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1. LA JUSTICIA
Es necesario meditar, en este tema, sobre una de las virtudes que por su trascendencia
y por sus consecuencias, debe practicar permanentemente el ser humano, interiorizándola y
haciendo de ella un hábito constantemente ejercitado: LA JUSTICIA.
Si bien en todas sus actuaciones el administrador debe ser justo, es lamentable que
sea en la materia salarial en donde se suelen cometer las mayores injusticias.
La remuneración del trabajador debe enmarcarse dentro de lo equitativo -ni más ni
menos, y es un imperativo moral que debe asumir responsablemente quien en la empresa
tiene la singular misión de establecer el justo valor del trabajo.
Mucho, y desde hace siglos, se ha reflexionado y se ha escrito sobre esta virtud. Por tal
motivo, amigo lector, no pretendemos aquí ser exhaustivos, sino tan sólo ofrecer una visión
muy general sobre la justicia, haciendo énfasis +como es lógico- en aquellos aspectos que
son de interés para nuestro trabajo.
Aristóteles en su Gran Ética por ejemplo, dice lo siguiente sobre esta virtud:
1) "Relacionando a nuestros semejantes el justo es, hablando en general, el igual,
porque lo injusto es lo desigual; pues cuando la gente asignase más bienes para sí y menos
males, no procede con justicia, y en tal caso considérase que se hace y sufre injusticia. Por
eso es evidente que, pues la injusticia supone desigualdad de cosas, la justicia y el justo
radican en la igualdad de los convenios. De manera que salta a la vista que la justicia estará
entre el exceso y el defecto, entre la abundancia y la escasez. Porque el injusto, al proceder
malamente, posee más y su víctima, al ser perjudicada, tiene menos, mientras el medio entre
eso es lo justo."
Y, ¿quién no conoce la definición del Ulpiniano: Dar a cada uno lo que le corresponde,
concepto que ampliamos recurriendo a las palabras de C. Van Gestel:
"El terreno propio, el objeto formal de la justicia, es el derecho (IUS), o sea, todo cuanto
un ser humano, sujeto de derecho, puede reivindicar como suyo.
El derecho exige la igualdad entre la demanda y la satisfacción, entre lo que se debe y
lo que se recibe, entre la demanda y el pago. Cuando se ha logrado esta igualdad, se ha
hecho justicia; aquello que es justo se ha realizado. Esta igualdad es objetiva, real: no
depende de una estimación o apreciación subjetiva. Por naturaleza, pues, la justicia se
cumple mediante actos externos que tienden a realizar esta equivalencia objetiva. Los actos
exteriores representan el orden de la justicia y, por lo tanto, la materia del orden jurídico. Pero
si el orden jurídico puede limitarse a actos exteriores, el orden moral requiere también de
rectitud interior: la virtud de la justicia es, ante todo, una disposición interior del alma que nos
inclina de un modo constante a dar a cada cual lo que se le debe.
Nos encontramos, aquí, con la característica de la igualdad como una condición
intrínseca a la justicia. Pero, en realidad, en términos generales, en materia de sueldos, sólo
podremos encontrar (o deberíamos) la igualdad en trabajos de similar naturaleza, siendo
aceptable que, desde el punto de vista de la justicia, su valor sea relativo. En otras palabras,
debe existir armonía entre el salario y las tareas, las responsabilidades y las exigencias
académicas o de otra naturaleza del puesto que se desempeña. Esta concepción está
presenteen nuestra Carta Magna, en su artículo 57:
"Todo trabajador tendrá derecho a un salario mínimo, de fijación periódica por jornada
normal, que le procure bienestar y existencia digna. El salario será siempre igual para trabajo
igual en idénticas condiciones de eficiencia ..."
Una disposición semejante se incluyó en la Declaración Universal de Derechos
Humanos: artículo 23, numeral 2:
"Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo
igual”
Que también se establece en la legislación paraguaya.
