por cuanto ello se opone -no lo
dude, amigo lector- a la verdadera naturaleza del hombre, en donde el poseer y el gozar sin
límite, son irrelevantes para una vida sana, bella y feliz.

FUENTE: Barquero Corrales, A. (1998). Ética profesional. San José, Costa Rica: EUNED.

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