Por consiguiente, la remuneración equitativa, conlleva, en forma explícita, el problema
de las justas proporciones: moralmente estoy en la obligación de aceptar, honesta y
honradamente, que mi salario debe corresponder a mi aporte laboral a la empresa, de
acuerdo con las actividades que ejecuto y según lo que éstas exijan de mí.
- Los profesionales
En la sociedad contemporánea asistimos a un fenómeno que afecta directamente a la
clase de los profesionales: ingenieros, químicos, abogados, economistas, sociólogos, etc., y
en mayor medida a los científicos que se dedican a la investigación.
El fenómeno consiste en la reducción del espacio en el mercado laboral, en el que el
profesional ejercía libremente su profesión (entendiendo por este concepto, en forma llana, la
posibilidad que tenía el médico, de ser su "propio patrono", sin ningún tipo de ligamen laboral
con una empresa o institución).
Hoy, los graduados universitarios -sin importar el título académico que ostenten- se ven
obligados a formar parte del grupo de la población asalariada, a pesar de sus credenciales
académicas.
Además, era muy humano pensar, cuando éramos estudiantes, que, con nuestro título
bajo el brazo, pronto lograríamos abundantes ingresos y una "lógica" posición social. No
entraba en nuestros cálculos la feroz competencia por los pocos puestos disponibles, ni el que
nuestros rivales posiblemente tendrían una superior preparación académica. Ante esta
circunstancia, entonces, nos enfrentamos de lleno a la ansiedad, a la frustración y a un
sentimiento de minusvalía que nos afectará psicológicamente y nos producirá conflictos éticos
de fracaso y de la inutilidad de nuestro esfuerzo.
En realidad, vemos cómo, en cierta forma, se vuelve a vivir lo que significó para el
artesano la invención de la máquina: inseguridad laboral, subempleo y, por consiguiente, una
disminución relativa de las rentas que planeábamos percibir.
Y, aun si se logra obtener una colocación más o menos lucrativa, el valor del trabajo
también sufrirá el proceso de depreciación a que están sujetos los salarios del resto de los
trabajadores (los no profesionales). Será una obligación, entonces, (porque así lo impone el
medio) formar asociaciones o sindicatos para defender y exigir, ante el empleador, el respeto
del derecho a una remuneración digna, que al menos compense el esfuerzo dedicado al
estudio.
En otras palabras, el trabajo profesional se ha burocratizado por la tendencia del
Estado a asumir mayores funciones y a socializar los servicios que antes estaban en manos
particulares: todo debido a la política de justicia social que ronda por el mundo, un hecho
consumado que se debe aceptar como inevitable y con el cual hay que aprender a convivir.
Además de lo anterior, muchas organizaciones tienen diseñado un sistema salarial y
una carrera administrativa que obliga a un profesional o a un científico a aceptar, en un
determinado momento, un ascenso que lo llevará a la jefatura de una unidad, con el fin de
incrementar su salario, hecho que, si no se poseen las condiciones personales y las aptitudes
para programar, coordinar y, lo que es más complejo, dirigir personal, el profesional sufrirá un
trastorno evidente (la organización también, no cabe duda), éticamente negativo,
cumpliéndose entonces el adagio: "Se pierde un excelente científico y se gana un pésimo
administrador".
Y, el conocido como el "Principio de Peter": "En toda jerarquía, todo empleado tiende a
ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia."
El cual complementa el autor con las siguientes palabras:
"Para todo puesto de trabajo que existe en el mundo, hay alguien, en algún lugar, que
no puede desempeñarlo. Dado un período de tiempo suficiente y suficientes ascensos, llegará
finalmente a ese puesto de trabajo y permanecerá en él, desempeñándolo chapuceramente,
frustrando a sus compañeros y erosionando la eficiencia de la organización”
Es evidente y justo, por tanto, que una estructura salarial (varias categorías para un
mismo puesto, por ejemplo, ya sea en forma vertical u horizontal), debe permitir, aparte de los
aumentos inevitables que debe efectuar la empresa para compensar el incremento en el costo
de la vida, un progreso salarial al trabajador, sin que para ello sea necesario ofrecerle un
ascenso a un puesto para el cual no tiene condiciones, con el único objetivo de aumentar su
sueldo.
Mucho se insiste sobre la necesidad de establecer el valor del trabajo ligándolo
estrechamente a la capacidad productiva del trabajador: actitud moralmente correcta. Empero,
también desde el punto de vista ético debemos analizar la factibilidad de tal propuesta, con el
fin de establecer si en todos los casos es posible cumplir con el principio de objetividad, que,
como ha quedado expuesto, es fundamental para una actuación honrada e imparcial en esta
materia.
- El salario para las mujeres
Todos somos conscientes de que en diversas partes del mundo, incluido nuestro país,
se discrimina a la mujer en alguna forma laboral, siendo el salario uno de los elementos más
utilizados para tan vituperable hecho.
Es, desde cualquier punto de vista que se lo analice, absolutamente incomprensible
cómo patronos inescrupulosos abusan de la condición femenina para establecer un nivel
inferior al valor del trabajo de la mujer, aun cuando éste sea ejecutado en las mismas
condiciones de calidad y cantidad que el de los hombres.
Si bien es cierto que la Iglesia Católica ha venido reiterando la necesidad de
establecer, para el cabeza de familia, un salario tal que le permita, con cierta holgura,
sustentar a su familia sin que la madre trabaje, la realidad es que la situación económica
actual (aparte del derecho que posee la mujer para realizarse profesionalmente) exige con
frecuencia la ayuda económica de la mujer para obtener una vida relativamente digna. Juan
Pablo II nos dice, puntualizando, al respecto:
"La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las
funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de
cuidados, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y
religiosamente maduras y sicológicamente equilibradas. Será un honor para la sociedad hacer
posible a la madre -sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicolágica o práctica, sin
dejarle en inferioridad ante sus compañeros- dedicarse al cuidado y a la educación de los
hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas,
por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la
sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión
materna (...) Es un hecho que en muchas sociedades la mujer trabaja en casi todos los
sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus
funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los
que están capacitadas, pero sin, al mismo tiempo, perjudicar sus aspiraciones familiares y el
papel específico que le compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. La
verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba
pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia
en la que como madre tiene un papel insustituible. "
Desde luego, ya son muchos los avances que se han logrado en el tema, tan
controversial, de la protección a la mujer en todos los ámbitos laborales. Son varios los países
que han plasmado en sus leyes la prohibición discriminativa, primordialmente en aquellos en
donde existen leyes sobre el servicio civil, y en documentos emitidos por organismos
internacionales, de los cuales es un ejemplo el "Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales" de las Naciones Unidas, que en su artículo séptimo, inciso i), dispone:
“Un salario equitativo e igual por trabajo de igual valor, sin distinciones de ninguna
especie; en particular, debe asegurarse a las mujeres condiciones de trabajo no inferiores a
las de los hombres, con salario igual por trabajo igual”
En realidad, es sumamente difícil y escabroso el tema que hemos venido abordando en
este capítulo. Estamos conscientes de que toda la problemática no está agotada, y de que,
siempre, el hecho salarial será objeto de debate y de conflictos, hasta que la sociedad no
encuentre otros medios para remunerar al trabajador.
Las afirmaciones anteriores tienen su sustento en la circunstancia (como lo
exploraremos en la próxima sección), de que el sueldo está inevitablemente ligado a la
persona y a sus expectativas como trabajador. Según hemos insistido, por tanto, y valga la
pena repetirlo, en todo proceso de esta naturaleza debemos buscar la objetividad para
conseguir un grado ético mayor que si fijáramos los salarios sin el empleo de una técnica
determinada. Estas, principalmente las cuantitativas, poseen una adecuada confiabilidad, y
nos permiten, por ende, actuar con la justicia que merecen y esperan los trabajadores.
FUENTE: Barquero Corrales, A. (1998). Ética profesional. San José, Costa Rica: EUNED.